CAPITULO II.
CRISTO NOS DESCUBRE EL MISTERIO DE LA CREACION


OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Que el preadolescente descubra que, desde la fe en Cristo, el mundo y la vida son y se viven como don del Padre (Creación).

  • Que en el encuentro con Cristo somos nuevamente creados.

  • Que sólo el Espíritu de Dios puede llevar al mundo a su plenitud.

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    Tema 61. LA CREACIÓN, REGALO DE DIOS

     

    OBJETIVO CATEQUÉTICO

    Que el preadolescente descubra desde su experiencia de fe el mundo y la vida,

     

    Las convicciones infantiles, sometidas a prueba

    8. El preadolescente se pregunta a veces por el origen de su vida, de las cosas y del mundo. Su confianza en el término feliz de los acontecimientos queda a veces también decepcionada y sometida a prueba. Conoce personas mayores que piensan que Dios, lejano y ausente, no se ocupa de los hombres y de sus cosas, y viven conforme a esta creencia.

    Por otra parte, el preadolescente va iniciándose en las ciencias, donde encuentra tantas respuestas que satisfacen a su curiosidad y donde se prescinde sistemáticamente de todo aquello que no sea comprobable conforme a unos métodos científicos. El ámbito de la experiencia y del saber humano queda artificialmente reducido al de lo empírico, determinado por un método, que en este caso jugaría un papel parecido al de una red que, lanzada al agua, no retuviese objetos por demasiado pequeños. Con ello, Dios y las realidades absolutamente primeras y últimas del hombre y del mundo quedan fuera de la consideración de las ciencias; no entran dentro de las condiciones que las ciencias establecen de antemano para sus objetos.

    El preadolescente observa que en el mundo de los mayores las ciencias y la técnica son apreciadas como uno de los valores más altos, se tiene injustificadamente a las ciencias como la única forma de saber válida y se

    considera inexistente o también interrogante insoluble a Dios y cuanto trasciende los límites que las ciencias, desde sus postulados y métodos, circunscriben previamente dentro de la realidad inagotable. El origen y destino de los hombres y del mundo empiezan a ser objeto de cavilaciones para los preadolescentes. Se conmueven sus convicciones infantiles. Y, sin embargo, él se atreve aún a hacer las grandes preguntas: "¿Quién hizo todas las cosas?" "¿Quién dio la vida a los hombres?" "¿Cómo terminará esta vida y este mundo?"

    Experiencia histórica de Israel: reconocimiento de Dios creador a través de la fe en Dios salvador

    9. La fe responde a esas preguntas insoslayables; pero lo hace considerando la realidad desde una perspectiva distinta de la que pueda tomar cualquier otro saber. En la fe de Israel —y en su culminación, la fe cristiana— no es lo primario el pensamiento humano que, desde su poder original y autónomo, se hace con la realidad. Es la realidad radical, Dios mismo, quien se apodera del pensamiento, que, de este modo, queda iluminado. Israel descubre a Dios como Señor de la naturaleza después de reconocerlo como Señor de la historia: llega a la fe en Dios creador a través de su fe en El como salvador. Habiendo reconocido en diversos sucesos del pasado a Dios que salva a su pueblo, ha llegado a creer que la creación es también obra del amor de Dios. La creación es el primer momento de la historia de la salvación. De este modo, el pensamiento israelita de la creación no es el resultado de una especulación sobre el ser y el origen de las cosas. Israel ha pasado por la experiencia del señorío y de la salvación de Dios en diversos sucesos de su historia y esto ha venido a ser el centro de su fe y de su visión de lo más profundo de la realidad: Dios se manifiesta como amor fiel y el hombre se encuentra envuelto y sostenido por este misterio de amor.

    "En el principio creó Dios los cielos y la tierra"

    10. El relato bíblico, relato sacerdotal, cuya redacción definitiva se data hacia el siglo v antes de Jesucristo, contiene, bajo formas literarias e imágenes de aquella época, un mensaje de valor permanente acerca de Dios, acerca del hombre y acerca del mundo. "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas" (Gn 1, 1-2). Al hombre moderno le sorprenden estas imágenes. En realidad, el desierto y el vacío, como las tinieblas sobre el abismo y las aguas, son imágenes que, por su carácter negativo, quieren expresar la idea (que no llegará a formularse con precisión antes de 2 M 7, 28) de creación a partir de la nada.

