CUARTA PARTE: CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DEL MUNDO: (Continuación)

DE LA CREACIÓN A LA NUEVA CREACIÓN

CAPITULO III. CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE LA NUEVA CREACIÓN. VIVIMOS EN ESPERANZA: LOS NOVÍSIMOS

Tema 67.—Abrid vuestros ojos a las señales del fin.

Tema 68.—Importa estar vigilantes.

Tema 69.—Ni compromiso sin fe ni fe sin compromiso.

Tema 70.—Hay una esperanza para el mundo. Hay una esperanza para ti. ¡Resucitaremos!

Tema 71.—Sólo Dios conoce y juzga de verdad al hombre. Dios juzga mi vida. El juicio final.

Tema 72.—La muerte, fin de la vida terrena, fija al hombre en su opción ante Dios. El Infierno: El pecado eternizado.

Tema 73.—El purgatorio: La madurez lograda después de la muerte.

Tema 74.—Un cielo nuevo y una tierra nueva.

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO


 

Tema 67. ABRID VUESTROS OJOS A LAS SEÑALES DEL FIN

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 

¿Cuándo?

1. "Jesús salió del templo; mientras iba de camino se le acercaron sus discípulos y le señalaron los edificios del templo, pero él les repuso: Véis todo eso, verdad? Os aseguro que lo derribarán hasta que no quede ahí piedra sobre piedra. Estando él sentado en el monte de los Olivos se le acercaron los discípulos y le preguntaron a solas: Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo" (Mt 24, 1-3).

¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?

2. "A unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el Reino de Dios, Jesús les contestó: El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque, mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Le 17, 20-21). Y a los discípulos que sobre la llegada del Reino de Dios también le preguntaron a Jesús: "¿Dónde será, Señor?", respondió: "Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo" (Le 17, 37).

Unas preguntas que se repiten

3. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? Preguntan los discípulos. Preguntan los fariseos. Preguntamos muchos de nosotros. La curiosidad, la superstición y la fantasía popular no se resignan. Pretenden arrancar a toda costa el secreto que rodea al fin del mundo. ¿Cómo terminará el mundo? ¿Se podrá conocer la fecha exacta? ¿Dónde sucederá la venida final de Cristo?

Jesús dirige al hombre una llamada que compromete toda su vida

4 Sin embargo, este tipo de preguntas —tal y como son planteadas— no encuentran respuesta directa en el Evangelio. El Evangelio no viene a satisfacer la curiosidad humana, sino a dirigir al hombre una llamada que compromete toda su vida. Por ello, la respuesta de Jesús es sorprendente, profunda. Va más allá de lo que se pregunta. Jesús se mueve en otro plano y responde desde él. Los discípulos, gente sencilla, se han dejado impresionar por las construcciones del templo. Jesús los sustrae de ese plano superficial y engañoso, poniéndoles delante de la catástrofe que se está gestando ya, a su alrededor, en aquella sociedad: "No quedará piedra sobre piedra." De este modo, Jesús los coloca, de pronto, ante el problema del fin; ellos lo entienden así, pues preguntan: "Dinos cuándo va a ocurrir eso y cuál será la señal de tu venida, y del fin del mundo." Los fariseos, gente complicada, le hacen a Jesús la pregunta difícil, la que parece no tener respuesta: "¿Cuándo iba a llegar el Reino de Dios?" Jesús les da esta respuesta: "El Reino de Dios está dentro de vosotros."

El día de Cristo y el fin del mundo están próximos. Al filo de la historia en curso

5. En la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos (Mt 24, 1-3), todo va misteriosamente relacionado: la historia de Jerusalén (la historia en curso), el Día del Hijo del Hombre (que llegaría después de padecer mucho y ser reprobado por esta generación (Cfr. Le 17, 25) y el fin del mundo. En realidad, aquello que separa de Cristo y del fin del mundo a la historia en curso no es tanto de orden cuantitativo, espacial y cronológico, cuanto cualitativo y existencial. Por su resurrección, Cristo inicia una nueva forma de presencia en el mundo, que acabará haciendo del universo entero un cielo nuevo y una tierra nueva. El Día de Cristo y el fi ndel mundo están, pues, próximos. Están en medio de vosotros. La generación presente será testigo de ello: "Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá" (Mt 24, 34).

