Tema 46. LA APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA. CONSTITUCIÓN JERÁRQUICA DEL PUEBLO DE DIOS

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

 

Todo grupo necesita un centro de unidad

81. Todo grupo necesita, de algún modo, una organización. Un grupo amorfo no puede sobrevivir mucho tiempo. Poco a poco, cada miembro del mismo va descubriendo su papel junto a los demás. Así surge un conjunto orgánico de funciones o servicios, que caracteriza y expresa la vida del grupo. El grupo no puede estar dividido. Necesita realizar su propia unidad. Esto se hace posible en torno a una o varias personas que asumen la responsabilidad de ser centro de unión. Es lo que, normalmente, se llama autoridad.

Autoridad como servicio

82. El riesgo de toda autoridad consiste en olvidar su función de centro de unidad del grupo o de la sociedad, para convertirse en instrumento de dominio. Jesús enseñó a sus apóstoles a mirar su función de autoridad como un servicio: los jefes de las naciones quieren que se les mire como a bienhechores y señores; pero ellos, siguiendo su ejemplo, deberán hacerse servidores de todos (Mc 10, 42ss).

Los apóstoles y sus sucesores tienen una autoridad recibida de Cristo, pero han de ejercerla siempre al servicio de la fe y de la caridad de todo el pueblo de Dios. Su oficio es servir a todo el pueblo de Dios promoviendo la comunión en la fe y en la caridad. La palabra "ministerio" con que se designa la función de los obispos, sacerdotes y diáconos en la Iglesia alude a esta idea de servicio. Su vida ha de ser la de fieles servidores de Cristo, de quien han recibido la misión, y la de servidores del pueblo de Dios y de todos los hombres a imitación de Cristo.

La Iglesia, por voluntad de Cristo, pueblo gobernado por los Obispos, sucesores de los Apóstoles.

83. La autoridad en la Iglesia no surgió, como en las demás sociedades humanas, como la respuesta a una necesidad sentida por el grupo o la comunidad de los seguidores de Cristo. La autoridad en la Iglesia ha sido establecida por Cristo; no se fundamenta en una delegación o designación de la comunidad, sino en Cristo mismo. El instituyó a la Iglesia como sociedad orgánica y jerárquica, animada por el Espíritu Santo y gobernada por los obispos, sucesores de los Apóstoles, en comunión con el Papa, sucesor de Pedro y cabeza visible de toda la Iglesia. Por voluntad de Cristo también los demás miembros de la Iglesia tienen una responsabilidad, según su vocación, en el servicio a todo el pueblo de Dios y a todos los hombres. El Espíritu Santo "llena y dirige con los diversos dones jerárquicos y carismáticos y embellece con sus frutos a la Iglesia, a la que conduce hacia toda la verdad y la unifica por medio de la comunión y los ministerios" (LG 4). La Iglesia es un pueblo orgánicamente estructurado, un pueblo jerarquizado.

La autoridad como servicio pastoral

84. En la antigüedad, a los reyes se les llamaba frecuentemente pastores: la divinidad les había confiado el servicio de reunir y de cuidar las ovejas del rebaño. Eran "pastores de hombres". La imagen del pastor que conduce su rebaño, profundamente arraigada en la experiencia de los antepasados de Israel (arameos nómadas: Dt 26, 5), expresa admirablemente dos aspectos, aparentemente contrarios y con frecuencia separados, de la autoridad ejercida sobre los hombres. El pastor es a la vez un jefe y un compañero. Su autoridad no se discute, está fundada en la entrega y en el amor.

Israel, rebaño de Dios

85. Israel es el rebaño de Dios (Sal 99, 3; 22; Mi 7, 14). Yahvé confía las ovejas de su propio rebaño a sus servidores: los guía por mano de Moisés (Sal 76, 21) y para evitar que la comunidad del Señor esté sin pastor, designa a Josué como jefe después de Moisés (Nm 27, 15-20); saca a David de entre las manadas de ovejas de su padre para que apaciente a su pueblo (Sal 77, 70ss; 2 S 7, 8; 24, 17). Mientras que en otros pueblos los reyes reciben el título de pastor, éste no se da explícitamente a los reyes de Israel. Ciertamente, se les atribuye este papel (1 R 22, 17; Jr 23; 1-2; Ez 34, 1-10), pero en realidad el título está reservado al Mesías, nuevo David.

