Tema 62. EN EL ENCUENTRO CON CRISTO HEMOS SIDO NUEVAMENTE CREADOS

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

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El pecado en la creación. La nueva creación en Cristo Jesáús, don de Dios

22. La creación es, en el proyecto de Dios, buena, ordenada al hombre (Gn 1, 28-31). En este mundo bueno —en tanto que salido de las manos de Dios— ha irrumpido el pecado del hombre. Por el pecado, el hombre ha roto con Dios y se ha quedado sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2, 12). Con ello, el hombre, imagen de Dios en el mundo, se pierde a sí mismo y pierde al mundo, lo vuelve extraño y aun hostil, lo deshumaniza:

Pero el Creador, por iniciativa de su amor plenamente libre, crea de nuevo al hombre en su Hijo Jesucristo, para poder salvar toda su creación. Pablo advierte a los fieles de Efeso: "Estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo --por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios, y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó practicásemos" (Ef 2, 4-10).

El último futuro del mundo ha quedado inaugurado con la resurrección de Jesús

23. Por su resurrección de entre los muertos, Cristo es el Adán último (1 Co 15, 45), el hombre final, no en un sentido numérico, sino en un sentido cualitativo: nadie podrá rebasarle y, a la vez, es el prototipo del hombre en camino hacia su total liberación. En efecto, sobre Cristo resucitado, la muerte, introducida en el mundo por el pecado, no tiene ya poder alguno (Rm 6, 9). Con la aparición del último Adán en la resurrección de Jesús ha amanecido, no sólo para el hombre, sino también para la creación entera, el nuevo día sin ocaso, el día de la liberación, el "tercer día". Quebrantado el poder del pecado y de la muerte, Cristo inicia la liberación de la creación sujeta a la decadencia, a la frustración y a la muerte, para que pueda "entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8, 20-21). En Cristo, el hombre final, Dios desata la libertad impedida por tantas esclavitudes y, por consiguiente, crea al hombre y al mundo reconciliados: aquella obra suya que El declaró muy buena (Gn 1, 31).

En el encuentro con Cristo hemos sido hechos criaturas nuevas

24. Quien se ha encontrado con Cristo y ha quedado identificado con El es un hombre nuevo, una criatura nueva y, en un sentido muy real, el término de una nueva creación en Cristo (2 Co 5, 17). Al unirse con Cristo por el Bautismo (Ga 3, 27), el creyente participa de todo lo que El ha adquirido en favor de todos los hombres (2 Co 5, 15-21). Vivificado por el Espíritu (Ga 5, 5-25), el cristiano no es ni vive desde sí mismo (Flp 3, 9): todo lo que él es procede de Dios (2 Co 5, 18) y únicamente Cristo da sentido final a su existencia y la "conforma" (2 Co 5, 15). Podemos decir que quien, identificado con Cristo, vive desde Dios Padre en el Espíritu, se hace otro hombre: cambia de un modo radical, es otro el centro de su vida, se invierte su jerarquía de valores, se conmueven los cimientos de su mundo. Pablo ha experimentado y expresado de un modo ejemplar lo radical de su identificación con Cristo y de la novedad de su vida (Ga 2, 20; Flp 3, 7-9).

Cristo manifiesta plenamente el hombre al hombre

25. Jesucristo es el prototipo de la nueva humanidad recreada por Dios, es el Hombre Nuevo. Cristo es la "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), cuyos rasgos ha de reproducir el hombre en su resurrección gloriosa, al término de su búsqueda: búsqueda que Dios suscita, sostiene, anima y dirige con una especie de admiración y "pasión" paterna desde que creó las primeras nebulosas. Más aún, Dios ha destinado desde toda la eternidad al hombre a conformarse con su Hijo como prototipo (Rm 8, 28-30; cfr. Ef 1). Nuestra búsqueda incesante del hombre futuro, sepámoslo o no, tiene a Cristo por término. Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (GS 22).

Cristo reúne en sí todos los seres. Cristo es, en Dios, el creador del universo

26. El Nuevo Testamento ha entendido lo ocurrido en Cristo y la comunidad cristiana como una renovación del universo, como una nueva creación. Dentro de este horizonte ha pensado el Nuevo Testamento en la creación primera y en la acción providencial que conduce libremente al mundo desde una creación a la otra. De este modo, para el Nuevo Testamento Cristo está en el corazón del mundo de hoy, en El se han de reconciliar o recapitular y reunir todas las cosas (Col 1, 20; Ef 1, 21-22) y, por consiguiente, Cristo estuvo en el principio de todo (Ap 1, 8.17). Cristo es la esperanza del mundo (Ef 2, 11-12) y, a la vez, tiene en El consistencia el múndo entero (Col 1, 17). Cristo es el mediador de la redención e, igualmente, lo es de la creación" (1 Co 8, 6; Col 1, 16ss; Hb 1, 2-3; Jn 1, 3.14). Pero no es Cristo como uno de esos muchos seres que se imaginaban los griegos intermediarios y colocados a medio camino entre el ser primero y el mundo material, sino quien reúne en sí a Dios y el universo y es en Dios el Creador, el único principio de todos los seres.

Cristo, revelación definitiva del amor libre y gratuito de Dios en su acción creadora

27. La absoluta liberalidad y espontaneidad del amor de Dios en su acción creadora aparece del modo más patente posible en Jesucristo, su Hijo, en quien Dios se ha comprometido personalmente y por puro amor con su obra que se le había vuelto hostil (Rm 5, 8; Jn 3, 16; 1 Jn 4, 10). La comunicación de sí mismo por parte de Dios a su creación culmina en Jesucristo, objetivo y arquetipo, en vistas al cual quiso Dios crear,tiodas las cosas. Dios ama su creación de tal modo que la orienta eficazmente hacia el encuentro de sí mismo y de su obra en la unidad del universo consumada en Jesucristo, el Señor. Hasta ese cumplimiento llegará la acción creadora de Dios. Nuestra fe en la intervención de Jesucristo, el Señor, en el término y en el principio de la creación nos ayuda a comprender mejor la libertad, el poder, la sabiduría de Aquel que amó el primero.