ETOLOGÍA Y SOCIOBIOLOGÍA
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO: I. Premisa metodológica. II. Qué es la etologia. III. De qué se ocupa la etologia. IV. Biología del comportamiento humano: la etologia humana. V. La sociobiología. VI. La recepción teológica.

 

I. Premisa metodológica

Según el dicho evangélico: no hay que poner vino nuevo en odres viejos, porque de lo contrario se romperán los odres y se perderá el vino, es conveniente definir con cuidado el sentido de las consideraciones sobre la etología para la teología.

La teología moral, como cualquier ética, considera la actividad del hombre desde el punto de vista general, es decir, en cuanto que es humano, y por lo tanto libre y dotado de responsabilidad. El carácter teológico fundamentalmente consiste en tener presente en esta consideración algunos principios que se aceptan por la fe. La cualidad de la actividad humana que interesa a la moral es la bondad general, para todo el hombre, y no la bondad parcial, como sería la de alguna ventaja que se consigue, pero limitada y temporal. Evidentemente, la definición -no sólo teórica- de la bondad absoluta de algo para todo el hombre depende también de la visión general del mundo; una visión creacionista y escatológica, como, por ejemplo, la cristiana, determina profundamente los fines últimos, los últimos criterios de juicio sobre la bondad de los actos. Pero no sólo en este sentido -ontológico la visión del mundo influye en las concepciones de una ética; también es muy importante la visión antropo lógica. Por eso mismo el modo como una ética -o un estudioso de ética a nivel personal- entiende la relación cuerpo/mente, cerebro/ espíritu, es esencial para su visión de la moral fundamental, y vuelve a aparecer luego en la moral especial y en los juicios morales de valoración concreta.

Si partimos de una visión antropológica tomista -o sustancialmente próxima a ella- de la relación entre alma y cuerpo en sentido hilemórfico (el cuerpo es ya materia organizada por el alma, el alma humana es creada sólo cuando comienza a organizar la materia, e incluso está determinada por ella en su individualidad numérica), o de una visión de separación entre Mundo 1 y Mundo 2 y su interacción a través del "celebro de unión" (hipótesis de Popper-Ecles: ! Cuerpo y vida III, 2 y 3), hay que considerar con atención cuánto influye el cuerpo vivo en la actividad del hombre. Nos plantearemos preguntas como ésta: ¿Qué valor tiene para la moralidad humana una influencia determinante o todavía más un posible determinismo parcial o sectorial?

Vino nuevo y odres viejos. Quiere decirse: no se deben poner, y quizá imponer, problemas morales sin antes declararlos, pero sobre todo hacerlos pasar por generales, cuando dependen sólo de un planteamiento específico del problema derivado de la antropología y de la visión del mundo que se adoptan. Entonces el primer problema se puede formular así: vista la unidad, al menos operativa y a nivel de comprobación experimental, de alma y cuerpo -incluso sin dar a estos términos un sentido ontológico, sino funcional-, ¿de qué manera el cuerpo influye en la acción humana? Segundo problema y posterior -pero más importante aún-. una vez que se haya aclarado tal influencia, ¿qué significado tiene en la moralidad del actuar humano?

Mientras aquí hablamos de la moralidad de la actividad humana, las ciencias biológicas del comportamiento atienden al comportamiento que puede describirse y verificarse, omitiendo por sistema toda introspección subjetiva y siguiendo en esto las tendencias de la psicología actual. Esta ciencia, procedente de la filosofía, a partir del comienzo del siglo pasado se ha ido alejando cada vez más de sus raíces y se ha constituido como ciencia experimental; lo mismo han hecho más recientemente otras ciencias, como la zoología, de la que proceden los estudios sobre el comportamiento animal y humano que nos interesan ahora. La diferencia entre comportamiento (behaviour), que es el conjunto de todas las actividades que se pueden observar, determinar o medir de un ser vivo, y obrar es evidente. Obrar en sentido moral indica, además del comportamiento, también la intención con la que se hace algo, el hábito, adquirido voluntariamente, de hacer algunas cosas (las /virtudes o los vicios, si se trata de algo moralmente importante), la decisión de omitir ciertos actos, etcétera. Por lo tanto -y hay que aclararlo metodológicamente-,para el primer problema se parte de la hipótesis de que la libre voluntad de obrar puede ser dirigida, limitada, condicionada en el mismo momento en que surge y se pone en marcha la intención. Los determinismos, rígidos o flexibles o meramente indicativos, no pueden ser totales en el individuo normal y sano, al menos a priori; de lo contrario le faltaría la libertad/ responsabilidad, que es la condición de ser de toda vivencia (y reflexión) moral. En el lenguaje del modelo de Popper-Eccles esto significa que los mecanismos cerebrales, tanto los fisiológicos como los eventualmente adquiridos, como también el Mundo 3 en sus formas más simples de adquisición de civilización colectiva, influencian y determinan el campo dentro del cual actúa el yo (Mundo 2).

Igualmente, para el segundo problema no se debe comenzar, por ejemplo, por la idea de que la naturaleza biológica del hombre no tiene ningún significado normativo, en cuanto que él no tiene responsabilidad en su estructuración; ésta sería sólo condición y confín en el que el hombre forma su propia esencia moral (G. Virt). No es que esta posición deba excluirse, pero tampoco se puede poner como punto de partida; lo mismo que tampoco puede ponerse como punto de partida la contraria, según la cual la naturaleza biológica da directamente indicaciones para la norma moral.

Una vez establecidas estas dos premisas -la moralidad tiene que ver con las estructuras del comportamiento; el campo de investigación de la etología no afecta a todo el hombre- y sí es posible que podamos establecer un diálogo con estas tendencias que investigan al hombre de forma metodológicamente correcta. Las dos premisas son sólo eso, premisas; por lo tanto, pueden variar por limitación o extensión a lo largo del diálogo; pero parecen indispensables para evitar que cada una de las dos reflexiones, ética y etológica, pueda fagocitar a priori el campo de la otra.

La consideración etológica del comportamiento humano es un tema que se plantea a nivel de moral fundamental, porque en ella se estudia un aspecto de todo acto humano en cuanto es realizado por un ser vivo. A través de la investigación etológica se manifiesta de qué modo el ser vivo ha nacido y ha tenido una historia en el mundo; bien mirado, no es un estudio de estructuras extrañas a la persona, sino la historia del yo en su seren-el-mundo, en su existir.

