Tema 53. BAUTISMO: NACIMIENTO A LA FE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

— Presentar el Sacramento del Bautismo como la celebración del nacimiento a la fe, de la primera acogida al don del Espíritu y de la incorporación a la Iglesia.

 

Los sacramentos de la iniciación cristiana

20. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Por ello, los hombres "libres del poder de las tinieblas, muertos, sepultados y resucitados con Cristo, reciben el Espíritu de la adopción filial y celebran con todo el Pueblo de Dios el memorial de la muerte y resurrección del Señor" (AG 14). Los tres sacramentos de la iniciación cristiana se ordenan y relacionan entre sí con el fin de conducir a su plenitud a los creyentes en Cristo que "ejercen la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).

El Bautismo, primer sacramento de la nueva alianza

21. El Bautismo es el primer sacramento de la Nueva Alianza. Jesús lo propuso como vía de acceso para alcanzar la vida eterna. Así se expresó en su conversación con Nicodemo: "Te lo aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios." (In 3, 5). El evangelio de Mateo concluye con el mandato misionero que Jesús resucitado confía a sus Apóstoles; en ese mandato, el Bautismo se enlaza estrechamente con el ingreso en la comunidad de los discípulos de Cristo: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).

El libro de los Hechos de los Apóstoles muestra el lugar central que ocupa el Bautismo en las primeras actividades misioneras: los que creen en

la predicación apostólica, reciben el agua purificadora: "Estas palabras les traspasaron el corazón y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos. Con estas y otras muchas razones les urgía, y los exhortaba diciendo: Escapad de esta generación perversa. Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil." (Hch 2, 37-41).

Conversión y bautismo se describen como elementos unidos en la iniciación de la fe cuando se relatan las vocaciones de Pablo (9, 18), del eunuco etíope (8, 26 ss), de Cornelio (10, 47-48), de Lidia y su casa (16, 14-15), del carcelero de Filipos y los suyos (16, 29-33), etc. Por otra parte, las cartas apostólicas (Gálatas, Romanos, 1 Pedro, 1 Juan, etc.), no sólo aluden al bautismo, sino que se extienden profundizando en su misteriosa realidad y en las exigencias que implica en orden a la conducta cristiana.

Cristo purificó a su Iglesia mediante el baño del agua de la palabra

22. El signo bautismal consiste en una ablución de agua cuyo profundo sentido sacramental se determina por la fórmula: "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". La ablución por inmersión fue presumiblemente la práctica normal en la Iglesia primitva (Cfr. Hch 8, 38-39; Ef 5, 26; Tt 3, 5). Esta forma de bautismo perduró hasta el siglo xüi y aún se da, en Occidente, en los siglos xv y xvi. Sin embargo, ya a principios del siglo tt, la Didajé (de origen sirio) menciona específicamente el bautismo con agua derramada —por infusión— si el de inmersión no fuera posible. Cuando se generalizó la costumbre de reservar un lugar especial para los bautismos, estos baptisterios —desde el principio del siglo tv— consistían en piscinas excavadas en el suelo. No obstante, la superficialidad de esas piscinas, así como los grabados de las catacumbas, sugieren que fue práctica común deramar el agua sobre la cabeza del bautizado, mientras éste permanecía de pie en la piscina.

El actual Ritual del Bautismo de Niños (RBN) determina: "Tanto el rito de la inmersión —que es más apto para significar la muerte y resurrección de Cristo— como el rito de la infusión pueden utilizarse con todo derecho" (n. 37). El Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos (ICA) describe que quien preside la celebración bautismal "tocando al elegido, le sumerge del todo o sólo la cabeza por tres veces, le bautiza invocando una sola vez a la Santísima Trinidad: N. yo te bautizo en el nombre del Padre (le sumerge por primera vez) y del Hijo (le sumerge por segunda vez) y del Espíritu Santo (le sumerge por tercera vez)" (n. 220).

El Bautismo y el Antiguo Testamento

23. Las antiguas catequesis cristianas han descubierto en el agua bautismal multitud de resonancias de temas bíblicos fundamentales. Las semejanzas y afinidades que concurren en esas diversas consideraciones son indicio de que nos encontramos en presencia de una enseñanza común. Esta se remonta a los más remotos orígenes de la Iglesia.

Puede verse un ejemplo característico en el siguiente texto de San Cirilo de Jerusalén: "Si se quiere saber por qué la gracia se fi por el agua (...) hojéense las divinas Escrituras y allí se encontrará (...). Antes de que criatura alguna se sometiera a la elaboración de los seis días, "el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas". El agua es el principio del mundo y el Jordán el principio de los Evangelios. Israel fue liberado del Faraón por el mar y el mundo es liberado del pecado por el baño del agua en virtud de la Palabra de Dios (...). Después del diluvio, fue establecida un alianza con Noé (...). Elías es llevado al cielo no sin que el agua intervenga, pues su carro marcha hacia el cielo después de haber atravesado el Jordán" (Catequesis 3, 5).

