SINDICALISMO
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. El sindicalista en la crisis económico-cultural:
1. Crisis del modelo de desarrollo occidental;
2. La clase obrera: pérdida de centralidad;
3. Cambio cultural respecto al trabajo;
4. La crisis del sindicalista.

II. En busca de inspiración y de significado:
1.
Pobreza y solidaridad: las llamadas de la Palabra;
2. Cometido del sindicato: humanizar el trabajo y la sociedad.

III. Valores, principios y normas:
1.
La solidaridad;
2. Algunos principios éticos;
3. El cometido de la comunidad cristiana.


 

No nos detenemos en la historia del sindicalismo; a este fin se dispone de obras significativas y exhaustivas. Nuestra atención no se centra tampoco en el sindicato, entendido como organización, sino en el sindicalista como persona, en sus problemas, en sus motivaciones, en su praxis, más allá incluso de las siglas de pertenencia y de militancia, aun siendo conscientes de que la relación con las ideologías y las correspondientes agrupaciones políticas plantea algún problema.

I. El sindicalista en la crisis económico-cultural

De todos es conocida, incluso de quienes no siguen de cerca las vicisitudes del sindicato, la crisis que en los últimos años se ha apoderado de la figura del sindicalista; crisis ligada a un fenómeno más vasto y más difícil de descifrar, que ha llevado a hablar incluso de desaparición de la clase obrera o, por lo menos, de su transformación radical respecto a un pasado aún vivo en la memoria y en la piel dé los militantes. "Querida clase obrera -escribía hace algunos años el sindicalista S. Antoniazzi-, mis relaciones y las de muchos de mis amigós contigo se están visiblemente deteriorando. Durante un largo período de tiempo, podría decir que desde siempre, ha existido sintonía contigo, identificación, consonancia. Más; en el lazo contigo muchos de nosotros han modelado su vida, han crecido, se han hecho lo que son. Si miro a mi pasado, por ejemplo, puedo afirmar sin titubeos que a nadie ni a nada he dedicado tanto esfuerzo como a ti. Renegar de ti significaría renegar de años y años de lucha, de pasiones y de mucho, demasiado, de aquello en lo que hemos creído. Sin embargo, hoy es como si no existiese ya, como si tú hubieses desaparecido... Los militantes de la clase obrera no saben ya en qué consiste ser militante de la clase obrera. Puede que aún exista la clase obrera, pero ya no es lo que fue para nosotros... En medio de la innovación de los microprocesadores y de los robots, de la convulsión de la visión internacional del trabajo, de la perspectiva de un largo período de no desarrollo, de la internacionalización de los problemas, de un profundo cambio de las actitudes subjetivas de los trabajadores, la clase obrera no parece representar ya el punto de referencia al que dirigirse para afrontar el momento histórico... En la situación de crisis el sindicato está a la defensiva y hasta le cuesta incluso mantener las posiciones de ayer; corre peligro de meterse en un círculo vicioso sin fin. La defensa es importante, pero no basta".

La crisis explotó en el momento en que comenzó a vacilar o a ser cuestionado el proceso económico occidental de los años setenta con el problema del petróleo.

La crisis se presentó de repente, después de un primer momento de desconcierto general, como un cambio de época; lo que se ponía en discusión era esencialmente tres cosas: el modelo de desarrollo occidental, el puesto central de la clase obrera, la cultura relativa al trabajo.

1. CRISIS DEL MODELO DE DESARROLLO OCCIDENTAL. El desarrollo occidental era discutido en los mecanismos mismos y en los criterios que hasta aquel momento habían constituido las coordenadas y la fuerza de su movimiento, encaminado a hacer salir a Occidente de la miseria de siempre y de las destrucciones de la guerra; mecanismos y criterios lapidariamente recordados en un documento de Pablo VI, la Populorum progressio: "Un sistema que consideraba el beneficio como motor esencial del progreso económico, la concurrencia como ley suprema de la economía, la propiedad privada de los medios de producción como, un derecho absoluto" (n. 26). La crisis económica se presentaba de pronto como crisis de carácter político internacional, y más aún de carácter cultural; se habló de "crisis epocal". La crisis se manifestó a menudo también en términos de lucha contra el sistema, de contestación violenta, con intentos de desestabilización y con la búsqueda de modelos de desarrollo alternativo.

