Familia y nueva evangelización

Miguel Villalba

Ponencia pronunciada por D. Miguel Villalba, el 20 de abril  de 2004,  en los Diálogos de Teología, de la Biblioteca Almudí de Valencia.

 

 

 

Doy las gracias a los organizadores de Diálogos de Teología, en su sexta edición, por la invitación a participar en este ciclo de conferencias preparatorias al V Encuentro Mundial del Santo Padre con las Familias que se celebrará en Valencia el próximo 2006. Por otra parte, quiero confesarles la responsabilidad que sentí al colaborar en una "plaza de primera", como es la Biblioteca Sacerdotal Almudí; pero la ocasión me ofrecía la posibilidad de aportar mi granito de arena, a esta pastoral no sectorial, sino "prioritaria", tan urgente y necesaria hoy, como es el matrimonio y la familia. Como apunta la Instrucción pastoral La Familia Santuario de la Vida, Esperanza de la Sociedad, recordando lo dicho en anteriores documentos: "? el trabajo pastoral con la familia no es en modo alguno una pastoral sectorial, sino una dimensión esencial de toda evangelización" (nº 165)

No me dedico a la investigación, sino a la acción, mi tarea es pastoral pero si ésta quiere ser consciente y responsable, porque no a toda acción la podemos llamar pastoral, es inseparable de una profunda reflexión, que en el tema que nos ocupa acude al diseño de Dios Creador, recordado también por la Palabra de Cristo (Mt. 19, 4-6). Palabra que por sí misma consideramos eficaz y transformadora, capaz de guiarnos con su luz, sin cegarnos, para pensar en verdad nuestra inserción en la historia y propiciar nuestro deseo de intervenir activamente en la crisis de nuestra civilización. Como nos indica la reciente Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa: "Animados por estas certezas de fe, esforcémonos en construir una ciudad digna del hombre. Aunque no sea posible establecer en la historia un orden social perfecto, sabemos sin embargo que cada esfuerzo sincero por construir un mundo mejor cuenta con la bendición de Dios, y que cada semilla de justicia y amor plantado en el tiempo presente florece para la eternidad" (nº97)

Consecuentemente y ante la tarea que se nos descubre y a la que nos llama la Iglesia, acudiremos en esta breve reflexión a la Sagrada Escritura, los Santos Padres, y al Magisterio de la Iglesia; pero muy especialmente al Magisterio Pontificio u ordinario de Juan Pablo II: el "¡Papa de la Familia!, pues somos conscientes de la decisiva importancia que para Su Santidad tiene la familia, de fundación matrimonial, tanto para el futuro de la humanidad, como para la misma Iglesia. Por ello creo que debemos señalar la gran preocupación y cuidado pastoral que, a lo largo de su pontificado, le ha dispensado a la familia, "iglesia doméstica", "santuario de la vida", "célula originaria de la sociedad", "cuna de la Iglesia", con el decidido propósito a través de muchísimas homilías, discursos, catequesis y trabajos de investigación en ayudar al matrimonio y a la familia a alcanzar su plenitud de vida humana y cristiana.

También el título que enmarca las presentes conferencias: "El matrimonio y la familia, claves de la nueva evangelización", nos hace pensar la pastoral familiar como la acción evangelizadora que realiza la Iglesia, a través de la comunidad cristiana, en el matrimonio y la familia, orientada a la construcción de la familia como "iglesia doméstica", y como protagonista de la nueva evangelización. Es decir, que nos hace contemplar a la familia desde el don recibido por Jesucristo y como objeto y sujeto de la re-evangelización. Estos van a ser los dos puntos de referencia que no perderemos de vista a lo largo de la presente conferencia: su identidad cristiana, y su misión.

La nueva evangelización en la que todo creyente debe comprometerse nos llama a edificar una ciudad abierta a los deseos más profundos del hombre. A través de una "cultura de la vida" en su más amplio sentido; se nos propone construir una ciudad en la que las relaciones sociales tengan en cuenta la dignidad y la grandeza del hombre, y esto es imposible sin el amor por la verdad y el bien del hombre, sin el interés por su realización plena. Una ciudad en definitiva, abierta al misterio del hombre, a la Trascendencia.

