Tema 20. LA HORA DEL ESPÍRITU HA LLEGADO


 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

                Que el preadolescente:

  • descubra que la presencia y acción del Espíritu son don de Dios, totalmente gratuito, que hace posible que el hombre sea más hombre y aún más que hombre, es decir, que pueda vivir su vida humana íntegramente y también pueda vivir a la vez en plenitud, desbordando sus propias posibilidades, por la participación de la misma naturaleza y vida divinas (Cfr. 2 P 1, 4).

  • experimente, en su vida de creyente, cómo la presencia del Espíritu en nosotros, es presencia de amor gratuito y nos da la capacidad de amar gratuitamente, desinteresadamente.

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    "¿Podrán revivir estos huesos?" (Ez 37, 3)

    182. "Entonces me dijo: Hijo de Adán, esos huesos son toda la Casa de Israel. Ahí los tienes diciendo: Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos. Por eso profetiza diciéndoles: Esto dice el Señor: Yo voy a abrir vuestros sepulcros, os voy a sacar de vuestros sepulcros, pueblo mío... Infundiré mi espíritu en vosotros para que reviváis, os estableceré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago —oráculo del Señor—" (Ez 37, 11-14).

    La plenitud que se escapa o el paraíso perdido

    183. "Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido; estamos perdidos" (Ez 37. 11). Israel ha llegado hasta el fondo de una situación desoladora, en la que se vive como ilusoria toda esperanza. La vida queda lejos. El camino, cerrado. Es "como una enfermedad de las cosas", una experiencia de debilidad que alcanza a todo hombre: "Toda carne es hierba y su belleza como flor del campo: se agosta la hierba, se marchita la flor" (Is 40, 6-7).

    La carne, nombre de la debilidad humana

    184. La Escritura expresa la debilidad radical del hombre con una palabra: carne. La carne es, primeramente, lo que nosotros llamamos "el cuerpo", pero el cuerpo sometido a la muerte, el cuerpo que se halla en constante amenaza" (Gn 6, 3; Is 40, 6). La carne, o "la carne y la sangre" (Mt 16, 17; 1 Co 15, 50). son también todas las construcciones del hombre. Las más impresionantes son nada en presencia de Dios. La carne es siempre debilidad (Jr 17, 5ss; Jb 10, 4ss). Dios es espíritu. Dios lo puede todo sobre el mundo, el cual no puede nada sin El. nada contra El. Incluso Egipto, símbolo humano del poder y de la fuerza, es carne, debilidad, todo un gigante con pies de barro: "En cuanto a Egipto, es humano, no divino, y sus —'':ll o.. carne, y no espíritu" (ls 31, 3).

    La carne, el pecado de un falso apoyo

    185. La carne expresa también la condición pecadora del hombre, que pretende afirmarse a sí mismo de espaldas a Dios, olvidando la Ley y los profetas, que advierten: "Si no os afirmáis en Mí, no seréis firmes" (Is 7, 9) y, sobre todo, a Cristo, que llevó a su culmen, desbordándolos por superación, a la Ley y a los Profetas. También afirmaron los Profetas: "Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien: habitará la aridez del desierto. tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde: en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto" (Jr 17. 5-8).

    Vivir según la carne

    186. La carne tomada como norma de la existencia le impone al hombre su tiranía; reduce a su esclavitud a los que obedecen a la "ley del pecado" (Rm 7. 25). Con insolencia (Col 2, 23) manifiesta entonces sus deseos (Rm 8, 5 ss), sus apetencias (Rm 13, 14; Ga 3, 3; 5, 13.16-17), produce obras malas (Ga 5, 19), hace carnal hasta el entendimiento mismo (Col 2. 18; cfr. 1 Co 3, 3). El cuerpo también —si bien de suyo puede ser carnal y espiritual— cuando está dominado por la carne se llama el cuerpo de la carne (Col 2, 11), se identifica con el cuerpo del pecado (Rm 6, 6) y es. en verdad, carne de pecado (Rm 8. 3).

