LOS ORÍGENES DE LA IGLESIA
(NOTAS DE ECLESIOLOGÍA)

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.


1. INTRODUCCIÓN

2. JESÚS E ISRAEL

2. 1. La predicación del Bautista.

2. 2. La institución de los Doce.

2. 3. Los enfermos del pueblo de Dios.

2. 4. Las súplicas de reunión del Padre Nuestro.

3. JESÚS Y SUS DISCÍPULOS

3. 1. ¿Quiénes son los discípulos de Jesús?

3. 2. El Sermón de la Montaña.

3. 3. La nueva familia.

4. LA PRIMITIVA COMUNIDAD

4. 1. Los orígenes de la Iglesia.

4. 2. Primeras persecuciones.

4. 3. Implantación fuera de Palestina.

4. 4. La Iglesia se entiende a sí misma como el Pueblo de Dios.

4. 5. Problemas internos.

4. 6. Pedro y Pablo en Roma.

4. 7. La organización de las primeras Iglesias.
 


 

 

1. INTRODUCCIÓN

La Teología es la reflexión creyente sobre los contenidos de la fe. Nos esforzamos por comprender mejor lo que ya creemos. El principio y el cimiento de la Teología es el tratado de CRISTOLOGÍA: El misterio de la persona y de la obra de Jesús. A partir de lo que Jesús nos enseñó, podemos hablar también de Dios y del hombre. Por lo tanto, siguen el tratado de TRINIDAD (el Dios cristiano) y de ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA (el ser humano según el proyecto de Dios, su origen, su destino y el camino para ser verdaderamente feliz). Completa nuestra reflexión el tratado de ECLESIOLOGÍA: Jesús continúa anunciando su Palabra y ofreciéndonos su salvación en la Iglesia, que es su Cuerpo y su Esposa. Él sabía que había de desaparecer corporalmente de la tierra un día, pero quería que su obra permaneciera a través de los siglos. Para esto fundó la Iglesia.

La Encarnación del Hijo de Dios y la fundación de la Iglesia corresponden al eterno proyecto de Dios, escondido durante siglos y que, finalmente, se nos manifestó en Cristo: «Bendito sea Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido desde el cielo, por medio de Cristo, con toda clase de bendiciones. Él nos había elegido en Cristo antes de la creación del mundo para que fuéramos su pueblo... Y nos destinó de antemano a ser sus hijos por medio de Jesucristo... El Hijo nos ha obtenido con su muerte la Redención... En Él nos ha dado a conocer sus planes escondidos» (Ef 1, 3-12). El proyecto de Dios se comenzó a realizar con la Creación y se ha ido desarrollando a lo largo del tiempo. Todas las intervenciones de Dios en el Antiguo Testamento correspondían a un plan bien establecido, cada una suponía la anterior y preparaba la siguiente. Todo la historia de Israel es preparación, anuncio y anticipo de lo que había de venir: Dios llama a Abrahán, se forma un pueblo, lo libera de la esclavitud, lo guía por el desierto, lo introduce en la tierra prometida, lo educa por medio de los profetas... hasta que finalmente nos envía a su propio Hijo al llegar la plenitud de los tiempos (Gal 4, 4). Jesucristo fundó la Iglesia, que camina entre las consolaciones de Dios y las persecuciones del mundo hasta que llegue a la plenitud, cuando se presente sin mancha ni arruga en la vida eterna.

 

2. JESÚS E ISRAEL

Jesús era judío, miembro del pueblo de Israel, por lo que muchos de sus gestos y de sus palabras sólo se entienden en la tradición de sus mayores. Aunque su persona y su mensaje trascienden sus orígenes y son universales, surgen en un contexto concreto que necesitamos conocer para poder comprenderLe.

2. 1. La predicación del Bautista. Juan Bautista predica a Israel la conversión para el perdón de los pecados. Quiere reunir y preparar a Israel ante la inminencia del juicio final. Se dirige al pueblo de la Alianza recuperando las tradiciones antiguas que hablan de un nuevo comienzo, de la purificación y reunión escatológica del pueblo en el desierto: "La llevaré al desierto y la hablaré al corazón" (Os 2, 16). En el desierto, el pueblo se encuentra lejos de los falsos dioses, que demuestran su ineficacia en la necesidad. Allí Israel puede encontrarse a solas con su Señor, como en los tiempos del Éxodo.

En el A. T., Israel es presentado como un plantel de Dios que ha echado raíces en la Tierra prometida. Los judíos pensaban que no podían ser arrancados de su propio pueblo, en el que se halla la salvación. Juan anuncia que los árboles que no den frutos serán cortados y quemados, afirmando: "No digáis que tenéis por padre a Abrahán, porque Dios puede sacar hijos de Abrahán de las piedras" (Lc 3, 8-9). Juan no se dirige a la humanidad en general, sino al Pueblo de Israel. Le preocupa la reunión del Resto de Israel, de un pueblo que cumpla la voluntad de Dios, igual que a los esenios, a los fariseos o a los zelotas. Jesús también quiere congregar y preparar al Pueblo para Dios.

Cuando Jesús comienza a predicar encuentra el terreno preparado por Juan que había invitado a la conversión, sacudiendo las conciencias de los israelitas. Como él (Mt 3, 2), Jesús inicia su predicación anunciando la llegada del Reinado de Dios (Mt 4, 17). Jesús tiene una profunda simpatía hacia el movimiento iniciado por Juan, le considera como un enviado de Dios (Mc 11, 30) y lo llama "el mayor de los nacidos de mujer" (Mt 11, 11). Sin embargo, Jesús entiende el Reino y su misterio de una manera distinta.