¡No os dejéis engañar! Falsos mesianismos

6. Mas, ¡cuidado! Dice Jesús: ¡No os dejéis engañar! Es preciso estar sobreaviso y saber discernir. Surgirán falsos cristos y falsos profetas, falsos mesianismos: "Cuidado con que nadie os extravíe. Vendrán muchos usurpando mi nombre, diciendo: 'Yo soy el Mesías', y extraviarán a mucha gente" (Mt 24, 4-5). Y también: "Si alguno os dice entonces: 'Mira, aquí está el Mesías', o 'Míralo, allí está', no os lo creáis; porque saldrán mesías falsos y profetas falsos, con tal ostentación de señales y portentos, que extraviarían, si fuera posible, a los mismos elegidos. Mirad que os he prevenido" (Mt 24, 23-25).

¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!

7. ¡Abrid vuestros ojos a las señales del fin!, dice Jesús, Vosotros mismos podéis encontrar la respuesta. De la misma manera que, observando la naturaleza, caéis en la cuenta de que el verano está cerca, así también podéis conocer las señales del fin: "Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando ya la rama se pone tierna y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca. Pues lo mismo, cuando veáis vosotros todo eso, sabed también que ya está cerca, a la puerta" (Mt 24, 32-33). San Lucas en el pasaje paralelo introduce esta variante: "Cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios" (Lc 21, 31).

La guerra

8. Ahora bien, ¿cuáles son las señales que anuncian el fin? El Evangelio va enumerando una serie de realidades que anuncian al mundo y al hombre su propio fin. En primer lugar, aparece la guerra, ese viejo azote de la humanidad: "Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino" (Mt 24, 7). En el Apocalipsis aparece esta misma señal destructora bajo la imagen de un jinete que monta un caballo rojo y empuña una espada enorme: "Cuando soltó el segundo sello, oí al segundo Viviente que decía: 'Ven'. Salió otro caballo, alazán (rojo), y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande" (Ap 6, 3-4).

El hambre

9. Junto a la guerra aparece el hambre: "Habrá hambre... por diversos países" (Mt 24, 7). En el Apocalipsis aparece esta señal temible bajo la imagen de un nuevo jinete, que monta un caballo negro y lleva en su mano una balanza. "Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer Viviente que decía: 'Ven'. En la visión apareció un caballo negro; su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía: 'Un cuartillo de trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino no los dañes" (Ap 6, 5-6).

La peste y la muerte

10. Tras la guerra y el hambre, la peste: "En diversos países habrá epidemias (peste)" (Lc 21, 11). En el Apocalipsis, esta señal aparece bajo la imagen del jinete que monta un caballo amarillento, a quien sigue de cerca otro, la muerte: "Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto Viviente que decía: 'Ven'. En la visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba peste y la muerte lo seguía" (Ap 6, 7-8). Ambos jinetes forman el sombrío cortejo de epidemias, calamidades y muertes que siguen a los anteriores.

La persecución de los creyentes

11. Junto a estos jinetes apocalípticos, una nueva señal: la persecución de los creyentes. Detenciones, calumnias, interrogatorios, torturas, procesos, ejecuciones. "Os entregarán al suplicio y os matarán; y por mi causa os odiarán todos los pueblos" (Mt 24, 9). En el Apocalipsis, esta señal aparece como el descubrimiento del secreto histórico que ocultaba el quinto sello: "Cuando soltó el quinto sello, vi al pie del altar las almas de los asesinados por proclamar la Palabra de Dios y por el testimonio que mantenían" (Ap 6, 9). Para el vidente del Apocalipsis, la historia humana tiene un altar donde son sacrificados los mártires de cada época.

La conmoción de los cimientos

12. Junto a todo ello, la conmoción de las cimientos. Con un lenguaje simbólico, la Escritura describe las catástrofes y calamidades que en todos los tiempos anuncian el fin del mundo. Se trata de imágenes que, por tanto, no pueden ser entendidas al pie de la letra. "Habrá... terremotos por diversos países" (Mt 24, 7). Y también: "... El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán" (Mt 24, 29). Y el Apocalipsis: "En la visión, cuando se abrió el sexto sello se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un vestido de pelo, la luna se tiñó de sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como caen los higos verdes de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un pergamino que se enrolla y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes" (Ap 6, 12-15). Se conmueven los cimientos, por ejemplo, en la caída de culturas y civilizaciones, de imperios políticos y económicos, de religiones y sociedades... Las imágenes pueden referirse también a catástrofes de la naturaleza.

