VOCACIÓN Y VOCACIONES
TEOLOGÍA ESPIRITUAL

SUMARIO

I. El problema vocacional hoy: 
1. Proyecto hombre y vocación cristiana; 
2. La nueva autoconciencia de Iglesia; 
3. El discernimiento vocacional. 

II. Vocación cristiana y vocaciones específicas: 
1. Elementos constitutivos de la vocación en la Biblia. 
    a) La llamada a una misión, 
    b) La vida nueva en el seguimiento,
    c) Dones diversos fiara una comunidad en misión; 
2. La vocación en el magisterio conciliar y posconciliar; 
    a) La vida en Cristo es vocación,
    b) En Cristo toda vocación es particular, 
    c) La pastoral de las vocaciones en la Iglesia; 
3. De la vocación a las vocaciones. 

III. La pastoral vocacional: 
1. El discernimiento vocacional 
    a) La naturaleza del discernimiento, 
    b) El objeto del discernimiento vocacional, 
    c) Los elementos del discernimiento vocacional 
2. Para una pedagogía de los valores vocacionales. 

IV. Problemas y perspectivas: vocaciones, espiritualidad y dimensión ética.


La yuxtaposición de los términos vocación y vocaciones permite captar inmediatamente la originalidad de la antropología cristiana. Vocación en singular pone el acento en la llamada de todos a la configuración con Cristo á través del bautismo; vocaciones en plural precisa la diversidad de los dones que componen el rostro de la comunidad eclesial unificada por el Espíritu. La reflexión teológica sobre ese tema se ha profundizado mucho en este período posconciliar, estimulada por el Vat. II, por la creciente autoconciencia vocacional de la Iglesia y, no menos, por las amplias problemáticas surgidas de la crisis de las vocaciones especificas. La profundización ha crecido tanto en el plano teológico como en el de las ciencias humanas. La perspectiva unificadora es pedagógico-espiritual y pastoral, y se orienta hacia una doble preocupación: por una parte, recualificar la identidad de las vocaciones por dentro, y, por otra, renovar radicalmente el método de la pastoral vocacional. El hilo conductor para este fin lo da la dimensión ética y pastoral, sobre todo a partir de la renovación de la conciencia vocacional solicitada por el Vat. II.

I. El problema vocacional hoy

La problemática vocacional puede resumirse en torno a tres capítulos: la centralidad antropológica, la nueva autoconciencia de la Iglesia y la instancia personalista.

1. PROYECTO HOMBRE Y VOCACIÓN CRISTIANA. Con el giro antropológico, que coloca en el centro del debate cultural al hombre, resulta evidente el conflicto entre la vida como proyecto y la vida como vocación. Cuando se habla de proyecto, el acento recae en la libertad de la persona, en su iniciativa; en cambio, la vocación remite al misterio de una llamada y hace del hombre un interlocutor de Dios. El conflicto tiene diversas soluciones: fuera de la comunidad cristiana, la palabra vocación es sustancialmente extraña. Es más, el que hace una elección particular, por ejemplo la elección de una consagración especial, figura generalmente como una persona extraña, no realizada. Dentro de la comunidad eclesial se plantea el problema espiritual y moral de cómo poner en relación el proyecto del hombre con el misterio de una llamada que viene de Dios, problema que se compendia en la pregunta: "¿Cómo la libertad del hombre no se anula, sino que se valoriza, con la llamada de Dios?" De ahí el empeño en unir la libertad con la llamada, los valores humanos con los valores de fe, la realización humana con la autotrascendencia evangélica. "¿Cómo es Cristo proyecto del hombre?" (instancia cristológica).

2. LA NUEVA AUTOCONCIENCIA DE IGLESIA. Toda vocación implica dos dimensiones: la comunitaria y la personal. La Iglesia posconciliar se orienta hacia una conciencia nueva de su ser en la historia. Se presenta como un "signo" configurado por los diversos dones del Espíritu. Por lo tanto, la dimensión comunitaria se convierte en contenido esencial de la persona en situación vocacional. La comunidad es el lugar histórico en el que se realiza la vocación; es el sujeto que propone y ayuda el crecimiento de todas las vocaciones. Pero históricamente se impone la ardua tarea de hacer significativa la experiencia comunional de la vocación cristiana dentro de una cultura que acepta la hegemonía del modelo individualista del hombre, convertida en costumbre sobre todo a nivel de generaciones jóvenes. En consecuencia, surge el deber pedagógico de la comunidad al servicio de las vocaciones específicas, especialmente las de particular consagración (instancia eclesiológica).

3. EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL. El ocaso del éthos cristiano plantea la urgencia de personalizar los caminos educativos, centrando, por tanto, la atención en el discernimiento como mirada permanente de la fe dentro del proceso de maduración de una vida según el evangelio. La vocación es un acontecimiento de gracia para la persona particular, llariiada a responder responsablemente ante Dios. Crece hacia la madurez mediante la interiorización de valores y el discernimiento de los signos con los que habla Dios. De ahí la urgencia de suscitar una conciencia auténticamente evangélica de la libertad y del descubrimiento de la vida como don, servicio y misión (instancia personalista).

II. Vocación cristiana y vocaciones específicas

1. ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA VOCACIóN EN LA BIBLIA. La categoría bíblica de vocación es la más comprensiva y pertinente para indicar la identidad del creyente. La experiencia vocacional crece a lo largo de toda la parábola histórica de Israel, alcanzando su plenitud con Jesús y con el nacimiento, a través del Espíritu, de la comunidad cristiana. Pero, siempre, la vocación se inscribe en la existencia de una persona como acontecimiento de novedad; es como tomar conciencia de una misión confiada por Dios, pero capaz de exigir una respuesta responsable del hombre. No obstante, es posible, dentro de las vocaciones de la historia bíblica, advertir un progresivo surgir de aspectos característicos, que pueden reducirse a tres: la llamada a una misión, la vida nueva en el seguimiento, los dones diversos para la comunidad. Cada uno de estos componentes suscita en las opciones conscientes del hombre instancias morales precisas, que connotan la actitud obediente frente a Dios.

a) La llamada a una misión es la génesis de toda vocación, como intervención misteriosa de Dios, cuya naturaleza se nos escapa; es siempre capaz de interesar al hombre hasta cambiar redicalmente su historia en orden al cumplimiento de una obra. La llamada asume el significado de un acontecimiento creativo. La historia de Israel está diversamente marcada por esta acción de Dios que llama a construir su pueblo-(Abrahán: Gén 12,1;17,5; Moisés: Ex3,10) o bien elige para un ministerio de profecía al servicio de la fidelidad a la alianza.

