EMPRESA
TEOLOGÍA MORAL

SUMARIO

I. Premisa. 

II. Concepciones jurídicas y sociológicas acerca del empresario. 

III. ¿El empresario en la Sagrada Escritura?

IV. En el magisterio de la Iglesia.

V. La ética del empresario:
1.
Inspirarse en los valores funcionales del desarrollo;
2. Ética de la responsabilidad:
    a)
En lo concerniente a la función empresarial,
    b) En lo concerniente a las relaciones del empresario con los colaboradores,
    c) En lo concerniente al trabajo y al consumo;
3. Ética de la solidaridad.

 

I. Premisa

En cada persona se da una propensión a mejorar las condiciones de vida, a construir algo nuevo, a realizar de modo eficaz y productivo cuanto se ha propuesto hacer, en una palabra, a emprender. Esta propensión tiene su origen en la tensión natural que toda persona vive entre los límites concretos que experimenta y las infinitas posibilidades de mejorarse y de mejorar que entrevé. La actuación económica de las personas no se puede desvincular de la tensión a superarse, de la insuprimible exigencia de transcenderse.

El emprender es, en sentido amplio, una manifestación de la singularidad y de la libertad de la persona humana en cualquier situación en la que ella tenga que desarrollar su actividad: como trabajador dependiente o como empresario, como sindicalista [l Sindicalismo] o como gerente, como ! político o como profesional.

Quienquiera que ejerza una actividad económica contrae siempre una responsabilidad consigo mismo, con la sociedad y con las cosas.

Existe un modo "emprendedor" (es decir, eficiente, responsable, creador, innovador) de desarrollar las más diversas actividades. Con todo, el empresario es una figura bien definida de determinados tipos de sociedad. El empresario es una figura típica, la más característica, de las modernas sociedades capitalistas.

La reflexión moral deberá, pues, partir del juicio sobre estos sistemas sociales para poder verificar las compatibilidades, las incompatibilidades y los puntos problemáticos entre la ética cristiana y los comportamientos de los sujetos de las modernas sociedades industriales, aun cuando no puede identificarse al cristianismo con ningún modelo de organización social, y mucho menos con el capitalismo.

El evangelio es una "buena noticia" dirigida a la conciencia individual y a toda la humanidad. Si se la acoge, adquiere una dimensión personal y comunitaria simultáneamente, impregnando la calidad de la vida social, la cultura y las instituciones.

El capitalismo, a su vez, no determina una, y sólo una forma de vida social, sino tantas formas de vida social cuantas sean las culturas en las que se introduce. En resumen, la variable decisiva de la organización social es la cultura, la cual determina las formas históricas en las que vive el capitalismo. Las modernas sociedades de mercado ofrecen una amplia gama de oportunidades de realización individual de la ética cristiana y, al mismo tiempo, una enorme gama de tentaciones de desviarse de ella. En esta dialéctica entre máximas oportunidades y máximas tentaciones estriba precisamente la valoración de la libertad como fundamento de toda fe vivida en integridad.

No son pocas las críticas que se le hacen al capitalismo. Muchos lo juzgan un sistema moralmente condenable, porque se sostiene idealmente y se justifica éticamente por una concepción individualista de la sociedad que, erradicando la concepción medieval de la subordinación de la riqueza a finalidades éticas, tiene en la acumulación el motivo determinante de la actividad económica y en el máximum de provecho el criterio supremo de racionalidad y eficiencia (A. Fanfani).

Para otros críticos las fortunas del capitalismo están vinculadas a una situación en la que: a) los salarios podían mantenerse en una situación de subsistencia; b) la ética burguesa del ahorro y del beneficio impulsaba a la inversión productiva del excedente (Keynes define este análisis como "el doble engaño'.

 En la conciencia moral de muchos cristianos capitalismo es sinónimo de sociedad opulenta, de crecientes desequilibrios entre países ricos y países pobres, de consumismo. Según algunas concepciones, el consumismo hedonista tiende a hacer del consumidor la encarnación ideal de la especie humana (Baudrillard).

Las modernas sociedades industriales son sociedades capitalistas en función del régimen jurídico de la propiedad de los medios de producción, sociedades liberal-democráticas en función del régimen político, sociedades pluralistas en función del clima cultural.

