LOS EVANGELIOS CANÓNICOS

P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.

 

1. LA REDACCIÓN DE LOS EVANGELIOS.

2. EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS.

3. EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO.

4. EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS.

5. EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN.
 


 

1. LA REDACCIÓN DE LOS EVANGELIOS.

«Al tiempo del Nuevo Testamento muchos han intentado escribir evangelios, pero no todos han sido aceptados... Mateo, Marcos, Juan y Lucas no han intentado escribir, sino que, llenos del Espíritu Santo,, han escrito los evangelios... La Iglesia posee cuatro evangelios, los herejes un grandísimo número... Así, muchos han intentado escribir, pero sólo cuatro han recibido la aprobación, y es de éstos de los que debemos traer, para meterlo a la luz, lo que es necesario creer de la persona de nuestro Señor y Salvador» (Orígenes. In Lucam homilia I).

El proceso de redacción de los evangelios corre parejo al proceso de profundización en el misterio de Jesucristo. Durante su vida mortal, los discípulos se sintieron atraídos por él (incluso fascinados), hasta el punto de que fueron capaces de abandonar todo para seguirle. Nunca nadie había hablado como él ni había dicho cosas tan profundas. No es un Rabino más, ni un Profeta nuevo. Las cosas que él realiza sólo pueden hacerse con la fuerza de Dios. Tiene que ser su enviado final: el Mesías. Esto es lo que van descubriendo los discípulos, aunque no tenían claras las ideas sobre lo que debería hacer el Mesías, cómo tendría que actuar en la práctica: ¿restablecería -por fin- el reino de Israel?, ¿expulsaría del país a los romanos?, ¿reformaría las instituciones civiles y religiosas?

Jesús mismo se encargó de explicarles que ser Mesías significaba otra cosa, aunque no terminaban de comprender sus palabras y sus anuncios de la Pasión y del sufrimiento les resultaban incluso escandalosos. Cuando hace milagros pide que no se lo digan a nadie, cuando quieren nombrarle rey lo rechaza, cuando le reconocen como el Mesías pide que guarden silencio... Él es consciente de las esperanzas terrenas de sus contemporáneos y tiene que prepararles con paciencia y perseverancia para algo totalmente distinto. A pesar de todo, en el momento de la muerte del Señor, sus discípulos no pudieron entender el aparente fracaso de Jesús. Parecía como si Dios mismo le hubiera abandonado.

Con la muerte de Cristo todo se derrumba. Sus enemigos demuestran que no se puede ir contra el sistema y quedar impune. El rebelde que hizo algunos signos que confundieron al pueblo, que se mostró libre ante la Ley y las autoridades, que proclamó dichosos a los pobres y a los pecadores... acabó abandonado de sus seguidores y de su Dios. Su vida, su predicación y sus promesas no tuvieron sentido. Sus discípulos se asustaron tanto que huyeron despavoridos. Unos volvieron a Galilea, otros marcharon a Emaús, algunos se escondieron en Jerusalén. Todos querían olvidar y rehacer sus vidas.

Y, sin embargo, los mismos que se escondían atemorizados, salen de pronto a la luz para gritar su fe. Sufren con heroismo azotes, encarcelamientos, la misma muerte, por confesar a Jesús. Ellos anuncian lo que han experimentado: su encuentro con el crucificado que -paradógicamente- se les ha mostrado vivo. No es un sueño. No es un fantasma. Es el mismo Jesucristo. Igual que antes, pero más que antes. Una presencia que se impone llena de poderío. Ellos son los testigos.

Lo más impresionante de los relatos de la resurrección es que nunca son los discípulos quienes buscan a Jesús. Ellos están escondidos, o pescando, o de camino y es él quien les sale al encuentro. Ellos no le reconocen, porque estaban acostumbrados a una presencia concreta, material y la muerte de Jesús les había desconcertado. Lo importante es que Jesús mismo se hace presente en sus vidas, les habla, les explica las cosas con paciencia, les vuelve a reunir en Jerusalén y les envía al mundo entero con la fuerza de su Espíritu. Los que antes no entendían ahora empiezan a comprender, los que antes tenían miedo se hacen valientes, los que antes eran sólo seguidores se hacen ahora anunciadores de Jesús. A la luz de las Escrituras y con la ayuda de las palabras de Jesús y con la fuerza de su Espíritu consiguen interpretar la vida y la muerte de Jesús, no quedándose con las apariencias, sino profundizando en el significado más profundo: En Cristo el Padre estaba reconciliando al mundo. Eran nuestras culpas las que llevaba y sus heridas nos han curado.