En la raíz de las intervenciones de Dios está siempre el misterio de un amor gratuito. La misión nueva a la que es llamado el profeta es un servicio a veces difícil, que le hace ser un hombre separado, un testigo contracorriente de una relación singular entre Dios y su pueblo. Por eso la vocación del hombre bíblico se enfrenta con la de Israel, comunidad de la alianza. La reacción ante la llamada de Dios es diversa: a veces es la fe obediente y pronta (Gén 12,4; Is 6,8), otras veces es el temor (Éx 4,10; Is 6,5; Jer 1,6; Ez 1,28). Cuando Dios entra en la vida de una persona hace nacer la conciencia viva de una condición radical de pecado del hombre ante la santidad de Dios mismo; de ahí la turbación por la desproporción entre los cometidos que exige el nuevo destino y la limitación de la capacidad humana.

En el evangelio Jesús dirige la llamada a sus discípulos; ésta resuena como llamada exigente de la "palabra". La multitud anónima es el campo en el que Jesús arroja la semilla del reino, que genera la conciencia de una pertenencia. Dentro de esta propuesta abierta a todos llama a algunos a compartir más de cerca su misión a fin de convertirlos en testigos de la resurrección. También la llamada de Jesús suscita las reacciones más dispares: desde el temor de Pedro, que se siente pecador (Le 5,8), a la prontitud de Mateo (Mt 9,9) y al deseo profundo de Andrés y de Juan de conocer a Jesús (Jn 1,38-39). Así pues, la llamada en el AT y NT es una propuesta personal; el cambio de nombre connota la novedad del destino que envuelve a la persona (Gén 17,5; Is 62,2; Jn 1,42), la profunda relación entre el que llama y el que es llamado, la docilidad obediente del que recibe el nombre al que lo da (Le 6,12-16; Me 3,13-19; Mt 10,1-5), la participación de la misma misión (Mt 10,16; 28,19-20; Jn 20,21).

b) La vida nueva en el seguimiento. Toda llamada determina una condición nueva en la existencia de la persona, que la hace ser distinta de los demás. En el AT, con esta pertenencia se subraya la separación, la lejanía espiritual, incluso respecto a los familiares (Gén 12,1; Is 8,11; Jer 12,6; 16,1-9; 1 Re 19,4). En el evangelio Jesús compromete al discípulo en "compartir" y en la lógica del "perder la vida". La llamada se convierte en l seguimiento, el cual supone la obediencia como don total de sí, con el peso específico de la cruz propia (Le 9,23-24). Estar con Jesús significa crecer en la escuela de su palabra, en la adhesión madura de la fe en él, el "Señor". Por tanto, la vocación del discípulo se expresa en una pluralidad de actitudes concretas: seguir a Jesús adondequiera que vaya (Mt 8,19; 8,22; 9,9; 10,38; 16,24), estar con él (Me 3,14), ir en su nombre (Mt 10,1; 10,16; Me 3,15; 6,7; Le 9,2; 10,1), finalmente ser testigos de él resucitado (Le 24,48; He 1,8). Por otra parte, el testimonio de la resurrección requiere una libre adhesión de fe en la lógica de su sí al Padre.

El seguimiento provoca la opción precisa del perder la vida en el don de sí. El discipulado cristiano se realiza en la paradoja de negarse a sí mismo y morir, como la semilla en el surco, para crecer y dar fruto (Le 9,23-24; Jn 12,24). El ejemplo por el que se mide el discípulo es el misterio mismo de Jesús muerto y resucitado, como acontecimiento que marca la fecha de la nueva génesis de la humanidad redimida y como signo radical de la vocación cristiana. "Confesar que Jesús es Señor" (Rom 10,9) confirma la identificación definitiva del llamado con el maestro, en la misma condición de ofrecimiento por la salvación del mundo.

c) Dones diversos para una comunidad en misión. En la conciencia de la comunidad cristiana de los orígenes la vocación se enriquece con nuevos elementos. Con la venida del Espíritu se inicia para la Iglesia su misión definitiva en la historia. El discípulo es el que, escuchando la voz del Espíritu, se une a la comunidad acogiendo un don original y diverso, ordenado a su misión.

La llamada es, pues, obra del Espíritu creador, fuente de toda vocación. De aquí brota otro rasgo en la historia de la comunidad creyente: la conciencia de una pluralidad de dones y de ministerios. No existen vocaciones genéricas. El Espíritu genera dones "específicos" y diversos. Toda vocación es un carisma que hay que vivir en el servicio: "Que cada uno ponga al servicio de los demás los dones que haya recibido como corresponde a buenos administradores de los distintos carismas de Dios" (1 Pe 4,10).

El estatuto ontológico de una comunidad vocacional nos lo ofrecen las cartas de san Pablo a las Iglesias de Corinto y de Éfeso (1Cor 12, 1-11; Ef 4,11-16): la comunidad eclesial no es una organización eficiente desde abajo a través de la iniciativa o la creatividad de los hombres, sino el lugar en el que cada uno vive la conciencia de un don singular al servicio de la común utilidad: "Él, a unos constituyó apóstoles; a otros, profetas; a unos evangelistas, y a otros, pastores y maestros... en la edificación del cuerpo de Cristo" (Ef 4, 11-12).

El apóstol Pablo fija algunos aspectos irrenunciables de toda vocación cristiana. Ante todo la fuente de los dones, que es el Espíritu; la diversidad, en efecto, proviene de él: "Hay diversidad de carismas, pero uno solo es el Espíritu". En segundo lugar, el modelo: es el Señor, Cristo resucitado, el nuevo Adán con el que se confronta todo discípulo: "Hay diversidad de ministerios, pero uno solo es el Señor" (ICor 12,5). Por eso la vocación del creyente es un esfuerzo por conformarse con la imagen de Cristo (1Cor 15,49). Por tanto, la capacidad de reconocer los dones y de crecer armónicamente es también signo de una madurez de la vida según el Espíritu. La división es herejía, es laceración del cuerpo de Cristo; y el agitarse a merced de "cualquier viento de doctrina" recuerda la imagen de los niños llevados de acá para allá con cualquier "engaño de los hombres que con su astucia tiende a arrastrar al error" (Ef 4,14). El paso de una edad infantil de la fe a una madurez espiritual se manifiesta en el discernimiento del don de sí como valor útil para construir, en comunión con el don de los otros, la misma Iglesia de Cristo.

