Tema 45. VIVIR EN COMUNIÓN. IGLESIA UNA

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente descubra:

 

Vivir en comunión, distintivo del hombre nuevo

54. El hombre nuevo es un hombre comunitario: vive en comunión con Dios y con los hermanos. Sin comunión no hay hombre nuevo. La comunión es el signo distintivo del cristiano y la realización del mayor de los mandamientos: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por lo que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13, 34-35).

Como levadura en la masa

55. Existe, pues, un signo para reconocer a los discípulos de Jesús: se aman entre sí, como El los ha amado. Su presencia eficaz en medio del mundo no requiere medios espectaculares, ricos o poderosos. Son la levadura en la masa (Mt 13, 33) para hacer surgir de un mundo dividido por nuestros odios, errores e inercias, un mundo nuevo animado por la fuerza creadora del amor.

El amor cristiano tiene un dinamismo comunitario

56. El amor fraterno al que Jesús nos convoca, lleva a superar divisiones y enfrentamientos entre los hombres. Por la acción del Espíritu, el amor cristiano tiene un dinamismo comunitario, une a los discípulos de Jesús entre sí (aunque éstos sean de distintas lenguas, pueblos, razas) y los constituye en Pueblo de Dios, en Iglesia. Hace de ellos un cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Así, la Iglesia no es el resultado de una mera determinación de los hombres, sino obra de Jesucristo, que, mediante el Espíritu, la establece como comunión en la caridad fraterna. Esta comunión en la caridad es inseparable de la comunión en la fe. La fe es la raíz de la vida comunitaria cristiana. Los miembros de la Iglesia estamos unidos unos con otros por nuestra unión común con Cristo por la fe y el Bautismo que inaugura la trayectoria y vida sacramentales que alcanzan su momento supremo en la Eucaristía. De la fe baustismal, si es una fe viva, nacen los frutos de la caridad fraterna y de la unidad eclesial.

Un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres

57. La humanidad entera está llamada a reunirse en un solo pueblo. Es el Pueblo de Dios, la Iglesia. Según el plan de Dios, la Iglesia es un inmenso proyecto de comunión para todos los hombres. Como dice el Concilio Vaticano II: "Dios ha dispuesto salvar y santificar a los hombres, no por separado, sin conexión alguna entre sí, sino constituyéndolos en un pueblo que le conociera en la verdad y le sirviera santamente" (LG 9).

Fundamento de la comunión: "Un solo señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos"

58. Para vivir este misterio de comunión no es preciso pertenecer a una nación, a una raza, a una civilización, a una clase social o a un partido político determinado. La Iglesia no se funda sobre ninguna de estas bases, sino sobre estas otras: "Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo" (Ef 4, 5-6).

No es fácil vivir en comunidad

59. No siempre resulta fácil la convivencia y la comunión entre los hombres. Frecuentemente nos entendemos y soportamos mal. Nos molestamos mutuamente. No compartimos unos con otros lo que tenemos. Nos dañamos mutuamente y somos unos para otros fuente de tristeza o de enfermedad. Día a día es necesario recordar las palabras de San Pablo: "Sed buenos, comprensivos, perdonándonos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo" (Ef 4, 32).

Acogida fraterna frente al anonimato

60. Junto a la discordia, el anonimato es contrario a la comunión eclesial. La Iglesia no es una agrupación de miembros anónimos y yuxtapuestos; su misterio se concreta en comunidades de fe, donde cada hermano es llamado por su nombre, donde cada miembro tiene un nombre de fraternidad cristiana. La relación de fraternidad se determina, sobre todo, por la calidad de la acogida que cada uno dé a los demás, acogida que consiste tanto en la solicitud como en la discreción. Sólo la ausencia total de comunión es más penosa y más negadora de las consecuencias de la adhesión vital a Jesucristo que una vinculación a la Iglesia en que uno se ve integrado por la fuerza y sin nombre propio.

La comunidad de los corazones, exigencia de la alianza

61. Ya en el Antiguo Testamento, la Alianza exige el amor fraterno, la comunión de los corazones. El amor fraterno es amor a todos los seres humanos. El israelita, para ser fiel al Dios de la Alianza, debe considerar a cada miembro de su pueblo como "hermano" (Dt 22, 1-4; 23, 20) y prodigar su solicitud con los más desheredados: el forastero, el huérfano y la viuda (24, 19ss). El amor fraterno no es excluyente. A este amor se refiere la Biblia, cuando dice: Ama a tu prójimo, como a ti mismo. (Lv 19, 18; Mt 22, 39).

