Tema 17. QUIEN ES JESÚS: MESÍAS, SIERVO, SEÑOR, HIJO DEL HOMBRE, HIJO DE DIOS

 

OBJETIVO CATEQUETICO

              Que el preadolescente, conducido por la fe de la Iglesia,

  • descubra como actitud básica de Jesús su confianza incondicional en el Padre.

  • perciba la libertad de Jesús ante las personas y los acontecimientos como expresión de su entrega total al Padre.

  • se acerque al misterio de la persona de Jesús y descubra en El al Hijo único del Padre y Siervo de Yahvé, que sirve a Dios y salva a los hombres en medio de la humillación, del dolor y la muerte.

  • procure vivir personalmente la actitud de Jesús de confianza y servicio.

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    Interrogantes de todo tiempo

    84. Como veíamos en otra parte (Tema 12), la figura de Jesús suscita profundos interrogantes en todo tiempo: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del pasado? ¿Un profeta? ¿Un revolucionario? ¿Un hermano para cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada tendría sentido? ¿Qué dice la Escritura sobre El? ¿Cuál es la fe profesada por la Iglesia acerca de El?

    El misterio de Jesús a través de su misión y de su acción

    85. El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús en acción. Más en concreto, en misión recibida del Padre. Como punto de partida esta acción y esta misión, pretendemos acercarnos a un misterio que desborda los esquemas y dimensiones de nuestro mundo, pues ante Jesús se dobla ahora toda rodilla (F1p 2, l0). No se trata de escrutar la psicología de Jesús,  sino de describir la manera cómo procedía, de adivinar en su manera de ser una apartura hacia el misterio presentido en los acontecimientos reveladores... Se trata de captar en lo más vivo el comportamiento de Jesús y descubrir sus sentidos. Se trata de acercarnos a su misterio a través de su misión y de su acción. Y en medio de su ambiente y de su mundo.

    Jesús, realmente hombre

    86. Uno de los rasgos más sorprendentes de la imagen evangélica, de Jesús es la presencia intensa de lo corporal. Jesús es realmente hombre. Jesús experimenta hambre, come, tiene sed, se cansa, se siente asediado por la multitud, duerme, suspira, llora, suda como sangre, muere... (Cfr. Mc 11, 12; 2, 16; Lc 24, 43; Jn 4, 6-7; Mc 3, 9; 4, 38; 6, 34; Lc 19, 41; 22, 44).

    Jesús, en medio de la naturaleza

    87. Jesús aparece, además, inmerso en el contexto de su tierra, que desfila por sus palabras. La naturaleza inanimada: cielo y tierra; sol, luna, estrellas, mar y olas; nube de poniente y viento sur; arena y roca; lluvias y vientos, relámpagos; fuentes que brotan... (Cfr. Mt 5, 34-35; Lc 21, 25; 12, 54 ss; Mt 16, 2ss; 7, 24-27; 24, 27; Jn 4, 14). El mundo vegetal: árbol, frutos, uvas, espinas, higos, cardos, mieses, lirios, caña, semilla, cizaña, mostaza, higuera, vid... (Cfr. Mt 7. 16-20; Jn 4, 35; Mt 6, 28-30; 11, 7; Mc 4, 26-29; Mt 13, 21-32; Lc 13, 6-9; 15, 16; Mt 23, 23; Jn 12, 24). La naturaleza animal: pajarillos, peces, serpientes, ovejas, lobos, víboras, palomas, perros, cuervos, polilla, buey. asno, gallina, polluelos, zorro, mosquito, camello, cordero, cabrito, gallo, gusano... (Cfr. Mt 10, 29; 7, 10.15; 23, 33; 12; 40; 10, 16; 15, 26; Lc 12, 24.33; 13, 15.32.34; 15, 16. 23; 17. 37; Mt 23, 24; 25, 32; Jn 13, 38; Mc 9, 48; Lc 10, 19).

    Profesiones, situaciones y clases sociales

    88. Más interés aún que por la naturaleza de las cosas, demuestra Jesús por las actividades y el modo de vivir de los hombres que le rodean. Por sus palabras pasan, finamente observadas, todas las profesiones, las situaciones y las clases sociales: sembradores, escribas, segadores, médicos, alguaciles, magistrados, jueces, testigos, pleiteantes, viñadores, pecadores, arquitectos, pastores, hilanderas, amasadoras, posaderos, porteros, administradores, cobradores de impuestos, reyes, negociantes, dueños y arrendatarios; siervos, ricos y pobres... (Cfr. Mc 4, 3-20; Mt 23, 3; Jn 4, 35-38; Mt 9, 12; Lc 12, 58; Jn 8, 37; Lc 18, 1-5,1 13. 6-9; Mt 13, 48; 7, 26; Jn 10, 2-14; Mt 6, 28; 13, 33; Lc 10, 35; Jn 10. 3; Mt 25, 27; Le 16, 1-8; 18. 10-13; 19, 11-27; Mc 12, 1-12; 10, 44; Lc 16, 19-31).