La respuesta a la acción del Espíritu en la historia de la comunidad cristiana y en la vida de cada uno es, pues, este discernimiento como esfuerzo en percibir las inspiraciones coherentes con la existencia nueva y los signos que permiten la plena realización de sí según el don de cada uno.

2. LA VOCACIÓN EN EL MAGISTERIO CONCILIAR Y POSCONCILIAR. El magisterio conciliar y el posconciliar son decididamente innovadores en lo que concierne a la vocación desde el punto de vista teológico y pastoral. El Vat. II nos ha familiarizado con dos conceptos fundamentales: la vida vocación y las vocaciones en plural dentro de la llamada común en Cristo y en la Iglesia.

La vocación no se identifica, por tanto, con algunas elecciones, sino que constituye la dimensión fundamental de la antropología cristiana y comprende la multiplicidad de los dones que compaginan en unidad el sacramento de la Iglesia como "comunidad de los rostros". A nivel pastoral, el Vat. II asume a la comunidad misma como sujeto en estado de vocación, responsable de la promoción, del discernimiento y del cuidado de toda vocación.

a) La vida en Cristo es vocación. La existencia personal de cada uno tiene una dignidad singular, con fundamento y caracteres inalienables. Gaudium el spes sobre todo sugiere la categoría de vocación como estructura de la existencia humana. El Vat. 11 proclama "la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta" (GS 3). Precisamente porque "la vida es vocación" (PABLO VI, Populorum progressio), cada hombre está llamado a desarrollar todos los dones de que Dios le ha dotado. La dignidad humana consiste en la llamada a la comunión con Dios. Ese destino confiere a la persona una estructura dialógica, pues "desde su nacimiento el hombre es invitado al diálogo con Dios" (GS 19) a través de "una relación personal con él" (JUAN PABLO 11, Patres Ecclesiae, 7). Todos los hombres poseen idéntica dignidad porque tienen el mismo origen, son creados a imagen de Dios y redimidos por el mismo Cristo (GS 22,10). De estas raíces se deriva la índole comunitaria e integral de la vocación; todos los hombres, y todo el hombre, son llamados al mismo fin (GS 24).

En la perspectiva de esta experiencia integral encuentra su puesto privilegiado la cultura (GS 57), y su significado más cierto, la dimensión económico-social (GS 63). La misma comunidad política y la Iglesia, "aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre" (GS 76).

La visión de la vida como vocación la presenta Pablo VI en la Populorum progressio. A través de Cristo vivificador, el hombre accede a un "humanismo trascendente (n. 2), realiza un "humanismo pleno", "el desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres", lo que es posible a través del crecimiento solidario de la humanidad.

b) En Cristo toda vocación es particular. El misterio de la vocación se indica con muchas expresiones que ponen de manifiesto aspectos diversos, como los carismas, la eclesialidad, el aspecto de signo y la dimensión personalista en la dinámica de la llamada-respuesta. De ahí se sigue que toda vocación es siempre particular y encuentra su contexto vital en el misterio de Cristo que vive en la Iglesia.

Cuando se habla de dones múltiples, se hace referencia al Espíritu que actúa en la Iglesia para unificar la diversidad de los carismas y de los ministerios (LG 4), o a Cristo, que, por medio del Espíritu, dispensa los ministerios para un servicio recíproco en la comunidad (LG 7; JUAN PABLO 11, Redemptor hominis, 6).

El elemento carismático se subraya particularmente para las vocaciones de especial consagración o para el ministerio ordenado (LG 42; 43; PC 1).

La vocación es, además, un acontecimiento de comunión en Cristo y en la Iglesia. "Todos los hombres están llamados a la unión con Cristo, que es la luz del mundo" (LG 3), y por eso "están llamados a formar el nuevo pueblo de Dios" (LG 13). Más aún, "la común vocación de los cristianos a la unión con Dios y entre los hombres para la salvación del mundo se ha de considerar primero incluso que la diversidad. de los dones y los ministerios" (CONGREGACIÓN PARA LOS RELIGIOSOS, Religiosos y promoción humana, 7).

La dignidad de toda vocación, su realeza, se ejerce en el servicio y en la "responsabilidad solidaria para con la Iglesia" (JUAN PABLO II, Redemptor hominis, 6), la cual se cualifica, pues, como comunidad de los llamados (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, 2. ° Congreso internacional para las vocaciones, Roma 1981: Documentofinal, 13;15).

Hay luego un doble fin, que une los dones y constituye el compromiso de cada uno: la misión y la llamada a la santidad. La vocación cristiana es "por su naturaleza llamada al apostolado" y "en la Iglesia hay diversidad de ministerios, pero unidad de misión" (AA 2). La fidelidad a esa identidad realiza la santidad "como vocación universal" (LG 5) y pone en cada miembro de la Iglesia la urgencia de un único criterio operativo: "el primado de la vida del Espíritu" (CONGREGACIóN PARA LOS RELIGIOSOS, Mutuae relationes, 6). Todas las vocaciones son así manifestaciones del misterio de Cristo (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, 3), testimonio de su amor (LG 31; 41; 45), y participan de la naturaleza sacramental de la Iglesia como signo de la unión con Dios y de la salvación del mundo (Mutuae relationes, 6).

Finalmente hay que considerar el aspecto más personal de toda vocación: la llamada interpela la conciencia de cada uno, provocándolo a una respuesta inalienable. Por una parte, la experiencia vocacional es una llamada al amor. "La revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar la vocación de la persona humana en su integridad al amor: el matrimonio y la virginidad" (JUAN PABLO 11, Familiaris consortio, 7). Por otra, la respuesta es expresión de amor (LG 41; 42). El magisterio de la Iglesia lo evidencia sobre todo para la vocación al ministerio ordenado y para la elección de vida a la luz de los consejos evangélicos (PO 11; PABLO VI, Sacerdotalis caelibatus, 2). El amor involucra profundamente a la persona a un alto precio, porque la hace partícipe del misterio de la redención (JUAN PABLO II, Redemptionis donum).

c) La pastoral de las vocaciones en la Iglesia. La perspectiva pastoral en el magisterio eclesial añade a la claridad teológica una preocupación histórica por la crisis de las vocaciones de especial consagración. La comunidad cristiana, si por una parte es solicitada a hacerse cargo del crecimiento de la conciencia vocacional de todos, por otra es requerida con justificada preocupación para un compromiso particular y convergente respecto a las vocaciones al ministerio ordenado y de especial consagración.

