Tema 59. MATRIMONIO: EL AMOR HUMANO BAJO EL SIGNO DEL ESPÍRITU

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 

¿Fidelidad para siempre? ¿Fecundidad generosa?

192. El sacramento del Matrimonio celebra la realidad del amor humano, vivido bajo la acción del Espíritu. Su celebración no es sólo un acto de sociedad, sino reunión de la Iglesia de Cristo. La alegría de ese acontecimiento, decisivo en la vida de los nuevos esposos, es alegría de la Iglesia. La Comunidad cristiana celebra el cumplimiento gozoso de una palabra de fidelidad definitiva ("una sola carne") y de fecundidad generosa ("sed fecundos y multiplicaos"). ¿Será posible este signo en medio de un mundo egoísta donde la fidelidad para siempre parece una utopía y donde la fecundidad generosa es vivida como un peso (Cfr. Gn 3, 16), como una forma de complicarse la vida?

El amor humano también debe ser redimido

193. Según se ha dicho anteriormente (Cfr. Temas 25-28), el pecado penetra todos los ámbitos de la vida, también en el más íntimo y profundo: el hogar humano, la comunidad conyugal y la familia. El pecado destruye, disgrega, introduce la división en medio de los hombres. Por el pecado, la relación personal de amor queda desvirtuada en relaciones instintivas y ciegas, de deseo y dominio, de predominio y fuerza: "Tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (Gn 3, 16). El pecado introduce la contradicción y la incomunicación en el orden de la familia y del amor humano. Es, por tanto, un orden que también debe ser redimido.

Necesidad de la redención, confesión de fe

194. En efecto, la comunidad conyugal y familiar debe ser restaurada según el proyecto de Dios. El reconocimiento de esto supone ya toda una confesión de fe. El relato de Gn 2-3 se aplica a cualquier pareja concreta. Según el plan de Dios, marido y mujer están llamados a formar "una sola carne"; tal es la figura paradisíaca y original del matrimonio: en el principio era así (Cfr. Mt 19, 8). El pecado, sin embargo, provoca la pérdida de esa figura, la maldición y el desamparo. El relato del Génesis muestra la realidad oculta de cada persona, descubre lo que tal vez deja en penumbra la felicidad del primer enamoramiento, lo que la convivencia matrimonial descubrirá después: el pecado se convierte en origen de un padecimiento común, arrastrando a la persona más amada al abismo de la propia indigencia. El relato del Génesis anuncia la necesidad de la redención y ofrece una nueva posibilidad: la restauración y la reintegración de la primitiva imagen de Dios en el hombre.

Oscurecimiento del amor humano

195. Por el pecado humano, la comunidad conyugal y familiar "no brilla en todas partes con el mismo esplendor, puesto que está oscurecida por la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre y otras deformaciones; es más, el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación" (GS 47). Así aparece el matrimonio desunido, disoluble, egoísta.

Oscurecimiento del matrimonio como signo cristiano

196. El mismo sacramento del Matrimonio se presenta frecuentemente oscurecido: se procede al matrimonio con una preparación meramente burocrática, haciéndola consistir muchas veces en el solo expediente; se presenta el matrimonio como una mera "legalización" de la vida conyugal; se le hace consistir exclusivamente en el contrato jurídico sin apenas relación a la Alianza; se disocia el sacramento de la vida (Cfr. Ritual del Matrimonio, [RM] 24).

Matrimonio y mundo secularizado

197. El proceso moderno de la secularización, si bien subraya a veces en el matrimonio el sentido de responsabilidad y autonomía, supone también una ruptura fatal entre el amor humano y la acción de Dios. De este modo, la secularización arrastra al matrimonio hacia un mundo exterior que está vacío de la gracia de Dios. El matrimonio, con esto, pierde su fundamento religioso y el radio de su disolubilidad y separabilidad crece proporcionadamente a esta secularización.

El matrimonio, en la perspectiva de los designios de Dios

198. Frente a todo oscurecimiento, producido por el pecado, el cristiano debe ver el matrimonio en la perspectiva de los designios de Dios: "No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). En las primeras páginas del Génesis la comunión conyugal entre hombre y mujer está llamada a ser una alianza de amor: "Abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24). La misma diversidad y reciprocidad del varón y de la mujer, destinados a tal unión son presentadas como una imagen expresiva de Dios, Creador de la vida: "Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo Dios: "Creced, multiplicaos" (Gn 1, 27-28).

"Del Señor ha salido este asunto..."

