Tema 4. EN EL ÉXODO NOS ENCONTRAMOS A CRISTO: DONDE EL HOMBRE ES LIBERADO DE LOS ÍDOLOS Y PODERES QUE LE ASEDIAN Y ESCLAVIZAN

 

OBJETIVO CATEQUÉTICO

Anunciar que Cristo está donde el hombre es auténticamente liberado de los ídolos y poderes que le asedian y esclavizan.

Proclamar a Cristo en el auténtico proceso salvífico de liberación integral de los hombres. La acción liberadora de Cristo es incompatible con la actitud de quienes se resisten a la acción del Espíritu Santo, que les mueve constantemente a la conversión y a la renovación. Es preciso estar en camino, en situación personal de éxodo.

 

Un nuevo sentimiento: nacido para la libertad. "Quiero ser libre"

63. El preadolescente se encuentra en un momento evolutivo en que parece dispuesto a abandonar progresivamente toda dependencia infantil. La libertad comienza a manifestarse como una de sus aspiraciones más profundas. Será sumamente sensible a .todo aquello que se relacione positiva o negativamente con el desarrollo de este nuevo sentimiento. Surgirán dudas, ambigüedades, dificultades. Pero poco a poco se irá consolidando un hecho oscuramente presentido: haber nacido para la libertad. Como todo hombre, por el mero hecho de serlo.

Dificultades exteriores e interiores

64. Sin embargo, esa aspiración aparece constantemente amenazada desde fuera y desde dentro. Durante mucho tiempo, la reivindicación de su "mayoría de edad" frente a los padres, que le siguen tratando "como a un niño", será el verdadero trasfondo de las fricciones familiares. Por otra parte, irá descubriendo que él mismo no siempre hace aquello que, sin embargo, querría: "tengo que estudiar, pero no soy capaz de despegarme de la tele", "ya no soy un niño, pero a veces deseo que me sigan mimando", "no siempre me atrevo a decir mi opinión", "me dejo llevar y actúo sin estar convencido"...

Libertad, dimensión interior de uno mismo

65. Así aparece el binomio libertad-esclavitud como una dimensión interior de lo que uno mismo es, como un aspecto importante de la propia personalidad: Seremos verdaderamente libres no cuando nuestros días carezcan de alguna zozobra y nuestras noches de algún desvelo y alguna congoja, sino más bien cuando estas cosas nos asedien por todas partes y nos sobrepongamos a ellas, sin ataduras.

Los poderes de este mundo, señores que esclavizan al hombre

66. Sin ataduras... Pero ¿qué cosas atan verdaderamente al hombre? ¿Dónde están esos poderes? ¿Cuáles son esos ídolos? Dice la Escritura que son las mismas realidades creadas las que esclavizan al hombre, cuando éste deja a un lado los caminos de Dios: el dinero (Mt 6, 24), el poder (Mc 10, 41 ss; Ap. 13, 8), el placer, la envidia y el odio (Rm 6, 19; Tt 3, 3) e incluso la observancia puramente material de una ley (Ga 4, 8ss) y, también, el miedo a la muerte (Hb 2,14-15), a la que el hombre no puede mirar de frente y necesita taparla con muchas cosas. Es, en definitiva, una desesperada voluntad de poder lo que esclaviza al hombre.

Voluntad de poder frente a Dios mismo. Doble esclavitud: la de los débiles; la de los poderosos

67. El comienzo del Génesis pone en claro los efectos de la voluntad de poder que levanta al hombre frente a Dios mismo4 Caín usa de su fuerza para matar a su hermano, y Lamec se venga sin medida (Gn 4,8.23-24);1a violencia llena la tierra (6, 11). Esa pretensión lleva al hombre a una doble esclavitud. Los poderosos esclavizan a los débiles; los mismos poderosos se esclavizan, sometiéndose a poderes malignos, demoníacos: "Sus propias culpas enredan al malvado y queda cogido en los lazos del pecado" (Pr 5, 22; cfr. 1 1 , 6).

