Tema 28. SIN LA GRACIA DEL ESPÍRITU, NO PODEMOS ADORAR AL DIOS VERDADERO EN ESPÍRITU Y EN VERDAD


OBJETIVO CATEQUETICO:

 

Anunciar:

que por el pecado del hombre la relación con Dios se desvía, se desfigura, se corrompe;

que el hombre, abandonado a sí mismo, se encuentra incapacitado para creer, para adorar al verdadero Dios en espíritu y en verdad;

que un culto grato a Dios lleva consigo fidelidad a las exigencias de la alianza.

 

Desfiguración de lo religioso: religiosidad meramente exterior

73. El preadolescente puede dejarse cautivar por falsos y superficiales centros de interés: personas o cosas se convierten en auténticos ídolos, que el preadolescente asume como modelos de identificación. Es notable, por ejemplo, la facilidad con que el chico se identifica con el héroe de muchas películas violentas. O la chica que se constituye en "fan" del cantante de moda. En el plano religioso, la experiencia preadolescente puede adoptar formas falsas de religiosidad que constituyen un obstáculo en el desarrollo integral de la propia personalidad. Así, por ejemplo, el preadolescente puede centrar su religiosidad en una moral concebida de una manera negativa y represiva, exterior, influida muchas veces por el comportamiento de los adultos. Esto puede dar lugar a ver a Dios como un obstáculo que impide al hombre ser verdaderamente libre; como un estorbo que hay que eliminar de la vida.

Ídolos que ocupan el lugar del verdadero Dios

74. La experiencia adulta manifiesta mucho más claramente los extremos viciosos de una religiosidad desviada, desfigurada, corrompida. En primer lugar, los centros de interés que dirigen realmente la vida de los hombres: dinero, poder, sexo..., constituyen para muchos una especie de idolatría práctica. Idolos son las mismas realidades creadas en tanto en cuanto pasan a ocupar el lugar central de la vida humana, pretendiendo el hombre encontrar en ellos el sentido de su vida; vienen a ocupar de hecho el lugar del verdadero Dios. Quien vive sin Dios no puede quedar en el vacío: vive entregándose, tal vez inconscientemente, a otras realidades que susti tuyen a Dios.

Religiosidad vacía

75. Se dan, a veces, en la sociedad, por el influjo del pecado, formas de vida religiosa centradas en un culto meramente exterior. Constituyen una religión y un culto separados de la vida, con olvido del Dios vivo y verdadero, del amor al prójimo, sin corazón y sin entrañas para el otro. Bajo la capa de un culto ofrecido al verdadero Dios, el hombre satisface superficialmente cierta necesidad de vida religiosa aunque el verdadero centro de interés de su vida vaya por otra parte, muy lejos del deseo auténtico de hacer la voluntad de Dios. Busca en el rito una seguridad que le tranquiliza y adormece. Y así puede acumular, incluso obsesivamente, prácticas religiosas vacías.

Dios no se deja engañar

76. Antes del pecado las relaciones del hombre con Dios se muestran sencillas. Después del pecado, el hombre pretendía aplacar a Dios con sacrificios de animales, pero sin verdadera conversión del corazón. Sin embargo, Dios no se deja engañar: Dios no acepta cualquier culto. Y el mismo pueblo experimenta el vacío de un culto formalista y sin corazón: "—¿Para qué ayunar, si no haces caso? ¿mortificarnos, si tú no te fijas?" (Is 58, 3).
A veces, el rito religioso corre el peligro de convertirse en simple práctica
que pretende enmascarar y sustituir la conversión del corazón. Frente a tal desviación, los profetas recordaron siempre las condiciones de un culto auténtico.

"Buscábais vuestro negocio"

77. La Escritura señala ese vacío religioso: "Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés, y apremiáis a vuestros servidores; mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea, para el día en que el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?" (Is 58, 3-5).

Fidelidad del corazón, condición de un culto auténtico

78. El culto de Israel vendrá a ser espiritual en la medida en que él adquiera conciencia del carácter interior de las exigencias de la alianza: Esta es la insistente predicación de los profetas. Esta fidelidad del corazón es la condición de un culto auténtico y la prueba de que Israel no tiene más Dios que a Yahvé (Ex 20, 2 ss.). Por ello, continúa el profeta (Isaías) diciendo: "El ayuno que yo quiero es éste —oráculo del Señor—: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor, y te responderá, gritarás, y te dirá: Aquí estoy..." (Is 58, 6-9).