    En medio del mundo sin ser del mundo. La originalidad de Jesús

    89. Los evangelios, con sencillez y claridad y como con cercanía, dejan vislumbrar la singularidad que se manifiesta en la manera de situarse Jesús ante su ambiente. En efecto, todo el mundo en que vive Jesús, todo su mundo en torno, está dibujado en pinceladas directas y auténticas. Sacerdotes y doctores de la ley, fariseos y publicanos, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y pecadores, todos están insertos claramente en el gran acontecimiento que supone —para cada uno a su manera— el encuentro con Jesús. Y lo sorprendente es que Jesús está totalmente en medio de ese mundo tan vivamente descrito y, sin embargo, no es del mundo (Jn 17, 14.16; 8, 23).

    Jesús domina la situación en consonancia con los hombres con quienes se encuentra

    90. Cada una de las escenas descritas en los evangelios nos pinta la maestría admirable con que Jesús domina la situación, en consonancia con los hombres con quienes se encuentra. De ello nos hablan numerosos discursos y disputas, en que penetra en el interior de sus adversarios, rebate sus objeciones, responde a sus preguntas... (Mt 22, 34).
    También en su encuentro con necesitados salen de El fuerzas maravillosas; los enfermos se estrujan en torno a El, sus familiares y amigos le piden ayuda. A menudo escucha Jesús la petición, pero también puede rechazarla, hacer esperar o poner a prueba a los que piden. No raras veces se niega y busca la soledad (Mc 1, 35ss); pero a menudo se adelanta a hacer el bien, con tal que los necesitados se abandonen a El con entera confianza (Mt 8, 5ss; Le 19. 1 ss).

    En vivo contraste con lo que las gentes suponen y esperan

    91. En su libertad, rompe las estrechas fronteras que han levantado las tradiciones y determinadas ideas. Lo que se ve también claramente en el trato con sus discípulos. Los llama con palabra de mandato, soberana (Mc 1. 16ss); pero también amonesta y disuade a más de uno para que no le siga (Le 9. 57ss; 14, 28ss). La conducta y el proceder de Jesús están una y otra vez en el más vivo contraste con lo que las gentes esperan de El o esperan para sí. Como cuenta Juan (6. 15), Jesús huye de la muchedumbre que quiere proclamarlo rey... Los dos hijos de Zebedeo hubieron de experimentarlo cuand3 Jesús rechazó sus ambiciosos deseos.

    Jesús fue algo más que un judío piadoso

    92. Efectivamente. la originalidad de Jesús se manifiesta en su modo de situarse ante la religión y ante su ambiente. Por lo que a la religión se refiere, la educación religiosa judía, perceptible en su mensaje, no fue determinante hasta el punto de que se pueda describir a Jesús como un "hassid", es decir, como un judío piadoso. Sin duda alguna, lo fue Jesús; pero, si hubiera sido simplemente un judío piadoso, 'no hubiera levantado ninguna oposición. Sin embargo, Jesús fue discutido por su actitud religiosa ante la ley y el culto.

    Jesús, la ley y las acusaciones farisaicas

    93. Jesús, aunque se muestra muy respetuoso de la Ley, mantiene su autoridad imperativa e incluso, en algunos aspectos, da una interpretación del mandamiento más rigurosa de lo habitual (Mt 5, 17-20); sin embargo, critica con toda libertad, en materia de observancia ritual, usos consagrados por seculares tradiciones piadosas y, cuando se presenta la ocasión, se libera a sí mismo y a sus discípulos de tal observancia. En efecto, la conducta práctica de Jesús está en la base de sus controversias con los fariseos. Los fariseos acusan a sus discípulos de no respetar las observancias rituales (Mc 7, 2); Jesús los defiende reduciendo esas tradiciones religiosas a tradiciones meramente humanas. Tradiciones que importan muy poco al lado de los mandamientos de Dios, que a veces los fariseos interpretaban de modo que lesionaban los derechos del prójimo (Mc 7, 9-14).

    El sábado "hecho para el hombre"

    94. Los fariseos reprochan a los discípulos de Jesús no ser muy respetuosos con el sábado (Mt 12, 1-8): Jesús irónicamente les recuerda la gran libertad de David, y les da a entender que si David había usado de tanta libertad en favor de sus compañeros, con mayor razón podrán tenerla los que acompañan al Hijo del Hombre. Jesús, en efecto, es mayor que el templo. Pero los fariseos no se contentan con atacar a Jesús en sus discípulos. Le acusan de que El ta rebién viola el sábado (Mt 12, 9-14; Le 13, 10-17; Jn 5, 9), o de que no observa la pureza legal, pues ha tocado a un leproso y a un cadáver (Mc 1, 41; 5, 41; Le 7, 14).