II. Qué es la etología

Kohrad Lorenz (premio Nobel de medicina en 1973, junto a N. Tibergen y K. von Frisch, también etólogos eminentes), en la introducción histórica a su obra La etolo ía. Fundamentos y métodos, la define (a semejanza del sinónimo: estudio comparado del comportamiento) como la aplicación al comportamiento de los animales y de los hombres de los métodos y problemáticas que son de uso corriente en todos los campos de la biología después de Ch. Darwin.

Ya J.-B. Lamarck (1744-1829), naturalista francés, planteó el problema de la relación de los seres vivos con su ambiente, de forma tal que el animal no puede ser descrito si no es dentro de una fina red de acciones y reacciones con todo lo que le rodea y frente a lo cual reacciona por adaptación debido a factores internos. Ch. Darwin (1809-1882) se mantuvo en esto siempre dentro de la teoría lamarckiana, pero la reformuló bajo la forma de adaptación por selección natural. Si un animal cualquiera muestra un comportamiento determinado (el canto típico de una especie de pájaros o su modo de construir el nido), la primera pregunta del naturalista deberá ser: ¿Cómo aporta al animal una ventaja selectiva este modo de cantar o esta forma de construir el nido? Sólo esta pregunta sobre la adaptación específica permite captar correctamente la estrecha relación animal/ ambiente, la adaptación evolutiva de la especie a un ambiente en transformación. Ch. Darwin formuló también la idea de que el comportamiento animal puede ser considerado de modo análogo a una estructura anatómica y puede servir, por lo tanto, de elemento fundamental de clasificación de la especie y de interpretación de la filogénesis (evolución de la especie) dentro de la teoría general de la evolución por selección natural. En su obra tardía La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (1872), Ch. Darwin fue el primero en introducir en el estudio del comportamiento el examen comparativo filogenético, y expresó la hipótesis de que gran parte de las emociones y de los esquemas de comportamiento con los que las expresamos formarían parte de un patrimonio genéticamente definido, típico de la especie. Pero a partir de los años treinta de nuestro siglo, K. Lorenz consiguió formar -partiendo de las enseñanzas de sus maestros y de algunos descubrimientos de sus colegas- los esquemas de interpretación del comportamiento que debían revolucionar el estudio de la psicología animal. Él mismo afirmó que la posibilidad de establecer homologías entre los módulos motores es el punto de Arquímedes del que ha partido la etología o estudio comparado del comportamiento. Los módulos motores -como también la forma de los dientes o de las plumas- son caracteres seguros de los grupos animales, y sus semejanzas y diferencias de especie a especie no pueden explicarse si no se les hace converger en un origen común que se deriva de una forma ancestral, que ya poseía estos movimientos en su forma original. Estos hechos, que son los que constituyen la homología, demuestran por sí solos, según Lorenz, que tales formas motoras son de origen filogenético y se fijan en el genoma (patrimonio genético de la especie).

Uno de los más distinguidos estudiosos de la etología humana, I. Eibl.-Eibesfeldt, ha sintetizado así este giro: "K. Lorenz, procediendo inductivamente a partir de la amplia gama de sus propias observaciones, ha llegado a una síntesis fundamental para la etología. El núcleo de las investigaciones han sido, en primer lugar, los módulos innatos del comportamiento. Él ha identificado la espontaneidad que se esconde en los movimientos instintivos, una particularidad fisiológica de gran importancia que habían descuidado los grandes estudiosos clásicos de los rg flejos (I.P. Paulov y J.B. Watson). El indagó qué estímulos son los que desencadenan un determinado comportamiento antes de tener la primera experiencia y estudió la filogénesis y la ontogénesis (desarrollo individual) de los módulos innatos del comportamiento. En la interacción instinto-aprendizaje él había visto un modo nuevo de integrar lo innato y lo adquirido, y en el fenómeno del imprinting [! más adelante] descubrió una disposición innata al aprendizaje muy fuerte. Nunca se ha cansado de señalar la importancia que todos estos descubrimientos tienen para las ciencias sociales" (Los fundamentos de la etología, 18). Esta última afirmación puede verificarse, entre otros lugares, en la pequeña pero significativa obra divulgariva de K. Lorenz Los ocho pecados capitales de nuestra sociedad.

Para comprender lo que esto significa de un modo concreto, será bueno aportar un ejemplo de R.A. Hinde, Etología y su relación con otras ciencias, obra metodológica de otro nombre importante sobre la materia en el área inglesa (Cambridge): "Supongamos que se nos plantea la pregunta: ¿Por qué vuestro pulgar se mueve de distinto modo que los otros dedos? Podríais responder remitiéndoos a la anatomía de vuestra mano, es decir, a las diferencias en la estructura del esqueleto y a las inserciones de los músculos entre el pulgar y los otros dedos; ésta sería una respuesta que tiene que ver con la causalidad inmediata del movimiento del pulgar. O también podríais remitiros al desarrollo embrionario de la mano, describiendo cómo, conforme se desarrollan los rudimentos de los dedos, uno de ellos asumió una estructura que difería de la de los demás. Pero también podríais dar una respuesta funcional.- un pulgar opuesto facilita acciones como la recogida de objetos o el subir a los árboles, etc. Finalmente podríais decir que descendemos de criaturas semejantes a los simios, que los simios tienen los pulgares opuestos al resto de los dedos de la mano, por lo cual, en consecuencia, los tenemos también nosotros. Ésta sería una respuesta en términos de origen evolutivo. Todas estas respuestas serían correctas; ninguna sería completa. De la misma manera proceden los etólogos, planteándose los cuatro tipos de preguntas. Y mantienen además que, aunque lógicamente distintos e independientes, sin embargo los interrogantes sobre la causalidad inmediata, desarrollo, función (es decir, capacidad de adaptación) y evolución quizá sean interfecundos" (p. 19).