"Cuando extendéis las manos, cierro los ojos"

79. En otro pasaje del profeta Isaías, dice Dios algo semejante: "No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda" (Is 1, 13-17).

La justicia ha sido olvidada

80. Durante el reinado de Jeroboam II (783-743), Dios habla por medio de Amós, el profeta de la amenaza. Todo estaba tranquilo, sereno, próspero. El lujo se extendía por la corte de Samaría, cuando llega el profeta venido del Sur. No tiene ningún título humano para hablar. No tiene más que una obligación apremiante: la de ser portavoz de Dios. Amós se alza contra el desarrollo solemne de las ceremonias cultuales que contrastan con las injusticias sociales y la opresión de los pobres. La justicia y el derecho no son observados. El profeta no les echa en cara el haber olvidado los ritos de arrepentimiento. Más bien parece indicar que los han practicado con exceso (Am 4, 4; 5, 5.21). Pero ¿eso es convertirse? La verdadera conversión exige un cambio de vida que ponga fin a la injusticia (Am 8, 4-8). Más aún, supone una interiorización que permita volver a encontrar a Dios (Am 5, 4.6).

Vanidad del culto por la corrupción de los corazones

81. Los profetas no desechan los ritos, sino que piden que se les dé su verdadero sentido. Samuel afirma que Dios desecha el culto de los que desobedecen (1 S 15, 22). Amós e Isaías lo repiten fuertemente (Am 5, 21-26; Is 1, 11-20; 29, 13), y Jeremías proclama en pleno templo la vanidad del culto que se celebra en él, denunciando la corrupción de los corazones (Jr 7, 4-15; 21 ss.). Ezequiel, el profeta sacerdote, anunciando incluso la ruina del templo, contaminado por la idolatría, describe el nuevo templo de la nueva alianza (Ez 37, 26 ss.), que será el centro cultual del pueblo fiel (Ez 40-48). El profeta del retorno indica cómo aceptará Dios el culto de su pueblo; es preciso que sea una comunidad verdaderamente fraterna (Is 58, 6-13; 66, 1 ss.). El libro de los Proverbios se manifiesta en términos semejantes: "Si uno cierra los oídos a la ley, hasta su oración será aborrecible" (Pr 28, 9).

Religiosidad al servicio de los intereses políticos

82. Los profetas, a la vez que el formalismo ritual, combaten la confusión del orden religioso en relación con el ámbito político. Este es otro aspecto de la corrupción del orden religioso: uncirse al yugo de los intereses políticos. En el Nuevo Testamento el libro del Apocalipsis, usando un lenguaje simbólico, denuncia cómo lo religioso queda, a veces, al servicio de lo político. "Vi luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia..." (Ap 13, 11-12).
Esta visión alegórica tiene su fuente de inspiración en el profeta Daniel. Las bestias de Daniel, subiendo del mar, representan los sucesivos imperios. Por su parte, las dos bestias del Apocalipsis simbolizan los dos componentes del imperio: El poder político y una falsa orientación del sentimiento religioso. La visión de San Juan es aguda. Tertuliano explicará como invención diabólica esa confusión entre la política y la religión que persigue a los cristianos por el crimen de lesa majestad.

"En sus días no fue zarandeado por príncipe..."

83. La conciencia del creyente bíblico es irreductible ante la confusión y absorción de lo religioso en aras de lo político. El libro del Eclesiástico, por ejemplo, presenta al profeta Eliseo del siguiente modo: "Cuando Elías en el torbellino quedó envuelto, Eliseo se llenó de su espíritu. En sus días no fue zarandeado por príncipe, y no pudo dominarle nadie" (48, 12). La libertad e independencia en el desempeño de su misión es signo y garantía de su autenticidad profética. Por su parte, el Salmo 74 lamenta la intrusión y avasallamiento de poderes políticos en el terreno de lo religioso, cuyo símbolo es el templo: "En el lugar de tus reuniones —reza el salmista— rugieron tus adversarios, pusieron sus enseñas, enseñas que no se habían conocido, en el frontón de la entrada" (Sal 73, 4).

El dinero, peligro de corrupción del orden religioso

84. Junto al poder, también el dinero es un peligro de corrupción del orden religioso. Así lo denuncia el profeta Miqueas: "Escuchadlo, jefes de Jacob, príncipes de Israel: vosotros que abomináis la justicia y defraudáis el derecho, edificáis con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero. Y encima se apoyan en el Señor, diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros? No puede sucedernos nada malo. Por vuestra culpa será arado Sión como un campo; Jerusalén será una ruina; el monte del Templo, un cerro de maleza" (Mi 3, 9-12; cfr. Is 1, 23).

