Tema 57. UNCIÓN DE LOS ENFERMOS: LA ESPERANZA CRISTIANA EN EL DOLOR DE LA ENFERMEDAD Y DE LA MUERTE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

  • Presentar la Unción de los Enfermos como la celebración de la presencia del Espíritu, que da esperanza al creyente en medio de la enfermedad y de la muerte.

  • Descubrir que el creyente, en esta situación, se asocia de una manera especial al misterio pascual de Cristo.

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    Cristo en medio de la enfermedad

    133. Cristo se encuentra con el creyente también en medio de su enfermedad. La enfermedad supone una situación dura y crítica, en la que es puesta a prueba la misma fe: "¿Por qué, Señor...?". El sacramento de la Unción de los Enfermos significa y actualiza un rasgo esencial de la Iglesia el de ser la comunidad llena de esperanza que triunfa incluso del aparente fracaso definitivo: la muerte.

    La enfermedad, desgarro de sí, ruptura de la unidad personal

    134. La enfermedad es una situación dura y crítica. Estar enfermo es estar en un mundo diferente. Al verse invadida por la enfermedad, la persona humana experimenta una especie de elemento hostil, que le hostiga obsesivamente, que le ataca violentando sus tendencias, sus gustos, su voluntad. Es un acontecimiento que se le impone a uno mismo, sin haberlo deseado. La fatiga, la fiebre, el embotamiento, el dolor físico... invaden como intrusos el organismo corporal. La enfermedad bloquea al hombre a pesar suyo, invade la conciencia sin su consentimiento, domina y esclaviza la voluntad, amenaza con destruir todo lo que se tiene e, incluso, lo que uno es. El enfermo siente la tentación de considerar su cuerpo como un obstáculo, como un objeto exterior independiente y enemigo. La enfermedad conduce a un desgarro de sí, a una ruptura de la unidad personal: "mi cuerpo está contra mí". La enfermedad provoca también una crisis de comunicación.

    Crisis de comunicación con los demás

    135. El sufrimiento obliga al enfermo a prestarse a sí mismo una atención tan exclusiva, que disloca sus relaciones con los demás. Se siente como si fuera el único en sufrir. Este repliegue sobre sí mismo se ve acentuado por el hecho de encontrarse limitado a un horizonte cada vez más estrecho. El enfermo ha de permanecer en una habitación, ha de guardar cama: sólo le son posibles unos movimientos y unos pocos gestos. En último extremo, deberá ser ayudado para comer, cambiarse, para satisfacer sus necesidades más elementales. Se siente en una situación de dependencia que modifica profundamente el modo como vivía antes su relación con los otros. Esta experiencia de dependencia es la más inmediatamente penosa: sufre por percibirse como una carga para los demás, por hallarse siempre en el lugar del que recibe. Por otra parte, la duración de la enfermedad origina el espaciamiento de las visitas. El enfermo renunciará pronto a retener a aquellos con quienes la comunicación ya no parece posible.

    El enfermo palpa su propia fragilidad

    136. La enfermedad conduce a una comprensión más profunda de uno mismo como ser contingente. El enfermo palpa la fragilidad de su ser, que él creía hasta ahora firme y seguro. Su cuerpo amenazado le descubre la existencia de la contingencia; la cual se ve aún acentuada por la aparición brusca de la idea de la muerte, que la curación no conseguiría más que retrasar. La enfermedad manifiesta a la muerte como un destino inevitable.

    ¿Por qué...?

    137. En medio del desconcierto que acompaña al dolor y a la enfermedad surge frecuentemente la tentación de rebeldía frente a Dios: "¿Qué he hecho yo?, ¿por qué a mí?, ¿por qué Dios me manda esto?"... En los casos más extremos se producen reacciones semejantes a la de Job: "¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra, que se alzan mausoleos; o como los nobles, que amontonan oro y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz" (Jb 3, 11-16).