    La libertad de Jesús no es arbitraria

    95. La libertad que Jesús se toma en relación con determinadas prescripciones legales no es arbitraria. Jesús pone en evidencia la estupidez de la estrechez legal de una forma sencilla y directa: "Supongamos que uno de 'vosotros tiene una oveja, y que un sábado se le cae en una zanja, ¿la agarra y la saca o no?" (Mt 12, 11). Y en la parábola del samaritano (Lc 10, 30-37) desenmascara la hipocresía de una religiosidad que pone la ley por encima del prójimo: la observancia cuidadosa de todas las prescripciones legales no sirve al sacerdote ni al levita para descubrir en el herido la figura del prójimo. Para Jesús, la ley alcanza su sentido en el doble mandamiento del amor a Dios y al hombre (Mt 7, 12; 22, 37-40; Mc 12, 28-34). ¡Doble mandamiento inseparable! En definitiva, la ley no es una norma última, un absoluto: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 2, 27). La libertad de Jesús se ofrece como libertad para los demás. La ley está en función del prójimo.

    Jesús y el culto. No basta la sola participación externa en el culto

    96. La libertad de Jesús se muestra también en su actitud ante el culto. Evidentemente, Jesús es un judío piadoso que sigue la religión de su pueblo: frecuenta la sinagoga, acude al templo con ocasión de las fiestas. Pero Jesús no tiene miedo de prescindir de ciertas costumbres cultuales. Y, sobre todo, Jesús enseña que no es la sola participación externa en el culto lo que salva al hombre: "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt 7, 21).

    Jesús y el culto: en función de los dos grandes mandamientos

    97. El cumplimiento de la voluntad del Padre se manifiesta así como el verdadero centro de la religión y del culto. En la línea de los grandes profetas, que El supera y lleva a consumación, Jesús promueve la integración del culto en la vida. Por ello el sentido del culto depende también de la propia relación con el prójimo: "Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5, 23-25). El culto queda falsificado cuando se convierte en un tranquilizante para la dureza de nuestro corazón. Jesús condena una religiosidad que sólo sirviera para justificar la mala conducta de sus hipócritas participantes.

    El verdadero culto en espíritu y en verdad

    98. Jesús da un giro a la misma concepción vigente de lo "sagrado". Hay formas de religiosidad que tienden a reducir lo sagrado a normas, ritos, lugares, cosas que le sirven al hombre para descargar en ellos la verdad y la fuerza de su relación religiosa con Dios. Con Jesús ha llegado el tiempo en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4, 23). En efecto, es el don del Espíritu el que permite conocer y adorar a Dios como Padre. Este es el culto "en verdad" que va a carecterizar el nuevo tiempo mesiánico y que excede, supera y hace superfluo todo culto religioso anterior, en concreto, el que tenía lugar en el templo de Jerusalén. Este es un punto central del mensaje del Nuevo Testamento.

    En medio de su ambiente. "Como quien tiene autoridad..."

    99. La originalidad de Jesús se manifiesta también en su modo de situarse ante su ambiente: la familia, los "influyentes", los amigos, la política. En cada situación Jesús va manifestando su singular misión mesiánica: unas veces extraña, otras interpela, otras admira. Siempre desborda. Jesús hace sentir sin rodeos a todo el que se le acerca la inmediatez de Dios. El mismo lleva consigo esta inmediatez: "El Reino de Dios ya está dentro de vosotros" (Lc 17, 21), "¡dichoso el que no se escandalice de mí!" (Mt 11, 6). Ello da a su persona una autoridad serena, que no tiene par: "Se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad" (Mc 1, 22).

    La misión por encima de la familia. "Ocupado en las cosas de mi Padre..."

    100. La figura mesiánica de Jesús desborda a su propia familia. Desde los acontecimientos que rodearon su nacimiento, "su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño" (Lc 2, 33). Cuando a los doce años lo encuentran en el templo sentado en medio de los doctores, tras una angustiosa búsqueda, sus padres quedaron sorprendidos por el hecho y, además, tampoco comprendieron la respuesta que les dio (Lc 2, 42-50). En definitiva, Jesús se debe a su propia misión, por encima de su familia. Por ello, "su madre y sus hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21).