El Bautismo y el Nuevo Testamento

24. No sólo se relacionan con el bautismo los maravillosos sucesos salvíficos del Antiguo Testamento. Los acontecimientos de la vida de Cristo se contemplan también como figuras de su vida gloriosa en la Iglesia. Los Padres de la Iglesia enumeran toda una serie de gestos de Cristo relacionados con el agua en los que encuentran ecos bautismales: el bautismo en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22; Jn 1, 32-34), las bcdas de Caná (Jn 2, 1-12), el pozo de Jacob (Jn 4, 5-42), la curación del paralítico en la piscina de Bezatá (Jn 5, 1-18), el caminar sobre las aguas (Mc 6, 45-52; Mt 14, 22-33; Jn 6, 16-21), la curación del ciego de nacimiento en la piscina de Siloé (Jn 9, 1-41), el lavatorio de los pies (Jn 13, 1-15), etc.

Una fuente abierta para lavar el pecado

25. La reflexión sobre estas referencias simbólicas y tipológicas permiten profundizar en la teología del Bautismo. La significación más obvia del agua se orienta a la purificación de la suciedad, a la limpieza. En los escritos proféticos se habla ya de la renovación de los espíritus que se realizará en los tiempos mesiánicos por la efusión de aguas puras y el brotar de nuevas fuentes: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne." (Ez 36, 25-26). "Aquel día se alumbrará un manantial, a la dinastía de David, y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas." (Za 13, 1). El tema del agua viva con que el evangelio de San Juan alude al bautismo (3, 5; 4, 10-11; 7, 37-39; 19, 34-35) conecta con estas imágenes proféticas. En la misma línea, las catequesis patrísticas comentan la curación del pagano Naamán, enfermo de lepra, después de lavarse en el río Jordán (2 R 5; cfr. Lc 4, 27): los antiguos Padres veían en la lepra un símbolo del pecado.

El Espíritu de Dios sobre las aguas

26. En la simbología bautismal, ocupa un lugar privilegiado el pasaje bíblico que presenta al Espíritu de Dios incubando las aguas primordiales: "Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas." (Gn 1, 1-2).

El Bautismo cristiano es bautismo en agua y en Espíritu (Cfr. Jn 3, 5). Juan, el Precursor, bautizaba solamente en agua para la conversión: "Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego." (Mt 3, 11; cfr. Hch 19, 4).

El Bautismo de Jesús, con respecto al de Juan, asume el agua —elemento antiguo— y aporta la novedad de la efusión del Espíritu: la conversión humana, simbolizada en la ablución, es fecundada por el Espíritu que hace surgir un milagro de Dios, "el que no nazca de nuevo..." (Jn 3, 3).

La vida empezó en las aguas

27. Para la mentalidad del autor sagrado, la vida empezó en las aguas; las aguas, por mandato del Señor, producen la vida: "Pululen las aguas un pulular de vivientes..." (Gn 1, 20). La antigua tradición de la Iglesia reconoce la verdadera energía vivificante del agua en la fuente bautismal: "Somos pececillos y en el agua nacemos... y no tenemos otro modo de salvarnos sino permaneciendo en el agua" (Tertuliano, Sobre el Bautismo 1, 2). La misma temática se desarrolla en torno al denso texto de Ez 47, 1-12: un agua brota "del lado derecho del templo" (el costado traspasado de Cristo) y su corriente desemboca en el mar de las aguas pútridas que, a su contacto, son saneadas: "Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida, y habrá peces en abundancia. Las riberas del río misterioso, regadas por "aguas que manan del santuario" se convierten en un vergel —en el Paraíso—, cuyos cuatro ríos prefiguraban, para los Padres, el Bautismo por el que se recobra la primitiva integridad perdida: "Estás fuera del paraíso, oh catecúmeno, compañero de destierro de Adán... Ahora se abre la puerta, entra allí de donde saliste: no tardes" (San Gregorio de Nisa).

El agua bautismal, seno materno de la Iglesia

28. Las aguas fecundas, engendradoras de vida, conducen a la visión de la piscina bautismal como el seno donde la Iglesia Madre, bajo la acción del Espíritu, concibe a los hijos de Dios y los alumbra: "lo mismo que en el nacimiento carnal, el seno de la madre recibe una semilla que la mano divina forma según el orden original, así sucede en el bautismo, donde el agua es un seno para el que nace, pero la gracia del Espíritu en ella es la que forma al bautizado con miras a un nuevo nacimiento, transformándolo completamente" (Teodoro de Mopsuestia, Homilías catequéticas 14, 9).

Israel, salvado de las aguas, se convierte a Dios

29. El simbolismo más profundo de las aguas es celebrado por la tradición de la Iglesia al comparar el Bautismo con el paso de Israel a través del Mar Rojo. El agua evocaba ya a la conciencia judía la experiencia de un paso, de una prueba, de un trance: el pueblo de Israel había nacido de las aguas para la fe en Yahvé. Dios, Señor de los acontecimientos, cambió para los israelitas en aguas de vida lo que eran aguas de muerte: "Los hizo atravesar el mar Rojo y los guió a través de aguas caudalosas" (Sb 10, 18).