    La enfermedad, un mal que debe ser combatido

    138. Como la pobreza y la miseria, la enfermedad es un mal que debe ser combatido. Es malo estar solo. Por ello entra dentro del plan salvador de Dios el que el hombre luche ardientemente contra cualquier enfermedad y busque solícitamente la salud. Los médicos y todos los que de algún modo tienen relación con el enfermo han de hacer, intentar y disponer todo lo que consideren provechoso para aliviar el espíritu y el cuerpo de los que sufren; al comportarse así, cumplen con aquella palabra de Cristo que mandaba visitar a los enfermos, queriendo indicar que era el hombre completo el que se confiaba a sus visitas para que le ayudaran en su vigor físico y le confortaran en su espíritu (Cfr. Ritual de la Unción [RU], 3 y 4).

    Jesús vence al mal en todas sus manifestaciones

    139. Los evangelios muestran claramente el cuidado corporal y espiritual con que el Señor atendió a los enfermos: "recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del Pueblo" (Mt 4, 23). El encomienda a sus discípulos que procedan del mismo modo: "Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis" (Mt 10, 7-8). Jesús se presenta en el mundo como quien vence al mal en todas sus manifestaciones: la enfermedad, el pecado, la muerte.

    Los milagros de curación, signos de esperanza

    140. Jesús ve en la enfermedad un mal del que sufren los hombres, una consecuencia del pecado, un signo del poder de Satán. Las curaciones que Jesús realiza significan, a la vez, su triunfo sobre Satán y la presencia del Reino de Dios entre nosotros (Cfr.Mt 11, 5). Si bien la enfermedad aún no desaparece del mundo, no obstante la fuerza divina que finalmente la vencerá está desde ahora en acción. Jesús, ante todos los enfermos que le dicen su confianza (Mc 1, 40; Mt 8, 2-6), manifiesta una sola exigencia: que crean, pues todo es posible a la fe (Mt 9, 28; Mc 5, 36; 9, 23). Los milagros de curación confirman la esperanza a la que toda la humanidad está llamada, esperanza que no será confundida.

    El sacramento de la Unción de los Enfermos

    141. Junto a las curaciones que tiene a bien realizar, Jesús deja para la humanidad sufriente por la enfermedad el sacramento de la Unción. Esbozado ya en el evangelio de Marcos (6, 13) y proclamado en la carta de Santiago, fue celebrado siempre por la Iglesia en favor de sus miembros a los que unge y por los que ora, invocando el nombre del Señor para que los alivie y los salve. "¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia y que recen sobre él, después de ungirlo con óleo, en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo. y el Señor lo curará, y. si ha cometido pecado, lo perdonará" (St 5, 14-15).

    Tradición de la Iglesia en Oriente y Occidente

    142. Pablo VI, en la Constitución Apostólica sobre el sacramento de la Unción de los Enfermos, incluye esta breve historia del mismo:

    "Testimonios sobre la unción de los enfermos se encuentran, desde tiempos antiguos, en la Tradición de la Iglesia, especialmente en la litúrgica, tanto en Oriente como en Occidente. En este sentido, se pueden recordar de manera particular la carta de nuestro predecesor Inocencio I a Decencio, Obispo de Gubbio, y el texto de la venerable oración usada para bendecir el óleo de los enfermos: "Envía, Señor, tu Espíritu Santo Paráclito", que fue introducido en la Plegaria Eucarística y se conserva aún en el Pontifical Romano".

    "A lo largo de los siglos, se fueron determinando en la tradición litúrgica con mayor precisión, aunque no de modo uniforme, las partes del cuerpo del enfermo que debían ser ungidas con el Santo Oleo, y se fueron añadiendo distintas fórmulas para acompañar las unciones con la oración, tal como se encuentran en los libros rituales de las diversas Iglesias. Sin embargo, en la Iglesia Romana prevaleció desde el Medievo la costumbre de ungir a los enfermos en los órganos de los sentidos, usando la fórmula: "Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia te perdone el Señor todos los pecados que has cometido", adaptada a cada uno de los sentidos.

    Concilios de Florencia, Trento y Vaticano II

    143. "La doctrina acerca de la Santa Unción se expone también en los documentos de los Concilios Ecuménicos, a saber, el Concilio de Florencia y, sobre todo el de Trento y el Vaticano II.

