Tema 9. NOS ENCONTRAMOS CON CRISTO CUANDO HACEMOS NUESTRA SU ACTITUD DE SIERVO DE YAHVE: EL CAMINO DE LOS JUSTOS INJUSTAMENTE PERSEGUIDOS

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Buscar a Cristo en el justo injustamente perseguido.

Destacar la función del Siervo de Yahvé en medio del mundo. El mundo no tolera al justo, y en ello manifiesta su pecado: el justo sale del círculo de la violencia con una actitud nueva en el mundo: el amor al enemigo.

Destacar la fuerza transmutadora del Siervo de Yahvé.

Tomar conciencia de que cualquiera de nosotros puede ser siervo, si el Espíritu de Dios está con él.

 

La agresión y el ataque, experiencia diaria

141. En la experiencia preadolescente aparece en múltiples ocasiones la réplica violenta ante la agresión de un compañero. Una y otra vez se oye decir que "el bueno es tonto". Por otro lado, la incomprensión y la acusación de los mayores aumenta en relación directa con el desarrollo de la preadolescencia. El preadolescente lleva el peso de una sociedad que no comprende su momento evolutivo y que, por ello, lo descalifica y desprecia. ¿Qué hacer? ¿Cómo reaccionar?

La violencia como defensa, recurso común

142. Ante cualquier tipo de agresión, el hombre normalmente reacciona defendiéndose. Es la reacción instintiva, natural. Aparece el contraataque, la venganza, la ley del Talión, como formas de defensa del individuo y de la sociedad. La experiencia común del hombre manifiesta una fe ciega en la violencia, como requisito necesario para andar por la vida y como suprema solución para determinadas situaciones y conflictos.

La escalada de la violencia y su círculo: ¿Cómo romperlo? ¿Existe otra salida?

143. Sin embargo, la violencia engendra violencia. Tras la agresión viene la reacción vengadora, que provoca a su vez una nueva agresión más violenta. Y así sucesivamente. ¿Cómo romper este círculo de la violencia? ¿Quién puede romperlo? De hecho, en un mundo violento todo parece indicar que no existe otra salida y que todo lo demás es debilidad, virtud de enfermos. Como dice el libro de la Sabiduría, nuestro mundo cree ciegamente en esto: "Sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil —es claro— no sirve para nada" (Sb 2, 11).

El siervo de Yahvé, figura única y respuesta sorprendente. Servicio a Yahvé. El peso del pecado del mundo: injusticia y violencia sobre sus hombros

144. Como tantas veces, también aquí los caminos de Dios no coinciden con los caminos de los hombres. Dios ha suscitado en la Escritura y en la historia la figura única del Siervo de Yahvé, figura incomparable que asume en sí mismo la doble función —complementaria— del servicio a Yahvé (= cumplimiento de su voluntad, Hb 10, 7) y de cargar sobre sus hombros todo el peso del pecado del mundo. El Siervo representa una respuesta (de antemano absolutamente inimaginable) a ese doble drama de la sociedad: el de la injusticia y el de la violencia.

Siervo de Yahvé es el que cumple la voluntad del Padre

145. La Escritura llama "Siervo de Yahvé" a aquél a quien Dios llama a colaborar en la historia de salvación del mundo y viene a servir a este designio. El servicio que Yahvé quiere no se limita a un culto ritual, sino que se extiende a la entrega de toda la vida, que —como la de Jesús— se manifiesta en dependencia radical de la voluntad del Padre: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni, víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: Aquí estoy, ¡oh, Dios!, para hacer tu voluntad" (Hb 10, 5-7; cfr. Sal 39, 7-9; Mt 16, 21; Le 24, 26; Jn 14, 30).

Siervo de Dios, y de los hombres, en oposición a una decisión diabólica: "No serviré"

146. Sirviendo a Dios, Jesús (el Siervo prototipo) sirve a los hombres. Y sirviendo a los hombres, sirve a Dios. "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22, 27), dice Jesús. Y dice también: "El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos" (Mc 10, 43-45). El Siervo de Yahvé impugna directamente la decisión diabólica "no serviré".

El siervo de Yahvé es el cordero de Dios, que carga con el pecado del mundo

147. El Siervo de Yahvé carga sobre sus hombros el peso del pecado del mundo. Este misterio profundo lo ha mostrado Juan el Bautista como la gran clave de la figura histórica de Jesucristo: "Al día siguiente, al ver a Jesús que venía hacia él, exclamó: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). El símbolo del Cordero de Dios viene a ser, también para el evangelista San Juan, clave de interpretación del misterio histórico de Cristo. San Juan funde en una sola realidad la imagen del Siervo (Is 53), que carga con el pecado de los hombres, y el rito del cordero pascual, símbolo de la salvación de Israel. Jesús será el Siervo que experimenta sobre sus hombros el peso del pecado del mundo y, a la vez, el Cordero que será sacrificado el día de Pascua en beneficio de todos los hombres (Ex 12, lss; Jn 19, 36).