Para llevar adelante este objetivo es necesaria pues, una pastoral que asuma y ofrezca, que se inserte decididamente en el misterio del hombre, en su grandeza y dignidad, es decir, como criatura creada a imagen y semejanza de Dios, como espíritu encarnado, con el propósito que éste no quede reducido a problema u objeto al que la cultura dominante le ha reducido al querer voluntariamente suprimir toda visión trascendente.

No vamos a detenernos en el análisis de los rasgos que caracterizan a dicha cultura, porque existen demasiados trabajos que nos hablan de ellos, pero considero que debemos señalar que su desarrollo ha producido una relación interpersonal que podemos calificar de instrumental, es decir, de uso y rechazo, relativista, pragmática, incapaz por lo tanto de respetar el derecho de todo proceso natural.

Una búsqueda voluntaria de descristianización por parte de esta cultura, cuyas raíces encontramos en siglos anteriores, hace que nos esforcemos de nuevo en señalar el sentido que una visión cristiana proporciona a toda realidad natural, a la relación interpersonal y, consecuentemente, al matrimonio y a la comunidad familiar.

Ante la realidad en la que convivimos, precisamos pues una pastoral que ofrezca la verdad, la bondad y la belleza del matrimonio. Una acción pastoral que anuncie y sirva el "Evangelio de la familia". Pero consideremos que evangelizar es más que la mera transmisión de los contenidos de la fe. Evangelizar es dar su más profundo sentido humano a todas las dimensiones de la vida personal, que en el matrimonio, origen, cuna de la familia, posee un sentido, una dimensión sacramental.

Creo que debo aclarar que cuando utilizo el término "pastoral" me refiero al conjunto de acciones a través de las cuales, como Iglesia, cultivamos la vida cristiana con el propósito de que llegue a su plenitud en Jesucristo, aunque también podamos referirnos a estructuras a través de las cuales llevamos a cabo el objetivo señalado. En el caso presente no es éste el sentido.

Al definir pues la pastoral familiar como "acción evangelizadora" estamos recordando en definitiva la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI cuando nos dice: "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y con su influjo, transformar desde dentro, renovar la misma humanidad?la finalidad de la evangelización es el cambio interior? la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambientes concretos." (nº 18)

Y para remarcar más lo que estamos afirmando, es decir, la unión inseparable de acción pastoral y manifestación de la revelación, acudamos de nuevo a Ecclesia in Europa, cuando dice: "Para poder anunciar el Evangelio de la esperanza hace falta una sólida fidelidad al Evangelio? la predicación de la Iglesia se ha de centrar siempre en la persona de Jesús y debe conducir cada vez más a Él? para que la esperanza sea verdadera e indestructible , la predicación íntegra, clara y renovada de Jesucristo resucitado, de la resurrección y de la vida eterna, debe ser una prioridad en la acción pastoral." (EiE, 48)

Y continuará diciendo: "? se pide a la Iglesia que anuncie con renovado vigor lo que el Evangelio dice sobre el matrimonio y la familia, para comprender su sentido y su valor en el designio salvador de Dios? es preciso reafirmar dichas instituciones como provenientes de la voluntad de Dios. Hay que descubrir la verdad de la familia como íntima comunión de vida y amor, abierta a la procreación de nuevas personas, así como su dignidad de "iglesia doméstica" y su participación en la misión de la Iglesia y de la sociedad" (ibid, 90)

Así pues, nuestro objetivo en este campo pastoral no puede ser otro que evangelizar a las familias para que estas a su vez se conviertan en evangelizadoras, porque es la Iglesia en su conjunto quien evangeliza. Como comunidad de creyentes, también las familias han recibido este encargo del Señor: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28, 18b-20)