    El Concilio de Florencia describió los elementos esenciales de la Unción de los Enfermos; el Concilio de Trento declaró su institución divina y examinó a fondo todo lo que se dice en la carta de Santiago acerca de la Santa Unción, especialmente lo que se refiere a la realidad y a los efectos del Sacramento: "Tal realidad es la gracia del Espíritu Santo, cuya unción limpia los pecados, si es que aún quedan algunos por expiar, y las reliquias del pecado; alivia y conforta el alma del enfermo suscitando en él gran confianza en la divina misericordia, con lo cual el enfermo, confortado de este modo, sobrelleva mejor los sufrimientos y el peso de la enfermedad, resiste más fácilmente las tentaciones del demonio "que lo acecha al calcañar" (Gn 3, 15) y consigue a veces la salud del cuerpo si fuera conveniente a la salud de su alma". El mismo Santo Sínodo proclamó, además, que en las palabras del Apóstol se indica con bastante claridad que "esta unción se ha de administrar a los enfermos y, sobre todo, a aquellos que se encuentran en tan grave peligro que parecen estar ya en fin de vida, por lo cual es también llamada sacramento de los moribundos". Finalmente, por lo que se refiere al ministro propio, declaró que éste es el presbítero.

    Por su parte, el Concilio Vaticano II ha dicho ulteriormente: "La Extremaunción, que puede llamarse también, y más propiamente, unción de los enfermos, no es sólo el sacramento de quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo empieza cuando el cristiano comienza a estar en peligro de muerte por enfermedad o por vejez" (SC 73; cfr. DS 1324; 1694-1700; 1716-1719).

    Renovación de Pablo VI

    144. Asimismo, Pablo VI, para que se adapte mejor a las condiciones de los tiempos actuales, establece para el Rito Latino cuanto sigue: El Sacramento de la Unción de los Enfermos se administra a los gravemente enfermos ungiéndolos en la frente y en las manos con aceite de oliva debidamente bendecido o, según las circunstancias, con otro aceite de plantas, y pronunciando una sola vez estas palabras: "Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad" (RU 143 y 221).

    El signo sacramental de la Unción de los Enfermos

    145. El simbolismo de la unción consiste en un gesto fraternal de asistencia que evoca la acción de una persona atenta a la prueba por la que pasa el enfermo. Expresa la solicitud de la comunidad cristiana para con aquel que sufre. Esta solicitud misma revela el comportamiento de Cristo atento a la situación crítica del hombre enfermo. El sacramento remite, así, por una parte a la comunidad eclesial y, por otra, a la presencia eficaz de Cristo en medio de su Iglesia.

    "La celebración del sacramento consiste primordialmente en lo siguiente: previa la imposición de manos por los presbíteros de la Iglesia, se proclama la oración de la fe y se unge a los enfermos con el óleo santificado por la bendición de Dios: con este rito se significa y se confiere la gracia del sacramento. Este sacramento otorga al enfermo la gracia del Espíritu Santo, con lo cual el hombre entero es ayudado en su salud, confortado por la confianza en Dios y robustecido contra las tentaciones del enemigo y la angustia de la muerte, de tal modo que pueda no sólo soportar sus males con fortaleza, sino también luchar contra ellos e, incluso, conseguir la salud si conviene para su salvación espiritual; asimismo, le concede, si es necesario, el perdón de los pecados y la plenitud de la Penitencia cristiana. En la santa Unción, que va unida a la oración de la fe (Cfr. St 5, 15), se expresa, ante todo, la fe que hay que hacer suscitar tanto en el que administra como, de manera especial, en el que recibe el sacramento; pues lo que salvará al enfermo es su fe y la de la Iglesia, que mira a la muerte y resurrección de Cristo, de donde brota la eficacia del sacramento (Cfr. St 5, 15) y entrevé el reino futuro cuya garantía se ofrece en los sacramentos" (RU 5-7). Debe administrarse esta santa Unción a los creyentes que, por enfermedad o avanzada edad, vean en grave peligro su vida. La gravedad de la enfermedad se juzga, sin angustias, de acuerdo con un dictamen prudente y probable de la misma. Si el enfermo convalece, puede celebrarse de nuevo este sacramento y también puede repetirse si, en el curso de la misma enfermedad, la situación llegara a ser crítica. Los ancianos, cuyas fuerzas se debilitan seriamente, aun cuando no padezcan enfermedad grave, pueden recibir la Unción y también los niños, con tal de que comprendan el sentido del signo sacramental (Cfr. RU 8-12).

