Autor: Germán Sánchez Griese | Fuente: Catholic.net
¿Qué es el carisma?
Breve introducción
En los
inicios del Tercer milenio parece muy normal de hablar de carismas. Y si nuestro
objetivo es el de despertar el carisma, conviene saber bien lo que este término
significa o quiere significar. Necesitamos tener nociones claras sobre este
concepto si vamos a centrar la vida y la identidad consagrada en él.
Por carisma siempre se ha entendido el término paulino de “gracias especiales
[llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y
dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y
construir más y más la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3). Extraordinarios o sencillos y
humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o
indirectamente, una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la
edificación de la Iglesia, al bien d e los hombres y a las necesidades del
mundo.”
Un carisma por tanto es una gracia especial que el Espíritu Santo dona para el
bien de la Iglesia. No existe una clasificación de carismas y así los hay de
diversos tipos . Pero los elementos esenciales que los conforman serán siempre
los dos siguientes: provienen del Espíritu Santo y se dan para la edificación de
la Iglesia. De esta definición parten tres grandes aplicaciones que conviene
conocer para evitar confusiones en el momento de estudiar los carismas dentro de
la vida consagrada: el concepto de carisma en cuanto tal, la concepción de la
vida consagrada como un carisma para la Iglesia y el carisma específico de cada
Instituto o congregación religiosa. Un carisma no está necesariamente ligado a
la fundación de una congregación religiosa. Se dan casos de hombres y mujeres
que poseen un carisma especial para la predicación, para aconsejar a las
personas, para conocer y transmitir a Dios, pero que no necesariamente hayan f
undado una congregación religiosa. Por otro lado, la misma vida consagrada se
entiende como un don del Espíritu para el bien de la Iglesia: “La vida
consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el
Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.” Y por
último, es necesario considerar el carisma específico de cada congregación o
instituto de vida consagrada, centrándose nuestra atención en el presente
estudio en esta última acepción del término.
Comenzaremos haciendo una revisión de lo que el Magisterio ha escrito acerca del
carisma de cada Instituto o congregación religiosa, para pasar después a un
análisis de lo dicho por algunos autores de nuestro tiempo. Al final, en base a
esta doble investigación, nos aventuraremos a proponer lo que es el carisma y
cuáles son sus elementos constitutivos.
Revisión del Magisterio.
Si bien
el término carisma no aparece en los documentos del Concilio Vatic ano II, todo
apuntaba a su desarrollo posterior, ya que en el debate que precedió a la
redacción de la Constitución dogmática Lumen gentium y del Decreto Perfectae
caritatis , puede observarse que se maneja ya el carácter carismático de la vida
consagrada. Huella que abriría las posibilidades para una futura investigación y
que ha dado como resultado una vasta literatura, fruto del desarrollo de la
Teología de la vida consagrada, en donde se desarrolla ampliamente el término
carisma, bajo diversas acepciones.
El término carisma viene utilizado por primera vez en un documento del
magisterio en el número 11 de la exhortación apostólica Evangelica testificatio:
“Sólo de esta manera podéis vosotros dirigir nuevamente los corazones a la
verdad y al amor divino, según el carisma de vuestros fundadores, suscitados por
Dios en la Iglesia.” A partir de este documento el magisterio asume la
terminología paulina de carisma con diversas acepciones: carisma de la vida
religiosa, carism a del fundador, carisma de fundador, carisma fundacional,
carisma del Instituto, carisma originario, carisma institucional, carisma de una
familia religiosa.
Será el documento Mutuae relationes quien defina por primera vez el carisma: “El
carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang.
nunt. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida,
custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo
de Cristo en crecimiento perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la
índole propia de los diversos Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1,
2, etc.). La índole propia lleva además consigo, un estilo particular de
santificación y apostolado que va creando una tradición típica cuyos elementos
objetivos pueden ser fácilmente individuados. Es necesario por lo mismo que en
las actuales circunstancias de evolución cultural y de renovación eclesial, la
identidad de cada Instituto sea asegurada d e tal manera que pueda evitarse el
peligro de la imprecisión con que los religiosos sin tener suficientemente en
cuenta el modo de actuar propio de su índole, se insertan en la vida de la
Iglesia de manera vaga y ambigua.” De esta definción partirán y harán referencia
muchos estudios y documentos posteriores del Magisterio.