    ¿Según la carne o según el espíritu? No hacéis lo que quisierais: dos fuerzas opuestas

    187. "Andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne, pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisiérais. En cambio, si os guía el espíritu, no estáis bajo el dominio de la Ley. Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no herederán el Reino de Dios. En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la Ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos" (Ga 5. 16-24).

    Experiencia de la propia incapacidad: "La carne no sirve para nada" (Jn 6, 63)

    188. Las obras de la carne, esto es, de quien vive según la carne, manifiestan la condición pecadora del hombre y su incapacidad para entrar, por sí mismo, en el Reino de Dios: "lo de la carne es carne; lo del Espíritu, es espíritu. No te asombres que te haya dicho: Tenéis que nacer de lo alto" (Jn 3. 6), dice Jesús a Nicodemo. Por sí mismo, el hombre de la carne es incapaz de reconocer a Dios y a Jesucristo en el centro de la propia vida y, al mismo tiempo, de amar gratuita y desinteresadamente al hermano.

    Creemos y amamos por don de Dios. La fe y amor son de Dios

    189. Nadie cree por propia cuenta, nadie ama por propia cuenta. Se cree y se ama verdaderamente por la gracia de Dios. San Pablo nos hace saber que "nadie puede decir: ';Jesús es Señor'', sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co 12, 3). Y San Juan: "Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2). Así como también: "Todo el que ama ha nacido de Dios" (4, 7). En definitiva, creemos y amamos por don de Dios. La fe y el amor son de Dios, no nuestros; y, al mismo tiempo, la gracia de Dios los hace "nuestros": el Espíritu Santo que habita en nosotros enraiza en nuestro espíritu esos valores como dones gratuitos, de suerte que el hijo de Dios vive realmente la vida divina y colabora en ella, la comparte.

    No tenemos un retrato del Espíritu. La Escritura lo presenta siempre en acción

    190. Este don de la gracia de Dios es radicalmente fruto de la presencia activa del Espíritu Santo en nosotros. La Escritura utiliza la palabra espíritu (ruah en hebreo, pneuma en griego, spiritus en latín)' para expresar ambas realidades: los dones de Dios y el Espíritu Santo. Originariamente, espíritu significa soplo del viento y aliento vital. El Espíritu de Dios no es ni lo uno ni lo otro. Se usan éstas y otras imágenes para representarlo de algún modo. Es inmaterial. La Sagrada Escritura no nos presenta en ninguna parte un retrato, ni siquiera una descripción del Espíritu. El Espíritu no tiene rostro, ni siquiera un nombre susceptible de evocar una figura humana. No oodemos situarnos ante la faz del Espíritu, contemplarlo, seguir sus gestos. La Escritura nos lo presenta siempre en acción, actuando en nuestros corazones. "Lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros" (Jn 14, 17). Conocer al Espíritu es experimentar su acción, dejarnos invadir por su influencia, hacernos dóciles a sus impulsos; es pretender que El sea, de modo cada vez más consciente para nosotros, la fuente de nuestra vida.

    Como el viento

    191. El Espíritu —y todo el que nace del Espíritu— es como el viento: "el viento sopla donde quiere, y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu" (Jn 3, 8). En efecto, en el viento hay algo misterioso. No podemos apresarlo. No se cansa. El viento pertenece a la escolta de Dios. Lleva al Señor sobre sus alas (Ez 1, 4; Sal 17, 11). Y corre a transmitir sus órdenes hasta las extremidades de la tierra (Sal 103, 4; 146, 18). Viene del cielo y actúa sobre la tierra y la transforma. Unas veces la deseca con su soplo abrasador (Ex 14, 21; Is 30, 27-33; Os 13, 15), otras barre todas las obras humanas como si fueran paja (Is 17, 13; 41, 16; Jr 13, 24; 22, 22), y otras trae lluvia sobre el suelo reseco y le devuelve la fertilidad (1 R 18, 45). A la tierra, inerte y estéril, se contrapone el viento por su ligereza alada y por su poder de vida y fecundidad.