    Imprecaciones contra los "bien considerados". A favor de los pobres

    101. Jesús conoce la mezquindad de los "bien considerados" en la sociedad de entonces: los fariseos, los saduceos, los ricos. Las imprecaciones que lanzó sobre ellos dejan entrever una extraordinaria indignación (Lc 11, 39ss; Mt 23; Lc 6, 24). Es cierto que entre ellos hay excepciones y Jesús las reconoce abiertamente (Nicodemo, José de Arimatea, Zaqueo...). Jesús condena en ellos su actitud presuntuosa (Lc 18, 9-14) y su papel social y religioso (Mt 23). Su indignación es una toma de postura en favor de los pequeños y de los pobres. Los "bien considerados", los "autosuficientes" quieren convertir a Dios en su prisionero. Jesús les arrebata a Dios. Y al quedar Dios en libertad, su libertad es también la liberación del hombre.

    Acogida evangélica a "los despreciados". Al encuentro de los pecadores

    102. Jesús prefiere a los "despreciados" de la sociedad: ellos no pretenden imponer sus caminos para llegar a Dios. Lo dejan libre. Pero no tienen sitio en la sociedad. Son unos parias, aunque no todos sean pobres, ni mucho menos. Pero el hombre tiene más necesidad de reconocimiento social que de dinero. Esos "marginados" son, en primer lugar, los publicanos, hombres de fama dudosa, cobradores de impuestos y supuestos ladrones. Son odiados y detestados, como todas las personas dedicadas al fisco. Son también las mujeres de mala vida. Jesús no es esclavo de los prejuicios sociales: la libertad con que se separa de los prejuicios no es arbitraria, sino necesaria para cumplir su misión. A diferencia de los "influyentes", los despreciados de la sociedad adquieren fácilmente concienoia de su incapacidad e insuficiencia de cara a la salvación para poner su esperanza en la gratitud y misericordia de Dios.

    Un lugar para la amistad

    103. Los evangelistas no ocultan el hecho de que Jesús tenía amigos. La muchedumbre tse admira al ver cómo quería a Lázaro. Ni ocultan tampoco sus amistades femeninas: Marta, Maríá y quizá Magdalena. Jesús no manifiesta el menor desprecio hacia la mujer, ni en sus palabras ni en sus actos. Jesús es libre frente a la presión social y frente a los juicios más o menos severos sobre la mujer. Su conducta se refleja en su doctrina (Lc 8, 1-4; 10, 38ss; Jn 11, 1-44).

    A la mujer, la misma consideración que al hombre

    104. Jesús muestra una estima de la mujer realmente excepcionales en la antigüedad. En contraste con el desprecio rabínico, Jesús concede a la mujer la misma consideración que al hombre. Dialoga largamente con la Samaritana, ante el asombro de sus discípulos; un grupo de mujeres le asiste en sus viajes con los apóstoles; se hospeda en casa de Marta y María, conversando con ellas... Jesús muestra especial compasión por el sufrimiento de la mujer; se apiada de la viuda de Naim, que ha perdido a su hijo único, y le dice: "No llores", resucita al muchacho y se lo entrega a su madre; cura a la hemorroisa en medio de la multitud; al hablar de la ruina de Jerusalén, se compadece especialmente de las embarazadas y de las que crían; se preocupa desde la cruz por remediar la soledad en que queda su madre. Defiende, en fin, a la mujer frente al duro juicio de los hombres: así en el caso de la adúltera, de la pecadora, de María Magdalena; así también cuando dice: "Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios" (Mt 21, 31; cfr. Jn 4, 27; Lc 8, 1-3; 10, 38-42; Mt 20, 20-23; Lc 23, 27-31; Jn 20, 11-18; Lc 7, 11-15; Mc 5, 25-34; Mt 24, 19; Jn 19, 26-27; 8, 1-11; Lc 7, 36-50: Jn 12, 1-11).

    "Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis"

    105. En cuanto a los niños, tienen igualmente un puesto en el corazón de Jesús. El conoce los juegos infantiles; impide que sus discípulos aparten de El a los niños; los abraza y los pone como ejemplo a los adultos; afirma que quien acoge a los niños, y a los hombres semejantes a ellos, a El le acogen; condena a quien los escandaliza; afirma que sus ángeles ven siempre el rostro de Dios y que Dios no quiere que ninguno se pierda; defiende a los que le aclaman a su entrada en Jerusalén (cfr. Mt 11, 16-19; Mc 10, 13-16; Mt 18, 5. 6. 10. 14; 21, 15ss).

    Decepción en los medios políticos. Ni colaboracionista ni resistente. Y, sin embargo, "criminal político"

    106. En relación con la política de su tiempo, Jesús no se muestra ni colaboracionista ni resistente. Jesús no teme al poder (es duro con Herodes) y obra según su misión, sin tener para nada en cuenta unas normas de prudencia política que serían claudicaciones (Lc 13, 31-34). Pero Jesús se niega además a verse metido en una resistencia armada contra el poder ocupante. A pesar de todo, los jefes judíos hicieron condenar a Jesús como criminal político: "Ha pretendido ser el rey de los judíos" (Jn 19, 19-21). Por razones de uno u otro signo, la actuación mesiánica de Jesús no pudo evitar la decepción y la hostilidad de los medios políticos.