Refiriéndose a la contemplación, el documento lo mencionará como un carisma
especial: “Los que son llamados a la vida específicamente contemplativa son
reconocidos como uno de los tesoros más valiosos de la Iglesia. Gracias a un
carisma especial, han elegido la mejor parte, esto es, la de la oración, el
silencio, la contemplación, el amor exclusivo de Dios y la dedicación total a su
servicio...”
El carisma, como don del Espíritu, se refleja también en obras concretas,
específicamente en las obras del Instiuto. Por ello un apostolado, una obra
puesta en pie por una congregación no es indiferente para el carisma, como lo
consigna el Magisterio : “Existe la tentación de abandonar obras estables,
genuina expresión del carisma del instituto, por otras que parecen más eficaces
inmediatamente frente a las necesidades sociales, pero que dicen menos con la
identidad del instituto.”
Y en este mismo documento, se señala la importancia del carisma para la
formación de las personas consagradas, como si fuera un mapa para no perderse en
la formación: “La creciente configuración con Cristo se va realizando en
conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece.
Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es
conformándose con ellos, como los religiosos crecen en su unión con Cristo.”
Más adelante, encontramos que el carisma particular de cada Instituto y la vida
consagrada son una sóla cosa: “No existe concretamente una vida religiosa « en
sí » a la que se incorpora, como un añadido subsidiario, el fin específico y el
carisma particular de cada instituto .” El carisma de cada Instituto forma parte
de la vida consagrada. Y este mismo documento considera que el carisma debe
formar parte integrante de la formación de la persona consagarda. “En el
programa de estudios, debe figurar en puesto importante la teología bíblica,
dogmática, espiritual y pastoral y, en particular, la profundización doctrinal
de la vida consagrada y del carisma del instituto.”
La vida fraterna en comunidad encuentra también en el carisma su razón de ser:
“Vivir en comunidad es, en realidad, vivir todos juntos la voluntad de Dios,
según la orientación del don carismático, que el Fundador ha recibido de Dios y
ha transmitido a sus discípulos y continuadores.” Este mismo documento, Vida
fraterna en comunidad, dedicará todo un número, el 70, a hablar sobre la
posibilidad de compartir el carisma con los laicos, tema del que hablaremos en
algunos próximos artículos.
Podemos citar incluso cuáles son las responsabilidades de las personas consagrad
a s para con el carisma, de acuerdo al siguiente texto: “Cada instituto tiene
una responsabilidad primaria respecto de la propia identidad. En efecto, el
«carisma de los fundadores (...) —experiencia del Espíritu transmitida a los
propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y
constantemente desarrollada en sintonía con el Cuerpo de Cristo en perenne
crecimiento»— se le confía a cada instituto como patrimonio original en
beneficio de toda la Iglesia. Cultivar la propia identidad en la « fidelidad
creativa » significa, pues, hacer confluir, en la vida y en la misión del pueblo
de Dios, dones y experiencias que la enriquecen y, al mismo tiempo, evitar que
los religiosos «se inserten en la vida de la Iglesia de un modo vago y
ambiguo».”
Juan Pablo II en la exhortación apostólica Redemptionis donum habla
explícitamente del carisma como un don, tanto para las personas consagradas como
para la comunidad y no duda en afirmar que en ese don, se encuentran elementos
válidos para vivir la consagración. “Es difícil describir, más aún enumerar, de
qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del
apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don
particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la
Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde
a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la
historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades
religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la
Iglesia. En cada uno de estos elementos, en todo campo -tanto en el de la
contemplación fecunda para el apostolado como en el de la acción directamente
apostólica- os acompaña la bendición constante de la Iglesia y, a la vez, su
pastoral y maternal solicitud, en lo referente a la identidad espiritual de
vuestra vida y la rectitud de vuestro actuar en medio de la gran comuni dad
universal de las vocaciones y de los carismas de todo el Pueblo de Dios.”