Los discípulos no cuentan cómo sucedió. Ellos no estaban allí. Pero en medio del silencio de la noche, contra toda esperanza, como le gusta actuar a nuestro Dios, sin que nadie tenga la oportunidad de verlo o de decir cómo y cuándo, JESÚS RESUCITÓ «según las Escrituras». Esta última frase es esencial para entender el Gran Anuncio de la Resurrección, puesto que la misma palabra «resucitar» no significa más que levantarse o despertarse de un sueño. Jesús pues, se levantó, se despertó de entre los muertos según lo anunciado y prometido en las Escrituras, pero sobre todo, éstas son la única razón, el único motivo, la única «explicación» válida para la fe de la mayor intervención salvífica de Dios.

Si nosotros creemos, aceptamos esta Verdad para nuestra vida, lo hacemos «según las Escrituras», es decir, sin más prueba y apoyo que el propio anuncio de los Apóstoles. Creer, aceptar la Resurrección, es creer el Anuncio del Nuevo Testamento. Éste es el Evangelio, dice Pablo (1Cor 15, 1-2), la Salvación. Que Jesús resucitó no significa que un muerto se puso de pie, que volvió a esta vida, sino que es muchísimo más: es el principio de la Nueva Creación. Significa que el Padre da la razón a Jesús y transforma toda su humillación en exaltación.

Todo lo que ha dicho y hecho Jesús revela su verdadero sentido porque se manifiesta auténtico, verdadero en Él. Ha confiado en el Padre hasta la Muerte y éste le libra de la Muerte, haciendo mucho más que devolverle la vida perdida: le convierte en Primogénito, en Primer Nacido del Nuevo Mundo que Jesús ha anunciado, Juez de vivos y muertos, última referencia de todo lo que existe.

Y podemos tener la seguridad y la confianza de que todo lo sucedido con Él y para Él está destinado a suceder en nosotros, que Él es el primero a quien siguieron y siguen muchos hermanos, quienes mueren con Él para con Él vivir para siempre en el Reino de Dios. Los que ahora lo encuentran, comprenden los signos que realizó, comprenden sus palabras, comprenden su muerte. Incluso el descenso a los infiernos es interpretado de una manera nueva: descendió al lugar del desamparo activamente, liberando de su cautiverio a los que allí residían... Todo adquiere un significado nuevo, más profundo.

La Resurrección afectó a Jesús y afectó también a los discípulos, que se sintieron totalmente renovados. Además, estaban convencidos de que lo que a ellos les cambió y llenó de vida puede vivificar también a todos los que acojan a Jesús. Por eso se lanzaron por el mundo a dar testimonio de lo que habían visto y oído (1Jn 1, 1ss). La predicación de los discípulos es un testimonio de fe. No sólo recuerdan acontecimientos vividos con Jesús, sino que explican su significado más profundo, aquél que no se veía a primera vista y que ha quedado manifiesto después de la resurrección.

Los discípulos son, en primer lugar, predicadores, ministros de la Palabra. Sólo en un segundo momento se deciden a poner por escrito los contenidos de su predicación. Además, en tiempos de Jesús no existían grabadoras ni taquígrafos, por lo que escriben sus recuerdos sobre el Señor a la luz de lo que han entendido en la Pascua y ha significado en sus vidas, por lo que no les interesa tanto el orden material de los acontecimientos o la precisión geográfica o cronológica, cuanto la oportunidad de confirmar la fe de los creyentes (Jn 20, 30-31).

San Lucas, «ya que muchos se han propuesto componer un relato», decide escribir uno ordenado de «lo que aconteció entre nosotros, según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra» (Lc 1,1-2). Descubrimos aquí cuatro estadios:

A la base de todo está lo que ocurrió hace 2000 años ante unos testigos;

Sigue el ministerio de la Palabra que estos testigos desarrollaron posteriormente;

Algunos han escrito recopilaciones de dichos de Jesús, milagros, parábolas... Y

Finalmente, el Evangelista escribe un relato más completo y orgánico de lo que aconteció a partir de dicha predicación y de aquellas primeras recopilaciones. Por lo tanto, nos encontramos ante un fruto que brota del «ministerio de la Palabra» de los Apóstoles, un testimonio de la Buena Noticia que ellos anunciaban.

«No fue intención de los evangelistas transmitir una crónica pormenorizada que encuadrase los acontecimientos en coordenadas espacio-temporales. No es el sucederse de los hechos con un antes y un después preciso lo que los evangelistas nos transmitieron. Tampoco se propusieron dar como una representación fotográfica de la realidad o una reproducción material de las palabras. Esta no es la verdad de los hechos y las palabras que ellos relatan. Su verdad transciende la sucesión fría de los acontecimientos y el cuadro limitado de las coordenadas para internarse en el contenido teológico de los hechos, en el significado perenne de las acciones, en la dimensión de fe de las palabras. Esto admite una ordenación diversa de los relatos en cada evangelista y una formulación distinta en las expresiones, sin faltar a la verdad del contenido y del significado que encierran.»

