CAPITULO III

EN CRISTO NOS ENCONTRAMOS CON EL MISTERIO DE DIOS

 

Tema 12. NOS ENCONTRAMOS CON DIOS EN CRISTO


OBJETIVO CATEQUÉTICO

 

¿Quién es éste?

211. "Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto se levantó un temporal tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron los discípulos y lo despertaron gritándole: ¡Señor, sálvanos, que nos hundimos! El les dijo: ¡Cobardes! ¡Qué poca fe! Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma. Ellos se preguntaban admirados: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agud le obedecen!" (Mt 8, 23-27).

¿Qué dice la gente...?

212. Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?" Ellos con-testaron: Unos dicen que Juan Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas (Mt 16, 13-14). El pueblo reconoce en Jesús a un profeta. Pedro ha llegado más lejos: le ha sido dado a comprender que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús les recomienda silencio. El pueblo espera un mesías político, pero Jesús no va a responder a semejante expectativa (Jn 18, 36). Sus caminos son diferentes (Mt 16, 2lss).

Los interrogantes de hoy y de siempre

213. También hoy, como hace veinte siglos, la figura de Jesús suscita profundos interrogantes: ¿Quién es realmente Jesús? ¿Un gran hombre del pasado? ¿Un revolucionario? ¿Un' profeta? ¿Un mito? ¿Un guerrillero? ¿Un hermano para cada hombre? ¿Alguien que actúa en nuestra vida? ¿Aquél sin el cual nada tendría sentido?

Y vosotros... ¿quién decís que soy yo?

214. Tras el sondeo de lo que dice la gente, Jesús hace la pregunta directa: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15). Decir supone aquí confesar, reconocer el misterio de Cristo o, por el contrario, negarlo. En el camino de los hombres hacia Cristo hay un punto en el que uno deja de ser espectador, para comenzar a ser protagonista de una lucha en la que de nada sirven los términos medios: "el que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11, 23).

"Tú eres el Cristo..."

215. A la pregunta de Jesús, Pedro responde resueltamente, con la luz que procede de lo alto: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Discernir quién es Jesús es para Pedro, Nicodemo, el centurión, los endemoniados, Tomás..., etc., una cuestión planteada a partir de la presencia gratuita del misterio de Cristo. Cada cual lo comprende a su modo y a diferente nivel, según la situación o condición de cada uno.

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: la admiración

216. Así, por ejemplo, el pueblo percibe en él un profeta. Nicodemo ve en Jesús un maestro venido de parte de Dios, porque nadie puede hacer esos signos, si Dios no está con él (Jn 3, 2). El centurión ha creído que Jesús tiene poder sobre la enfermedad, que le está sometida y le obedece, como los soldados acatan órdenes superiores (Mt 8, 5-13). Los discípulos, ante la tempestad calmada, descubren algo tan extraordinario y trascendente que sólo lo pueden formular en forma de pregunta: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!" (Mt 8, 27). El Padre celestial re-vela a Pedro la respuesta certera y exacta que no puede provenir "de la carne ni de la sangre": Tú eres el Mesías, el Hijd de Dios vivo (Mt 16, 16-17).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: el escándalo de lo cotidiano

217. Por otro lado, quienes vieron y oyeron a Jesús de Nazaret tropezaron a veces con el hecho de haberle conocido desde hacía mucho tiempo en su vida cotidiana. ¿Cómo comprender entonces el misterio de un hombre a quien hemos conocido de niño y de adolescente?: "Fue a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: ¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero?... Y aquello les resultaba escandaloso. Jesús les dijo: Sólo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta" (Mt 13, 54-57).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: un discernimiento a través de la repulsa

218. Existe también un conocimiento negativo, un discernimiento en el odio, una intuición a través de la repulsa, de lo que es en el fondo Jesús de Nazaret. Esta es la experiencia de los endemoniados. Vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie podía pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?" (Mt 8, 29; cfr. Mc 5, 1-20; Le 8, 26-39).

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: una resistencia profunda y dolorosa

219. Es una verdad comprobada por la propia experiencia; el hecho de que el Misterio absoluto de Dios se nos revela en el hombre Jesús, nos desconcierta; sus pretensiones de adherirnos incondicionalmente a El para la salvación, nos iluminan y al mismo tiempo encuentran en nosotros misteriosas resistencias. Es posible que detectemos también en nosotros esa resistencia hacia la persona de Cristo.