2. 2. La institución de los Doce. Entre los discípulos que Jesús reunió a su alrededor, escogió a Doce con una misión especial: "Instituyó a los Doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Éstos son los Doce que instituyó..." (Mc 3, 14). El verbo "instituir" apunta a un acontecimiento único, que tuvo lugar en un momento concreto. Jesús no se limita a hacer de sus discípulos sus testigos, sino que "instituyó" a Doce de ellos para que hicieran las mismas cosas que hacía él. El sentido de esa acción quedó profundamente grabada en la mente de los creyentes, que se dieron cuenta de que era una acción profética (un ôt).

Israel vivió como un solo Reino sólo en tiempos de David y Salomón. A la muerte de éste se dividió en dos reinos: Judá en el Sur (2 tribus y media) e Israel en el Norte (9 tribus y media), que nunca más volverán a unirse. Con el tiempo, desaparecerá el reino del Norte (cae definitivamente el 722 a. C.) y sus habitantes se mezclarán en el destierro con otros pueblos, por lo que sólo pervivirán las tribus del reino del Sur (Judá, Benjamín y Leví). Se esperaba que en los tiempos escatológicos de la salvación se restablecerían las doce tribus y vivirían finalmente unidas (Ez 33-48).

Los Doce expresan de manera visible lo que Jesús realiza: la reunión de Israel para formar la comunidad escatológica de la salvación. Se realiza anticipadamente lo que se anuncia para el futuro. Aquí se comprende el primer envío del Señor: "No toméis el camino de los gentiles, ni entréis en ciudades de samaritanos; dirigíos a las ovejas perdidas de Israel" (Mt 10, 5ss). Las ovejas perdidas son imagen del pueblo, rebaño roto y extraviado (Ez 34). La reunión de las ovejas de Israel, maltratadas por pastores inicuos, se está realizando tal como anunció Ezequiel.

Jesús elige a los Doce a conciencia, y antes de hacerlo pasa toda la noche en oración (Lc 6, 12-13). Provienen de distintos lugares y ambientes. Entre ellos se encuentran incluso un publicano y un zelota, las dos fuerzas más antagónicas del momento, para que resultara evidente la congregación de todos los israelitas en un único rebaño.

2. 3. Los enfermos del pueblo de Dios. Jesús curó enfermos en numerosas y variadas situaciones. Esto se lo reconocen hasta sus enemigos (Mt 12, 24) y el mismo Herodes (Lc 23, 8). Precisamente sus curaciones le hicieron rápida y extraordinariamente famoso en todo el país. Estas "obras" son señales de la proximidad del Reino: Cuando la higuera echa yemas, se sabe que el verano está cerca. Cuando se ven los portentos de Jesús hay que reconocer que el Reino está cerca (Lc 21, 29ss). Así hay que interpretar también su victoria sobre el Mal: el Reino de Dios ha llegado (Lc 11, 20).

Los profetas habían anunciado la restauración escatológica del Pueblo de Dios, en la que desaparecerían las enfermedades, el sufrimiento y la muerte: "Se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán, entonces saltará el cojo como ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo" (Is 35, 5s). Textos retomados por Jesús mismo para explicar su misión: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia" (Lc 7, 22). En el restaurado Pueblo de la Alianza, nadie puede quedar fuera de la salvación: ni los pecadores, ni los enfermos (ambos marginados, porque los dos conceptos iban unidos).

2. 4. Las súplicas de reunión del Padre Nuestro. Las tres primeras peticiones del Padre nuestro están en singular y piden cosas buenas: Santificado sea tu Nombre, Venga tu reino, Hágase tu Voluntad. Son tres frases muy breves (en griego, 4 palabras; en arameo, 2), con el verbo al inicio y que terminan con el sufijo posesivo "tuyo". La forma verbal es una circunlocución que la piedad judía utiliza para poner a Dios como sujeto sin nombrarlo: se está pidiendo que Dios haga algo: que santifique su Nombre, que haga llegar su reino, que cumpla su Voluntad. Las tres están íntimamente ligadas. Para entender cómo Dios santifica su Nombre hemos de leer Ezequiel 36: el Nombre de Dios ha sido profanado por los gentiles, que se ríen de Él y de su pueblo, vencido y humillado, en el Destierro. Dios anuncia la santificación de su Nombre reunificando a su pueblo (Ez 36, 22-24), siendo él mismo su Pastor y su Rey, dándoles un corazón nuevo para que cumplan su voluntad. La llegada del Reino se refiere a lo mismo: los profetas habían anunciado una definitiva reunificación del pueblo, que seguiría a Dios mismo como Pastor y como Rey. Con distintas palabras, la tercera petición pide lo mismo: la Voluntad de Dios, expresada a través de sus mensajeros es la salvación del pueblo, su perdón, la nueva alianza, la reunificación final.

Dios reúne y recrea a su Pueblo, congregándolo de entre todas las naciones, estableciendo su Reino y realizando su voluntad salvadora, precisamente en Jesús de Nazaret, en su predicación y en su ministerio de sanación y victoria sobre el mal.

 

3. JESÚS Y SUS DISCÍPULOS

3. 1. ¿Quiénes son los discípulos de Jesús?

