Tema 10. CRISTO ESTÁ EN
LA IGLESIA, PUEBLO DE LA NUEVA ALIANZA: EN MEDIO DE LOS QUE SE REÚNEN EN SU NOMBRE

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

 

Nacido para vivir juntos, pero de hecho profundamente separados. En la concha del propio egoísmo

163. Tanto en la experiencia del adulto, como en la del preadolescente, encontramos, por un lado, la necesidad de la relación mutua, la búsqueda de la amistad auténtica, el deseo de colaborar con otros. Por otro, sin embargo, nos encontramos con la dura experiencia de la incomunicación y de la incomprensión, del aislamiento y el repliegue sobre uno mismo, del individualismo erigido en norma de vida. Así se establece una contradicción en el centro mismo de la vida humana: hemos nacido para vivir juntos, pero vamos descubriendo que, en realidad, los hombres vivimos profundamente separados, encerrados cada uno en la concha del propio egoísmo.

El pecado, quiebra de una moral de alianza

164. La experiencia bíblica del pecado comporta siempre la experiencia de una ruptura. Si la fe engendra una moral de alianza, el pecado produce la división de la comunidad humana. Así, roto el orden religioso de la vida, se rompe al mismo tiempo el orden moral, y viceversa. Rota la alianza con Dios, se rompe también la alianza entre los hombres, y viceversa. El segundo mandamiento es semejante al primero (Mt 22, 39). La ruptura del orden moral supone la instalación en el propio egoísmo y la ruptura del amor al hermano, a quien vemos (1 Jn 4, 20) y en quien debemos descubrir al mismo Cristo (Cfr. Mt 25, 39-40. 44-45).

Babel, Jerusalén: dos ciudades, dos experiencias frente a frente

165. Babel es el nombre hebreo de Babilonia, ciudad del embrollo, ciudad del mal, ciudad de la nada. Babilonia es en la Escritura una ciudad-símbolo. Como Jerusalén, pero al revés. La ciudad histórica de Babilonia cayó mucho antes del advenimiento del Nuevo Testamento. Pero a través de ella el pueblo de Dios adquirió conciencia de un misterio de iniquidad que está constantemente en acción aquí en la tierra: Babilonia y Jerusalén, erguidas una frente a otra, son las dos ciudades entre las que se reparten los hombres, la ciudad de Dios y la ciudad de Satán.

El pecado deshace a Babilonia como pueblo. Lección histórica permanente

166. Frente a Babel, el hombre bíblico asiste a una trascendental experiencia histórica (Gn 11, 119). En definitiva, el misterio del mal deshace a Babilonia como pueblo: al igual que Nínive, se ha complacido en su propia fuerza (Cfr. Is 47,7-8. 10; 3, 7-14). Se ha erguido ante Yahvé con soberbia e insolencia (Jr 50, 29-32; cfr. is 14,13-14). Ha multiplicado los crímenes: hechicería (Is 47, 12), idolatría (Is 46, 1; Jr 51, 44-52), crueldades de toda suerte... Ha llegado a ser verdaderamente el templo de la malicia (Za 5, 5-11), la "ciudad de la nada" (Is 24, 10-12).

Babel, misterio de idolatría. Ciudad sin Dios.

167. El relato del Génesis (11, 1-9) presenta de forma sencilla la equivocación profunda de Babel. El pecado colectivo de Babel se describe como una rebeldía que sigue las trazas y participa del primer pecado del hombre: el pecado de Adán. Los hombres quieren "alcanzar el cielo" por su propio poder, pretenden llegar a ser "como dioses", pero sin Dios. Babel es el símbolo de la soberbia humana, que quiere alcanzar la plenitud de la vida, prescindiendo de Dios, de espaldas a El. Esta pretensión involucra a Babel en una situación idolátrica, cuyas engañosas consecuencias se manifiestan después. Mientras tanto, Babilonia se levanta como potencia temerosa, que hace de su fuerza su dios (Ha 1, 11).

Babel, misterio de confusión, de incomunicación. Ciudad del embrollo

168. Rota la alianza con Dios, se rompe la alianza entre los hombres. Se sustituye la fe por la idolatría, pero la soberbia (idolátrica) de unos hombres que construyen su ciudad sin Dios tiene como fruto un misterio de incomprensión, de incomunicación, de confusión: "Voy a bajar y a confundir su lengua, de modo que uno no entienda la lengua del prójimo" (Gn 11, 7). Los ídolos que se crea la vanidad y el egoísmo de los hombres (Cfr. Sb 14, 14) impiden inexorablemente la comunicación entre los mismos. Babel, que en realidad significa "puerta de Dios", vino a ser paradójicamente ciudad de confusión, "la ciudad del embrollo".

