Tema 36. AMARÁS AL SEÑOR CON TODO TU CORAZÓN (1
°, 2.° Y 3.° MANDAMIENTOS). LA ORACIÓN

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

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Al encuentro de un Dios compañero de viaje. Tras las huellas de Dios

25. Aquellos preadolescentes que creen con fe interiorizada y libre, tienden a concebir a Dios como compañero y amigo, sienten que Dios los vuelve mejores, que los afecta personalmente. Su aspiración es acercarse a un Dios que está con ellos, que camina con ellos, que les ama. Reconocen dentro de sí la búsqueda de Dios, búsqueda inquietante y latente en todo hombre. El Dios que el hombre busca es un Dios presente, cercano, amante. No un Dios ausente, lejano, que para nada se ocupa de los hombres. Ni tampoco un Dios terrible, enemigo de la felicidad humana.

Un Dios cercano, con rastros y con huellas, amante

26. El Dios de Israel es cercano, con rastros y con huellas, que el pueblo creyente puede reconocer. Está cerca de él, pues le ama. Así lo proclama Moisés: "Vosotros sois testigos de lo que el Señor hizo en Egipto contra el Faraón, sus ministros y todo su país: aquellas grandes pruebas, que vieron vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no os ha dado inteligencia para entender ni ojos para ver ni oídos para escuchar, hasta hoy. Yo os he hecho caminar cuarenta años por el desierto: no se os gastaron los vestidos que llevabais, ni se os gastaron las sandalias de los pies; no comisteis pan ni bebisteis vino ni licor: para que reconozcáis que yo, el Señor, soy vuestro Dios" (Dt 29, 1-5).

Un Dios que enseña al hombre a caminar

27. El Dios de Israel se ocupa y preocupa de mil maneras por el hombre; como dice el profeta Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: sacrificaban a los baales e incensaban a los ídolos. Y con todo yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, mas no supieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él para darle de comer" (Os 11, 1-4).

La ley en el contexto de un diálogo: "Escucha, Israel"

28. Los verdaderos senderos del desierto por los que Dios enseña a ca-minar son los del corazón. Hay un lazo esencial entre la rectitud del corazón y su presencia, entre la ley y la vida (Dt 30, 15-20). La ley, ante todo, es un don y una llamada suya. El núcleo primero de la ley mosaica, el Decálogo, no se expresa en forma impersonal, sino dentro de un diálogo indicado en estas palabras: "Escucha, Israel" (Dt 5, 1; 6, 4). Su punto de partida se propone desde el principio del Decálogo; es el Dios Amor y Salvador: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud" (Ex 20, 2; Dt 5, 6). Todo lo que sigue es ratificado y explicado en función de esta realidad primera. Aun cuando los preceptos coincidan con la ley natural o con los mandamientos de los códigos orientales contemporáneos, la atmósfera es completamente nueva; es la línea del amor. El Evangelio vendrá no para abolir esta ley de amor, sino para llevarla a la plenitud (Mt 5, 17).

"Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón"

29. Los mandamientos divinos orientan la existencia entera del hombre hacia Dios. Miran al corazón. Dios debe ser buscado con todo el corazón. Jesús llamó el mayor y primer mandamiento el que nos manda amar a Dios con todo nuestro ser (Cfr. Mt 22, 38). El Deuteronomio lo expone así: "Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado  y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente una señal; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales" (Dt 6, 4-9). Jesús añade que el segundo mandamiento es semejante a éste: "amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas" (Mt 22, 39-40).

"No tendrás otros dioses frente a mí. No tomarás en falso el nombre de Dios. Guarda el día del sábado"

30. En el Decálogo, los mandamientos que se refieren más directamente a Dios se concretan y especifican del siguiente modo:

Un amor no correspondido

31. Los profetas, amigos y confidentes de Dios (como lo habían sido los patriarcas desde Abrahán a Moisés), son amados y se saben amados personalmente por El. Oseas, luego Jeremías y Ezequiel revelan que Dios es el esposo de Israel. El pueblo israelita, sin embargo, no cesa de ser infiel; el amor apasionado y exclusivo de Dios es correspondido únicamente con ingratitud y traición. Pero el amor es más fuerte que el pecado, aun cuando deba sufrir (Os 11, 8): Dios decide recrear en Israel un corazón nuevo capaz de amar de verdad (Os 2, 21ss; Jr 31, 3.20.22; Ez 16, 60-63; 36, 16-38).