La proclamación de la Buena Nueva

13. Una nueva y última señal: la proclamación de la Buena Nueva. En medio de los horrores que en todas las épocas anuncian al mundo su propio fin, resuena la Buena Noticia de que, pase lo que pase, se impondrá la victoria de Dios. Las fuerzas poderosas que destruyen al mundo y al hombre (guerra, hambre, peste, muerte...) serán vencidas por una fuerza superior: la Palabra de Dios, Jesucristo, el único jinete victorioso. "El evangelio del Reino se proclamará en el mundo entero" (Mt 24, 14). En el Apocalipsis, la señal de la predicación de la Buena Nueva aparece bajo la imagen del jinete que monta el caballo blanco: "En la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de los Vivientes que decía con voz de trueno: 'Ven'. En la visión apareció un caballo blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez" (Ap 6, 1-2).

Por encima de todo se impondrá la Palabra de Dios

14. La identificación del jinete del caballo blanco, que empuña en su brazo el temible arco de los poderosos ejércitos partos, viene dada en otro pasaje del Apocalipsis: "Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco; su jinete se llama el Fiel y el Veraz porque es justo en el juicio y en la guerra. Sus ojos llameaban; ceñían su cabeza mil diademas y llevaba grabado un nombre que sólo él conoce. Iba envuelto en una capa teñida en sangre y lo llaman Palabra de Dios" (Ap 19, 11-13). El jinete del caballo blanco es el símbolo de la victoria. Por encima de todo, vencerá la Palabra de Dios, la Persona de Cristo, el jinete Fiel y Veraz.

"Y entonces vendrá el fin." La venida en majestad de Cristo

15. Tras estas señales, el Fin: "Entonces llegará el fin" (Mt 24, 14). El fin no es para nosotros, los creyentes, el término en que todo acaba, sino el principio de un futuro sin término que mantendrá todo hasta la plenitud: "Cuando empiece a suceder todo esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación" (Le 21, 28). Este fin coincide con la venida de Cristo: "Cuando veáis todo esto, caed en la cuenta de que El está cerca, a las puertas" (Mt 24, 33). Se trata de su venida en majestad (parusía). El Nuevo Testamento habla siempre de "venida", no de "retorno". No es lo mismo. Cristo ha venido al mundo de una vez para siempre, por la encarnación. Y esa única venida se despliega en tres etapas. Desde su encarnación hasta la muerte, se hace presente Cristo en el mundo en forma de Siervo (kénosis). Con la resurrección inicia Cristo un nuevo modo de presencia en este mundo, no al descubierto, sino velada, "como en un espejo", a través de signos, aunque esté atestiguada y confirmada por el Espíritu en la comunidad creyente. Con su venida en majestad, Cristo vivifica, al fin, plenamente a los hombres (resurrección), manifiesta el sentido de la historia (juicio), renueva todas las cosas (nueva creación).

La llamada a la conversión

16. Las palabras de Jesús sobre el fin y sus señales fueron dichas a una generación concreta: los hombres de su tiempo. Sin embargo, van dirigidas a todas las generaciones. No pretenden inculcar el miedo a la muerte y al fin del mundo. Las palabras de Jesús quieren sacudir y despertar a un pueblo que vive de espaldas al plan de Dios. Un pueblo ciego que va por mal camino. Jesús invita a la penitencia, llama a la conversión: es preciso contar con Dios, buscar a Dios, volver a Dios. El fin está cerca. Como anunciaba Juan el Bautista: "Dad el fruto que pide la conversión... Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego" (Mt 3, 8-10).

Un pueblo de espaldas a su propio fin

17. Los contemporáneos de Jesús están ciegos. Viven de espaldas al fin que los amenaza. Pueden interpretar los signos meteorológicos y no lo que más les habría de interesar: ¡Las señales de los tiempos! "Se acercaron los fariseos y saduceos y le pidieron para ponerlo a prueba: Muéstranos un signo que venga del cielo. El les respondió: Al caer la tarde decís: 'Está el cielo colorado, va a hacer bueno'; por la mañana decís: 'Está el cielo de un color triste, hoy va a haber tormenta.' El aspecto del cielo sabéis interpretarlo, ¿y los signos de los tiempos no sois capaces? ¡Una generación perversa e infiel y exigiendo signos! Pues signo no se les dará excepto el signo de Jonás" (Mt 16, 1-4).

Como sucedió en los días de Noé y de Lot

18. Los contemporáneos de Jesús se parecen a los coetáneos de Noé y de Lot: "Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos" (Le 17, 26-29). Como los contemporáneos de Noé y Lot, viven de espaldas al desastre, despreocupadamente. El fin los cogerá de improviso.