Babel, misterio de dispersión. Ciudad desierta

169. La dispersión es el resultado final que completa el proceso: idolatría, incomunicación, dispersión. "Desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra" (Gn 11, 9). Es la hora del juicio contra toda Babel: se ha dictado sentencia contra la ciudad del mal. Esta sentencia es después comunicada con júbilo por los profetas (Is 21, 1-10; Jr 51, 11-12), contra la Babilonia contemporánea. Los ejércitos de Jerjes lo ejecutarán hacia el 485 antes de Cristo. De Babilonia "no quedará piedra sobre piedra". Babilonia viene a ser una ciudad vacía, abandonada, evitada: una ciudad desierta, la ciudad de la nada.

La infidelidad histórica de Jerusalén, nueva Babel. El sentido del destierro

170. Por su infidelidad histórica, sin embargo, también Jerusalén ha participado del misterioso destino de Babel. Fue necesaria la persistencia de la catástrofe para que el pueblo y sus dirigentes adquieran conciencia de su incurable perversión (Jr 13, 23; 16, 12-13).

La infidelidad histórica de Jerusalén. El anuncio de un relevo. Pérdida de su función histórica

171. La "viña de Yahvé" se había convertido en un plantío bastardo y sería después saqueada y arrancada (Is 5); la "esposa de Yahvé" se había hecho adúltera, y sería despojada de sus arreos y duramente castigada (Os 2; Ez 16, 38); el "pueblo elegido" se había vuelto indócil y rebelde, y sería expulsado de su tierra y dispersado entre las naciones (Dt 28, 63-68). Jerusalén, cabeza del Pueblo de Dios, ha olvidado su misión histórica, por ello ha de escuchar de parte de Dios la comunicación de un relevo: otros pueblos la sustituirán. San Pablo (Cfr. Rm 9, 25-26) ve cumplida en los gentiles la profecía de Oseas: "Y en el sitio donde los llamaban "No-es-mi-pueblo" les llamarán "Hijos de Dios vivo"... Me compadeceré de "No-compadecida", y diré a "No-es-mi-pueblo": Tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios" (Os 2, 1.25).

Una piedra de tropiezo, el mayor de todos los errores. Al rechazar a Cristo, Jerusalén renuncia a la salvación

172. La destrucción de Jerusalén, sobre la que los Profetas hacen su reflexión religiosa, es todavía figura que encontrará su cumplimiento en el destino de la Jerusalén que se enfrenta a Jesús: "¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: Bendito el que viene en nombre del Señor" (Lc 13, 34-35).

"Al acercarse y ver la ciudad dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero, no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida" (Lc 19, 41-44).

He aquí el mayor de todos los errores históricos de Jerusalén: rechazar la salvación que Dios le ofrece gratuitamente en Jesucristo. En el año 70 fue arrasada y, con ella, destruido su templo (la peculiar presencia de Dios en la Ciudad Santa).

Los gentiles convocados a formar el Israel de Dios

173. Como ocurrió en la primera destrucción, también a partir de esta segunda se altera la función histórica de Jerusalén (Sión): ahora serán convocados los gentiles a formar el Israel de Dios (Cfr. Ga 6, 16). Los gentiles que no eran "su pueblo" serán llamados "hijos de Dios". "¿Qué diremos, pues? —se interroga Pablo—: Que los gentiles, que no buscaban la justicia, han hallado la justicia —la justicia de la fe—, mientras Israel, buscando una ley de justicia, no llegó a cumplir la ley. ¿Por qué? Porque la buscaba no en la fe, sino en las obras. Tropezaron contra la piedra de tropiezo, como dice la Escritura: He aquí que pongo en Sión una piedra de tropiezo y roca de escándalo; mas el que crea en él, no será confundido" (Rm 9, 30ss).

De un resto del viejo pueblo elegido saldrá la nueva Jerusalén, universal, sin fronteras

174. Dice San Pablo: "Entonces me pregunto: ¿habrá Dios desechado a su pueblo? También yo soy israelita descendiente de Abrahán, de la tribu de Benmajín. Dios no ha desechado al pueblo que él eligió. Recordáis sin duda aquello que cuenta la Escritura de Elías, cómo interpelaba a Dios en contra de Israel: Señor, han matado a tus profetas y derrocado tus altares; me he quedado yo solo y atentan contra mi vida." Pero, ¿qué les responde la voz de Dios?: "Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal." Pues lo mismo ahora, en nuestros días, ha quedado un residuo escogido por pura gracia" (Rm 11, 1-5). Ese resto será el depositario de las promesas hechas a Israel y el que constituirá con muchos gentiles, venidos de lejos, la nueva Jerusalén.