199 El matrimonio es una obra de Dios, del que proviene todo amor verdadero. Un amor que puede haberse originado en circunstancias aparentemente casuales, pero en las que el creyente reconoce la mano de Dios. Así lo hace el criado de Abrahán enviado, según los usos de la época, a la casa de la novia, para gestionar el matrimonio de Isaac con Rebeca: "Bendigo al Señor, Dios de mi amo Abrahán, que me ha puesto en el buen camino para tomar a la hija del hermano de mi amo para su hijo" (Gn 24, 48). Así lo reconocen también Labán, hermano de Rebeca, y su padre Betuel, en la respuesta que dan al criado: "Del Señor ha salido este asunto. Nosotros no podemos decirte está mal o está bien. Ahí delante tienes a Rebeca. Tómala y vete, y sea ella mujer del hijo de tu amo, como lo ha dicho el Señor Dios" (24, 50-51).

"Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles"

200. El matrimonio de Tobías y Sara es encomendado a Dios (Cfr. RM 145-146): "Tomó Ragüel la mano de su hija y la puso en la de Tobías, diciendo: El Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob esté con vosotros. Que él os una y que os colme de su bendición" (Tb 7, 12); "Y Sara, a su vez, dijo: Ten compasión de nosotros, Señor, ten compasión. Que los dos juntos vivamos felices hasta nuestra vejez" (8, 10). Aquellos que abrazan el matrimonio de tal modo que excluyen a Dios de su mente y de su corazón olvidan la advertencia del Salmo: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas" (Sal 126, 1). Toda la Escritura considera la unidad, la fidelidad, la edificación del hogar, como don de Dios.

No sólo no cometerás adulterio, sino que serás fiel con todo el corazón

201. Jesús devuelve al matrimonio la perfección de los orígenes, atacando el mal en su raíz; no se trata sólo de no cometer adulterio, sino de que los esposos se amen de hecho con todo el corazón y durante toda su vida. El amor al que están llamados los esposos es un amor total y para siempre. Pero el matrimonio no es sólo un acontecimiento que afecta a la conducta individual de los espossos. Es un hecho que repercute en la vida toda de la sociedad. La familia que se inicia con el matrimonio es el núcleo de la vida de los hombres en la sociedad. Los seres humanos —los hijos, los esposos— están llamados a alcanzar su plenitud humana en la familia. Por ello el matrimonio tiene también un carácter público, social, jurídico, en la Iglesia y en la sociedad civil. Este amor estable, total, permanente, de los esposos hace del varón y de la mujer una sola carne (unidad), para toda la vida (indisolubilidad). Esta unidad e indisolubilidad del matrimonio se han de expresar públicamente, jurídicamente. Así lo exige el bien de la familia. Pero la raíz de la fidelidad está en el corazón del hombre. Es esta raíz la que necesita ser sanada por la conversión y la gracia del Espíritu.

Es el corazón del hombre, el hombre entero, el que se manifiesta en cada uno de sus gestos, incluso en la mirada: "Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior" (Mt 5, 27-28).

Jesús suprime la antigua tolerancia mosaica

202. Jesús se opone a toda decadencia moral, incluso a la antigua tolerancia mosaica, no permitiendo el divorcio en caso de adulterio: "Se le acercaron unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: ¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo? El les respondió: ¿No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer y dijo: Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Ellos insistieron: ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de repudio y divorciarse? El les contestó: Por lo tercos que sois os permitió Moisés divorciaron de vuestras mujeres. Pero al principio no era así. Ahora os digo yo que si uno se divorcia de su mujer —no hablo de unión ilegal— y se casa con otra comete adulterio" (Mt 19, 3-9). El sentido más profundo del matrimonio querido por Dios es la unidad entre varón y mujer.

En medio de un orden de gracia

203. "Los discípulos le replicaron. Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse. Pero él les dijo: No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don" (Mt 19, 10-11). Los discípulos comprendieron perfectamente la exigencia moral de Jesús. Solamente olvidaban una cosa que El les recuerda; a saber, que la exigencia de la Nueva Ley evangélica se desarrolla en medio de un orden de gracia. Como enseña San Pablo, el matrimonio entra en el ámbito de la vocación cristiana y aparece como un don del Espíritu, destinado a la edificación de la Iglesia: "A todos les desearía que vivieran como yo, pero cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros. otro. Viva cada uno en la condición que el Señor le asignó, en el estado en que Dios lo llamó. Esta norma doy en todas las Iglesias..." (1 Co 7, 7.17). Jesús considera el matrimonio como forma de vida propia de nuestra existencia terrestre. En el cielo los hombres no se casan, y los resucitados serán como ángeles (Mc 12, 25). La importancia del matrimonio para el reino de Dios es relativa. (Cfr. Lc 14, 20; Mt 24, 38; Lc 17, 27; 1 Co 7).