Al decir pues que es la Iglesia la que evangeliza tenemos que incluir primordialmente a la familia y es necesario evangelizar a la familia para que ésta se convierta en sujeto activo de la re-evangelización. Como "iglesia doméstica" (LG, 11; cf. FC, 21) la familia está llamada no sólo a realizar un despertar religioso en sus propios hijos, sino a una transmisión y educación en la fe. Y como sujeto de la nueva evangelización no puede encerrarse en los muros de su propio hogar, sino que debe prolongarse a la sociedad y a la misma Iglesia en una reevangelización de sus miembros. Aquellas palabras que Juan Pablo II en Christifideles Laici les dirigía a los laicos cristianos, podemos aplicarlas a las familias: vivas y vivificantes, adultas y comprometidas, evangelizadas y evangelizadoras, porque urge rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana y es necesaria "la formación de comunidades eclesiales maduras, en las cuales la fe consiga liberar y realizar todo su originario significado de adhesión a la persona de Cristo y a su Evangelio, de encuentro y de comunión sacramental con Él, de existencia vivida en la caridad y en el servicio" (ChL, 34)

Pero dado el tema de nuestra intervención es necesario que escuchemos otros textos de esta Exhortación Apostólica que fundamentan con más claridad el protagonismo que la familia debe desempeñar en la nueva evangelización: "El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia.

La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre nace y crece. Se ha de reservar a esta comunidad una solicitud privilegiada, sobre todo cada vez que el egoísmo humano, las campañas antinatalistas, las políticas totalitarias, y también las situaciones de pobreza y de miseria física, cultural y moral, además de la mentalidad hedonista y consumista, hacen cegar las fuentes de la vida, mientras las ideologías y los diversos sistemas, junto a formas de desinterés y desamor, atentan contra la función educativa propia de la familia.

Urge por tanto, una labor amplia, profunda y sistemática, sostenida no sólo por la cultura, sino también por medios económicos e instrumentos legislativos, dirigida a asegurar a la familia su papel de lugar primario de "humanización" de la persona y de la sociedad.

El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social. De este modo, la familia podrá y deberá exigir a todos ?comenzando por las autoridades públicas- el respeto a los derechos que, salvando la familia salvan la misma sociedad." (ChL, 40)

Desde su identidad cristiana, la familia como "iglesia doméstica", como "íntima comunidad de vida y amor" tiene la misión de custodiar, revelar, y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia, su Esposa. Su vocación es ser testigo de la alianza pascual de Cristo mediante la manifestación de su amor pleno y fecundo. Es pues en Cristo donde los esposos tienen su punto de referencia para su amor esponsal. Como "iglesia doméstica", es la esposa de Cristo. Los esposos cristianos pues, están llamados a participar en el amor "hasta el extremo" de Jesucristo. "Gran misterio es este" (Ef. 5, 32)

Los padres cristianos están llamados a ser testigo del amor de Cristo, para iluminar a los que buscan la verdad, pero muy especialmente deben ejercitar su testimonio en el ejercicio de su vida, en la participación de los sacramentos, en la oración, en la acción de gracias, es decir, a través de una vida santa.

Tenemos que agradecerle al Vaticano II que en su proceso de reflexión sobre la comunidad familiar, recogiera la concepción de la familia como "iglesia doméstica" de los Santos Padres: San Juan Crisóstomo, San Gregorio Magno, San Agustín, quién invitaba a los padres, no sólo a que convirtieran sus casas en una iglesia, sino que hablaba incluso del ministerio de los padres de familia en analogía con el ministerio de los Obispos de cara a sus Iglesias particulares.

Y Juan Pablo II llega a decir: "La Iglesia encuentra en la familia, nacida del sacramento del matrimonio, su cuna y el lugar donde puede actuar la propia inserción en las generaciones humanas, y estas a su vez, en la Iglesia" (FC, 15)

La Iglesia pues, y la "iglesia doméstica" nacen y viven para ser signo y sacramento del Reino, como testimonio e invitación al Reino. Las dos comunidades son enviadas a servir y liberar. Pero, ¿cuál es la misión primordial de la familia? Ser cada vez más lo que es: "comunidad de vida y amor", que al igual que toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios. Insistamos en que la familia tiene una tarea: llevar a la vida diaria lo que ella es en el plan de Dios. De ahí que Juan Pablo II encuentre en la familia la cuna de la Iglesia.