Según otras concepciones (Novak),las sociedades capitalistas se basan en el principio de la máxima libertad en la vida económica (mercado), en la vida política (democracia), en la vida social (pluralismo). El mercado en economía, la democracia en las instituciones y el pluralismo en la cultura sólo se mantienen y se integran en recíproca autonomía si seda la máxima libertad de producción, la máxima libertad de participación y la máxima libertad de conciencia.

Este "sistema", al que se denomina "ternario", aun sin proponerse como los sistemas socialistas obligar a los ciudadanos a ser "virtuosos" del bien común, realiza paradójicamente el bien común social con la búsqueda del interés individual.

Un sistema de economía política realiza la cáritas si amplía, crea, inventa, produce y distribuye riqueza acrecentando la base material del bien común. Parece legítimo sostener que entre todos los sistemas sociales que se han sucedido en la historia, tal vez ninguno ha cambiado tan radicalmente la calidad de la vida -prolongando su duración, convirtiendo la eliminación de la miseria en hipótesis posible, generando perspectivas de autorrealización-como los que han combinado mercado, democracia y pluralismo.

II. Concepciones jurídicas y sociológicas acerca del empresario

La empresa es la forma más moderna de organizar la producción y el intercambio de bienes y servicios. Es el sujeto interpersonal a través del cual el hombre transforma, produce e intercambia; en ese sentido es el centro motor del desarrollo económico y social.

La ubicación jurídica del empresario resulta particularmente amplia. Empresario es "el que ejerce profesionalmente una actividad económica organizada, con la finalidad de producir e intercambiar bienes y servicios". El concepto de empresario se extiende a todos los sectores productivos: agricultura, industria, servicios, y penetra las múltiples formas de organización, desde las más sencillas, como el artesanado, hasta los grandes complejos industriales y las mismas sociedades multinacionales.

Las constituciones y leyes orgánicas fundamentales otorgan un gran relieve a la figura del empresario, especialmente cuando la economía se organiza como economía capitalista, incluida en ella la economía neocapitalista o economía social de mercado, e incluso socialista "con rostro humano".

Entonces se inserta socialmente al empresario en una estructura económica que, junto al reconocimiento del valor de la propiedad privada, exalta el valor de la solidaridad social.

La libre iniciativa del empresario tiene sus límites precisos en la salvaguardia de la seguridad y de la dignidad de los ciudadanos (límites que operan concretamente a través de la legislación social, laboral y fiscal).

Concebido así el empresario, queda reconocido el papel que se le atribuye en el mercado como campo del juego económico y como medida de la eficiencia productiva; y se valora también el papel del Estado como árbitro regulador de las actividades económicas de los individuos o de los grupos y como garante del equilibrio equitativo entre iniciativa privada y solidaridad social. La intervención del Estado, en otros términos, establece los correctivos necesarios a los eventuales desequilibrios que provoca la libre concurrencia.

Las concepciones sociológicas del empresario son diferentes y divergentes. Van desde la conocida visión marxista, que asimila la función del empresario con el papel de "funcionario" del capital, hasta aquella clásica que pone de relieve los caracteres peculiares de la iniciativa racional de los factores productivos y del espíritu de innovación.

Según Schumpeter, es empresario quien introduce la innovación científica en el mercado. En tal perspectiva, la función de los empresarios es la de reformar o revolucionar el cuadro productivo, usufructuando un invento o, más generalmente, una posibilidad técnica recién descubierta para obtener un nuevo producto, o de modo nuevo uno ya conocido (innovación del producto o innovación del proceso), abriendo una nueva fuente para el aprovisionamiento de materias primas o una nueva salida a los productos.

Para Schumpeter, precisamente esta función y las actitudes relacionadas con ella dan origen a las "prosperidades" pendulares que revolucionan la organización de la vida económica, como también a las pendulares "recesiones" debidas a los desequilibrios introducidos por los nuevos productos o níétodos de producción.

Es difícil emprender, y constituye tina específica función económica que abandona toda rutina y topa con las resistencias conservadoras del ambiente. Para obrar con confianza, superando los límites de la normalidad cotidiana y venciendo las resistencias a toda innovación, se requieren, según Schumpeter, aptitudes determinadas, que sólo posee una pequeña parte de la población, y que son las que definen tanto el tipo como la función del empresario.