La crisis económica impuso enseguida una contracción en la producción y en el consumo; como consecuencia impuso también una importante reducción de puestos de trabajo y la búsqueda de soluciones que se movieran por otros caminos y que abriesen nuevas perspectivas. Se iniciaba la era de las nuevas tecnologías electrónicas; su aplicación a la producción industrial y, a ritmo creciente, a todos los aspectos de la vida económica y social aparecía inmediatamente, por una parte, como el camino necesario para salir del túnel de la crisis y, por otra, como un elemento alternativo al trabajo del obrero y del empleado. El problema del desempleo se volvía así cada vez más pesado, con reflejos culturales y sociales cada vez más manifiestos y preocupantes.

2. LA CLASE OBRERA: PÉRDIDA DE CENTRALIDAD. La clase obrera perdía así la función de centralidad que durante muchos años había ocupado en la vida social y política. Para muchos trabajadores el primero y grave problema era el de defender el puesto de trabajo tanto contra las maniobras de reestructuración como contra la introducción de nuevas tecnologías. La cohesión social e ideológica de la clase obrera y de los instrumentos que la expresaban -sindicatos y partidos- comenzaba a venirse abajo. La cualificación "obrera" no parecía ya suficiente para asociar; pero esencialmente desaparecía el interlocutor contra el cual valía la pena organizarse. El peligro no parecía venir ya de la clase patronal, sino de un futuro incierto, si no incluso amenazador.

Por otro lado, el nivel económico de la población iba uniformándose progresivamente en cuotas de ingresos per cápita y familiares nunca alcanzados. Los términos sociales del conflicto han cambiado; el conflicto se presenta cada vez menos con características ideológicas, cada vez menos como tensión entre clases diversas y contrapuestas, y en cambio cada vez más como contraposición de intereses diversos para la distribución de los recursos comunes.

Este nuevo tipo de composición social y estas nuevas modalidades de conflicto han puesto en discusión también el Welfare State o Estado de bienestar, o sea, aquella organización de la sociedad a través de los organismos estatales, expresión y fruto de una economía sólida, que garantizaba una distribución igual, a veces indiscriminada, de los recursos comunes, de modo que cada ciudadano disfrutase de la satisfacción de las necesidades esenciales y, posiblemente, de todas las necesidades de su existencia. Frente al Estado asistencial la vieja clase obrera, calificada a menudo como la clase pobre, había avanzado reivindicaciones; incluso éstas habían sido el triunfo en muchos aspectos del sindicato como expresión y voz de la clase obrera misma.

3. CAMBIO CULTURAL RESPECTO AL TRABAJO. Con todo esto entraba en crisis la cultura misma del trabajo; por un lado, la pérdida de centralidad de la clase obrera; por otro, la introducción de nuevas tecnologías habían modificado el cuadro ideal de referencia. El proceso de tecnologización impuesto por las exigencias de la producción y del mercado iba a afectar no sólo a la clase más marginal, sino especialmente ala clase productora central de la sociedad, introduciendo nuevos elementos de división y de marginalidad. Una ingente cantidad de trabajo, lo mismo manual que de empleados, resultaba superado y superfluo. Pero además de los problemas de falta de trabajo surge en estos años el problema del significado mismo del trabajo, problema que afecta lo mismo a los que trabajan que a los que no tienen un trabajo fijo. En otras palabras, ha cambiado la cultura, el modo de ver, de vivir, de gestionar la experiencia laborable.

Muchos trabajadores se sienten a menudo defraudados por el propio trabajo, bien porque no ven crecer entre sus manos y en su ambiente el objeto del trabajo, bien especialmente porque las decisiones que cuentan se toman en lugares y por personas frecuentemente lejanos e incontrolables. Para muchos trabajadores contemporáneos, especialmente jóvenes, el trabajo no tiene ya sentido. Es una necesidad impuesta por la vida en esta sociedad. Es una especie de paréntesis que hay que aguantar, porque no se puede prescindir de él. Pero la vida, la que cuenta y da satisfacciones, discurre fuera del lugar y del tiempo de trabajo. El trabajo es a menudo un trozo de vida alienada, vendida por un salario que es necesario para vivir. Entre el trabajador y su trabajo, debido a esta condición extraña y a su oposición a la vida que asume el trabajo en la sociedad contemporánea en nombre y en virtud de los principios que regulan la misma sociedad, se establece una tensión que a veces permanece en estado latente, pero que otras desemboca en formas de rechazo global de la sociedad y en busca de modelos alternativos del vivir social. De la lucha contra la clase patronal muchos jóvenes han pasado a la aceptación acrítica o al rechazo no motivado de la sociedad, de su cultura, de sus dogmas y de sus proyectos; han pasado a un estilo de vida individualista y fragmentario carente de perspectivas para el futuro.