Las palabras de Jesús, más que una amenaza, son una llamada de atención al peligro que acecha.

De improviso. ¡Estad en vela!

19. De improviso sorprenderá a los hombres la desgracia, dice Jesús. Si no se vuelven a Dios, ese día será para ellos como una trampa: "Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre" (Lc 21, 34-36). Hemos de quedar avisados y escarmentados en el dueño de la casa que duerme profundamente, cuando el ladrón la asalta: "Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre" (Mt 24, 43-44).

El fin, un despojo repentino. ¡Es necesario atesorar en orden a Dios!

20. El fin alcanzará a los hombres como la muerte al rico necio de la parábola de Jesús: pensaba asegurarse largos años de buena vida tras una cosecha abundante, pero Dios puso un fin repentino a sus cálculos y a sus presunciones de disfrute y seguridad: "Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: 'Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida.' Pero Dios le dijo: 'Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?' Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios" (Lc 12, 16-21). Este labrador rico es un necio, un insensato, un "loco". Según el lenguaje bíblico, un hombre que prácticamente niega a Dios (Sal 13, 1). No cuenta con El.

En nuestro mundo están presentes las señales del fin

21. En nuestro mundo están presentes las señales del fin. Por tanto, también para nosotros son válidas las palabras de Jesús. Quizá nosotros nos parecemos a los contemporáneos de Jesús, a los hombres de la generación del diluvio: "... comemos, bebemos, compramos, vendemos, plantamos, construimos..." Vivimos despreocupados, de espaldas al fin. Dejamos correr las cosas. Decimos: "Eso no nos toca, no va con nosotros..." En realidad, nosotros somos tan necios como el rico de la parábola, si vivimos de espaldas al fin, si no nos volvemos a Dios y contamos con El.

Se acerca nuestra liberación

22. En medio de los horrores de nuestro tiempo y en cualquier circunstancia, Jesús nos invita a volvernos a El, a permanecer vigilantes en la fe, en el amor y en la esperanza ("El está cerca"), a cobrar ánimo y a levantar nuestras cabezas abatidas ("Se acerca nuestra liberación"). Una esperanza semejante canta la liturgia de difuntos en este bello himno, que nos invita a esperar más allá de nuestro propio fin: "Dejad que el grano se muera / y venga el tiempo oportuno: / dará cien granos por uno / la espiga de primavera. / Mirad que es dulce la espera / cuando los signos son ciertos; / tened los ojos abiertos y el corazón consolado: / ¡si Cristo ha resucitado, / resucitarán los muertos!" (Himno de Laudes).

Dios pasa salvando a los que reconoce como suyos

23. En efecto, ante las señales del fin Jesús nos invita a levantar la cabeza. En medio del desastre, del dolor y de la muerte, Dios pasa salvando a los que creen en El y han sido sellados con la marca del Dios vivo: "Vi después otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles: No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos en lo frente a los siervos de nuestro Dios" (Ap 7, 2-3). Este es el estilo del Dios vivo, del Dios que actúa en la historia: Dios salva a los que reconoce como suyos. Así actuó Dios con el creyente Noé, a quien salvó de las aguas del diluvio (Gn 7, 1). Así actuó Dios con el creyente Lot, a quien salvó del desastre de Sodoma (Gn 19, 15). Así actuó Dios con el pueblo de Israel, a quien libró del exterminio de sus primogénitos: sus casas estaban marcadas con la sangre del cordero pascual (Ex 12, 12-13). Eran creyentes.

Importa una sola cosa: estar vigilantes

24. ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? Jesús no indica fechas precisas: "El día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo y únicamente el Padre" (Mt 24, 36). Sin embargo —y esto es lo importante— el Reino de Dios, cancelación del mundo presente, está ya entre nosotros (Cfr. Lc 17, 21). Jesús afirma, además, que no ha de suceder la llegada del Reino en un lugar determinado. En cualquier parte que se esté, allí se percibirá. Es como el relámpago, que cruza de un extremo a otro del horizonte y es percibido por todos y en todas partes. El Hijo del Hombre se manifestará allí donde muera el hombre (Cfr. Mt 24, 26-28). Por lo demás, el fin, el Reino de Dios y su día, dice Jesús, vienen sin dejarse sentir (Lc 17, 20), de improviso (Le 21, 34), como el ladrón (Mt 24, 43-44), como la muerte (Le 12, 16-21). Lo que importa es una cosa: estar vigilantes (Le 21, 36; Mt 24, 42).