Tema 16. VIDA PUBLICA DE JESÚS. BAUTISMO. PREDICACIÓN. SIGNOS

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Que el preadolescente

-descubra la predicación de Jesús como buena noticia para todos aquellos que reconocen su limitación, su insuficiencia y su pecado.

-descubra que la misma persona de Jesús, revelador del Padre, es la buena noticia.

-experimente cómo esta buena nueva se puede cumplir en él mismo.

-descubra cómo el cumplimiento de la buena noticia se realiza ya a través de unos signos, unos milagros. Jesús anuncia una palabra que se cumple.

 

Los comienzos: misión, vocación, bautismo

43. Los evangelios describen los comienzos de la vida pública de Jesús de modo que en ellos expresan el núcleo esencial de su misión, de su vocación. Tales comienzos están presididos por un hecho que desde la más antigua tradición es transmitido con insistencia: su bautismo de manos de Juan en el Jordán. El hecho es narrado de forma que las imágenes exteriores apuntan a una realidad que jamás se podrá expresar adecuadamente con palabras.

Hijo de Dios y Siervo de los hombres: "...a quien prefiero"

44. Se trata de expresar la relación del Padre con Jesús y de la fuerza del Espíritu. Esta relación es expresada en términos del Antiguo Testamento: "Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto" (Mc 1, 11). Así se evoca la figura del Siervo de Yahvé, al que están consagrados algunos cánticos del libro de Isaías. Allí se lee: "Mirad a mi siervo..., mi elegido, a quien prefiero" (Is 42, 1). Y en otro pasaje: "el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes" (ls 53. 6).

Vocación de servicio. Sin condiciones, hasta la muerte

45. El bautismo de Jesús es expresión de su solidaridad con el pueblo pecador, que se dispone a recibir el reino de Dios, anunciado como inmineme por Juan. El bautismo es, además, un signo del servicio de Jesús, de su sumisión y hasta de su muerte. Más adelante, aludirá Jesús por dos veces al final de su existencia terrena con la palabra "bautismo" (Mc 10, 38; Le 12, 50). El Hijo amado se consagra como siervo, como humilde y pequeño, como cordero que lleva los pecados del mundo. Tal es su vocación.

Un bautismo para todos los creyentes futuros

46. En la narración del bautismo se expresa también la relación del Espiritu Santo con Jesús: "Vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma" (Mc 1, 10). De modo semejante prosigue también el cántico del Siervo de Yahvé: "Sobre él he puesto mi Espíritu..." (ls 42, 1). Por este bautismo del Espíritu, cobra nuevo significado el bautismo de agua de Juan: se convierte en símbolo del bautismo del Espíritu para todos los creyentes futuros.

Sumergido en el Jordán, en lugar nuestro

47. Así celebra este acontecimiento la Liturgia de Oriente en la vigilia de la Epifanía: "Hoy inclina el Señor la cabeza ante la mano del precursor; hoy lo bautiza Juan en las ondas del Jordán; hoy oculta el Señor en el agua las culpas de los hombres; hoy es atestiguado desde lo alto como hijo amado de Dios; hoy santifica el Señor la naturaleza del agua". Se inmerge en la corriente del Jordán no para purificarse a sí mismo, sino para preparar nuestra regeneración.

La tentación, oposición al bautismo

48. Los Evangelios nos hablan de tentaciones contra la vocación de Jesús (Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc 4, 1-13; cfr. Tema 6). Además de estas tentaciones narradas al comienzo de la vida pública de Jesús nos cuentan la tentación ocurrida en medio de su actividad pública, por ejemplo, cuando reveló por vez primera la forma de su muerte, el bautismo definitivo, que sería su muerte: "Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permitas. Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios" (Mt 16. 22-23). La petición bienintencionada de Pedro se oponía a la misión de Jesús; era una tentación de su adversario Satán.

Tras el arresto de Juan, comienza a predicar Jesús. En Galilea, allende el Jordán

49. Así, pues, habiendo recibido el Espíritu y superando toda tentación contra su propia misión, Jesús inaugura su predicación justamente en el momento en que Juan había sido arrestado. Comienza a predicar en Galilea. "Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea da los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos" (Mt 4, 14-17). 0 como dice San Marcos: "Se ha cumplido el ptazo; está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed el Evangelio" (Mc 1, 15).