Llegamos por fin a la exhoración apostólica post-sinodal Vita consecrata, de la
que podemos decir que el término carisma aparece citado 72 veces, siendo la
parte más citada la relativa a la fidelidad al carisma. Esta simple observación
nos hace pensar en la importancia que se da a la fidelidad al don que inspiró al
Fundador a llevar a cabo su obra.
No podemos dejar de mencionar lo descrito por el Compendio del Catecismo de la
Iglesia Católica, cuando en el número 160 da la siguiente definición de carisma,
que si bien se refiere a todo tipo de carisma, bien puede aplciarse al carisma
de una congregaciónreligiosa o Instituto: “ Los carismas son dones especiales
del Espíritu Santo concedidos a cada uno para el bien de los hombres, para las
necesidades del mundo y, en particular, para la edificación de la Iglesia,a cuyo
Magisterio compete el discernimiento sobre ellos.”
Por úl timo, Benedicto XVI ha encuadrado el carisma como la norma suprema de la
vida consagrada, esto es, seguir a Cristo: “No se puede lograr una auténtico
relanzamiento de la vida religiosa si no es tratando de llevar una existencia
plenamente evangélica, sin anteponer nada al único Amor, sino encontrando en
Cristo y en su palabra la esencia más profunda de todo carisma del fundador y de
fundadora.”
Revisión de algunos autores.
Muy
variada y vasta es la literatura que habla sobre el carisma. Anotamos a
continuación algunas citas que pueden dar luz sobre el desarrollo teológico de
este término y ayudarnos a identificar con mayor certeza el significado de este
término.
“Algunos autores distinguen, entre carisma de fundación, don que habilita a una
persona para iniciar una nueva fundación; y carisma del fundador, que dice
relación al contenido del don inherente a todo fundador para percibir, vivir, y
mostrar en la historia, una experiencia parti cular del misterio de Cristo,
según unas concretas características que, después, los identificarán. En
realidad el carisma de fundación y el carisma de fundador son dos vertientes de
una misma realidad que se exigen mutuamente.” Jesús Álvarez Gómez, Carisma e
Historia, Publicaciones Claretianas, Madrid, 2001, p. 100-101.
“El carisma del fundador y de la fundadora, una vez compartido en su camino
histórico se convierte en carisma del Instituto. Con este término puede
entenderse el desarrollo de la virtualidad genética contenida en el carisma del
fundador o de la fundadora.” Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Città Nuova
editrice, Roma, 1996, p. 58.
“El carisma del fundador, es por tanto para nosotros aquel don personal que,
estando al origen de la experiencia de la fundación, traza los lineamientos
espirituales esenciales que caracterizan la identidad propia del Instituto, su
misión en la Iglesia, su peculiar espiritualidad.” Giuseppe Buccellato, Carisma
e Rinnovamento, Edizioni Dehoniane, Bologna, 2002, p. 28.
“Si por carisma de los miembros del Instituto se entiende su específica misión o
el fin por el cual han ingresado los miembros del Instituto, este carisma puede
ser realmente comunicado por el fundador que, con su ejemplo y su vida, arrastra
y convence a otros a seguirlo.” Giancarlo Rocca, Il carisma del fondatore,
Ancora editrice, Milano, 1998, p. 75.
“El CARISMA no se mantiene en la historia como se mantiene un patrimonio de
ideas, de valores, de experiencias, sólo porque se le puede contrastar con
nuevas prospectivas y nuevas emergencias. Se mantiene más bien, como una “gracia
viva”, cuya dirección pertence al Espíritu Santo: comienza con un evento de
gracia que involucra al carismático en un ardiente camino para seguir a Cristo y
puede permanecer en la historia solamente como gracia que siempre se renueva.”
Antonio Maria Sicari, Gli antichi carisma nella Chiesa, Jaca Book, M ilano,
2002, p. 32 – 33.