    El autor sagrado expresa en un conjunto de imágenes lo que posteriormente terminará expresándose en un término abstracto: la nada. De todos modos el relato proclama la creación del universo entero por Dios, pues la expresión misma "cielo y tierra" designa toda la realidad, conforme al modo de hablar hebreo. Bajo una imagen también, la del pájaro que vuela sobre el nido donde están sus polluelos, el relato bíblico presenta a Dios quien, mientras crea, revolotea amorosamente sobre su obra.

    Creación del mundo a partir de la nada

    11. La madre de los siete hermanos Macabeos exhorta al menor a arrostrar confiado en Dios el martirio: Quien le ha dado la vida, se la devolverá. Quien ha creado todo de la nada, tendrá la última palabra. También aquí el Creador es el Salvador (2 M 7, 28-29). Por primera vez aparece en el Antiguo Testamento un término que expresa de un modo explícito aquello que frecuentemente había quedado sugerido por imágenes: crear de la nada. Por la fe en la creación del universo desde la nada, el creyente proclama que Dios trasciende su obra y es su Señor. La acción creadora de Dios es enteramente soberana y libre: no depende de nada ni de nadie, ni tampoco de ningún instrumento, ni está ligada por condición alguna previa. Esta acción es exclusiva de Dios. La obra que resulta de ella está del todo en manos del Creador y a El se ha de someter enteramente. El capítulo primero del Génesis es, en forma narrativa y doxológica, una interpretación del primer mandamiento (Ex 20, 2-3).

    El Padre de Nuestro Señor Jesucristo, creador del mundo desde la nada

    12. En el centro de la fe del Nuevo Testamento está la convicción de que el mismo Dios que ha cumplido sus promesas de salvación en Jesucristo es el Padre, Señor del cielo y d. la tierra (Mt 11, 25). El prólogo del Evangelio de San Juan que al empezar a describir la obra liberadora de Cristo, tiene conciencia de estar describiendo de nuevo el Génesis, proclama la creación del universo desde la nada por la Palabra de Dios: "Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1, 3). Cristo es justamente esa Palabra hecha carne (Jn 1, 14). El Dios de las promesas, quien da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son, para que sean (Rm 4, 17). En el principio de todo está la acción personal, plenamente libre y soberana de Dios. En el principio, la acción de Dios Padre está ya orientando su obra entera hacia la plenitud de su salvación.

    El mundo y la vida, don de Dios

    13. En las obras de su creación no sólo se deja ver el "poder eterno y divinidad" (Rm 1, 20) de Dios, sino también su bondad. La creación es un acto de la bondad insondable de Dios que llena, por ello, toda su obra (Sal 135, 1-9; 32, 5-6; cfr. Gn 1, 9.21.25.31; 2, 3). Pero, además, no sólo por bondad crea Dios todas las cosas y lo llena todo de su bondad; justamente por su misma acción de crear, Dios ha empezado a condescender y a comunicarse a Sí mismo a sus criaturas (syncatábasis, Orígenes). La fe del Nuevo Testamento en Jesucristo, mediador de la creación (1 Co 8, 6; Col 1, 15ss; Jn 1, lss; Hb 1, 2-3), implica, entre otras cosas, la afirmación de que Jesucristo, Don del Padre al mundo, es la razón de ser, el sentido y la norma del universo. El mundo y la vida son, pues, don de Dios. Por ello, creer en el misterio de la creación es creer en el amor de Dios, reconocer su amor en el origen mismo del ser, comprender la realidad del mundo como don de Dios, vivir toda realidad como dependiente del amor siempre atento y solícito de Dios.