Jesús, el Buen Pastor

86. En la persona de Jesús se cumple la esperanza del buen pastor. El profeta Ezequiel había anunciado: "Les daré un pastor único que las pastoree: mi siervo David; él las apacentará, él será su pastor" (Ez 34, 23). Jesús se presenta como el buen pastor enviado por el Padre. "Yo soy el buen pastor", dice Jesús (Jn 10, 11). Es el mediador único, la puerta de acceso a las ovejas (10, 7) y que permite ir a los pastos (10, 9-10). Una nueva existencia se funda en el conocimiento mutuo del pastor y de las ovejas (10, 3-4.14-15), amor recíproco fundado en el amor que une al Padre y al Hijo (14, 20; 15, 10; 17, 8-10.18-23). Jesús es el pastor perfecto, ,porque da su vida por las ovejas (10, 15.17-18). Las ovejas dispersas, que él reúne, vienen del aprisco de Israel y de las naciones (10, 16; 11, 52). El "pequeño rebaño" de los discípulos que ha reunido (Lc 12, 32) será dispersado, pero, según la profecía, el pastor que habrá de ser herido lo reunirá en la Galilea de las naciones (Mt 26, 31-32; cfr. Za 13, 7).

Jesús confía a ciertos hombres su misión pastoral

87. Jesús confía a ciertos hombres la misión que El ha recibido del Padre (Mt 28, 18-20; Jn 20, 21-23). A ejemplo suyo, deben buscar la oveja extraviada (Mt 18, 12ss), vigilar contra los lobos devoradores que no tendrán consideraciones con el rebaño (Mt 10, 16; 7, 15; Hch 20, 28ss), apacentar a la Iglesia de Dios con el arranque del corazón, en forma desinteresada (Cfr. Ez 34, 2-3), haciéndose modelos del rebaño. Así lo entendieron los Pastores de la primera cristiandad: "Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño" (1 P 5, 2-3). Esta misión es particularmente ejercida por los Apóstoles, siguiendo a su Maestro, que no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida (Mc 10, 42-45), que ha estado en medio de nosotros como quien sirve (Lc 22, 27).

Jesús escoge a doce

88. Entre el gran número de discípulos que seguían a Jesús (Lc 6, 17; 10, 1), después de haber dirigido su oración al Padre, escogió a doce, a fin de que le acompañasen y, en su día, recibiesen el encargo de anunciar el Reino de Dios (Mc 3, 13-19). El hecho de haber elegido a doce evoca las doce tribus de Israel y significa que sobre los Doce se alza el Nuevo Pueblo de Dios. Así lo expresa de modo especial este pasaje del evangelio de San Mateo: "Os sentaréis también vosotros en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28). Reciben una enseñanza particularmente íntima del Maestro: explicación de las parábolas (Mt 13, 10-11; Mc 4, 34), secretos del Reino Escatológico (Mc 13, 3-4), anuncios de su muerte y resurrección (Mc 8, 31-33; 9, 30-32; 10, 32-34; Mt 26, 1-2). Asimismo, son testigos de las intimidades del corazón de Cristo (Jn 14-17).

Los Apóstoles, testigos de la Resurrección, enviados a continuar la misión de Jesús

89. A estos doce y a otros cooperadores en la primitiva Comunidad cristiana, el Nuevo Testamento les da el nombre de apóstoles. Todos coinciden en haber sido elegidos por Jesús de modo peculiar, ser testigos de su Resurreccción y haber sido enviados por El para "convertir a todos los pueblos en discípulos suyos, santificarlos y gobernarlos y así propagar la Iglesia, sirviéndola bajo la guía del Señor" (LG 19) (Cfr. Mt 28, 16-20; Mc 16, 15; Lc 24, 45-48; Jn 20, 21-23). Todos son enviados, tras la Resurrección de Jesús, en su nombre y con su misión tal como El la había recibido del Padre. "Para el desempeño de esta misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés, para que,, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes (Cfr. Hch 1, 8; 2, 1 ss; 9, 15)" (LG 24).

Jesús: Profeta, Sacerdote, Rey

90. Los Apóstoles reciben la misión de Jesús, Profeta, Sacerdote y Rey. Maestro-Profeta, tal como el Pueblo le denominaba (Jn 13, 13; 6, 14). Sacerdote (o más bien, Sumo Sacerdote, como dice la Carta a los Hebreos, 4, 13-15), que se ofrece a Sí mismo en Sacrificio por el pecado del mundo (Jn 6,51; Lc 22, 19; Ap 5, 9). Pastor-Rey-Señor, el auténtico Pastor Bueno (Jn 10, 11-15; cfr. Ez 34, 1-31 y Jr 23, 1-3), el Rey cuyo estilo no es como el de los reyes de este mundo (Jn 18, 37; 19, 19; 6, 15), el Señor que posee todo dominio sobre el Universo (Flp 2, 11).