Una polémica que acompaña a los estudios etológicos desde hace décadas y bajo formas diversas es la referente a los conceptos innato-aprendido. K. Lorenz y su escuela, por ser los más acusados, se han preocupado de aclarar estos conceptos básicos de la disciplina. Hoy mantienen que toda adaptación de un órgano 0 de un módulo del comportamiento a una característica del ambiente indica siempre que al organismo le ha tenido que llegar de alguna manera una información sobre esta característica. Y esto ha ocurrido o en la filogénesis de la especie, por mutaciones y recombinaciones de sustratos hereditarios y por selección natural; o también a través de la adquisición de información por parte del organismo mismo en el curso de su ontogénesis. Pero ambos términos de la cuestión no tienen por qué considerarse excluyentes: tanto innato como aprendido se refieren a la adquisición de informaciones sobre el mundo exterior, lo que es evidentemente el presupuesto indispensable para toda adaptación actual. Innato no significa, pues, simplemente "no aprendido", sino indica que la adaptación se ha producido por vía filogenética, y no por aprendizaje del organismo individual en cuestión. Estas capacidades filogenéticas que un organismo posee, tanto de comportamiento como de aprendizaje, tienen un sustrato orgánico y fisiológico -las células nerviosas en su especial relación con los órganos de los sentidos y del movimiento- que crece durante el proceso de autodiferenciación según las indicaciones contenidas en el material hereditario. Esto vale para el crecimiento y desarrollo tanto de los tejidos específicos individuales (p.ej., la retina) como órganos internos. Pero también algunos comportamientos complejos pueden considerarse innatos, es decir, aprendidos por la especie y fijados por el individuo en el genoma, y que funcionan antes de cualquier aprendizaje. Por ejemplo, la ballena azul nada con perfecta coordinación nada más nacer, y un pequeño ñú, apenas traído al mundo, trota y galopa detrás de la madre si hay un peligro inminente. Otros comportamientos, como el canto específico de ciertos pájaros o el vuelo, deben ser aprendidos, pero la imitación del modelo no lo explica todo; si el pequeño no estuviera dotado de capacidad de aprendizaje específico, no lo podría realizar nunca. Se puede decir, pues, que innato significa derivado de adaptación filogenética.

El comportamiento del animal no es, sin embargo, algo mecánico, simple respuesta a estímulos; es adaptable a situaciones y está programado ya para adaptarse. Se podría decir, simplificando y sintetizando a K. Lorenz: en el comienzo del comportamiento específico hay una necesidad que depende, para su activación, de factores internos del organismo y de factores externos que lo transforman en una pulsión como conjunto de fuerzas que lo empujan a la acción. Por ejemplo, un pájaro que necesita nido, en primavera y a una cierta edad siente la tendencia a construirlo. El animal, pues, manifiesta de hecho un comportamiento apetente: el pájaro busca activamente determinadas situaciones, ciertos materiales. Está dotado de un mecanismo desencadenante innato (MDI), presente por transmisión genética en el sistema nervioso central; una especie de cerradura a la que corresponde una llave, el estímulo-clave, que sólo con su presencia pone en marcha el MDI. De esta manera el animal comienza una serie de comportamientos rígidos (los modos de construir concretamente el nido) que corresponde más o menos al antiguo concepto de instinto. Ante todo, el animal busca activamente el estímulo-clave, pero puede encontrarse también en situación de tener que elegir entre dos de ellos. Por ejemplo, nuestro hipotético pájaro, mientras que está preparado para construirse el nido porque ha encontrado material, árbol, hembra, etcétera, puede encontrarse sometido, involuntariamente esta vez, al estímulo-clave que de por sí pone en marcha los estímulos hereditarios de fuga. El pájaro, de todas formas, elegirá una de las cadenas instintivas; y si consigue completarla (p.ej., la construcción del nido), habrá llegado al acto consumatorio (consummatory action); esto pone fin a la secuencia del comportamiento activado con el comportamiento apetente y conduce normalmente a la desaparición de la pulsión. En lineas generales, sin embargo, estas cadenas de actos están coordinadas entre sí, de modo que un acto puede ser consumatorio de cuanto le precede y al mismo tiempo comportamiento apetente para cuanto le sigue. Por ejemplo la construcción del nido, según qué especie sea, puede preceder al cortejo o también ser posterior; de todas formas ambos comportamientos están coordinados entre sí. Cada especie tiene, pues, una jerarquía de comportamientos, en el sentido de que algunos aparecen siempre según un determinado orden.

Se ha aludido antes al hecho de que el animal vivo tiene disposiciones para el aprendizaje; estas disposiciones son típicas de la especie, no del individuo; pero es interesante, en este contexto, el fenómeno del imprinting (aprendizaje precoz en fase sensible). Por ejemplo, para la "reacción a seguir" presente en el ánade, el período crítico para él está entre la hora 13.a y la 16.11 de su salida del huevo; lo que se aprende en tal período se aprende de modo irreversible y lo seguirá siempre como si fuese la "mamá ánade". En este caso el MDI está predispuesto para identificar en ciertas condiciones el estímulo-clave, pero no de forma determinista y mecánica. Lo que el animal aprende en este período permanecerá en él durante toda la vida, mientras que lo que el individuo aprende de forma convencional puede olvidarlo. Características ulteriores del aprendizaje por imprinting (además de la irreversibilidad y la presencia de fases sensibles) son la rapidez y la falta de recompensa. Como ya hemos dicho, se aprende de este modo sólo lo que pertenece a las características no individuales, sino de la especie.

III. De qué se ocupa la etología

En concreto, la etología procede como las otras ciencias biológicas, es decir, con la observación, la denominación y la clasificación del comportamiento animal, operaciones todas ellas cuantitativas, que continúan en su medición correspondiente. A la etología descriptiva le sigue luego la experimentación, con la cual se resaltan las relaciones esenciales que se concretan en hipótesis de trabajo, seguidas a su vez de análisis experimentales. Normalmente, al comienzo de una amplia investigación se intenta elaborar el etograma, es decir, una descripción y enumeración de todos los modos de comportamiento observables en una especie animal en condiciones naturales; en general, estos comportamientos se ordenan de acuerdo con unos círculos funcionales (búsqueda de comida, defensa de los enemigos, relaciones sociales, etcétera). Por círculo funcional se entiende un sistema de comportamientos con tareas y efectos semejantes, como los que hemos enumerado. Los círculos- funcionales más grandes se pueden subdividir; por ejemplo, las relaciones sociales se pueden subdividir en agresividad, sexualidad, relaciones padres-hijo. Es evidente que las divisiones en este tipo son parcialmente arbitrarias, pero necesarias.