El mundo postrado en tinieblas necesita una intensa luz

50. El fondo del corazón humano alimenta siempre la espera de una buena noticia. A lo largo de la historia los hombres han ido materializando esta espera, y así se han ido entregando a la búsqueda de la "piedra filosofal", del "vellocino de oro" o de los "paraísos terrestres". Nuestro mundo todavía puede soñar la novedad radical siguiendo la inmensa ruta de los "viajes espaciales". Y cada persona, desde su rincón, espera durante mucho tiempo un mañana mejor. En definitiva, el pueblo postrado en tinieblas necesita una intensa luz.

El reino de Dios no viene aparatosamente: ya está entre vosotros

51. Jesús anuncia una radical novedad: el Reino de Dios. Y, sin embargo, se abstiene de las fantásticas descripciones con que entonces se engañaba la imaginación popular. No desenvaina ninguna espada, ni derriba ninguna estrella del cielo. El Reino de Dios no es algo que sobrevenga y caiga desde fuera, de una manera externa y accidental, como un aerolito o como una catástrofe. El reino de Dios es una realidad que se está forjando en el seno de la humanidad. Preguntado por los fariseos cuándo había de llegar el Reino de Dios, Jesús contestó: "El Reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17. 20-21).

El Reino de Dios oculto

52. El judaísmo, tornando al pie de la letra los oráculos escatológicos del Antiguo Testamento, se representaba la venida del Reino como algo fulgurante e inmediato. Jesús lo entiende de otra manera. El Reino viene cuando se dirige a los hombres la Palabra de Dios. Debe crecer, como una semilla sembrada en el campo (Mt 13, 3-9.18-23). Crecerá por su propio poder como el grano (Mc 4, 26-29). Fermentará y levantará al mundo, como la levadura echada en la masa (Mt 13, 33). Sus humildes comienzos contrastan así con el futuro que se le promete. Las parábolas del Reino de Dios vienen a decir que lo que importa no es el efecto exterior que deslumbra a los hombres, pero no les nutre, sino la acción de Dios, que está oculta en el cotidiano quehacer, en la vida ordinaria de los hombres.

Ha comenzado ya en la persona de Jesús

53. Lo más sorprendente del mensaje de Jesús es que anuncia un Reino que ha comenzado ya en su propia persona. Mientras los videntes apocalípticos hablaban sobre cosas que caían fuera de ellos mismos, Jesús lleva el Reino de Dios en sí mismo. "Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron" (Lc 10, 23-24). El Reino de Dios no es para Jesús una visión lejana. El mismo Jesús está en medio de él, empeñado en la lucha contra otro reino: "Si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11, 20).

Jesús lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Una autoridad que no tiene par

54. Jesús hace sentir sin rodeos, a todo el que se le acerca .con corazón sincero, la cercanía de Dios. Así lo percibe Nicodemo y le dice a Jesús: "nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él" (Jn 3, 2). Jesús lleva en sí mismo la cercanía de Dios. Ello da a su persona una autoridad serena, que no tiene par: "La gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas" (Mt 7, 28-29). Jesús completa todo lo que le precede y enseña con palabras que durarán más que el cielo y la tierra, destinados a pasar (Me 13, 31).

Jesús, el verdadero templo

55. Jesús es el verdadero templo, el templo nuevo y definitivo, que no está hecho por mano humana, en el cual la Palabra de Dios establece su tienda entre los hombres, como en otro tiempo lo hiciera con el Pueblo de Israel, en el desierto (Ex 25, 8ss): "Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14). Con su muerte, el templo de su cuerpo será destruído, pero, con su resurrección, será reedificado (Jn 2, 19): su mismo cuerpo, signo vivo de la presencia divina aquí en la tierra, conocerá un nuevo estado transfigurado, que le permitirá hacerse presente en todos los lugares, liberado ya de los condicionamientos del espacio y del tiempo. Jesús es la nueva y definitiva morada de Dios para loa hombres.

El Reino de Dios es inseparable de la conversión del hombre

56. Jesús enfoca su predicación en la línea de los grandes profetas, que prepararon su venida. Asimismo, salvando la diversidad de los tiempos, de los lugares y de los auditorios, las predicaciones de Juan Bautista, de Jesús, de Pedro o de Pablo ofrecen todas un mismo esquema y una misma orientación: llaman a la conversión y anuncian un acontecimiento. El Reino de Dios es inseparable de la conversión del hombre.