Para el economista marxista M. Dobb, la figura del empresario sólo brota en presencia de algunos condicionamientos (propiedad privada de la tierra, estratificación social, diferentes ventajas iniciales de determinados grupos). Por su parte, F.H. Knight ve en el empresario al riskbearer (al que soporta el riesgo), mientras que J.B. Say subraya la función de coordinar y racionalizar los factores productivos disponibles desorganizados hasta que se constituye la empresa.

En la primera fase del desarrollo industrial, el empresario puede considerarse como "un capitán industrial"; más tarde, con el desarrollo de las sociedades anónimas (que diferencian propietarios de gerentes), la empresa se convierte en muchos casos en una figura colegial (la tecno-estructura, que abarca los centros de información, organización y decisión).

J.K. Galbraith, dentro del Estado, individualiza al "nuevo empresario" de la época de las grandes concentraciones productivas (necesidad de colosales inversiones tecnológicas, de las que depende el desarrollo económico).

Como reacción al desorden económico de los años setenta y a la crisis de la producción en masa se difunden, característicamente, las pequeñas y medianas empresas y se generaliza en algunos países (Alemania, Italia...) el modelo japonés de la especialización flexible (M.J. Piore y F. Sabel). Este fenómeno es evidente en la red de empresas manufactureras tecnológicamente sofisticadas. Con tal visión, el empresario se convierte en un permanente innovador capaz de adaptarse a las exigencias del mercado sirviéndose de una variada disponibilidad de medios y maquinaria para muchos usos y confiando en la capacidad técnica de una mano de obra altamente cualificada.

W. Sombart detecta en el empresario un distanciamiento frente al ambiente circundante y, estudiando el espíritu emprendedor de herejes y judíos, subraya en ellos el carácter "desviacionista" con relación a las normas y costumbres sociales.

Algunos autores (A. Fanfani, G. Palladino, W. Sombart) descubren como precursores del moderno "espíritu empresarial" a teólogos y canonistas medievales, en particular a san Antonio de Florencia, san Bernardino de Siena, etc., que, después de superar la concepción de la ilicitud del interés, encarrilada hacia una solución por santo Tomás de Aquino, pusieron las premisas para una visión más dinámica de la productividad del capital.

M. Weber asocia la difusión del "espíritu capitalista" y de la cultura empresarial en el siglo xvi a la ética protestante, mientras que, por el contrario, H.R. Trevor-Roper destaca cómo, entre 1550 y 1620, el espíritu empresarial (en cuanto sistema de producción o técnica de financiación) se difundió notablemente en las ciudades católicas de Amberes, Lieja, Lisboa, Milán, y sólo el centralismo de la monarquía católica castellana, emparejada con el clima restaurador de la contrarreforma, impide o limita la empresa privada en los países católicos.

M. Novak, intelectual católico norteamericano, ha puesto en evidencia cómo en los siglos siguientes la Iglesia católica renunció a ejercer sobre la economía de mercado la sabia combinación de distanciamiento crítico y de sintonía esperanzadora con la que en el pasado inspiró a numerosos sistemas sociales.

III. ¿El empresario en la Sagrada Escritura?

La vocación del empresario es una de las posibles formas de respuesta a la invitación divina de "dominar la tierra" (Gén 1,28).

Como es obvio, la Biblia no habla explícitamente del empresario, pero ofrece (Gén, cc. 1-11) una visión del hombre basada en tres relaciones irreductibles: con Dios (temor de Dios, adoración), con la tierra (trabajo, técnica, producción) y con las demás personas (diálogo y comunidad), relaciones que constituyen los motivos inspiradores fundamentales de una visión cristiana de la función del empresario. Cuando se desvanece en el hombre la relación con Dios, también las otras relaciones estructurales (con los demás y con el mundo) pueden quedar violentadas o trastocadas con un uso desordenado de la libertad (Gén 4,6-7).

El oficio de empresario tiene su origen en la libertad humana, pero pone a prueba las capacidades de uso ordenado del don de la libertad. Emprender es sustancialmente asumir el peso (honores y cargas) de la responsabilidad, del riesgo, de la elección, de la innovación. El empresario se encuentra, pues, ante la ambivalencia moral de las opciones, ante los éxitos y los fracasos materiales, pero también ante la peculiar forma de fracaso moral que los cristianos denominan pecado.