Los Apóstoles proclaman la buena noticia, santifican a los nuevos fieles, dirigen la comunidad cristiana

91. Por ello, los Apóstoles tienen, como Jesús, una función de profetas, sacerdotes y guías del Pueblo de Dios. Proclaman la Buena Noticia. Es la misión primordial, según San Pablo (1 Co 1, 17; 9, 16). Buscarán colabodores para la acción caritativa, reservándose la tarea de la Palabra (Hch 6, 1-4). Santifican a los nuevos fieles mediante el sacramento del Bautismo (Mc 16, 16; Hch 2, 41; 8, 36-38), la celebración de la Eucaristía (Lc 22, 19; 1 Co 11, 24-26; Hch 2, 42), el perdón de los pecados (Jn 20, 21-23), la imposición de manos como transmisión de un don del Espíritu Santo (1 Tm 5, 22; 2 Tm 1, 6-7). Dirigen la Comunidad cristiana, no a la manera despótica, sino como quien "sirve" (Mc 10, 41-44; Lc 22, 25-26; Hch 1, 17.25; 20, 24; 21, 19). Así dirigen la Comunidad de Jerusalén desde el día de Pentecostés (Hch 2, 37-42), aunque no dejan de escuchar las intervenciones de los "ancianos" y de toda la Asamblea, incluso en asuntos tan graves como los que se plantean en el "Concilio de Jerusalén" en relación con el valor de las prácticas judías (Hch 15, 9. 22-29). En casos de conflicto, como los problemas surgidos en Corinto ante la diversidad de carismas (1 Co 12-14), hacen valer su autoridad.

Cristo ejerce su función de Cabeza y Pastor invisiblemente por medio del Espíritu y visiblemente por medio del colegio apostólico

92. Jesucristo, antes de dejar visiblemente a su Iglesia le concede un Don interior, el Espíritu Santo, que será su principio de vida, y un don exterior, el cuerpo apostólico. Cristo seguirá siendo cabeza y pastor de "su" Iglesia (Cfr. Mt 16, 18). Pero en adelante ejercerá su función de cabeza y pastor invisiblemente por medio del Espíritu Santo, y visiblemente por medio del cuerpo apostólico, el conjunto de los Obispos presidido y guiado por el sucesor de Pedro. En el Nuevo Testamento el término "apóstol" se usa a veces en un sentido amplio. Pero en muchos casos se refiere de modo especial al grupo de los doce, a Matías, que sustituye a Judas, y a Pablo. Los doce fueron llamados y elegidos por Cristo mismo (Cfr. Lc 6, 13-16). Matías fue objeto de una elección especial en la que intervienen directamente los once (Hch 1, 15ss). Pablo reivindica el título de Apóstol porque también él fue especialmente elegido por Cristo (Cfr. Rm 1, 1; 11, 13; Hch 26, 16), también él vio a Jesucristo resucitado (1 Co 15, 8), también él recibió de Cristo la misión de ser su testigo (Rm 1, 5; Ga 1, 16) y los demás apóstoles le reconocieron oficialmente el valor de su título de apóstol cuando le tendieron' la mano en señal de comunión (Ga 2, 9).

Los Apóstoles cumplen el mandato del Señor

93. Los Apóstoles aparecen en el conjunto de la comunidad cristiana primitiva como un grupo especial. Han recibido de Cristo unos poderes especiales (Mt 28, 18-20; Jn 20, 21-23; Mc 16, 15; Jn 14, 16; 16, 15; 17, 18); y sobre todo el Do. del Espíritu Santo el día de Pentescostés (Hch 1, 8; 2, 1-36). Actúan desde el principio organizando la vida de la comunidad cristiana. Intervienen en la sustitución de Judas (Hch 1, 15-26), organizan los diferentes ministerios: ministerio de la palabra (Hch 2, 42), ministerio sacramental (Hch 2, 42; 8, 14-17), ministerio pastoral (1 Co 14, 26 ss). Los Apóstoles actúan en nombre del Señor en las diversas actividades apostólicas: en la predicación de la palabra (Hch 4, 17; 12-16; 9, 15, etc.), en la administración de los sacramentos (Hch 8, 12-17; 10, 48; 1 Co 11, 23), y en las decisiones que toman en el ámbito doctrinal, moral o disciplina) (1 Co 5, 4-5; 7, 10), en los milagros que hacen (Hch 3, 6, 16). San Pablo expresa de este modo el sentido de su tarea apostólica: "Que la gente sólo vea en nosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4, 1). Toda la Iglesia tiene como fundamento a los Apóstoles: "Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular" (Ef 2, 20).