0 La comunidad, sujeto y lugar del crecimiento vocacional. La pastoral vocacional compromete a toda la comunidad cristiana. Por tanto, ella es el lugar y el sujeto de toda llamada (OT 2; Ratio fundamentalis, 3). El compromiso por las vocaciones se califica de deber o cometido, que brota de la identidad misma de la comunidad eclesial. Si "la Iglesia particular está en estado de vocación porque se identifica con todas las vocaciones de que está constituida", es para ella "esencial acoger, discernir y valorizar todas las vocaciones" (CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, 2. ° Congreso internacional... Doc. final, 15).

En la comunidad asumen particular valor la familia y la parroquia; a la primera se la reconoce como "primer seminario" (OT 2), "escuela de humanidad más rica" (GS 52), "lugar normal del crecimiento humano, cristiano y vocacional de los hijos" (Doc. final, 39); la segunda, cuando es adulta en la fe, es escuela de apostolado (AA 10) y el lugar natural, dada la variada presencia de grupos, personas y comunidades, para el crecimiento vocacional de cada uno (OT 2).

En la Iglesia tienen una función específica los educadores, y en particular el obispo, los sacerdotes (OT 2; PO 11; CONGREGACIÓN PARA LOS OBISPOS, directorio Ecclesiae imago, 4) y todos los que viven ya una vocación precisa al servicio de la comunidad cristiana.

- Pastoral ferial, de comunión y personal. La afirmación de la comunidad como sujeto y lugar del crecimiento vocacional destaca tres caracteres importantes: la pastoral de las vocaciones es ferial, de comunión y personal.

La tarea formativa según el designio de Dios incumbe a la pastoral ordinaria, y or tanto se funda en las estructuras fundamentales de la comunidad cristiana. Mejor, es "la misma vida la que genera la vida" (Doc. final, 18). Se ayuda a las personas a responder al proyecto de Dios a través de una vida alegre y activa en la caridad" (OT 2; PO 11; PC 24). El estímulo al discernimiento y a la maduración de toda vocación viene de una pastoral atenta a la palabra (PO 11; JUAN PABLO 11, Catechesi tradendae, 6; PC 12; LG 42), a .la caridad, a la oración (OT 2), que constituyen el clima de una comunidad profundamente animada de espíritu de la fe (OT 2; Doc. final, 6; 19-24).

La dimensión de comunión de la pastoral de las vocaciones se refiere, además de a la correlación intrínseca entre los ministerios y los dones diversos, a los varios niveles de la acción pastoral; por ello la animación vocacional se incluye en el camino de conjunto de la comunidad cristiana (AG 9; Ratio fundamentales, 3), y de modo particular encuentra su contexto más idóneo en la pastoral juvenil (directorio Ecclesiae imago, 4).

El tercer aspecto que se repite en el magisterio está ligado más propiamente a las personas en camino hacia la plena madurez. La voz de Dios ha de "reconocerse y examinarse a través de los signos de los que se sirve cada día el Señor para hacer comprender su voluntad" (PO 11). De ahí la sabiduría pastoral del discernimiento, sobre todo en el sacerdote como principal animador de la comunidad, para "reconocer, examinar y estudiar el plan misterioso de Dios sobre cada persona y el ministerio de una atenta y prudente dirección espiritual (PO 11)" (Doc. final, 49).

3. DE LA VOCACIÓN A LAS VOCACIONES. La relación vocación y vocaciones configura el paso de la condición nueva en que se encuentra el creyente por la inserción en Cristo a través del bautismo a su vocación particular como respuesta adulta al don del Espíritu. Esto comprende la toma de conciencia del primado de Dios en la propia historia, la acogida del seguimiento de Cristo como significativo para la propia experiencia humana, la capacidad de relación dentro de una comunidad concreta reconociendo y estimando el don de los demás, la voluntad de hacer don de él en las múltiples direcciones del servicio, del apostolado y del testimonio del reino y, finalmente, la elección de un estado de vida que expresa un aspecto del misterio de Cristo de modo estable y definitivo. Todo esto es posible a través del discernimiento espiritual del proyecto de Dios y la obediencia responsable a los deberes que se siguen.

Toda vocación, como elección definitiva y estable, se abre a una triple dimensión: en relación a Cristo toda llamada es signo; en relación a la Iglesia es carisma y ministerio; en relación al mundo es misión y testimonio del reino.

El reino constituye la condición nueva en que viene a encontrarse el creyente insertado en Cristo. Así como toda la comunidad eclesial es un sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (LG 1), del mismo modo toda vocación revela la dinámica profunda que la comunión trinitaria obra en la vida nueva del salvado: la acción misteriosa del Padre, del Hijo y del Espíritu como acontecimiento que hace ser en Cristo criaturas nuevas, modeladas según él. Toda llamada es un modo particular de revelar el misterio de Cristo (LG 46; Mutuae relationes, 6). La vocación cristiana como signo revela la grandeza de toda llamada como relación con Dios. No es iniciativa del hombre, sino respuesta al amor de Dios en Cristo por medio del Espíritu. Ser signos remite al valor constitutivo del amor de Cristo que se expresa en el lenguaje de gestos concretos y formas de vida significativas. La fidelidad vocacional radica en el misterio de Cristo para hacerse testimonio visible en medio de los hombres.

El En relación con la Iglesia la vocación es carisma y ministerio. Si el signo precisa el misterio de una relación singular con Cristo y el carácter de respuesta frente al amor de Dios, los carismas connotan la absoluta gratuidad del hecho vocacional. La llamada de Dios es un don para la comunidad; es un don que tiene su raíz en aquel que obra la presencia de la Iglesia en la historia, reconstruyendo la humanidad a imagen de la comunión trinitaria; "Nadie puede decir: `Jesús es el Señor', si no es movido por el Espíritu" (1 Cor 12,3). Y añade Pablo: "Hay diversidad de dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de funciones, pero el mismo Señor; diversidad de actividades, pero el mismo Dios que lo hace todo en todos" (vv. 4-6). La acción del Espíritu constituye a la Iglesia como "comunidad de rostros" (II epíclesis) y suscita en la conciencia del bautizado una intuición y una voluntad capaz de hacerse proyecto de vida de modo original según el gran modelo de Cristo, el "amén" del Padre. El Espíritu engendra en el corazón del cristiano la agape no sólo como ética nueva del amor, sino como estructura profunda de la persona, llamada a vivir en relación con los demás. Cada uno es plasmado por el Espíritu, que es la fuente de la comunión. El amor-agape será entonces el rostro manifiesto de una elección vocacional precisa, que se expresa fundamentalmente en la dirección de la conyugalidad o de la virginidad consagrada. El modelo supremo de todo proyecto de existencia es Cristo, revelación plena del amor, en el testimonio de la oferta en la cruz y en el signo de hacerse otro en la eucaristía.

