Tema 48. SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES. LUZ DE LAS GENTES

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

 

Buscando el sentido último de nuestra vida humana

141. El hombre se pregunta muchas veces por el sentido de su vida: ¿Hacia dónde caminamos? ¿Cuál es nuestra misión en la tiara? ¿Qué significación tiene el amor? ¿Cómo responder a los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor? ¿Cómo satisfacer los deseos más profundos del corazón humano? En definitiva, ¿qué es el hombre? Ciertamente, "todo hombre resulta para sí mismo un problema, percibido con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo el interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a una búsqueda más humilde de la verdad" (GS 21). El hombre, envuelto en oscuridad sobre su propia existencia, busca la luz.

Luz y tinieblas

142. El simbolismo de la luz es abundantemente utilizado en la Sagrada Escritura. La luz es símbolo de vida, felicidad, alegría, verdad, liberación, salvación mesiánica; las tinieblas lo son de muerte, desgracia y lágrimas. La oposición entre luz y tinieblas viene a significar el enfrentamiento dramático del bien y del mal, de Cristo y de Satán (Cfr. 2 Co 6, 14-15; Col 1, 12-13; Hch 26, 18; 1 P 2, 9; Le 22, 53; 16, 8; 1 Ts 5, 5; Ef 5, 7-8; Jn 12, 36). En el Antiguo Testamento, es luz todo lo que ilumina el camino hacia Dios: la Ley, la Sabiduría, la Palabra de Dios (Qo 2, 13; Pr 4, 18-19; 6, 23; Sal 118; cfr. Rm 2, 19). En el Nuevo Testamento, la luz es Cristo: "La 1`uz verdadera que alumbra a todo hombre" (Jn 1, 9), la nube luminosa que guía al caminante (Cfr. Jn 8, 12; Ex 13, 21-22; Sb 18, 3).

"Resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo oscuro de ti será como mediodía" (Is 58, 10)

143. Los egipcios experimentaron las tinieblas el día en que actuó Yahvé en favor de Israel (Ex 10, 21). El pecador tropieza en las tinieblas (Is 59, 9-10) y ve que su lámpara se apaga (Pr 13, 9; 24, 20). Para un mundo pecador el día de Yahvé es de tinieblas, no de luz: "Volverá el rostro a lo alto, oteará la tierra y sólo habrá angustia y tinieblas, cerrazón oscura y ráfagas de niebla. ¿No hay oscuridad donde hay angustia?" (Is 8, 21-23). Sin embargo, el día de Yahvé tiene también otra faz de luz, de gozo y de liberación, para el resto creyente, humillado y angustiado. Así sucedió en la aventura del Exodo: "En vez de tinieblas, diste a los tuyos una columna de fuego, guía .a través de rutas desconocidas y sol inofensivo en su gloriosa emigración" (Sb 18, 3). Dios ilumina los pasos del hombre: "Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero" (Sal 118, 105). Dios es luz y salvación para el creyente: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?" (Sal 26, 1). Si el hombre es justó, Dios le conduce hacia el gozo de un día luminoso (Is 58, 10; Sal 35, 10; 96, 11; 111, 4).

La nueva Jerusalén, luz de los pueblos

144. En el Antiguo Testamento, la promesa de la luz alimenta la esperanza mesiánica: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló" (Is 9, 1). El alba que amanecerá para la nueva Jerusalén será maravillosa; Dios mismo iluminará personalmente a los suyos (60, 19-20) y las naciones caminarán a su luz: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora" (60, 1-3).

El siervo de Yahvé, alianza del pueblo y luz de las naciones

145. El libro de la Consolación (Is 40-55) presenta frecuentemente a Israel bajo la imagen de un siervo de Yahvé, elegido para ser su testigo ante las naciones. Pero los cuatro "cantos del Siervo de Yahvé" (42, 1-9; 49, 1-6; 50, 4-11; 52, 13-53, 12) introducen en escena a un siervo misterioso, que en algunos rasgos se asemeja al Israel-siervo, pero que se distingue de él y se le contrapone en otros que le designan como persona. Este Siervo será alianza del pueblo y luz de las naciones: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6; cfr. 42, 6).

Jesús: La gran luz

146. La profecía del Siervo de Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando Jesús comienza a predicar en Galilea, da cumplimiento a la esperanza mesiánica: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló" (Mt 4, 15-16). Galilea de los gentiles es símbolo de las naciones (:paganas): un pueblo que necesita la luz y la encuentra en la predicación de Jesús. Esta luz se hará :particularmente intensa, única, en la exaltación del Siervo, en la resurrección de Jesús, que "después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles" (Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre, enviándole a su Hijo Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la luz del hombre: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39; 12, 35; 1 Jn 2, 8). La venida de Cristo corno luz de los hombres obliga a los hombres a pronunciarse a favor o en contra (Jn 3, 19-21; 7, 7; 9, 39; 12, 46). Cristo, luz de los hombres, está presente en su Iglesia: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20; cfr. Jn 14, 18-23).

Jesús, signo levantado en medios de las naciones

147. Jesús es signo levantado en medio de los pueblos: "Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada" (Is 11, 10). Es el "sol de justicia" (M1 3, 20), es decir, el Siervo elegido que enseñará a las naciones lo que Dios entiende por justicia (Is 42, 1); es el manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), que anuncia la salvación a los pobres, a los que tienen hambre, a los que lloran, a los que son perseguidos por causa de la justicia, a los misericordiosos (Cfr. Le 4, 18-19; 6, 20-38; Mt 5, 1-12): a los que llevan dentro de sí el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús, haciendo suya la misión de Siervo, contradice la expectación mesiánica triunfalista e inaugura la verdadera salvación con el gran signo de su elevación en la cruz (Jn 12, 32-33; 3, 14-15), el signo eficaz que proporciona el resurgimiento de muchos (Le 2, 34), el estandarte levantado en lo alto para la reunión de los hija de Dios dispersos (Jn 11, 52).

"Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre"

148. Jesús hace plenamente' visible la acción salvadora de Dios. En su humanidad se hace patente el misterio de Dios. Así se lo dice a Felipe: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras" (Jn 14, 8-12). Así el encuentro con Jesús por la fe viva es encuentro con Dios. Jesús, en su misma condición de hombre, es signo o sacramento del encuentro con Dios. Si los sacramentos son signos sensibles que significan la vida de gracia y la confieren al hombre bien dispuesto, se puede decir que Jesús, hombre como nosotros e Hijo de Dios, es el sacramento primordial. En el hombre Jesús Dios se hace presente entre nosotros. A través de la humanidad de Cristo se nos concede la participación en la vida divina, la vida de gracia.

La Iglesia, luz de las gentes

149. Jesús, por ser el Hijo de Dios hecho hombre, es el centro de la humanidad en su relación con Dios. La gracia de Cristo está orientada hacia los hombres. Cristo quiere comunicar a los hombres la vida divina que El recibe del Padre; es el supremo signo eficaz de la gracia. La Iglesia a su vez es signo o sacramento de Cristo Resucitado. La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, es signo visible de la presencia invisible de Jesús entre los hombres. Por medio de la predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, y de la caridad fraterna, Cristo actúa en la Iglesia y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los hombres. De esta manera, la Iglesia viene a ser, como Jesús, "luz de las gentes", "signo levantado en medio de las naciones". El Concilio Vaticano II presenta el misterio de la Iglesia como radicado en la claridad de Cristo: "Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el evangelio a toda criatura (cfr. Mc 16, 15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).

En la Iglesia se hace visible y real la salvación de la humanidad, como expresión y efecto de la gloria del Señor Resucitado. Como Cristo recibe la vida del Padre, la Iglesia recibe la vida de Cristo por su Espíritu. Cristo se da en la Iglesia y obra en ella por el Espíritu Santo. La acción de Cristo glorioso y del Espíritu Santo en la Iglesia son inseparables. Cristo obra enviando su Espíritu y el Espíritu vivifica a la Iglesia como enviado por Jesucristo Resucitado y por el Padre.

La Iglesia, signo levantado en medio de las naciones

150. La Iglesia está llamada a ser, en Cristo Jesús, alianza de la humanidad y signo levantado en medio de las naciones: "Al edificar, día a día, a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia... presenta a la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones (Is 11, 12) para que debajo de él se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor (Jn 10, 16)" (SC 2). Asimismo, "como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres" (LG 8; cfr. GS 38; LG 42).

La Iglesia, sacramento universal de salvación

151. La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano (Cfr. LG 1). "Se la. compara por una notable analogía al misterio del Verbo Encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo Divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica para el acrecentamiento de su cuerpo (Cfr. Ef 4, 16)" (LG 8). Así "todo el bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana, al tiempo de su peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación que manifiesta y, al mismo tiempo, realiza el misterio de amor de Dios al hombre" (GS 45).

En la Iglesia se hace visible y real la gracia de Cristo. Los hombres participan del misterio salvífico de Cristo en cuanto pertenecen a la comunidad visible de la salvación que es la Iglesia. Cristo glorioso comunica su vida a los hombres por el Espíritu y nos da su Espíritu en la Iglesia. En los sacramentos el cristiano se une con la Iglesia y en la Iglesia con Cristo. El encuentro personal del hombre con Cristo tiene lugar en la Iglesia.

La Iglesia, humana y divina, visible e invisible

152. La Iglesia consta de elementos visibles e invisibles. Por medio de sus elementos visibles significa y realiza la salvación invisible, la transformación interior del hombre asociándolo a Cristo. El elemento interior, la vida de gracia, la fe, la esperanza, la caridad, la unión íntima con Dios en Cristo-Jesús es el más importante: "Propio es de la Iglesia ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cfr. Hb 13, 14)" (SC 2; cfr. LG 8).

La Iglesia, misterio de unión con Dios

153. La Iglesia, sacramento universal de salvación, siendo humana, no es del mundo. Como Cristo, puede decir: El que cree en mí, no cree er, mí, sino en el que me ha enviado (Jn 12, 44). Si ella existe es para proclamar ante la humanidad entera que ella está ya salvada por Jesucristo y que debe y puede, por la gracia, llegar a ser plenamente eso que ya es realmente: Misterio de unión con Dios. Su apariencia inmediata ha de llevar a los hombres a una dimensión oculta en virtud de una significación misteriosa que nosotros no siempre dominamos.

Estar en el mundo, sin ser del mundo

154. La presencia de la Iglesia en el mundo ha de mantener esta tensión: Estar en el mundo, sin ser del mundo. Así lo pide Jesús en su oración al Padre: "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn 17, 15-16). Manteniendo esa tensión, la comunidad cristiana aparecerá como signo vivo, signo que choca, sorprende o convoca a los que están fuera. A este respecto, es sumamente importante el testimonio de la Iglesia primitiva recogido en la Epístola a Diogneto: "Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por sus costumbres... Adaptándose en vestido, comida y demás género de vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente... Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo" (5-6).

"Vosotros sois la luz del mundo"

155. "La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso humano" (GS 21). Por ello, cada creyente puede escuchar gozosamente, como dirigidas a él, estas palabras de Jesús: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14).