Entre los Discípulos de Jesús podemos distinguir tres grupos:

Los que aceptan el mensaje de Jesús, pero permanecen en sus aldeas y ocupaciones, esperando el establecimiento del Reino de Dios. Están esparcidos por todo el país; especialmente en Galilea, pero también en Judea y en la Decápolis. Incluso en su predicación fuera de Israel encontrará Pablo simpatizantes de la predicación del Señor. Podemos recordar al endemoniado de Gerasa (Mc 5, 18-19); a José de Arimatea, personaje destacado que "esperaba el Reino de Dios" y veneraba a Jesús, hasta el punto de arriesgarse a pedir su cuerpo tras su muerte (Mc 15, 43); a Zaqueo, que dio sus bienes a los pobres y a cuya casa llevó Jesús la salvación (Lc 19, 8), a Lázaro, Marta y María, amigos de Jesús y de sus discípulos, en cuya casa se alojan cuando van a Jerusalén (Jn 11, 1ss).

Los que siguen a Jesús, dejándolo todo. En el Evangelio se los llama "mathetes", que significa "alumnos". Entre ellos y Jesús se establece la misma relación que entre los rabinos y los suyos. Los discípulos de los rabinos también "seguían" a sus maestros a una distancia respetuosa y convivían con él durante los años que duraba su enseñanza. Este grupo es conocido e identificado por todos. Cuando arrancan espigas en un sábado, se llama la atención a Jesús (Mc 2, 24), ya que el maestro es responsable de sus alumnos. Sin embargo, no son los alumnos lo que eligen a Jesús, sino al revés (Lc 9, 59). Además, no acuden a Jesús para que les enseñe la Torá, sino porque han oído su predicación sobre la llegada del Reino. Jesús les llama con una radicalidad tal que tienen que dejar incluso sus familias y ocupaciones (Mc 1, 16-20). Llega a pedir una opción clara y decidida (Mt 10, 37 pide "odiar" a los propios parientes (esta expresión, con propiedad significa "posponer", en el sentido de que hay que "preferir" a Jesús antes que a la familia carnal). Están llamados a compartir su doctrina, sus esperanzas y su vida, llegando hasta la muerte si fuera necesario (Mt 10, 38). Conocemos el nombre de Cleofás (Lc 24, 18), José Barsaba y Matías (Hch 1, 23), María Magdalena, Juana, la mujer de Cusa, Susana, María, la madre de Santiago el Menor y Salomé (Lc 8, 1-3; Mc 15, 40s), entre otros.

Los Doce, "instituidos" con una misión peculiar (Mc 3, 14), como signo profético de la reunión de las 12 tribus de Israel y de la llegada de los tiempos mesiánicos. Por la importancia de su misión en los principios conservamos los nombres de todos ellos, transmitidos en varias listas. La diferencia entre estos "Doce" y el resto de los y las que seguían a Jesús, viviendo y colaborando con él no quedan muy claras, hasta el punto de que pronto desaparecerá el grupo de los "Doce" en cuanto tal y otros discípulos y discípulas cercanos también serán llamados "apóstoles".

¿Por qué elige Jesús este grupo de seguidores algo más numeroso, si este seguimiento radical no es para todos (Mc 5, 19) y ya tiene el grupo simbólico de los Doce? Lc 10, 2 y Mt 9, 37 nos dan una respuesta: "la mies es mucha y los obreros pocos...". La cosecha de la mies significa en Israel, desde la predicación profética primitiva, el tiempo final y definitivo: Israel será reunido y se realizará el juicio a los pueblos. El tiempo es apremiante y se necesitan colaboradores, como en los días de la cosecha.

El grupo de los discípulos se convierte en anunciador del Reino, en testigo del mensaje y de la obra de Jesucristo y en anticipo y promesa de la salvación futura: en ellos se da ya la dedicación completa al Reino de Dios, la conversión a un nuevo orden de valores y la reunión en una comunidad de hermanos y hermanas. Prefiguran el pueblo escatológico, son signo profético de su llegada.

3. 2. El Sermón de la Montaña. Jesús predica a sus discípulos y al pueblo. No son enseñanzas distintas, aunque a los primeros les insiste más y les especifica las cosas para que puedan continuar su obra. Los evangelistas lo presentan así: "Recorría Jesús toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando toda enfermedad... Viendo a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Sus discípulos se le acercaron y, tomando la palabra les enseñaba, diciendo..." (Mt 4, 23 – 5, 2 y Lc 6, 17-20). En ambos casos se hace referencia a personas de todo Israel que acuden a Jesús y que se benefician de su doble actividad: sanaciones y predicación. En ambos casos, también, se hace referencia particular a los discípulos más cercanos, que escuchan con atención en un lugar cercano. Ellos son los primeros que tienen que escuchar y hacer lo que dice Jesús, porque han de ser el espejo donde se miren los demás. La enseñanza de Jesús se dirige, pues, en primer lugar a sus seguidores, a sus discípulos, que son ya un anticipo de la comunidad futura, de la llegada del Reino. Pero se dirige, al mismo tiempo, a todo Israel, disperso en distintos lugares y reunido por Cristo.