La nueva Jerusalén es la Iglesia, cuerpo de Cristo resucitado, donde se restaura la unidad con Dios y la unidad entre los hombres

175. La Nueva Jerusalén es la iglesia. La Iglesia entraña un misterio, oculto en otro tiempo en Dios, pero hoy descubierto y en parte realizado (Ef 1, 9-10; Rm 16, 25-26). Misterio de un pueblo que posee como garantía la ley del Espíritu, inscrita en los corazones (Rm 8, 2; Jr 31, 33-34; Ez 36, 27), aunque está todavía constituido por pecadores. Misterio de' un pueblo que viene a ser el cuerpo de Cristo resucitado (Ef 1, 22-23), misterio desconocido en otro tiempo que supone como una "nueva creación" (2 Co 5,17-18; Ga 6,15), en la que se restaura la Alianza con Dios (Rm 5, 12ss) y la unidad y reconciliación entre los hombres (Jn 11, 52; Ef 2, 15ss).

La Iglesia, nueva Jerusalén, fruto directo de la Pascua de Cristo

176. La Iglesia, Nueva Jerusalén, antitipo de Babel, es "lugar de convocación" para la humanidad entera, "convocación santa" (Ex 12, 16; Lv 23, 3; Nm 29, 1). Prefigurada en la asamblea del Horeb (Dt 4, 10), de las estepas de Moab (Dt 31, 30) o de la tierra prometida (Js 8, 35; Jc 20, 2), la Iglesia es fruto directo de la pascua de Cristo. Los Padres repiten con frecuencia que la Iglesia es la Nueva Eva, nacida del costado de Cristo durante el sueño de la muerte, como Eva naciera del costado de Adán dormido.

Pentecostés, la gran experiencia eclesial. Época abierta.

177. La Iglesia es cuerpo vivo de Cristo resucitado, porque en ella habita el Espíritu prometido por Jesús. La presencia y experiencia del Espíritu es el gran testimonio que la Iglesia tiene acerca de Cristo. El Espíritu se manifiesta en acción ya el día de pascua (Jn 20, 22), pero es el día de Pentecostés cuando tiene lugar la gran experiencia eclesial (Hch 2, 4) con miras al testimonio de los doce (Hch 1, 8) y a la manifestación pública de la Iglesia; así este día es como la fecha del nacimiento de la Iglesia, que, después de Pentecostés, crece rápidamente. Es importante destacar que el día de Pentecostés, como el día de Pascua, es toda una época que queda abierta para el mundo y que sólo alcanzará su plenitud y consumación al fin de la historia.

Pentecostés, contrapunto de Babel. El Espíritu supera la división de los hombres. Una alianza nueva

178. Con el acontecimiento de Pentecostés (Hch 2, 1-13) queda superada la división de los hombres. El Espíritu se reparte en lenguas de fuego sobre los apóstoles de modo que se oiga el evangelio en las lenguas de todas las naciones y "toda lengua proclame: 'i.Tesucristo es Señor'!, para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 11). Así los hombres serán reconciliados por el lenguaje único del Espíritu, que es el amor. Pentecostés es, pues, el contrapunto de Babel. En Pentecostés queda superada la división de los hombres sobre la base de una Nueva Alianza inscrita en los corazones.

El Espíritu congrega a las gentes que estaban dispersas, hace de ellos un pueblo. La Iglesia, misterio de fe, de comunicación y de comunidad

179. Así por el Espíritu, la Iglesia es la verdadera Jerusalén, soñada por Dios, "lugar de reunión" para la humanidad entera, antitipo de Babel, cuyo misterio es diametralmente opuesto. El misterio del pecado deshace a Babilonia como pueblo, disgrega a un pueblo que era uno. El misterio de Pentecostés hace un solo pueblo de muchos, de gentes venidas de todas partes: un pueblo sin fronteras, universal (Hch 2, 5-11). Si Babilonia es misterio de idolatría, de incomunicación y de dispersión, Pentecostés (y la Nueva Jerusalén) es misterio de fe, de comunicación y de comunidad.

Pentecostés e Iglesia, misterio de fe. El cumplimiento de una promesa, el Espíritu de Dios y de Cristo Jesús. Una alianza de parte de Dios

180. Si el misterio de Babel radicaba en la idolatría, el misterio de Pentecostés radica en la fe: fe en Cristo, muerto y resucitado, de quien da testimonio la acción del Espíritu, prometido de antemano (Jn 14, 16). "Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Estos no están borrachos, como suponéis; no es más que media mañana. Está sucediendo lo que dijo el profeta Joel: En los últimos días —dice Dios— derramaré mi Espíritu sobre todo hombre" (Hch, 2, 14-17). Pentecostés entraña la experiencia de una nueva Alianza, ofrecida por Dios al mundo.