La palabra de Jesús frente a la experiencia del mundo

57. Ahora bien, la predicación de Jesús incide en un mundo, donde reina de modo manifiesto la experiencia contraria. Si su predicación proclama como presente el Reino de Dios y llama a la conversión, el mundo vive justamente lo contrario: no existe ningún Señor y, además, el hombre no puede cambiar. Quedan, pues, alienadas, frente por frente, la Palabra de Jesús y la experiencia del mundo. El mundo prescinde de Dios, desconoce su acción en la historia y no experimenta necesidad de conversión.

La conversión como buena noticia: El Reino de Dios en acción

58. Sumamente importante esto: la predicación de Jesús exige conversión no únicamente exhortando a los hombres a vivir como deben, sino anunciándoles que el Reino de Dios está ya presente y en acción. En virtud de este acontecimiento de la llegada del Reino de Dios, la conversión le es ofrecida al hombre gratuitamente, de balde. Es una posibilidad de vida nueva que se abre por gracia con la venida del Reino. El cumplimiento del Sermón de la Montaña (programa de Jesús) es anunciado a hombres que no pueden cumplir la Ley. Si tal anuncio no fuera hecho en un régimen de gracia, no sería recibido como buena nueva, sino como mala noticia. Sería como cargar un peso sobre los hombros de quienes ya se doblan.

La fuerza de Dios se despliega en la debilidad del hombre

59. En efecto, el hombre está sometido a señores muy poderosos, como para que —por su propia fuerza— pueda cambiar: "ninguno (de vosotros) cumplís la Ley" (Jn 7, 19), dice Jesús a los judíos (y le quieren matar). El hombre, ciertamente, necesita "nacer de lo alto" (Jn 3, 3.7). Ahora bien, si el hombre cambia, si el hombre sigue un proceso serio de conversión, entonces es que el Reino de Dios ha aparecido en medio de nosotros (Cfr. Le 11, 20). La fuerza de Dios se despliega en la debilidad del hombre (2 Co 12, 9).

Anunciar a los pobres la buena nueva

60. Por ello la buena nueva es anunciada a los pobres, es decir, a todos aquellos que tienen conciencia de su limitación e insuficiencia. Así cumple Jesús la profecía de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista" (Lc 4, 18). Esta Escritura se cumplió un día en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 21) y en toda la vida pública de Cristo. Inspiración semejante refleja la respuesta que Jesús da a los enviados de Juan: "Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio" (Lc 7, 22).

Exigencias para entrar, desde ahora, en el Reino de Dios

61. El Reino es el don de Dios por excelencia, el valor esencial que hay que adquirir a costa de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss). De ahí se sigue que es necesaria una decisión; hay que convertirse, buscar continuamente el rostro de Dios (Cfr. Sal 104, 4), abrazar las exigencias del Reino. El Reino no es algo que se pueda considerar como un salario debido en justicia: Dios contrata libremente a los hombres en su viña y da a sus obreros lo que le parece bien (Mt 20, 1-16).

Sin embargo, si bien todo es gracia, los hombres deben responder a esta gracia: se requiere un alma de pobre (Mt 5, 3), una actitud de niño (Mt 18, 1-4; 19, 14), una búsqueda activa del Reino y de su justicia (Mt 6, 33), la perseverancia en medio de las persecuciones (Mt 5, 10; Hch 14, 22; 2 Ts 1, 4-5), el sacrificio de todo lo que se posee (Mt 13, 44ss), una justicia mayor que la de los fariseos (Mt 5, 20); en una palabra, el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 7, 21), especialmente en lo que toca al amor fraterno (Mt 25, 34-40). Todo esto se exige a quien quiera entrar ya desde ahora en el Reino de Dios.

Jesús perfecciona e interioriza la ley

62. Las exigencias del Reino de Dios las encontramos resumidas en el Sermón de la Montaña. No se trata de leyes minuciosamente formuladas, ni de un reglamento impersonal. Jesús nos pone delante del Dios vivo. El perfecciona e interioriza la Ley, que hasta entonces se había quedado en lo exterior.