3. 3. La nueva familia. Jesús impuso exigencias radicales al grupo de discípulos que le seguía: Debían abandonar su profesión, su familia y sus posesiones. Incluso los discípulos-simpatizantes que se quedaban en sus casas debían anteponer la causa del Reino a los demás afectos y ocupaciones: "Quien no renuncie a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 33); "No os preocupéis por lo que vais a comer... Trabajad por el Reino y lo demás se os dará por añadidura" (Lc 12, 22-32). Hay que estar dispuestos a dejar familia y posesiones por Jesús y su causa: "Todo el que deje casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos y campos por mí y por el Evangelio, recibirá cien veces más en esta vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, además de persecuciones, y también la vida eterna" (Mc 20, 29s). Hermanos y hermanas hacen referencia al parentesco según la carne, al clan del que se recibe protección e incluso la identidad. Padre y madre representan el sagrado orden patriarcal, con todas sus consecuencias. Hijos e hijas son la suprema alegría para los orientales: representan la bendición de Dios y el seguro de ancianidad. La hacienda es la participación en el reparto de la Tierra, la vinculación a Israel y a las promesas mesiánicas. Jesús relativiza todo esto, porque para él sólo es verdaderamente importante el Reino de Dios. No desprecia las otras cosas; pero nos hace comprender que no son absolutas, que sólo la causa del Reino puede darnos la felicidad última y la salvación. Entre lo que se recupera "en esta vida" no aparecen los padres, ni permitirá dar este título a nadie, porque en la familia que él funda "sólo Dios es vuestro Padre" (Mt 23, 8-12). A su misma madre y parientes les hace comprender que pertenece a una familia con vínculos más fuertes que los de la carne y la sangre (Mc 3, 33-35): la comunidad mesiánica.

 

4. LA PRIMITIVA COMUNIDAD

4. 1. Los orígenes de la Iglesia. Las noticias sobre la actividad de Jesús y los primeros pasos de la Iglesia después de su resurrección las encontramos en los escritos del Nuevo Testamento, compuesto por distintos autores que tratan de animar la fe de las comunidades cristianas. En los Hechos de los Apóstoles, S. Lucas nos describe cómo se difunde la predicación cristiana desde Jerusalén hasta Roma. En su relato son protagonistas S. Pedro (en la primera parte, capítulos 1-12) y S. Pablo (en la segunda parte, capítulos 13-28). En los demás escritos, especialmente en las cartas de S. Pablo, también encontramos datos preciosos sobre la extensión del cristianismo y la organización interna de las comunidades.

Jesús predicó la llegada del Reinado de Dios, la manifestación de su misericordia y de su salvación. Reunió en torno a sí un grupo de creyentes a los que encargó continuar con su obra, prometiéndoles su asistencia personal. Algo tuvo que suceder para que la causa de Jesús no terminase en el Calvario aquel 7 de Abril del año 30. Sus seguidores, defraudados y llenos de miedo, se dispersaron por miedo a terminar como él. Algunos se quedaron escondidos en Jerusalén y otros volvieron a sus casas y ocupaciones anteriores. Jesús resucitado se aparece en primer lugar a las mujeres, que se atreven a volver al sepulcro donde lo colocaron, a pesar del peligro que esto suponía. En Galilea se aparece a los discípulos galileos, que habían vuelto a su antigua tarea de pescadores, a otros se les aparece cuando van de camino a sus casas (discípulos de Emaús). Unos y otros vuelven a Jerusalén y allí tienen sus experiencias principales: El Señor mismo les congrega y les une en comunidad, les educa y les promete el don del Espíritu. La dispersión dura poco. En primer lugar, se restablece el grupo de los Doce con una nueva elección, para sustituir a Judas Iscariote, que se había suicidado (Hch 1, 15-26). Así se renueva el signo profético que hace referencia a la reunión de las doce tribus en los tiempos definitivos y se prosigue la convocatoria escatológica de Israel iniciada por el Maestro. En segundo lugar el grupo de los apóstoles, renovado y fortalecido vuelve a aparecer en público con una actitud totalmente distinta. La experiencia pascual les transformó de tal manera que no parecían los mismos. En un primer momento, sus contemporáneos pensaban que estaban borrachos. Ellos afirmaban que estaban llenos del Espíritu de Jesús. A partir de entonces, los creyentes empezaron a pregonar: "Entérese bien toda la casa de Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús al que vosotros crucificasteis" (Hch 2, 36). A esta predicación la llamará S. Pablo "Kerigma", palabra griega que designa el contenido de un bando que se pregona para que todo el mundo se entere. También se le dará el nombre de "Evangelio", palabra griega que significa buena noticia.

La actividad de Jesús empezó en Galilea, pero la vida de la Iglesia empieza en Jerusalén. Los profetas habían anunciado que allí se manifestaría el Reino de Dios y allí se pondrían en marcha los acontecimientos finales (escatológicos). Los discípulos creen que con Jesús ha llegado el Reino y que su Parusía (su vuelta, lleno de poder y gloria parta realizar el Juicio Final) se realizará pronto. Por eso, su predicación inicial se centra en la conversión del pueblo de Israel (Hch 2, 14-40; 3, 12-26; 4, 8-12; 5, 29-32), aunque pronto se abrirá, también a los otros pueblos. Para ellos, ya no es suficiente proclamar la cercanía del Reino de Dios, como hacía Jesús, sino que se anuncia que este Reino ha llegado en la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús, que se ha convertido en fuente de salvación para todos. Por eso el Bautismo no es sólo una invitación a la conversión, como en Juan, sino que, al hacerse "en el nombre de Jesús" (Hch 2, 38), se convierte en una elección por él, en una adhesión a su persona (S. Pablo lo explicará más tarde como un injertarse en Cristo).