Dios, una elección radical

32. El Deuteronomio, promulgado en el momento en que el pueblo parece preferir definitivamente el culto de los ídolos al amor del Dios (2 R 22), recuerda incesantemente que el amor de Dios a Israel es gratuito (Dt 7, 7-8), y que Israel debe "amar a Dios con todo su corazón" (6, 5). Este amor se expresa en actos de adoración y de obediencia (11, 13; 19, 9) que suponen una elección radical, un desprendimiento costoso (4, 15-31; 30, 15-20). Este amor sólo es posible si Dios en persona viene a circuncidar el corazón de Israel y a hacerlo capaz de amar (30, 6).

Dios se dirige al corazón de cada uno

33. Después del destierro es cada día más honda la convicción israelita de que Dios se dirige al corazón de cada uno. Dios no ama sólo a la colectividad (Dt 4, 7) o a sus jefes (2 S 12, 7-8), sino a cada judío, sobre todo al justo (Sal 36, 25-29), al pobre y al pequeño (Sal 112, 5-9). Y hasta poco a poco se esboza la idea de que el amor de Yahvé se extiende, más allá de los judíos, también a los paganos (Jon 4, 10-11) e incluso a toda criatura (Sb 11, 23-26).

Amor recíproco: Dios ama al hombre y el hombre debe amar a Dios

34. Este amor de Dios al hombre exige reciprocidad, el amor del hombre a Dios: el cumplimiento del primer gran mandamiento de la ley: amar a Dios con todo el corazón. Jesús realiza el diálogo filial con Dios y da su testimonio delante de los hombres. Se entrega totalmente al Padre desde los comienzos (Lc 2, 49; cfr. Hb 10, 5ss), viviendo en oración y en acción de gracias (Mc 1, 35; Mt 11, 25) y sobre todo en perfecta conformidad con la voluntad divina (Jn 4, 34; 6, 38), está incesantemente a la escucha de Dios (5, 30; 8, 26.40), lo cual le asegura que es escuchado por El (11, 41-42; 9, 31).

Amar a Dios con todo el corazón es cumplir su voluntad

35. Cumplir la voluntad del Padre es para Jesús tan necesario como el alimento: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra" (Jn 4, 34). Cumplir la voluntad de Dios es el verdadero sacrificio, la ofrenda de la vida entera: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado uri cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 5-7). Jesús muestra su amor al Padre realizando la obra que el Padre le ha ordenado: "el mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

Necesitamos un corazón nuevo que pueda amar a Dios, confiar en él, apoyarse en él

36. La cruz es para los hombres la suprema tentación de la infidelidad, de la desconfianza. Para Jesús, sin embargo, el Calvario fue el lugar donde se manifestó el amor perfecto, el instante único del "más grande amor" (Jn 15, 13). Entonces da todo, sin reserva, a Dios (Le 23, 46), y a todos los hombres sin excepción, sin discriminaciones (Mc 10, 45; 14, 24; 2 Co 5, 14-15; 1 Tm 2, 5-6). La adhesión al amor divino no es cuestión de razonamiento humano, de conocimiento según la carne (2 Co 5, 16). Necesitamos un corazón nuevo que pueda amar a Dios, confiar en El, apoyarse en El (Is 7, 9). Hace falta el don del Espíritu, que crea en el hombre un corazón nuevo (Jr 31, 33-34; Ez 36, 25-27). El Espíritu, derramado en Pentecostés, hace comprender desde dentro, con un verdadero conocimiento religioso, lo que Jesús les ha dicho acerca del Padre. Todo hombre tiene necesidad del Espíritu para poder llamar "Padre" a Dios, para dirigirse a El con la confianza de un hijo: "Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16).