El agua —instrumento de juicio para los egipcios— inauguró la liberación de los hebreos y su constitución como pueblo propio de Yahvé, pueblo con quien Yahvé pacta su alianza: "Vosotros seréis mi pueblo" (Lv 26, 12). A través del éxodo, Israel es conducido entre prodigios a la tierra prometida. Desde entonces, convertirse es volverse a Yahvé, buscar continuamente su rostro (Sal 104, 4), el rostro de Aquel que salva de las aguas de muerte (Cfr. Sal 123, 4-5; 68, 15-16; Hch 27, 21 ss).

"Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo."

30. Posteriormente, la decisiva experiencia del retorno del destierro babilónico se concebirá Como la inauguración de un nuevo éxodo: para interpretarlo religiosamente, se apelará al gran suceso pretérito: "¿No os acordáis de lo pasado, ni caéis en la cuenta de lo antiguo?" (Is 43, 18). El Señor, "que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas" (Is 43, 16), asegura que, en su fidelidad, repetirá las iniciativas salvadoras: "Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, los chacales y las avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza." (Is 43, 19-21).

La pascua de Cristo

31. La acción salvadora que Yahvé realizó en Israel, a lo largo de su historia, alcanza su consumación en ros misterios pascuales de Cristo: El es el definitivo cordero inmolado y el que, al ser inmolado, pasa el verdadero Mar Rojo logrando la auténtica liberación. Por su muerte, Jesús alcanza la victoria decisiva contra Satán y las fuerzas del mal, destruye los poderes de la muerte y, en su resurrección, abre el camino que conduce a la "herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos" para los que aceptan su alianza, para los que creen y esperan en El (Cfr. 1 P 1, 3-5).

Inmersión-emersión, misterio pascual

32. El bautizado se une misteriosamente a la Pascua de Cristo: a través del agua, se salva y deja tras de sí la esclavitud del pecado, entra en la Nueva Alianza y se pone en marcha hacia la tierra prometida. El Bautismo determina una línea divisoria en la vida del hombre, supone una novedad tan radical como supuso para el pueblo de Israel la salida de Egipto. Hay un antes y un después: muertos al pecado, los bautizados resucitan a una vida nueva. No es posible el retorno a Egipto. El hombre viejo es crucificado con Cristo y su condición pecadora es destruida en la muerte del Señor (Cfr. Rm 6, 6). El hombre pecador cruza, por el Bautismo, las aguas de la propia muerte para que de ellas surja un hombre nuevo y distinto. El bautizado en el Espíritu es un hombre salvado de las aguas para la fe en el Padre, en el Hijo y en el mismo Espíritu.

El rito bautismal, articulado en los dos momentos de inmersión y emersión, no sólo evoca la gesta salvadora de la liberación de Egipto, sino que es el signo de la realidad que cumplió definitivamente aquella figura: el descenso a la piscina, la inmersión y la salida del agua significan que el cristiano ha muerto y ha sido sepultado con Cristo para resucitar con El. Jesús mismo habló de su muerte en términos de "bautismo": El debía ser "sumergido" en un abismo de sufrimientos: "El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar." (Mc 10, 39).

En el Nuevo Testamento, el simbolismo de la inmersión-emersión aparece fijado en sus rasgos esenciales. La inmersión significa la purificación del pecado (Ef 5, 26), la muerte al hombre viejo (Rm 6, 2-11; Ef 4, 22-23; Col 3, 9). La emersión simboliza la comunicación del Espíritu Santo, que da al hombre la filiación adoptiva y le convierte en un hombre nuevo mediante un nuevo nacimiento (Tt 3, 4-7; Ef 4, 24; Col 3, 10; Rm 6, 4).

El texto siguiente de San Cirilo de Jerusalén expresa admirablemente el sentir de la tradición cristiana sobre esta temática: "Se os ha llevado junto a la santa piscina como Cristo desde su cruz al sepulcro cercano (...) Por tres veces habéis sido introducidos en el agua y habéis salido, simbolizando así el triduo de Cristo en el sepulcro (...) En el mismo acto, moríais y nacíais; el agua saludable venía a ser a la vez vuestro sepulcro y vuestra madre (...) Un mismo momento ha realizado estos dos acontecimientos: vuestro nacimiento ha coincidido con vuestra muerte" (Catequesis 20, 4).

El sentido del Bautismo, expresado en los ritos litúrgicos

33. Ya desde sus comienzos, y progresivamente, la Iglesia ha reflexionado con intensidad en torno al signo bautismal y ha expresado su meditación en una gran riqueza de elementos simbólicos que ha incorporado a la administración de este sacramento de iniciación. Entre ellos, conviene destacar algunos a través de los cuales se comprende mejor el significado profundo del Bautismo.

La señal de la Cruz

34. Cuando la Iglesia acoge a los bautizados, traza sobre ellos el signo de la cruz, señal del cristiano, distintivo de la nueva condición que van a recibir. La Cruz, signo de la redención, es signo de la fe cristiana que el candidato pide a la Iglesia. Signado y sellado con la cruz, el bautizando comienza a ser incorporado al misterio pascual de Cristo, misterio de muerte y resurrección que permanece vivo en la Iglesia.