El carisma que está en la raíz de toda vocación hace crecer a cada uno según la plena estatura de Cristo (Ef 4,13), totalmente modelado según su ejemplo de siervo obediente. Por eso, la vocación cristiana es también ministerio. Hay que redescubrir la vida como servicio a los hermanos en la comunidad eclesial. El ministerio se expresa en funciones y servicios precisos, como en el caso del orden, de los ministerios instituidos o de hecho, y se revela en el testimonio significativo del valor, del que la vocación es signo, como en las diversas formas de la vida consagrada o de la elección matrimonial.

- Finalmente, toda vocación es, en relación con el mundo, misión. La misión remite al carácter de la madurez de la fe: la utilidad común, la plena realización del reino de Dios. Los caminos de la misión son coherentes con los dones del Espíritu. Una es la misión del ministerio ordenado y otra es la misión de la vida religiosa o laical. Pero la perspectiva última es idéntica: revelar al mundo el designio de Dios, instaurar su realeza, participar en los dolores de parto de la nueva creación (Rom 8,22), hasta que se consume plenamente la salvación. Por eso todo don en la Iglesia está destinado a su vitalidad supranatural y generativa. Es un ser "para" el reino. "La vida genera la vida" (Doc. final, 18). El Espíritu no sólo suscita todo carisma y ministerio en relación con los demás para constituir el sacramento de la Iglesia, sino que los hace crecer a todos en la misión hacia el hombre para verificar la unidad de todo el género humano.

De aquí la intrínseca participación de toda vocación en el apostolado y en la misión de la Iglesia como germen del reino. Vocación y misión constituyen dos caras del mismo prisma. Definen la vida a la luz de la palabra de Dios, a la luz del misterio de Cristo, modelo invisible de todo hombre llamado a la salvación. Él es, en realidad, el gran misionero del Padre. No se puede afirmar propiamente que Jesús tenga una vocación, pero es cierto que tiene una misión. El es el enviado para la liberación y la salvación de todos. En cambio, el discípulo es llamado en Jesús para compartir su misión. Por tanto, esta dimensión de la fe -la misión- define el sentido pleno de la vida: como respuesta, don, compromiso de anuncio y de testimonio, signo de Cristo muerto y resucitado. La vida se realiza en plenitud dándola para el servicio en la misión.

Luego, el aspecto de vocación precisa la llamada que el Espíritu hace oír como intuición, simpatía y propensión en el corazón del creyente, y la respuesta personal a través de la escucha, la oración y la formación de una mentalidad evangélica. Sobre todo, la palabra vocación hay que decirla más propiamente en plural. Si es única la misión de la Iglesia, son muchos los modos de realizarla en las diversas vocaciones: tenemos la presencia del sacerdote, de los cónyuges en la familia cristiana, de las personas consagradas, del laico dedicado a los diversos servicios. El objetivo último es la transformación de la humanidad en comunidad, signo de la comunión trinitaria.

III. La pastoral vocacional

El crecimiento de la conciencia vocacional pedido por el magisterio y por la praxis eclesial ha pretendido favorecer la superación de una cierta separación entre pastoral de las vocaciones y pastoral de la comunidad cristiana. La pastoral vocacional no es un ámbito colateral, sino el alma y la finalidad misma de toda la pastoral. De ahí el esfuerzo de una propuesta no fragmentaria ni episódica, sino que estructure todo camino de formación en la fe. Por eso caracterizan algunas constantes la pastoral vocacional de este período posconciliar, como, por ejemplo, la atribución a toda la comunidad de una función activa y corresponsable en la promoción de las vocaciones, la atención de los educadores, el significado proyectivo y formativo de todo camino de fe, que gira en torno a la palabra, a la liturgia y a la caridad.

Aquí destacan dos temas, recortados entre otros también importantes, que tocan a la conciencia de la persona frente al misterio de la vida: el discernimiento y la pedagogía de los valores vocacionales, que hay que contextualizar dentro de una pastoral que deje espacio a la dirección espiritual y a los caminos de la fe.

1. EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL. a) La naturaleza del discernimiento. El discernimiento, relegado en el pasado a un ámbito estrictamente personal, como atención a las decisiones importantes de la vida espiritual, como frente a una elección vocacional, recupera su pregnancia bíblica. Es compromiso permanente, no ocasional; revela una nueva conciencia de la Iglesia itinerante en la historia, no es prerrogativa de ninguna persona.

La expresión bíblica que permite la transcripción conceptual de discernir es el verbo dokimazein, que quiere decir probar, reconocer. El creyente, a través del Espíritu, es habilitado para reconocer la voluntad de Dios (Rom 12,2), verificando lo que a él le agrada (Flp 1,10) y qué es lo mejor (1Tes 5,21). La referencia más inmediata de discernir es la palabra diakrisis, usada dos veces en el NT con el significado de "distinguir rectamente" (1Cor 12,10; Heb 5,14).

Pero el discernir de la experiencia bíblica desarrolla una rica fenomenología de actitudes, como recordar los gestos de Dios en los momentos difíciles, reconocer la persona y el misterio de Jesús, escuchar (Lc 8,21), la interiorización de la palabra (Lc 8,15), creer (Jn 3,16-18), la lectura de los signos de los tiempos (Mt 16,13). O bien, en san Pablo, el discernimiento radica en el don del Espíritu para desarrollarse en la dinámica de una inteligencia espiritual nueva (Col 1,9), para orientarse hacia Jesús (1Cor 12,3), para obrar de manera digna del Señor (Col 1,10), para distinguir a los espirituales (lCor 12,10) y para construir la unidad de la Iglesia (Ef 4,13).

Así pues, el discernimiento tiene -una fuente: el don del Espíritu, presente de modo extraordinario en algunos, hombres espirituales o, de modo común, en todas aquellas personas que tienen un ministerio de guía hacia la plena realización de la vida de fe; -una dinámica: es una sabiduría, teologal y es un juicio que se desarrollan en lo profundo de la visión de fe, en la perspectiva de la esperanza y en la proximidad del amor. El discernimiento mira dentro, mira el futuro y es participación empática con los signos de un designio misterioso presente en la persona; esto es posible por la delicada cercanía del amor; -un fin: la voluntad de Dios inscrita en la historia de una comunidad y en la vida de cada persona particular.