"Al Señor tu Dios adorarás..." "No olvides al Señor": primer mandamiento

37. En el desierto, Jesús es tentado por el diablo contra el primer mandamiento de la Ley. Tiene delante de sí "todos los reinos del mundo y su gloria" (Mt 4, 8). Le dice el tentador: "Todo esto te daré si te postras y me adoras" (4, 9). La respuesta de Jesús es: "Al Señor tu Dios adorarás, y a El sólo darás culto" (4, 10). Es la Palabra dada a Israel en una situación semejante: "Cuando el Señor tu Dios te introduzca en la tierra que juró a tus padres —a Abrahán, Isaac y Jacob— que te había de dar, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, comerás hasta hartarte Pero cuidado: No olvides al Señor que te sacó de Egipto, de la esclavitud. Al Señor tu Dios temerás, a El sólo servirás, sólo en su nombre jurarás" (Dt.6, 10-13).

"Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad"

38. Jesús recuerda aquí lo que nunca debe ser olvidado y lo que, en su evangelio, es central y debe ser buscado por encima de todo: "Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33). Jesús recuerda quién debe ser realmente adorado y cómo: Dios, con todo el corazón. La adoración es la expresión, a la vez, espontánea y consciente, obligada y voluntaria del hombre ante la proximidad y la grandeza de Dios. Esta adoración exige el compromiso de todo el ser: es adoración en espíritu y en verdad, como dice Jesús a la samaritana: "Se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23).

Damos culto a Dios por medio de Jesucristo

39. Nuestro deber primordial es tributar a Dios culto filial de adoración y amor. A El nos debemos por entero. Sólo a El hemos de adorar. "Dios no puede compartir su gloria con ningún otro" (Is 42, 8; 48, 11). Dios manifestó su gloria, su majestad y santidad de diversas maneras en el Antiguo Testamento y de modo especial en Jesucristo. La transfiguración del Tabor reveló a los discípulos la gloria del Padre y la de Cristo (Le 9, 32). "Hemos visto su gloria —dice San Juan—, gloria como del Unigénito del Padre" (Jn 1, 14). Debemos vivir adorando a Dios, glorificándole, dándole gracias. Jesucristo es el único que da al Padre una acción de gracias, una adoración y un culto, dignos del Padre, especialmente con su muerte y resurrección (Cfr. Hb 4, 14; 5, 10; Ap 5, 12-13). Nosotros damos culto a Dios uniéndonos a Jesucristo, en la oración, en la participación en la Eucaristía y en los demás sacramentos y con una conducta verdaderamente evangélica (Cfr. 1 P 2, 5). La celebración de la Eucaristía constituye el momento culminante en que Dios Padre es glorificado por Cristo. La Iglesia da culto a Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, y por medio de Jesucristo, que es nuestra cabeza. Nuestro culto cristiano es siempre participación en el de Cristo. Por el bautismo participamos de su sacerdocio, y unidos a El en la Eucaristía, damos gloria a Dios Padre (Cfr. 1 P 2, 4-10; Ap 1, 6; 5, 10).

Culto interior, culto litúrgico, la vida como culto

40. Este culto cristiano a Dios ha de ser ante todo interior, de corazón, con fe y amor. Pero se expresa también a través de los signos sacramenta-les que Cristo ha establecido, y por medio de todas las formas de oración litúrgica, que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, propone a todos los fieles cristianos. Toda la vida del cristiano ha de ser como un permanente culto a Dios (Hb 10, 22-25; 13, 15-17; F1p 4, 18; Rm 15, 25-31; 2 Co 9, 11-15). Para ello es necesario un cumplimiento fiel del Evangelio.