El matrimonio, signo de amor y sacramento de Cristo

204. El matrimonio entra en la perspectiva de los designios de Dios consumados por Cristo en la Iglesia. Los esposos realizan el plan de Dios, que consiste en hacer de ambos una sola carne, amándose entre sí como Cristo ama a su Iglesia, el cual se ha hecho uncí sola carne con ella: "Porque somos miembros de su cuerpo. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia" (Ef 5, 30-32). Siendo ambos una sola carne, el matrimonio viene a ser no sólo signo de amor, sino también signo visible de la Alianza indisoluble entre Cristo y la Iglesia, sacramento eclesial del mismo Cristo, que hace al matrimonio indisoluble también y generosamente fecundo.

Dios mismo es el autor del matrimonio

205. El matrimonio como sacramento se inicia con el consentimiento personal e irrevocable de los esposos. Con el acto humano, libre, del esposo y de la esposa, por el que cada uno de ellos decide darse por entero al otro y acepta a su vez la entrega del otro, en orden a establecer la íntima comunidad conyugal de vida y de amor, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. "Este vínculo sagrado, en atención al bien, tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues el mismo Dios es el autor del matrimonio, al que ha dotado con bienes y fines varios" (GS 48). "Por su índole natural, la misma institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole" (GS 48). "Así que el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino unce sola carne (Mt 19, 6), se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente por la íntima unión de sus personas y actividades. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad" (GS 48).

Dios creador establece el matrimonio dentro del plan de la salvación que había de revelarse plenamente en Cristo (Cfr. Mt 19, 8). Este vínculo sagrado entre el varón y la mujer ha sido elevado por Cristo a la dignidad de sacramento. Es un signo eficaz de la gracia. Cristo se hace especialmente presente en el momento en que esposo y esposa expresan el mutuo consentimiento de su entrega mutua. Los ministros de este sacramento son los propios esposos. Pero en cuanto que es un sacramento, su celebración está regulada por la Iglesia.

El matrimonio, realidad eclesial

206. No se puede comprender el sacramento del Matrimonio cristiano separándolo de la Iglesia. El matrimonio es una realidad eclesial, en la medida en que los esposos están llamados a vivir con fe, esperanza y caridad, como miembros de Cristo, en cuanto esposos cristianos. La vida conyugal cristiana ha de estar informada por la fe, la esperanza y la caridad. Es una expresión de vida eclesial. La Iglesia se realiza en el matrimonio cristiano.

A su vez, el matrimonio de los cristianos, es verdaderamente signo del amor de Cristo a su Iglesia, en cuanto que se realiza en la Iglesia, en comunión 4e fe y de caridad con la Iglesia de Cristo. El amor de los esposos cristianos contribuye a la unidad de la Iglesia misma, pues es una de las realizaciones del amor unificador de la Iglesia; contribuye al nacimiento y crecimiento de la Iglesia y es, al mismo tiempo, fruto de la Iglesia. Así como en la Iglesia existe una íntima relación entre sus elementos institucionales y la vida de fe, esperanza y caridad, así también en el matrimonio debe haber una relación estrecha entre los aspectos institucionales sociales, jurídicos, etc., del matrimonio y el amor de los esposos informado por la fe, la esperanza y la caridad.

Como Cristo amó a su Iglesia

207. El amor matrimonial entra en la dinámica pascual del amor cristiano, un amor que ama incluso en el sacrificio, la renuncia y la cruz: "El amor es paciente, afable, no tiene envidia; no presume ni se engríe;, no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguarda sin límites" (1 Co 13, 4-7). En el matrimonio cristiano los esposos se aman ya como Cristo amó a su Iglesia, que se entregó a sí mismo por ella (Ef 5, 25-26; Col 3, 18; 1 P 3, 1-7).