    Como el aliento de vida

    192. Como el viento penetra la tierra, así el aliento vital penetra la carne. Como el viento, la respiración es igualmente una imagen del Espíritu. Así como el viento trae la vida a la tierra reseca, así también el soplo respiratorio (aparentemente frágil y vacilante) es la fuerza que vigoriza y da agilidad al cuerpo y a su masa, y le hace vivo y activo (Gn 2, 7; Sal, 103, 29-30; Jb 33, 4; Qo 12, 7).

    Como el agua

    193. El Espíritu es también como el agua. Como el agua que purifica: "Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36, 25-26).
    Como el agua que fecunda la tierra reseca: "Voy a derramar mi aliento sobre tu estirpe y mi bendición sobre tus vástagos. Crecerán como hierba junto a la fuente, como sauces junto a las acequias" (Is 44, 3-4).
    Como el agua que apaga la sed: "El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. (Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.) Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7, 37-39).

    Como el fuego

    194. El Espíritu es también como el fuego. Como el fuego encendido en la palabra profética de Elías: "Entonces surgió un profeta como un fuego cuyas palabras eran horno escendido" (Si 48, 1).
    O en las entrañas de Jeremías: "Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía" (Jr 20, 9).
    Como fuego en la predicación valiente de los primeros cristianos: "se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse" (Hch 2, 3-4). "Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía" (Hch 4, 31).

    Como el aceite

    195. El Espíritu es también como el aceite. Para una tierra rica en olivos como la "tierra prometida" (Dt 6, 11; 8, 8), el aceite aparece como símbolo de la bendición divina (Dt 7, 13; Jl 2, 19; Os 2, 24).
    El aceite no es sólo alimento indispensable, como el trigo y el vino, sino también ungüento que perfuma el cuerpo (Am 6, 6), fortifica los miembros (Ez 16, 9), suaviza las llagas (Is 1, 6), alimenta continuamente la llama que alumbra (Ex 27, 20; Mt 25, 3-8).
    Si el aceite es símbolo de la bendición divina, los ungidos con aceite (el rey y el sumo sacerdote) tienen la bendición de Dios y, con ella, la misión de iluminar al pueblo y guiarlo por el camino de la salvación. El aceite de la unción es signo exterior de la acción del Espíritu que transforma al elegido (1 S 10, 1-6; 16, 13).
    A diferencia del agua, que se desliza sobre la piedra y se evapora, el aceite la impregna. Así sucede con el Espíritu: puede cambiar ios corazones más duros (Ez 36, 26).

    Antiguo Testamento: una fuerza divina en beneficio del pueblo

    196. En el Antiguo Testamento el Espíritu de Dios —si bien todavía no ha sido revelado como una persona divina— es percibido como una fuerza divina que transforma personalidades humanas y las hace capaces de gestos excepcionales al servicio del pueblo de Israel. La misma fuerza física de Sansón se llama fuerza del Espíritu de Dios, en cuanto unió al pueblo (Jc 13, 25; 14, 6-19; 15, 14).
    La inspiración profética era don del Espíritu de Dios (1 S 10, 6; Ez 11, 5; Za 7, 12).
    La sabiduría de los ancianos que administraban justicia venía del Espíritu de Dios (Nm 11. 17).
    El rey es el ungido por el Espíritu de Dios (1 S 16, 13).

    La espera de un Espíritu dado a todos

    197. En los casos citados, Dios daba su Espíritu a ciertas personas elegidas. Pero también se esperaba un don del Espíritu :que se comunicaría al pueblo entero. Un día fue corriendo un joven a decirle a Moisés cómo dos hombres estaban profetizando, pero no en la tienda sagrada, sino simplemente en el campamento. Y Josué reaccionó con esta exclamación: "—Señor mío, Moisés, prohíbeselo." Moisés le respondió: "¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!" (Nm 11, 28-29). ¡Todo el pueblo animado por el Espíritu de Dios! Esto mismo lo anunció el profeta Joel para los tiempos mesiánicos: "Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Jl 3, 2).