Pier Giordano Cabra en su libro Breve corso sulla Vita consacrata hace un
recuento de lo que ha sido la teología del carisma. Para este autor cada
Instituto tiene en su base un carisma para el bien de la Iglesia y representa
uno de los puntos fuertes de la identidad de cada Instituto. Afirma a
continuación que el carisma funda también la misión específica y la propia
espiritualidad. Sin embargo para Cabra, existen pocos carismas que aglutinan a
todos los carismas, como una gran constelación en donde cada carisma, como una
sola estrella, puede reconocerse en una constelación. Sin quitar la importancia
a cada carisma específico, Cabra quiere poner en guardia a los Institutos
religiosos para no sobrevalorar el propio carisma y poderse enriquecer de todos
los carismas, especialmente de los más semejantes. Continuando en esta línea, en
su libro Tempo di prova e di speranza, Cabra considera que los carismas
actualmente, y principalmente en Europa, deben traducirse en una realidad
práctica, siguiendo las indicaciones de la Vita consecrata, sobre la fidelidad
creativa. Pier Giordano Cabra, Breve corso sulla Vita consacrata, Editrice
Queriniana, Brescia, 2004, p. 170 – 172. Pier Giordano Cabra, Tempo di prova e
di speranza, Ed. Ancora, Milano, 2005, p. 147- 150.
Por citar un diccionaro de la vida consagrada, apuntamos lo siguiente: “LA
expresión <> designa, en su significado general, aquel don del Espíritu ofrecido
benévolamente por Dios a algunos fundadores, hombres o mujeres, para producir en
ellos determinadas capacidades que les hacen aptos para alumbrar nuevas
comunidades de vida consagrada enla Iglesia.”
Un estudioso que merece mención aparte es Antonio Romano quien en su libro I
fondatori, profezia della storia, ha hecho un análisis valiosísimo diferenciando
el carisma de la fundación, el carisma del fundador, el carisma del acto de
fundar y el carisma del Instituto . Sin pasar a particulares, pues remitimos al
mismo libro , es importante sin embargo señalar, que estos momentos elencados
por Romano vienen a significar momentos diversos del mismo carisma. Podemos
decir que son desarrollos connaturales al carisma. Al hablar de un carisma de un
Instituto religioso hablamos necesariamente de los momentos por los que ha
atravesdo para llegar a constituirse en un don del Espíritu al servicio de la
Iglesia.
¿Qué es el carisma y cuáles son sus elementos constitutivos?
Partiremos de una definición que ha servido como base para todos los documentos
del magisterio que manejan el término carisma: “Los Institutos religiosos en la
Iglesia son muchos y diversos, cada uno con su propia índole (cfr. PC 7, 8, 9,
10); pero todos aportan su propia vocación, cual don hecho por el Espíritu, por
medio de hombres y mujeres insignes (cfr. LG 45; PC 1, 2) y aprobado
auténticamente por la sagrada Jerarquía. El carisma mismo de los Funda d ores se
revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los
propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y
desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento
perenne. Por eso la Iglesia defiende y sostiene la índole propia de los diversos
Institutos religiosos (LG 44; cfr. CD 33; 35, 1, 2, etc.). La índole propia
lleva además consigo, un estilo particular de santificación y apostolado que va
creando una tradición típica cuyos elementos objetivos pueden ser fácilmente
individuados.”
El magisterio identifica en este texto el carisma con la índole propia de cada
instituto o congregación religiosa. Hablar de carisma es hablar por tanto de las
notas más características y específicas que tiene cada congregación o instituto
religioso para seguir más de cerca a Jesucristo. Usando un término de la
genética moderna, podemos comparar nosotros al carisma con el código genético de
la congregación. Ahí está inscrito la identidad de la congregación,
conteniéndose en esa identidad, aunque con la necesidad de un posterior
desarrollo, su patrimonio espiritual, su pasado y su futuro, ya que el carisma
no es algo estático, sino en continuo desarrollo.