Los Apóstoles transmiten a sus sucesores los poderes recibidos de Cristo para la supervivencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos

94. Cristo quiso que los Apóstoles tuvieran sucesores en su tarea jerárquica. Estos sucesores son los Obispos. Según la voluntad de Cristo la Iglesia fundada por El debe durar tanto como el mundo (Cfr. Mt 28, 20; 16, 17ss; Lc 24, 49; Jn 14, 16-17; Mt 13), y por tanto también debe durar hasta el fin de los tiempos aquella potestad que Cristo confió a los Apóstoles y sin la cual la Iglesia no podría seguir siendo fuente de vida. Algunos de los poderes que los Apóstoles recibieron de Cristo estaban relacionados de modo exclusivo con su función de fundadores de la Iglesia, y por tanto eran poderes que no se podían transmitir (vgr. el ser testigos directos de la resurrección de Cristo). Pero Cristo concedió a los Apóstoles otros poderes que por su naturaleza están vinculados a la estructura y a la supervivencia de la Iglesia: el poder de predicar la palabra de Dios con autoridad de administrar los sacramentos, de gobernar el pueblo de Dios.

Mediante la predicación y el Bautismo transmitido por los Apóstoles quedamos incorporados a la comunidad de los discípulos de Cristo, la Iglesia

95. Jesús, después de su resurrección, antes de subir al cielo, dijo a los Apóstoles: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mt 28, 18-20). Nuestra fe consiste en creer en Jesús acogiendo el testimonio de los Apóstoles. Mediante la predicación y el Bautismo transmitidos• por los Apóstoles quedamos incorporados a la comunidad de los discípulos de Jesús, transformados en miembros de su Iglesia. Jesús nos perdona nuesros pecados, a través del ejercicio del poder de perdonar los pecados que El dio a los Apóstoles: "Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos" (In 20, 21-23). La Iglesia celebra la Eucaristía recibida de los Apóstoles (1 Co 11, 23; Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-20).

Los colaboradores y sucesores de los Apóstoles, en el mismo oficio apostólico establecido por Cristo

96. La actitud de los Apóstoles es consecuente con la voluntad de Cristo que quiere que permanezca para siempre en la Iglesia aquella vida de comunión en la fe, en los sacramentos y en la caridad, a cuyo servicio ha instituido el ministerio apostólico. Al principio los Apóstoles dirigen personalmente o mediante colaboradores enviados por ellos, las nuevas comunidades cristianas (Hch 8, 14; 11, 22; 15, 22). Poco a poco buscan colaboradores en cuyas manos dejan el cuidado de estas iglesias, confiriéndoles por medio del rito de la imposición de las manos (1 Tm 4, 14; 5, 22), los poderes que Cristo mismo les había confiado (Cfr. Hch 20, 28; 1 P 5, 2; 1 Tm 3, 5. 15; 4, 6; 5, 17; 2 Tm 1, 6; 4, 2; Tt 1, 5; 2, 15). Para designar a estos colaboradores se emplean diversos nombres: ancianos o presbíteros, epíscopos o inspectores (obispos), diáconos (Cfr. Hch 6, 1:6; 11, 30; 14, 23; 15, 23; 20, 17. 28; 21, 18; F1p 1, 1; 1 Tm 3, 1-7.8-13; 5, 17; Tt 1, 5). Hoy no sabemos con exactitud el alcance de estos términos; pero sí' aparece claro que los Apóstoles buscan unos colaboradores que después serán sus sucesores en la misma tarea. Los sucesores de los apóstoles reciben sus poderes apostólicos en una Iglesia ya constituida por Cristo y por los Apóstoles. Por medio dé los Apóstoles, es Cristo mismo quien da estos poderes a los sucesores.

Los Obispos sucesores de los Apóstoles. Iglesia apostólica

97. "La misión divina que Cristo confió a los Apóstoles debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 20), ya que el evangelio que ellos deben transmitir es constantemente el principio de toda la vida para la Iglesia. Por esta razón, los Apóstoles se preocuparon de establecer sucesores en esta sociedad jerárquicamente estructurada" (LG. 20). Así los Apóstoles, cual si hicieran testamento, encargaron a sus colaboradores el contemplar y afianzar la obra que ellos habían comenzado y determinaron también que, al morir ellos, otros hombres de confianza recogieran su ministerio (S. Clemente Romano, Ad Co 44, 2).