"No podéis servir a Dios y al dinero"

85. Jesús denuncia de diversas maneras el poder corruptor del dinero. Así lo hace dirigiéndose a los escribas, cuando dice de ellos que "devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones" (Le 20, 47). Lo hace increpando a los ricos: "Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el Reino de los Cielos" (Mt 19, 24). De una forma general y programática hace Jesús la denuncia del dinero en su discurso evangélico del Sermón de la Montaña: "Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6, 24).

La levadura de los fariseos

86. Para Jesús la corrupción del orden religioso se manifiesta de una manera especial en la "levadura de los fariseos" (Mc 8, 15). "Vosotros los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosáis de robos y maldades. ¡Necios! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro? Dad limosna de lo de dentro, y lo tendréis limpio todo. ¡Ay de vosotros, los fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios! Esto habría que practicar sin descuidar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la calle! ¡Ay de vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!" (Lc 11, 39-44).

¡Ay de vosotros, también, maestros de la ley...!

87. "Un maestro de la ley intervino y le dijo: Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros. Jesús replicó: ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo! ¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron y vosotros les edificáis sepulcros... ¡Ay de vosotros, maestros de la ley, que os habéis quedado con la llave del saber: vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!" (Lc 11, 45-52).

Incapacitados para adorar al Dios verdadero

88. El hombre tiene necesidad dé Dios. Pero cuando el hombre no adora al verdadero Dios, termina adorando ídolos. Esta es la experiencia bíblica. Por otra parte, la corrupción del orden religioso de la existencia revela una y otra vez hasta qué punto el hombre, abandonado a sí mismo ("la carne y la sangre"), se encuentra incapacitado para creer, para adorar al Dios verdadero en espíritu y en verdad.
"Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dáis culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad" (Jn 4, 21-24).

Creer con fe viva

89. El verdadero culto a Dios implica una fe viva. Esta fe incluye la actitud de apoyarse solamente en Dios, el Dios vivo y verdadero, la Roca inquebrantable. Es no murmurar contra otros, como el pueblo de Israel en el desierto, sino tener paciencia cuando la acción salvadora de Dios tarda en aparecer. Es no tener miedo ante las dificultades del éxodo liberador, no recurrir a los ídolos vanos como a un apoyo suplementario en medio de la prueba. Creer supone ser fuerte con la fortaleza misma de Dios, que nos anuncia con toda certeza: "Si no os apoyáis en mí, no seréis firmes" (Is 7, 9). Creer lleva a ver más allá de la corteza opaca de los acontecimientos de la historia y llega hasta el Dios que los dirige; es ir resolviendo el problema fundamental de toda vida auténticamente religiosa: comporta reconocer los caminos de Dios y seguirlos. Creer comporta vivir en actitud de oración, atención y vigilancia, como el salmista: "Indícame el camino que he de seguir, pues levanto mi alma a ti" (Sal 142, 8).

Cristo establece el culto que en verdad agrada a Dios

90. Jesucristo es quien viene a tributar el verdadero culto grato a Dios. El vivió cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre (Jn 4, 34). Jesús consagró su vida a la gloria del Padre. El Padre se complace en El (Mt 17, 5). Jesús se ofreció enteramente en la cruz como víctima por los pecados de los hombres: "Cuando Cristo entró en el mundo dijo: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad. Primero dice: No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Niega lo primero, para afirmar lo segundo" (Hb 10, 5-9).
Cristo resucitado continúa ofreciendo al Padre el sacrificio de la cruz que se perpetúa en la celebración de la Eucaristía. En la Eucaristía los discípulos de Jesús podemos participar de sus sentimientos para con el Padre (1 Co 10, 14-17). Por la fuerza del Espíritu Santo podemos dar a Dios un culto auténtico, "en espíritu y verdad" (Jn 4, 23; Rm 8, 26). "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt 7, 21). Jesús nos enseñó cómo tiene que ser el verdadero culto a Dios: humilde (Lc 18, 10-14), lleno de caridad y verdad (Mt 5, 23). Toda la vida del cristiano debe ser un verdadero culto a Dios (Rm 12, 1; 1 Co 10, 31; Ef 2, 21; 5, 19; Col 3, 16; 1 P 2, 5).