Definir la índole propia puede ser un trabajo arduo para cada congregación o
instituto religioso. Cuando el Concilio Vaticano II pedía el retorno a los
orígenes de la vida consagrada y a las fuentes originarias de cada congregación
o instituto religioso, invitaba precisamente a la identificación de los
elementos más propios que configuraban a la congregación. Esta índole propia no
proviene necesariamente de las obras de apostolado específicas de la
congregación, ni del modo de ser o de actuar de sus miembros, sino de una
experiencia del Espíritu que vivió el fundador o la fundadora y que fue capaz de
transmitir a los primeros miembros de la congregación o instituto religioso .
Las obras de apostolado, el estilo de vida, la forma de v ivir los consejos
evangélicos son expresiones concretas de la experiencia del Espíritu. “Las
diversas formas de vivir los consejos evangélicos son, en efecto, expresión y
fruto de los dones espirituales recibidos por fundadores y fundadoras y, en
cuanto tales, constituyen una experiencia del Espíritu, transmitida a los
propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y
desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento
perenne.” Podemos decir por tanto que “en el carisma está constituido no sólo la
finalidad específica del Instituto sino la conformación espiritual, humana y
social de la persona consagrada.”
La
experiencia del Espíritu es una de las notas características o elementos
constitutivos más importante del carisma. “Las notas características de un
carisma auténtico son las siguientes: a) proveniencia singular del Espíritu,
distinta ciertamente aunque no separada de las dotes personales de quien guía y
modera; b) una prof unda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando
alguno de los aspectos de su misterio; c) un amor fructífero a la Iglesia, que
rehuya todo lo que en ella pueda ser causa de discordia.”
Dios permite al fundador o a la fundadora experimentar fuertemente una necesidad
en su mundo, un contraste entre los planes de Dios y la realidad concreta. Para
hacer frente a esa realidad Dios otorga la gracia al fundador o a la fundadora
de hacer una lectura del evangelio en forma novedosa, de tal manera que la
realidad viene iluminada con una nueva luz, una nueva interpretación, una
experiencia del Espíritu que ya no queda circunscrita a las condiciones de
espacio tiempo que la vieron nacer, sino que, como criatura del Espíritu se
expande a todos los tiempos y lugares. Nace así la experiencia del Espíritu del
fundador, como un don de Dios para la Iglesia, don que puede compartirse y
desarrollarse por otras muchas personas, a lo largo del espacio y del tiempo. Es
esta Espíritu a tra vés del fundador o la fundadora.
Para hacer frente a la necesidad que Dios le ha permitido experimentar, el
fundador o la fundadora, bajo la experiencia del Espíritu, fija su atención en
algún aspecto específico de la figura de Cristo, como el medio más idóneo,
sugerido por el Espíritu, para paliar dicha necesidad. No se excluyen otros
medios, o, expresado en forma más clara, todos los demás medios de los que pueda
echar mano el fundador o la fundadora nacen de la gran necesidad que experimenta
de salir al encuentro de la necesidad a través del aspecto específico de la
persona de Cristo, que el Espíritu e ha sugerido. Para el fundador o la
fundadora, solamente Cristo puede aliviar la necesidad que ha dado origen a su
obra. Su vida estará dedicada a configurarse lo más posible con el aspecto
específico del Cristo que ha experimentado .
Un último aspecto del carisma es el de saberse insertado dentro de la Iglesia.
El fundador o la fundadora han aceptado seguir el camin o que el Espíritu les ha
marcado en su experiencia inicial no para hacer un camino separado de la
Iglesia, sino para ayudar a la Iglesia a cumplir con su misión. Los carismas
sólo pueden ser entendidos y justificados en la Iglesia, para la Iglesia y desde
la Iglesia. De esta forma podemos entender también el carisma como “el don
particular de la gracia divina operado en el creyente por parte del espíritu
Santo para la común utilidad de la Iglesia.” Concepto que, aplicado a la vida
consagrada, Juan Pablo II define de la siguiente manera: “Es difícil describir,
más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a
través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de
aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por
la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don
corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento
de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades
religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la
Iglesia.”