    Lo que Jesús hará: el Espíritu de Dios en los corazones de los hombres

    198. Todo el pueblo estará animado del Espíritu de Dios. Joel pensaba en visiones proféticas y en fenómenos especiales de que gozarían todos. Ezequiel prevé un efecto más ordinario, pero más profundo: "Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis mandamientos" (Ez 36. 26-27). Y Jeremías: "Una alianza nueva... Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones" (Jr 31, 31-33). El Espíritu realizará una instrucción suave e interior y favorecerá una experiencia amorosa de la voluntad de Dios. Estos textos de Ezequiel y de Jeremías son cimas espirituales del Antiguo Testamento, y describen a aquel Espíritu que Jesús dará para la expansión de su obra salvadora. El Espíritu de Jesús será el que realice la acción última en la instauración del Reino de Dios.

    Jesús, poseído por el Espíritu

    199. La acción del Espíritu se manifiesta de muchas maneras en la vida de Jesús. Así, en el bautismo, recibido de manos de Juan: "En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y mientras oraba, se abrió el ciclo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto" (Lc 3, 21-22). Lleno del Espíritu Santo. Jesús es conducido por el mismo Espíritu (como en otro tiempo Israel) al desierto (Le 4, 1). La acción del Espíritu en la vida de Jesús se manifiesta también en la predicación: "Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan" (Lc 4, 14-15). Ungido por el Espíritu del Señor, anuncia a los pobres la Buena Nueva (Le 4, 18). Lleno de gozo en el Espíritu, bendice al Padre (Le 10, 21). Sus milagros que tienen en jaque al mal y a la muerte, la fuerza y la verdad de su palabra, su familiaridad inmediata con Dios son pruebas de que sobre él reposa el Espíritu (Cfr. Is 61, 1), sin medida (Jn 3, 34) y de que es, a la vez, el Mesías que salva, el profeta esperado y el siervo muy amado.

    Una promesa repetida insistentemente. "Os lo he dicho antes de que suceda..." (Jn 14, 29)

    200. En las circunstancias dramáticas de la última cena, Jesús hace una comunicación importante a sus discípulos: El se va, por el odio y el pecado del mundo, pero enviará el Espíritu de Dios, que llevará adelante la obra de Jesús (Jn 16, 12-13) y curará con su fuerza divina la debilidad humana de los discípulos (15, 27), debilidad dejada al descubierto por el pánico de la persecución: "mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo" (Jn 16, 32). Jesús hace la comunicación en el momento oportuno": "no os dije esto desde el principio, porque estaba yo con vosotros" (16, 4). y lo anuncia "antes de que suceda para que, cuando suceda, creáis" (14, 29). Aquella noche de despedida, Jesús insiste una y otra vez en la venida del Espíritu. San Juan relata cinco momentos, cinco promesas acerca del Espíritu.

    El Espíritu estará con vosotros

    201. Primera promesa: "Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros" (Jn 14, 16-17). Jesús promete el Espíritu con la fórmula ordinaria de la Alianza (Estar con), fórmula que aparece en el Exodo referida a Yahvé (Ex 3, 12.14) y en el Evangelio referida a Jesús (Mt 28, 20). Por esta Alianza realizada en el Espíritu, cada creyente queda vinculado personalmente con el Padre y con Jesús, su Unico Hijo, hecho hombre. Frente a la incomprensión y el odio del mundo, el creyente no se queda solo (Jn 14, 18). El día que se cumpla esta promesa, dice Jesús, "entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros" (Jn 14, 20).

    El Espíritu de la verdad continúa la obra de Jesús

    202. Segunda y quinta promesas: "El Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho" (Jn 14, 26). "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora: cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará" (Jn 16, 12-15).

    El Espíritu, defensor de Jesús y acusador del mundo

    203. Tercera y cuarta promesas: "Cuando venga el Defensor, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí" (Jn 15, 26). Lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado" (Jn 16, 7-11). El contexto de estas promesas es judicial: el Espíritu aparecerá como defensor de Jesús y como acusador del mundo.