F. Rauh subdivide el material de este modo: nutrición, defensa, agresión, comportamiento y periodicidad sexual (amistad y eros), comportamiento social y lenguaje, juego, hábito: adiestramiento y tradición, comportamiento aparentemente moral de los animales, fases anormales (drogas, alucinaciones...). I. Eibl.Eibesfeldt (1984) lo subdivide así: comportamiento social (que comprende sexualidad y nutrición), comportamiento con el enemigo, comunicación y, finalmente, desarrollo del comportamiento u ontogénesis.

Será conveniente comenzar simplemente con algunas referencias al comportamiento social de los animales. A casi todos los animales les viene el impulso a entrar en contacto, al menos una vez en la vida, de la necesidad de reproducción. Pero muchas especies son socialmente estables: piénsese en los pájaros y en los peces, que se reúnen en bandadas anónimas para defenderse de los depredadores, o en los grupos de mamíferos que no siempre son ya anónimos (como los babuinos). Otros animales se reúnen para la caza, que realizan con estrategias de grupo, como los lobos o los licaones; los delfines (que son mamíferos) asisten a los heridos del grupo y los llevan a la superficie para que puedan respirar, y además rodean a las hembras en fase de parto para protegerlas de los tiburones. El cuidado de la prole es también uno de los motivos más fuertes y difundidos de socialización.

Parece además que el esquema madre (que cuida al pequeño) e hijo (llamadas infantiles) está en la base de la socialidad, y se usa también para unir a los adultos del grupo entre sí, precisamente con esquemas similares a los de madre-hijo. I. Eibl.-Eibesfeldt afirma: "Con el cuidado paternal entró la amistad en el mundo". Además, entre las especies que tienen necesidad de largos cuidados de los padres se ha desarrollado entre madre e hijo el reconocimiento individual, y por lo tanto la relación individual. "El amor, definido como unión individualizada, se ha hecho posible de este modo". Con frecuencia la territorialidad es una consecuencia inmediata de la socialidad, para preservar al grupo en el espacio y en el tiempo. De todas formas existen territorios individuales, de pareja, de grupo, así como territorios móviles (como el que circunda al grupo de los babuinos que se mueven en la sabana), estables o no, que son delimitados de formas distintas: los pájaros los delimitan con el canto, muchos mamíferos por medio de marcas con sustancias olfativas. El territorio, según el tipo, es defendido incluso contra los pertenecientes a la misma especie.

Dentro del grupo, la agresividad es controlada, bien a través del conocimiento individualizado, bien (como entre muchos topos) a través de la señal olfativa que distingue a todos los miembros del grupo. Otro modo muy difundido, entre los grupos estructurados, es la jerarquía social u orden de prioridad. Este comportamiento fue descubierto por primera vez en los años veinte entre las gallinas domésticas. Está presente sólo en los grupos individualizados, y se establece y mantiene por medio de luchas ocasionales, más o menos ritualizadas (1 más adelante). El animal o los animales dominantes tienen prioridad en la comida, en el descanso, en el emparejamiento; pero tienen también obligaciones ante el grupo, como los babuinos dominantes, que se interponen entre el grupo y el leopardo predador. Las hembras normalmente tienen un orden entre sí, pero casi siempre inferior al de los machos.

Es en el juego donde los animales jóvenes desarrollan notablemente su capacidad de aprendizaje facultativo (efectivamente, el juego va unido al impulso explorador). Especialmente en los juegos motrices experimentan todas sus posibilidades de actividad autónoma; lo mismo durante los combates lúdicos y en intentos (igualmente ineficaces) de emparejamiento aplican coordinaciones hereditarias. En situaciones sin peligro real, el animal joven aprende además la combinación libre de varios esquemas de comportamiento y la valoración de las capacidades propias y ajenas.

El comportamiento sexual en el mundo animal es considerado con especial interés, porque a través del dimorfismo sexual se combinan los patrimonios genéticos; y esto, junto con la mutación, permite la producción continua de nuevos genotipos, que hacen posible una supervivencia y evolución cada vez mejor y continua de la especie. En el momento en que ocurre el intercambio de material genético se produce también la selección natural; ésta tolera la continuación sólo de aquellas variaciones que permiten la adaptación a los cambios del ambiente. Se puede hablar, pues, de una "genética del comportamiento", ya que también los comportamientos se seleccionan en función de la adaptación. "Toda población cuyos elementos sean (a) capaces de reproducirse y (b) estén sujetos a la mortalidad -una población como la formada por animales individuales o por genes individuales- puede estar expuesta a una selección natural. En otras palabras, en ella hay elementos que gozan de alguna ventaja reproductiva clara sobre los otros. Esto significa sólo que la tasa de reproducción y la mortalidad de estos elementos `favoritos' son tales que con el paso del tiempo determinan un aumento de su representación proporcional en la población; o también, con una fórmula equivalente, se puede decir que los elementos naturalmente seleccionados tienen un éxito biológico ftness) mayor que los otros... Se ha demostrado que la selección natural actúa en la naturaleza acrecentando, por ejemplo, la representación de una población de individuos dotados de mejor mimetismo, o la que tiene unos organismos más capaces de hacer frente a la hostilidad del ambiente físico" (P.B. y J.S. Medawar).

Para el emparejamiento son muy importantes los comportamientos de cortejo, que permiten el reconocimiento entre partners pertenecientes a la misma especie, la disminución del temor recíproco y la sincronización con fines de fecundación. La producción y recepción de estímulos en el cortejo precopulatorio son muy específicos, como complejos son los comportamientos de reconocimiento, de exhibición, de cortejo. Además de la evidente finalidad de hacer posible la fecundación, el cortejo específico tiende a excluir que se den acoplamientos entre especies diversas (aislamiento etológico). Si esto ocurre, a pesar de todo, existe un filtro ulterior que, genéticamente, da origen a huevos fecundados pero incapaces de vida, o también al híbrido, que es menos vital e incluso estéril. Queda claro, pues, que el fin último de la inseminación efectiva, como los fines funcionales tales como la sincronización, la pacificación, la orientación en el espacio (para encontrarse), la limitación al acoplamiento dentro de la misma especie (aislamiento reproductivo) no son "queridos" por el animal (en el sentido de una "previsión de finalidad', sino que simplemente los sigue según el esquema de la jerarquía de los círculos funcionales y,de los comportamientos específicos.