El matrimonio, camino de santificación cristiana

208. El amor entre los esposos representa y significa ante la sociedad el amor con que Cristo ama a su Iglesia. Es un amor cuya fuerza y pureza nace de la gracia de Cristo y del amor de Cristo hacia nosotros. "Porque así como Dios antiguamente se adelantó a unirse a su pueblo por una alianza de amor y de fidelidad, así el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos, para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella. El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia, para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello, los esposos cristianos, para cumplir dignamente su deber de estado, están fortalecidos y como consagrados por un sacramento especial; en virtud de él, cumpliendo su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda empapada en fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su pleno desarrollo personal y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios" (GS 48).

El cristiano, por la gracia matrimonial, alcanza una semejanza, con Cristo que va más allá de la alcanzada por el Bautismo, queda vinculado ,de una forma nueva al misterio de Cristo, que en la cruz se entregó por su Iglesia con amor. El matrimonio cristiano se rige de una forma más intensa, nueva y singular, por el amor informado, por la gracia, como es el amor que reina entre Cristo y la Iglesia.

Generosidad, dominio de sí mismos, respeto mutuo.

209. El amor de Cristo a la Iglesia se expresó de manera especial en su Pasión y Muerte. Si el matrimonio cristiano representa este amor de Cristo a la Iglesia, los esposos cristianos no pueden perder de vista la perspectiva de la cruz en la realización del matrimonio. El amor de Cristo es un amor generoso, ilimitado; es una total donación de sí mismo hasta la muerte y muerte de Cruz (Cfr. Flp 2, 8). La vida en común de los esposos cristianos exigirá muchas veces la ayuda mutua para llevar con amor las dificultades, los sufrimientos y problemas de toda la vida humana. Pero será necesario, sobre todo, un amor generoso hasta la renuncia. El varón y la mujer no pueden realizarse como personas, y menos aún como discípulos de Cristo, si no saben vencer su amor propio, su egoísmo personal, sus caprichos individualistas, para el bien de la persona amada, y en favor de la convivencia en el amor mutuo, y del mutuo reconocimiento pleno de la dignidad personal de cada uno. Este amor generoso de los esposos cristianos, vivido desde la fe, es un testimonio y manifestación del amor de Cristo a su Iglesia. Por todo esto, las actitudes del joven y de la joven para un matrimonio construido sobre el amor auténtico son la generosidad, el dominio de sí mismos, el respeto mutuo.

Un amor que implica renuncia

210. El varón y sobre todo el cristiano, no puede realizarse como persona y como esposo si no renuncia a la autonomía de sí mismo en favor de la mujer: él adquiere su esposa dándose. Si no fuera sobre esta base y este don de sí mismo, el matrimonio perdería su sentido profundo para degenerar en una especie de engaño, violencia o rapto.

La mujer, plenitud del varón

211. También la mujer ayuda y salva al marido. Gracias a ella, por atracción hacia ella, puede él "dejar a su padre y a su madre" (Gn 2, 24), es decir, hacerse adulto, ser él mismo. Así como la Iglesia es la plenitud de Cristo también la mujer es plenitud del varón, lo completa y enriquece. La mujer responde a la donación del marido con receptividad y donación amorosa, con vencimiento de su egoísmo, como la Iglesia responde a Cristo.

Las características propias del varón y la mujer están orientados a la complementariedad y a la unión entre ambos. Pero la complementariedad entre esposo y esposa no excluyen la igual dignidad personal del varón y la mujer: "Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28).

Con su fidelidad, los esposos evangelizan

212. La indisolubilidad del vínculo matrimonial desborda el marco de lo meramente jurídico y legal para hacerse realidad existencial y gracia de Dios con el nombre concreto de una fidelidad que no muere. Desde esta situación los esposos evangelizan; son signo en medio del mundo: "Siempre fue deber de los esposos, pero hoy constituye la parte más importante de su apostolado manifestar y demostrar con su vida la indisolubilidad y santidad del vínculo matrimonial" (AA 11). A través de su amor se manifiesta "la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia" (GS 48).

De esta presencia viva del Salvador entre los hombres y de la misma naturaleza de la Iglesia son testigos especiales aquellos que, siguiendo los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, viven en virginidad consagrada. Este estado de consagración también significa en medio del mundo el amor de Cristo a su Esposa, la Iglesia (Cfr. Temas 39 y 47).

Vivir con gozo una fecundidad generosa

213. El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres" (GS 50). Si, por el pecado humano, la fecundidad es vivida como un peso (Cfr. Gn 3, 16), constituye todo un signo de la gracia de Dios llegar a vivir con gozo una fecundidad generosa.

Paternidad responsable

214. Procrear, cuando de personas humanas se trata, no debe ser solamente voz de la carne y de la sangre, sino amor verdadero humano. Más aún, los esposos son "cooperadores del amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente" (GS 50).