    Un inmenso proceso religioso enfrenta a Jesús con el mundo. El Espíritu actuará a favor de Cristo

    204. La acción del Espíritu se produce en el contexto de un proceso. Del proceso que enfrenta a Jesús con el mundo y que conduce a la condenación del mundo y a la exaltación de Cristo sobre la cruz. En este inmenso proceso religioso en el que Jesús y el mundo se hallan frente a frente, es en el que el testimonio del Paráclito adquire auténtico y profundo sentido: ante la hostilidad del mundo, los discípulos de Jesús se hallarán continuamente expuestos al escándalo, sentirán la tentación de desertar, experimentarán la duda y el desaliento. Precisamente en esa hora intervendrá el Espíritu de verdad, el defensor de Jesús: El dará testimonio de Jesús en el interior de la conciencia de los discípulos. El los confirmará en su fe y les dará toda su seguridad cristiana.

    Amplitud de la causa iniciada por o contra Cristo

    205. Se trata, pues, de un proceso que sigue abierto y continúa en la existencia de los discípulos presentes y futuros. Lo recoge el evangelista San Juan. San Juan no se preocupa por determinar cuáles serán históricamente los tribunales que condenarán a los discípulos; estos tribunales humanos desaparecen totalmente detrás de una potencia única, misteriosa, sin rostro: el mundo. Este tema del "mundo" nos hace calibrar toda la amplitud de la causa que se ha iniciado por o contra Cristo. Esta lucha supera ampliamente la oposición de los judíos contra Jesús durante su vida terrena; se prolonga más allá, en la oposición a la Iglesia.

    El Espíritu hará la revisión del proceso seguido contra Jesús

    206. Durante su vida terrena, Jesús había sido rechazado por los judíos e iba a ser condenado durante la pasión. El Paráclito hará la revisión de este proceso y mostrará a los discípulos que el pecado está de parte del mundo, que la justicia está de parte de Jesús, y que el verdadero condenado, en esta confrontación religiosa, es el príncipe de este mundo (Cfr. Jn 16, 8-1 1).

    Los Hechos de los Apóstoles, el Evangelio del Espíritu

    207. La persecución de Jesús puso al descubierto la debilidad de los discípulos (Jn 16, 32), de modo que también en esto se cumplió la Escritura que dice: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31). Pero después de su muerte redentora, el Espíritu fluye sobre ellos y ellos comienzan a experimentar su acción y su fuerza. Lo narran los Hechos de los Apóstoles, que son como el Evangelio del Espíritu.

    Los hechos de Jesús reviven entre los suyos

    208. En la Iglesia se repiten los gestos de poder y gracia que Jesús había llevado a cabo en el Espíritu, durante su vida mortal: los cojos andan (Hch 3, 1-10; 5, 12-16; 14, 8-10), los muertos resucitan (9, 40; 20, 10), los corazones se convierten (2, 41; 5, 14; 10, 44-48; 15, 7-9.12), la palabra de Dios es anunciada con valentía (4, 13; 5, 20; 9, 27; 14, 3; 28, 31), las amenazas y persecuciones son arrostradas con paz y alegría (5, 41; 7, 55; 20, 17-38; 21, 10-14).

    Actitudes, gestos y reacciones más profundas. La fisonomía del propio Jesús

    209. Así las actitudes mismas de Jesús, sus gestos característicos, sus reacciones más profundas reviven entre los suyos. Es imposible pensar que la raíz de esto se encuentra en la persistencia de costumbres adquiridas mediante el contacto con Jesús, en una voluntad deliberada de reproducir su existencia. Lejos de eso, mientras Jesús estuvo con los suyos, tuvo que echar mano de toda su autoridad y de la fuerza de su personalidad para conservarlos en torno a El, en medio de tantos desvíos e incomprensiones.
    Hoy, que ya no le ven y que por la suerte que El sufrió saben los peligros a que se exponen, vemos que los discípulos —espontáneamente— siguen las huellas marcadas por Jesús, y se asombran de que se les conceda el poder participar en sus padecimientos. La raíz de esta experiencia (que es propiamente la experiencia cristiana) San Pablo nos la dará en una fórmula inolvidable:
    "Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Todas las páginas de los Hechos de los Apóstoles lo ilustran: el Espíritu que anima a los cristianos es el Espíritu mismo de Jesús. Este Espíritu con su acción ayuda a reproducir en los discípulos de Jesús de hoy y de siempre la misma fisonomía, la del propio Jesús.