4. LA CRISIS DEL SINDICALISTA. Es fácil ahora comprender la crisis que se ha apoderado de la figura del sindicalista, ligada en muchos aspectos a una clase obrera fuerte en su identificación y en sus reivindicaciones contra un poder, la clase patronal y el Estado, igualmente bien identificados y a veces encastillados en sus privilegios. Era una figura casi sacerdotal, caracterizada por un gran compromiso cuasi religioso, por gran generosidad e idealismo. Los sindicalistas precisamente percibieron con lucidez los términos del cambio, convirtiéndose a menudo en los mayores críticos de las mismas organizaciones sindicales, que se les antojaban descuidadas o superficiales en la comprensión de los cambios o firmes en la defensa de estrategias consideradas como periclitadas, y por lo mismo perdedoras. La pregunta que las vicisitudes de estos años hacen a quien ha dedicado y sigue dedicando sus energías al sindicato, por encima de las siglas, se refiere al sentido del trabajo sindical, a su colocación, a la función del sindicalista; más radicalmente, se refiere al sentido del trabajo y al tipo de sociedad que se quiere construir. Son preguntas de índole ética más aún que de índole estratégica económica y política.

También los sindicalistas que se profesan cristianos han sufrido obviamente, y siguen sufriendo los mismos problemas y se hacen las mismas preguntas. Para ellos éstas se amplían también a la relación entre la fe que profesan y que celebran en la comunidad cristiana y su militancia en el sindicato; a la relación de la comunidad misma con el mundo del trabajo globalmente. Pues también dentro de la comunidad cristiana ha hecho crisis un modo de entender y de vivir la relación fe-compromiso sindical en términos bien de fideísmo, bien de pertenencia sociológica; sin embargo, tarda en surgir una relación con la fe que no sea ni insignificante ni sustitutiva del compromiso histórico.

II. En busca de inspiración y de significado

1. POBREZA Y SOLIDARIDAD: LAS LLAMADAS DE LA PALABRA. Antes de adentrarnos en la reflexión bíblica, es necesario hacer alguna consideración de carácter metodológico. El l trabajo, la l economía y con ellos el sindicato son actividades y experiencias del hombre; no existen, y por ello tampoco son concebibles independientemente del sujeto humano. Precisamente esta referencia intrínseca al hombre es lo que permite y pide que se afronten los problemas sociales con categorías no solamente económicas y políticas, sino con categorías que hagan referencia a un horizonte más amplio, el antropológico exactamente. Esta observación permite preguntarse si y de qué modo la palabra de Dios, y con ella la fe cristiana, contribuye a afrontar problemas como los del sindicalista dentro del mundo del trabajo y del mundo social.

Pues bien, la Escritura es el libro que cuenta la historia de la salvación, el proyecto de Dios, que interviene en la historia de los hombres para llevar a cabo la salvación. Israel experimenta y toma conciencia de la acción de Dios desde el momento de la liberación y de la alianza, pero luego se percata de que Dios estaba obrando por el hombre desde la creación. Pues la creación es la primera intervención salvífica de Dios en favor de la humanidad. La obra de salvación acompaña a toda la historia de Israel, pero sin sobreponerse a ella, a las libres decisiones históricas de los hombres, casi confundiéndose, perdiéndose en ellas como el agua en el terreno. Si se quiere, la historia de Israel no es excepcional por los hechos que la tejen, ni siquiera por la grandiosidad de las intervenciones de Dios. Lo que hace singular y única a esta historia convirtiéndola en revelación es la lectura teologal, o sea, la conciencia que en el desplegarse de los acontecimientos, agradables o desagradables, en el juego de la libertad de los hombres, de personas no siempre justas y santas precisamente, se hace operante la presencia y la voluntad salvífica de Dios.