Si Gén 3 ilustra el sentido del pecado contra Dios y Gén 4 el sentido del pecado contra el hombre, la historia de la torre de Babel (Gén 11,19) describe el pecado que con más frecuencia se puede asociar al papel del empresario: pretender ensalzar tanto el progreso técnico (entonces representado por los ladrillos cocidos) que se llegue a prescindir de Dios. Este pecado tiene su origen en el modo de usar los bienes de la tierra. Los hombres que tienen la pretensión de levantar la torre hasta el cielo, quieren "hacerse famosos" (Gén 11,3-4), es decir, darse una identidad, en vez de buscar la fama y la identidad otorgadas por el Creador (Gén 5,1-2).

Dice significativamente el comentario judío Piergei de Rabbi Eliezer (c. 24) que durante la construcción de la torre de Babel, si alguien caía y moría, los constructores no le prestaban ninguna atención; pero que, en cambio, si caía un ladrillo, se sentaban y se ponían a llorar, diciendo: "¡Pobres de nosotros! ¿Cuándo tendremos otro ladrillo que sustituya a éste?"

El uso desordenado de los bienes de la tierra y del progreso técnico viene, pues, acompañado desde su prototipo primordial (la torre de Babel) por la falta culpable de respeto a los demás y va seguido por la confusión de las lenguas entre los humanos.

En la óptica de la antropología cristiana, si la función del empresario ahonda sus raíces en la responsabilidad del hombre libre, "persona", es porque es sujeto de conciencia y de libertad.

Si una tal libertad de la actuación ,empresarial está expuesta al riesgo de caer en múltiples formas de pecado (falta de respeto a la dignidad del trabajador, opresiones, uso egoísta de la riqueza, individualismo, etc.), esa misma libertad permite a la vez hacer fructificar los "talentos" de que cada uno está dotado (Mt 25,14-30), multiplicando elbienestar de la sociedad.

Por otro lado, solamente una lectura fundamentalista de los evangelios puede hallar en ellos una condena de principio del empresario y del capitalismo, como sistema económico de enriquecimiento individual y social.

IV. En el magisterio de la Iglesia

En los documentos del magisterio falta un análisis de la función empresarial. Sin embargo, los documentos del /magisterio social, desde la Rerum novarum, de León XIII (1891), a la Laborem exercens, de Juan Pablo II (1981), se han preguntado por los costes humanos y por las consecuencias sociales del desarrollo económico.

Junto a una cierta infravaloración de los valores de la cultura empresarial encontramos en la encíclica de León XIII la justa individuación de la "cuestión social" (derecho de los trabajadores y de sus familias a un salario justo y a una defensa sindical y social) como dique y criterio del desarrollo industrial.

A su vez, la Quadragesimo anuo, de Pío XI (1931), desea que "el contrato de trabajo esté moderado por el contrato de sociedad", avanzando la propuesta de un compromiso más directo de los trabajadores en la gestión y en los beneficios de la empresa, mientras que Pío XII defiende los derechos de la "pequeña y mediana propiedad" (Radiomensaje del 1-91944).

Tratando explícitamente de la estructura de la empresa en la Mater et magistra (1961), Juan XXIII defiende ante todo la empresa artesana y agrícola de dimensión familiar y la empresa cooperativa, subrayando la necesidad de que la empresa sea una comunidad (n. 78) y de que en la empresa "la actividad de cada uno no se vea totalmente sometida a la voluntad ajena" (n. 79).

En el Vat. II es la Gaudium et spes la que subraya la necesidad de "adaptar la totalidad del proceso productivo a las exigencias de la persona y a sus formas de vida" (n. 67). Con todo, el enunciado justo de esto se mueve en términos muy generales: "el remedio consiste en la superación de una ética puramente individualista" (n. 30). La Populorum progressio, de Pablo VI (1967) introduce la distinción entre "capitalismo liberal", cuyos errores pone de manifiesto (individualismo, egoísmo, explotación, dependencia económica), y "sociedad industrial", cuyos méritos reconoce: no solamente mejor uso de las riquezas, sino crecimiento subjetivo de la persona, de sus iniciativas, de su responsabilidad (n. 25).

En la Octogesima adveniens, también de Pablo VI (1971), se denuncian los peligros relacionados con el crecimiento industrial y con la consiguiente urbanización (manipulación de las conciencias, creación de necesidades superfluas, droga, marginación, etc.).