¿Cómo no va a ser significativa la importancia de la familia en la Iglesia? El Santo Padre en su Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, dedica cinco números a "la verdad del matrimonio y la familia", del noventa al noventa y cuatro; y dos, noventa y cinco y noventa y seis, están bajo el título "servir el Evangelio de la vida". Siete números dedicados a familia son muchos en un documento no dedicado ha tratar directamente esta cuestión, y nos ofrecen todo un programa pastoral para la familia, y al respecto de lo que estamos tratando nos dice: "Si para servir el Evangelio de la esperanza es necesario prestar una atención adecuada y prioritaria a la familia, es igualmente indudable que las familias mismas tienen que realizar una tarea insustituible respecto al Evangelio de la esperanza. Por eso, con confianza y afecto, a todas las familias? les renuevo la invitación: "Familias, sed lo que sois". Vosotras sois la representación viva de la caridad de Dios." (nº 94)

En definitiva se llama a la familia a vivir la misma caridad de Cristo y de la Iglesia que nos apremian a anticipar el Reino futuro. Se nos anima a proclamar el misterio de Cristo, desde donde comprendemos el misterio del hombre y el misterio esponsal y familiar; así como por el bien de la humanidad a evangelizar la cultura, con el objetivo de construir un mundo más habitable, más humano.

Juan Pablo II ya nos hablaba al principio de su pontificado, de la importancia de dicha pastoral al afirmar: "Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización en el futuro depende en gran parte de la "iglesia doméstica". Es necesario hacer de la pastoral familiar una prioridad básica, sentida, real y operante. Básica, como frontera de la nueva evangelización. Sentida, esto es, acogida y asumida por toda la comunidad diocesana. Real, porque será respaldada concreta y decididamente con el acompañamiento del Obispo diocesano y sus párrocos. Operante significa que debe estar inserta en una pastoral orgánica" (Discurso a las Conferencias Episcopales Sudamericanas en Santo Domingo, 1992)

Y en 1994, Año Internacional de la Familia, dijo: "La familia debe ocupar el centro de los planes pastorales diocesanos y nacionales."

Pero es en su Carta Magna sobre el matrimonio, la familia, y la pastoral familiar, es en la Familiaris consortio (1981) donde encontramos el gran motivo de su preocupación, o mejor, de su cuidado por dicho campo pastoral, al decir: "¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!" (n. 86).

Reconocemos pues la llamada a anunciar con valentía y vigor renovado a Cristo, a través del cual descubrimos el sentido escondido y profundo de todo acontecimiento, así como podemos interpretar y vivir cristianamente nuestra inserción en la historia. A no construir la ciudad de los hombres, a través de un horizonte puramente intramundano, prescindiendo de Dios o contra Él.

La Iglesia en estos últimos años, y muy particularmente en el pontificado de Juan Pablo II, que ha sido providencial al respecto, nos ofrecen numerosísimos textos; escuchemos sólo tres:

"Los cristianos, en su peregrinación hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba; esto no disminuye nada, sino que más bien aumenta la importancia de su tarea de trabajar juntamente con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano" (GS, 57)

"La familia cristiana como "pequeña iglesia", está llamada, a semejanza de la "gran Iglesia", a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer de este modo su función profética, dando testimonio del Reino y de la paz de Cristo, hacia el cual el mundo entero está en camino" (FC, 48)

"La espera de los cielos nuevos y de la tierra nueva, en vez de alejarnos de la historia, intensifica la solicitud por la realidad presente, donde ya ahora crece una novedad, que es germen y figura del mundo que vendrá." (EiE, 99)

Creo que es acertado afirmar que la intencionalidad y el gran deseo de SS Juan Pablo II ha sido que las familias participen del gran amor de Dios a la humanidad, y de Cristo a la Iglesia, su Esposa; para poder así enriquecer al Pueblo de Dios y convertirse en luz para el mundo actual. Su inserción en Cristo por el Espíritu las convierte en "iglesia doméstica" y consecuentemente en evangelizadoras, vivificadoras del género humano. Pero para realizar tal misión es imprescindible edificarse como "pequeñas iglesias", esto es necesario para ser imagen, icono, signo de la entrega, de la oblación de Cristo, del que la institución natural del matrimonio participa al ser elevado por el Señor al orden sacramental. Así pues, don y compromiso son inseparables, puesto que existe una íntima relación entre lo que es la familia por la gracia de Dios, y lo que ella ha de llevar adelante responsablemente, es decir, con fidelidad a la voluntad del Señor ser fermento en la masa, como el alma en el cuerpo.