José Caba (De los Evangelios al Jesús histórico, 79)

¿Cuál es el contenido de la Buena Noticia, del Evangelio de la Salvación que anunciaban los Apóstoles?

1- En principio, es el anuncio gozoso de la resurrección del Crucificado: Dios lo ha resucitado y lo ha nombrado Mesías, para que encuentren la salvación los que le invocan (Hch 2, 22-36, primer anuncio cristiano, el día de Pentecostés). Un Kerygma ya cristalizado en fórmulas de fe en el año 50 (1Cor 15, 1-8. No olvidemos que Pablo dice que ese es «el Evangelio» que anunció a la comunidad y que él mismo había recibido antes, por lo que la fórmula es anterior).

2- Cuando la sorpresa de la Resurrección se va asimilando, el anuncio se alarga a toda la vida pública de Jesús, desde su Bautismo en el Jordán, invitando a descubrir que «Dios estaba con él» desde el principio (Hch 10, 37-43, primera evangelización de un no-judío). San Marcos escribirá toda su obra bajo esta perspectiva: Desde el Bautismo a la Resurrección, el «poder» de Dios actuaba en Jesús, salvando a los hombres.

3- Si toda su vida fue una manifestación de la presencia de Dios entre los hombres y de la salvación de Dios, es porque Dios estaba con él desde el momento de su Concepción y de su Nacimiento. Como en los relatos del Antiguo Testamento, los orígenes son prefiguración y anuncio de lo que ha de venir después. San Mateo y San Lucas anteponen unos «Evangelios de la infancia» a sus narraciones, como pórtico y clave de comprensión de lo que viene después.

4- La comunidad cristiana sigue profundizando en el acontecimiento fundante de su fe: la persona de Jesús. Al principio se pensó que fue nombrado Mesías y que había recibido poderes divinos (como el Hijo del Hombre de Daniel) por su fidelidad hasta la muerte, en el momento de la Resurrección. Bajo la acción del Espíritu Santo se comprende que Jesucristo sólo recupera lo que ya poseía desde siempre, que la divinidad no es una cosa que se adquiere de la noche a la mañana, que Jesucristo es el Hijo que se hace hijo para ser nombrado Hijo de nuevo (no es un juego de palabras, cfr. Rom 1, 1-5 y varios de los cánticos que encontramos en las cartas de San Pablo).

5- De la certeza de la preexistencia del Hijo se pasa a la comprensión de su mediación en la Creación y en la Revelación: El lleva a plenitud, ofrece la salvación, a los que ya antes había creado y estaban, desde siempre, destinados a recibirla (Col 1, 15-20; Ef 1, 3-14; Hb 1,1-4). Este es «el plan secreto que Dios ha tenido escondido durante siglos y generaciones y que ahora ha manifestado a los que creen en él» (Col 1,26; 2,2). Porque él «estaba junto a Dios desde el principio, nos ha podido hacer su exégesis»; porque «todo fue creado por medio de él, todo se mantiene en él» y todo alcanza en él su realización (cfr. todo el prólogo de San Juan).

6- Conscientes de que todo camina hacia Cristo, se puede afirmar que «él es el alfa y la omega», «el que es y era y viene». Por eso la Biblia termina diciendo AMEN. MARANATHA (ambas palabras son confesión de fe y súplica al mismo tiempo: «Así es - así sea» y «el Señor viene - ven, Señor» ).

«Los evangelios se han compuesto desde fuentes anteriores. Utilizan tradiciones de la Iglesia; no cabe duda de nada de eso. Sin embargo, es necesario que contemos con un dato clave: sólo el redactor definitivo es quien valora e interpreta lo que dicen las fuentes anteriores a él. Ha utilizado tradiciones y , dándoles un sentido, a veces distinto del que tienen en sus fuentes, ha construido una obra literaria, un evangelio. Pero ¿por qué construye un evangelio? Porque cree que Jesús es importante, porque estima que las antiguas tradiciones que recuerdan su figura nos transmiten un mensaje salvador, porque ha sentido la urgencia de decir, de transmitir lo que ha sabido: el recuerdo de Jesús y su esperanza, la vida de la iglesia con su don y su exigencia... Cada uno de los cuatro evangelistas nos da una visión completa de toda la realidad cristiana, aunque cada autor lo haga desde su propio ángulo y problemática» (Javier Pikaza - Francisco de la Calle. Teología de los evangelios de Jesús, 12).