La comunión de los corazones, dimensión fundamental de la iglesia de Jesús

62. La comunión de los corazones es una dimensión fundamental de la Iglesia de Jesús. La unión fraterna de los primeros cristianos queda reflejada en Los Hechos de los Apóstoles: "En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de lo que tenía" (Hch 4, 32). Esta comunión entre ellos se realiza en primer lugar en la fracción del pan (2, 42). En la Iglesia de Jerusalén se traduce por la puesta en común de los bienes (4, 32; 5, 1-11); en otras, en la colecta que recomienda San Pablo (2 Co 8, 1-15; cfr. Rm 12, 13). La comunión se manifiesta también en la ayuda material aportada a los predicadores del Evangelio (Ga 6, 6; F1p 2, 25), en las persecuciones sufridas juntos (2 Co 1, 7; Hb 10, 33; 1 P 4, 13) y en la colaboración prestada para la difusión de la Buena Nueva (F1p 1, 5). Esta comunión es expresada en la Sagrada Escritura también en otras múltiples manifestaciones.

La comunión no es mero sentimiento de simpatía, ni uniformidad monolítica. Es un nuevo nivel de realidad

63. La comunión no es un mero sentimiento de simpatía que nos une afectuosamente a quienes piensan, sienten y se comprometen por nuestros mismos ideales y tarea. No es la uniformidad monolítica ni la quietud de la inercia. La comunión es un nuevo nivel de realidad, revelada y ofrecida por Cristo a los hombres, sólo asequible desde la fe y en la fe. Supone una nueva creación, un nuevo ser, una participación comunitaria, misteriosa y gratuita en la vida de Dios, que es Amor.

La comunión de los corazones, participación del misterio interpersonal de Dios

64. La comunión de los corazones es participación del misterio interpersonal de Dios. Dios es Amor (1 Jn 4, 8). Es el cumplimiento en medio de los hombres de la oración y deseo de Cristo: "Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Así la Iglesia aparece como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).

La comunión de los santos

65. Esta realidad, tan vital para la Iglesia, ha sido expresada en el Símbolo Apostólico con la fórmula "Comunión de los Santos" (DS 30). Esta fórmula abarca dos sentidos: "Comunión de los santos" y "comunión en las cosas santas". "Comunión de los santos" supone la íntima unión espiritual de los creyentes entre sí, su implicación mutua en toda acción eclesial y la participación de cada uno de los bienes de Cristo de que gozan los demás (especialmente en las riquezas de los hermanos que han arribado ya a la vida eterna). Pero esta intercomunicación vital que tiene lugar entre los miembros de la familia de Dios obtiene una manifestación privilegiada y un principio frontal de comunidad en la "comunión de las cosas santas", esto es, en la incorporación viva a la asamblea fraterna y litúrgica, en la que se comulga con las realidades sacras: las Escrituras Santas, los Sacramentos, las colectas en favor de los necesitados (que también son una diakonía y una acción sagrada (Cfr. 2 Co 9, 12), etc.

Comunión interior, exterior, sacramental

66. La comunión es —dice San Buenaventura— interior, exterior y sacramental: "La comunión es triple: la primera es puramente espiritual, es la comunión según el amor interior; la segunda es corporal, es la comunión según las relaciones exteriores; la tercera se sitúa entre las dos, es la comunión según la recepción de los sacramentos y muy especialmente el sacramento del altar... Nadie puede ni debe ser excluido de la primera... todo excomulgado está excluido de la comunión sacramental" (IV Sent. d. 18, p. 2, a. 1, q. 1 contra 1).

El Papa y los Obispos, centro visible de comunión, "Un cuerpo de Iglesias"

67. La Iglesia una está formada por muchos miembros, esparcidos a lo ancho del mundo (San Cipriano). La totalidad indivisa de la Iglesia —la Iglesia universal—, es, en formulación feliz de los Santos Padres, "un cuerpo de Iglesias" (LG 23 y nota 34). La unidad de ese cuerpo eclesial deberá estar asegurada por la unidad de todos los Pastores responsables de las Iglesias locales que, bajo el influjo del Espíritu —,principio unificador indefectible—, "mientras gobiernan bien la propia Iglesia, en cuanto es una porción de la Iglesia universal, contribuyen eficazmente al bien de todo el Cuerpo místico" (ibídem). El Sucesor de Pedro, el Papa, es el garante central, el principio visible de la comunión universal de las Iglesias y el. lugar de cohesión de "un episcopado único e indiviso" (LG 18).

