CATALINA, AYER Y HOY

 

Todos en esta gran familia predicaron al único Maestro y Señor, pero cada uno lo hizo desde sí mismo, plasmando su mundo interno en un entramado personal, de manera que -como dice Catalina, Diálogo C.158- la nuestra es una familia`ancha, llena de gozo y perfumada: toda ella en sí misma, un jardín de delicias´”.

Alejandra Marabotto, O.P.  

Introducción:                    

Catalina de Siena, es llamada, no sin razón la Madre de la Orden de Predicadores. Es, tal vez este el motivo por el que las distintas ramas de la Orden, a lo largo de nuestra historia nos la hemos ido apropiando como un patrimonio exclusivo de cada uno: monjas, frailes, dominicos seglares, etc.

Este natural cariño a Catalina, y el reconocimiento de su figura, no siempre, ha ido acompañado de un conocimiento profundo de su vida y sus escritos, sino más bien de una tradición “popular”, heredada de la tradición de los distintos conventos, monasterios y asociaciones que la han tenido o tienen como titular. El reconocimiento oficial de la Iglesia, como “Doctora de la Iglesia”, el 4 de octubre de 1970 avivó el deseo de conocerla y de dar a conocer su obra. Hay que reconocer, que es de este siglo[1] el renacer de un movimiento Cateriniano tendente a re-crear el entorno de la “dulcísima mamma”, que a semejanza de sus primeros discípulos saquen de su fuego un ardor de renovación cristiana. Es eso, lo que, en parte, nos proponemos: tomar conciencia de nuestra tradición mística y espirirtual -con fundamento-, y avivar en nuestras vidas el valor de lo esencial, que es, en definitiva, lo que pretendemos transmitir en nuestra predicación y vida.

  Felizmente, desde hace algunos años, está tomando fuerza entre los dominicos y dominicas la idea de Familia Dominicana. Estamos volviendo a las más genuinas fuentes que nos hicieron. Esto, puede darnos una pista para redescubrir, que ella es un patrimonio de familia, y que en la Familia de Domingo,  como en toda familia, la figura de la madre es clave ya que constituye un punto de referencia constante y un lugar de encuentro para los hijos. Por eso, Catalina, es de todos, como Domingo es de todos. Podemos decir que ellos encarnan la figura paterna y materna de nuestra Familia Predicadora,  y que son el espejo que refleja con claridad la imagen de lo que ellos concibieron a la hora de poner las bases y de vivir con un estilo nuevo el Evangelio; son además la plasmación histórica de lo que nosotros queremos vivir, en nuestra vida presente, en nuestra hora actual, según nuestras propias características y según las exigencias de nuestro tiempo. La ausencia de uno de ellos, haría que la comunidad familiar se viera truncada, incompleta, mutilada, y por tanto privada de una gran riqueza, de la plenitud de su desarrollo y su peculiaridad profética, histórica, eterna.

Es un hecho unánimemente aceptado hoy, que el hombre y la mujer están hechos para complementarse mutuamente, de tal modo que ambos se necesitan para vivir la vida con toda su riqueza, para explotar al máximo sus cualidades y capacidades, para ponerlas al servicio de los hermanos y del Reino, y para hacer nuestra existencia más agradable, atractiva y apetecible de ser vivida con ilusión. Por eso, volvemos hoy nuestros ojos a Catalina: porque su imagen de mujer cabal, junto a la imagen de Domingo, hombre también cabal, nos darán una visión masculina y femenina de nuestra particular vocación. Así, tal vez, podamos comprender un poco más la urgencia de plantear nuestra vida, nuestro apostolado y nuestro ser en relación a Dios, viviendo  la ayuda semejante, adecuada y recíproca a la que ellos, desde la historia y su presencia entre nosotros nos llaman.

     Domingo que comenzó con las monjas, y que tuvo con ellas detalles exquisitos de padre,  antes de lanzarse a la aventura de fundar la Orden con los hermanos; y Catalina que bebió de la sabiduría que sació la sed de Domingo y que lo lanzó, rompiendo baremos, formó y acompañó a aquellos hombres y mujeres deseosos de vivir el Evangelio en toda su frescura y  creó una “escuela de discípulos”, nos iluminan en nuestra común tarea en la que estamos llamados a caminar juntos, bajo el peligro, si no lo hacemos, de desvirtuar la riqueza de nuestra vocación, endureciéndonos en nuestros propios criterios e incapacitándonos para sacar adelante un proyecto para el que nacimos juntos; una tarea  que es de todos, porque el gran desafío es vivir : Juntos en misión.