La opresión del hombre por el hombre: en vez de una relación de amor, una relación de fuerza y de dominio

68. La opresión del hombre por el hombre aparece tan pronto como los hombres olvidan que su poder les viene de Dios (Rm 13, 1; 1 P 2, 13; Jn 19, 11) y que deben respetar en todo hombre la imagen de Dios mismo (Gn 9, 6). Así David, hiriendo con la espada a Urías el hitita y quitándole su mujer, se imaginaba seguramente no haber ofendido más que a un hombre, y éste extranjero: había olvidado que Dios se constituye garante de los derechos de toda persona humana (Cfr. 2 S 11-12). Expulsado Dios del centro de la vida humana, la relación que se establece entre hombre y hombre no es una relación de amor, sino de opresión y dominio.

La opresión del hombre por el miedo: el miedo del hombre, pozo sin fondo que no puede ser realmente llenado

69. El hombre padece una desesperada voluntad de poder. Necesita salvarse a sí mismo. Por encima de todo. A toda costa. Dará muchos palos de ciego. Ciegamente, frenéticamente. Intentará mil modos, ensayará mil caminos antes de aceptar que él, por propia cuenta, no tiene salvación. En el fondo, el hombre tiene miedo. Prefiere engañarse, esclavizarse con mil cosas, alienarse en todo aquello que le oculta su verdadera situación. Por el miedo que tiene a la muerte, vive el hombre esclavizado de por vida (Hb 2,14-15). Pablo ha percibido con seguridad el secreto de toda existencia que se desarrolla fuera de la fe: radica en el temor, aunque éste sea enmascarado. A los romanos, a los gálatas y a todos nosotros habla Pablo de una misma experiencia, que sólo el Espíritu de Dios puede superar: la experiencia de un espíritu de esclavitud y de temor, síntoma común que conduce al reconocimiento de una oculta situación de condena (Ga 4, 3; Rm 8, 14-16).

Una situación de la que el hombre no puede salir: el mundo y la vida del hombre, convertidos en cárcel. Esa es la obra del pecado

70. La situación del hombre pecador está bloqueada: peca y le vemos entregado a la debilidad de una naturaleza carnal; se halla sin fuerzas, y se entrega al pecado que le solicita y agrava su flaqueza. Incesantemente, la Ley hace resonar en sus oídos la sentencia de muerte. Ningún camino le libra de su condenación. Si avanza, sigue el camino de toda carne hacia el pecado y la muerte. El mundo entero en el que está sumergido comparte su pecado (Rm 8, 20) y se cierra sobre él como una cárcel (Cfr. Ga 3, 22; Rm 11, 32), en la que hacen guardia el Pecado, la Muerte y la Ley, potencias cósmicas personificadas en el pensamiento dramático de San Pablo. Tras ellas se perfilan otros poderes, los del Príncipe de este mundo.

Salir de (= éxodo) esa situación es don de Dios: Dios ama al hombre, actúa en su historia, abre un camino de liberación

71. Ahora bien, ¿cómo salir de esa situación? Para ello es necesario, en primer lugar, que el hombre tome conciencia de su verdadera situación. No hay verdadera conversión que no vaya acompañada del reconocimiento de una situación de pecado. Ello es ya obra de la gracia de Dios. En segundo lugar, es preciso que el hombre renuncie a su voluntad de independencia, que consienta en dejarse guiar por Dios, en dejarse amar, con otras palabras, que renuncie a lo que constituye el fondo mismo de su pecado. Sin embargo, el hombre se hace cargo de que esto se halla fuera de su poder. Es necesario que Dios actúe en el corazón de su propia historia. Y se abrirá un camino donde no existe: en el mar, en el desierto. En la muerte. En el corazón de Abraham...

Los caminos de Dios, problema clave de la experiencia religiosa. Abraham fue el primero

72. El creyente no se contenta con generalidades de orden moral. Su compromiso religioso le lleva mucho más lejos. Abraham se puso en camino siguiendo el llamamiento de Dios (Gn 12, 1-5); desde entonces comenzó una inmensa aventura, en la cual el gran problema consiste en reconocer los caminos de Dios y seguirlos. Caminos desconcertantes ("Vuestros caminos no son mis caminos", Is 55, 8), pero que conducen a realizaciones maravillosas.

