PERIODISMO
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. En el universo de los medios de masas.

II. La empresa periodística.

III. La carrera.

IV. El artículo.

V. Posibilidades y límites de una elección de vida.

VI. El periodista cristiano.


 

I. En el universo de los medios de masas

En los países occidentales el sistema de la información se rige por unas leyes de mercado que van extendiendo progresivamente su radio de acción internacional y se van haciendo cada vez más rígidas, quitando espacio a las diferenciaciones nacionales y al pluralismo interno de las naciones particulares. Tres son los mercados principales de los que depende la vida de una emisora periodística: el mercado de la /publicidad, el de los canales de transmisión (en particular las transmisiones vía satélite, decisivas para las emisoras televisivas) y el de las fuentes de información (las pocas agencias de información a escala mundial -AP, UPI, Reuters, AFP, EFE-, que controlan la totalidad del mercado de la noticia, en concurrencia entre sí, pero también con modalidades culturales y políticas convergentes) [/Información IV]. La creciente complejidad económica y tecnológica de los sistemas de recogida, elaboración y transmisión de noticias favorece la concentración de los medios periodísticos bajo el control de las grandes sociedades, cada vez más de carácter internacional, que tienden a gestionarlos en función del provecho económico. Sigue siendo fuerte -en el control de los medios periodísticos- él papel del poder político. El ejemplo más convincente viene dado por el servicio televisivo público directamente controlado por las fuerzas políticas, que goza de una situación de privilegio en lo relativo a servicios periodísticos. Es una opinión generalizada que las centrales económicas están a punto de llevar la mejor parte sobre las políticas en el control de los medios de masas en general, comprendidos los periodísticos.

A nivel del macrosistema de los medios periodísticos la posibilidad de intervención activa de los operadores resulta casi nula considerados en su conjunto, como fuerza social y no como particulares. Consiguientemente, resulta también restringido el campo de su responsabilidad moral. Muy poco pueden hacer los periodistas, incluso a través de sus organizaciones profesionales, para modificar el ordenamiento económico y jurídico del sistema del que forman parte o para influir en la política informativa de las grandes concentraciones editoriales.

Lo restringido, sin embargo, de los márgenes de intervención no justifica una actitud de resignada indiferencia, como parece estar abriéndose camino entre los operadores de la información al ir dándose cuenta de la creciente complejidad y rigidez del sistema de los medios. de .masas. La posición del médico individual frente al sistema sanitario o la del juez individual frente al sistema judicial no difiere, desde el punto de vista de la responsabilidad moral, de la del periodista individual frente al sistema de los medios de masas. Sin embargo, nadie osaría decir que el médico o el juez no deban hacerse cargo del destino general del sistema del que forman parte.

La resignación de los periodistas respecto al sistema de la información no es, pues, justificable moralmente, aunque sea explicable psicológicamente: tanto en el compromiso deontológico como en el político hallaba expresión la generosa ilusión de dominar al sistema; ilusión que los periodistas han compartido durante decenios con los operadores de otros sectores, y tal vez con más fe en ella, habida cuenta. de, la facilidad -característica de los operadores de la información- a erigirse en maestros de opinión y suscriptores de manifiestos públicos. La pérdida de la ilusión ha sido catastrófica, el sistema de la información se ha revelado cada vez menos dominable y modificable, el periodista ha descubierto que sólo es más libre para hablar, pero no más autorizado que otros intelectuales para intervenir en la determinación de la propia actividad.

Dos son, esquemáticamente, las responsabilidades de los periodistas frente al universo de los medios: una, colectiva y política; otra, personal y cognoscitiva. 17 Políticamente y a larga distancia, los periodistas deben vivir el compromiso de promover o controlar intervenciones legislativas en defensa de la libertad de información, del pluralismo de las cadenas, de las experiencias cooperativas y artesanas existentes en el sector. 0 Personalmente cada periodista tiene el deber de conocer la rigidez del sistema y su capacidad dé modificación política, de tenerlas en cuenta en las decisiones de carrera y de trabajo, de divulgar su conocimiento.