En torno a la predicación de los Apóstoles se fue formando una comunidad a la que los judíos llamaron "secta de los nazarenos" y que externamente era un grupo más, aunque con características propias, dentro de la pluralidad del judaísmo de aquel tiempo. La mayor parte de los primeros cristianos era de Palestina. Hablaban arameo, su mentalidad era semita, leían el Antiguo Testamento en hebreo y se sentían muy arraigados a las tradiciones judías: Ley de Moisés, circuncisión, participación en el culto de la Sinagoga y del Templo, etc. Pero había también un grupo importante de fieles que habían venido de las comunidades judías en la diáspora (extendidas por el extranjero). Hablaban griego, su mentalidad era helenista, leían el Antiguo Testamento en griego y no estaban tan apegados a la Ley mosaica.

La unión entre estos dos grupos de personas no presentó problemas en un principio. En las reuniones, que se celebraban en las casas, se escuchaba la enseñanza de los apóstoles, se celebraba la "fracción del pan" y se compartían los bienes. Pedro ocupaba un lugar preferente, junto a Santiago y a Juan, a los que se llama "columnas de la Iglesia". Pronto surgió el primer conflicto. En todas las sinagogas había una caja común, en la que se depositaban las limosnas para dar de comer a los pobres de la comunidad (viudas, huérfanos y enfermos). Los cristianos montaron también un "servicio a la mesa". Por causas que desconocemos, los helenistas (los que venían del extranjero) se quejan de que los judeocristianos (los naturales de Palestina) no atendían bien a sus viudas. Para solucionar el problema, los Doce deciden nombrar a siete Diáconos (todos con nombres griegos) para que se encarguen del servicio de la mesa y ayuden en su predicación a los Apóstoles (Hch 6, 1-6). Esta separación entre los dos grupos se irá agudizando y creará fuertes tensiones en la convivencia.

4. 2. Primeras persecuciones. Los judíos observantes estaban contentos con los judeocristianos (varias veces se repite en los Hechos), aunque parece que no tenían a los helenistas por buenos judíos (ya que no consideraban obligatoria la circuncisión ni otras prácticas rituales, porque pensaban que habían quedado superadas por el modo de obrar de Jesucristo). Así que empezaron a expulsar de sus Sinagogas a los que confesaban que Jesús era el Mesías. Incluso empezaron las detenciones de las cabezas visibles de la "secta de los nazarenos". Gracias a la intercesión de Gamaliel, los detenidos fueron puestos en libertad después de ser azotados y prohibirles enseñar en el nombre de Jesús (Hch 5, 17ss).

El año 34, Esteban, uno de los siete Diáconos, fue apedreado porque predicaba que la Ley de Moisés había sido abrogada por Jesucristo (Hch 6, 8ss). Saulo de Tarso fue testigo de esa muerte y se convirtió en uno de los más fanáticos perseguidores de los "nazarenos" helenistas. Ninguno de los Doce fue molestado en esta ocasión, pero los helenistas abandonaron la ciudad (Hch 8, 1). En su huida extendieron el Evangelio anunciando la Buena Noticia no sólo a los judíos, sino también a los paganos. La conversión de paganos fue numerosa en Antioquía de Siria, donde empezaron a llamar "cristianos" a los seguidores de Jesús (Hch 11, 19ss).

El año 43, Herodes Agripa, para congraciarse con los judíos, dio muerte a Santiago, el hermano de Juan, y metió en la cárcel a Pedro, que logró huir (Hch 12, 1ss). Así quedó al frente de la Comunidad judeocristiana de Jerusalén el otro Santiago, "el pariente del Señor", que fue lapidado el año 62. En los años siguientes, los judíos de religión judía iniciaron una lucha contra los romanos, en la que no participaron los judíos de religión cristiana, por lo que fueron perseguidos por sus hermanos de raza y tuvieron que huir de Jerusalén. El año 70 terminaron las guerras judías, con la victoria de Roma, que dispersó a los vencidos. Los cristianos pudieron volver a la Ciudad Santa y llegaron a construir lugares de encuentro en el Santo Sepulcro y en otros sitios. (El año 135 terminó la segunda guerra judía y Adriano arrasó Jerusalén, fundando encima la Aelia Capitolina). Mientras tanto, también los romanos se dedicaron a perseguir a los cristianos en distintos lugares del imperio.

4. 3. Implantación fuera de Palestina. Pablo de Tarso se convirtió a la Religión que antes perseguía (Hch 9, 1ss) y llegó a ser el principal protagonista de su difusión entre los no judíos. En compañía de Bernabé y Juan Marcos realizó varios viajes predicando y fundando nuevas comunidades. Pablo se esforzó por inculturar el cristianismo en el mundo grecorromano. Hombre de principios teóricos renovadores y de normas prácticas acordes con el sistema social vigente, fundó Iglesias en las ciudades más importantes y desde ellas se fueron evangelizando las respectivas regiones. Su objetivo final era Roma. El cristianismo, que había empezado como un discreto movimiento rural, en una Provincia perdida del Imperio Romano se hizo urbano y fue extendiéndose en todas las capas de la sociedad.