 

2. EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS.

Los primeros discípulos de Jesús se sintieron atraídos por su peculiar manera de ser y actuar, por eso le siguieron, dejándolo todo. Viviendo con él fueron descubriendo que no era un Rabino más, ni un Profeta como los antiguos, sino alguien mucho más grande: El Mesías esperado. Pero sólo después de su muerte y resurrección y con la luz del Espíritu Santo pudieron profundizar en su identidad más profunda, en su secreto último. Descubrieron que él era el Hijo de Dios, enviado por el Padre para salvar a los hombres. Y esto es lo que anunciaron con su predicación por todas las regiones del mundo conocido. «Muchas veces y de muchas maneras habló Dios a nuestros antepasados por medio de los profetas. En estos días últimos nos ha hablado por medio de su Hijo» (Heb 1, 1). Los primeros cristianos eran muy conscientes de que Jesucristo es la Palabra definitiva que Dios dirige a los hombres. En sus palabras y en sus obras Dios nos ha comunicado todo lo que tenía que decirnos.

Cuando los discípulos se deciden a escribir unos tratados sobre Jesús (los que después se llamarán «evangelios») ya llevaban varios años predicando la salvación en su Nombre. Pondrán por escrito el contenido de dicha predicación: que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios y que en él está la salvación y la vida para todos los que crean. No nos cuentan sin más la historia de Jesús, sino el significado de esa historia. Para ellos es importante recordar que Jesús eligió discípulos, predicó, hizo milagros, murió y resucitó, pero aún es más importante descubrir lo que significaban esos acontecimientos. Por eso, ya desde el principio renuncian a contar todo o a guardar un estricto orden cronológico o geográfico. No les importa cambiar acontecimientos de sitio o de tiempo, subrayar algunos y omitir otros. Cada uno recoge aquellos que le parecen más importantes para transmitir la fe a sus destinatarios concretos.

Marcos es el primero que escribe un «evangelio», en los años 60 de nuestra era. Ya por entonces algunos creyentes habían recogido escritos parciales con dichos de Jesús, o con parábolas suyas, o sobre sus milagros, o sobre los acontecimientos de la última semana de su vida en Jerusalén. De algunas de estas colecciones harán uso tanto Marcos como los otros evangelistas.

Marcos no fue directamente discípulo de Jesús, porque era un niño cuando él murió, pero seguramente le conoció, porque la comunidad primitiva se reunía en Jerusalén en casa de María, su madre (Hch 12, 12). Parece ser que fue testigo del prendimiento de Jesús en el huerto de los olivos (Mc 14, 51-52). Era primo de Bernabé (Col 4, 10), levita procedente de Chipre al que encontramos entre los primeros discípulos (Hch 4, 36). Este Bernabé fue un gran apóstol que incluso reclutó a Pablo para el ministerio (Hch 11, 25). Pronto asoció a Juan Marcos a los viajes apostólicos en compañía de Pablo (Hch 12, 24). En cierto momento, sin que sepamos las causas, Marcos regresa a Jerusalén (Hch 13, 13). Cuando Pablo y Bernabé vuelvan a Jerusalén para presentar a los apóstoles sus trabajos, Bernabé quiere recuperar a Marcos, pero Pablo se opone, por lo que se pelean entre ellos y Bernabé y Marcos se van por un lado y Pablo con Silas se van por otro (Hch 15, 37ss). De todas formas, con el tiempo se reconciliaron y volvemos a encontrar a Marcos entre los colaboradores de Pablo, que incluso lo manda llamar desde la cárcel (2Tim 4, 10, Col 4, 10, Fil 24).

Su relación con Pedro fue tan estrecha, que le llega a llamar «mi hijo» (1 Pe 5, 13). La tradición ha reconocido unánimemente a Marcos como el que recogió la predicación de Pedro. De hecho, es uno de los evangelistas que más hablan de él (25 veces cita su nombre), sin idealizarlo nunca, contando todas sus debilidades. En su forma de exponer las cosas encontramos muchos paralelismos con los discursos de Pedro que recogen los Hechos 1, 21ss y 10, 27ss.

Varios testimonios antiguos nos dicen que se escribió en Roma, lo que se confirma por varios indicios textuales. Por ejemplo, casi no recoge citas del Antiguo Testamento ni habla sobre la ley de Moisés ni sobre la misión de Jesús en relación con Israel. Además, utiliza numerosos latinismos y traduce muchas palabras y expresiones semíticas: «los llamó Boanerges, que significa hijos del trueno» (3, 17). «Le dijo: Talitha Kum, que significa: Niña, a ti te hablo, levántate» (5, 41). «Le dijo: Effeta, que significa: Ábrete» (7, 34)... En cierto momento nos dice que «una viuda pobre echó en el arca del templo dos leptas, que valen lo mismo que un cuadrante» (12, 42). El cuadrante era una moneda que sólo se usaba en Roma. Igualmente, hablando del matrimonio y del divorcio, dice: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera y si ella se divorcia de su marido, comete adulterio también» (10, 11-12). Los demás evangelistas también citan la primera parte, pero la segunda es exclusiva de Marcos. Y se comprende que Jesús y los otros evangelios hablen sólo de los maridos que se divorcian de las mujeres, porque sólo a ellos les estaba permitido; pero entre los romanos, también las mujeres podían separarse, por lo que se explica el añadido en un evangelio escrito para ellos.