El culto a Dios, a Jesucristo, a la Virgen, a los Santos

41. Sólo Dios es merecedor del culto de adoración, pues sólo El es santo, sólo El es Altísimo. Suya es la gloria. También debemos dar culto de adoración a la humanidad de Cristo, porque es la humanidad del Hijo de Dios; está llena de la gloria de la divinidad. Un culto especial es el culto con que la Iglesia honra a la Virgen María, Madre de Dios, que está en el cielo en cuerpo y alma. Damos también en la Iglesia un culto de veneración a los santos que viven ya para siempre con Dios, porque en ellos se refleja la gloria y la santidad de Dios. Al honrar a los santos y a la Virgen María glorificamos a Dios, que es la fuente de toda santidad.

El culto a las imágenes

42. Entre las expresiones del culto a Dios ha tenido siempre mucha importancia en el pueblo cristiano el culto a las imágenes y a las reliquias de los santos. Siempre se ha entendido en la Iglesia esta veneración a las imágenes como un culto dirigido a Dios mismo, a Jesucristo —imagen del Padre—, a la Virgen y a los santos. El Concilio IV de Constantinopla (869-870), dice: "Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo, Libertador y Salvador de todos, sea adorada con honor igual al del libro de los Sagrados Evangelios. Porque así como por el sentido de las sílabas que en el libro se ponen, todos conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen, sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante, pues lo que predica y recomienda el lenguaje con sus sílabas, eso mismo predica y recomienda la obra que consta de colores..." (DS 653). Y el Concilio II de Nicea (787), dice: "Porque el honor de la imagen, se dirige al original (S. Basilio), y el que adora una imagen, adora a la persona en ella representada" (DS 600).

Pecados contra el primer mandamiento

43.Los pecados que más directamente se oponen al culto debido a Dios son, entre otros:

"No blasfemarás contra Dios"

44. Lo opuesto de la adoración y de la alabanza que debe el hombre a Dios es la blasfemia, el insulto dirigido a Dios. Si toda injuria inferida a un hombre merece ser condenada (Mt 5, 22), mucho más lo ha de ser la injuria hecha a Dios mismo. Por ello dice la ley: "No blasfemarás contra Dios, ni maldecirás al principal de tu pueblo" (Ex 22, 27). La presencia de un solo blasfemo en el pueblo de Dios contamina a la comunidad entera. En el Antiguo Testamento se lapida al blasfemo (Lv 24, 16). La blasfemia, hecha de manera libre y consciente, es un grave pecado contra Dios y el signo supremo de la impiedad humana.

La blasfemia contra Jesús, contra el Espíritu, contra la Iglesia

45. En el Nuevo Testamento, la blasfemia se dirige también contra Jesús: los judíos le difaman y calumnia (Jn 8, 49) y en la cruz le abruman de blasfemias (Me 15, 29). El es, por encima de todos, el siervo ultrajado, que puede decir con verdad: "Llevo en mi seno todos los insultos de los pueblos" (Sal 88, 51). Si esto fuera solamente una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonaría (Cfr. Mt 12, 32), por razón de la ignorancia (Cfr. Lc 23, 34; Hch 3, 17; 13, 27). Sin embargo, otras veces se trata de algo peor. Así sucede cuando los fariseos atribuyen a Satanás los signos que manifiestan la acción del Espíritu de Dios en Jesús (Mt 12, 24). Esto es ya una blasfemia contra el Espíritu, que no será perdonada (Mt -12, 31-32), pues se trata de un rechazo voluntario de la salvación divina, un pe-cado contra la luz. Finalmente, la blasfemia puede ir dirigida contra la Iglesia, Cuerpo de Cristo Resucitado. Así Pablo era un blasfemo y un perseguidor de la Iglesia (1 Tm 1, 13); después, lo son los judíos, cuando se oponen con blasfemias a la predicación de Pablo (Hch 18,6). Asimismo, la hostilidad del imperio romano y de todo poder que, en el curso de la historia, persiga a la Iglesia es una actitud que se expresa en blasfemia (Ap 13, 1-6; 17, 3).