Todas las modificaciones que Jesús introduce aparecen formuladas del siguiente modo: "No sólo... sino también". No sólo el homicidio, sino también la simple palabra de odio. No sólo el adulterio, sino también la simple mirada y deseo, y el pensamiento que se consiente. Lo mismo sucede cuando exige que se diga la verdad, sin necesidad de juramento, en el mandato de no vengarse, y, finalmente, en la invitación a un amor que no excluya a nadie, ni aún a los enemigos, imitando la perfección del Padre, que hace salir el sol y envía su lluvia sobre justos y pecadores (Mt 5, 43-48).

El don del Espíritu

63. Ante el Sermón de la Montaña, el hombre tiene delante la voluntad de Dios sin velos ni tapujos. La primera reacción del corazón generoso es de asombro y gozo: "Sí, así es; así debe ser, esto es vida...". Pero inmediatamente surge la pregunta: "¿Es esto posible?". Y pensamos: "esto no se puede cumplir al pie de la letra". Precisamente por eso no se puede convertir en simple ley. Sin embargo, es voluntad de Dios, es la alegría del Reino. Y, de hecho, muchos lo van experimentando: son aquellos que acogen con fe el Don del Espíritu.

El hombre, en el punto de una opción: acogida o rechazo del reino de Dios

64. La predicación del Reino de Dios sólo ejerce su fuerza salvadora si el hombre responde con la fe. El Evangelio es "una fuerza de salvación de Dios para todo el que cree" (Rm 1, 16). Conduce al punto de una opción. No caben términos medios. Es preciso decidir. Como dice Jesús: "El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11, 23).

El rechazo humano del Evangelio tiene su prototipo en la actitud cerrada de Jerusalén ante la predicación de Jesús: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina a sus pollitos bajo las alas! ¡Pero no habéis querido!" (Lc 13, 34). San Pablo experimentará, como Jesús, el rechazo dado a su predicación y dirá: "Pero no todos han prestado oído al Evangelio..." (Rm 10, 16).

Jesús anuncia y ofrece el perdón de Dios

65. Jesús fue enviado por su Padre, no como juez, sino como Salvador (Jn 3, 17ss; 12, 47). Invita y suscita la conversión en todos los que la necesitan (Lc 5, 32; 19, 1-10), revelando que Dios es un Padre que tiene su gozo en perdonar (Lc 15) y cuya voluntad es que nada se pierda (Mt 18, 12ss). Jesús no sólo anuncia este perdón a quien se reconoce pecador, sino que, además, lo ejerce; da testimonio con sus obras que dispone de este poder reservado a Dios (Mt 9, 5ss; cfr. Jn 5, 27). A los pecadores que se veían excluidos del reino de Dios por la mezquindad de los fariseos, proclama el Evangelio de la iisericordia infinita. Jesús los acoge y come con ellos (Lc 19, 1-10; 15, 2). Los que alegran el corazón de Dios no son los hombres que se creen justos, sino aquellos que reconocen su pecado (Le 18, 9-14), aquellos que son como la oveja o la dracma perdida y hallada (Le 15, 7-10). El corazón de Dios Padre, que mostraba Jesús, en cada uno de sus actos, quedó retratado para siempre en la parábola del hijo pródigo: el Padre está acechando el regreso de su hijo y, cuando lo descubre de lejos, siente compasión y corre a su encuentro (Lc 15, 20).

Encontrar a Dios Padre en el centro de la vida

66. Jesús es el revelador de Dios como Padre. En su vocabulario hay una palabra que lo resume todo: Abba. Es una palabra infantil y confiada, una de las primeras que afloran en la boca humana: papá, abba. Esta palabra aramaica es un diminutivo. Así llamaba Jesús a Dios. Y además nos enseña a nosotros a hacer lo mismo. Para ello nos envía su Espíritu: "Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios" (Rm 8, 16). Jesús revela que el hombre puede acudir siempre a Dios en el cotidiano quehacer, tal como es, con sus miserias y necesidades. Confiar en el Padre, encontrar a Dios en el centro de la vida, es para Jesús el verdadero corazón del Evangelio.

El núcleo de la ley

67. El amor a Dios y el amor al prójimo son constantes fundamentales en la predicación de Jesús, que no pueden separarse. Ambos mandamientos constituyen el núcleo de la Ley. Un fariseo, con ánimo de ponerle a prueba, le preguntó: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El le dijo: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas" (Mt 22, 36-40).