La agresividad es uno de los fenómenos que, con muchas distorsiones de tipo ideológico, dio a conocer la etología al público culto en los años sesenta y setenta. Especialmente K. Lorenz, El llamado mal. Por una historia natural de la agresividad (1963), fue presentado a veces como defensor de una teoría determinista sobre el carácter instintivo y la utilidad de la agresión para los animales (y por lo tanto para el hombre; ! más adelante, IV). Esto ocurrió porque en ese libro K. Lorenz sostenía un modelo "energético-hidráulico" de la agresividad, la cual, una vez alcanzado un cierto nivel de acumulación, tendía a descargarse con una actividad apetente que busca activamente la situación desencadenante. En realidad, lo que llamamos agresividad corresponde a una variedad de modos de comportamiento que tienen distinto origen fisiológico y distinto significado biológico. La agresividad dentro de la especie es algo muy distinto de la agresividad hacia las especies que sirven de presa o de las que el animal considerado puede ser presa. La agresividad dentro de la misma especie es propia de casi todos los vertebrados. Su sentido biológico, es decir, selectivo, es el de dar a los animales una ventaja en la competencia por la apropiación de los recursos y evitar las consecuencias negativas de la vida social. La distancia que gracias a la agresión se establece entre miembros de la misma especie elimina la competencia por el alimento, el molestarse durante el acoplamiento y también el estrés social. Por lo tanto, la agresividad en condiciones naturales no es antibiológica; todo lo contrario. La jerarquización (de la que ya hemos hablado) es la mejor prueba; ésta se establece y se mantiene con actos de agresión, pero es muy útil al grupo. En los vertebrados existen combates ritualizados que tienen la función no de eliminar físicamente al adversario, sino de conseguir su sumisión; con frecuencia se trata de "medir sus fuerzas respectivas". Una vez que se ha establecido la relación de superioridad, el perdedor huye o realiza una serie de comportamientos de sumisión; por ejemplo, el lobo se inclina, baja las orejas y deja caer la cola.

Estos combates ritualizados forman parte de una serie más amplia de mecanismos que limitan la agresividad y que se han ido formando en el curso de la evolución filogenética. Entre los vertebrados existen "bloques" en relación a los pequeños de la especie, a las hembras y a los pertenecientes al mismo grupo. También la jerarquía o la territorialidad deben considerarse círculos funcionales cuyo fin es la limitación de la agresividad dentro de la especie, sobre todo dentro del grupo al que realmente se pertenece. Y, efectivamente, en los grupos con conocimiento individualizado las actitudes de sumisión, de "humildad", son continuas, como también la intervención pacificadora de los animales dominantes.

Pueden reducirse al tema de la comunicación [1 Corporeidad, IV, 2] muchos comportamientos animales que ocurren dentro del grupo social y que sirven para coordinar actividades. Algunos estímulos son, en efecto, señales, ya que sirven para una comprensión social. Pueden ser de naturaleza óptica, acústica, táctil, eléctrica o química. Estos últimos son los más antiguos seguramente, ya que hasta el organismo más simple puede producirlos. Funcionan como estímulos clave por parte del transmisor, y el animal destinatario los recibe con los correspondientes MDI (mecanismos desencadenantes innatos). Naturalmente, cuando la señal es recibida, influye en el comportamiento del animal receptor. Existe toda una serie de movimientos expresivos que señalan a los demás miembros del grupo el estado de excitación específico del transmisor: un animal que amenaza señala su disposición a agredir, un pájaro su propia preparación al estado de alarma. Las abejas, en cambio, con sus danzas tan conocidas de orientación, dan información no sobre sí mismas, sino sobre él ambiente (referencias a la situación del alimento). Todo lo que se considera comportamiento de cortejo y de acoplamiento es actividad de señalización que sirve para el entendimiento entre partners sexuales (y cuyas funciones ya han sido sumariamente descritas). Una atención especial merece la comprensión entre padres e hijos, ya que es consecuencia de algunas formas que tendrán mucha importancia como valor unitivo en la vida adulta, cada vez que se manifiesten comportamientos de este tipo. En un rebaño de ovejas, la madre y el cordero hijo están en un constante contacto acústico, individualizado de tal manera que incluso el hombre puede reconocer fácilmente a cada uno de los animales y su forma de balar. Muchos pequeños tienen un modo muy especial de exigir/pedir la comida a sus mayores. Como ya hemos indicado, todos los estímulos que limitan la agresividad dentro del grupo de la misma especie deben considerarse actos de señalización, como las actitudes de amenaza, de pacificación o de mansedumbre. Existen también señales ópticas; no se trata de movimientos o posturas, sino de formas y colores; se pueden denominar estímulos morfológicos (p.ej., el color de la garganta abierta de los pájaros jóvenes que piden a sus padres la comida). Los jeromonas son señales químicas que sirven para la transmisión de información dentro de la misma especie; a diferencia de las hormonas, que circulan dentro del organismo, son enviados al exterior e influyen en el comportamiento de los otros animales y alguna vez en sus procesos de desarrollo, como entre los insectos sociales, entre los cuales se forman diferencias de casta.

Muchos mamíferos marcan su propio territorio con señales olorosas, como hace el perro con su orina, o ciertos antílopes con la secreción de algunas glándulas especiales. Lo mismo que algunas hormigas marcan el camino hacia la comida que luego habrán de seguir las recolectoras.

También se ha descubierto que existen señales propias de la especie, como cuando un tipo de pájaro aleja a otro tipo de pájaro del lugar de comida artificial en invierno con comportamientos de amenaza; o cuando un pájaro, fingiéndose herido, aleja del nido a su predador. Está claro que señales de este tipo son esenciales para los animales que viven en simbiosis.

IV. Biología del comportamiento humano: la etología humana

Para evitar la repetición de incomprensiones bien conocidas, quizá habría sido mejor titular este párrafo: "Evolución biológica y cultural del comportamiento humano". Estos dos son, efectivamente, los puntos que más impacto causan en el biólogo del comportamiento cuando se centra en el animal hombre.