    Profeta y maestro con autoridad propia

    107. Jesús es el hombre que anuncia la llegada del Reino de Dios. Es, por tanto, un profeta. Pero al mismo tiempo es totalmente distinto de un profeta. De un profeta se esperaba que, por una sentencia introductoria, dijera de quién procedía su mensaje: "Así dice Jahvé". Jesús habla por cuenta propia, con plena autoridad: "En verdad os digo..." Es todo un maestro (rabí). En efecto, Jesús discute con sus discípulos, con otros maestros, anda errante y enseña en las sinagogas. Pero su manera de instruir es totalmente nueva: un rabí tenía obligación de alegar la Escritura o la autoridad de otros maestros; en Jesús, Dios instruye inmediatamente. Incluso la Escritura es completada por El y, en realidad, corregida: "... Habéis oído que se dijo..." "Yo os digo."

    Jesús, un profeta que vivió como el pueblo

    108. Los evangelistas nos refieren que los fariseos acusaban a Jesús de hablar como un profeta, pero sin vivir como un profeta, y comparaban su manera de vivir con la de Juan. Juan y sus discípulos ayunaban. Mantenían de este modo la imagen tradicional de la existencia profética. Jesús vive como el pueblo. Durante el ministerio de la predicación, fue la aristocracia civil y religiosa la que más se escandalizó. Un profeta no podía ser un hombre como los demás. Jesús no resulta digno de crédito. Más bien es peligroso: trastorna el orden definido, desconcierta las ideas de los demás, rompe las reglas del juego religioso y social.

    Un profeta "que come y bebe..."

    109. "¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza que gritan a otros: Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tenéis a un comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11, 16-19).

    Un profeta pobre

    110. En su modo de vivir Jesús comparte la inseguridad de los pobres y esa otra inseguridad propia de quien anuncia el Reino de Dios: "Mientras iban caminando, uno le dijo: Te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Le 9, 58).

    El celibato de Jesús, opción mesiánica

    111. El celibato es un punto en que Jesús no siguió la orientación común de la vida de los hombres. No hubo en El una falta de aprecio del amor humano, ni tampoco una renuncia a valores humanos que estuvieran en oposición a valores sobrenaturales. Cristo hizo una opción entre diversas posibilidades mesiánicas: no escogió el camino del poder y del dominio, sino el de la debilidad y el desvalimiento, la ruta silenciosa de una situación vital plenamente humana, que él vivió a fondo en la significativa posibilidad del celibato. Tal proyecto de vida dejó sus manos completamente libres para el desempeño de su misión: el anuncio incondicional del Reino de Dios.

    El celibato de Jesús, signo del reino. Una experiencia que se repite

    112. Todo aquel que, por la fuerza exclusiva del Reino de Dios, renuncia espontánea y desinteresadamente a todo, experimenta la fórmula "no necesario, pero sumamente conveniente", como una pálida traducción de su experiencia personal. Para él, se trata realmente de un "no poder ser existencialmente de otro modo". Quien vive la experiencia misma, sabe que ese "deber" es mucho más fuerte que cualquier orden o cualquier ley. Es la experiencia primitiva de un apóstol de Cristo, que —vuelto "loco" por haber encontrado el "tesoro escondido" en el campo de su propia historia— queda ciego para la ,posibilidad, objetivamente aún abierta, de una vida conyugal: "... y hay quienes se hacen eunucos por el Reino de los Cielos. El que pueda con esto, que lo haga" (Mt 19, 12).

    Libertad insólita, personalidad excepcional, misión arraigada en la esperanza bíblica

    113. En el contexto socio-religioso de su tiempo, Jesús se muestra como un hombre libre, libre delante de Dios y para Dios; libre delante de los hombres y para los hombres. Esta libertad es insólita, y los contemporáneos de Jesús lo reconocían en sus dudas al tratar de definir su personalidad. Algunos veían en El un "profeta"; otros sospechaban que tenía relaciones con el príncipe de los demonios. Los evangelistas hablan de una división de opiniones. Cada uno percibía más o menos conscientemente que esta libertad no tenía fundamento en sí misma: manifestaba una "realidad" cuyos contornos nadie llegaba a fijar. Presentían una personalidad excepcional, con origen en un lugar inalcanzable.