El respeto al nombre de Dios

46. Contra el culto debido a Dios y contra la veneración con que hemos de usar el nombre de Dios se peca gravemente con la blasfemia. La blasfemia es el insulto directo a Dios, a Jesucristo, al Espíritu, a la Iglesia, a la Virgen María o a los Santos, con la intención de que recaiga sobre Dios. Para que sea pecado grave es necesario que el que blasfema al usar gestos, acciones o palabras que significan desprecio a Dios lo haga de una manera consciente, plenamente libre, a sabiendas de que lo que dice tiene un significado injurioso para Dios. El fiel discípulo de Jesucristo usa siempre el nombre de Dios con la reverencia, respeto y amor con que lo usa Jesucristo y la Iglesia.

A vosotros os basta decir si o no

47. En el segundo mandamiento se prohíbe tomar en falso el nombre de Dios. También este mandamiento es llevado a su cumplimiento más perfecto por Jesús: "Habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falso y cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jesrusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vos-otros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).

"No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso": segundo mandamiento

48. Como en la mayoría de las religiones, en el Antiguo Testamento los hombres recurren al juramento para garantizar solemnemente el valor de su palabra (Gn 21, 22-24; 24, 2-9; Ex 22, 7.10). Toman el Nombre de Dios como garantía, lo cual —en el mundo bíblico— es como tomar a Dios mismo por testigo de lo que dicen o prometen. En este ambiente se comprende que Israel atribuya con frecuencia juramentos a Yahvé mismo para expresar la garantía de sus promesas o la fidelidad de su Palabra (Gn 22, 16; 26, 3; Dt 4, 31; 7, 8). El Decálogo condena el perjurio, esto es el juramento en falso: "No pronunciarás el nombre del Señor tu Dios en falso" (Dt 5, 11; Ex 20, 7). Los profetas denuncian celosamente las transgresiones de este mandamiento (Os 4, 2; Jr 5, 2; 7, 9; Ez 17, 13-19; Ml 3, 5). Después del destierro, se despierta la sensibilidad con respecto a otro abuso: la frecuencia de los juramentos, que multiplica los riesgos de perjurio: "el que jura y toma el Nombre a todas horas no se verá limpio de pecado" (Si 23, 10). El juramento es reservado para las ocasiones solemnes.

Un nuevo camino: abstenerse de jurar. La sinceridad fraterna

49. Jesús ataca la casuística sutil de los escribas, mediante la cual éstos eluden las exigencias del juramento, una vez hecho. Jesús condena este modo de proceder, pues está en juego el respeto que el hombre debe a Dios (Mt 23, 16-22). Ante el sumo sacerdote que le conjura solemnemente a decir si El es el Cristo, el Hijo de Dios, Jesús consiente en responder (Mt 26, 63-64). Sin embargo, Jesús no recurre nunca al juramento para asegurar la autoridad de su doctrina; se limita a introducir sus afirmaciones más solemnes con su fórmula habitual: En verdad, en verdad os digo. En el sermón de la montaña señala a los suyos un nuevo camino: que se abstengan de jurar (Mt 5, 33-37). La palabra de los discípulos no debe buscar otra garantía que la sinceridad fraterna (Cfr. St 5, 12).

Licitud del juramento y renuncia evangélica al mismo

50. Para que el juramento sea un acto conforme al Decálogo es necesario que se haga, ante todo, según verdad, es decir, la afirmación debe ser verdadera. Asimismo debe hacerse siempre en conformidad con la justicia y, también, con auténtica necesidad. En la profesión de fe propuesta por el Papa Inocencio III (1198-1216) a los valdenses, que negaban fuera lícito jurar según verdad, se dice: "No condenamos el juramento; antes bien, con puro corazón, creemos que es lícito jurar con verdad y juicio y justicia" (DS 795). La licitud del juramento según verdad no se oponen a la renuncia evangélica del mismo en nombre de la sinceridad cristiana. La moral cristiana presenta situaciones análogas. Por ejemplo, la del derecho a la legítima defensa. Así se podría decir también: "No condenamos la legítima defensa; es lícita en caso de necesidad." El reconocimiento de este derecho es compatible con la renuncia evangélica al mismo (Cfr. Mt 26, 52; In 18, 36). En la Iglesia y en la sociedad civil se hace uso del jura-mento en ocasiones muy solemnes y especiales. Pero sin verdadera necesidad no se debe recurrir al juramento. El juramento no tiene sentido religioso sino cuando quienes lo hacen tienen verdadera fe en Dios. El juramento es una verdadera invocación a Dios. Por ello es pecado jurar en falso, sin necesidad o contra la justicia.