En el recién nacido humano es posible observar toda una serie de comportamientos filogenéticos. Posee el automatismo de búsqueda del seno materno, que se transforma en el complejo mecanismo de succión nada más encontrarse con el pezón. Posee también el reflejo de agarrarse con las manos y los pies; porque este comportamiento se da sólo en un estado muy rudimentario, hace pensar en el de los simios antropomorfos, que llevan a los recién nacidos agarrados a la piel del vientre. Finalmente, el grito con el que el recién nacido humano reclama sobre sí la atención de la madre (que enseguida le responde) es también innato.

Es ciertamente difícil examinar los mecanismos del comportamiento del hombre adulto en homología (semejanza de los órganos, mecanismos, comportamientos que dependen del origen común filogenético) con el comportamiento de los otros primates, porque cuanto más desarrollado tiene un animal el sistema nervioso, más pasan sus comportamientos continuamente de un tipo a otro (son un buen ejemplo de ello las señales graduales, matizadas y adecuadas a la situación). De todas formas; la mímica facial del hombre llorando no es sólo común a todos los hombres, se encuentra también en el chimpancé; lo mismo puede decirse de la mímica típica del hombre que bromea, y más aún de la sonrisa. Esta última expresión deriva de la mímica del primate, que la usa específicamente en las situaciones de sumisión social y como señal de pacificación/mansedumbre activa hacia los inferiores. Incluso el dar la mano al animal jerárquicamente superior está muy difundido entre los chimpancés, que a cambio responden con gestos de pacificación. Lo mismo hay que decir del beso, que procedería de la alimentación boca a boca de la madre con el niño, como todavía ocurre en algunas poblaciones humanas. Este comportamiento derivado de los cuidados paternos sería usado entre adultos (hombres y chimpancés) para entrar en contacto de modo pacífico. Hay que notar, sin embargo, algo de por sí evidente: que este paralelismo entre hombre y chimpancé se debe sólo al hecho de que las dos especies tienen una disposición a aprender que es común, es decir, del mismo tipo.

Esto es importante para poder entender cómo los chimpancés no sólo usan, en el entorno natural pequeñas ramas preparadas para "pescar" a las hormigas en los hormigueros, sino que han podido aprender a explicarse con el lenguaje de los sordomudos y con símbolos manipulables. En el laboratorio pueden resolver problemas bastante complejos, como hacer correr un pequeño disco de hierro a lo largo de un laberinto por medio de un imán. En el entorno natural, sin embargo, no desarrollan estas cualidades; y si las han aprendido del hombre, no las utilizan ya cuando son devueltos a su ambiente. Una explicación teóricamente importante desde el punto de vista biológico podría ser la siguiente: algunas "capacidades superiores" salen a la luz y se desarrollan sólo en situaciones críticas extremadamente raras; o también: el cerebro de los primates no se ha desarrollado en relación con la solución de problemas técnicos o con el aprendizaje de la comunicación lingüística, sino que se ha concentrado todo en el aprendizaje social (es decir, de todo lo que sirve en el grupo: señales de pacificación, control de la agresividad, relaciones de jerarquía, localización de las fuentes de agua y alimentos, etc.). En el hombre esta capacidad intelectual superior podría haberse desarrollado en relación con el paso a la caza como tipo de vida y en relación al valor selectivo, en este contexto, de una comunicación desarrollada simbólicamente [/ Corporeidad 11].

También entre los animales superiores, incluidas las aves, existen tradiciones, es decir, informaciones que se difunden horizontalmente en el grupo y verticalmente a los descendientes a través del aprendizaje individual y no filogenético. En el hombre, este aspecto del conocimiento se ha transformado además en evolución cultural, que es paralela y coexistente con la evolución biológica [/ Corporeidad 1V, 2]. Esta fuente de información, y por lo tanto de comportamiento, tiene evidentes ventajas en cuanto a velocidad de difusión y de plasmación respecto a la fuente de información genética, pero también respecto al aprendizaje individual, que por sí sólo no podría llegar en absoluto a alcanzar los mismos resultados que las generaciones precedentes y que los propios contemporáneos si tuviera que enfrentarse personalmente con los problemas.

No hay que olvidar, sin embargo, que si la disposición genética es la base, en el sentido de que da la posibilidad de aprender cultural e individualmente, es también una reserva de mecanismos de comportamiento, como los ya aludidos del recién nacido y de la mímica facial del adulto. Esto puede ayudar a explicar el conocido fenómeno de la agresión en el hombre, es decir, el hecho de que el hombre tenga una tendencia genética a la agresión con los de su especie (especialmente con los ajenos a su grupo de vida) y que tal tendencia se bloquee genéticamente con los mismos mecanismos de ritualización, de cuidados paternos, etc., como entre los mamíferos. De hecho parece que también en el hombre es hereditaria la tendencia a la agresión colectiva hacia los de la propia especie no pertenecientes al grupo (incluso con final letal), como se da entre los chimpancés y otros animales superiores. Nuestros progenitores africanos de hace dos/tres millones de años vivían, ecológicamente, como los babuinos de pelo o hamadriados, en la estepa extremamente pobre en recursos, y lo mismo que estos simios, pudieron desarrollar un comportamiento muy agresivo hacia los competidores de grupos de la misma especie como estrategia de supervivencia. Lo que importa saber hoy es que el hombre actual no debe obedecer a la propia programación genética; es libre de oponerse a ella; pero para poderlo hacer debe desarrollar un esfuerzo de autocontrol que no sería necesario si siguiese la inclinación del mecanismo de comportamiento. En todo caso, conocer a fondo la naturaleza de estas estructuras, los estímulos que las ponen en movimiento y sus antídotos "naturales" es de gran utilidad, por ejemplo, para la superación de actitudes agresivas que a priori se pueden tener hacia los extraños, y que actualmente son contraproducentes para la vida en nuestro ambiente. En esta línea se puede sugerir: evitar la construcción de estereotipos como "el negro", "el judío"; cultivar el conocimiento personal y trabajar por la superación de las barreras artificiales entre los Estados y las culturas mediante el aprendizaje de lenguas comunes y contactos culturales, etc.