    Jesús, Mesías, bajo la figura del Siervo

    114. Jesús actualiza la función mesiánica optando, en su bautismo y en su desierto, por el servicio a Dios y a los hombres aun en medio de la humillación, el dolor y la muerte. El es realmente el Siervo, anunciado por el profeta Isaías: "Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu" (Ls 42, 1). El es, como profetizó Juan Bautista, el Cordero de Dios que lleva sobre sí el peso de nuestros pecados y dolencias (Jn 1, 29; Is 53, 4ss), y al propio tiempo, aquél sobre quien desciende el Espíritu para comunicarlo al mundo (Jn 1, 33). Jesús es el Mesías bajo la figura del Siervo: "El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6-8).

    Jesús, Mesías, manifestado como Señor

    115. Jesús cumple su misión confiando en que el Padre no le dejará en la estacada de la humillación, del dolor y de la muerte. En Jesús toma cuerpo como en ningún otro la esperanza de Oseas: "Dentro de dos días nos dará la vida, y al tercer día nos levantará" (6, 2). Efectivamente, tras un breve tiempo, el Siervo Jesús es glorificado: "Dios lo levantó, sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11). Por su resurrección, e' Mesías se manifiesta como Señor, esto es, como Dios.

    El Hijo del hombre, título mesiánico preferido por Jesús

    El Hijo del hombre: Siervo y Señor, Hombre y Dios

    El Hijo del hombre: de Siervo a Señor. ¡Un procesado... "sobre las nubes

    del cielo"!

    La clave profunda de "la personalidad" de Jesús:

    Hijo de Dios

    116. El título hebreo de Mesías (en griego, Cristo; su significado: Ungido) alude al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la soberanía de Dios. Era un título peligroso, pues iba ligado con estrechas expectaciones nacionalistas, Para indicar su mesianidad, Jesús mismo escogió una palabra que en las ideas de las gentes tenía menos que ver con la dominación terrena: el Hijo del hombre. En los evangelios este título aparece siempre en la boca de Jesús. Su reino no era de este inundo (In 18, 36).

    117. "Hijo del hombre" es una expresión muy rica, pues. a la par que la grandeza de Jesús, indica también la humildad insólita de su mesianidad. En virtud de la sugerente fuerza significativa de la expresión, aparece claramente la solidaridad de Jesús con el destino humano, así como su condición divina. Procede de la profecía de Daniel (Dn 7). A un pueblo creyente, perseguido a muerte por poderes que son descritos como bestias, se le anuncia una esperanza, un salvador "como un Hijo de hombre que viene sobre las nubes del cielo", a quien se le da un reino que no será dest,uido jamás.

    118. Tras la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo", Jesús toma dos precauciones para no ser mal interpretado. La primera es que no se lo digan a nadie. La segunda es comenzar a decirles que "el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días" (Mc 8, 31). Jesús anuncia, pues, su doble misión de Siervo, primero, y de Señor, después. El resucitará: "desde ahora veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo" (Mt 26, 64). A Caifás no se le escapa el significado mesiánico y divino de esta confesión: "Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?, y ellos contestaron: Es reo de muerte" (Mt 26, 65-66).

    119. Jesús no blasfemó: ;Es el_ Hijo de Dios! Lo es desde siempre. Ningún título expresa mejor el misterio de su persona. Ahí radica la clave profunda de su "personalidad". Cristo asume su función mesiánica bajo la forma del Siervo, porque tiene conciencia de sí mismo como lo que es, HIJO DEL PADRE, y consiguientemente confía en El: "El Señor me abrió el oído; yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que me mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes. Por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado" (Is 50, 5-7).

    Confianza incondicional en el Padre: actitud básica, actitud filial

    120. En efecto, la actitud básica de Cristo, que fundamenta todas las demás, es su confianza incondicional en el Padre. Jesús vive en profunda comunión con El (Mt 11, 25-27). Jesús es "el Hijo" (Mt 24, 36; 21, 33ss). Su actitud filial le lleva a una profunda obediencia a la voluntad de Dios (Hb 5, 7ss; 10, 5-7), voluntad que aparece configurada en un plan de salivación y que se manifiesta en acontecimientos de la propia historia.

    Confiar en el Padre: Clave del Evangelio de Jesús

    121. Esta confianza en el Padre constituye el fondo del Sermón de la Montaña y es, por tanto, el verdadero corazón del Evangelio (Mt 6, 25ss). En la oración cristiana nos dirigimos a Dios confiadamente como Padre (Mt 6, 9ss). Confiar en el Padre es una de las claves del evangelio de Jesús. Buscar el Reino de Dios y el cumplimiento de su voluntad en nosotros viene a ser lo verdaderamente importante (Mt 6, 33). Este es el sacrificio de la Nueva Alianza (Hb 10, 5-7).