Los que hoy designamos como "Obispos" —responsables de las Iglesias particulares— fueron señalados, desde los comienzos, como los auténticos sucesores de los Apóstoles en el ministerio de modo que S. Ireneo, testigo excepcional de las Iglesias de oriente y occidente, puede decir a finales del siglo II: "Podemos contar a aquellos que han sido puestos por los Apóstoles como Obispos y sucesores suyos hasta nuestros días" (Adv haer. III, 3, 1; PG 7, 848A). A través de estos sucesores de los Apóstoles se manifiesta y conserva la tradición apostólica en todo el mundo (Cfr. Adv haer. III, 2, 2; PG 7, 847; cfr. LG 20). La Iglesia es conducida en su peregrinación por la acción del Espíritu Santo y de los sucesores de los Apósles: "El Señor Jesús dispuso el ministerio apostólico y prometió el Espíritu Santo en forma tal que uno y otro actuasen asociadamente en la actualización de la obra salvífica en todas partes y para siempre" (AG 4).

La auténtica Iglesia de Cristo viene históricamente de Cristo y de los Apóstoles. Cristo, Cabeza de la Iglesia

98. En la Iglesia del siglo II los Obispos aparecen ya por todas partes al frente de las comunidades cristianas y la fe común de la Iglesia hasta hoy reconoce que los Obispos son los sucesores de los Apóstoles. La sucesión apostólica viene de Cristo a los Apóstoles, de los Apóstoles a los primeros Obispos, y de estos a sus sucesores hasta hoy. No es que cada Obispo suceda a cada Apóstol, sino el conjunto de los Obispos, presididos por él Papa, sucede al conjunto de los Apóstoles presididos por Pedro. La Iglesia de Cristo es aquella que Cristo mismo ha fundado y que se prolonga históricamente desde Cristo hasta nosotros, conducida desde el principio por los Apóstoles y sus sucesores bajo la acción del Espíritu Santo. Ha sido fundada de una vez para siempre sobre el fundamento de los Apóstoles y nadie puede asignarle otro fundamento (Cfr. Ef. 2, 20; 1 Co 3, 10-11; Ap 21, 14). Esta Iglesia continúa siendo el Cuerpo de Cristo (Cfr. Ef 4, 1-16; 5, 29-30). Cristo es hoy Cabeza de la Iglesia y actúa en ella por medio del Espíritu y del conjunto de los Obispos.

La Iglesia, fiel a la tradición apostólica

99. La Iglesia conducida por los sucesores de los Apóstoles, e interiormente guiada e iluminada por el Espíritu Santo, conserva las enseñanzas, las recomendaciones, los mandatos, las instituciones de los Apóstoles, transmite el mensaje de Jesús tal como le ha sido entregado por los Apóstoles. La Iglesia conserva y transmite íntegramente lo que Dios nos ha comunicado a través de toda la historia de salvación y últimamente por medio de Jesucristo y de los Apóstoles. Los libros del Nuevo Testamento redactados bajo la inspiración del Espíritu Santo contienen el mensaje de Jesús según la enseñanza de los Apóstoles. Pero antes de los escritos existió la enseñanza oral del propio Jesús y de los Apóstoles. Escritura y Tradición están inseparablemente unidas. La Palabra de Dios está en la Escritura y en la Tradición. La Iglesia conserva las Sagradas Escrituras y la Tradición recibida de los Apóstoles, las medita constantemente y hace de ellas el alimento de su fe, y de su vida, siempre bajo el impulso del Espíritu Santo. La Tradición viva de la Iglesia se manifiesta a lo largo de los siglos en la liturgia de la Eucaristía y demás sacramentos, en los escritos de los Santos Padres, en la vida de fe y caridad del pueblo cristiano, en las normas disciplinarias, en la vida de los grandes Santos, en el magisterio del Papa y de los Obispos, etc.

Los Obispos, continuadores de la misión de Cristo

100. La Iglesia, fundada por Jesucristo en los Apóstoles, continúa hoy siendo apostólica. Hay elementos apostólicos que se hallan en la Iglesia del siglo xx como en la del siglo lv o en la del siglo 1. Uno de ellos es la jerarquía, por ello denominada "apostólica". Tradicionalmente este servicio apostólico, ejercido por los Obispos, presenta las siguientes dimensiones: servicio de la Palabra (Magisterio Profético), servicio de la celebración Litúrgica (Sacerdocio) y servicio de la Comunidad Eclesial (Gobierno Pastoral). Así lo señala el Concilio Vaticano II en diversas ocasiones, pero especialmente en la Constitución Lumen Gentium (25, 26, 27).