Los exorcismos y la renuncia a Satanás

35. El Bautismo arranca al hombre del poder de Satán, príncipe de este mundo (Cfr. Jn 12, 31; 16, 11) y concede la luz y la energía para emprender una lucha contra las fuerzas de las tinieblas, lucha que ha de durar toda la vida. Los exorcismos rituales manifiestan expresivamente la condición abnegada de la vida cristiana: lucha entre la carne y el espíritu, enfrentamiento con los acechos del Maligno, lugar primordial de la renuncia para conseguir las bienaventuranzas del Reino de Dios, necesidad constante de la gracia del Espíritu. Los exorcismos ocuparon pronto un puesto de preferencia en la liturgia bautismal.

La Traditio Apostolica, de Hipólito, prescribe: "A partir del día en que son elegidos (los catecúmenos), que se les impongan cada día las manos exorcizándolos" (Traditio, 20). La teología de los exorcismos supone que el hombre, abandonado a sus fuerzas, no puede despegarse del poder del Maligno que le cautiva y desborda. Es Cristo mismo quien combate para apartar del Príncipe de las Tinieblas a quien va a hacer miembro suyo por el Bautismo: frente a la situación desesperada de esclavitud e impotencia Cristo ofrece una salvación que jamás podrá proporcionar al hombre un género de liberación meramente humana (psicológica, sociológica, económica...).

Entre los ritos inmediatamente preparatorios al Bautismo, la renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo resaltan con gran expresividad el sentido más radical de este sacramento: la muerte a todas las fuerzas del mal y la conversión a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo.

La entrega del símbolo de fe y de la oración dominical

36. Desde la antigüedad, las entregas (traditiones) del Símbolo y del Padrenuestro se insertan como elementos importantes de la celebración del Bautismo. La Iglesia entrega a los bautizandos el compendio de su fe y de su oración. El Bautismo es el signo eficaz de que se ha recibido la fe y todo el dinamismo que ella comporta: inauguración de una vida nueva en el Espíritu que abre el acceso al Padre. La entrega litúrgica del Símbolo es la celebración de la transmisión de la fe que el nuevo cristiano habrá de profesar adhiriéndose vitalmente —con toda su mente, con todo el corazón, con todas sus energías— al mensaje de la salvación que se contiene en la fórmula simbólica.

La entrega del Símbolo es manifestación de la tradición de la Iglesia que, en la celebración sacramental, se hace presente y operante en toda la plenitud de su sentido. La entrega del Símbolo, además, conecta con una de las exigencias que el Bautismo instaura en el cristiano: la necesidad de penetrar y profundizar en el mensaje salvífico, del cual el Símbolo es una síntesis elemental, pero, al mismo tiempo, complexiva. En este momento litúrgico se actualiza también la catequesis como realización viva de la tradición oral de la Iglesia.

Por otra parte, transmitir la fe implica también iniciar a la oración, enseñar a orar. Los bautizandos piden a la Iglesia lo que los discípulos pidieron a Jesús: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11, 1; cfr. 11, 1-13). Al entregar la oración del Señor (Padrenuestro), la Iglesia celebra la iniciación a la oración de los nuevos creyentes. El Padrenuestro es la oración específica de los creyentes, es decir, de los que ponen su confianza en el Padre, porque son hijos (Cfr. 1 In 3, 1; Rm 8, 14-27; Ga 4, 4-7).

La unción con el óleo de los catecúmenos

37. Las catequesis patrísticas comentan el rito de la unción con óleo junto con el gesto del despojamiento de los vestidos, simbolismo este último que alude a la muerte del hombre viejo: "No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos del nuevo que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo" (Col 3, 9-10; cfr. Ef 4, 22-24). Como los atletas que entraban a la lucha o competición eran frotados con aceite, también los que van a ser bautizados son ungidos con óleo: es ésta una unción para la lucha con Satanás. El elegido entra en la Iglesia militante y su principal lucha será contra las fuerzas del mal. Para ella necesita una especial fortaleza, simbolizada en esta unción. Esta unción se hace con miras a las luchas corrientes de la vida cristiana, pero especialmente con miras al combate decisivo contra Satanás en que consiste el mismo Bautismo. La bajada a las aguas bautismales es, en efecto, bajada a las aguas de la muerte, a imagen de Cristo, y combate decidido contra ella.

La vestidura blanca

38. Después del Bautismo propiamente dicho, los bautizados son revestidos con una túnica blanca: han sido revestidos de Cristo como nuevas criaturas y habrán de conservar sin macha el nuevo vestido hasta que se presenten ante el tribunal de Nuestro Señor Jesucristo. Estos vestidos blancos representan la antítesis de los viejos vestidos abandonados antes del Bautismo. El mismo Bautismo se designa muchas veces como vestido de incorruptibilidad, vestido de luz. Se trata a la vez de la pureza y de la incorruptibilidad del cuerpo. La vestidura blanca es símbolo de la resurrección de los cuerpos y de la participación en la gloria de Cristo Resucitado.