Entre la espada y la pared, punto crucial. El dolor del Siervo deja patente el virus del pecado

148. El Siervo de Yahvé es un hombre cogido entre la espada y la pared. De ahí su dolor. Se encuentra en el punto crucial donde interfieren y chocan el pecado del hombre y el plan salvador de Dios. Dios tiene un plan sobre la historia humana, que el Siervo de Yahvé lleva obedientemente hacia adelante, pero que el mundo no puede tolerar. Al perseguir al inocente, el mundo manifiesta su pecado. El mundo no se acepta pecador, pero —más que ningún otro— el dolor del justo injustamente perseguido hace patente el pecado del mundo. Por decirlo así, el dolor del Siervo de Yahvé es como el colorante que inequívocamente vuelve visible ese virus del mundo que es el pecado.

Un compromiso muy serlo

149. Frecuentemente, la figura bíblica del Siervo de Yahvé queda desvirtuada en formas aberrantes, como la resignación pasiva, enfermiza, carente de compromiso. La actitud del Siervo de Yahvé no es esta resignación enfermiza. El Siervo asume el compromiso de promover entre los hombres la justicia y el derecho, y rechaza claramente el camino de la violencia. Considera absolutamente beneficioso para el mundo romper en todo momento el círculo infernal de la misma, a cualquier precio. El Siervo es un hombre pobre, nómada de alma, sin intereses que defender superiores a la misión que procede de Dios. El Siervo es profundamente libre con respecto al mundo, profundamente esclavo de la voluntad de Dios. La historia de los profetas, servidores de Yahvé, muestra hasta qué punto la Palabra de Dios, viva y eficaz, puede comprometer a un hombre.

Paradoja histórica: la caza del profeta, una costumbre en Jerusalén

150. Asimismo, la historia de los profetas muestra hasta qué punto un hombre, armado solamente con la Palabra de Dios, puede incomodar a los poderosos: "Ha devorado vuestra espada a vuestros profetas, como el león cuando estraga" (Jr 2, 30), dice el profeta Jeremías. Y conocida es la afirmación de Jesús: "Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían" (Mt 23, 37). Con ello se produce una paradoja histórica: la caza del profeta viene a ser una costumbre en la ciudad más religiosa de la Tierra.

El siervo, abominado de las gentes

151. Isaías sabe que el Siervo es "el abominado de las gentes" (49, 7), "despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros" (Is 53, 3). Jeremías tiene conciencia de encontrarse comprometido, entre la espada y la pared, entre la Palabra de Dios y el pecado del mundo: "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me violaste. Yo era el hazmerreír todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar "Violencia", proclamando "Destrucción". La palabra del Señor se volvió para mi oprobio y desprecio todo el día. Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos: intentaba contenerlo y no podía" (Jr 20, 7-9).

En contra de la injusticia. Precisamente el mundo le odia, porque no es del mundo

152. El Siervo deja de serlo, si colabora con la injusticia. Precisamente por eso el mundo le odia. Porque no es del mundo (Jn 15, 19). El libro de la Sabiduría refleja así todo ese odio: "Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; declara que conoce a Dios y se da el nombre de hijo del Señor; es un reproche para nuestras ideas y sólo verlo da grima; lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente; nos considera de mala ley y se aparta de nuestras sendas como si fueran impuras: declara dichoso el fin de los justos y se gloría de tener por padre a Dios. Veamos si sus palabras son verdaderas... Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él" (Sb 2, 12-20).

El peso del pecado del mundo. El Siervo, solitario en su misión: "De mi pueblo no hubo nadie conmigo" (Ls 63, 3)

153. La injusticia, la violencia, el pecado del mundo, tienen su propio peso, peso que experimenta el Siervo de Yahvé. Y con todo, dice Isaías: "El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero El fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre El, sus cicatrices nos curaron" (Is 53, 4-5). El Siervo, como profeta, tiene la responsabilidad de haber visto y ante esta responsabilidad se queda solo, lo cual también pesa: "Miraba sin encontrar un ayudante, buscaba sin encontrar quien me apoyara" (Is 63, 5).

El dolor por el dolor no tiene sentido

154. Es necesario explicar a nuestros contemporáneos, como sin duda era también necesario explicar a los compañeros de Jesús —el Siervo prototipo— que el Maestro no iba guiado por ningún amor morboso al dolor y a la muerte, ni por ninguna especie de complacencia en el fracaso, en su camino libre y voluntario, consciente, a la muerte, que los romanos acostumbraban a reservar para los rebeldes y criminales: la crucifixión. Precisamente por querer llevar hasta el final la tarea que se había fijado, asume Jesús las consecuencias de esa tarea, que no es posible llevar a cabo sin tropezar con una resistencia violenta, furiosa, asesina.