    La hora del Espíritu y de una nueva alianza, profunda, universal

    210. La Iglesia primitiva pone particular énfasis en la gran manifestación del Espíritu que tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta judía que conmemoraba la alianza del Sinaí. Ha llegado la hora del Espíritu y la de una nueva alianza realizada en los corazones, una alianza para todos sin excepciones, una alianza que supera las divisiones de los hombres y las barreras de los pueblos, lenguas y culturas. Los apóstoles han perdido el pánico a la persecución y anuncian con valentía, fuerza y poder la buena noticia de Jesús.

    Quedaron todos llenos del Espíritu Santo

    211. "Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que, dividiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse... Partos, medos y damitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes... Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: ¿Qué significa esto? Otros, en cambio, decían: ¡Están llenos de mosto!"

    El por qué de ese estallido: ¡La buena noticia de Jesús!

    212. Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas... Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús Nazareno, hombre a quien Dios acreditó entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos, a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades (Muerte), pues no era posible que quedase bajo su dominio... A este Jesús Dios le resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros véis y oís... Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros+, habéis crucificado"

    Creyeron unas tres mil personas "¿Qué hemos de hacer?"

    213. "Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la promesa es para vosotros y para vuestros hijos. y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro... Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas."

    Los comienzos de la Iglesia

    214. "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunidad fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderó de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2. 1-47).

    Frutos del Espíritu

    215. Es como un nuevo renacimiento del hombre. Poi la fuerza del Espíritu el hombre se vuelve más libre, más consciente, más irradiante, más personal. El Espíritu de Dios es poseedor de una energía vital capaz de transfigurar nuestras relaciones, de acercarnos a lo más íntimo y deseable de nuestro ser, de saciar nuestra sed de dignidad y plenitud personal, de colmar nuestro deseo de infinito, de introducirnos en la esfera del Dios viviente y vivificante... Las manifestaciones y frutos del Espíritu son, a la vez, de inagotable variedad y de continuidad profunda: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). También son fruto del Espíritu los carismas, que contribuyen al crecimiento y edificación de la Iglesia: "así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A éste le han concedido hacer milagros; a aquél, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas" (1 Co 12, 8-10).

    El mayor fruto del Espíritu: el amor. El amor no acaba nunca

    216. El mayor carisma del Espíritu es el amor: "Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable, no tiene envidia, no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza de la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El don de profecía?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El saber?, se acabará" (1 Co 12, 31-13, 8).

    La hora del Espíritu, también para el mundo de hoy

    217. La acción del Espíritu es una realidad que brota a borbotones como fruto de la Pascua de Cristo. Desde entonces, la hora del Espíritu ha llegado. También para el mundo de hoy. El mensaje cristiano proclama un hecho actual, que no envejecerá jamás: el Espíritu Santo está en acción, dando testimonio de Cristo: "Si en la actualidad, dice San Agustín, la presencia del Espíritu Santo no se manifiesta con semejantes milagros, ¿cómo será posible que sepa cada uno que ha recibido el Espíritu? Que cada uno interrogue a su propio corazón: si ama a su hermano, el Espíritu de Dios está en él..."

    Un hombre nuevo: ¡Podrán revivir estos huesos!

    218. La acción del Espíritu transforma al hombre de la carne en un hombre nuevo, hombre del Espíritu (Cfr. Rm 8, 8-9). Sitúa al hombre en una relación significativamente nueva con respecto a Dios, con respecto a los demás, con respecto al mundo e incluso con respecto a sí mismo. La experiencia del Espíritu como presencia eficaz en la vida del creyente transforma profundamente la imagen que el hombre tiene de Dios, de los demás, del mundo, de sí mismo. Es como un nuevo nacimiento del hombre (Jn 3, 3.5.7), como llegar a descubrir que todo se ha vuelto posible, como el cumplimiento de un sueño en el que la suerte humana cambia de signo (Sal 125, 1): ¡Podrán revivir estos huesos!