Aunque todos los ministerios edificadores de la Iglesia dimanan, de un modo u otro, del carisma apostólico como de su fuente, el testimonio de la tradición ha centrado su atención en un singular ministerio que ocupa el primer lugar entre todos y que condensa lo más nuclear del oficio y misión de los Apóstoles: es "el oficio de aquellos que, constituidos en el episcopado, a través de una sucesión que transcurre desde el principio, poseen los vástagos de la semilla apostólica" (LG 20). El apostolado de los Doce no se agota en el ministerio de los Obispos, pero este ministerio es heredero genuino de la misión apostólica de los testigos de la Resurrección y encierra en sí lo que hay de más sustancial en el oficio encomendado por Cristo a los Apóstoles.

Los presbíteros, colaboradores de los Obispos

101. Los presbíteros (comúnmente llamados "sacerdotes") son colaboradores de los Obispos y así participan de su ministerio eclesial. "Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del Pontificado y dependen de los Obispos en el ejercicio de su potestad, están, sin embargo, unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Cfr. Hb 5, 1-10; 7, 24; 9, 11-28), para predicar el evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino" (LG 28).

Los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles

102. También los presbíteros participan del carisma de los Apóstoles, suponiendo su ministerio una referencia intrínseca al episcopado: los presbíteros pueden ser llamados sacerdotes de segundo orden del Colegio episcopal (Cfr. LG 28; PO 2, 7; CD 28). Por el don recibido en la sagrada ordenación se constituyen en cooperadores y consejeros necesarios de los Obispos "en el ministerio y en la función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios" (PO 7). Su oficio no es una derivación del sacerdocio de los Obispos, sino una participación del único sacerdocio de Cristo, confiado a los Apóstoles, que, en su caso concreto, se configura como ministerio que ha de ejercerse en colaboración subordinada al sacerdocio episcopal. Los presbíteros, por otra parte, están llamados a realizar su misión comunitariamente sobre la base de "la fraternidad sacramental" (PO 8). Un presbítero está destinado, por su misma condición, a integrarse en un presbiterio congregado en virtud de la ineludible vinculación al Obispo de la Iglesia local.

Cristo, presente en la persona de los Obispos y de los presbíteros asociados al Obispo

103. Los sucesores de los Apóstoles son representantes ministeriales de Cristo. Cristo continúa presente en su Iglesia de muchas maneras, y entre ellas, a través del ministerio de los Obispos y de sus colaboradores los presbíteros: "En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles... Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (Cfr. 1 Co 4, 1)" (LG 21; PO 5). La función de la Jerarquía es suplir la presencia visible de la humanidad de Cristo. Los miembros de la Jerarquía, por ser los representantes ministeriales de Cristo, con autoridad y poder recibido de Cristo para hablar y actuar en su nombre, son un elemento constitutivo de la Iglesia. Cristo es anunciado a los hombres de hoy, se comunica a los hombres a través de los sacramentos y de la vida de fe y de caridad de los cristianos, por medio de la Iglesia, y especialmente por medio del ministerio de los Obispos y sus colaboradores los presbíteros.

Los diáconos, en comunión con el Obispo y su presbiterio, al servicio del Pueblo de Dios

104. "En el grado inferior de la Jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de las manos "no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio". Así, confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según le fuere asignado por la autoridad competente, administrar solemnemente el bautismo, reservar y distribuir la Eucaristía, asistir al matrimonio y bendecirlo en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentos. Dedicados a los oficios de la caridad y de la administración, recuerden los diáconos el aviso del bienaventurado Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procediendo conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos" (LG 29).

El Papa, sucesor de San 'Pedro, centro de comunión universal, cabeza del Colegio Episcopal

105. Entre los diversos servicios pastorales destaca, por su particular significado, el del Papa, sucesor de Pedro, centro de comunión universal (Cfr. Concilio Vaticano I, DS 3056-3058), cabeza del Colegio Episcopal. "Así como por disposición del Señor, San Pedro y los demás apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de modo semejante se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos, sucesores de los Apóstoles"(LG 22).