II. La empresa periodística

Pasando del universo de los medios a las empresas o cadenas periodísticas individuales (agencia de prensa, telediario, noticiario radiofónico, diario, semanario, oficina de prensa), disminuye la complejidad del sistema y aumenta la posibilidad de influencia de los periodistas a través del.trabajo colegial y de la acción sindical.Aumenta también su libertad de elección: mínima frente. al, sistema en su globalidad (la única posibilidad es la protesta radical, dando vida a experiencias alternativas de tipo artesano), es, en cambio; significativa y practicable frente a la variedad de empresas y de cadenas. En determinados niveles de especialización profesional el cambio de empresa resulta relativamente fácil de practicar y se puede considerar como un posible remedio acondiciones lesivas del libre convencimiento subjetivo.

En el ámbito empresarial es donde más se ha ejercido la acción sindical promovida por el giro político delos años setenta. Esta acción ha sido posteriormente criticada. Acusaciones más habituales: politización del sindicato, pretensión de imponerse a la dirección misma de las cadenas, dar prioridad.a las valoraciones ideológicas sobre las profesionales. Con todo, el giro político ha sido útil y sería de miopes rechazar la lección global, aduciendo como motivo los excesos a los que ciertamente ha dado lugar, el primero de todos el de haber acompañado y favorecido una especie de sorteo político dentro de los cuerpos redaccionales de las grandes cadenas. La afirmación de que "el problema de la información es esencialmente político" era y sigue siendo una afirmación válida. Menos válida era la utopía de que este problema pudiera quedar rápida y definitivamente resuelto a base de pedir nuevas leyes y de aumentar el poder de las redacciones.

"La prensa libre podrá ser, por supuesto, buena o mala, pero es totalmente cierto que sin libertad no puede ser más que mala", escribía Albert Camus en Resistencia, rebelión y muerte. La libertad de la prensa no es sólo, cuestión de sistema político, para el cual libre sería -por definición y de una vez por todas- la prensa de los sistemas de democracia parlamentaria y pluralismo de partidos. Tampoco es sólo- cuestión de ética profesional, para la cual libre sería la prensa administrada por profesionales honestos e independientes. Tampoco basta, por último, la combinación de ambos elementos. Hemos visto ya los condicionamientos decisivos del sistema de los medios de masas. Pero también los de la empresa periodística son fuertes y -habría que decir- crecientes, a medida que el desarrollo tecnológico parece reducir el espacio de intervención de los operadores y. su capacidad. de control sobre el proceso global de confección del periódico o de la transmisión. Mérito principal del giro .político ha sido el haber hecho conscientes a los periodistas de los límites que para su autonomía derivan del sistema de los medios de masas y de la estructura de la empresa. La moralidad del periodista no puede prescindir del compromiso político; en él deberá tomar forma diariamente su tenaz oposición a todas las manipulaciones estructurales a las que le someten el sistema y la empresa de la que forma parte.

Las grandes cadenas, incluso las "independientes" e incluso las radiotelevisivas, están en poder de grupos económicos o están controladas por los partidos. Resulta fácil la invectiva contra los periodistas "comprados y vendidos" y contra las "cartas falsas" que se ven obligados a producir. Más difícil resulta individuar con exactitud el condicionamiento derivado del ordenamiento empresarial y, consiguientemente, la obligada reacción moral y el comportamiento de los periodistas. Un punto queda claro: los operadores de la gran prensa son relativamente libres únicamente en aquellos campos donde no entran en juego los intereses directos del grupo económico o político que controla a la empresa.

A fin de mantener un mínimo de libertad en el propio trabajo y de no convertirse en cómplice activo de propagandas ajenas, que podrían ser también gravemente manipuladoras de la opinión pública, podrían resumirse de la siguiente manera los deberes morales del periodista frente a la empresa: -conocer los intereses del grupo que controla a la empresa, -estudiar el condicionamiento que esos intereses ejercen sobre el propio trabajo, -discutir este efecto con los responsables redaccionales, -comunicar este conocimiento a los colegas de cara a una acción colegial, -mantener activamente abierta la posibilidad de cambiar de cadena a fin de evitar situaciones intolerables e inmodificables.