    "El Padre y Yo somos una sola cosa" (Jn 10, 30). Jesús es el Hijo de Dios

    122. En el Antiguo Testamento, hijo de Dios era un título usado frecuentemente para expresar una relación especial del hombre con Dios. Pero en Jesús esta denominación recibió una grandeza inesperada y una significación única: es "el Hijo" (Me 13, 32; Mt 24, 36; 21, 33ss), igual al Padre: "los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado. Les respondió Jesús: Mi padre sigue actuando y yo también actúo. Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo: porque no sólo abolía el sábado, sino también llamaba a Dios Padre suyo, haciéndose igual a Dios" (Jn 5, 16-18). Según San Juan, todo el Evangelio se ordena a esto: "que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios" (Jn 20, 31).

    Hijo de Dios: con significación única a partir de la resurrección de Jesús. Fe de la Iglesia

    123. Antes de la resurrección de Jesús, el misterio insondable del Hijo único de Dios, se mantenía en penumbra, y, en alguna ocasión, en claroscuro (piénsese en el significativo episodio de la transfiguración). A la luz de la resurrección la Iglesia de todos los tiempos proclama la confesión de fe del Concilio de Nicea heredero de los anteriores símbolos incipientes y de las fórmulas de fe del Nuevo Testamento: "Creo en Dios Padre..., y en Jesucristo, su único Hijo, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo f ue hecho." Tanto el Nuevo Testamento como la constante fe de la Iglesia nos presenta el misterio de Jesucristo, no simplemente como el de un hombre en el que Dios está presente, sino como el de un hombre que es idénticamente la persona divina del Hijo de Dios.

    Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios en persona

    124. El Nuevo Testamento presenta a Jesús como verdaderamente Dios y verdaderamente hombre: de un mismo y único sujeto se dicen cosas propias de Dios y cosas propias de un hombre. De Jesús, el Hijo de Dios, las confesiones de fe de la Iglesia proclaman que uno y el mismo sujeto es "verdadero Dios" y "verdadero hombre", nacido de Dios en lo que tiene de Dios y nacido de María en lo que tiene de hombre. Sin duda, Jesús ama a Dios. Pero su unión con Dios no radica sólo en ese amor. Tampoco consiste únicamente en que Dios ame a Jesús y con su Espíritu llene y conduzca su vida como no lo ha hecho con la de ningún otro hombre. El "hombre" Jesús de Nazaret no es otro sujeto junto al Hijo de Dios, a la Palabra de Dios, al Señor. Se identifica con El, en el sentido de que es un "mismo sujeto" con El: el Hijo de Dios nacido como hombre de María, muerto y resucitado por nosotros. Desde tal identificación previa, Jesús ama filialmente a Dios Padre y se relaciona con El con una libertad e inmediatez como ningún otro hombre lo ha hecho.

    El Hijo de Dios, implicado realmente en la historia de los hombres

    125. El lenguaje con el que la Iglesia expresa su fe en Jesucristo, no es el fruto de una pura y simple especulación teológica que nada o muy poco tuviera que ver con el pensamiento bíblico. Cuando la Iglesia confiesa que Jesús de Nazaret es un único sujeto, una única persona, el Hijo eterno de Dios, en quien culmina la unión de Dios y del hombre, quiere ser fiel a la Revelación y a la fe cristiana: Dios mismo, por medio de Aquel que es su Hijo único y su Palabra (y no a través lle otro, una pura y simple criatura) ha entrado y se ha implicado realmente en la historia de los hombres, se ha comprometido de veras con ellas y con la creación entera, sale a nuestro encuentro y nos ofrece la salvación.

    "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer"

    126. La Iglesia reconoce a María como Madre de Dios justamente porque su Hijo Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, "de la misma naturaleza que el Padre".
    A Nestorio, que se negaba a reconocer en María la Madre de Dios, le escribe su amigo Juan, obispo de Antioquía. de este modo: "Suprimida esta expresión 'Madre de Dios' y su significado, se seguiría que Dios no sería aquel, que se ha sometido por nosotros a esta inefable economía (historia de la salvación). No sería, pues, la Palabra de Dios, quien anonadándose a sí mismo para tomar la condición de esclavo, nos habría dado esta prueba admirable de amor. Significaría ello tanto como desconocer la insistencia de las Escrituras en llamar nuestra atención hacia este amor, cuando ellas nos muestran al Hijo eterno y único de Dios viniendo a nacer de la Virgen. Este es el sentido clarísimo de lo escrito por el Apóstol: Dios envió a su Hijo, nacido de mujer." Unicamente si Dios mismo ha nacido y muerto, como hombre, en Jesús de Nazaret, es decir, si ha asumido realmente como propio nuestro destino, podemos creer que Jesús de Nazaret es Dios mismo que, amorosamente fiel a su creación, se da a sí mismo al mundo y al hombre y los salva para sí. Sólo si Dios mismo se ha hecho hombre, puede el hombre entrar en comunión con Dios. De no ser así, no tendría sentido nuestra total vinculación con Jesucristo, como el Señor.