En la Laborem exercens de Juan Pablo II (1981), reafirmando la primacía del hombre sobre el capital, pone de relieve que la "propiedad (en particular la propiedad de los medios de producción) se adquiere ante todo mediante el trabajo, porque ella está al servicio del trabajo" (n. 14), y hace una severa crítica (además de la visión marxista y colectivista) de las concepciones que estaban a la base del "capitalismo primitivo", el cual "reforzaba y aseguraba exclusivamente la iniciativa económica de los poseedores del capital, pero no se preocupaba suficientemente de los derechos de la persona y del trabajo, afirmando que el trabajo humano es exclusivamente un instrumento de producción y que el capital constituye el fundamento, el coeficiente y el objetivo de la producción" (n. 8).

La Laborem exercens introduce la distinción entre dador de trabajo directo y dador de trabajo indirecto, subraya las nuevas tareas del Estado y de los organismos internacionales en la custodia de la dignidad del trabajador y plantea el sentido integral del trabajo valorando la dimensión subjetiva (antes que en los beneficios económicos la atención está puesta en la persona que trabaja). La encíclica devuelve la actividad económica a su actividad cultural y ética constitutiva, superando cualquier visión determinista y estática; pero no afronta específicamente los deberes sociales y las responsabilidades morales que son competencia del empresario.

V. La ética del empresario

Toda reflexión moral sobre hechos contingentes y cambiantes presenta un margen de relatividad por estar vinculada a las características específicas del momento histórico en el que tienen lugar los hechos.

En el momento actual puede proponerse un razonamiento basado en una visión antropológica: toda comunidad define sus propias modalidades de producción y de intercambio a fin de sobrevivir y mejorar sus condiciones de vida. Este principio, poseedor ya de por sí de un contenido ético, encontrará una realización concreta tanto más amplia cuanto más eficiente sea la solución del problema de la producción y el intercambio. Esto significa que el progreso humano está vinculado al desarrollo económico, aunque el solo desarrollo económico no pueda identificarse con el progreso humano.

1. INSPIRARSE EN LOS VALORES FUNCIONALES DEL DESARROLLO. El empresario tiene la responsabilidad moral y el papel social de individuar las combinaciones productivas más eficientes y eficaces, es decir, aquellas que potencien al máximo la aportación de todos los componentes de la empresa al desarrollo económico.

Al desempeñar este papel, el empresario puede ciertamente, además de producir desarrollo, contribuir al progreso humano; pero esto dependerá de la ética que inspire sus propios comportamientos. Quiere ello decir que existen unas referencias éticas mínimas, a las que el empresario deberá atenerse siempre como agente del desarrollo.

En cuanto agente de desarrollo el empresario desarrolla su papel cuando en la empresa la relación entre recursos empleados y recursos producidos es positiva, en el sentido de que lo producido tiene un valor de intercambio superior al valor de los elementos empleados para realizarlo. A esta diferencia se le da el nombre de beneficio, y tiene lugar en el ámbito del mercado, es decir, como consecuencia de la cantidad de los bienes que los sujetos están dispuestos a ceder con el fin de asegurarse aquel producto. En este sentido el beneficio es un índice de la eficiencia y del "estado de salud" de la empresa y un medio para su expansión. Una empresa en efecto, que no produzca beneficios está en contradicción con su objetivo, por cuanto consume más de lo que produce. Semejante situación contraviene a las referencias éticas mínimas de un empresario y puede considerarse inmoral, por cuanto que, sin beneficios, la empresa no sólo está destinada a desaparecer, sino que empobrece a la colectividad en su totalidad al sustraer recursos para inversiones más productivas que mejoren las condiciones de vida.

Los beneficios de la empresa moderna se diferencian de los obtenidos en las formas de producción anteriores por ir unidos al crecimiento de los recursos disponibles y no ala apropiación de una cuota resultante de la suma fija de recursos. En ausencia del desarrollo, los beneficios se obtienen de manera autoritaria o incluso por medio del robo, dando lugar a la explotación del hombre por el hombre. Con el desarrollo económico, en cambio, o lo que es lo mismo, con el esfuerzo continuado de crecimiento de la empresa, los beneficios contribuyen al enriquecimiento de todos los ciudadanos.