Por todo esto el discernimiento vocacional asume inmediatamente el significado de síntesis y profecía. Es concentración en un momento de la vida y es mirada comprensiva y profética de toda la vida. En el giro de una elección vocacional, la sabiduría del discernir es particularmente necesaria. El carácter definitivo de una vocación depende de la prudente valoración de los signos mediante los cuales obra Dios. No se trata de una rápida consideración de experiencias de suyo reversibles y muchas veces corregibles. Para reunir en síntesis los fragmentos de un designio que Dios ha revelado gradualmente en la historia vivida de una persona se requiere aquella inteligencia espiritual atenta a la multitud de signos que globalmente configuran el futuro. Son signos que se sitúan a nivel de sensibilidad subjetiva, de intuiciones espirituales, de respuestas concretas a las preguntas provenientes del horizonte de la pequeña y gran historia cotidiana, de experiencias y de encuentros vividos en sentido positivo y negativo. Sin embargo, la síntesis no la realiza sólo el que hace de guía, sino la persona que busca; entonces se convierte en proceso interiorizador de los valores, y no sólo en intuición; en experiencia vivida, y no sólo en simpatía (piénsese en los valores de la oración, del servicio, de la armonía afectiva, etc.); en paz consigo mismo como expresión de las elecciones realizadas; en autodiscernimiento realista como fundamento del riesgo prudente y animoso de las opciones evangélicas. La profecía es disponibilidad a lo nuevo, confiando simplemente en la fidelidad de Dios como raíz de nuestra fidelidad; es certeza de arreglárselas también en la crisis como comprobación necesaria. La dimensión profética del discernimiento es el arte de educar en el riesgo de la fe, de abrir la vida al futuro, de entusiasmarse por los valores que fundan la esperanza como la casa en la roca.

b) El objeto del discernimiento vocacional. Un problema vuelve en forma de interrogación en la búsqueda vocacional: ¿cómo discernir la voluntad de Dios y su designio dentro de la vida? Se impone antes de nada la atención a los signos que hay que decodificar para orientar la existencia del creyente según el plan de Dios. "La voz del Señor que llama no ha de aguardarse en modo alguno que llegue de modo extraordinario a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes" (Poli).

A nivel existencial la vocación cristiana específica alcanza su madurez como opción estable cuando se ha conseguido el discernimiento de los signos objetivos prudentemente requeridos para una fidelidad definitiva. El autodiscernimiento es la conciencia madura de un complejo de valores que apoyan la elección libre y para siempre, ya sea en la dirección del amor conyugal, ya en la del amor virginal.

Con todo hay que evitar dos prejuicios respecto a los signos que hay que discernir: el primero concierne a los elementos objetivos de un proyecto vocacional; el segundo, a la conciencia subjetiva y a su relación con los componentes de los valores objetivos.

Por el lado de los signos objetivos, para captar un designio preciso de Dios no existe distinción "de campo", como si algunos elementos fuesen necesariamente orientadores de una elección de vida y otros de otra. Existe, en cambio, una diversidad de cuadro global de los valores interiorizados y vividos en comportamientos.

También la autoconciencia requerida en la perspectiva de una vocación precisa se expresa a su vez en la fe prudentemente verificada basándose en valores objetivos, aun conservando todos aquellos aspectos de riesgo que se verifican en las personas llamadas, nunca garantizadas y siempre solicitadas a renovar su adhesión al amor en la llamada.

Así la sincronía entre valores objetivos y conciencia subjetiva genera una paz de fondo, no sin retorno de conflictos o de dudas; hay que madurarla a través de la mediación de la comunidad y de aquellas personas a las que compete de modo particular el discernimiento vocacional.

El cuadro de los elementos objetivos lo constituyen los valores humanos y de fe necesarios para toda elección vocacional, como respuesta responsable a Dios que llama por el nombre. La interacción entre elementos humanos y sobrenaturales toma cuerpo en actitudes, comportamientos y experiencias de vida.

Por tanto, son signos objetivos que permiten la realización de una elección vocacional madura: la capacidad de asumir la palabra de Dios, la fe como criterio de juicio de la vida e historia propias; la experiencia seria de Dios probada a través de la oración como tal y la experiencia de la oración viva; la serena capacidad de relación afectiva, respetuosa y fecunda en el diálogo; la capacidad de colaboración en una comunidad (o grupo); el valor del sacrificio en la paciencia y en la entrega; el servicio convertido en hábito, la disponibilidad a lo nuevo, a lo que insta continuamente la vida y la palabra misma de Dios.

Pero hay también un elemento subjetivo, que pertenece al misterio de la persona y a la pedagogía de Dios, no objetivable ni racionafzable; es la intuición profunda de un valor particular de la experiencia cristiana; es una simpatía hacia una vocación precisa. Es la intuición de la bondad del servicio a tiempo pleno para el Señor, de la virginidad consagrada por el reino; es una fascinación misteriosa por la vida contemplativa, el deseo de una relación afectiva particular o la voluntad de trabajar a través de la vida entre dos por los demás.

La intuición de un valor o de un modo particular de realizar el seguimiento es simpatía por una elección; es deseo que convive con la certeza o la confianza de realizarse en plenitud; es una atracción que se hace precisa tanto a nivel racional cuanto a nivel existencial; es, finalmente, conciencia vocacional que se vuelve cada vez más clara a través del correspondiente crecimiento de los elementos objetivos y de algunos de ellos en particular.

El discernimiento de los signos no es, sin embargo, sólo verificación de su presencia en la vida concreta de un joven; es sobre todo un camino que estimula el crecimiento de aquellos valores que dan consistencia al cuadro global y hacen nacer la conciencia de una respuesta personal a una tarea que el Señor intenta confiar. La intuición o la simpatía del primer momento se convierte luego en conocimiento maduro de las implicaciones espirituales y morales que lleva el seguimiento. Si la persona no se plantea en términos precisos el problema de la elección, resulta difícil una verdadera libertad como condición de madurez vocacional.

c) Los elementos del discernimiento vocacional. - La consistencia de la libertad entre subjetividad y valores. Dios habla a la conciencia de la persona, interpela a la libertad de cada uno en la construcción de un proyecto; es la coordenada antropológica del discernimiento. Es la vertiente en la que se colocan las motivaciones, las intuiciones, lo mismo que las sintonías puramente emotivas e instintivas. Toda vocación es una llamada que compromete totalmente la libertad con toda la densidad de los valores que la conciencia descubre y acoge, y que la voluntad realiza.

El discernimiento es solicitación permanente en el camino educativo de la libertad con propuestas y comprobaciones de los grandes valores humanos y de fe que la sostiene, de los condicionamientos que la pueden destruir, de las presiones desviantes, de las pobrezas que reducen su espacio, de los falsos espejismos que la engañan.