Pentecostés e Iglesia, misterio de comunicación. Una alianza por encima de todas las barreras

181. Si el misterio de Babel conducía a la confusión y al embrollo ("hombres de un mismo pueblo que no se entienden"), el misterio de Pentecostés supera la división de los hombres, fruto del pecado, y aparece una maravillosa experiencia de comunicación ("gentes venidas de cualquier parte que entran en comunicación"): "Entre nosotros hay partos, 'necios y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno les oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua" (Hch 2, 9-11).

Pentecostés e Iglesia, misterio de comunidad. Un nuevo pueblo, fruto de una nueva Alianza

182. Si el misterio de Babel conducía finalmente a la dispersión, el misterio de Pentecostés tiene como fruto visible el nacimiento de un pueblo, en el que no caben fisuras. La unidad de este pueblo es católica, como se dice desde el siglo II; está hecha para reunir todas las diversidades humanas (Hch 10, 12ss; Ef 2, 14ss; 1 Co 12, 13; Col 3, 11; Ga 3, 28), para adaptarse a todas las culturas (1 Co 9, 20ss) y abarcar al universo entero (Mt 28, 19). Pentecostés es misterio de comunidad, con lo que concluye el proceso inverso a Babel: fe-comunicación-comunidad. La comunidad que surge de ahí es un Nuevo Pueblo, fruto de una Nueva Alianza.

"Todos los creyentes vivían unidos"

183. Este Nuevo Pueblo es la Iglesia. Su primera manifestación se realiza en la comunidad de Jerusalén, como fruto de la predicación de los Apóstoles: "Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil. Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones... Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno" (Hch 2, 41-45). Así, desde el principio, aparece ya lo que, en el Espíritu de Jesús, serán factores constitutivos de la comunión eclesial: la Palabra, que convoca a la comunidad en la fe (Hch 2, 41); la Eucaristía, que realiza la unidad y es signo de ella (Hch 2, 42; cfr 1 Co 10, 17); el amor cristiano, que llega a la comunión de corazones y de bienes (Hch 2, 42.44; cfr 4, 32); la autoridad apostólica, como servicio que mantiene la unidad visible de la Iglesia (Hch 2, 42; 20, 28).

La Iglesia es santa

184. La Iglesia es santa (Ef 5, 26). "Llamada Jerusalén de arriba y madre nuestra (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf Ap 19, 7; 21, 2.9; 22, 17), a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla (Ef 5, 25-26); la unió consigo en alianza indisoluble e incesantemente la alimenta y cuida (Ef 5, 29)" (LG 6).

Y al mismo tiempo, todavía Iglesia que alberga en su seno a pecadores

185. Es cierto, sin embargo, que la Iglesia es todavía Iglesia que alberga en su seno a pecadores (1 Co 5, 1.-12); éstos se encuentran desgarrados en su interior entre su pecado y las exigencias del llamamiento que los ha hecho entrar en la asamblea de los "santos" (Hch 9, 13). A ejemplo de Cristo, la Iglesia no los rechaza, sino que les ofrece el perdón y la purificación (Jn 20, 23; St 5, 15-16; 1 Jn 1, 9), sabiendo que la cizaña puede todavía convertirse en trigo en tanto la muerte no haya anticipado para cada uno la "siega" (Mt 13, 30).

"Si bien Cristo santo inocente, inmaculado (Hb 7, 26) no experimentó el pecado (2 Co 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (Cfr. Hb 2, 17), la Iglesia, por abrazar en su propio seno a pecadores, siendo simultáneamente santa y necesitada de continua purificación, avanza siempre por el camino de la penitencia y la renovación" (LG 8).

Una revisión de nuestra experiencia comunitaria de la fe

186. Es de destacar en amplios ambientes el carácter marcadamente individualista de nuestra religiosidad. Es necesario promover el sentido comunitario de la vida de fe. El Concilio Vaticano II nos recuerda: "Quiso, sin embargo, Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados entre sí, sino constituirlos, en un pueblo que le conociera en verdad y le sirviera santamente" (LG 9). La renovación constante de la Iglesia supone también un esfuerzo de revisión de nuestra experiencia comunitaria de la fe, según lo que dice San Pablo: "Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os váis integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu" (Ef 2, 19-22).

La Iglesia, misterio abierto a nuestra experiencia. Cristo está en medio de los que se reúnen en su nombre

187. En la última cena, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Unidos los hombres en el misterio de Dios: he ahí el misterio de la Iglesia, un misterio que queda abierto a nuestra experiencia, porque "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). La presencia de Cristo en la Iglesia se realiza, de modo especial, en el sacramento de la Eucaristía. El pan y el vino se transforman realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. La Iglesia, en su misma estructura, es radicalmente comunidad de los que están unidos entre sí, porque participan del mismo pan que es Cristo (Cfr. 1 Co 10, 17; cfr. Tema 55).