El voto, promesa especial hecha a Dios

51. El voto es otra forma de invocar el nombre de Dios. Es una promesa deliberada, reflexiva y consciente, hecha a Dios libremente, de una obra buena, una conducta mejor, una limosna, un sacrificio personal, una oración, etc., siempre que entre dentro de nuestras posibilidades. La Sagrada Escritura nos muestra ejemplos de personas que hicieron algún voto o promesa especial a Dios (Cfr. Gn 28, 20ss; 1 S 1, 10ss). Por el voto el hombre se compromete de modo especial delante de Dios, y consagra a Dios su propia persona o los bienes recibidos de El. En la vida de la Iglesia tienen especial importancia los votos o promesas con que los religiosos se consagran a Dios (Cfr. LG 44). Quien promete algo, contrae la obligación de cumplirlo. Por ello no se puede echar en olvido aquello que se le ha prometido a Dios como voto.

La santificación del sábado: tercer mandamiento

52. La santificación del sábado es una expresión del "primero y principal" mandamiento de la Ley (Mt 22, 38): Amarás a tu Dios con todo tu corazón. Dios es reconocido y celebrado como el centro de la vida humana. El nombre del sábado designa un descanso efectuado con cierta intención religiosa. En la Biblia está ligado al ritmo sagrado de la semana, que se cierra con un día de reposo, de regocijo y de reunión para el culto divino (Gn 2, 1-3; 2 R 4, 23; is 1, 13). Tal es el sentido del domingo: día de fiesta, día de llevar una vida más humana, día de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos, día de respirar en la atmósfera de Dios. Jesús nos enseñó que "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27).

Jesús, más allá del rigorismo farisaico

53. El reposo del sábado era concebido por la ley en forma muy estricta: prohibición de encender fuego (Ex 35, 3), d'e recoger leña (Nm 15, 32), de preparar alimentos... (Ex 16, 23). En tiempo de Cristo los esenios lo observan en todo su rigor, a la vez que los doctores fariseos elaboran sobre el particular una casuística minuciosa. Jesús no abroga la ley del sábado: en tal día frecuenta la sinagoga y aprovecha la ocasión para anunciar el Evangelio (Le 4, 16). Pero ataca el rigorismo formalista de los fariseos (Mc 2, 27); el deber de caridad es anterior a la observancia material del reposo (Mt 12, 1-8; Lc 13, 10-16; 14, 1-5).

El domingo, "Día del Señor"

54. Los discípulos siguieron en principio observando el sábado (Mt 28, 1; Mc 15, 42; 16, 1; Jn 19, 42). Poco a poco, el primer día de la semana, día de la resurrección de Jesús, viene a ser el día de culto de la Iglesia, considerado como día del Señor (Hch 20, 7; Ap 1, 10). Este día no se escogió para suplantar el sábado, sino para conmemorar el acontecimiento decisivo de la historia de salvación, la resurrección del Señor, el día de Pascua. El domingo, en efecto, la comunidad cristiana celebra la victoria del Señor y su presencia en la reunión eucarística, donde damos gracias al Padre y anunciamos la venida gloriosa del Señor: "Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Co 11, 26).

El domingo, día de alegría y de liberación del trabajo

55. Todos los miembros de la Iglesia tienen el deber de participar en la celebración de la Eucaristía cada domingo. "En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo nacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1 P 1, 3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo" (SC 106). El domingo debe ser día de descanso, de meditación de la Sagrada Escritura, de oración, de convivencia fraterna, de alegría, de ayuda caritativa al prójimo.