Así pues, es necesario que hoy, a través de nuestra acción pastoral, la familia tome conciencia no sólo del don recibido por Jesucristo, sino también del compromiso a la que es llamada, y asuma responsablemente la invitación que la Iglesia le dirige recordándole el envío misionero, evangelizador, del que de modo análogo comparte con la Iglesia. Es absolutamente necesario que la familia cristiana descubra su participación en la triple función de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Es imprescindible si queremos una familia verdaderamente cristiana, que ésta no viva replegada en si misma, sino que se descubra como evangelizadora, como orante y como servidora, y así se convierta para el mundo actual en anunciadora, celebrante y servidora de su buena nueva, es decir, del "Evangelio del matrimonio y de la familia".

Con este propósito nos decía Juan Pablo II: "En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su "identidad", lo que "es", sino también su "misión", lo que puede y debe "hacer". El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en si misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡"sé" lo que "eres"!

Remontarse al "principio" del gesto creador de Dios es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica? Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su Esposa." (FC,17)

Hace algunos años, San Josemaría, ya nos hablaba de esta necesidad, al apuntar: "Por esto pienso siempre con esperanza y con cariño, en los hogares cristianos en todas las familias que han brotado del sacramento del matrimonio, que son testimonios luminosos de ese gran misterio divino ?sacramentum mágnum! (Eph 5, 32), sacramento grande- de la unión y del amor entre Cristo y su Iglesia. Debemos trabajar para que esas células cristianas de la sociedad nazcan y se desarrollen con afán de santidad, con la conciencia de que el sacramento inicial ?el bautismo- ya confiere a todos los cristianos una misión divina, que cada uno debe cumplir en su propio camino" (Conversaciones, 91)

El Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo apuntaba el carácter sagrado y la naturaleza misionera del matrimonio y de la familia: "El amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia? La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio ?que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia- manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo? ya por el amor de los esposos, la generosa fecundidad, unidad y fidelidad, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros" (GS. 48)

El Vaticano II en dicha Constitución ya nos presentaba a la familia como testimonio viviente del amor de Cristo y de la caridad de su Iglesia, y apuntaba todo un programa de vida para la comunidad familiar y la comunidad humana tras el análisis de la situación en la que se encuentra hoy el hombre.

Es lógico pues, que tras las grandes aportaciones del Concilio, la reflexión teológica actual no sólo se centre en la identidad de la familia, sino también en su misión; y esta nueva visión la vemos reflejada en la Familiaris consortio a través de la perspectiva personalista, es la vocación personal que no se encierra en el yo y en el tú, sino que se abre a los otros por el testimonio en la misión, en el compromiso de realizarse en signo y sacramento del Reino. Ahora la comunidad familiar, "iglesia doméstica", en diálogo con el mundo, no sólo debe tener en cuenta la perfección de sus relaciones internas, sino que tiene conciencia de la plenitud de vida que por su testimonio tienen que alcanzar también las personas que conviven a su alrededor.

Las circunstancias actuales nos hacen reconocer que el mensaje evangélico sobre la familia está hoy en el centro de una atención decisiva para la existencia cristiana de la persona, del matrimonio y de la familia, así como para la nueva evangelización. Si deseamos, pues, abrir caminos a una verdadera promoción humana y cristiana tendremos que empeñarnos en el anuncio y servicio del "Evangelio de la familia", especialmente en lo que se refiere a la unidad e indisolubilidad, a la fidelidad y a la estabilidad del vínculo matrimonial, a los deberes mutuos de los cónyuges, y a los de estos con sus hijos, sobre todo en lo referente a la transmisión de la fe.