El problema de las relaciones con el judaísmo, de donde se procedía, seguían sin solucionarse de forma clara. Pedro bautizó a un centurión romano (Hch 10, 24ss), lo que causó un gran disgusto entre los judeocristianos que opinaban, contra los helenistas, que era esencial pertenecer a Israel y cumplir las leyes mosaicas para salvarse. Desde Jerusalén, algunos hermanos intentaban imponer la vieja mentalidad entre los cristianos evangelizados por Pablo (Hch 15, 1ss). En el año 49, reunidas en Jerusalén las personas más representativas de la Iglesia, acordaron enviar a los fieles de Antioquía una carta en los siguientes términos: "El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponeros más cargas de las necesarias. Por lo tanto, sólo os mandamos que no comáis carne inmolada a los ídolos, que os abstengáis de la sangre, de carne de animales estrangulados y de la fornicación" (Hch 15, 28s). Esto era un avance, pero no zanjó la cuestión. Un incidente posterior llevaría el tema hasta el final. Estando Pedro en Antioquía, se comportaba como gentil en cuanto a comidas y costumbres, pero al llegar a la Comunidad un grupo de judeocristianos, cambió de actitud, por miedo a ellos. Pablo se le enfrentó duramente (Gal 2, 14). A partir de entonces quedó establecido que ninguna norma judía era necesaria para ser cristiano. La solución del problema creó la conciencia clara de que el cristianismo no era una secta judía, sino una nueva realidad, con pretensiones de universalidad y con Jesucristo como único punto de referencia y única causa de salvación (descartando el origen, la herencia, las tradiciones, las leyes, etc.).

4. 4. La Iglesia se entiende a sí misma como el Pueblo de Dios. La difícil convivencia con los judíos hizo comprender a los primeros cristianos que ellos no eran grupo con características propias dentro de Israel, sino el verdadero Israel, en el que se han cumplido las promesas antiguas de Dios hechas a los padres por medio de los profetas. Por eso se aplican a sí mismos, desde los primeros tiempos, los siguientes títulos:

Ekklesía de Dios (1Cor 15, 9; Gal 1, 13). Ekklesía, en griego, es la reunión pública, la asamblea nacional de la comunidad política. En los Setenta es la traducción del Kahal hebreo (la asamblea del pueblo convocada por Dios. Ver Dt 23, 2-9).

A los creyentes los denominan "los Santos" (Hch 9, 13; Rom 15, 25). Éste era un término técnico para hablar del pueblo redimido, escatológico desde Daniel 7.

Cuando la comunidad primitiva se abre a la aceptación de paganos incircuncisos y se forma una Iglesia de judíos y gentiles, se conserva la conciencia de ser el pueblo de Dios, heredero de las promesas hechas a Israel. S. Pablo lo explicará detenidamente: Para salvarse hay que pertenecer al pueblo de Dios, ser descendiente de Abrahán, porque las promesas son para él y su descendencia. Pero uno no se convierte en descendiente de Abrahán sólo por el nacimiento, ni por la circuncisión o la observancia de la Ley. Él no fue justificado por estas cosas, sino por su fe. Por eso, para ser descendiente suyo, heredero con él, hay que creer como él. Los que creen en Cristo, en quien Dios cumple todas las promesas hechas a Abrahán y a sus descendientes, entra a formar parte del pueblo de la Alianza (Rom 4, Gal 3).

Por eso no hay distinción entre los cristianos provenientes del judaísmo o del paganismo, los privilegios de Israel alcanzan a todos cuantos creen en Cristo: Abrahán es su padre (Rom 4, 12); ellos son los herederos (Gal 3, 29), los hijos de la promesa (Gal 4, 28), los elegidos (Rom 8, 33), los llamados (Rom 1, 6), los amados (Rom 1, 7), los hijos de Dios (Rom 8, 16). Ellos viven la nueva Alianza de Dios en el Espíritu (2Cor 3, 6), aún más importante que la anterior, que era sólo prefiguración y promesa de ésta. Sus rostros reflejan la gloria del Señor, el esplendor radiante de su presencia. Santiago llega a saludar a los cristianos en su carta como las "doce tribus dispersas entre los pueblos" (St 1, 1).

Se cumple, así, lo que tantas veces han repetido los evangelios: los israelitas que no creen en Cristo ya no pueden ser considerados el pueblo de Dios ni los herederos de la promesa, porque la fe es más importante que el nacimiento según la carne: "Se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que dé frutos" (Mt 21, 43).

S. Pablo sufría al ver que sus hermanos de raza rechazaban a Cristo (Rom 9, 1-5), pero insiste en que no todos los que descienden de Israel son por eso miembros del pueblo de Dios, ya que "ser de la raza de Abrahán no le hace a uno miembro del pueblo de Dios, sino que son verdaderos descendientes de Abrahán aquellos en quienes se cumple la promesa..." (Rom 9, 6-13). La promesa se cumple en los que tienen fe en Cristo: "La Ley tiene su cumplimiento en Cristo, por el que Dios concede la salvación a todo el que cree... Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará" (Rom 10, 4-13). Ahora el pueblo de Dios está formado por un resto fiel del viejo Israel (Rom 11, 5) al que se unen todos los paganos que llegan a la fe (Rom 11, 11-20). Pero Dios, que es fiel a sus promesas, dará en su momento la salvación al viejo Israel, reincorporándolo en su pueblo santo, aunque el cómo y el cuándo sea un misterio que sólo Dios mismo conoce (Rom 11, 25-29).