Dice Amós: "¿No sois para mí como etíopes, israelitas?, dice el Señor. ¿No saqué a Israel de Egipto a los filisteos de Creta y a los sinos de Quir?" (Am 9 7). El texto presenta algunas dificultades, pero el pensamiento es claro: Yhwh suscitó el éxodo no sólo de Israel, sino también de los filisteos y de los asirios. Sólo que los otros pueblos todavía no se han dado cuenta de ello; sin embargo son, como Israel, objeto de solicitud por parte de Dios.

La Escritura, pues, es el documento de la historia de un pueblo como documento típico de la historia de salvación que Dios intenta realizar con todos los pueblos. Y esto sólo es lo que la Escritura intenta ofrecer: la perspectiva de la salvación; es lo único que podemos legítimamente pedirle a la Escritura. Ella no es un prontuario de fórmulas o de reglas morales no es una enciclopedia ética sobre todos los problemas que el hombre también hoy puede encontrar. Problemas como los que hoy y mañana se nos presentan, tales como precisamente los de los sindicalistas, no encuentran punto alguno de contacto en el texto bíblico; nos separan más de dos mil años de historia y de cultura. Es cierto que en la historia de Israel, tal como aparece documentada en los textos sagrados, están presentes también hechos que se refieren al trabajo y a la organización social. Sin embargo, el intento bíblico no es presentar modelos históricos que repetir, ni tampoco dar inmediatamente reglas éticas. Es más limitado, pero más radical: mostrar cómo el proyecto salvífico de Dios pasa y se concretiza también en las elecciones de los hombres relativas al ámbito laboral, económico y político; mostrar que de la lógica y de la dinámica de la salvación también la experiencia sindical, económica y política adquieren un sentido y un valor que se encuadra en el sentido más global de la vida del hombre. Sentido y valor que se traducirán luego en valores más categoriales, más articulados y, más tarde aún, en normas de comportamiento ligadas a la contingencia histórica, a la cultura económica y social de un determinado tiempo y lugar.

Hecha esta precisión, es posible ahora leer la Biblia en los pasajes que expresamente hacen referencia al trabajo, a la organización social, en el intento de captar el anuncio de salvación. Pero será suficiente con trazar sólo las líneas que destacan en el mensaje de salvación en estos ámbitos o experiencias que recorren la vida del hombre de ayer, como de hoy y de mañana, con modalidades siempre diversas.

En el AT parece que la categoría o valor que más se subraya es la de la solidaridad, que se expresa negativamente como denuncia de la injusticia y lucha contra ella, y positivamente como defensa del pobre, proclamación e invocación de justicia. En este filón podemos leer tanto la legislación deuteronómica (p.ej., la prohibición del préstamo a interés en Dt 23,20-21; la tutela legal del salario diario en Dt 24,14-15; la tutela legal de la prenda de los pobres en Dt 24,10-13; los años santos en Lev 15, etc.) como las denuncias de los profetas: desde Elías contra Ajab (1Re 21) hasta Amós, Miqueas, Sofonías, Oseas, Habacuc.

Frente a la experiencia de Israel surge una pregunta: Mas ¿cuál es el proyecto de Dios relativo al hecho laborable y económico, a la experiencia social, de modo que también a través de esta experiencia se realice el proyecto de salvación? Israel se remonta entonces a los orígenes y descubre el designio grandioso y lúcido del Génesis. Los dos primeros capítulos no hablan de organización sindical y laborable, pero nos muestran la creación como punto de partida y de llegada de la historia. En ella el hombre, varón y hembra, es colocado como "señor" a imagen y semejanza de Yhwh, el Señor. Justamente esta designación es la que hace que el hombre descubra continuamente su puesto y su función frente a Dios, a los demás seres humanos y a todas las realidades existentes. El pecado de Gén 3 no es tampoco un hecho económico o político; el pecado es la ruptura de la alianza, de la armoniosa relación en que Dios había introducido a la criatura; es un hecho que nace y se consuma en el corazón del hombre, pero que luego se difunde por todo el mundo humano y altera también las relaciones con lo creado, además de con Dios y con los hermanos.