Un dolor positivo

155. El dolor del Siervo tiene un sentido: él soporta el castigo que nos trae la paz (Is 53, 5). Su dolor es positivo, creador. Podría defenderse por la fuerza, sí, pero la negativa a utilizar ante una agresión otra agresión no es más que el reverso de una conducta positiva, creadora, terapéutica. La vida humana necesita continuamente de gestos semejantes: "Yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban las mejillas, a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos" Os 50, 5-6). Fue necesario para que todo hombre (preocupado por defenderse) tuviera en el Siervo el estímulo de una conducta nueva ante la violencia y el pecado.

El amor doliente o la ausencia de réplica

156. El dolor del inocente, silencioso, sin réplica, refleja como ningún otro —por significativo contraste— el pecado del injusto agresor, el cual —liberado de la necesidad de contra réplica—, tiene la aportunidad de percibir, como en un espejo, su propio pecado. La estampa histórica de Cristo perseguido puede reconocerse a través de este pasaje profético de Isaías: "Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador,

enmudecía y no abría la boca" (Is 53, 7). La ausencia de réplica refleja, al propio tiempo, la justicia del Siervo doliente, una justicia que no es de este mundo, pues este mundo no puede amar a su enemigo.

Una justicia nueva en el mondo. No devolver mal por mal

157. Esa justicia es una justicia nueva en el mundo, es la justicia proclamada por Cristo en el Sermón de la Montaña: "Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo, en cambio, os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos, a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas" (Mt 5, 38-42).

Una justicia nueva en el mundo. Amarás a tu enemigo

158. Y también: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?" (Mt 5, 43-47).

El abominado de las gentes, luz de las naciones

159. Así resulta que el "abominado de las gentes" viene a enseñar a las naciones lo que es realmente justicia, una justicia semejante a la de Dios (Mt 5, 48). Como dice San Mateo, Jesús es el siervo que anuncia la justicia a las naciones y cuyo nombre es su esperanza (Mt 12, 18-21; Is 42, 1-4). 0 como dice el profeta Isaías: "Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra" (Is 49, 6).

También nosotros debemos llevar la cruz

160. La Iglesia siempre, también en el mundo actual, está llamada a ser Siervo de Yahvé: "También nosotros debemos llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia" (GS 38). Llevamos la cruz a imitación de Cristo, sin olvidar que sólo El ha sido real y plenamente el verdadero Siervo de Yahvé. También nosotros debemos llevar la Cruz. "Como Cristo llevó a cabo la obra de la redención en medio de la pobreza y la persecución, así la Iglesia está llamada a recorrer el mismo camino, a fin de comunicar a los hombres los frutos de la salvación. Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios..., se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo (F1p 2, 6-7), y, por nuestra causa, se hizo pobre, siendo rico (2 Co 8, 9): así la Iglesia, aunque tenga necesidad de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar gloria terrena, sino para proclamar —también con su propio ejemplo— la humildad y la abnegación... La Iglesia "marcha peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios" (S. Agustín), anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que El retorne (Cfr. 1 Co 11, 26). Es fortalecida, sin embargo, por la fortaleza del Señor resucitado a fin de vencer con paciencia y amor' sus aflicciones y dificultades, tanto las internas como las exteriores, y revelar al mundo su misterio. Con fidelidad, aunque entre penumbras, hasta que se manifieste en todo su esplendor al fin de los tiempos" (LG 8).

Cualquiera de nosotros puede ser siervo, si el Espíritu de Dios está con él

161. Sin embargo, es necesario decir que ninguno de nosotros puede ser Siervo, si el Espíritu de Dios no desciende sobre él y le da la fuerza y le sostiene: "Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu" (Is 42, 1). El Siervo sabe por qué puede hacer lo que hace: "Mi Dios era mi fuerza" (Is 49, 5; 50, 7.9). María, la Madre de Jesús, "la esclava del Señor" (Lc 1, 38), se muestra como egregia discípula de Cristo, el Siervo, y paradigma de la Iglesia servidora.

Persiguen a Cristo mismo quienes persiguen a sus servidores

162. Los servidores de Dios son ahora ya los servidores de Cristo (Rm 1, 1; Ga 1, 10; Flp 1, 1). Son sus enviados que correrán una suerte semejante a la suya (Mt 10, 24-25). "Cuando os arresten no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis; en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros" (Mt 10, 19-20). En adelante, perseguirán al mismo Cristo quienes persigan a sus servidores. Esta fue la experiencia de Pablo (Hch 9, 5).