III. La carrera

Es el lugar de las opciones fundamentales, es decir, de las que comprometen la responsabilidad moral del periodista. Los tiempos cortos o cortísimos del ejercicio periodístico individual, con la necesidad de comentar a menudo noticias imprevistas y de tener que hacerlo en menos de una hora o poco más, no permiten caer "plenamente en la cuenta" de lo que está en juego ni, en general, ofrecen materia para opciones hechas como "consenso deliberado". Tampoco se puede limitar el campo de la responsabilidad moral del periodista al solo compromiso político y sindical frente al sistema de los medios de masa y frente a la empresa. Existe una responsabilidad moral central y grande, cuyo objeto son las decisiones relativas a la carrera y que no se puede limitar al solo compromiso político o a la sola honestidad del servicio individual.

- En analogía con el lenguaje de los moralistas, que hablan de una "opción fundamental" entendida como decisión que compromete totalmente a la persona y fundamenta la moralidad de su actuación, podemos decir que la carrera es el lugar de las opciones fundamentales del periodista. Mayor poder y más altas retribuciones comportan casi siempre disminución de la libertad. Una carrera fácil se puede pagar con el servilismo empresarial o político. Pero no existe únicamente el riesgo de la libertad: existe también el riesgo de la calidad cultural y de la utilidad social del propio trabajo. En la profesión periodística es grande la tentación del éxito y del protagonismo y, a menudo, va en detrimento de la calidad y de la utilidad.

- La ley del éxito y de la competencia, que sirve de guía a los medios de masas, tiene su reflejo en las carreras individuales. Ahondar en los problemas y en las situaciones, construir una sólida competencia, ponerse al día culturalmente, respetar a los interlocutores: he aquí el camino por el que ir en búsqueda de la propia promoción profesional. La promoción, en efecto, es indispensable: el periodismo es una profesión sin posiciones adquiridas. Cada día hay que conquistar espacio en las páginas de los periódicos y, caso de tener tareas de comentarista, ante la opinión pública. Pero por tratarse de un camino difícil y de salida incierta, es fuerte la tentación de coger atajos: búsqueda de la aclamación fácil, incluso con perjuicio de las personas implicadas; polémicas artificiales, provocadas o mantenidas para desviar la atención sobre los antagonistas; énfasis en temas clásicos de polémica partidista, convirtiéndose en portavoz de una de las formaciones; instrumentalización de los aspectos eróticos o violentos de determinados casos buscando la propaganda del propio trabajo.

- La moralidad de la profesión periodística no se puede valorar significativamente desde el servicio individual, sino que debe medirse a largo plazo y en el conjunto de la actividad. Una opción fundamental de seriedad, claridad y veracidad no queda cancelada por incumplimientos aislados. En contrapartida, estos incumplimientos no deben ser tales que hagan irreconocible esa opción, la cual deberá estar basada en la reflexión personal en cada paso o giro de la carrera.

- Queda aún por tratar otra cuestión en relación con la carrera: el corporativismo. Pocas categorías hay tan enfermas de corporativismo como la de periodista: son trabajadores dependientes, pero garantizados por un orden profesional, mientras que otras categorías profesionales reúnen a profesionales libres; están protegidos de la competencia de las nuevas promociones por una especie de número cerrado, no escrito, que sustrae el ingreso en la profesión al libre juego de la oferta y de las competencias y lo transforma en una especie de cooptación que no tiene parecido en ningún otro sector profesional. En algunas naciones no se puede escribir en los periódicos sin estar inscrito en el registro, no se puede ser periodista (previo el correspondiente examen y la inscripción en el registro) si antes no se ha tenido una práctica en un periódico: es la tenaza que estrangula el acceso a la profesión. Luchar por la liberalización del acceso, la abolición de las prácticas, la creación de escuelas de periodismo vinculadas al ejercicio propedéutico de la profesión: he aquí el compromiso de todo periodista que no quiera aprovecharse del actual ordenamiento corporativo, más allá del lamento público por su existencia. El primer mal de la categoría y base principal de toda su debilidad política y moral es este acceso por cooptación: sólo el afiliado a una corriente política, o el poseedor de conocimientos personales adecuados, o el que ha podido especializarse fuera, o el que ha vivido muchos años en precario, sólo éstos consiguen ser periodistas. No son condiciones de la mejor selección.