Alcance universal

68. La predicación de Jesús, radica en Palestina, desborda netamente el particularismo judío. Tiene alcance universal. La salvación comienza, sin duda, por los judíos (Cfr. Jn 4, 22), pero el pueblo que se congregará para formar el Reino de Dios procede de todas partes. El caso del centurión romano es elocuente. Jesús queda admirado y dice no haber encontrado en Israel una fe tan grande (Cfr. Mt 8, 10). Y añade: "Os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos; en cambio, a los ciudadanos del Reino los echarán afuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes" (Mt 8, 11-12).

Gracia de Dios que transforma al hombre

69. En resumen, según las enseñanzas de Jesús, la realidad del Reino de Dios no consiste sólo en una elevación moral del hombre, sino, sobre todo, en el don de la gracia divina que transforma radicalmente al hombre; consiste, primordialmente, en la presencia vivificante del Espíritu. Dios se da al hombre.

Les anunciaba la palabra con muchas parábolas

70. Para su predicación, Jesús utiliza frecuentemente la parábola, nanación destinada a ilustrar una verdad por medio de analogías y comparaciones: "Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender" (Mc 4, 33). Así, de modo sencillo, explica Jesús la génesis, desarrollo y crecimiento del Reino de Dios. "El Reino de Dios es semejante"... a un poco de levadura que termina fermentando toda la masa; a un grano de mástaza, la más pequeña de todas las semillas, que —cuando crece— viene a ser la mayor de las hortalizas; a una semilla destinada a crecer; a un tesoro escondido en el campo; a una red... Jesús les hablaba en parábolas a las gentes para que se cumpliese el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo" (Mt 13, 34-35).

"¿Por qué les hablas en parábolas...?"

71. Jesús se hace entender por medio de parábolas. Sin embargo, hay un pasaje evangélico en que parece que la parábola no pretende la comunicación con los que la escuchan. Es éste: "Se acercan a Jesús los discípulos y le preguntan: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos, y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender" (Mt 13 10-13; cfr. Mc 4, 10-12; Lc 8, 9-10).

Muchos se quedan en el umbral de la parábola: Tienen embotado el corazón. Están fuera

72. En quienes se quedan en el umbral de la parábola, Jesús ve cumplida la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos: para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el corazón ni convertirse para que yo los cure" (Mt 13, 14-15). Jesús no se alegra por ello ni lo desea, sino que, al contrario, lo deplora. Sencillamente, llama la atención sobre un hecho. Efectivamente, muchos no penetran en el sentido de la parábola: tienen embotado el corazón, duros los oídos, cerrados los ojos. Están fuera del reino de Dios (Mc 4, 11).

El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas

73. En la predicación de Jesús, los hechos acompañan a las palabras. Jesús anuncia una palabra que se cumple. Esto es, los signos acompañan a la predicación. Es ésta, por lo demás, una característica de la historia de la salvación que alcanza su plenitud en Cristo. Tal característica es señalada por el Concilio Vaticano Il: "El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En definitiva, el estilo de Cristo es ese que utiliza en la sinagoga de Nazaret: `"Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Le 4, 21). Es decir, Cristo cumple con su misión salvadora el Reino de Dios que anuncia.

Los milagros, como acontecimientos del reino de Dios

74. Los milagros de Jesús se inscriben dentro de la perspectiva de la inauguración del Reino de Dios, anunciado por su predicación. Los milagros son la palabra de Dios hecha acontecimiento. Frecuentemente, el hombre moderno se pregunta sobre la relación entre milagro y orden físico, es decir, si los milagros suceden "fuera de las leyes de la naturaleza". En realidad, la Biblia no nos explica nunca la relación entre milagro y naturaleza, sino la que hay entre milagro y Dios. Para los hombres que escriben la Biblia, el milagro es una experiencia de la intervención de Dios en los sucesos.

El milagro no es una intervención arbitraria y extraña de Dios

75. Nadie nos obliga a considerar los milagros como una intervención arbitraria y extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Por el contrario, el milagro no va contra las fuerzas de la creación, sino que hace brillar de manera maravillosa el señorío de Dios sobre la naturaleza y la historia, en la dirección de una plenitud por la que la creación entera gime y sufre dolores de parto (Rm 8, 22). Como dice Jesús: "Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo" (Jn 5, 17).

Ignoramos lo que Dios puede hacer con el mundo y con nosotros

76. Por ello, en el milagro, lo menos importante es lo que pueda haber de suspensión de leyes de la naturaleza. El milagro es ante todo una manifestación de Dios, un signo a través del cual el creyente rastrea la presencia de la nueva creación, cuya plenitud es Jesucristo resucitado. De este modo el creyente descubre insospechadas posibilidades que Dios reserva para el hombre y para el mundo.