La luz pascual

39. Los bautizados reciben también una luz encendida en el cirio pascual. Han sido transformados en luz de Cristo y como hijos de la luz habrán de recorrer el camino hasta llegar al encuentro del Señor. Los Padres de Oriente han llamado al Bautismo iluminación, pues es el sacramento que comunica el personal conocimiento de Cristo, la "luz del mundo" (Jn 8, 12). Para la Iglesia primitiva el Bautismo es, en efecto, una iluminación (Cfr. Hb 6, 4; 10, 32; 1 P 2, 9). San Pablo ruega a los cristianos de Colosas que den con alegría gracias a Dios Padre, "que os ha hecho capaces de compartir la herencia de los santos en la luz" (Col 1, 12). El mismo tema se encuentra en el primitivo himno bautismal que se recoge en la Carta a los Efesios: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz" (Ef 5, 14).

La unción con el Santo Crisma

40. Cuando el sacramento de la Confirmación no se celebra inmediatamente después del Bautismo, a continuación de la ablución, se unge a los nuevos bautizados en la cabeza con el más precioso de los tres óleos, el crisma (christós = ungido) de la salvación. Las fórmulas rituales expresan el sentido de esta unción: significa la agregación al Pueblo de Dios de un nuevo miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey.

Dimensiones teológicas del Bautismo

41. Las perspectivas bíblica y litúrgica del Bautismo permiten ahondar en sus significados más profundos, esto es, en la conexión del Bautismo con las grandes realidades de la vida cristiana: la fe, la esperanza, el amor, la superación del pecado, la gracia, la Iglesia...

El Bautismo. sacramento de la fe

42. El Bautismo es el signo eficaz del nuevo nacimiento, cuyo proceso se inicia cuando el hombre, por la gracia de la fe, acoge la Palabra de Dios y responde al Evangelio de Cristo. "Ahora que estáis purificados por vuestra obediencia a la verdad y habéis llegado a quereros sinceramente como hermanos, amaos unos a otros de corazón e intensamente. Mirad que habéis vuelto a nacer, y no de una semilla mortal, sino de una inmortal, por medio de la Palabra de Dios viva y duradera, porque toda carne es hierba y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, la flor se cae; pero la palabra del Señor permanece para siempre. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos" (1 P 1, 22-25). "Por propia iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la rimicia de sus criaturas" (St 1, 18).

El Bautismo supone previamente participar en la comunidad viva de fe que es la Iglesia o, al menos, ser acogido por esa comunidad que se compromete a cultivar ininterrumpidamente la fe de aquellos miembros que recibieron el don sacramental sin una respuesta actualmente consciente al Evangelio. "No hay nada que la Iglesia estime tanto ni hay tarea que ella considere tan suya como reavivar en los catecúmenos o en los padres y padrinos de los niños que se van a bautizar una fe activa, por la cual, uniéndose a Cristo, entren en el pacto de la nueva alianza o la ratifiquen. A esto se ordenan, en definitiva, tanto el catecumenado y la preparación de padres y padrinos como la celebración de la Palabra de Dios y la profesión de fe en el rito bautismal" (Ritual del Bautismo de niños [RBN] 3).

El catecumenado, restaurado por el Concilio Vaticano II, "dividido en varias etapas" (SC 64) pone muy claramente de manifiesto la ineludible necesidad de iniciar a los bautizandos adultos "en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse _ en los tiempos sucesivos" (AG 14).

Por lo que se refiere al Bautismo de los niños debe subrayarse que "para completar la verdad del sacramento conviene que los niños sean educados en la fe en que han sido bautizados. El mismo sacramento recibido será el fundamento y la fuente de esta educación. Porque la educación en la fe, que en justicia se les debe a los niños, tiende a llevarles gradualmente a comprender y asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente ellos mismos puedan libremente ratificar la fe en que han sido bautizados" (RBN 9).

El Bautismo, muerte al pecado

43. En cuanto la ablución bautismal significa un baño purificador, opera eficazmente la limpieza de todo pecado. El Bautismo, al incorporar al hombre a la muerte de Cristo, lava —destruye— los pecados que se hayan cometido en la vida pasada y extirpa hasta la misma raíz del pecado, que es la culpa original. En el Bautismo de niños, que no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, la Iglesia dirige a Dios esta plegaria en la oración de exorcismo: "te pedimos que estos niños, lavados del pecado original, sean templo tuyo y que el Espíritu Santo habite en ellos" (RBN 119). "En los renacidos nada odia Dios" enseñó el Concilio de Trento (DS 1515). Las referencias a Adán, padre de una raza esclavizada por el pecado, son habituales en las catequesis patrísticas. "Has recibido el bautismo, el nuevo nacimiento —dice Teodoro de Mopsuestia—. Has venido a ser otro, has nacido otro. Ya no perteneces a Adán (...) hundido bajo el pecado. Por el contrario, perteneces a Cristo" (Homilías Catequéticas, 14, 25).

El Bautismo, nacimiento a la vida de Dios

44. Incorporados a Cristo resucitado, los bautizados comienzan a participar de la naturaleza divina (Cfr. 2 P 1, 4): son engendrados como hijos de Dios: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!... Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios (1 Jn 3, 1.9).