El domingo, día de la Iglesia

56. El domingo es el día del Señor y también el día de la Iglesia. En cada celebración eucarística dominical se expresa más plenamente la Iglesia, como asamblea convocada por Dios en torno al altar, como reunión de los que participan del mismo pan que es Cristo: "Siendo muchos, somos un solo pan y un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10, 17). Es el día de la edificación del pueblo de Dios; de renovar el mutuo perdón entre los cristianos y la caridad fraterna, especialmente con los más débiles; y es el día de recordar las necesidades de la Iglesia (Cfr. 1 Co 16, 2).

La oración, expresión del reconocimiento de Dios en el centro de la vida humana

57. También la oración es expresión del reconocimiento de Dios en el centro de la vida humana. Dios presente, cercano, amante: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17, 28), un Dios Padre, tal como nos lo revela Jesús. Dirigirse al Padre con confianza, como hijo, supone una actitud profunda: querer, como Jesús, que se cumpla su voluntad y su plan, no el nuestro. Nuestra actitud en la oración no debe ser la de pretender que se haga nuestra voluntad y que sea Dios quien la cumpla. Hemos de buscar ante todo la voluntad de Dios y disponernos nosotros a cumplirla. Esta fue siempre la actitud de Jesús. Es un don del Espíritu de Jesús el que podamos desear en cada momento el cumplimiento de la voluntad del Padre: El es quien nos hace exclamar: ¡Abba (Padre)! (Rin 8, 15). El Padrenuestro es la oración cristiana, la oración de la confianza, la oración de los hijos: "Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venta tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy el pan nuestro del mañana, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; nd nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno" (Mt 6, 9-13).

Jesús, hombre de oración

58. Al igual que los discípulos (Le 11, 1-4) necesitamos que Jesús nos enseñe a orar. Jesús es hombre de oración. No se limita a una sola forma de orar. Con sus discípulos cumple la celebración litúrgica prescrita a su pueblo (Mt 26, 30). En la sinagoga rezaba los salmos y oraciones como cualquier israelita. Pero Jesús ora también con sus propias palabras, s: dirige a su Padre con la más absoluta espontaneidad (Le 10, 21). Para orar busca con frecuencia la soledad del monte y de la noche (Le 6, 12). Jesús elige lugares especiales para orar, ora frecuentemente en la montaña (Mt 14, 23), solo (Le 9, 18), incluso cuando todo el mundo le busca (Mc 1, 37). La oración de Jesús se relaciona con su misión: en el desierto (Mt 4, 1ss), en el momento del bautismo (Le 3, 21), antes de la elección de los roce (Le 6, 12ss), en la Transfiguración (Le 9, 29), antes de la enseñanza del Padre-nuestro (Le 11, 1), en la última cena (Jn 17), y sobre todo en el huerto, inmediatamente antes de la pasión (Mc 14, 36; Hb 5, 7).

Los Apóstoles siguen el ejemplo y las enseñanzas de Jesús

59. Los Apóstoles "estaban siempre en el templo bendiciendo 'a Dios" (Le 24, 53; Hch 5, 12). Pedro hace oración a la hora sexta (Hch 10. 9); Pedro y Juan van a orar a la hora nona (Hch 3, 1). Con la oración comunitaria se preparan los discípulos de Jesús para recibir el don del Espíritu Santo en Pentecostés (Hch 1, 14). San Pablo dice que ora "sin cesar" en todo tiempo (Rm 1, 10; Ef 6, 18; 2 Ts 1, 3.11), "noche y día" (1 Ts 3, 10). Concibe la oración como un combate, una lucha (Rm 15, 30; Col 4, 12). Una de las notas características de la oración de San Pablo es la acción de gracias. La alabanza a Dios (F1p 4, 6).

En lugar oculto. Sin palabrería. "Pedid y se os dará"

60. Jesús dice a sus discípulos que no recen como los fariseos para ser vistos por la gente, sino en un lugar oculto (Mt 6, 5-6), que en la oración eviten la palabrería (6, 7-8), que insistan en la oración, como el amigo importuno (Le 11, 5-8), que recen con perseverancia, sin desfallecer (Le 18, 1-8), que la oración siempre es eficaz: "Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca, halla, y al que llama, se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13) .