El éxodo, un camino donde no los hay: en el mar, en el desierto. Un acontecimiento que marca el nacimiento de un pueblo a la fe, fe en Yahvé, Señor de la Historia, liberador del hombre

73. El éxodo es de todo ello el ejemplo típico. Entonces experimenta el pueblo lo que es marchar con su Dios (Mi 6, 8). Dios mismo se pone al frente para abrir el camino, y su presencia se sensibiliza de múltiples formas (Ex 13,21-22).El mar no le detiene: "Tú abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas" (Sal 76, 20). Israel queda a salvo de su perseguidor, el poderoso Faraón egipcio. Viene luego la marcha por el desierto (Sal 67, 8) y Dios abre también un camino para su pueblo y lo sostiene como un hombre sostiene a su hijo; le procura alimento y bebida; "busca un lugar para acampar" y procura que nada le falte (Dt 1, 30-33). El éxodo marcó el verdadero nacimiento del pueblo de Dios como tal, como pueblo y como pueblo creyente, y vino a ser el tipo y la prenda de todas las liberaciones efectuadas por Dios en favor de su pueblo.

El exilio, un camino que va a la inversa del éxodo

74. El desprecio de los caminos de Dios, diseñados en sus grandes líneas en el Decálogo, es un extravío (Dt 31, 17) que conduce a la catástrofe. Su última consecuencia será el exilio (Lv 26, 41), camino que va a la inversa del éxodo (Os 11, 5). Fue necesaria la duración del destierro (Jr 29) para que el pueblo y sus dirigentes adquieran conciencia de su incurable perversión (Jr 13, 23; 16,12-13). Las amenazas de los profetas tomadas hasta entonces a la ligera se realizaban al pie de la letra. El exilio aparecía así, como el castigo de las faltas tantas veces denunciadas: faltas de los dirigentes que, en lugar de apoyarse en la alianza divina, habían recurrido a cálculos políticos demasiado humanos (Is 8, 6; 30, 1-2; Ez 17, 19ss); faltas de los grandes, que en su codicia habían roto con la violencia y el fraude la unidad fraterna del pueblo (Is 1, 23; 5, 8; 10, 1); faltas de todos, inmoralidad e idolatría escandalosas (Jr 5, 19; Ez 22), que habían hecho de Jerusalén un lugar de abominación.

Conversión y esperanza de retorno a la libertad, una libertad gratuita

75. Pero Dios no se conforma con la situación en que queda colocado su pueblo (Lv 26,44-45); de nuevo hay que preparar en el desierto un camino para el Señor (Is 40, 3); él mismo lo abrirá (Is 43, 19) y de todas las montañas hará caminos (Is 49, 11) para un retorno a la libertad. El anuncio del castigo por parte de los profetas va acompañado constantemente de una llamada a la conversión y de una promesa de renovación (Os 2, 1-2; Is 11, 11; Jr 31). La misericordia divina se manifiesta aquí como la expresión de un amor celoso: aun castigando, nada desea Dios tanto como ver reflorecer la ternura primera (Os 2, 16-17). Por lo demás, el retorno de Babilonia no será menos gratuito que el éxodo de Egipto; más aún, la misericordia de Dios aparece todavía más en el retorno del exilio, puesto que éste era el resultado final de los pecados del pueblo.

Experiencia universal de la esclavitud: paganos y judíos de ayer, masas humanas de hoy

76. La experiencia de Egipto, como la de Babilonia, contiene un mensaje fundamental sobre la propia condición humana. Es el siguiente: Todo hombre vive y permanece en una esclavitud radical, en la medida en que Dios, Señor de la historia, no se hace camino de liberación para el. Es una experiencia de todos: paganos de otro tiempo que se sentían regidos por la fatalidad, y judíos que se negaban a confesarse esclavos (Jn 8, 33), pero también masas humanas de hoy día, que aspiran confusamente a una liberación total.