El Papa, cabeza visible de la Iglesia universal

106. La persona del Pontífice Romano, sucesor de Pedro, es cabeza del Colegio Episcopal, y cabeza visible de toda la Iglesia. Así lo enseñó solemnemente el Concilio Vaticano I: "Para que el episcopado mismo fuese uno e indiviso, y la multitud entera de los creyentes se mantuviese en la unidad de la fe y de la comunión gracias a la íntima y recíproca cohesión de los pontífices poniendo (Cristo) al bienaventurado apóstol Pedro a la cabeza de los demás. apóstoles, instituyó en su persona el principio perenne y el fundamento visible de esa unidad. Sobre su solidez se levantaría el templo eterno, y sobre la firmeza de su fe se elevaría la Iglesia, cuya grandeza debe llegar hasta el cielo" (DS 3051). El Concilio Vaticano II reafirma esta misma doctrina: "Esta doctrina sobre la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del primado romano y de su magisterio infalible, el santo Concilio la propone de nuevo como objeto de fe inconmovible a todos los fieles" (LG 18).

"Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"

107. Cristo anuncia su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro, considerándolo como la piedra angular y anunciándole que le confiará la responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra ("yo te daré las llaves del reino de los cielos... todo lo que ates..., etc.). A la profesión de fe de Pedro, Jesús responde con esa promesa solemne: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo." (Mt 16, 17-19).

"Apacienta mis corderos; apacienta mis ovejas"

108. Después de la resurrección, Cristo cumple su promesa, confiando a Pedro el cuidado de toda la Iglesia: "Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le contestó: Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Jesús le dice: Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le contesta: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. El le dice: Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiro. Jesús le dice: Apacienta mis ovejas." (Jn 21, 15-17.) Jesús no dice que vaya a cesar El como pastor de su rebaño, o que sus ovejas no vayan a ser suyas. El sigue siendo el único pastor del rebaño, como también el único fundamento del edificio, la única cabeza del cuerpo, el único salvador del mundo. Pero confía ahora a Pedro el cuidado de su propio rebaño. Pedro es responsable de la totalidad del rebaño, cabeza también de los demás apóstoles.

Pedro, jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles

109. En la Iglesia primitiva Pedro se conduce indiscutiblemente como jefe y cabeza del Colegio de los Apóstoles, y así es reconocido por los Apóstoles y por toda la Iglesia: en la elección de Matías (Hch 1, 15), en la predicación del reino (Hch 2, 14; 3, 12-26; 4, 5-22) en las primeras conversiones (Hch 2, 37), en la comparecencia ante el sanedrín (Hch 10, 8; 5, 29) en la cuestión de la admisión de los gentiles a la Iglesia (Hch 10 y 11), en el Concilio de Jerusalén (Hch 15, 7-22). Pedro suele encabezar las listas de los Apóstoles y siempre nominalmente, aún en el caso en que se designe a los demás de manera global (Cfr. Hch 1, 13; 2, 14.37; 5, 29, etc.).

En el Papa permanece el oficio de Pedro como Pastor de la Iglesia universal

110. Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro, como sobre una roca, es una Iglesia que debe durar hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 18-20), y puesto que Pedro es mortal (Jn 21, 19), tiene que haber unos sucesores en su función de fundamento y de pastor supremo de la Iglesia. En caso contrario, la Iglesia de hoy no sería la Iglesia fundada por Cristo, y vendría a ser un edificio sin fundamento (Cfr. Mt 16, 18), un rebaño sin pastor (Cfr. Jn 21, 17). Es históricamente cierto que Pedro vino a Roma y sufrió el martirio en esa ciudad. Desde entonces, el Obispo de la Iglesia de Roma se ha presentado siempre y ha sido siempre reconocido en la Iglesia como el sucesor de Pedro y, por tanto, como pastor de la Iglesia universal. Ya durante los siglos u y iii, Roma se convierte en. el centro de la "Catholica", centro de toda la Iglesia, al que se recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. A mediados del siglo V, el Papa San León formula con claridad la doctrina del primado romano: "Así como permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así también permanece lo que Cristo ha instituido en Pedro..." (Sermo 3, 2; PL 34, 146).

"La colegialidad es corresponsabilidad" (Pablo VI)

111. La cooperación activa de todos los Obispos con el Papa en la tarea de apacentar al Pueblo de Dios es lo que se llama colegialidad episcopal. "La colegialidad es corresponsabilidad" (Pablo VI, AAS, 1969, 718). El Colegio de los Obispos, que sucede al Colegio de los Apóstoles, "junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal" (LG 22). "Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo" (LG 22). Por ello, ni el Primado supone una especie de monarquía absoluta ni la colegialidad un simple parlamento democrático. Siempre habrá que recordar que la "estructuración" de la Iglesia es misteriosamente original y que conduciría a callejones sin salida todo intento de captar su ser más profundo tomando como punto de partida los modelos de las sociedades y poderes humanos: monarquía, república, dictadura, democracia, etc. En la Iglesia, Cristo es el único Señor y nadie decide sino El a través de unos ministerios de los que El es exclusiva fuente vital.