Pidamos el Don del Espíritu Santo "

61. Lucas habla del Espíritu, donde Mateo habla de "cosas buenas" : ... ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden?" (Mt 7, 11; cfr. Le 11, 9-13). El Espíritu Santo es la "cosa buena" por excelencia. Frecuentemente, los hombres pedimos muchas cosas; lo que se nos asegura es el Espíritu, la "Gran Cosa". Pedimos muchas veces en nombre propio, pero lo que quiere el Padre es que pidamos en nombre de Cristo: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16, 24). Es preciso que nuestra oración se vaya centrando en lo verdaderamente importante. No siempre sabemos lo que pedimos (Me 10, 38). Suavemente, la oración transforma a la persona y entonces la misma oración se va purificando. Así la samaritana es llevada desde sus propios deseos al deseo del don de Dios (Jn 4, 10). Y las multitudes al alimento que perdura en la vida eterna (Jn 6, 27).

Hablemos con Dios Padre todos los días

62. El cristiano debe hablar todos los días con Dios Padre, por medio de Jesucristo, y guiado interiormente por el Espíritu Santo. Para hablar con Dios nos ayuda mucho la lectura de la Sagrada Escritura. En la Escritura, interpretada y proclamada por la Iglesia, escuchamos la palabra de Dios, su llamada. Con nuestra oración respondemos a esta palabra de Dios. El cristiano puede hablar con Dios de muchas maneras:

A Dios podemos hablarle:

La oración, dimensión fundamental de la vida cristiana

63. La oración es una dimensión fundamental de la vida cristiana. Donde calla la oración desaparece la vida de fe. La Iglesia se manifiesta como signo de Cristo no sólo cuando proclama la palabra de Dios y confiesa la fe recibida de los Apóstoles, o cuando celebra la Eucaristía y practica la caridad fraterna, sino también y de modo especial cuando dialoga con Dios, cuando hace oración. En medio de una sociedad en la que muchos hombres sólo dan importancia a las actividades económicas, o las ideas morales que resultan útiles para una mejor distribución de los bienes materiales, es necesario que los cristianos demos testimonio de nuestra fe en Dios, imitando a Jesucristo y a los Apóstoles y a los santos de todos los tiempos en la oración.

La oración, si es auténtica, lleva al hombre a abrirse como ser libre ante la libertad infinita ,de Dios. La oración implica nuestra total disponibilidad en las manos de Dios. El hombre que ora no dimite de sus responsabilidades; asume plenamente su existencia humana, pero sintiéndose libre dentro de una libertad interior —la libertad de Dios— que le ha elegido con amor, y le ha llamado a una entrega libre y total a Dios mismo. La oración supone una permanente apertura a todas aquellas realidades que reflejan la presencia de Dios, una mirada de fe sobre la acción de Dios en el mundo. Es un diálogo con Dios que se nos muestra siempre como el Dios-amor que nos ama a nosotros y a nuestros prójimos, y que nos invita a amarles como El les ama. Quien no habla con Dios, quien no ora, no conoce a Dios con un conocimiento de amistad. Dios es amor y para conocerle es preciso dialogar con El, escucharle en silencio, atender a su llamada. Sin diálogo con Cristo es imposible tener los sentimientos de Cristo para con el Padre y para con los hombres.

Oración comunitaria y oración espontánea. "En el lugar secreto"

64. El Concilio Vaticano II, siguiendo las huellas de Jesús y de toda la tradición cristiana, nos recuerda la estrecha vinculación existente entre la oración litúrgica que acontece cuando dos o tres se congregan en el narrobre de Cristo (Cfr. Mt 18, 20) y la oración que el creyente, en soledad, expresa con sus propias palabras: "Con razón se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella..., el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro... La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza... El cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su habitación para orar al Padre en lo secreto; más aún, debe orar sin tregua..." (SC 7. 10.12).