Llamados por Dios a la libertad del Evangelio de Jesús

77. Sin embargo, "Hermanos, vuestra vocación es la libertad" (Gal 5, 13): éste es uno de los aspectos esenciales del evangelio de Jesús: él vino a anunciar a los cautivos la liberación, a devolver a los oprimidos la libertad (Le 4, 18). Pero esta libertad no debe convertirse en pretexto para el libertinaje (Ga 5, 13). La libertad de Cristo es otra: Cristo vino a proclamar los mandamientos que liberan: sed pobres, sed pacíficos, sed misericordiosos, sed limpios de corazón, haced obras de paz, dejaos perseguir por la justicia, entrad así desde ahora en el reino de los cielos (Cfr. Mt. 5, 3-11).

Una conversión real y realmente liberadora, signo de la presencia del Reino de Dios entre los hombres

78. Alguien podrá decir: "He ahí un programa que nadie puede cumplir." Y es cierto. El hombre está "vendido como esclavo al pecado" (Rm 7, 14), no puede liberarse a sí mismo. Ni siquiera puede cumplir la Ley, mucho menos cumplirá el programa evangélico del Sermón de la Montaña. Pero la conversión es efecto de la irrupción gratuita del Reino de Dios en medio de la historia humana. Y si la conversión comienza a ser realidad (y realidad liberadora), entonces es que el Reino de Dios, como anunciaba Jesús, está en medio de nosotros (Mt 4, 17). No obstante, la realidad auténtica de esa liberación no podrá ser detectada con certeza por los hombres: pertenece al secreto de Dios.

El término del éxodo pertenece al futuro. Un camino en medio del pecado, de la ley (exterior) y de la muerte

79. Así pues, lo que el hombre no puede lo puede el Espíritu de Dios que prometió Jesús (Jn 3). El prosigue en cada creyente y en el mundo un inmenso proceso de liberación que sólo se consumará al final. El verdadero éxodo pertenece al futuro: cuando superadas las fronteras del pecado y de una ley exterior que no podía salvar al hombre, sea superada también la última frontera que esclaviza, la frontera de la muerte (1 Co 15, 25-28). Así la existencia entera es un inmenso éxodo que concluye, como el éxodo (misterio pascual) de Cristo, con el "paso" de este mundo al Padre (Jn 13, 1; 8, 23), quien en medio del mar y en medio del desierto abrirá un camino donde tampoco lo hay: abrirá un camino decisivo en medio de la muerte.

En situación personal de éxodo

80. Dios conoce nuestra opresión (Ex 3, 7ss); nos invita como a Abraham (Gn 12, 1), a salir, a dejar, a caminar continuamente. El quiere "abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos" (Is 58, 6), liberar al hombre de toda fijación infantil y secretamente idólatra a las seguiridades del mundo presente, abrir los ojos a su propio futuro y a un elemento inherente al destino humano: su condición peregrina. Una cosa importante: cuando el hombre es libre, cuando no depende de nada, entonces está disponible para responder a la acción de Dios en su propia historia. Se encuentra, como en otro tiempo Israel, en situación personal de éxodo.

Cristo, nuevo Moisés del pueblo cristiano en éxodo

81. En muchas ocasiones el Nuevo Testamento compara a Cristo con Moisés, que guió al pueblo de Israel en su éxodo. Pero, sobre todo, la Carta a los Hebreros nos dice: "Por lo dicho, hermanos santos que compartís el mismo llamamiento celeste, considerad al enviado y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús, fiel al que lo nombró, como lo fue Moisés en la entera familia de Dios... Moisés ciertamente fue fiel, como criado, en la entera familia de Dios; su misión era transmitir lo que Dios dijera. Cristo, en cambio, como hijo que es, está al frente de la familia de Dios; y esa familia somos nosotros, con tal que mantengamos firme esa seguridad y esa honra que es la esperanza... ¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo..., dado que dice: "Si hoy ois su voz, no endurezcáis el corazón como en el tiempo de la rebeldía." ¿Quiénes se rebelaron al oírlo? Ciertamente todos los que salieron de Egipto por obra de Moisés... Temamos, no sea que, estando aun en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad" (Hb 3, 1-19; 4, 1).