Tema 68. IMPORTA ESTAR VIGILANTES

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 

Atención al futuro. Vigilantes

25. En su vida, el hombre permanece, hablando en general, a la espera de lo que va a suceder, a la búsqueda de lo nuevo. Pero el preadolescente, más que en ninguna otra edad de la vida, está fascinado por el futuro y vive abierto hacia él. En un momento, el futuro, lo nuevo, puede aparecer. El futuro no es, sin más, lo que todavía no existe, sino algo que está siendo ocultamente gestado en el tiempo presente. Estar a la escucha y a la espera de lo nuevo, de lo que va a venir, es preparar su llegada. Es estar vigilantes.

Vigilantes: "...Ya está brotando, ¿no lo notáis?"

26. Velar, en sentido propio, significa renunciar al sueño de la noche. De ahí resulta para esta palabra un sentido metafórico: velar es estar vigilante, luchar contra la pereza y la negligencia a fin de conseguir aquello que se persigue. Para el creyente, velar es permanecer a la escucha de la Palabra de Dios (Cfr. Pr 8, 34ss). El creyente vela, a fin de vivir en la noche, sin ser,de la noche. La vigilancia es la actitud fundamental del creyente en orden al fin de este mundo. Es su actitud ante la "consumación" de todas las cosas, la naturaleza y la humanidad, que comienza ya en el tiempo presente con la inauguración del Reino de Dios: "El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Le 17, 21). Es preciso permanecer atentos, pues lo verdaderamente nuevo ya está en marcha, ya está brotando: "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?" (Is 43, 19).

Israel, pueblo-vigía; el profeta, hombre-vigía

27. Israel es, por vocación, el pueblo de la escucha, de la espera, de la vigilancia. Vive atento a todo lo que pueda manifestar la acción de Yahvé. La Palabra de Dios señala y abre el verdadero futuro del pueblo. Como el salmista, Israel es un pueblo-vigía (Cfr. Sal 129, 6-7). En Israel, el almendro es el símbolo de la vigilancia. Por ser el primer árbol que echa flores, es el heraldo que anuncia la presencia de la primavera. Se le llama vigilante. El profeta es, en la historia de la salvación, el hombre vigía, el primero que detecta la presencia del futuro que llega, el heraldo que anuncia la salvación de Dios. La Escritura dedica este poema a la figura profética del mensajero. "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que anuncia la salvación, que dice ,a Sión: ¡Ya reina tu Dios! ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus ojos ven el retorno de Yahvé a Sión" (Is 52, 7-8).

Dios también vela

28. No sólo vela el hombre, también vela Dios. La noche del éxodo, noche que no puede ser olvidada por ningún judío, Dios veló sobre su pueblo: "Llegada la vigilia matutina, miró Yahvé a través de la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio. Trastornó las ruedas de sus carros que no podían avanzar, sino con gran dificultad (Ex 14, 24-25). La aventura del éxodo ha quedado en la tradición del Antiguo Testamento como una de las manifestaciones más brillantes de la vigilancia de Dios sobre su pueblo. Como se le dice al profeta Jeremías, Dios es también como el almendro; permanece atento al cumplimiento de su Palabra en medio de la historia humana: "Recibí esta palabra del Señor: ¿Qué ves, Jeremías? Respondí: Veo una rama de almendro. El Señor me dijo: Bien visto, porque yo velo para cumplir mi palabra" (Jr 1, 11-12).

Vigilancia, esperanza y fe

29. Israel vigila, Israel espera. Esta actitud se fundamenta en su fe: Dios actúa en su historia. El es el Señor. Creer y esperar son aspectos inseparables de la vida del creyente. Así lo vive el salmista: "Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud" (Sal 70, 5), Como el pueblo de Israel, todo cristiano es un hombre-vigía. Vigilante, lo mismo que el almendro, anuncia la primavera del Reino de Dios ya presente en su vida. Aquí radica su esperanza. En su fe vive la gran novedad, la buena nueva, que Cristo proclama como una realidad que ya está en marcha (Cfr. Lc 17, 21), una realidad que ya permanece operante en medio del mundo (1 Ts 2, 13).

Ya y, sin embargo, todavía no

30. El Reino de Dios, ya presente, se identifica con la persona de Jesús. Jesús, por medio de su Espíritu, manifiesta la acción amorosa del Padre sobre nosotros y nuestra condición actual de hijos de Dios, si bien todavía este misterio no se ha manifestado en su plenitud: "Ahora somos hijos de Dios, dice San Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2). En la Vida del cristiano se mantiene así una tensión: el cristiano en el mundo presente vive ya de la presencia y fuerzas del Reino de Dios y, a la vez, aguarda aún y espera ese mismo Reino en su plenitud para el mundo venidero.

Cristo viene

31. Dentro de esa tensión, el cristiano vive alerta y vigilante en el tiempo presente y de cara al tiempo venidero, al último futuro. En el tiempo presente, porque Cristo ha venido y está viniendo. Por su resurrección, ha quedado constituido Señor: vive, está presente y actúa en el mundo como el Señor. Ha sucedido ya el acontecimiento decisivo que suscita y provoca nuestra vigilancia y fundamenta nuestra esperanza. Este es ya el gran acontecimiento de la fe. Como dice San Pablo: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?" (2 Co 13, 5). Realmente, por la resurrección de Cristo "hemos llegado a la plenitud de los tiempos" (1 Co 10, 11).

Cristo vendrá

32. El cristiano permanece vigilante también ante el futuro: Cristo vendrá. Con su venida en majestad, el hombre (resurrección) y el mundo (nueva creación) participará del triunfo de Cristo, efectuándose una última discriminación de la cizaña y el trigo (juicio). Ante este gran día, es preciso permanecer vigilantes. Se trata de tener la atenta vigilancia de quien ama, de permanecer despiertos (Me 13, 35), de tener ceñidos los vestidos y encendidas las lámparas (Lc 12, 35), de estar revestidos con el vestido de fiesta, dispuestos a entrar (Mt 22, 11). En realidad, lo que nos separa de este día no es mucho: "Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso" (Hb 10, 37).

La enseñanza del Concilio Vaticano II

33. El Concilio Vaticano II nos recuerda que el futuro esperado comienza ya en el tiempo presente: "La restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y por El continúa en la Iglesia... La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cfr. 1 Co 10, 11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, puesto que la Iglesia, aun en la tierra, se caracteriza por una verdadera, aunque imperfecta santidad" (LG 48, b, c).

Pero recuerda también el Concilio que todavía no se ha manifestado lo que seremos: "... nos llamamos hijos de Dios y lo somos de verdad (Cfr. 1 Jn 3, 1); pero todavía no se ha realizado nuestra manifestación con Cristo en la gloria (Cfr. Col 3, 4), en la cuál seremos semejantes a Dios, porque le veremos tal cual es (Cfr. 1 Jn 3, 2). Por tanto, mientras moramos en este cuerpo, vivimos en el destierro, lejos del Señor (2 Co 5, 6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Cfr. Rm 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Cfr. F1p 1, 23). Este mismo amor nos apremia a vivir más y más para Aquel que murió y resucitó por nosotros (Cfr. 2 Co 5, 15)" (LG 48, d).

Ante el gran Día del Señor, el Concilio nos invita a vigilar en todo momento: "Mas como no sabemos el día ni la hora, es necesario, según la amonestación del Señor, que velemos constantemente, para que, terminado el único plazo de nuestra vida terrena (Cfr. Hb 9, 27), merezcamos entrar con El a las bodas y ser contados entre los elegidos (Cfr. Mt 25, 31-46)" (LG 48, d).