    El hombre, creado a imagen de Dios

    14. El autor sagrado de Gn 1 presenta a las distintas clases de seres creadas sucesivamente por orden creciente de dignidad, hasta llegar el hombre, imagen de Dios y rey de la creación. Tal ordenación es sumaria y no está establecida según criterios científicos; no es su objetivo ofrecerle al creyente una exposición científica de la génesis del universo, de la tierra y de la vida. El relato ordena los seres jerárquicamente: los inferiores aparecen antes de los superiores y referidos a éstos. En el vértice aparece el hombre. Por su origen, el hombre es, en un sentido muy peculiar, criatura de Dios. También es polvo de la tierra (Gn 2, 7). Es hombre de la tierra (adam), pero está animado también por un alma espiritual. Es imagen de Dios: "Y creó Dios el hombre a su imagen: a imagen de Dios lo creó" (Gn 1, 27).

    A pesar de su dependencia de la naturaleza y de sus miserias de todo orden, el hombre refleja una grandeza que no le viene de él y constituye, sin embargo, lo más íntimo de su ser. Resulta ser el hombre la imagen de una plenitud que lo trasciende, pero sin la cual no sería lo que es. En el Salmo 8 se afirma del hombre: "Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (Sal 8, 6-7). Por ser imagen de Dios, el hombre representa a Dios en el mundo y, como su lugarteniente, ejerce su señorío en el mundo. Además, justamente como imagen de Dios, puede el hombre entrar en diálogo con Aquel de quien es imagen. Pero vistas las cosas desde el Nuevo Testamento, Jesucristo, el último Adán, es propia y plenamente la imagen de Dios" (Col 1, 15).

    Creced, multiplicaos

    15. El hombre fue creado como varón y mujer: "Hombre y mujer los creó" (Gn 1, 27). Varón y mujer se completan mutuamente: deben buscarse uno a otro, amarse mutuamente y juntos tener hijos. Esta es la voluntad de Dios; para ello les ha dado el amor como participación de su amor y el poder de engendrar nueva vida. "Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos" (Gn 1, 28). En la generación de nuevos seres humanos colabora el hombre con el mismo Dios Creador.

    La creación en nuestras manos: colaboradores de Dios

    16. Dios coloca al hombre en un mundo bello y bueno (Gn 2, 9), para que lo habite, lo cuide, lo guarde y lo humanice. Al presentarle los animales, quiere Dios que Adán ejerza su soberanía sobre ellos dándoles nombre (2, 19-20; cfr. 1, 28-29). Con ello se da a entender que la naturaleza no debe ser adorada, sino dominada, sometida por el hombre. Dios ha dejado en sus manos la creación. Posee el hombre una particular dignidad y responsabilidad: está llamado a colaborar con Dios en el cuidado y ordenación del mundo con el fin de lograr que éste sea verdaderamente humano. De. la colaboración del hombre depende que el mundo y la vida humana manifiesten claramente la gloria de Dios.

    El fin de la creación, la gloria de Dios padre

    17. El relato sacerdotal de Gn 1 presenta la creación en el marco literario de la semana que concluye con el descanso del sábado. El marco del relato es litúrgico. Con ello, la creación entera aparece ordenada a un sábado. Si, según el mismo relato, las cosas fueron apareciendo ordenadas al hombre, el hombre a su vez aparece ordenado a Dios. Esta ordenación de la vida humana a Dios, la celebra, a pequeña escala, el creyente en la liturgia semenal. A gran escala —sugiere el autor sagrado— el hombre, con toda la creación, está ordenado a un sábado. Está ordenado a Dios. Así, el mundo y la vida son no sólo don de Dios, sino además y, por ello mismo, inmensa liturgia de alabanza al Padre. El fin de todo el universo es la gloria del Creador, es decir la irradiación y comunicación de su bondad. Esto se realiza ya y se realizará plenamente al final de los tiempos por Jesucristo para la alabanza de la gloria de Dios Padre (Ef 1, 5-6).