El Bautismo configura al nuevo cristiano con el mismo Cristo, el Hijo Unico y Amado y, por ello comporta la exigencia de conformar la existencia entera de acuerdo con la imagen de Cristo, muerto y resucitado, en un constante despliegue de la vida teologal gratuitamente recibida. La unión y semejanza con Cristo conduce a la comunión y semejanza con la Santa Trinidad, en la que el cristiano ha sido santificado: "La invocación de la Santísima Trinidad sobre los bautizandos hace que los que son marcados con su nombre le sean consagrados y entren en la comunión con el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo. Las lecturas bíblicas, la oración de los fieles y la triple profesión de fe están encaminadas a preparar este momento culminante" (RBN 5).

El Bautismo, incorporación a la Iglesia

45. Por el Bautismo, los hombres son incorporados a la Iglesia: "(Cristo) inculcando expresamente la necesidad de la fe y del bautismo (Cfr. Mc 16, 16; Jn 3, 5) confirmó al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia, en la cual entran los hombres como por una puerta, a través del bautismo" (LG 14). Incorporados al Pueblo de Dios por el Bautismo, los cristianos constituyen un "sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo" (1 P 2, 5). Los bautizados, "por el carácter son destinados al culto de la religión cristiana" y a "profesar ante los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia" (LG 11). "Este efecto indeleble, expresado por la liturgia latina en la misma celebración con la crismación de los bautizados en presencia del pueblo de Dios, hace que el rito del Bautismo merezca el sumo respeto de todos los cristianos y no esté permitida su repetición cuando se ha celebrado válidamente, aun por hermanos separados" (RBN 4).

Sacerdocio profético y real

46. La incorporación a la Iglesia hace que los bautizados participen del único sacerdocio de Cristo por un sacerdocio que llamamos común, íntimamente ordenado al sacerdocio de los ministros: "los creyentes, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la obligación de la Eucaristía, y lo ejercen al recibir los sacramentos, en la oración y la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad opertiva" (LG 10). En estrecha relación con la incorporación a Cristo Sacerdote a través del Bautismo se encuentra la misión profética de los bautizados, a quienes el mismo Señor "constituye en testigos dotándolos del sentido de la fe y de la gracia de la palabra para que la virtud del Evangelio brille en su vida diaria, familiar y social" (LG 35). Por el mismo Bautismo, reciben los discípulos de Cristo una "libertad regia" por la que se conforman con la realeza de Cristo, su Señor, venciendo en sí mismos el reino del pecado y sirviendo a Cristo en sus hermanos, conduciéndolos así humilde y pacientemente hacia aquel Rey a quien servir es reinar (Cfr. LG 36).

El Bautismo, exigencia de plenitud de vida cristiana

47. La vida nueva recibida en el Bautismo está llamada a desarrollarse y crecer. El cristiano, inserto en el Cuerpo de Cristo, es impulsado por el dinamismo de este organismo misterioso a tender, en comunión con los demás miembros, "al Hombre perfecto, a la medida de Cristo, en su plenitud" (Ef 4, 13). "Los seguidores de Cristo, llamados y justificados en Cristo nuestro Señor, no por sus propios méritos sino por designio y gracia de El, en el Bautismo de la fe han sido hechos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza y, por lo mismo, santos. De ahí se sigue que, con la ayuda de Dios, han de conservar y perfeccionar en su vida la santidad que recibieron" (LG 40). El Bautismo es la prenda visible de la vocación, la realización histórica de una predilección eterna de Dios.

La presencia del Espíritu Santo en el cristiano, como en un templo, es el imperativo constante de una vida santa. Cristo, de quien el bautizado es revestido, ha de manifestarse progresivamente en la existencia del creyente a través de una identificación cada vez más visible de sus sentimientos, trabajos, dolores, alegrías y actividades con los de Cristo Jesús. Unidos por el vínculo de la fe única y del Bautismo único, todos los creyentes forman un solo cuerpo de hermanos: la caridad fraterna es una exigencia de la gracia bautismal. El despliegue de la vida teologal se inscribe en las mismas dimensiones del misterio pascual. "Fluye de ahí la clara consecuencia de que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad mediante la cual se promueve aún en la sociedad terrena una modalidad de vida más humana" (LG 40).

El Bautismo y la comunidad eclesial

48. Nadie puede bautizarse a sí mismo. El cristiano no es un individuo aislado: recibe la fe y el sacramento de la fe en el seno de una comunidad que se compromete a introducir y formar en la vida de fe a los que son llamados por Dios a integrarse en su Pueblo (RBN 12). El mandato de bautizar se dirige a toda la Iglesia aunque urge de una manera especial a quienes se encuentran ligados con los batizandos por lazos de particular intimidad y a los ministros jerárquicos. "La preparación al Bautismo y la formación cristiana es tarea que incumbe muy seriamente al pueblo de Dios, es decir, a la Iglesia, que transmite y alimenta la fe recibida de los Apóstoles. A través del ministerio de la Iglesia, los adultos son llamados al Evangelio por el Espíritu Santo, y los niños son bautizados y educados en la fe de la Iglesia" (RBN 11). Esta responsabilidad de la Iglesia debe expresarse en la participación activa en las celebraciones bautismales: en ellas la comunidad cumple un verdadero oficio litúrgico. La institución de los padrinos se inscribe en esta misma perspectiva y pone de manifiesto la solicitud de la comunidad por la perseverancia en la fe y en la vida cristiana de los nuevos cristianos. Según costumbre muy antigua de la Iglesia, no se admite a un' adulto al Bautismo sin un padrino y también debe haberlo en el Bautismo de un niño para que, cuando sea necesario, ayude a los padres a fin de que el niño llegue a profesar con integridad la fe y a expresarla en su vida. Sin embargo, "el ministerio y las funciones de los padres en el Bautismo de los niños está muy por encima del ministerio y funciones de los padrinos" (RBN 15). Ellos, en efecto, desempeñan un verdadero ministerio cuando piden públicamente que sea bautizado el niño y cuando realizan los gestos litúrgicos que les corresponden en la celebración (signación, profesión de fe, etc.).