La producción, en efecto, crea ulterior riqueza y permite que, a la hora de la distribución, se pueda jugar con números positivos en lugar de a cero (si la riqueza no aumenta, quien incremente las propias disponibilidades lo hará necesariamente a costa de las de los demás, con una suma de activo igual a cero; si, por el contrario, la riqueza aumenta, cada uno podrá incrementar las propias disponibilidades y la suma de los activos será positiva).

Por consiguiente, todo empresario tiene el deber ético de inspirarse en los valores funcionales del desarrollo: eficiencia, eficacia, productividad. En esto consiste también la base mínima de su responsabilidad para con la sociedad.

Obviamente, los valores funcionales típicos del desarrollo económico son compatibles con los valores universales (justicia, libertad, solidaridad, etc.), en los que también pueden inspirarse los empresarios dentro de la autonomía de su función y de la libertad de su conciencia.

Ésta del desarrollo económico (naturalmente en los países en los que se ha difundido el "espíritu empresarial'~ constituye una de las novedades más sobresalientes de la época en que vivimos.

A la vez que implica la superación de la economía de subsistencia y de miseria, el desarrollo económico plantea también a la reflexión moral interrogantes inéditos a los que es urgente hacer frente. Las dificultades críticas constituyen otros tantos problemas abiertos (tanto para el empresario como para la sociedad), que nos limitaremos solamente a enumerar, entre otras cosas por falta de una reflexión moral consolidada.

2. ÉTICA DE LA RESPONSABILIDAD. La primera gran esfera ética en la que se manifiestan fuertes exigencias de reflexión es la de la responsabilidad. En un contexto de desarrollo, ésta concierne principalmente a los comportamientos inherentes a la función empresarial (a y b), a la laboral y a la de consumo (c).

a) En lo concerniente a la función empresarial. Se entiende ésta en un sentido muy amplio. En una sociedad plural y tendente al desarrollo, el afianzamiento de los intereses espirituales y materiales y de las libertades civiles está confiado a la iniciativa individual y de grupo. La creación de empresas y de asociaciones con el objetivo de satisfacer esos intereses (necesidades) constituye una clara responsabilidad social; de que se asuman medidas en esta dirección depende, en efecto, la solución de la mayor parte de los problemas individuales y sociales que se presentan en una realidad abierta y compleja. Tales iniciativas, sin embargo, configuran también una responsabilidad económica, ya que el logro de sus objetivos implica encontrar recursos y hacer el mejor uso posible de los mismos.

Existe, pues, una doble vertiente de lo empresarial y de la responsabilidad unidas en su ejercicio: la económica y la social.

Lo empresarial en sentido amplio se puede considerar una función social, puesto que tiene por finalidad la satisfacción de necesidades propias de una pluralidad de personas. Existe, pues, una esfera específica de responsabilidad en la individuación de las necesidades (mercado) a las que dirigir la propia iniciativa (producción). Y es totalmente evidente a este respecto que existen innumerables posibilidades de elección en las iniciativas empresariales (desde la construcción de un hospital privado a la industria del cine pornográfico), y no todas obviamente son compatibles con un planteamiento ético, en el sentido de que no es moralmente lícita la producción de cualquier cosa (a este respecto se está prestando atención cada vez mayor al impacto medioambiental de las iniciativas empresariales y a los problemas relacionados con la contaminación; [l Ecología].

Por otro lado, a la hora de juzgar la calidad del desarrollo promovido por la iniciativa empresarial, parece un deber ético atender a indicadores de desarrollo económico (PIL, productividad del trabajo, etc.), indicadores de bienestar social (ocupación, nivel de los precios, etc.) e indicadores de calidad de la vida (seguridad social, instrucción, sanidad, etc.).

La responsabilidad social del empresario resulta evidente en este campo, como resulta evidente la escasez de normas éticas consolidadas en estos temas.

b) En lo concerniente a las relaciones del empresario con los colaboradores. Esta esfera de responsabilidad concierne tanto a la incidencia que tienen en la vida de los trabajadores las grandes opciones estratégicas y de gestión como las condiciones de organización del trabajo. Desde este último punto de vista la situación actual ofrece perspectivas muy estimulantes y características, profundamente diferentes de las del pasado.