IV. El artículo

El cuarto nivel de análisis de la profesión es el de menor complejidad y de mayor libertad: en la realización de sus servicios el periodista es casi totalmente autónomo en sus decisiones y goza, por consiguiente, de una responsabilidad más completa que en lo relativo a la programación de los servicios (donde su autonomía es, en cambio, mucho menor) o a la dirección de la empresa (donde sus posibilidades de influencia son mínimas o nulas). Hemos visto en el apartado III que el artículo individual no puede ser el lugar de las opciones morales últimas, aunque se ha insinuado también la necesidad de tener en cuenta estas opciones en el conjunto de la producción de un periodista. A esto hay que añadir que, en la actual organización del trabajo periodístico y debido también a las garantías sindicales alcanzadas o perfeccionadas en los últimos veinte años, el periodista está realmente al abrigo de interferencias directas en la redacción de sus artículos.

Quien siga la radio y la televisión o lea los periódicos y no conozca el mecanismo redaccional o empresarial, puede llegar a pensar que el periodista goza de libertad en la programación de su trabajo, pero que está condicionado en la redacción del artículo por la dirección o por la línea de la cadena para la que trabaja. La realidad es exactamente la contraria: en lo relativo a la decisión de tratar o no un tema, el periodista no tiene voto, puede solamente proponer; en lo relativo, en cambio, a la redacción, es en principio totalmente libre y sustancialmente lo es también de hecho. En caso de conflicto con la dirección puede exigir que se respete su versión. Si la dirección impone un cambio, él puede exigir que se retire su firma. (Otra cosa es, obviamente, la autocensura, es decir, la tendencia espontánea a adoptar la que se considera que es la línea de la cadena con el fin de evitar complicaciones o para acreditarse ante los responsables del periódico). Pero la intervención directa sobre el artículo, con consignas previas sobre la línea a adoptar o con censuras sobre el trabajo realizado, es muy rara.

"La necesidad de la concisión, de la claridad y de un lenguaje medio" (Franco Fortini) caracteriza a la redacción de un servicio periodístico. Como cualquier otra obra humana, también la del periodista encuentra en su lógica interna la regla primera de su moralidad. Dos son las exigencias esenciales: la veracidad del contenido y el lenguaje.

- Veracidad del contenido [l Verdad y veracidad III, 3] quiere decir también distinción escrupulosa, que deberá aparecer explícita en el texto, entre hechos ciertos, hipótesis interpretativas y comentarios del periodista. Resulta ilusorio el pretender objetividad absoluta en un campo donde todo está gobernado por la rapidez y casi todo por la opinión. Pero el lector tiene derecho a saber cuánto de lo que lee es referencia objetiva, a ser posible con citas textuales e indicación de fuentes, y cuánto es, en cambio, elaboración del periodista. El conjunto tendrá inevitablemente una orientación, pero es un deber suministrar los elementos que expliciten y no encubran tal orientación.

- Más compleja todavía es la cuestión del lenguaje: el periodista no es un escritor, y, sin embargo, cada artículo suyo serio debería ser también creatividad de lenguaje. La dificultad radica en tener que responder a dos exigencias contrarias: usar una lengua libre de expresiones y esquemas codificados con el fin de poder captar y narrar la novedad de los acontecimientos y de las ideas; tender a una escritura que resulte comprensible a la generalidad de los destinatarios. Los medios de masas se dirigen a la masa, es decir, a un público indiferenciado. Consiguientemente, se hace necesario evitar un lenguaje excesivamente inventivo, personal y sofisticado. Constreñido a emplear un lenguaje medio, el periodista siente la tentación de abandonarse a lugares comunes y esquemas ya difundidos. Al actuar así corre el riesgo de contribuir a la consolidación de prejuicios y simplificaciones, enemigos de la verdad y de la novedad. El empleo, por ejemplo, de términos como "fascista", "integrista", "maoísta", "terrorista", "monstruo" puede ser irrespetuoso para con las personas de las que se habla. Y seguramente lo es si estas personas rechazan siempre esos calificativos, que les son atribuidos de la manera más natural.

V. Posibilidades y límites de una elección de vida

En los artículos I-IV se ha hecho referencia a los diversos niveles del compromiso profesional del periodista: del macrosistema internacional de los medios de masas al microcosmos del artículo individual, indicando en cada uno de esos niveles los principales retos morales a los que tiene que hacer frente el operador de los medios de masas. Pero el tratamiento no sería completo si no se intentara definir el reto central de la profesión en este momento de la humanidad y, consiguientemente, si no se intentara ver cuál es, en respuesta a ese reto, la razón moral esencial para ser periodista hoy. ¿Se trata únicamente de una salida profesional ofrecida a una marea de intelectuales desocupados o puede ser una elección de vida en la que son posibles opciones moralmente significativas?