Conviene que recordemos pues que es fruto de la fe que nuestras palabras y nuestras acciones traduzcan un determinado compromiso en cuanto atestiguan una promesa que se cumplió en la historia a través de Jesucristo, y que llegará a su plenitud al final de los tiempos. Consecuentemente es fruto de la fe que el matrimonio y la familia reconozcan y se comprometan como "pequeña iglesia", en la tarea de la nueva evangelización, pero para ello tienen que dejarse evangelizar primero, es decir, hacer de la Palabra el centro de su vida. Ello es necesario para anunciar y servir lo que Jesús, dijo e hizo, pues él mismo nos dice: "Vosotros sois testigos de esto" (Lc. 24, 48). Este mandato hace que nuestra palabra y nuestra vida colabore en un movimiento civilizador, que responde a la llamada actual de edificar a través de la "cultura de la vida", una "civilización del amor" según expresiones de Juan Pablo II, respondiendo así a la invitación de construir un mundo adecuado a la propia condición humana, favoreciendo así la vida matrimonial y la institución familiar.

Este programa de vida para el matrimonio y la familia nos lo ofrecía Juan Pablo II: "En la medida en que la familia cristiana acoge el evangelio y madura en la fe se hace comunidad evangelizadora" (FC, 52)

Nosotros sabemos que acoger la palabra de Cristo, interiorizarla, es imprescindible para convertirla en vida, porque ser cristianos sin Cristo es imposible. Y reconocemos que sólo desde la vida en Cristo y por la fuerza de su Espíritu, puede la familia ser verdaderamente evangelizadora, mediadora de salvación.

Consecuentemente nos preocupa y nos ocupa, una "cultura familiar". A ella queremos contribuir puesto que tenemos el deber de manifestar los auténticos bienes familiares. Pero, sobre todo, tenemos la obligación, por exigencia de nuestra fe y nuestra esperanza y de nuestra caridad, de anunciarles a nuestros hermanos los hombres quién es su bien y su esperanza, a diferencia de los bienes y esperanzas que consideramos para el hombre. No es lo mismo que pensemos en el bien del hombre, que en los bienes para el hombre, no es lo mismo que pensemos en la esperanza del hombre, en su "gran esperanza", que en las esperanzas para el hombre. El bien y la esperanza del hombre, de la persona, de la familia, es Cristo.

Frente a una cultura pues, en la que Dios está ausente, la propuesta cristiana no sólo estará en humanizar, sino en personalizar. Fomentar una "cultura familiar" consistirá en el cultivo de unas virtudes, tanto en el ámbito matrimonial como familiar y social: "?ser verdaderamente lugar e instrumento de comunión en la fe y en el amor? de caridad fraterna, vivida con radicalidad evangélica? desarrollar un ambiente de relaciones de amistad, de comunicación, corresponsabilidad, participación, disponibilidad y servicialidad, con actitudes recíprocas de estima, acogida y corrección, de servicio y ayuda, de perdón mutuo y edificación de unos con otros" (EiE, 28) En definitiva, "suscitar un humanismo de inspiración cristiana" (ibid. 60)

Aunque sea muy brevemente pensemos en la pastoral familiar, y más concretamente, en los cursos de preparación al matrimonio y a la vida familiar, como camino hacia el sacramento: la cuestión central es la fe cristiana como animadora e iluminadora de todos los aspectos de la existencia humana y ello a pesar de que la esperanza afectiva de los novios se sienta la protagonista original. La intervención de la Iglesia y más en concreto la de la comunidad cristiana, respecto a los novios ha de ser una propuesta de educación progresiva en la fe, en la experiencia afectiva y relacional del noviazgo, y no solamente una preparación a la celebración del sacramento. Así pues, ¿qué estoy diciendo? Que tenemos que aprovechar el momento, la petición del sacramento por parte de los novios, para fundamentar, (no es lo mismo fundamentar que fundamentalismo) para educarles en el amor cristiano, para descubrirles el fundamento y la fuente del amor cristiano, como novios y como cónyuges, y después, si Dios lo permite, como padres. La comunidad cristiana se ha convertido así en sujeto pedagógico para la fe de los novios, y les ha descubierto la posibilidad de renovar el propio encuentro con la persona de Jesucristo, con el mensaje evangélico y con la Iglesia.