Puesto que la evolución cultural es absolutamente preeminente, resulta también muy interesante el estudio comparado de las culturas (la antropología cultural en su sentido más amplio). Este estudio podría llevarnos a un mejor conocimiento y a un juicio mejor de nuestras disposiciones innatas de comportamiento. Es de suponer, en efecto -una vez que se excluyen influencias culturales recíprocas-,que si un comportamiento está difundido por todas partes, tiene muchas probabilidades de ser innato, a menos que se haya desarrollado paralelamente con respuesta a semejanzas ambientales. Pero hasta en este caso podríamos remontarnos a las capacidades comunes de aprendizaje. La mímica, como ya se ha dicho, es universalmente igual, y se ha comprobado que personas de las más diversas culturas son capaces de reconocer ópticamente la mímica presente en ambientes distintos del propio. No ha de olvidarse, sin embargo, que también en estos comportamientos presumiblemente innatos existen notables variantes culturales; por ejemplo, el contacto físico entre adultos es muy distinto de una cultura a otra, quizá en relación con la diversa interpretación dada al instinto de mantener la distancia de otros seres humanos, aunque socialmente sean muy próximos. Todas las culturas producen grupos jerarquizados con reducida agresividad dentro y con mucha agresividad hacia fuera del grupo. También el grupo familiar presenta diferencias muy amplias: desde la poligamia a la poliandria, aunque en todos se da la tendencia que se inclina por relaciones largas entre los cónyuges.

Pero también las estructuras de grupos más grandes, las masas de seguidores de un único líder carismático, la relación entre jerarquía y obediencia como aportación a la eficiencia del grupo, están profundamente influidos por desarrollos de esquemas filogenéticos. Por no hablar ya del muy difícil problema de la sexualidad en las sociedades posmodernas, donde cada día la sexualidad se distancia más de la fecundidad, pero que difícilmente puede entenderse sin referirse a mecanismos transmitidos genéticamente. Finalmente, la violencia en el anonimato de la gran ciudad, la constitución de bandas juveniles y de movimientos ideológicos extremistas se pueden remontar sin grandes dificultades a la filogénesis y a las formas en las que se ha desarrollado.

V. La sociobiología

Con la publicación en 1975 de la obra de E.0. Wilson Sociobiología. La nueva síntesis, entró en la ya amplia gama de las distintas escuelas de etología una nueva disciplina, que quiere ser "el estudio sistemático de las bases biológicas de todas las formas de comportamiento social", es decir, la aplicación de la biología evolucionista al aspecto del comportamiento de los organismos. Ésta es la característica de las nuevas tendencias de estudio: ellas no se interesan tanto por el comportamiento específico de la especie (ése era el tema principal de la investigación etológica tradicional) como por el enfoque biológico de la población (definible como el conjunto de los animales de una especie en un determinado territorio). Ahora bien, la evolución debe considerarse un proceso de adaptación dirigido, que se basa en el cambio de frecuencia de los genes dentro de las poblaciones. Con la mutación, la emigración y la derivación genética natural, la selección preside el cambio de las frecuencias alélicas (alele, término que indica la efectiva información genética, o la presencia de un gen particular en el lugar al que nos referimos). "La selección consiste en la supervivencia y reproducción diferenciales de los diversos genotipos, y gracias a la selección las poblaciones se adaptan con el tiempo al propio ambiente. La capacidad del genotipo de sobrevivir y reproducirse se constata en el número de hijos que nacen de individuos con este genotipo, y a ese número se le da el nombre de fitness o idoneidad biológica del genotipo" (D.L. HARTL, Genética humana, c. 15). Por lo tanto un individuo, que por cualquier motivo está excluido de la reproducción, posee un fitness igual a cero, mientras que será mayor cuanto mayor y más amplia sea la aportación de un individuo al patrimonio de las generaciones futuras. La selección natural, pues, se refiere en primer lugar a la supervivencia no del individuo, sino de los genes sobre todo. Por lo tanto, la adaptación se puede definir como un cambio del fenotipo (definible a su vez como el conjunto de las características visibles exteriormente de un organismo adulto). Éste es el resultado de la influencia recíproca entre la herencia genética y las condiciones ambientales que actúan sobre el organismo mismo durante su desarrollo; está recíproca influencia conduce a una idoneidad genética mayor. Pero los cambios del comportamiento pueden ser consecuencia de procesos de evolución (anclados en el programa genético), como también dependientes del aprendizaje. Por eso la pregunta ha de ser: ¿en qué forma el comportamiento de un individuo contribuye al aumento de su fitness? El objetivo central de la investigación es, por lo tanto, el de la relación entre selección natural y comportamiento.

Uno de los puntos de partida fue el llamado comportamiento altruista que un animal desarrolla en desventaja propia, pero con ventaja para el grupo, como, por ejemplo, los cuidados maternos o la defensa de la población toda por obra de insectos sociales pertenecientes a las clases estériles. Esta última actitud, muy extendida, puede explicarse recurriendo a la selección de parentesco: la abeja que defiende el panal se sacrifica por la madre (la abeja reina) y por las hermanas. De este modo se favorece la transmisión de los genes que el insecto tiene en común con los individuos que sobreviven gracias a su sacrificio y que hacen aumentar las posibilidades de transmisión del propio patrimonio genético. En el mismo sentido deberían interpretarse los cuidados paternos, con los que el progenitor se asegura la continuidad en los hijos de la mitad del propio genoma (en los casos de reproducción sexuada). Todas las formas de socialidad, dominio y sumisión, territorialidad, etc., podrían interpretarse desde esta exclusiva perspectiva de aumento de la propia idoneidad biológica.

Este enfoque se ha aplicado también al hombre; por ejemplo, la selección de parentesco explica el fenómeno de nepotismo, definido como un universal humano intercultural. También la reciprocidad (ventaja genética de la colaboración) se descubre en las formas de intercambio que toda sociedad humana posee. Todas las formas de familia humana (desde la poliandria a la poligamia, o las formas que reprimen o favorecen las relaciones extramatrimoniales) se pueden interpretar en el sentido de aumentar la fitness (Inclusive fitness), como en el ejemplo de las abejas. El mismo fenómeno de la adopción, tan difundido en las culturas humanas y donde es evidente el no parentesco genético de los padres con el hijo, se explica en el sentido de que en la época del hombre cazador y recolector el pequeño grupo estaba estrechamente emparentado, y por lo tanto el cuidado de los pequeños no era necesariamente asignado a los padres; todos los miembros del grupo tenían interés genético en protegerlos y cuidarlos. Además, desde el punto de vista genético, el hombre moderno no reconoce a la propia prole, como en cambio hacen muchos animales inferiores a él: "Es, pues, posible que los seres humanos tengan una predisposición originaria hacia la adopción, combinada con la ausencia de capacidad innata para reconocer a la prole" (D. BARASH, Sociobiologia).