"Es ministro ordinario del Bautismo el obispo, el presbítero y el diácono" (RBN 21). "Por ser los obispos los principales administradores de los misterios de Dios, así como también moderadores de toda la vida litúrgica en la Iglesia que les ha sido confiada, corresponde a ellos regular la administración del Bautismo, por medio del cual se concede la participación en el sacerdocio real de Cristo" (RBN, 22).

"No habiendo sacerdote ni diácono, en caso de peligro inminente de muerte, cualquier fiel, y aun cualquier hombre que tenga la intención requerida, puede, y algunas veces hasta debe, conferir el Bautismo. Pero si no es tan inmediata la muerte, el sacramento debe ser conferido, en lo posible, por un fiel... Es muy importante que, aún en este caso, esté presente una comunidad reducida o, al menos, que haya, si es posible, uno o dos testigos" (RBN 26).

Bautismo de adultos y catecumenado

49. Los adultos que se acercan al Bautismo han de hacerlo en un acto libre y responsable que supone la, adhesión a la fe de la Iglesia y la decisión de una conversión sincera de su vida, que, a partir de ahora, se orientará al Dios vivo y a sus designios de salvación. La institución del catecumenado se destina precisamente a preparar al candidato para el Bautismo, despertando en él las actitudes debidas y probando la autenticidad del paso que va a dar. El Concilio Vaticano II, al restaurar el catecumenado, ha incorporado elementos muy ricos y valiosos a la práctica y liturgia bautismales de la Iglesia. El catecumenado "no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, en que los discípulos se unen con Cristo su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos oportunamente en el misterio de la salvación, en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de celebrarse en los tiempos sucesivos; introdúzcanse en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del Pueblo de Dios" (AG 14).

El Ritual de la Iniciación Cristiana de los Adultos, por el que se ha llevado a ejecución la disciplina catecumenal solicitada por el Concilio, señala las distintas etapas de instrucción y maduración que se suceden en este tiempo de preparación al Bautismo. Son las siguientes: a) La primera etapa, por parte del candidato, exige búsqueda y, por parte de la Iglesia, constituye la primera evangelización. Es la fase pre-catecumenal. b) La segunda etapa, propiamente catecumenal, se dedica a la catequesis integral y acaba el día en que se celebra la elección (o iluminación). c) La tercera etapa coincide normalmente con la preparación cuaresmal a la celebración de la Pascua y de los sacramentos de iniciación: es la fase de preparación inmediata al Bautismo, llamada también de purificación. d) La última etapa: realizada en el tiempo pascual, se dedica a la catequesis mystagógica: profundización en la nueva experiencia de los sacramentos y de la comunidad. Se guardan así los rasgos esenciales del antiguo catecumenado. Las distintas etapas se santifican con los ritos sagrados que se han descrito anteriormente y que se distribuyen en tres grandes momentos: la acogida por parte de la Iglesia (primera adhesión, signación); combate contra el mal e iniciación a la vida cristiana (escucha de la Palabra de Dios, catequesis, exorcismos, elección, escrutinios, entregas del Símbolo y de la Oración del Señor); Bautismo propiamente dicho (renuncia a Satanás, adhesión a Cristo, entrada en el baptisterio, unción con óleo, inmersión o derramamiento del agua, revestimiento de la túnica blanca, entrega de la luz pascual, crismación, catequesis mystagógica).

Enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado

50. En profunda relación con el catecumenado, recientemente restaurado, la maduración en la fe de los bautizados requiere fomentar en las circunstancias actuales una catequesis que de algún modo reproduzca las etapas catecumenales. Así lo propone Pablo VI en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: "Sin necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a él" (EN 44).

El Bautismo de los niños

51. La Iglesia, que recibió la misión de evangelizar y de bautizar, ya desde los primeros siglos, bautizó no solamente a los adultos, sino también a los niños de los cristianos en la seguridad de que entraban a formar parte del Pueblo de Dios y en la esperanza de que, llegados a la edad responsable, habrían de desarrollar la fe que les había sido infundida, haciéndose conscientes de lo que significa ser elegidos para asociarse a Cristo por el sacramento del agua y del Espíritu. "En aquellas palabras del Señor: El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios, siempre entendió la Iglesia que no había de privar del Bautismo a los niños, porque consideró que son bautizados en la fe de la misma Iglesia, proclamada por los padres, padrinos y demás presentes. Ellos representan tanto a la Iglesia local como a la comunidad universal de los santos y de los fieles; es decir, a la Madre Iglesia, que toda ella, en la totalidad de sus miembros, engendra a todos y a cada uno" (RBN 8). Pablo VI formuló así esta tradición de la Iglesia en su Profesión de fe: "Hay que administrar el bautismo también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento, nazcan de nuevo, del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús" (CPD 18).