Reacciones diversas ante el misterio de Cristo: la adoración, fruto de la Pascua

220. La Iglesia primitiva adquiere conciencia definitiva de la identidad de Jesús como fruto directo de su Pascua. Si su condición anterior de siervo había dejado patente hasta qué punto Jesús había sido uno de nosotros, semejante en todo menos en el pecado, la experiencia pascual de la resurrección deja al descubierto su condición trascendente: es el Señor, lo mismo que Yahvé.
A
la luz de la experiencia pascual, los discípulos accedieron a la clara conciencia de la condición divina de Jesús. Ante el misterio del Cristo, los Apóstoles y la Iglesia apostólica de todos los tiempos se rinden en actitud de adoración y hacen suya la profesión de Tomás: "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28).

Misterio de la pre-existencia de Jesús

221. La Iglesia apostólica, al reconocer a Jesús como Señor, profundiza, bajo la acción del Espíritu de Verdad, en el misterio de la pre-existencia de Jesús. Jesús es el Señor del mundo venidero, Señor de vivos y muertos, es el último, y por ello es el primero, el origen de todo, el Señor del universo (Ap 1, 8; 21, 6; 22, 13).

Jesús de Nazaret ha existido desde siempre "en su condición divina" (F1p 2, 6): él es "el Hijo Unico" que Dios, por amor, ha entregado al mundo "para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Jn 3, 16).

Jesús de Nazaret existió con anterioridad a Abrahán: "Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría" (Jn 8, 56). El pudo decir con toda verdad: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10, 30).

Jesús de Nazaret es la Palabra que, "en el principio", "estaba con Dios" y "era Dios" (Jn 1, 1); es el Hijo, por quien Dios "ha hablado en estos últimos tiempos", "resplandor de su gloria e impronta de su esencia" (Cfr. Hb 1, 1-4). Es esa Palabra la que "se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1, 14).

El secreto de Jesús de Nazaret sólo lo conoce el Padre y aquellos a quienes se les revela: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar"( Mt 11, 27).

Cristo, verdadero rostro de Dios para los hombres y verdadero rostro del hombre para Dios

222. El Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, es, según el Concilio de Calcedonia, "verdaderamente Dios y verdaderamente hombre", "consustancial con el Padre, por lo que se refiere a la divinidad, y consustancial con nosotros por lo que se refiere a la humanidad", "Uno sólo y mismo Hijo Unigénito, Dios Verbo, Señor Jesucristo (DS 301-302). Afirma, pues, que Cristo es verdadero y entero Dios, y entero y verdadero hombre en un mismo sujeto personal. Así, Cristo es, a la vez, el verdadero rostro de Dios para los hombres y el verdadero rostro del hombre para Dios (Cfr. Tema 17).

Cristo, revelador del misterio de Dios

223. Cristo es el verdadero rostro de Dios para los hombres, "imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), el intérprete perfecto del Padre (Jn 1, 18). Por ello nos dice en el evangelio de San Juan:."quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14, 8). Revelador del misterio de Dios, como Amor (1 Jn 4, 16) y Amor entre personas. Revelador del Espíritu. En Cristo se manifiesta la gratuidad y la misericordia de Dios para con el hombre (Jn 3, 16).

Cristo, revelador del misterio del hombre

224. Cristo es el verdadero rostro del hombre para Dios, Cristo es revelador del hombre. El hombre se encuentra a sí mismo, cuando vive en el amor, en éxodo, en confianza, en misericordia, en servicio y a la escucha de Dios, en comunidad de fe; recobra su identidad como imagen de Dios, cuando vive como hijo del Padre, rescatado del poder del pecado y de la muerte. El hombre se humaniza a medida que se hace semejante al Padre y a Cristo --hijo del Padre—, por la fuerza del Espíritu. Cristo, el Hombre Nuevo, "revela plenamente el hombre al hombre" (GS 22). El es "imagen de Dios" y, también, prototipo del hombre, pues, dice San Pablo, Dios nos predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm 8, 29).