- La concentración teologal. El discernimiento, sobre todo en la tipología neotestamentaria, orienta hacia Jesucristo, el revelador del Padre, el precursor del Espíritu, para escucharle, reconocerlo, seguirle, imitarlo. Favorece la acción del Espíritu, que lleva al conocimiento experiencial de Dios. La fe para el creyente es reconocimiento de Cristo y autorreconocimiento en Cristo. Todo esto cambia los criterios de valoración de todo lo realizado, que no puede ser juzgado basándose en la parcialidad de una simple sensatez humana. La experiencia de Cristo no es tampoco una simpatía hacia algún aspecto de su misterio; si acaso, esto puede convertirse en un elemento para una orientación específica; más bien es aceptación del seguimiento en sus exigencias radicales.

El discernimiento, a la luz de esta segunda coordenada, no insiste sólo en los contenidos que hay que descubrir, sino en el valor de la obediencia, de saber perder la vida, del sacrificio, de la humildad, de la cruz jamás totalmente comprensible. Es difícil la experiencia de Cristo si se elude esta encrucijada de la muerte a sí mismo.

- La pasión por el reino como medida de madurez espiritual. Es el tercer elemento del discernimiento vocacional. La persona se establece dentro de una comunidad en condición permanente de éxodo, con una misión que toca a cada persona y le pide un modo preciso de expresarse y de relacionarse. Se trata entonces de verificar "cuánto" de conciencia eclesial y misionera ha crecido dentro de la vivencia experiencial de un camino, "cómo" ha tomado cuerpo esa experiencia y se ha transformado en actitudes vocacionales: cómo ha madurado aptitudes de relación y colaboración para construir la comunión, cómo ha estimulado un conocimiento sereno y acogedor de los dones ajenos, cómo ha desarrollado una actitud oblativa desinteresada y constante, necesaria para asumir la misión como plenitud de sí madurada en Cristo.

Dentro de estas grandes coordenadas es donde se colocan los signos objetivos de un designio que, cuanto más se precisa, tanto más compromete el discernimiento lo mismo en el que guía que en el que está metido en la aventura del autodiscernimiento dentro del horizonte liberador del amor.

2. PARA UNA PEDAGOGÍA DE LOS VALORES VOCACIONALES. Los valores diversos inherentes a la vocación cristiana y a las vocaciones específicas en la comunidad eclesial están viviendo hoy una contradicción histórico-cultural fundamental, inducida por el contexto secularista. Por una parte, los valores antropológicos gozan de notable interés: así, la necesidad de una cualidad diversa de la vida, la libertad, la vuelta de una demanda de significado, la paz, la reconciliación consigo mismo y con los demás, la autorrealización, lo mismo que aspectos más específicos, como los relacionados con la conciencia, la corporeidad, la relación. Por otra parte, esas sensibilidades que se abren camino encuentran insuficiente resonancia y capacidad interpretativa dentro de la pastoral y de la pedagogía de la fe. De las intervenciones conciliares y posconciliares, y sobre todo de la experiencia de la comunidad eclesial, surgen algunos criterios para una propuesta pedagógico-pastoral renovada al servicio de los valores vocacionales.

- El criterio de la encarnación. Esto significa valorizar los significados feriales de la experiencia de fe. Existe, en efecto, una dimensión personal y comunitaria de los caminos de crecimiento espiritual. El código de las vivencias concretas puede variar de acuerdo con los contextos histórico-culturales, pero constituye el punto necesario de enlace para una eficaz pedagogía de los valores vocacionales. Especialmente el mundo juvenil, tan variopinto, hace surgir demandas de significados y actitudes que constituyen las coordenadas de partida de un nuevo proyecto, sobre todo en la edad evolutiva. De ahí la urgencia del discernimiento y del testimonio.

Discernir permite ir más allá de los significados parciales, de las imágenes fragmentarias, a fin de percibir las expectativas más verdaderas y de distinguir entre los verdaderos y los falsos valores, que subsisten hoy en condición de confusión y de dispersión. El testimonio propone los valores en la forma del modelo; en la presencia de los educadores y de comunidades adultas en la fe. Discernimiento y testimonio son las verdaderas alternativas a la desinstitucionalización o al riesgo de relegar los valores a posiciones de propuesta abstracta. La comunidad eclesial de los "rostros", con el transparente protagonismo de las vocaciones, constituye el nuevo punto de referencia para una propuesta significativa de valores según una visión evangélica de la vida.

- El criterio proyectivo de la fe. Una de las preocupaciones más difundidas en el esfuerzo formativo es la superación de la fragmentación en la experiencia de fe para recuperar el dinamismo global del misterio cristiano a través de un camino progresivo. La ocasionalidad o la marginalidad son los riesgos más corrientes de una pastoral vocacional.

Uno de los ejes sustentadores de una pastoral vocacional es la naturaleza intrínsecamente proyectiva de la fe. Ésta no es una propuesta genérica de valores o de una ética del amor. La fe, traducida en acción pastoral coherente, es propuesta de un encuentro concreto y decisivo, el encuentro con Cristo. Ésta es la peculiaridad del cristiano en relación con otras realidades religiosas y éticas. El encuentro con Jesús, el Señor, cuando es verdadero, comprende dos reacciones dentro de la fe: el reconocimiento y el autorreconocimiento.

El carácter proyectivo de la fe, y por tanto su impulso al definirse el rostro del discípulo, interroga a los agentes pastorales en dos vertientes. En la vertiente de la pastoral comunitaria, y en particular juvenil, urge ir más allá de generalidades o de una propuesta parcial de los caminos de fe. Semejante propuesta encuentra incluso una cierta tolerancia también dentro de una cultura pluralista y fragmentada, pero es muy escasamente incisiva, sobre todo en el mundo juvenil, que no se fascina fácilmente por los valores, sino por modelos y por rostros que encarnan esos valores.

En la vertiente de la pastoral vocacional el compromiso es aún más apremiante: la experiencia, la reflexión vocacional es una semilla que no germina ordinariamente fuera de los surcos; por tanto, la pastoral vocacional, liberada de toda forma de delegación, encuentra su vitalidad y su eficacia en estos ámbitos en los que los animadores de la comunidad ferial cuidan los caminos de crecimiento de las personas según la ley de la vida: "la pastoral vocacional plantea la urgencia de una pastoral juvenil como camino y como contexto idóneo"(CEI, Vocazioni nella chiesa italiana, 23).