Como dice el Concilio Vaticano II: "El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los fieles. Por su parte, los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus iglesias particulares, formadas a imagen de la Iglesia universal, en las cuales y a base de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única. Por eso cada Obispo representa a su Iglesia, y todos juntos con el Papa representan a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad" (LG 23).

Unidad en la diversidad

68. Para la comunión eclesial no constituye obstáculo la existencia de un sano pluralismo en las iglesias locales. Dice el Concilio Vaticano II: "Dentro de la comunión eclesiástica existen legítimamente Iglesias particulares, que gozan de tradiciones propias, permaneciendo inmutable el primado de la cátedra de Pedro, que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas y simultáneamente vela para que las diferencias sirvan a la unidad en vez de dañarla" (LG 13). Tal pluralidad en el interior de una fuerte unidad de comunión ha sido siempre la tradición apostólica de la Iglesia.

La diversidad de las iglesias particulares enriquece a la Iglesia universal

69. Este criterio orientador ha sido tomado por la Iglesia en su actividad misionera por medio de la cual actualiza constantemente la catolicidad: "Las Iglesias nuevas, radicadas en Cristo y edificadas sobre el fundamento de los Apóstoles, asumen en intercambio admirable todas las riquezas de las naciones que han sido dadas a Cristo en herencia (Cfr. Sal 2, 8): Reciben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y doctrina, de las artes e instituciones de sus pueblos todo lo que puede servir para confesar la gloria del Creádor, para ensalzar la gracia del Salvador y para ordenar debidamente la vida cristiana" (AG 22).

Las Iglesias particulares, con sus típicas peculiaridades, enriquecen la vitalidad del Cuerpo de Cristo en la medida en que se reconocen ellas mismas como "una sola cosa" en la totalidad de la fraternidad cristiana, "imbuida más y más del sentir de Cristo y de la Iglesia": "Permanezca la íntima comunión de las Iglesias nuevas con toda la Iglesia, aportando a su tradición los elementos de la propia cultura, a fin de aumentar, con un cierto efluvio mutuo de energías, la vitalidad del Cuerpo Místico" (AG 19). "Y si en algunas regiones se hallan algunos de estos que se resisten a abrazar la fe católica porque no pueden acomodarse a la forma especial que allí ha tomado la Iglesia, se desea que se atienda especialmente a dicha situación hasta que todos los cristianos puedan juntarse en una sola comunidad"(AG 20).

La Iglesia, sacramento de reconciliación

70. La comunión choca con la realidad del pecado en el mundo y en la misma Iglesia; por eso, la vida de comunión en la Iglesia tiene necesariamente el carácter de reconciliación. Tal es el ministerio confiado por Cristo a la Iglesia. Ella es signo de comunión a través de la reconciliación: "La Iglesia... es signo y sacramento de la reconciliación en el mismo Cristo. En su seno alcanzan expresión sensible y real las más altas y profundas aspiraciones de los hombres a la fraternidad. La Iglesia descubre a los hombres la perfecta comunión a la que están destinados. En tanto que ella misma, como Pueblo de Dios que peregrina en la tierra, expresa y anticipa esa comunión, a pesar de su propia debilidad y de los pecados de sus miembros. La promesa de Jesús y la presencia del Espíritu garantiza que la Iglesia realizará siempre la comunión en grado suficiente para ser signo válido de la fraternidad definitiva" (Carta colectiva del Episcopado Español, La reconciliación en la Iglesia y en la Sociedad [RIS], 6).

Factores constitutivos de la comunión eclesial

71. Los principios constituyentes de la comunión eclesial son: el Espíritu del Señor (Hch 2, lss; 1 Co 12, 11); la Palabra que convoca a la comunidad en la fe (Hch 2, 41); la Eucaristía, que realiza la unidad y es signo de ella (Hch 2, 42; 1 Co 10, 17); el amor cristiano (1 Co 13, 1-7; Hch 4, 32); la autoridad eclesial como servicio que mantiene la unidad visible de la Iglesia (Mt 16, 18; 18, 18; Jn 21, 15ss; Hch 20, 28). La comunión es una tarea permanente a la que contribuyen especialmente: el arrepentimiento de los pecados contra la unidad (UR 7), la conversión permanente de todos (LG 8; UR 6), la oración constante (UR 8), el conocimiento mutuo y el diálogo (UR 9).