Marcos escribe con un estilo vivo, usando normalmente el presente, narrando los viajes y las actividades de Jesús con soltura, deteniéndose en los detalles concretos, que hacen más atrayente el relato. Continuamente dice «luego», «después», «de repente» y expresiones similares que dan unidad a su relato, que se puede leer todo seguido, de una sentada. Sin embargo no se detiene en discursos, que son siempre muy breves (excepto el escatológico, que parece haberlo copiado entero de una fuente anterior).

Podemos dividir el evangelio de Marcos en dos partes bien diferenciadas, igual de largas entre sí, acompañadas por una introducción y un apéndice canónico y unidas entre sí por una escena central. Quedando así el esquema:

Introducción (1, 1-13). Título de la obra, Bautismo y tentaciones de Jesús.

Primera parte (1, 14 – 8, 26). Narra la actividad de Jesús en Galilea como predicador itinerante de la Buena Noticia: «Ha llegado el Reino de Dios». Presenta a Jesús como un Profeta poderoso, que enseña con autoridad, que hace signos portentosos y que expulsa demonios.

Mc 8, 27, 30 es la escena central, que une las dos partes. En ella se plantea la pregunta de la identidad de Jesús. Quién dice la gente que es él y quién es él para los discípulos. Primera respuesta: Es el Mesías.

Segunda parte (8, 30 – 16, 8). Narra el camino de Jesús hacia Jerusalén, sus enseñanzas sobre el servicio y la entrega y lo que le sucede por el camino y una vez allí. Precisamente en el camino de la cruz y en la muerte de Jesús se descubre su identidad más profunda. Respuesta definitiva: Es el Hijo de Dios.

Apéndice canónico (16, 9-20). Resumen de las apariciones de Jesús resucitado.

 

3. EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO.

«El Evangelio de S. Mateo puede llamarse «Evangelio del catequista» y «Evangelio eclesial». La denominación de «Evangelio del catequista» me parece apropiada, porque, comparándolo con los otros Evangelios, se ve cómo él se sitúa muy bien en el segundo grado de la iniciación cristiana. Primero viene Marcos, como Evangelio del catecúmeno. Después del Bautismo, el Evangelio de Mateo sirve para enseñar cómo se vive en la Iglesia. En él encontramos gran cantidad de material que le puede servir al catequista para cualquier instrucción, cosas antiguas y nuevas, para formar al neo-bautizado en todos los aspectos de la vida eclesial. Después sigue Lucas, como Evangelio de la reflexión teológica respecto de la relación Iglesia-mundo e historia de la salvación-historia profana. Finalmente, el Evangelio de Juan nos presenta la simplificación contemplativa propia del «presbítero» o del cristiano iluminado, llegado ya al término de la iniciación y entrado en la «gnosis».

Mateo presenta un material amplio y ordenado para la instrucción regular de quien ya ha recorrido la etapa catecumenal y quiere vivir el Bautismo en la Iglesia. Para este cristiano, recoge una serie ordenada de palabras y de hechos que iluminan concretamente el camino del cristiano en comunidad. Por eso Mateo es el Evangelio más rico, es decir, el que tiene más material y el que ha sido más utilizado por la Iglesia antigua, porque es como un gran catecismo del Reino» (Cardenal Carlos María Martini).

Marcos escribió su Evangelio en los años 60, en Roma, donde la mayoría de los cristianos provenían del paganismo, aunque también había algunos provenientes del judaísmo. En sus 16 capítulos, tal como había hecho Pedro, nos habla de «Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Nos presenta a Jesús actuando con el poder de Dios en narraciones breves y sencillas, sin detenerse en sermones. Su única preocupación, tal como nos dice desde el mismo título, es que reflexionemos sobre la identidad de Jesús y que lleguemos a descubrir que «Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios» y que esto es una buena noticia. Pronto se multiplicaron las copias de este escrito por todas las comunidades cristianas

Mateo, llamado Leví en los relatos de la llamada de Mc y Lc, era hijo de Alfeo y aduanero en Cafarnaún. Fue llamado cuando se encontraba en el mostrador de los impuestos (curiosamente es el evangelista que más habla de dinero: 12 veces, distinguiendo distintos tipos de monedas y usando varias expresiones tomadas del mundo de las finanzas). Dada su ocupación, sabía escribir y debía dominar el griego y el latín, aparte del arameo.