Desarrollo gradual de la gracia del Bautismo

52. El Bautismo de los niños es una admirable manifestación de la gratuidad del don de Dios, pues no se les exige acto alguno de conversión y de fe personal, de que los niños no son capaces. El Bautismo de los niños se fundamenta en el acto redentor de Cristo que es fiel hasta la muerte y en lo que esa fidelidad testimonia, esto es, la decisión salvífica de Dios en favor del hombre.

El niño recibe el sacramento del Bautismo como recibe cuanto necesita para su desarrollo vital: en dependencia de los adultos. Es cierto que la personalidad que dormita todavía no es apta para un encuentro consciente y libre. Pero la madre no retira a su hijo sus cuidados y su amor por el hecho de que el niño sea incapaz de un encuentro personal. La madre habla con el niño y juega con él, como si pudiera ser comprendida. Este conjunto de actitudes, cada gesto de amor materno, es como una espera: lb espera de una respuesta, el deseo de despertar una personalidad. La conciencia del niño se abrirá progresivamente al mundo de las cosas y de las personas y progresivamente responderá al amor de la madre.

La Iglesia también, cuando bautiza a un niño otorgándole el don de Dios, espera con amor la respuesta que se dará más tarde como fruto de una asimilación personal y gradual de la gracia del Bautismo. Toda una serie de solicitudes y cuidados por parte de la familia cristiana y de la comunidad entera procurará que el crecimiento espiritual del niño sea una colaboración paulatina con la acción del Espíritu Santo que misteriosamente trabaja su interioridad. He ahí donde se inserta la necesaria catequesis eclesial.

El Bautismo de los niños significa admirablemente la gratuidad de la salvación

53. El Bautismo de los niños (y los otros sacramentos que ellos pueden recibir) muestra el valor inmenso del don de Dios, que, en el ámbito salvífico, antecede a toda acción humana, también cuando se trata de adustos. Un acto de fe es siempre la respuesta del hombre a una obra que Dios realiza en nosotros de antemano, anticipándose con todo su amor y soberanía. Si el Bautismo de los niños significa admirablemente la gratuidad de la salvación, la negación de ese Bautismo sería una contradicción del sentido más profundo de la redención, de la salvación cristiana: "Ha aparecido la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre, no por las obras de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento y con la renovación por el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3, 4-6).

El Bautismo de los niños en la fe del pueblo de Dios

54. Por otra parte, el Bautismo de los niños pone de relieve la condición comunitaria de la Iglesia —todo el Pueblo es propiedad de Dios y avanza bajo su influjo paternal— y manifiesta la solidaridad que se da entre sus miembros: los niños que no son capaces de realizar un acto propio de fe, son bautizados en la fe de la Iglesia, en el seno de una comunidad creyente y comprometida en suscitar y alentar la fe personal de sus nuevos hijos (Cfr. Concilio de Trento, DS 1626).

"La comunidad cristiana, viva representación de la Iglesia madre, debe sentirse solidariamente responsable del crecimiento de la Iglesia, considerando como misión de todos el comunicar por los sacramentos la vida de Cristo a nuevos miembros y el ayudarles luego a alcanzar la madurez y plenitud de esa vida... El niño, en efecto, tiene derecho al amor y la solicitud de la comunidad, tanto antes como después de la celebración del sacramento" (RBN 12-13).

Los niños que mueren sin bautizar

55. ¿Cuál es el destino final de los niños que mueren sin bautizar? A través del curso de los siglos, la Iglesia ha comprendido cada vez más claramente que, para responder a esta cuestión, hay que acudir a estas verdades contenidas en su Mensaje de Salvación: 1.a) Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Tm 2, 4-6). En ese designio de salvación universal también entran, sin duda, los niños, a los que el Evangelio presenta como objeto de la predilección divina (Mt 19, 13-14; 18,10); 2.a) Cristo nació y murió por todos; 3.a) Nadie se condena si no es por pecados personales.

A partir de estas verdades, se funda la persuasión —llena de esperanza cristiana— de que Dios, por caminos que sólo a El le son conocidos (vais sibi notis: cfr. AG 7), recibe en la feliz intimidad de su vida divina a los niños que mueren sin haber recibido el Bautismo: así se cumple su propósito de salvación que es serio, fiel, no excluyente y gratuito. Aunque nosotros no podamos determinar cuáles son, en concreto, esos caminos providenciales, sí podemos fomentar la convicción de que los niños muertos sin el Bautismo se encuentran en el ámbito salvador de Cristo: ellos están en el Señor Jesús. La Iglesia no los olvida en su plegaria litúrgica y suplica así por ellos en su oración oficial: "Unámonos en caridad para encomendar este niño a la misericordia de Dios, y pidamos para sus padres la fortaleza de sobrellevar cristianamente su dolor" (Ritual de Exequias [RE] 374; cfr. 56 y 62).