Comunión en la fe

72. La unidad de la Iglesia es ante todo unidad en la fe. San Pablo lo describe así: "Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo" (Ef 4, 4-6). Nada más opuesto al pensamiento de Jesucristo que la división entre los cristianos (Cfr. Jn 17, 23). La fidelidad a Jesucristo se opone a toda tendencia cismática o herética. Ya en sus comienzos la Iglesia tuvo clara conciencia de que la ruptura de la unidad de la fe era un gravísimo pecado contra Dios. Por ello abundan en el Nuevo Testamento las exhortaciones a no apartarse de la fe recibida y las advertencias contra los falsos doctores (Cfr. 1 Tm 1, 3-7; 4, 7; 6, 4.20; 2 Tm 2, 14-23; 4, 4; Tt 1, 13; 3, 9; 2 Ts 2, 15). La ruptura de la unidad en la fe implica ruptura con Dios, en cuya palabra se funda nuestra fe. El deseo de ser fieles a la palabra de Dios lleva consigo la voluntad firme de mantenerse en comunión con la fe de la Iglesia. Cada cristiano ha de asociar su acto de fe personal a la fe de la Iglesia entera. El "yo creo" de cada uno, para ser auténtico, ha de estar integrado en el "nosotros creemos" de toda la Iglesia.

Participar en la misma Eucaristía, aceptar la autoridad apostólica del Papa y los Obispos, practicar la caridad fraterna

73. Los cristianos podemos manifestar esta comunión en la misma fe de muchas maneras. De modo especial lo hacemos cuando participamos en la celebración de la Eucaristía y demás sacramentos. Las oraciones y ritos establecidos por la jerarquía de la Iglesia para las celebraciones litúrgicas son una expresión de esta fe común de todo el pueblo de Dios. La fe común en Cristo nuestro Salvador, profesada en conformidad con la Tradición viva de la Iglesia, implica la aceptación de la autoridad apostólica del Papa y de los Obispos, y lleva a todos los miembros de la comunidad cristiana a la práctica de la caridad fraterna.

Iglesia, Eucaristía, comunión

74. La palabra comunión, es un término utilizado frecuentemente —y no por casualidad— en un contexto eucarístico. Iglesia y Eucaristía son realidades íntimamente unidas. La Iglesia, habitualmente dispersa por el mundo, se reúne, refuerza su unión, se expresa y se realiza como comunión, y la afirma ante todos los hombres, en la celebración de la Eucaristía. Mediante el gesto y las palabras proclama entonces su verdadero nombre: comunión. Toda Eucaristía es signo indisoluble de comunión y, a la vez, medio eficaz de realizarla. Se establece así en la celebración una tensión entre lo que la Iglesia es de hecho y lo que está llamada a ser. En la Doctrina de los Doce Apóstoles aparece esta antigua oración eucarística por la reunión de la Iglesia:

"Como este fragmento estaba disperso sobre los montes
y reunido se hizo uno,
así sea reunida tu Iglesia
de las confines de la tierra en tu reino" (9,
4).

Los Mandamientos de la Iglesia, en función de la comunión eclesial

75. La docilidad con la que hay que obedecer al Espíritu Santo para mantenerse en la comunión eclesial, lleva consigo, entre otras exigencias, la fiel observancia de los Mandamientos de la Iglesia, los cuales son disposiciones de la autoridad eclesial. Son particularmente conocidos los ya formulados en el Catecismo de San Pedro Canisio (1555), y que ahora aparecen formulados así: "Los mandamientos más generales de la Santa Madre Iglesia son cinco: El primero, oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. El segundo, confesar los pecados mortales al menos una vez al año y en peligro de muerte y si se ha de comulgar. El tercero, comulgar por Pascua de Resurrección. El cuarto, ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. El quinto, ayudar a la Iglesia en sus necesidades."

El particularismo individual o de grupo, opuesto a la comunión

76. El particularismo, individual o de grupo (sectarismo), se opone al misterio eclesial de la comunión. Por ello conviene tener siempre presente esta doble llamada de atención: "No viváis solitarios, replegados sobre vosotros mismos, como si ya estuviérais justificados, sino reuniéndoos en un mismo lugar inquirid juntos lo que a todos en común conviene" (Carta de Bernabé, IV, 10). "No faltan quienes por una errónea concepción de la Iglesia tienden a aislarse, con su grupo, del resto de la comunidad cristiana" (Carta colectiva del Episcopado Español, RIS 4).