La colegialidad, a través de la historia

112. A través de la historia se manifiesta la colegialidad de los Obispos en los vínculos de la unidad, caridad y paz, en la convocatoria de Concilios y Sínodos para decidir en común sobre problemas trascendentales para la Iglesia, en la presencia de varios Obispos en la ordenación episcopal de un nuevo Prelado (Cfr. LG 22).. San Ignacio de Antioquía escribe a las iglesias de Asia y Roma, a comienzos del siglo II; los Obispos dan cartas de recomendación a sus fieles para los Obispos de otras regiones, se comunican los nombres de nuevos Obispos y los de aquéllos que han caído en la herejía o cisma; incluso se envía pan eucarístico como símbolo supremo de comunión en la fe.

La colegialidad, signo de comunión

113. La conciencia de colegialidad aparece en esta carta del Papa Ceslestino I al Concilio de Efeso: "Es santo y merece la debida veneración el Colegio en que ahora debe manifestarse la reverenda de aquella amplia congregación de los Apóstoles... El cuidado del ministerio de la predicación ha llegado en común a todos los sacerdotes del Señor (los Obispos); hemos recibido un mandato universal; quien a todos ellos así ordenó en común, quiso que también nosotros lo hiciéramos... Haya una sola alma con un solo corazón para todos. Cuando es herida la fe, que es una, duélase mejor aún, llore esto con nosotros todo el Colegio" (PL 58, 505-506).

El Magisterio Episcopal, al servicio de la Palabra de Dios y de la infalibidad de la Iglesia

114. Para que todos los fieles tengan siempre la garantía de que el mensaje de Jesús es bien interpretado en la Comunidad, existe el Magisterio Episcopal, encargado de interpretar auténticamente la Palabra de Dios oral o escrita. Su función consiste en escuchar devotamente, custodiar celosamente y explicar fielmente, con la asistencia del Espíritu Santo, esa Palabra, no estando por encima de ella, sino a su servicio (DV. 10). De esta manera, la totalidad de los fieles, que es infalible cuando desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres, se ve fortalecida con la actuación del Magisterio, mediante la cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera Palabra de Dios (Cfr. LG 12).

Infalibidad del Colegio Episcopal

115. Su Magisterio es especialmente garantía para todo el Pueblo de Dios "cuando todos juntos, conservando el vínculo de la comunión entre sí y con el sucesor de Pedro, vienen a estar de acuerdo en una sentencia como definitivamente obligatoria al enseñar de manera auténtica cosas de fe y costumbres; entonces proponen de manera infalible la doctrina de Cristo" (LG 25).

Infalibidad del Papa

116. En el Papa, Cabeza del Colegio Episcopal, reside de modo singular el carisma de la infabilidad de la Iglesia, cuando, como Pastor y Maestro de todos los cristianos, por razón de su ministerio apostólico y la asistencia divina prometida a Pedro, proclama con acto definitivo "ex cathedra"— la doctrina de fe y costumbres (Concilio Vaticano 1, DS 3065-3075; LG 25).

Asistencia del Espíritu

117. El Magisterio de la Iglesia es resultado, sí, de la adecuada investigación teológica sobre las fuentes de la Revelación, de la observación cuidadosa sobre la fe de la Iglesia, de la coordinación manifestada especialmente en el Concilio Ecuménico; pero, sobre todo, y en último término, del Espíritu Santo presente en su Iglesia asistiendo a los Apóstoles que perviven en sus sucesores, conforme a la palabra de Jesús a Pedro (Le 22, 32) y a todos los Apóstoles (Mt 28, 20). El Espíritu será quien los lleve a la verdad completa (In 16, 13; 14, 16-17).

Como un licor precioso

118. Por la acción del mismo Espíritu, al servicio eclesial del Magisterio nunca le faltará la adhesión de la Comunidad Cristiana. El Espíritu conserva y aumenta la unidad en la fe de toda la grey de Cristo (Cfr. LG 25). La unidad en una misma fe, fruto del Espíritu, es guardado como un licor precioso, en expresión de San Ireneo: "De la Iglesia recibimos la predicación de la fe y, bajo la acción del Espíritu de Dios, la conservamos como un licor precioso guardado en un frasco de buena calidad, licor que rejuvenece y hace rejuvenecer incluso al vaso que lo contiene" (Adv. haer. 3, 3, 2).