Tema 66. NUESTRA FE CRISTIANA ANTE UN MUNDO EN GÉNESIS. EL GOZO DEL DESCUBRIMIENTO. LA CIENCIA Y LA TÉCNICA DE NUESTRO MUNDO

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

El gozo del descubrimiento. Las maravillas de un mundo en génesis

59. Hay en el preadolescente un infinito deseo de saber, un ansia de descubrir lo oculto, lo que encierra algún misterio y se ofrece como velado a sus ojos. Experimenta fácilmente el gozo del descubrimiento y la admiración por las maravillas de un mundo en génesis, percibe con asombro lo infinitamente grande de los espacios interestelares, lo infinitamente pequeño de las partículas atómicas, lo infinitamente complejo de los organismos celulares, lo infinitamente sencillo de los fenómenos naturales.

Historia de la vida e historia del hombre

60. La ciencia nos dice que a la historia del hombre antecede otra mucho más larga: la "historia" de la vida. Naturalmente, la humanidad hubo de comenzar un día con unos primeros hombres. Aunque la transición se muestra como gradual ante una observación exterior, la hominización, sin embargo, representa respecto del animal un modo de existir tan radicalmente nueva, que tuvo que haber un momento determinado en que ciertos seres vivos dejaron de ser algo y empezaron a ser alguien (Cfr. Pío XII, Humani Generis, DS 3896). El instante de este comienzo ha desaparecido para siempre en la oscuridad de los tiempos.

Una visión dinámica del mundo

61. A la historia del hombre y al dinamismo de la vida, precede la génesis —la evolución— del cosmos. La ciencia moderna ha descubierto en el acontecimiento evolutivo la ligazón física entre todos los vivientes y, por extensión, entre todo lo real. Este es el denominador común en el que coinciden todas las investigaciones e hipótesis en torno al acontecimiento evolutivo. La evolución es una de las grandes concepciones científicas que ha contribuido a la formación de una nueva visión del mundo: una visión dinámica.

Una nueva situación de la cultura, una nueva época de la historia humana

62. El Concilio Vaticano II recoge la nueva situación de la cultura, creada por el cambio profundo de las circunstancias de vida del hombre moderno en el aspecto social y cultural. Se puede hablar incluso de una nueva época de la historia humana. Tal situación ha sido preparada por el ingente progreso de las ciencias naturales y de las humanas, incluidas las sociales; por el desarrollo de la técnica, y también por los avances en el uso y recta organización de los medios que ponen al hombre en comunicación con los demás. De aquí provienen ciertas características de la cultura actual: las ciencias exactas cultivan al máximo el juicio crítico; los más recientes estudios dé; la psicología explican con mayor profundidad la actividad humana; las ciencias históricas contribuyen mucho a que las cosas se vean bajo el aspecto de contabilidad y evolución... (Cfr. GS 54).

Dos órdenes de conocimiento: Fe y razón. Autonomía legítima de ambos

63. En el diálogo de la fe con la ciencia, hemos de mantener un doble principio: No buscar en la ciencia lo que sólo la fe nos puede dar y, a su vez, no buscar en la fe lo que la ciencia nos puede ofrecer. El Vaticano II, "recordando lo que enseñó el Concilio Vaticano I, declara que existen dos órdenes de conocimiento distintos, el de la fe y el de la razón; y que la Iglesia no prohibe que las artes y las disciplinas humanas gocen de sus propios principios y de su propio método..., cada una en su propio campo; por lo cual, reconociendo esta justa libertad, la Iglesia afirma la autonomía legítima de la cultura humana, y especialmente la de las ciencias" (GS 59; cfr. 36).

La ciencia debe permanecer en su propio campo y reconocer sus limites

64. Según esta autonomía metodologógica, la ciencia debe permanecer en su propio campo, sin rebasarlo, y reconocer, por tanto, sus límites. Ni la naturaleza que muchos hombres contemporáneos creen dominar, ni la ciencia en la que se apoyan como si fuese una religión o una filosofía, son ni toda la naturaleza ni toda la ciencia. Lo que se entiende por ciencia, con frecuencia, lleva al hombre de nuestro tiempo a reducciones y empequeñecimientos de realidades que no pueden ser captadas por los métodos del saber científico.