Sectarismo de grupo, problema actual

77. En el texto precedente, la Conferencia Episcopal Española denuncia el sectarismo de grupo como problema actual. Al igual que en la Iglesia primitiva, los cristianos siguen experimentando tentaciones de división entre ellos, a pesar del acontecimiento de Pentecostés en el que el Espíritu Santo crea la unidad y el entendimiento mutuo desde la diversidad (Hch 2, 1-13), La división de grupo pretende justificarse tras el nombre de alguno de los más directos discípulos de Jesús: Pedro, Pablo, Apolo. San Pablo contesta con su energía característica: "¿Está dividido Cristo? ¿Ha muerto Pablo en la cruz por vosotros?" (1 Co 1, 12-13).

La comunión con los no católicos

78. Con los no católicos la unidad no es completa (LG 15), precisamente porque la comunión resulta deficiente en alguno de sus elementos esenciales. Pero, a pesar de ello, el Espíritu Santo está promoviendo la búsqueda de una comunión plena entre todos los cristianos. Es un ideal realizable al que tienden los discípulos de Jesucristo porque poseen muchos elementos que, dinámicamente, los empujan a esta comunión (Cfr. UR 3). "La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con quienes, estando bautizados, se honran con el nombre de cristianos, pero no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro" (LG 15). E incluso quienes, por no haber conocido la Buena Nueva, no son en modo alguno discípulos de Jesucristo, también poseen elementos en sus vidas que pueden ordenarles a su incorporación a la comunión en el Pueblo de Dios (Cfr. LG 16). Los cristianos deben pedir constantemente a Dios Padre por la unidad de todos los que profesan la fe en Jesucristo para que constituyan un único rebaño bajo un solo pastor, según la voluntad de Cristo.

La única iglesia de Cristo: una, santa, católica y apostólica, subsiste en la Iglesia católica

79. Los cristianos que constituyen Iglesias separadas de la Iglesia católica pertenecen a dos grandes grupos. En primer lugar las Iglesias orientales. Durante mucho tiempo vivieron en comunión de fe, de vida sacramental con la Iglesia romana, aceptando la autoridad del Papa. Coinciden con la Iglesia católica en la casi totalidad de las enseñanzas relativas a la fe, en los sacramentos, en vida espiritual. El punto principal de su discrepancia con la Iglesia católica es que no reconocen el primado de jurisdicción del Papa como pastor de la Iglesia universal. El segundo grupo es el de las Iglesias y comunidades separadas en Occidente (Protestantes). Muchas de estas Iglesias y comunidades eclesiales se distinguen unas de otras entre sí no sólo por su organización, sino también por su doctrina.

Se distinguen también de la Iglesia católica en puntos importantes que la Iglesia católica romana, considera irrenunciables porque pertenecen a la revelación divina. Pero en todas ellas hay muchos aspectos de orden doctrinal, espiritual, litúrgico y pastoral que coinciden con los de la Iglesia católica. Los católicos creemos que la única Iglesia de Cristo, que en el símbolo confesamos como una, santa, católica y apostólica, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él. El católico ha de ser fiel a esta fe si quiere ser fiel a Dios; ha de esforzarse además por vivir de acuerdo con la fe de la Iglesia católica. Al mismo tiempo ha de tratar con respeto y amor a los cristianos que pertenecen a otras Iglesias; ha de colaborar fraternalmente con ellos en el ejercio de la caridad y ha de pedir con frecuencia al Señor que mueva los corazones de todos para alcanzar la unidad querida por Cristo (Cfr. LG 8 y 15; UR 12; OE 30).

La comunión eclesial, don dd Espíritu

80. La enseñanza conciliar pone el acento en la humildad con que los católicos han de vivir su vocación, don inmerecido —gratuito— del Espíritu: "Recuerden todos los hijos de la Iglesia que su alta condición no ha de atribuirse a los propios méritos, sino a una particular gracia de Cristo: si no respondiesen a ella de pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad" (LG 14). También se insiste en que una incorporación a la visibilidad de la Iglesia que no supusiese al mismo tiempo la entrega interior al amor de Cristo no sería suficiente para ser acogidos en la salvación cristiana: "No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia "en cuerpo", pero no "de corazón" (LG 14 y San Agustín, Bapt. c. Donat. V. 28, 39: PL 43, 197: "Certe manifestum est, id quod dicitur, in Ecciesia intus et foris, in carde, non in corpore cogitandum").