    Por la creación entera, alabamos y damos gracias al Padre

    18. De muchas maneras, los salmos celebran la gloria de Dios Creador. El salmo 148 canta la alabanza del Señor por la creación entera: "¡Aleluya! Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto; alabadlo, todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos; alabadlo, sol y luna; alabadlo, estrellas lucientes; alabadlo, espacios celestes, y aguas que cuelgan en el cielo. Alaben el nombre del Señor, porque él lo mandó, y existieron" (Sal 148, 1-5). De generación en generación los creyentes cantamos con el salmista: "¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal 8, 2). Así, por el mundo y la vida, por la creación entera, alabamos y damos gracias al Padre.

    Creados para un sábado, para entrar en el descanso de Dios

    19. La Escritura iluminará progresivamente el designio de Dios: el mundo ha sido creado para un sábado, o lo que es lo mismo, para entrar en el descanso de Dios. Esto que es proyecto de Dios y también profunda aspiración humana, es concedido a todos aquellos que escuchan su voz y no endurecen su corazón (Cfr. Nm 14, 21-23). Es la recompensa reservada a los creyentes. Así lo dice el autor de la Carta a los Hebreos: "Es claro que queda un descanso sabático para el pueblo de Dios." Y también: "Quien entra en el descanso de Dios, descansa de los propios trabajos, como Dios descansó, de los suyos" (Hb 4, 9-10).

    Llamados por Dios a la existencia en un acto de amor. Cada persona humana es creación inmediata de Dios

    20. Los hombres no hemos sido arrojados al mundo en virtud de un azar o de un destino ciego, ni tampoco hemos sido abandonados a la propia suerte, sino hemos sido llamados por Dios a la existencia en un acto de amor libre y desinteresado. Y hemos sido llamados uno a uno, personalmente. Cada persona humana es una realidad tan única, que al reflexionar sobre su origen tenemos que reconocer de manera especial que Dios todavía sigue trabajando (Jn 5, 17). Así, la aparición de un hombre es un momento sagrado en el que el poder creador de Dios aparece con especial claridad. Todo esto implica la doctrina católica sobre la creación inmediata del alma humana.

    Aunque los padres transmitan a sus hijos el cuerpo con su código genético, Dios es el Señor y Creador de la persona humana como tal, es decir, de "aquello" por lo que cada hombre es íntima e inalienablemente él mismo y que le hace capaz de entrar en relación personal con Dios y los otros hombres. Aunque cada hombre venga de sus padres, resulta ser una realidad nueva, inédita en un sentido muy particular; necesita de sus padres para aparecer en este mundo, pero, en tanto que persona, cada hombre se refiere directamente a Dios como a su Creador. La aparición de un ser humano resulta de una colaboración muy peculiar de Dios y del hombre. Por ello podemos decir con el salmista: "Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma" (Sal 138, 13-14).

    La fe de la Iglesia en Dios creador

    21. La Iglesia ha creído, confesado y enseñado que Dios es el Creador y Señor del universo. Esta afirmación es central en sus confesiones de fe y en su litúrgica. Ya el llamado símbolo de los Apóstoles confiesa al Padre de Jesucristo: "Padre todopoderoso" (DS 2.11.30.41), palabras que apuntan, sin duda, a la creación. La profesión bautismal de la fe empieza por la respuesta afirmativa a esta pregunta: "¿Crees en Dios Padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra?"

    El Concilio Vaticano I, inspirado en el Concilio IV de Letrán, enseña: "Este solo Dios verdadero, por su bondad y omnipotencia —no para aumentar su felicidad ni para lograr una perfección, sino para manifestar su perfección comunicando bienes a las criaturas— por un designio libérrimo hizo de la nada, al comienzo del tiempo, igualmente la una y la otra criatura, la espiritual y la temporal, es decir, los ángéles y el mundo terrestre, después al hombre que, en cierto modo, pertenece a la vez a estos dos niveles de lo real, al estar constituido de cuerpo y de espíritu. Todo lo que ha creado, lo guarda y gobierna Dios por su providencia, "desplegando su fuerza de un confín al otro del mundo y gobernándolo todo con suavidad" (Cfr. Sb 8, 1). Pues "todo está al desnudo y al descubierto para sus ojos" (Hb 4, 13), aun aquello que ha de suceder por la acción libre de las criaturas" (DS 3002-3003).