    Algo de esto es lo que vamos a hacer: Nosotros, hombres y mujeres de la Orden de Predicadores, vamos, juntos a mirar a Domingo en su perfil humano, espiritual y apostólico, y vamos a descubrir, cómo su proyecto fue vivido en femenino, por Catalina. Tal vez, es ella quien mejor supo encarnar el ideal y estilo de vida pensado por Domingo. Es, por ello, un modelo legítimo para nosotros que andamos buscando vivir hoy ese ideal.

    Esto es válido para unos y para otras, porque hoy más que nunca es urgente que sepamos complementarnos y asumir los valores femeninos y masculinos, desde nuestra propia identidad, sexo y condición, para llevar a plenitud nuestra vocación humana, cristiana y apostólica: nunca serán demasiados los esfuerzos por redescubrir y vivir esta doble riqueza del carisma de Domingo. Catalina tiene mucho que decirnos, porque su vida es totalmente actual: “Es de hoy, no la arrinconemos”[2]

    En este volver nuestra mirada a su persona, descubriremos cuál es el secreto de su fecundidad apostólica y de su temple de mujer fuerte, el misterio de su personalidad íntegra y de su firme voluntad: La intimidad con Dios, acrisolada en la “Celda interior”, que la hizo y le permitió VIVIR de la superabundancia de su profunda unión con Él.

    Hoy, hablar de mística con seriedad, no es moneda corriente, pero no por eso es un tema pasado o sin interés: Todo lo contrario. Sin vida mística, esto es, sin una vida centrada en el Misterio de Dios, en esa profunda nostalgia de infinito, en ese hondo deseo de ver completada la obra de la Salvación, no podemos hablar de FELICIDAD, sino de sucedáneos descafeinados que no hacen más que aumentar el vació del hombre y de su corazón sediento de Dios y atormentado por el sinsentido y la superficialidad del “vivir a tope el momento presente” y nada más, a que nos urge nuestra sociedad, tal vez, demasiado secularizada.

    Acercarnos a Catalina, con nuestra mentalidad occidental de finales del Siglo XX, y leer su vida, a conciencia, puede, a primera vista, no ser fácil. Tal vez, nos asusten sus excesos, los acontecimientos extraordinarios, y acabemos por pensar que es de otra pasta, que no es accesible a nuestra “mediana” capacidad, o como hicieron algunos, descalificarla por ser “una vida fruto de la imaginación de sus biógrafos”.

    De cara al tercer milenio, los dominicos y dominicas, estamos llamados a vivir un rol protagónico en nuestra historia; estamos llamados a devolver a la palabra el contenido que ha perdido; a predicar la verdad sin componendas y con toda su belleza, en una cultura dominada por la mentira; estamos urgidos a amar a la Iglesia como a nuestra madre y a vivir con pasión de hijos nuestra pertenencia -desde la verdad- a ella; estamos obligados a hablar del Evangelio con la novedad y con la garra, con  la que resonó en la Galilea de Jesús de Nazaret: con lo que tenía de profético, de audaz, de desestabilizante, pero sobre todo con todo lo que tenía de pasión por salvar hombres y mujeres, por hacerlos plenos con su plenitud, por hacerlos felices a la medida y al modo de Dios.

    De Catalina, como de Domingo, sabemos mucho sobre su oración: Clave y secreto de sus vida “cristo-activas”[3], de su irradiación divina. Por eso, al preguntarnos hoy por Catalina, al preguntarnos hoy por Domingo, tal vez, lo mejor es preguntarles a ellos mismos:

    ¿Cómo oráis? ¿Cómo oras Catalina? ¿Cómo oras Domingo?

    ¿Cuál es el secreto de vuestra intimidad con Dios? ¿Qué fuego quema y inflama vuestras entrañas?

     Como los frailes que expiaban a Domingo en sus largas vigilias de oración, asomémonos a la oración y a la vida de Catalina; a la oración y a la vida de Domingo, y allí encontraremos el secreto que todos buscamos para nuestras vidas y para nuestra misión. Si esto hacemos, podremos vivir, lo que alguien ha llamado en Catalina “La tiranía de la gracia”: Un decir, LO QUIERO, y conseguirlo TODO de Dios