La reflexión de los Salmos y de los sabios vuelve a proponer; ante las dificultades de la historia, el proyecto de Dios a través del ideal de un hombre pobre (cf Sal 4,17; 73; 94); pobre no por carecer de lo necesario (incluso se invoca para todos lo necesario para una vida digna y libre), sino porque pone su confianza en el Señor y hace de sus riquezas una ayuda a los hermanos.

En el NT la obra de la salvación se realiza en la persona misma de Jesús de Nazaret; en él es llevada a su cumplimiento la obra del Padre; toda su vida, y especialmente su muerte y resurrección, son la palabra, la obra definitiva. Su persona, pues, antes incluso que sus palabras y sus gestos, son el mensaje del Padre que es necesario captar. Él es el hombre nuevo que vive según justicia y caridad. Es el nuevo Adán, que realiza final y plenamente el proyecto del Génesis. También en referencia a lo creado, a los bienes económicos y a las relaciones sociales, es él el verdadero pobre de Yhwh, que no desdeña las riquezas, no rehúsa su uso, no se retira ante la sociedad en que vive y con la que comparte su suerte, pero que es libre ante todo eso, es señor suyo, porque pone toda su confianza en Dios y hace de las realidades históricas un don de l liberación y de solidaridad por los hermanos que carecen de ellas, los pobres.

La categoría o valor que destaca con fuerza del mensaje del NT en referencia a los problemas económicos y sociales es la pobreza como supuesto de libertad y caridad. A la luz de esta categoría o valor puede leerse la vida histórica de Jesús, sus gestos y sus enseñanzas. También los textos que describen las primeras comunidades cristianas, más que fotografiar su praxis y presentar un modelo, indican un ideal que esforzadamente busca sus realizaciones históricas; más que dar reglas, recuerdan el valor típico del mensaje cristiano, que es justamente la pobreza en sentido teológico y que se traduce en libertad y liberación hacia los hermanos. Luego el mensaje bíblico en su integridad ilumina de significado y valor la experiencia histórica del que trabaja y milita hoy en el sindicato.

2. COMETIDO DEL SINDICATO: HUMANIZAR EL TRABAJO Y LA SOCIEDAD. El problema que se abre ante nosotros al mirar el hoy y el mañana está ahora claro. Frente a la situación de pobreza y a las inciertas perspectivas del futuro; frente al realizarse la salvación también en el ámbito del trabajo, de la economía y del sindicato, con los valores-guía relativos de la pobreza y la solidaridad, se trata de ayudar a los hombres de nuestro tiempo a humanizar el trabajo, el hecho económico y político, a fin de evitar el peligro, ya parcialmente en curso, de que todo esto se vuelva alienante para un número creciente de hombres y de mujeres. Éste, también hoy, es el cometido del sindicato, fiel a su inspiración histórica, a los problemas del momento presente y al mensaje de la salvación: mirar los problemas del trabajo, de la economía, de la sociedad de hoy y de mañana desde el punto de vista de los trabajadores, es decir, de los sujetos que no están dispuestos y no pueden ser tratados como destinatarios de cambios que han de soportar. Se podría decir también que la función del sindicato atento y sensible a la dimensión ética es la de humanizar el trabajo, y con él la economía y la sociedad. Pero ¿qué significa humanizar sino mirar los problemas por el lado del hombre, que es principio, sujeto y fin de todas las realidades sociales? En este sentido nos parece que destaca la importancia y la necesidad, además del significado y el valor del compromiso del sindicalista, y del sindicalista cristiano en particular: su militancia tiene una valencia histórica y salvífica evidente. La ausencia de sindicalistas atentos, competentes y éticamente sensibles a los problemas del hombre podría dejar que surgieran soluciones peligrosas por estar inspiradas en criterios únicamente de índole técnica y económica.

