Artículo 2.-Algunos
problemas concretos.

Tema 29.-Sin el don del Espíritu, no es posible establecer una relación entre hombre y mujer, según el designio de Dios. El desprecio dél otro sexo.

Tema 30.-Sin la gracia de Dios, no podemos establecer una relación adecuada con las cosas. En una sociedad de consumo.

Tema 31.-Sin el Espíritu de Cristo, no podemos vencer la tentación de la violencia.

Tema 32.-Sin la gracia del Espíritu, no podemos respetar de verdad el derecho y la dignidad del otro. El menosprecio de la dignidad y derechos del hombre.


 

Tema 29. SIN EL DON DEL ESPÍRITU, NO ES POSIBLE ESTABLECER UNA RELACIÓN ENTRE HOMBRE Y MUJER, SEGÚN EL DESIGNIO DE DIOS. EL DERECHO DEL OTRO SEXO

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO:

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Hacia la propia identidad en el plano sexual

91. El momento evolutivo preadolescente, desde el punto de vista de la identidad sexual o de descubrimiento de sí mismo, es de aprendizaje. Dicho momento está directamente ordenado a superar la confusión, propia de esta etapa de desarrollo evolutivo. Ese aprendizaje es vivido de forma ambivalente: el preadolescente experimenta a la vez atracción y temor o angustia. Esto se da tanto en el chico, como en la chica, aunque existen rasgos y manifestaciones diferenciales correspondientes a cada sexo.

La sociedad no apoya adecuadamente el momento evolutivo preadolescente

92. La sociedad y la familia, con relativa frecuencia, no constituyen un clima que ayude de modo positivo a este momento evolutivo del preadolescente. Si se toman en cuenta estudios sociológicos recientes, este contexto no positivo se ha acentuado y hecho más general en nuestro tiempo, especialmente en las grandes aglomeraciones urbanas el preadolescente se siente progresivamente menos aceptado conforme avanza su edad (13-14 años). Este desajuste aumenta la dificultad subjetiva que ya de por sí tiene el muchacho para afrontar su propio crecimiento.

Dos extremos: ignorar la realidad sexuada del preadolescente, establecer una disociación entre amor y sexo

93. Por un lado, la sociedad favorece el sentimiento de culpabilidad del preadolescente con un tipo de educación que parece ignorar la realidad sexuada del mismo, realidad que comienza a manifestarse con fuerza. Por otro, la llamada sociedad de consumo, fomenta la atracción erótica, pero estableciendo una disociación entre amor y sexo, haciendo de este último un objeto y un producto de mercado. Con frecuencia se reduce la sexualidad a la genitalidad. Se trataría, por tanto, de evitar dos extremos: 1), ignorar la realidad sexuada del preadolescente; 2), favorecer de hecho una disociación del sexo como elemento no integrado en el desarrollo de la personalidad total.

Incapacidad para establecer una relación adecuada entre chico y chica

94. La tensión atracción-angustia, que el preadolescente lleva dentro como rasgo evolutivo, adquiere caracteres de conflicto en el contexto de una sociedad contradictoria y equívoca, que no logra integrar en sí misma ambos polos. El preadolescente puede reaccionar ante el conflicto, o bien replegándose sobre sí mismo en soledad, idealización, ensoñación, ensimismamiento..., o bien ostentando desprecio y hostilidad hacia el otro sexo y hacia el amor en general. Esto se vuelve anormal, cuando persiste y acaba por suprimir toda vida afectiva auténtica. Se desarrolla una incapacidad para establecer una relación normal y adecuada entre chicos y chicas.

El prójimo no es un instrumento al servicio del propio egoísmo

95. Muchos llegan a confundir el deseo sexual con el amor, y piensan que se ama cuando se desea físicamente. Esta es la idea falsa del amor que aparece con frecuencia en la publicidad, en la literatura erótica, en el cine, etc. Con ello se reduce la relación profunda del amor humano auténtico entre personas de distinto sexo a la esfera de la simple atracción instintiva y egoísta. Otros piensan que el modo de superar la separación es manifestar, sin ningún dominio de sí mismo, los propios impulsos agresivos, con exhibición de enojo, odios, etc. De este modo piensan dar pruebas de intimidad. No es auténtico un amor que hace del prójimo un simple instrumento del propio egoísmo o que no respeta en todo momento su dignidad como persona.

Amor erótico y amor fraterno. El eros, ser mortal

96. En realidad, si el deseo de unión física no está estimulado por el amor, si el amor erótico no es a la vez amor oblativo, libre de egoísmos posesivos, jamás conduce a la unión salvo en un sentido orgiástico y transitorio. La atracción sexual crea por un momento la ilusión de la unión, pero —sin amor auténtico— la unión deja a los desconocidos tan separados como antes. A veces los hace avergonzarse el uno del otro, y aun odiarse recíprocamente, porque —cuando la ilusión se desvanece— sienten su separación más agudamente que antes. El eros, separado del amor, se manifiesta al final como caduco: el eros es un ser mortal, se ha dicho acertadamente. El amor auténtico entre hombre y mujer no puede realizarse fuera del matrimonio. La unión física entre varón y mujer sólo es legítima y digna dentro del mismo (Cfr. Tema 39).

Ruptura de la Alianza entre hombre y mujer

97. En el Génesis, la separación entre hombre y mujer se manifiesta ya en la acusación que el hombre hace: "La mujer..." (3, 12) es quien tiene la culpa. Esta acusación es el primer síntoma, la primera fisura que deja al descubierto una realidad profunda: la ruptura de la alianza entre hombre y mujer. El plan de Dios de hacer de ambos "una sola carne" (2, 24) se deshace y resquebraja también por el pecado. El pecado introduce entre ellos la fuerza de la división y el deseo de la posesión egoísta" "Tendrás ansia de tu marido y él te dominará" (3, 16).

La relación entre hombre y mujer necesita ser redimida

98. En el clima paradisíaco, el encuentro de hombre y mujer tiene lugar en la simplicidad: "Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no sentían vergüenza uno de otro" (Gn 2, 25). Pero el pecado, separación de Dios, introduce entre ellos la distancia y el miedo. Ahora la relación sexual es ya antigua. No deja de ser fundamentalmente buena, pero ha caído bajo la influencia de la fuerza de división que es el pecado. En realidad, dicha relación necesita ser redimida.