Creemos por tanto que no conviene hacer una diferencia de términos entre carisma
del fundador, carisma de fundar, carisma de fundación, carisma del Instituto.
Hemos dicho que son pasos connaturales para que se diera el carisma. Nos
centraremos en el carisma como la experiencia del Espíritu que Dios da al
Fundador para el bien de la Iglesia, englobando en esta definción todos los
pasos que se han dado para dar a luz este don.
Bibliografia
Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, nn. 798
y 799.
Pier Giordano Cabra, en su obra Tempo di prova e di speranza, Ed. Ancora,
Milano, 2005, p. 147- 150, intentará una leve semblanza sobre una clasificación
de los carismas.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vida consagrada, 25.3.1996, n.
1.
“Redunda en bien mismo de la Iglesia el que todos los Institutos tengan su
carácter y fin propios. Por tanto, han de conocerse y conservarse con fidelidad
el espíritu y los propósitos de los Fundadores, lo mismo que las sanas
tradiciones, pues, todo ello constituye el patrimonio de cada uno de los
Institutos.” Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis, 28.10.1965, n.
2b.
Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelica testificatio, 26.6.1971, n. 11.
“El término paulino de carisma expresa un don particular de la gracia divina
operado en el creyente por parte del Espíritu Santo para la utilidad común de la
Iglesia. Se trata de un neologismo creado probablemente del mismo Pablo que lo
utiliza 16 veces en sus cartas. Debe hacerse notar que, no obstante la
utilización del término pueda considerarse relativamente reciente, la realidad
profunda que el término expresa puede ser estimada un patrimonio constante de la
tradición eclesial.” Giuseppe Buccellato, Carisma e Rinnovamento, Eizioni
Dehoniane, Bo logna, 2002, p. 15.
Sagrada Congregción para los religiosos e institutos seculares, Mutua relationes,
14.5.1978, n. 11.
Sagrada Congregción para los religiosos e institutos seculares, La dimensión
contemplativa de la vida religiosa, marzo 1980, n. 22.
Sagrada Congregción para los religiosos e institutos seculares, Elementos
esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 31.5.1983, n.
27.
Ibidem, n. 46
Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida
apostólica, Orientaciones sobre la formación en los Institutos de vida
consagrada, 2.2.1990, n. 17
Ibidem, n. 61.
Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida
apostólica, La vida fraterna en comuniad, 2.2.1994n. 45.
Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida
apostólica, La colaboración entre Institutos para la formación, 8.12.1988, n.7.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemption is donum, 25.3.1984, n.15.
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del
Catecismo, Madrid, 2005, p. 68 – 69.
Benedicto XVI, Carta con motivo de la Asamblea plenaria de la Congregación para
los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica,
27.9.2005.
Antonio Romano, Carisma, en Diccionario Teológico de la vida consagrada,
Publicaciones Claretianas, Madrid, 2000, p. 151.
Antonio Romano, I fondatori, profezia della storia, Editrice Ancora, Milano,
1989.
Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Criterios
pastorales sobre relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia, 14.5.1978,
n. 11.
La segunda parte de la obra de Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Città
Nuova editrice, Roma, 1996, relata la historia y las fatigas de varias
congregaciones por encontrar su propia índole, hasta llegar a individuar el
carisma específico de cada uno de ellos.
Juan Pablo II, Exhortación ap ostólica postsinodal Vida consagrada, 25.3.1996,
n. 48.
Amedeo Cencini, Vita consacrata: itinerario formativo lungo la via de Emmaus,
Edizioni San Paolo, Milano 1994
Sagrada congregación para los religiosos e institutos seculares, Criterios
pastorales sobre relaciones entre obispos y religiosos en la Iglesia, 14.5.1978,
n. 51.
Aquí radica una de las diferencias básicas entre apostolado y voluntariado
social.
Giuseppe Buccellato, Carisma e rinnovamento. Rifondazione della vita consacrata
e carisma del fondatore, EDB, Bologna, 2002, pag. 15.
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptionis donum, 25.3.1984, n. 15