A esta búsqueda atiende también el magisterio de la Iglesia desde los tiempos de la Rerum novarum hasta hoy. Se trata de una enseñanza que puede calificarse de pastoral, porque con ella la Iglesia en la persona de los pastores, se coloca como guía de su tiempo con los problemas que le caracterizan. Por una parte, recordará siempre los valores que articulan el proyecto de salvación; por otra, tendrá presentes los problemas históricos, indicando orientaciones, caminos que emprender y estimulando la praxis de los creyentes y de las comunidades cristianas. No sustituye, pues, al esfuerzo de los particulares, de los grupos y de las comunidades mismas en la búsqueda, en el intrincado camino de la historia, de los pasos éticos posibles. En efecto, dice la instrucción de la Congregación para la doctrina de la fe sobre Libertad cristiana y liberación (22 de marzo de 1986): "La enseñanza social de la Iglesia ha nacido del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias, que se resumen en el mandamiento supremo del amor de Dios y del prójimo, y en la justicia, con los problemas derivados de la vida de la sociedad. Se ha constituido como doctrina valiéndose de los recursos de la sabiduría y de las ciencias humanas; versa sobre el aspecto ético de esta vida y tiene debidamente en cuenta los aspectos técnicos de los problemas, pero siempre para juzgarlos desde el punto de vista moral. Esencialmente orientada hacia la acción, esta enseñanza se desarrolla en función de las circunstancias mudables de la historia. Justamente por eso, aunque inspirada en principios siempre válidos, comprende también juicios contingentes. Lejos de constituir un sistema cerrado, permanece constantemente abierta a las nuevas cuestiones que se presentan de continuo y exige la contribución de todos los carismas, experiencias y competencias. Experta en humanidad, la Iglesia a través de su doctrina social ofrece un conjunto de principios de reflexión y de criterios de juicio, y por tanto de directrices de acción a fin de que se realicen los profundos cambios que las situaciones de miseria y de injusticia exigen, y que se haga de un modo que contribuya al verdadero bien de los hombres" (n. 72).

III. Valores, principios y normas

1. LA SOLIDARIDAD. La dimensión ética es ante todo una dimensión interior, una actitud que comprende el modo de pensar y de obrar; es la síntesis personal de valores y de principios que caracteriza a una persona. En el caso del sindicalista la actitud puede resumirse y expresarse bien por la solidaridad. Es el leit motiv de la Laborem exercens, de Juan Pablo II: "El desarrollo de la civilización humana conlleva en este campo un enriquecimiento continuo. Al mismo tiempo, sin embargo, no se puede dejar de notar cómo en el proceso de este desarrollo no sólo aparecen nuevas formas de trabajo, sino que también otras desaparecen. Aun concediendo que en principio sea esto un fenómeno normal, hay que ver todavía si no se infiltran en él, y en qué manera, ciertas irregularidades, que por motivos ético-sociales pueden ser peligrosas. Precisamente, a raíz de esta anomalía de gran alcance surgió en el siglo pasado la llamada cuestión obrera, denominada a veces `cuestión proletaria'. Tal cuestión -con los problemas anexos a ella- ha dado origen a una justa reacción social, ha hecho surgir y casi irrumpir un gran impulso de solidaridad entre los hombres del trabajo y, ante todo, entre los trabajadores de la industria. La llamada a la solidaridad y a la acción común, lanzada a los hombres del trabajo -sobre todo a los del trabajo sectorial, monótono, despersonalizador en los complejos industriales, cuando la máquina tiende a dominar al hombre-, tenía un importante valor desde el punto de vista de la ética social. Era la reacción contra la degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra la inaudita y concomitante explotación en el campo de las ganancias, de las condiciones de trabajo y de previsión hacia la persona del trabajador. Semejante reacción ha reunido al mundo obrero en una comunidad caracterizada por una gran solidaridad... La solidaridad de los hombres del trabajo, junto con una toma de conciencia más neta y más comprometida sobre los derechos de los trabajadores por parte de los demás, ha dado lugar en muchos casos a cambios profundos. Se han desarrollado diversas formas de neocapitalismo o de colectivismo... Movimientos de solidaridad en el campo del trabajo -de una solidaridad que no debe ser cerrazón al diálogo y a la colaboración con los demás- pueden ser necesarios incluso con relación a las condiciones de grupos sociales que antes no estaban comprendidos en tales movimientos, pero que sufren, en los sistemas sociales y en las condiciones de vida que cambian, una `proletarización' efectiva o, más aún, se encuentran ya realmente en la condición de `proletariado', la cual, aunque no es conocida todavía con este nombre, lo merece de hecho... Por eso hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos países y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo" (n. 8).