En contra de un pesimismo generalizado, se afirma aquí esta segunda posibilidad. En el polo positivo se encuentran los hechos englobados bajo la denominación de revolución /informática: ésta es tal vez la más grande transformación en curso en nuestra época y prefigura -por lo que respecta a la l información periodística- el nacimiento de un mundo sin fronteras, en el que será posible conocer el destino de cualquier grupo humano en el momento mismo en que éste tiene lugar. En el polo negativo se encuentran los riesgos antihumanos de esta revolución, que en lo referente al periodismo se pueden resumir como sigue: control de la totalidad del "mercado" de la información por parte de pocas centrales mundiales, nivelación y estandarización de las producciones periodísticas, marginación del operador ,individual de la información, refuerzo de la pasividad de éste, acentuando la pasividad del usuario.

El terreno de la información es un terreno decisivo para la humanidad del mañana, y el periodista puede erigirse en sujeto activo de este reto, característico del 2000. Jugar la carta de la información será decisivo para el crecimiento de una humanidad más libre y solidaria; pero esta carta puede jugarse también en beneficio de una manipulación sin precedentes. Para una u otra solución no será indiferente el papel de los informadores: el destino de su microcosmos tal vez pueda asumirse como una anticipación del destino general. Periodistas con capacidad de opciones humanamente significativas son prefiguración de un uso activo y crítico de los medios de masas. Periodistas moralmente indiferentes contribuirán a propiciar un uso masificado y pasivo.

Aquí se analiza sólo un aspecto, que parece el más importante, del papel de la información en el mundo de mañana: la superación de las fronteras. En la Declaración universal de los l derechos humanos (1948) se dice: "Todas las personas tienen derecho a la libertad de opinión y de expresión; ello conlleva el derecho a no ser perseguido por las opiniones que uno tenga y el derecho a buscar, recibir y difundir, sin limitación de fronteras, las informaciones y las ideas con cualquier medio de expresión". La información de mañana será "sin limitación de fronteras", y de ello tenemos ya los primeros signos. ¿Llegará a cualquier parte liberando a la humanidad de las fronteras o creando para todos una opresión igual? Éste es el reto. Aquí se juega la aventura moral del periodismo mundial.

La tecnología ha difundido sus propios instrumentos y también, por vía inducida, sus propios modos de ser en todos los ángulos del planeta. La red informativa envuelve al planeta en una especie de jaula electrónica que hace del mundo una única aldea, sometida al mismo flujo de informaciones" (ERNESTO BnLnucci, en "Testimonianze", 1 [1986] 10). Por primera vez sabe la humanidad lo que le sucede: tiene conocimiento de lo que se hace en cada una de sus partes y tiene conocimiento de la suerte que le atañe a toda ella. Tenemos conocimiento del destino de la humanidad mientras éste se lleva a cabo. La muerte por hambre ha existido siempre en la tierra, pero hoy la conocemos mientras acontece. Esto podría ayudarnos a impedirla. Guerras y genocidios de pueblos enteros los ha habido siempre: hoy tenemos información directa y, queriendo, podríamos intervenir. A la información se la puede limitar o retrasar, pero no se la puede impedir. Se vio con la guerra del Vietnam: Estados Unidos tuvo que cambiar de política ,a causa del conocimiento directo de la guerra suministrado por los medios de comunicación. Y para el mundo comunista se vio con la explosión de Chernobil: el sistema soviético de información hubiera querido minimizarla, pero; al final, todos hemos sabido de ella lo que había que saber.

La imposibilidad de negar información crea una situación del todo nueva en la tierra, parangonable a la posibilidad de autodestrucción, que jamás la humanidad había conocido antes. Está surgiendo una percepción nueva del destino unitario e indivisible de la humanidad. Pero podría también surgir un control global de las inteligencias, a través de la gestión centralizada y manipuladora de la información. Los que trabajan sobre este filo de cuchillo deben saber a cuál de los dos destinos juega su trabajo.