De ese encuentro personal con el Señor derivará una visión cristiana del amor y el esfuerzo por construir una familia según el proyecto de Dios. Acompañar pues, a los novios y al mismo matrimonio en el camino de la fe y en su profundización, así como en un ejercicio más maduro se nos descubre como tarea hoy, necesaria y urgente. Si deseamos familias cristianas tenemos que fomentar una progresiva inserción en el misterio de Cristo, en la Iglesia y con la Iglesia. El encuentro con el Señor Jesús es indispensable para vivir en plenitud aquél legado de amor que aparece como bien y como promesa.

En esta época de nueva evangelización o de re-evangelización es necesario presentemos con convicción la exigencia a la santidad, y presentar a Cristo y sus bienaventuranzas como camino de salvación, como camino para llegar al Padre. Para ello es necesario salir de una pastoral minimalista, no sólo en lo referente a la periodicidad, al tiempo, sino en los contenidos, encerrados muchas veces en la humano, sin ninguna referencia a Cristo quien ha elevado al matrimonio a dignidad sacramental y las consecuencias que lógicamente se derivan de ello. Sin esta dimensión, ¿qué familia, qué sociedad se quiere construir? Sin la dimensión trascendente todo queda de tejas para abajo.

Esta dimensión trascendente, cada día más necesaria en nuestra pastoral, la encontramos de manera impresionante, sublime, podríamos decir, en la confesión de esperanza que brota del corazón del Santo Padre: "¡Tú Señor, resucitado y vivo, eres la esperanza siempre nueva de la iglesia y de la humanidad; tú eres la única y verdadera esperanza del hombre y de la historia; tú eres entre nosotros "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) ya en esta vida y también más allá de la muerte. En ti y contigo podemos alcanzar la verdad, nuestra existencia tiene un sentido, la comunión es posible, la diversidad puede transformarse en riqueza, la fuerza del Reino ya está actuando en la historia y contribuye a la edificación de la ciudad del hombre, la caridad da valor perenne a los esfuerzos de la humanidad, el dolor puede hacerse salvífico, la vida vencerá a la muerte y lo creado participará de la gloria de los hijos de Dios." (EiE, 18)

Para terminar señalemos que grandes retos o desafíos nos presentan las profundas transformaciones y acontecimientos sociales que la época actual nos ofrece, hasta tal punto que podemos hablar de "verdadera metamorfosis social y cultural", todo ello nos llama a los creyentes a escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de modo que ofrezcamos respuestas a los interrogantes que el hombre se plantea sobre el sentido de la vida presente y futura, así como de su mutua relación. El Vaticano II no podía silenciar la respuesta a los nuevos planteamientos culturales y sociales, y reconociendo las muchas voces que se debaten en el interior del hombre, afirma: "? (el hombre) se siente ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior? La Iglesia cree, que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima vocación, y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre por el que pueda salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro." (GS, 10)

Y continuará diciendo tras lo once números siguientes: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado? Cristo, el nuevo Adán? manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación? nos dio ejemplo para seguir sus pasos y abrió el camino con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido" (GS, 22)

La propuesta del Vaticano II es clara y hacia su comprensión tenemos que dirigir nuestro pensamiento. Pero no sólo precisamos de unas categorías no cerradas a lo trascendente, sino de una acción inspirada en el espíritu evangélico, ya que reconocemos que la historia de la humanidad está atravesada por otra historia: la de Dios, en forma muy especial por Jesucristo

La fe y la esperanza en el Señor Resucitado, no sólo renueva al hombre, sino que renueva su misma presencia en la sociedad y consecuentemente la transforma. Es esta la tarea esencial que hoy descubrimos necesaria y urgente para el mundo actual.

Si el gran problema hoy es la ausencia de Dios, la llamada a la reevangelización nos invita no sólo a hablar de Dios, sino a hablar con Dios, a ejercitar nuestra amistad con Él, a vivir en comunión. Esta perspectiva práctica es hoy más necesaria que nunca ya que el cristiano no puede dejar de vivir en Cristo y por Cristo, de lo contrario dejaría de ser cristiano.