La mayoría de los cristianos de Jerusalén tuvieron que abandonar la ciudad antes del año 70 porque los judíos de raza y religión habían protagonizado varias revueltas contra los romanos que los judíos de religión cristiana no habían querido secundar, lo que les causó diversas persecuciones por parte de sus hermanos de raza. Después de un levantamiento general de los judíos, Jerusalén fue totalmente destruida en el año 70. Los distintos grupos que convivían en el judaísmo fueron desapareciendo y sólo quedaron dos: los fariseos y los cristianos. Los fariseos se convirtieron en el grupo más influyente y en su concilio de Yamnia, expulsaron definitivamente a los cristianos del judaísmo, redactaron el canon de las Escrituras, prohibieron las traducciones griegas, etc. Muchos cristianos se habían sentido judíos hasta el momento. S. Pablo tuvo serios problemas con aquellos que pretendían que, para ser cristianos, había que ser previamente judíos. Las cosas habían quedado casi aclaradas en el concilio de Jerusalén del año 50, pero no para todos. En estos momentos, todos tienen que tomar conciencia de la originalidad del cristianismo y optar definitivamente entre cristianismo y judaísmo.

En este contexto, Mateo escribe su Evangelio en los años 70, posiblemente en Antioquía de Siria, para una comunidad donde los cristianos provenientes del judaísmo son muchos y algunos de ellos muy apegados a las tradiciones de sus mayores, aunque los cristianos provenientes del paganismo también son un grupo importante, por lo que surgían tensiones.

Presenta a Jesús como el Mesías, que cumple todas las Escrituras y promesas antiguas. Pero es mucho más que un profeta o un enviado: Es el nuevo Moisés (como él viene de Egipto, da la Ley en la montaña, hace 5 sermones frente a los 5 libros del Pentateuco, etc.), que lleva a plenitud todo lo anterior e instaura una nueva Ley, una nueva Alianza, un nuevo pueblo, de los que los anteriores eran sólo anuncio, prefiguración. El título que mejor describe a Jesús es el de «Hijo de Dios» (14, 33; 16, 16; 27, 54). La Iglesia es, además, no un grupo que se separa de Israel, sino el verdadero y único Israel, sobre el que se cumplen todas las promesas proféticas. Son los judíos que rechazan a Jesús los que voluntariamente se alejan del Pueblo de Dios.

El Evangelio está plagado de citas del Antiguo Testamento (130 explícitas. 11 veces escribe: «esto sucedió para que se cumpliera lo que dijo el profeta...»). El autor conoce perfectamente la geografía de Palestina, la situación política, social y religiosa de Israel en tiempos de Jesús, así como las costumbres de los judíos. En el texto se usan numerosas expresiones semitas, como «Reino de los Cielos» en lugar de «Reino de Dios», para evitar nombrarle, o se habla mucho de «cumplir la Ley» y de «la Ley y los Profetas». La forma de escribir es la típica de los semitas, con numerosas repeticiones, inclusiones (palabras, frases o ideas que se repiten al principio y al final de una narración), palabras-ágrafe (o palabras-gancho para unir entre sí textos cercanos), disposiciones concéntricas, agrupaciones numéricas (ya en la primera página presenta 3 grupos de 14 personas en la genealogía).

El Evangelio de Mateo contiene un prólogo: El Evangelio de la infancia (cap. 1-2) y dos secciones bien diferenciadas: La predicación de Jesús en Galilea, en la que anuncia la llegada del Reino y prepara la Iglesia (cap. 3-16) y el camino hacia Jerusalén, en el que Jesús forma con detenimiento a la comunidad de los discípulos (cap. 17-28). La primera parte está preparada por los episodios del Bautismo del Señor, las tentaciones, el anuncio de la llegada del Reino y la elección de los discípulos (cap. 3-4). La segunda parte está preparada por las escenas de la confesión de Pedro y la tentación de comprender mal el mesianismo de Jesús (cap. 16, 13 – 17, 27). Dentro de estos bloques descubrimos 5 colecciones de relatos precedidos por 5 grandes discursos: el de la montaña (cap. 5-7), el de la misión (cap. 10), el discurso en parábolas (cap. 13), el eclesial (cap. 18) y el escatológico (cap. 24-25).

Los últimos versículos (cap. 28, 16-20) son una válida clave de lectura de toda la obra: Jesús resucitado convoca a los discípulos, les revela su verdadera identidad y les envía a misionar, prometiéndoles su presencia junto a ellos hasta el fin de los tiempos.