VI. El periodista cristiano

El periodismo es una profesión típica de la sociedad secularizada. Al cristiano que la ejerce le plantea los mismos problemas morales y espirituales a los que tiene que hacer frente una comunidad de creyentes obligada a vivir en condiciones de minoría en una sociedad que en su conjunto no se remite ya al cristianismo. La situación moral del periodista cristiano no difiere sustancialmente de la del cristiano ciudadano del siglo xx. Al igual que el ciudadano cristiano tiene, ante todo, el deber de un comportamiento cívico correcto, el periodista cristiano tiene también la regla básica de un ejercicio correcto de la profesión. Todo lo dicho con anterioridad en orden a las responsabilidades políticas, empresariales, de carrera y de realización del servicio periodístico individual, vale tanto para el periodista laico como para el creyente: está basado, en efecto, en la función del periodismo en nuestra sociedad, y ésta es la misma para todos.

La ética del periodismo contemporáneo está basada en los principios de libertad y democracia, que implican como algo esencial el derecho a la información. Este armazón moral de la profesión no plantea nada específico al cristiano. Un ejemplo podría aclarar esta común situación ética: la situación de guerra, periódicamente repetida en la periferia del mundo. (La elección no es casual, por cuanto la guerra constituye uno de esos retos en los que el periodismo puede ejercer -como ya ha quedado dicho en el párrafo V- una función importante y éticamente significativa, contribuyendo a hacer tomar conciencia de ella a la humanidad entera; y porque lo mejor del periodismo moderno ha venido precisamente del periodismo de guerra). Pues bien: supóngase que un enviado a Vietnam, a Oriente Medio o a Afganistán parte ateo, ejerce como tal su profesión desde los lugares de batalla durante un año y que después se convierta al cristianismo y continúe durante un año más en el mismo trabajo, con el mismo periódico, desde el mismo frente. Su periodismo de guerra seguirá siendo verosímilmente el mismo, si ya en lá primera fase era un periodismo éticamente motivado.

Problemas específicos para el creyente pueden provenir de situaciones o cuestiones fronterizas: caso de una cadena que publicara material pornográfico o hiciera campañas de opinión contra las creencias religiosas. Al creyente se le plantearía en ese caso el mismo problema moral que se le plantearía al laico en el caso de propaganda bélica o de defensa de posturas racistas. El periodista creyente aplicará el criterio de la objeción -después de haber hecho valer todo otro medio intentando modificar la orientación de la cadenaexactamente como debería hacerlo toda la categoría en el caso de violación de valores comunes [J Objeción y disenso II, 2].

Volviendo al esquema desarrollado en este artículo, no resulta difícil imaginar que será raro o rarísimo el caso ético específico de un creyente en lo relativo a los dos primeros ámbitos del universo de los medios de masas y de la empresa periodística [apartados I y II]. Más frecuente podría ser, en cambio, la incidencia de la vocación cristiana en los otros dos ámbitos más personales y de mayor densidad ética, de la carrera y de la realización del servicio periodístico concreto [apartados III y IV]. Un criterio útil de orientación podría ser el siguiente: aun sin suscitar, salvo en casos limites, problemas específicos de comportamiento profesional, la pertenencia eclesial de un operador de la información no podrá menos de resultar evidente en el conjunto de la carrera y de la producción periodística. Como elementos claves de la sensibilidad específica del cristiano podrían señalarse los dos siguientes: el respeto por las personas objeto de la información y la apertura a lo nuevo. Ambos deberían derivarse del compromiso asumido de ver a Cristo en cada persona y de la fe en el Espíritu que renueva la faz de la tierra.

"Nadie se hace periodista para mejorar la humanidad, pero un buen periodista la mejora": así sintetiza Piero Ottone la cuestión moral del periodismo en el último capítulo de la obra El buen periódico. Parafraseando esta máxima laica, se podría formular de la siguiente manera la cuestión del cristiano dedicado al periodismo: nadie se hace periodista para realizar la propia vocación cristiana, pero una profesión periodística correcta ayuda a la realización de esa vocación. Y puede incluso llegar a suceder que una realización significativa de la vocación cristiana incida significativamente en el modo de ejercer la profesión.

[/Comunicación social; /Información; /Informática; /Periodista; /Publicidad y propaganda; /Verdad y veracidad].

BIBL. [l Periodista].

L. Accattoli