El descubrimiento del acontecimiento evolutivo, permaneciendo en su propio campo, no puede oponerse a la fe

65. Por lo que a la cuestión evolutiva se refiere, el hecho científico, como tal, no da amparo a ninguna filosofía. Es filosóficamente neutro. Permaneciendo en su propio campo, no puede oponerse a la fe. No sucede esto con las interpretaciones materialistas y panteístas que históricamente han surgido en torno al descubrimiento de la evolución.

La sabiduría humana, si desborda sus límites, se vuelve idolátrica

66. Cuando la sabiduría humana desborda sus límites, se vuelve idolátrica, vana (Sal 13, 1; Rm 1, 21). Esto es lo que percibe y denuncia el creyente israelita ante el influjo de la cultura griega, introducida en Israel con la dinastía macedónica de los seléucidas, a la que pertenece Antíoco Epífanes, el verdugo de los Macabeos (2 M 7). Los grandes mentores de la sabiduría griega, seducidos por las maravillas de la naturaleza, la adoraron en cada uno de sus principales elementos. Por ello, dice el libro de la Sabiduría: "Sí, vanos por naturaleza todos los hombres que ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por los bienes visibles a Aquel-que-es, ni atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice; sino que al fuego, al viento, al aire sutil, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa o a las lumbreras del cielo, los consideraron como dioses, señores del mundo" (Sb 13, 1-2).

"Si llegaron a adquirir tanta ciencia..., ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?"

67. En nuestra época, con el avance extraordinario de la ciencia, no se adorará al agua, por ejemplo, como elemento primordial y señor del mundo, pero sí puede suceder que se adore, en su caso, a una primera nebulosa de hidrógeno. La idolatría científica de nuestro tiempo aparece en esta expresión de un materialista dialéctico: "El electrón es inagotable, lo mismo que el átomo. La naturaleza es infinita y existe infinitamente". El libro de la Sabiduría se hace una pregunta, que parece particularmente dirigida a muchos de nuestros contemporáneos: ... "Si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el universo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?" (13, 9).

El universo tiene su propio himno al Creador. Escuchemos

68. La creación es signo de la grandeza y del amor de Dios. El universo tiene su propio himno al Creador. Es preciso saber escucharlo. No todos los hombres le prestan oído. La Escritura dice que son inexcusables (Sb 13, 8; Rm 1, 20), pues "lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras" (Rm 1, 20) y además "habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien, se ofuscaron en varios razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos" (1, 21-22). Los Concilios Vaticano I y II enseñan que el hombre "puede conocer ciertamente a Dios, principio y fin de todas las cosas, con la razón natural, por medio de las cosas creadas" y que, gracias a la revelación "todos los hombres, en la condición presente de la humanidad, pueden conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error, las realidades divinas, que en sí no son inaccesibles a la razón humana" (DV 6; cfr. DS 3004-3005).

El himno del universo al Creador, escuchado por los santos

69. El himno del universo al Creador lo han escuchado los santos. En la grandeza y hermosura de las criaturas han llegado a contemplar la gloria de su Autor (Cfr. Sb 13, 5). Así lo canta San Juan de la Cruz: "Mil gracias derramando / pasó por estos sotos / con presura / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó / de su hermosura." Esa misma huella de Dios es la que, ante las flores de su jardín, le hace exclamar a San Ignacio de Loyola: "No me habléis tan alto."

Francisco de Asís, hijo de Dios y hermano de toda la creación

70. San Francisco de Así, más allá de la sabiduría griega y de toda sabiduría humana, vive como hijo de Dios y hermano de toda la creación. En él todas las cosas quedan ordenadas a Dios y, por su voz, alaban al Creador: "Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, / especialmente el hermano sol, / el cual hace el día y nos da la luz. / Y es bello y radiante con grande esplendor; / de Ti, Altísimo, lleva significación. / Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas; / en el cielo las has formado claras, y preciosas, y bellas. / Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, / y por el aire, y nublado, y sereno, y todo tiempo, / por el cual a tus criaturas das sustentamiento. / Loado seas, mi Señor, por la hermana agua., / la cual es muy útil, y humilde, y preciosa, y casta. / Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego, / con el cual alumbras la noche, / y es bello, y jocundo, y robusto, y fuerte. / Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, / la cual nos sustenta y gobierna, / y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas" (Del Cántico del Hermano Sol).