    La Encarnación: "La Palabra de Dios se hizo carne"

    127. La tradición de la Iglesia llama encarnación a b unión de Dios y el hombre en un único sujeto o persona: el Hijo de Dios, Jesús de Nazaret. El prólogo del evangelio de San Juan proclama: "La Palabra (de Dios) se hizo carne" (Jn 1, 14) en Jesús, cuya historia narra el autor en el cuerpo de su obra. Con ello no quiere decir el evangelista que el Dios eterno vino a ser algo así como el alma del cuerpo de Jesús. "Carne" en oposición a "espíritu", significa, en el lenguaje de la Biblia, el hombre entero en cuanto débil y mortal. El autor del cuarto evangelio afirma, pues, que quien era desde siempre la Palabra de Dios, la Vida y la Luz eterna, vino a ser en Jesús de Nazaret hombre débil y mortal. Ante el hecho de la encarnación se realiza un profundo discernimiento de los espíritus: "Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios" (1 Jn 4, 2).
    Cristo ha venido a ser el Señor del hombre y aun de la creación entera y reclama nuestra fe y entrega total, porque, Hijo eterno de Dios, se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, naciendo de una mujer (Cfr. Ga 4, 4), despojándose de su rango, tomando la condición de esclavo y rebajándose hasta la muerte de cruz (Cfr. F1p 2, 6-8). El Hijo de Dios no sería Señor de los hombres, meta y prototipo hacia el que todos tienden, si no hubiese asumido para sí una existencia humana en un mundo como el nuestro o si al asumirla hubiese perdido su ser divino. No hubiese sido entonces la encarnación aquel acto de amor generoso y salvador que San Pablo proponía como estímulo de generosidad 'a sus cristianos de Corinto: "(Nuestro Señor Jesucristo), siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fuéseis ricos por su pobreza" (2 Co 8, 9).

    Jesús, ni semidios ni semihombre, sino plenamente Dios y plenamente hombre

    128. Uno y el mismo Hijo de Dios es en Jesús de Nazaret "verdadero Dios" y a la vez "verdadero hombre". Podemos, pues, confesar tanto que el Hijo eterno de Dios es este hombre nacido de María como que Jesús de Nazaret es el Hijo eterno de Dios. Pero no por ello sostiene la fe cristiana que Cristo sea algo así como un ser intermedio entre dios y hombre o como el resultado de una fusión entre Dios y el "hombre" Jesús o que Dios ejerza en El la misma función que nuestra alma ejerce en nuestro cuerpo. Después de la encarnación, Dios sigue siendo Dios, y el hombre, hombre, por más que este hombre, lleno del Espíritu de Dios, viva completamente entregado a su impulso soberano. Uno y el mismo Cristo, Hijo único de Dios y Señor, es Dios y hombre, "sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación" entre su realidad divina y su realidad humana. Las características de cada una de estas realidades no han quedado anuladas, sino más bien conservadas por la unión de lo divino y humano en la única persona del Hijo de Dios. Esta es la fe del Concilio de Calcedonia (DS 302).

    El Hijo de Dios es realmente hombre

    129. No sería fiel a la fe de la Iglesia considerar al "hombre" Jesús a la manera de un instrumento inerte en manos de Dios. La conciencia, el saber, la libertad, la alegría, la angustia, el dolor y el amor humanos del Jesús de las narraciones evangélicas no son una pura y simple apariencia de una intervención de Dios en nuestro mundo. La Iglesia defendió siempre la verdad e integridad de lo humano en Cristo: sólo se salvó lo que Dios asumió (Ireneo, Atanasio, Sínodo de Alejandría, Dámaso Papa, Concilio de Roma del 382). Dios no destruye lo que quiere salvar, sino lo afirma, libera y exalta. En Cristo lo humano, aun durante su existencia humilde, débil y mortal, llegó a una conciencia y libertad excepcionales.
    Conforme a la fe de la Iglesia. por la encarnación Dios ha asumido para sí, uniéndola a la persona de su Hijo, la realidad humana, entera, individual e histórica de Jesús da Nazaret. Lo humano de Jesús es del Hijo de Dios,
    pero no como una cosa lo es de su propietario. El alcance de la unión de la encarnación va mucho más allá. Dios asume para sí en la persona de su Hijo lo humano de Jesús de tal manera que, justamente por esa unión, el Hijo eterno de Dios viene a ser verdaderamente un hombre. Esa unión le da realmente a Dios una verdadera y nueva manera de ser, la del hombre. Nada de lo humano le falta a Jesús; antes bien, su realidad de Hijo de Dios salvaguarda y lleva a plenitud su misma realidad humana. Aquí el hombre es verdadera, original y propiamente "Imagen del Dios invisible" (Col 1, 15).