De momento vemos como en este pueblo de Dios no hay diferencia por el origen: judíos y gentiles entran a formar parte de él por la fe, no por su nacimiento. Al principio tampoco hay diferencia entre los sexos: Jesús llamó a hombres y mujeres para que fueran sus discípulos (Mc 15, 40s; Lc 8, 1-3). En el nuevo orden del Reino de Dios, que se hace realidad en el pueblo de Dios que Jesús forma, no cabe la exclusión de nadie por sus orígenes: gentiles, mujeres, pobres, niños y fracasados pueden entrar a formar parte por la fe: "Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay entre vosotros judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, ya que todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán herederos según la promesa" (Gal 3, 26-29). Aquellos que creen en Cristo y se insertan en su Cuerpo mediante el Bautismo, pasan a ser en Jesucristo el Pueblo de Dios, en el que están eliminadas las contraposiciones vigentes en las demás sociedades (1Cor 12, 12s). Esto debe vivirse ya como anticipo y promesa de que establecerá para toda la humanidad en el tiempo futuro, que ya ha comenzado en la Iglesia.

4. 5. Problemas internos. En las nuevas Comunidades, surgidas en ambientes contrarios, se multiplicarán los problemas internos. En primer lugar están los problemas morales. Muchas veces, los convertidos estaban acostumbrados a la promiscuidad sexual, a la participación en los espectáculos públicos (peleas de gladiadores hasta la muerte, teatro inmoral...) y en los cultos paganos. S. Pablo llega a hablar de una situación de "contiendas, envidias, animosidades, ambiciones, discordias, detracciones, murmuraciones, engreimientos, alborotos... muchos han pecado y no han hecho penitencia por la impureza, fornicación y lascivia a que se entregaron" (2Cor 12, 20-21). También se dieron problemas pastorales debidos a la rápida difusión del cristianismo. Se establecían unas costumbres en la manera de celebrar la Cena del Señor o de organizar el gobierno interno y surgían nuevas situaciones que exigían nuevas respuestas. Tampoco era fácil regular las manifestaciones carismáticas que surgían en las comunidades. En 1Cor 12-14 se ve que san Pablo tuvo que intervenir poniendo orden "porque Dios no es un Dios de desorden, sino de paz" (1Cor 14, 33). A estos problemas se unen los doctrinales. Se transmitía el mensaje de Jesús a gente llena de supersticiones, con una comprensión pagana del mundo, a menudo analfabeta... que muchas veces interpretan las cosas a su manera. En el Nuevo Testamento tenemos varias polémicas contra interpretaciones erróneas del mensaje cristiano.

Las dificultades se vencen de variadas maneras: haciendo referencia a alguna palabra de Jesús (1Cor 7, 10-11) o a soluciones que antes han dado personas de autoridad (1Cor 9, 5-6) o apelando a la experiencia (Hch 15, 7-9), dialogando abundantemente (Hch 15, 5-7).

4. 6. Pedro y Pablo en Roma. Aunque no son los fundadores de la comunidad de Roma, ambos murieron allí en el año 64, durante la persecución de Nerón. Tenemos abundantes testimonios al respecto, incluidas referencias de historiadores de la época, como Tácito. S. Clemente Romano, en su carta a la comunidad de Corinto (escrito a finales del s. I, mientras aún se están redactando algunos textos del Nuevo Testamento) nos exhorta a imitar los ejemplos de los apóstoles Pedro y Pablo: "Miremos a los buenos Apóstoles: a Pedro que, por causa de un rigor injusto, hubo de soportar, no una ni dos, sino muchas penas, y después de dar así su testimonio (martirio), pasó a la gloria que le correspondía... A estos dos varones, que llevaron una vida santa, les fue agregada una muchedumbre de elegidos, que por la insidia padecieron toda clase de tormentos y pruebas y llegaron a ser entre nosotros un ejemplo glorioso".

Poco después, Ignacio, Obispo de Antioquía, escribe a los romanos: "Yo no os mando como Pedro y Pablo", pero os suplico que me permitáis morir por Cristo. El historiador Eusebio de Cesarea nos informa de cómo, hacia el año 200, Gayo afirmaba en polémica con los montanistas (herejes), a los que acusaba de ser una iglesia nueva, con doctrinas inventadas por ellos mismos, a diferencia de la romana, fundada sobre la doctrina de los Apóstoles: "Yo os puedo mostrar los trofeos (túmulos funerarios) de los Apóstoles Pedro y Pablo, pues si quieres acercarte al Vaticano o a la vía Ostiense, encontrarás allí los trofeos de quienes fundaron esta Comunidad". Las excavaciones realizadas en el subsuelo de la Basílica Vaticana han permitido encontrar el "trofeo" de que hablaba Gayo.

4. 7. La organización de las primeras Iglesias. Los diversos servicios, funciones y tareas se designan en la iglesia con el nombre genérico de ministerio (ministerium, servicio). Las primeras comunidades se sintieron libres para generar los ministerios que en cada caso juzgaron convenientes, dadas las necesidades que se iban presentando. Se adopta lo que se cree adecuado para servir en el aquí y ahora a la causa de Jesús, y de este modo es el Señor quien edifica su Iglesia. Él es en todo momento la razón de su existencia, su fundamento, su cabeza y su motor. Por tanto, no es el organigrama inicial lo que la Iglesia de todos los tiempos debe copiar, sino el espíritu primero que animó dicha organización y que la teología llama "apostolicidad". Es  imprescindible distinguir aquello que es inmutable, por ser esencial a la Iglesia, de las diversas formas históricas cambiables.