Encíclica "Humane Vitae"

215. El Papa Pablo VI, en su encíclica Humanae vitae, ha abordado el problema moderno de la regulación artificial de la natalidad: "De hecho, como atestigua la experiencia, no se sigue una nueva vida de cada uno de los actos conyugales. Dios ha dispuesto con sabiduría leyes y ritmos naturales de fecundidad que por sí mismos distancian los nacimientos. La Iglesia, sin embargo, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural, interpretada por su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial ("quilibet matrimonii usus") debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11). "Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido, y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (HV 12). "Usufructuar (...) el don del amor conyugal respetado por las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador" (HV 13).

La familia, célula abierta al servicio de la sociedad y de la Iglesia

216. La familia no debe ser considerada como un organismo cerrado, sino como célula abierta al servicio de la sociedad. Como dice el Concilio Vaticano II, "la familia ha recibido directamente de Dios la misión de ser la célula primera y vital de la sociedad. Cumplirá esta misión si por la mutua piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios se ofrece como santuario doméstico de la Iglesia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio de la hospitalidad y promueve la justicia y demás obras buenas al servicio de todos los hermanos que padecen necesidad" (AA 11; cfr. RM 75 y 79).

Diferentes obras del apostolado familiar

217. "Entre las diferentes obras del apostolado familiar pueden mencionarse las siguientes: adoptar como hijos a niños abandonadós, acoger con benignidad a los forasteros, colaborar en la dirección de las escuelas, asistir a los jóvenes con consejos y ayudas económicas, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio, colaborar en la catequesis, sostener a los esposos y a las familias que están en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo indispensable, sino también de los justos beneficios del desarrollo económico" (AA 11).

La familia evangeliza en las condiciones comunes del mundo

218. El apostolado de los esposos y de las familias tiene singular importancia, tanto para la Iglesia como para la sociedad (Cfr. AA 11). "Esta evangelización, es decir, el mensaje de Cristo pregonado por el testimonio de la vida y de la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo" (LG 35).

La familia, escuela del más rico humanismo

219. La visión cristiana del matrimonio se extiende a toda la vida familiar y a todos los miembros de la familia. Todos los miembros de la Iglesia y de la sociedad deben contribuir a que cada familia, y cada uno de sus miembros, puedan tener una vida digna de personas humanas, tanto en el plano económico, educativo, social, como, sobre todo, en el plano moral. Atacar la unidad o la indisolubilidad del matrimonio, los valores morales cristianos de la convivencia familiar es dañar gravemente a las personas precisamente en sus dinamismos más vitales. Estimular el egoísmo mutuo en la relación entre los miembros de cada familia es oponerse al plan de Dios y destruir uno de los fundamentos de la vida humana. "La familia es escuela del más rico humanismo. Para que puedan lograr la plenitud de su vida y misión, se requiere un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan principalmente los hijos menores, sin dejar, por eso, a un lado la legítima promoción social de la mujer. La formación de los hijos ha de ser tal que, al llegar a la edad adulta, puedan con pleno sentido de responsabilidad seguir incluso la vocación sagrada y escoger estado de vida; y si este es el matrimonio, puedan fundar una familia propia en situación moral, social y económica adecuada" (GS 52). "El poder civil ha de considerar obligación suya sagrada reconocer . la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla, defender la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica" (GS 52).

La familia, germen de reconciliación y de amor en la sociedad

220. La familia está llamada a ser, en la sociedad actual, un germen de reconciliación y de amor: "La institución familiar, afectada hoy por un cambio social que se refleja también en otros órdenes de la vida, exige de lbs esposos cristianos'y ,de los hijos el esfuerzo de comprensión mutua y el espíritu de sacrificio que no pocas veces requiere la convivencia humana. "Sí las diversas sensibilidades de los miembros de la familia pueden dar origen a tensiones espontáneas entre los esposos y entre las generaciones que componen el hogar, también la permanente cercanía de todos ha de facilitar el diálogo enriquecedor, tanto en el orden humano como en el espiritual.

En ese diálogo han de superarse los obstáculos que dificultan el buen entendimiento, el reconocimiento de los deberes y derechos de cada uno, la disponibilidad total al servicio de los otros, el respeto y la ayuda mutua en los problemas morales y religiosos" (Conferencia Episcopal Española, Carta colectiva sobre la reconciliación en la Iglesia y en la sociedad, n. 22).