La crítica que biólogos y etólogos hacen a esta escuela es que simplifica mucho las cosas; por ejemplo, la selección de parentesco aclara sólo aspectos parciales del comportamiento social y debería combinarse con otras explicaciones que dependen de mecanismos de la evolución biológica ya conocidos. A1 mismo tiempo, los modelos teóricos genéticos de los sociólogos también son acusados de simplismo, puesto que deberían verificarse en la evolución real.

Por lo que se refiere al hombre, estos mismos críticos acusan a los sociobiólogos de infravalorar la importancia de la evolución cultural. Es un error sostener que "todo rasgo caracterial poseído por todos los miembros de una comunidad interfecunda -p.ej., de todos los seres humanos- tenga que haber sido genéticamente programado" (P.E. y J.S. Medawar). En definitiva, la crítica filosófica más fuerte dirigida contra la sociobiología es la siguiente: más o menos explícitamente quiere demostrar que el comportamiento social humano y las costumbres humanas han surgido riecesarlarneMe por evolución natural. Pero la discusión seria apenas ha comenzado, y los investigadores y representantes de la sociobiología están todavía perfeccionando y corrigiendo su teoría, especialmente en lo referente al hombre. Vuelve a repetirse, afortunadamente, un proceso semejante al que ya tuvo lugar en las dos últimas décadas con K. Lorenz y su escuela.

VI. La recepción teológica

En la teología de lengua alemana se ha discutido, especialmente en los años,setenta, sobre la posible recepción en teología de datos provenientes de la etología; fenómeno semejante y contemporáneo al de la recepción de la psicología de lo profundo en la teología francófona. Para la etología, cf en bibl. los estudios de F. Rauh, J. Endres y B. Hintersberger.

Sería oportuno señalar aquí a grandes rasgos los problemas teóricos que plantea una recepción de este tipo. Ante todo es necesaria una reflexión filosófica sobre los datos más generales de la etología (por lo que se refiere a la sociobiología, quizá sea aconsejable dejarla todavía por algún tiempo a la discusión entre biólogos defensores y críticos). En efecto, la teología moral es una construcción sistemática a nivel de ética que, además de aceptar algunos axiomas tanto de contenido (p.ej., responsabilidad de las acciones humanas también delante de Dios) como metodológicos (p.ej., competencia moral de la comunidad cristiana y del magisterio), contiene también principios filosóficos (entendiendo por principios filosóficos algunas generalizaciones que vienen de las ciencias del hombre), ya que un sistema mínimo de antropologia filosófica está de hecho necesariamente integrado en una teología moral. Hoy esta antropología, por muy simplificada que sea, no puede tener como base (punto de partida para la generalización) los conocimientos comunes y tradicionales del fenómeno hombre. El hombre hay que captarlo a través de las ciencias del hombre; sobre los enunciados niM generales de estas ciencias se construye de hecho hoy en gran parte la antropología filosófica. Concretamente, la teoría neodarwiniana (es decir, genética) de la evolución, los datos de la paleoantropología para la hominización y la antropología cultural no pueden ser considerados irrelevantes o secundarios para la teoría filosófica del hombre. El debate de la década de los sesenta en torno a P. Teilhard de Chardin nos lo ha enseñado de un modo definitivo.

Pero la discusión metodológica que actualmente se ha planteado sobre el estatuto de las afirmaciones científicas (p.ej., las discusiones en torno a la ciencia popperiana o a los paradigmas cognoscitivos de Th. Kuhn) nos ha enseñado a entender el nivel epistemológico de las afirmaciones científicas generales. Pretenden que se las considere válidas (y hasta verdaderas) incluso en una posible (no necesaria) falsificación individual o global. Son esquemas interpretativos, que ayudan a ordenar, explicar, prevenir; el teólogo no tiene por qué convertirlas en un nuevo dogma, con una aceptación eventual entusiasta; el positivismo y el neopositivismo son desde hace mucho tiempo herencia de círculos provincianos.

En concreto, para la teología moral los datos de la etología deben ser en lo posible integrados tanto en la moral fundamental como en la moral especial. Pero en ambos casos es necesario remontarse a literatura de primera mano, es decir, a los textos no divulgativos de los investigadores académicamente aceptados y a los manuales universitarios de las materias en cuestión y de las afines. Ya existen estudios y manuales de conjunto e interdisciplinares que pueden utilizar quienes tengan una cultura de ciencias biológicas a nivel universitario de base. Desde ahí es posible remontarse a otros estudios especializados (y de diversas corrientes y escuelas) que ayudan a aclarar la problemática y los límites de los resultados.

Los datos, los enunciados de la biología del comportamiento no deberían contemplarse en un visión estrecha de los "límites de la libertad humana", como clásicamente eran considerados el temor o la ignorancia. La libertad del hombre, que en moral es condición y no fin del obrar, está en función de la realización del bien global del hombre, que se alcanza con la realización del bien moral (virtudes generales, valores morales, universales antropológicos), en la consecución de los bienes humanos (organizados en los modelos culturales de vida de las diversas épocas y grupos). Los bienes humanos son cosas, actitudes, situaciones concretas, frecuentemente unidas al cuerpo y al bienestar psicofisico del hombre. A él se refieren los enunciados generales de la etología; por lo tanto, para realizar los bienes humanos es necesario conocer sus componentes evolucionistas, tanto biológicos como culturales.

Desde un punto de vista teológico general -y dentro de la más clásica tradición católica de origen tomista- no existen dos verdades, dos razones, dos planos de realización del hombre. Cuanto la ciencia nos dice sobre la evolución biocultural del hombre nos habla del plano real de Dios.

[/Ciencias humanas y ética; /Corporeidad; /Ética descriptiva; /Ley natural; /Sexualidad].

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F. Compagnoni