Como se ve, la solidaridad es mucho más que un sentimiento; es compartir y participación, es atención a las personas y a las estructuras, es aceptación del pluralismo ideológico y político, es busca de soluciones a los problemas planteados por la pobreza. Luego para el cristiano la solidaridad histórica es expresión de la solidaridad de Dios, que "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,17); de la solidaridad de Cristo, que "teniendo la naturaleza gloriosa de Dios no consideró codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres" (Flp 2,6-7); de la solidaridad en el Espíritu, que une a todos los creyentes, esclavos y libres, judíos y gentiles, para formar un solo cuerpo, que es la Iglesia (1Cor 12,13).

La solidaridad se puede considerar con razón la síntesis de las virtudes que presiden la vida de relación en la polis: la caridad, virtud que hace considerar y tratar a los demás como a sí mismo; la justicia, virtud que induce a considerar y a tratar a cada uno dentro del respeto a los derechos y deberes; la prudencia, virtud que mueve a buscar y realizar el mayor bien históricamente posible.

2. ALGUNOS PRINCIPIOS ÉTICOS. Por la solidaridad adquieren consistencia algunos principios éticos que guían la praxis del sindicalista; los recordamos siguiendo la Nota pastoral de la Conferencia episcopal italiana, comisión para los problemas sociales y el trabajo, de 17 de enero de 1987.

"El primer principio se refiere al primado del hombre sobre cualquier otra realidad social, estructural y científica. No se estime superfluo la evocación que la Iglesia hace continuamente de este principio ético fundamental. `En efecto, principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana, como aquella que por su naturaleza tiene suprema necesidad de la vida social' (GS 25). `El orden social, pues -sigue el texto conciliar-, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario. El propio Señor lo advirtió cuando dijo que el sábado había sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado' (GS 26). Por tanto, tampoco el trabajo, la actividad económica y política se podrán concebir más que en referencia concreta a las personas que viven en un determinado territorio y con un estilo de servicio".

Para un sindicalista este principio ético fundamental es tal que ha de motivar su existencia y militancia, mostrándole la perspectiva que va más allá de las simples cuestiones contractualistas; coloca el compromiso. y la actividad sindical también más allá del terreno de lucha; es, primeramente, una cuestión cultural que hay que madurar y difundir en contra de toda tentación economicista presente hoy no sólo en los amos de la economía y de la política, sino también en los mismos trabajadores.

"Un segundo principio se refiere a la visión global del hombre y de la humanidad, con referencia a la cual se debe mirar a la `promoción de todos los hombres y de todo el hombre'. Es necesario recordar hoy esta totalidad o globalidad de la persona humana, que antes de ser un dato filosófico es un dato experiencial y bíblico; es necesario recordarla frente a las formas siempre nuevas de pobreza que hoy no son sólo de carácter económico y material, sino sobre todo de carácter social, cultural y político. No puede perseguirse un proyecto de civilización y de progreso que, en el país y en el mundo, penalice categorías de personas, zonas, grupos o pueblos enteros". Es -como se ve- la opción de los pobres, entendida no tanto como agrupamiento ideológico o sociológico, sino como elección de un criterio ético que toma conciencia de una situación de desigualdad entre las personas, las categorías y los pueblos y se alinea para conseguir paridad de condiciones. Para el sindicalista y para el sindicato ponerse del lado de los sujetos débiles del sistema productivo y social es alinearse en orden a un proyecto global de civilización y de progreso que mira a la promoción de todo el hombre y de todos los hombres, con mirada abierta también a los sujetos del tercer mundo.

"El tercer principio se refiere al control de la actividad socio-políticoeconómica. `El desarrollo debe permanecer bajo el control del hombre. No debe quedar en manos de unos pocos o de grupos económicamente poderosos en exceso, ni siquiera en manos de una sola comunidad política ni de ciertas naciones más poderosas' (GS 65). Lo que el texto conciliar dice de la actividad económica debe decirse también de la actividad política, especialmente frente a las posibilidades actuales de control social establecidas por las tecnologías informáticas. Es necesario recordar un principio clásico de la enseñanza de la Iglesia: el principio de solidaridad". La función del control es típica del sindicato e indispensable en el contexto económico-político. Control es capacidad y posibilidad de conocer, de verificar, de protestar; es información y formación de la opinión pública; es exigencia de transparencia en las elecciones económicas y políticas que está impuesta por la corresponsabilidad de los ciudadanos que están involucrados en la vida económica y política.