- El criterio de la unificación motivacional. Toda elección vocacional se decide en la efectiva interiorización de los valores, antes signos objetivos de un discernimiento vocacional. No puede realizarse basándose en frágiles sintonías con modelos o valores, o cuando menos con experiencias, aunque sean las del servicio y el compromiso por algo que vale.

La sintonía o la fascinación pueden estar al comienzo de un camino o durante él, y pueden abrir nuevas posibilidades que explorar. La historia personal de cada uno comprende a veces un entrelazamiento fragmentado de intuiciones y de experiencias; es fácil, por ejemplo, sentir entusiasmo por cosas que hay que hacer, por gestos extraordinarios y generosos. También el encuentro con Cristo podría entrar en esta lógica un poco fragmentada. Pero la perspectiva de la unificación motivacional que orienta una vida comprende el paso de motivaciones periféricas e inesenciales, que pueden haber provocado la toma de un camino, hacia la motivación hegemónica, que no excluye del todo a las otras, sino que las unifica y les da un sentido. El desarrollo de este proceso hacia la unificación motivacional podría ser éste: desde un cierto gusto por determinados ideales (servicio, compromiso por los demás, compartir con los pobres, gusto por la oración...) a la experiencia de Cristo, modelo exigente, a la aceptación de su presencia en el misterio de la Iglesia y, finalmente, al compromiso en ella y con ella.

Lo esencial, pues, es la experiencia fuerte de Dios, de su voluntad; desde la elección prioritaria de Dios, todo es posible. Y la experiencia de Dios es seria cuando ha generado una radical libertad y disponibilidad interior, que se convierte en docilidad a lo que él quiere.

- El criterio de la personalización de los valores. Este último criterio brota de la naturaleza de la comunidad cristiana como comunidad ministerial y de la naturaleza del discernimiento. La fe, y por tanto la vocación, no remite a una categoría, sino a la persona. Nada hay tan personal como una elección vocacional. Toda llamada es un misterio inscrito en un diálogo personal y personalizador; cada uno es coartífice de un proyecto original e irrepetible. La misma edad evolutiva requiere una atención pedagógica personalizada, apta para estructurar en unidad y armonía un proceso complejo e imprevisible. El itinerario de crecimiento hacia la madurez es un momento singular de configuración de la identidad.

IV. Problemas y perspectivas: vocaciones, espiritualidad y dimensión ética

La espiritualidad es directamente requerida por el planteamiento vocacional de la vida. Si la espiritualidad cristiana no es otra cosa que vivir la fe y encarnarse en lo cotidiano, necesariamente formula la pregunta acerca del modo, los motivos inspiradores y los medios para realizarse en plenitud. Por tanto, la ecuación subyacente es ésta: la vida espiritual del cristiano es el fruto maduro de su fe bautismal, que crece coherentemente con una elección vocacional específica. De ahí la prometedora novedad del Vat. II: dentro de una Iglesia de los dones del Espíritu -las vocaciones en plural-, tenemos las coherentes expresiones maduras de una vida espiritual diversificada en sus modelos. La emancipación del modelo monástico, considerado como modelo único de referencia de la vida espiritual, ha significado una riqueza para la comunidad eclesial. Siempre que la pluriformidad no empañe la unidad.

La relación entre vocaciones y espiritualidad es fundamental, tanto para la naturaleza de la vida espiritual como para la naturaleza de toda vocación específica. La espiritualidad es vida en el Espíritu. En su identidad profunda, es comunión con Dios. En su dinamismo existencial es experiencia de la fe en la vida y en la historia, integrada por opciones, actitudes, sentimientos y relaciones. La categoría que cualifica a toda auténtica espiritualidad es la experiencia cristiana. Por eso la espiritualidad requiere la acción del Espíritu como fuente de los dones (1Cor 12,11) y como plenitud de la verdad (Jn 16,13). De la fuente a su plenitud, la acción es permanente, para que el llamado sepa discernir, crecer y vivir con coherencia la fidelidad a su vocación.

Pero la relación es también inversa, a saber: entre vocaciones específicas y espiritualidad. LG 42 es fundamental al respecto. La vocación universal y unificadora es la santidad, que se ha de perseguir "en los varios géneros de vida y en los varios deberes", "según los propios dones", "la propia vida". Todos los fieles "en su condición de vida cooperan con la voluntad de Dios manifestando a todos la caridad con la que Dios ha amado al mundo". La vida en el Espíritu no se realiza ordinariamente fuera de la propia vocación. Esto supone la atención a medios precisos y la adquisición de precisos contenidos: el descubrimiento de la vocación a la vida, la configuración con Cristo, la participación eclesial, la misión en el mundo, el testimonio específico del amor de Cristo.

Es estimulante para la fidelidad a la vocación la interacción fecunda entre dones y espiritualidades diversas, que configuran el rostro variopinto de la comunidad eclesial. El tema de la fidelidad remite, pues, a la dimensión ética de la experiencia vocacional. El fenómeno del abandono y del cambio de estado de vida, y más aún hoy el deseo generalizado de una fidelidad nueva, lleva consigo una serie de observaciones éticas.

La primera se refiere al malestar cultural y espiritual (sobre todo en el campo juvenil) frente a los valores que califican toda vocación, como el de lo definitivo, de la fidelidad para siempre. De ahí la urgencia de una seria formación en el valor de la libertad vista como elección positiva, en el sentido de responsabilidad ante Dios y ante los hermanos. La fidelidad constituye y revela la madurez humana y espiritual del amor como dimensión oblativa. El problema ético se plantea en el momento del discernimiento, en el que la persona busca los signos de un designio misterioso de Dios. Sustraerse al esfuerzo de discernir o un proceso aproximativo de crecimiento no es coherente con el riesgo de orientar la vida para siempre.

Además, la vocación no es un acontecimiento formal y estático, sino un camino preciso hacia la santidad. El deber de coherencia entre vocación y perfección cristiana determina el recurso a todos los medios necesarios, personales y comunitarios, humanos y sobrenaturales, para una fidelidad dinámica: entre ellos, la oración, los sacramentos, las mediaciones humanas y espirituales (dirección espiritual, comunidad).

Finalmente, el compromiso moral, ampliamente recordado por los documentos conciliares y posconciliares, es el testimonio personal y comunitario. La fidelidad vocacional no es sólo garantizada por la buena voluntad de personas particulares, sino deber de todos en la comunidad para el discernimiento, el cuidado y fidelidad de cada uno al don del Espíritu.

[/Consejos evangélicos (del cristiano); /Santificación y perfección; /Virginidad consagrada; /Votos].

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E. Masseroni