    Sólo los sacerdotes —Obispos y presbíteros— son los ministros propios de la Unción de los Enfermos. La presencia del Obispo cerca de los enfermos, presidiendo una celebración o realizando una visita de consuelo, es un testimonio claro de su misión de Pastor y de Padre. "La presencia del presbítero junto al enfermo es signo de la presencia de Cristo, no sólo porque es ministro de los sacramentos de la Unción, la Penitencia y la Eucaristía, sino porque es especial servidor de la paz y del consuelo de Cristo" (RU 57, b).

    Superación de la angustia, robustecimiento de la fe. El cristiano evangeliza desde su enfermedad: el signo de la esperanza

    146. "El hombre, al enfermar gravemente, necesita de una especial gracia de Dios, para que, dominado por la angustia, no desfallezca su ánimo, y sometido a la prueba, no se debilite su fe. Por eso Cristo robustece a sus fieles enfermos con el sacramento de la Unción fortaleciéndolos con una firmísima protección" (RU 5). Por la presencia eficaz del Espíritu de Jesús, la enfermedad pierde su carácter más duro, desesperado, lacerante. Como la pobreza y la muerte (1 Co 15, 55), pierde su aguijón para convertirse en signo evangélico de paz, de serenidad y de esperanza. El cristiano enfermo evangeliza desde su situación deficitaria y dolorosa: "los enfermos, con su testimonio, deben recordar a los demás el valor de las cosas esenciales y sobrenaturales y manifestar que la vida mortal de los hombres ha de ser redimida por el misterio de la muerte y resurrección de Cristo" (RU 3). "Tanto en la catequesis comunitaria como en la familiar, los fieles deben ser instruidos de modo que sean ellos mismos los que soliciten la Unción, y llegado el tiempo oportuno de recibirla, puedan aceptarla con plena fe y devoción de espíritu, de modo que no cedan al riesgo de retrasar indebidamente el sacramento" (RU 13).

    Dimensión comunitaria del sacramento

    147. Este sacramento, como los demás, tiene un carácter comunitario que, en la medida de lo posible, debe manifestarse en su celebración. La enfermedad de uno de sus miembros presenta a la comunidad eclesial una de las grandes ocasiones para manifestarse como comunidad de amor. Durante la enfermedad los lazos que vinculan a unos y otros no sólo no se rompen, sino que adquieren un sentido nuevo y una nueva forma: "cuando un miembro sufre, todos sufren con él" (1 Co 12, 26). En ciertos casos, será factible la presencia de algunos miembros de la comunidad; en otros muchos, la comunidad se verá reducida a la presencia de la familia; incluso no faltarán ocasiones en las que se hallarán solos el ministro y el enfermo, en cuyo caso se hará comprender a este último que allí mismo está la Iglesia (Cfr. RU 33; 57d; 74). La comunidad cristiana hará comprender al enfermo que no es un peso, que no es un fracasado, que no está solo, que no va hacia la nada, que Dios no le castiga, que Dios le perdona, que será liberado, que no hay nada que le pueda apartar del amor de Dios y de Cristo (Cfr. Rm 8, 31-35).

    El sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza

    148. Por la fe y el amor el creyente es liberado de las desgracias del cuerpo. Su sufrimiento se torna humano, es decir, con esperanza. Sólo dentro de esta perspectiva es posible comprender las audaces paradojas de San Pablo. No se trata de juegos de palabras, sino expresión de la fuerza del cristiano que triunfa por encima del sufrimiento: presionado por todas partes, pero no aplastado; no sabiendo qué esperar, pero no desesperado; perseguido, pero no abandonado; abatido, pero no aniquilado; tenido por moribundo y siempre vivo; por. afligido y siempre alegre... (Cfr. 2 Co 4, 8ss; 6, 8ss).