Los milagros sirven a la predicación, en cuanto la muestran eficaz

77. Los milagros de Jesús son parte de su predicación. Son el cumplimiento de su palabra. Donde su predicación o al menos su persona no es acogida con algún grado de fe, Jesús no obra milagros, por ejemplo, ante un grupo de hombres cerrados ya de antemano, como sus paisanos de Nazaret, los fariseos o Herodes. Si es cierto que una vez se lee: "Creedme... Si no, creed a las obras" (Jn 14, 11), también leemos que Jesús no tenía mucha confianza en quienes sólo creían por razón de los milagros (Jn 2, 23-24). Y el mismo dice de los hermanos del rico glotón: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto" (Le 16, 31).

Donde no hay fe no es percibido el milagro. Sin violentar la condición humana

78. Por parte del hombre, la fe es acogida recepción de la palabra predicada. Si el milagro es la palabra cumplida, se sigue entonces que, donde no hay fe, no es percibido el sentido profundo del milagro. Por ello dice Jesús: "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20, 29). Esos son, efectivamente, los que verán. El Reino de Dios no viene aparatosa ni espectacularmente. El Reino viene, como Jesús, bajo la figura del Siervo, sin dejarse sentir, sin triunfalismos, sin apariencias. Los milagros que Jesús lleva a cabo para manifestar el sentido de su palabra no atentan en nada contra la condición humana de su presencia en el mundo, y por tanto contra su misión de siervo. No pretenden establecer de antemano el "paraíso", sino orientar a los hombres hacia lo que anuncia su mensaje, revelar el poder de liberación del reino de Dios que llega.

El milagro como signo mesiánico acerca de Jesús

79. Con sus milagros, manifiesta Jesús que el Reino mesiánico anunciado por los profetas está presente en él (Mt 11, 2ss). Pero no es el acontecimiento milagroso aislado lo que da testimonio de Cristo, sino el acontecimiento, en cuanto que referido a su Palabra, implica el cumplimiento de la misma. La Iglesia naciente consideró los milagros como consideró las parábolas y otros gestos del Señor (por ejemplo, el lavatorio de pies en la última cena; cfr. Jn 13, 1-16). es decir, como revelaciones o señales para aquellos a quienes se había dado a conocer los misterios del Reino de Dios (Mc 4, l l ss).

El milagro, anticipación del Reino

80. Para el forastero los milagros eran meros portentos, los hechos de un taumaturgo entre muchos. Para el creyente eran ante todo acciones admirables de Dios, anticipaciones del Reino de Dios. Como mera maravilla, el milagro no tiene valor religioso y, además, tal sensacionalismo es rechazado por Jesús. El milagro está en relación inmediata con el reino de Dios que Cristo anuncia, con su persona y con su misión. En definitiva, la incapacidad de muchas hombres para percibir el verdadero significado de los milagros de Jesús es considerada por El como equivalente al rechazo de su evangelio y, en último término como un aspecto del escándalo general al que está expuesto el misterio central de su persona.

81. Es interesante destacar que Jesús comienza a realizar milagros después de recibir el Espíritu en el bautismo. Ungido de Espíritu y poder, inaugura la Nueva Creación (Mt 3, 16), arroja su semilla anticipando lo que está llamada a ser la humanidad entera. El es el nuevo Adán, el Hombre Nuevo en medio de un mundo que declina hacia la muerte.

Los apóstoles repiten las acciones salvadoras de Jesús

82. Cuando los apóstoles reciben el Espíritu, repiten asimismo las acciones salvadoras de Jesús: "Ellos se fueron a pregonar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Mc 16, 20). Los apóstoles toman conciencia de que Jesús está con ellos, según su promesa.

Dios actúa y Jesús sigue actuando

83. En la Iglesia de hoy, como en la Iglesia naciente (Hch 2, 43; 3, 12ss), Jesús continúa actuando y haciendo milagros. Hoy como ayer este lenguaje es incomprendido por el espíritu soberbio o arreligioso, pero lo percibe el que sabiendo que nada es imposible para Dios se abre a los requerimientos de la fe y del amor, cuando el contexto religioso del hecho indica que Dios ha hecho señas.