 

4. EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS.

Lucas era gentil de nacimiento y médico de profesión (Col 4, 11-14). Parece ser que se integró pronto en la comunidad cristiana de Antioquía de Siria. De hecho, se unió a Pablo desde su segundo viaje apostólico en el año 51. Al narrar las aventuras de S. Pablo, lo hace en primera persona del plural: «Procuramos pasar rápidamente a Macedonia. Zarpamos de Tróade en dirección a Samotracia...» (Hch 16, 10ss). «Se adelantaron y nos esperaron en Tróade . Nosotros nos embarcamos en Filipos» (Hch 20, 5ss). «Cuando nos separamos de los hermanos, nos embarcamos y fuimos derechos a Cos...» (Hch 21, 1ss). «Cuando se decidió que nos embarcáramos para Italia...» (Hch 27, 1ss). S. Pablo nos recuerda que perseveró fielmente junto a él en la cárcel (2Tim 4, 11, Filemón 24, Col 4, 14).

El Evangelio y los Hechos forman dos partes de una única obra, en la que se narra la historia y el mensaje de Jesús. En la primera parte se nos cuenta la vida, muerte y resurrección del Señor, su anuncio de la Buena Noticia y sus obras poderosas. La segunda se centra en la presencia del Señor en su Iglesia, que continúa su obra. Ambas van precedidas de un breve prólogo, que explica la metodología seguida, el sentido del escrito y sus destinatarios, y se dedican a un tal Teófilo (algo muy común entre los griegos). Están escritas por un gentil y para gentiles, por lo que pasa por alto las cuestiones de la Ley y tradiciones judías y pone de relieve los encuentros de Jesús con paganos y la universalidad de su llamada. Como Pablo, Lucas llama normalmente a Jesús «Señor» (Kyrios) y «Salvador» (Soter), acentúa la universalidad del mensaje de la salvación y la igualdad de judíos y gentiles.

Pablo nos recuerda que Lucas y Marcos trabajaron juntos como colaboradores suyos. Ambos pudieron disponer de numeroso material de primera mano en sus encuentros con Pedro y los hermanos de Jerusalén y Antioquía, así como con los otros cristianos de la primera generación. En el esquema y en las narraciones de su evangelio, Lucas sigue a Marcos, aunque corrige sus semitismos y omite sus expresiones arameas. En los discursos sigue de cerca a Mateo (o a una fuente común), aunque omite todos los temas que sólo interesaban a los judíos. Además, cuenta con otras fuentes, de las que toma datos que sólo él desarrolla: La importancia de las mujeres en la vida de Jesús, el amor del Señor hacia los más necesitados: pobres, viudas, enfermos, pecadores, extranjeros, excluidos (se le ha llamado el evangelio de la misericordia), la importancia capital de la oración en la vida de Cristo, la alegría que produce el encuentro con Jesús y con la salvación que él nos trae, la obra del Espíritu Santo en los creyentes, etc. De todos los evangelistas es el que mejor escribe en griego y el único que se esfuerza por unir la historia de Jesús con la historia civil del momento (emperadores, gobernadores), aunque demuestra conocer mal la geografía palestina. Escribió su obra en los años 80, con un esquema muy claro:

- Prólogo: motivos para escribir, método, destinatarios, dedicatoria (1, 1-4)

- Presentación de Jesús: Infancia, nacimiento, actividad de Juan y de Jesús (1, 5 – 4, 13)

- Actividad de Jesús en Galilea: enseñanzas y milagros, seguimiento de los discípulos y rechazo de los maestros de la ley y fariseos (4, 14 – 9, 50)

- Viaje a Jerusalén, con una extensa catequesis sobre la vida cristiana (9, 51 – 19, 28)

- Actividad en Jerusalén, pasión, muerte y resurrección (19, 29 – 24, 49)

- Epílogo: nexo de unión con los Hechos (24, 50-53)

Como nos dice en el prólogo, él conocía los relatos anteriores y la predicación de los testigos oculares. Escribe un relato ordenado para confirmar y fortalecer la fe de los creyentes. Por lo tanto, en la escritura de los evangelios encontramos 3 etapas.

El testimonio oral (la predicación) de los contemporáneos de Jesús

Los escritos parciales (de los dichos de Jesús, de sus obras en un pueblo, de las parábolas, de su pasión, etc.)

El relato ordenado que hoy llamamos Evangelio

A pesar de su interés por el orden y por la historia, el sentido de su trabajo queda claro desde el principio: fortalecer la fe de los creyentes, por lo que subrayará aquellos aspectos que le parecen más importantes e ignorará los que no le parezcan comprensibles o útiles para sus destinatarios.