En Iglesias situadas en distintos medios culturales la organización no fue uniforme. En las primeras comunidades se da una importancia primordial a los miembros que poseen unas cualidades personales (carismas) que, puestas al servicio de la comunidad, son interpretadas por ésta como dones gratuitos de Dios a su iglesia. Apóstoles, profetas, doctores, evangelistas, sanadores, etc., conforman una Iglesia de condición carismática. Gran importancia tuvieron aquellos que, abandonándolo todo (casa, familia, propiedades y oficio), practicaron el estilo de vida del Señor como predicadores ambulantes. Las pequeñas dimensiones de las Comunidades permitían que cada miembro fuera valorado y pudiera desarrollar su función propia sin necesidad de una organización rígida.

Con la muerte de los apóstoles y el crecimiento numérico, se fue afirmando un proceso de institucionalización, en el que los que ejercen la presidencia desarrollan también funciones administrativas y se esfuerzan por conservar intacto el "depósito de la fe" (la tradición apostólica). Pronto se generalizará la diferencia entre el clero y el resto de los fieles. Obispos, presbíteros y diáconos reciben, mediante la imposición de las manos, el encargo de regir, enseñar y santificar. Las Iglesias se sienten unidas entre sí porque todas proceden del anuncio de los Apóstoles o de sus sucesores, que las siguen presidiendo en el amor.

En todas las comunidades vemos unas constantes, unas actitudes que se repiten. En primer lugar, se trata de comunidades que están sometidas a numerosas dificultades que provienen del ambiente exterior, dificultades que frecuentemente asumen el carácter de persecución violenta (cf. Hch 4, 1-3; 5,41; 8,4; 13, 50; 14, 2.5.19). Evidentemente, las condiciones del ambiente externo pueden cambiar rápidamente, se tienen períodos favorables, y la Iglesia aspira a vivir en una situación de paz y de tranquilidad: después de la persecución de Saulo, el Autor de los Hechos anota que "la Iglesia vivía en paz por toda la Judea, la Galilea y la Samaría; crecía y caminaba en el temor del Señor, animada por el Espíritu Santo". Las Iglesias por su parte trataban de vivir en armonía con su ambiente, con relaciones benévolas con todos (cf. Hch 2, 47; 5, 13; 1 Ts 5, 15; Rm 12, 17-18; 1 Pe 3, 9). Pero la fuerza de las circunstancias hace resaltar la diversidad de mentalidades entre la Iglesia y muchas de las fuerzas operantes en el mundo que le rodea. La especificidad de este aspecto constante no está en el simple hecho de que la Iglesia es perseguida o sufre dificultades, sino en el hecho de que estas dificultades son afrontadas con alegría y confianza (cf. Hch 5, 41; 13, 51.52). Aquí se manifiesta la vitalidad característica de las comunidades primitivas.

El segundo aspecto que parece característico de estas comunidades es su espíritu de oración. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran prácticamente en cada capítulo alguna expresión de la comunidad en oración (cf. Hch 1, 14; 2, 1; 3, 1; 4, 23-24; 6, 4; 7, 59 etc.). Las Iglesias están formadas por personas que saben que no viven de sus propias fuerzas, sino que esperan continuamente la fuerza de lo alto, que es la única que explica su vitalidad y su dinamismo.

Una tercera característica es la prontitud para la ayuda mutua dentro de las comunidades y hacia las comunidades hermanas. Esta característica constante se expresa de varios modos según las situaciones locales en los varios momentos de vida: en Jerusalén prevalece la insistencia sobre el hecho de poner en común los bienes (Hch 2, 44-45; 4, 32.34-35), pero aparece también una ayuda específica para las clases indigentes (cf. Hch 6, 1-5). En Antioquía vemos desarrollarse la iniciativa en favor de los pobres de otra comunidad (Hch 11, 29-30); en Corinto y en Tesalónica se practica una colecta para las Iglesias de Palestina. En las distintas comunidades Pablo trabaja para conseguir ayudas para los pobres (cf. Hch 20, 35).

La enseñanza de los Apóstoles es, con el culto y la oración, el hecho dominante de la vida eclesial en la edad apostólica. El centro de esta predicación es Cristo muerto y resucitado, en directa relación con las promesas y esperanzas del Antiguo Testamento. Ninguna de las tendencias de la Iglesia primitiva quiso ver en Jesús un comienzo absolutamente nuevo, sino el cumplimiento de las promesas de Dios. Se predica la salvación, entendida como don escatológico (para los tiempos finales), aunque ya inicialmente presente. Esta salvación aparece como don del Espíritu renovador, como liberación de las potencias que tienen sometida la conciencia del hombre y le impiden el ejercicio de su libertad para el bien. Es decir, se trata de una salvación del pecado y de sus consecuencias, por medio de una rehabilitación y renovación de la persona que se extiende a todas las relaciones sociales que componen la existencia humana.

Estrechamente unido con el aspecto anterior, es la importancia que se da en las comunidades primitivas a los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía. Es constante la referencia a una iniciación cristiana que entrega al hombre el goce de los bienes de la salvación y lo introduce en el grupo de los seguidores de Jesús.

Más que la repetición material de algunos gestos o palabras, estas constantes que se repiten en todas las Comunidades primitivas han de ser el continuo punto de referencia para todos los que queremos ser cristianos: alegría en medio de las dificultades, espíritu de oración, generosidad, perseverancia en la enseñanza de los Apóstoles y en el culto...