"Un cuarto principio hace referencia a la participación democrática en las actividades sociales globalmente asumidas. Desde los niveles más bajos y más próximos a las personas en el territorio, hasta los niveles más altos, es derecho y deber de todos ser partícipes y corresponsables en la elaboración de los proyectos y en la realización de los mismos dentro de la necesaria distinción de roles... Será necesario a veces pasar de una concepción y de una actitud reivindicativa frente a la sociedad a una concepción y a una actitud propositiva en la comunicación, en la colaboración, en la comunión". Una organización sindical no puede menos de ser una expresión y un instrumento de democracia, entendida no tanto como una fórmula o un juego de poderes, sino como un modo de organizar la vida social y política de manera que cada elemento tenga la efectiva posibilidad de ser sujeto activo y responsable en interacción con los demás sujetos igualmente activos y responsables. El sindicalista no puede menos de ser un hombre profúndamente democrático y agente de crecimiento democrático dentro de las estructuras: y del territorio.

Este principio plantea el grave problema de la relación de los sindicatos y los sindicalistas con los partidos. Un sindicato no puede ser instrumento de un partido, cinta de transmisión de juegos y estrategias que obedecen a la lógica del poder. Es legítima para el sindicalista la referencia a una visión ideológica, y por este motivo a un determinado político; pero no podrá reducirse o dejarse reducir a mero transmisor de órdenes. Es más: dentro de un partido el sindicalista deberá ser portador del punto de vista de los sujetos trabajadores, de sus instancias y de sus problemáticas.

"Un último principio que vale la pena recordar se refiere al objetivo del bien común como elemento que exige, justifica e informa la presencia y la actividad social tanto de los ciudadanos como de las instituciones y de las autoridades constituidas". El bien común es un objetivo complejo y exigente también para el sindicalista y para el mismo sindicato. El bien común es percibido y perseguido por el sindicalista necesariamente con la óptica de los trabajadores; sin embargo, este ángulo visual particular no pdrá nunca hacer coincidir el bien común de la comunidad civil con el bien de una parte. La búsqueda del bien exige que se persiga el bien particular teniendo presentes las exigencias más amplias de la colectividad; por eso no puede ser sólo motivo de reivindicación, sino también de colaboración. Aquí se descubre otro difícil problema que surge de todos los principios recordados: la relación del sindicalista con la base. Es una relación que se funda en la confianza; la tentación puede consistir ' én no contradecir nunca las exigencias de la base para no perder su confianza y su apoyo. El sindicalista está en la difícil posición de tener que escuchar, acoger, coordinar; pero también de redimensionar, hacer reflexionar y a veces, además, de rechazar justamente dentro de la perspectiva del bien común.

3. EL COMETIDO DE LA COMUNIDAD CRISTIANA. El cometido de la Iglesia frente al sindicalista es en este punto ofrecer los elementos de una formación de carácter ético que tenga en el mensaje de la fe y en la vida de la comunidad cristiana su fundamento ontológico. La GS denunciaba, en el número 43, la dolorosa y peligrosa ruptura existente en muchos cristianos entre la fe y la, vida; la definía como "uno de los errores más graves de nuestro tiempo". Es una ruptura que se ha consumado bien a nivel personal, como carencia de significado de la fe, bien a nivel estructural, como carencia de significado de la Iglesia y de su mensaje, exceptuando hacer de la vida y de los problemas sociales objetos de normas en las que era difícil distinguir el elemento ético del elemento socio-cultural, o incluso político. Es lo que ha ocurrido también respecto al sindicato. Así pues, es tarea de la comunidad cristiana proporcionar, partiendo de lo que le es propio, valores, principios y normas éticas capaces de iluminar, discernir y orientar la búsqueda fatigosa y autónoma del bien común dentro del mundo del trabajo y económico. "Es, pues, indispensable -decía Juan Pablo II en una asamblea de pastoral del trabajo- que se refuerce en las Iglesias locales, de forma cada vez más orgánica y completa, una adecuada acción pastoral de viva atención a los problemas y a la cultura de los hombres del trabajo, de modo qué no les llegue a faltar nunca una adecuada propuesta de la redención que Cristo ha realizado en la plenitud de los tiempos. Esta pastoral para los hombres del trabajo es mucho más necesaria hoy, que es tiempo de un nuevo adviento, tiempo de espera".

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O.P. Don¡