Lucas había sido testigo de los esfuerzos misioneros de Pablo y de los creyentes de la primera generación, del continuo rechazo y de las persecuciones por parte de los judíos y de la creciente aceptación de la Buena Nueva por parte de los paganos (como en su propio caso). El Evangelio comienza en Jerusalén, donde se encuentra el sacerdote Zacarías. En el relato se unen el Templo, el Sacerdocio, las promesas, la capital del Reino de David... Todas las instituciones del Antiguo Testamento. Contra lo que cabría esperar, Zacarías (el viejo Israel, que tiene todo de su parte), no cree. Desde allí nos desplazamos a la Galilea de los gentiles, a una mujer joven (que parece tenerlo todo en contra) que sí cree. El Evangelio termina en Jerusalén, donde Jesús ha sido rechazado por los judíos y donde Jesús ordena a sus discípulos que se extiendan por todo el mundo anunciando la Buena Noticia. Los Hechos de los Apóstoles comienzan en Jerusalén, donde los judíos persiguen a los creyentes, como antes persiguieron a Jesús y de donde parten los misioneros, portadores de la salvación hasta los confines de la tierra.

La genealogía de Jesús no se queda en Abrahán y los personajes de Israel, como en el caso de Mateo, sino que asciende hasta Adán, para indicar que Jesús es hermano de todos los hombres y trae a todos la salvación (3, 23ss). Los ángeles anuncian un salvador a los pastores y cantan la paz para todos los hombres, a los que Dios ama (2, 11ss). Simeón celebra a Jesús como luz de las naciones, presentado ante todos los pueblos (2, 31-32). Desde su primera predicación, Jesús anuncia que nadie es profeta en su tierra y que los paganos acogieron mejor a los profetas de Israel que los mismos judíos (4, 24ss). Por último, Cristo resucitado envía a los discípulos a predicar la salvación a todas las naciones (24, 47). Los Hechos nos irán contando cómo se realiza el deseo del Señor.

Juan Bautista anunciaba la conversión y bautizaba como preparación para poder recibir el perdón (1, 3). Jesús cura y perdona al paralítico (5, 17-26) y anuncia que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (5, 32). Estos relatos se encuentras también en los demás evangelios, pero Lucas recoge otros que los demás no cuentan: Jesús comienza su actividad predicando la misericordia de Dios, la llegada del año de gracia. (4, 14ss), perdona a la pecadora que mucho ha amado (7, 36-50), predica las parábolas de la misericordia (15), llama al pecador Zaqueo (19, 1-10), perdona al buen ladrón en la cruz (23, 35-40), al morir pide el perdón para sus verdugos (23, 34) y envía a sus discípulos a predicar «la conversión y el perdón de los pecados» (24, 47).

 

5. EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN.

El apóstol Juan era hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el mayor. Natural de Betsaida y pescador. Su padre tenía asalariados, poseía –al menos- una barca y redes barrederas. Fue primero discípulo de Juan Bautista y después de Jesús (Jn 1, 35-40). Junto con su hermano y con Pedro forma el núcleo de los amigos íntimos de Jesús, presentes en la resurrección de la hija de Jairo, en la transfiguración y en la oración del huerto. Era buen amigo de Pedro, compañero de pesca antes de conocer a Jesús, juntos recibieron el encargo de preparar el cordero pascual, juntos se trasladan al sepulcro del Señor cuando las mujeres anuncian su resurrección, a ambos se dirige Jesús en su aparición junto al lago, anunciando la muerte de Pedro y la longevidad de Juan. En los Hechos aparecen juntos en la curación del cojo de nacimiento, ante el sanedrín, viajando a Samaría, etc. El Evangelio le llama «el discípulo amado» (Jn 13, 23; 19, 26; 20, 2; 21, 7.20). Cuando Ireneo fue deportado a Éfeso escribió que él había aprendido las cosas importantes sobre Jesús de Policarpo, que, a su vez, las había recibido directamente del anciano (el presbítero). Allí se conserva la casa de Juan y de la Virgen.

El cuarto evangelio se escribe en los años 90 y sigue un esquema distinto a los otros tres. Pasa por alto muchas cosas conocidas (como la institución de la Eucaristía en la última cena, aunque hable de ella en el cap. 6) y se centra en aquellos acontecimientos que mejor revelan la identidad de Jesús y pueden suscitar la fe en él y en los sacramentos de la Iglesia. Él mismo nos explica la finalidad de su obra: «He escrito esto para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que creyendo en él tengáis vida eterna» (Jn 20, 31).

Toda su obra es una contemplación amorosa del misterio de Jesús, el «Logos divino», el Hijo de Dios encarnado, que se ha dejado ver y tocar (1Jn 1, 1). Juan trabaja con pocas ideas: la luz, la vida, la verdad, el amor y la gloria, que están en Dios, pertenecen a Dios, son de Dios y se nos han manifestado en Jesús. En la humanidad de Jesús se descubre su verdadera identidad, su origen, su divinidad. Esto exige una opción decidida: el que cree tiene la vida y el que no cree está ya condenado, porque rechaza la luz para permanecer en las tinieblas, rechaza la vida para permanecer en la muerte, rechaza la gloria para permanecer en el mundo.