La gran flexibilidad de organización y el ahorro de trabajo reiterativo y fatigoso que permiten las nuevas tecnologías aumentan enormemente el grado de libertad en la organización del trabajo y hacen más accesible el objetivo de la plena valoración de las cualidades personales de cada uno. Las opciones de organización se presentan así al empresario con una gama mucho más amplia y, consiguientemente, con una carga de responsabilidad para con los demás verdaderamente sin precedentes.

En una sociedad cambiante y en una empresa que cambia con ella, esta responsabilidad es continua, cotidiana. Por ello mismo engloba también, al menos en el ámbito profesional, la responsabilidad de enseñar a los colaboradores a cambiar y cómo cambiar en una verdadera relación de tipo pedagógico.

En definitiva, en una sociedad avanzada y compleja existe un espacio muy amplio de discrecionalidad en la concepción, organización y gestión de cualquier iniciativa. Dentro de ese espacio, el ejercicio de las opciones comporta responsabilidades crecientes en cantidad y calidad; pero dicho ejercicio no está asistido por un magisterio ético de igual articulación y sofisticación. Y,sin émbargo, la particular importancia del papel del empresario como persona que asume iniciativas en orden a la solución de problemas colectivos estaría demandando la elaboración de unos principios en cierta medida colindantes con la utopía.

Si la capacidad de innovación, la eficiencia y la profesionalidad con las que el empresario se mueve en el propio espacio discrecional están animadas por el valor cívico y por la referencia a los principios y valores de la persona, y orientadas a su vez a objetivos coherentes con todo esto, pueden dar vida a una forma de utopía inteligente, es decir, al desarrollo concreto de proyectos que representen un pasó adelante, por pequeño que sea, en el progreso de la humanidad.

c) En lo concerniente al trabajo y al consumo. Paralela a la problemática ética del empresario, en cuanto suscitada por los efectos concretos de su iniciativa, existe una problemática escasamente explorada, concerniente al trabajo y al consumo.

La reflexión ética ha resaltado con toda justicia los problemas relacionados con el carácter subjetivo y personal del trabajo y con la dignidad del trabajador, mientras que ha dejado en la sombra los problemas vinculados a la relación existente entre trabajo humano y producción. Se trata de explorar las dimensiones nuevas que asume el tema de la dignidad humana del trabajador en orden a su responsabilidad como productor. Al hacer esto hay que tener presente que esta responsabilidad va mucho más allá del respeto a los derechos y deberes, para adquirir un significado social mediante la aportación de la productividad del trabajador al desarrollo no sólo de la empresa, sino de la sociedad también.

Responsabilidades y problemas éticos análogos se encuentran en la esfera de los comportamientos de consumo. Junto a las conocidas distorsiones (consumismo) hay que profundizar en el significado moral de la libertad de definir la propia "ficha de los consumos" (derecho de escoger el producto, respeto a los gustos del consumidor, esfuerzo por satisfacerlos).

3. ÉTICA DE LA /SOLIDARIDAD. La segunda esfera importante en el comportamiento empresarial es la de la solidaridad. Guarda relación con los problemas implicados en los mecanismos de producción y de distribución. También aquí la reflexión debería encaminarse a recoger los aspectos positivos implicados en el desarrollo económico creado por la capacidad empresarial.

Disponemos, en efecto, de una amplia contribución del magisterio en los aspectos distributivos (solidaridad es distribuir equitativamente los recursos producidos); pero quedan aún numerosos problemas por afrontar en lo concerniente a la ética de la producción (solidaridad es ante todo producir riqueza para después poder distribuirla).

En las sociedades plurales con economía de mercado la organización social prevé que el sujeto que tiene la responsabilidad del problema productivo sea la empresa, y que el sujeto que tiene la responsabilidad de la distribución sea el Estado, al menos tocante a hacer efectivas unas condiciones mínimas de solidaridad (los niveles ulteriores de solidaridad quedan confiados a las asociaciones voluntarias).

En este campo el empresario tiene al menos dos funciones, y por consiguiente dos obligaciones de responsabilidad diferentes. 0 En cuanto gestor de la empresa tiene la responsabilidad y el deber moral de no malgastar los recursos que utiliza y, por consiguiente, de perseguir la máxima eficiencia y rentabilidad, enseñando a sus colaboradores (que no son empresarios) todo lo necesario para conseguir estos objetivos. 0 En cuanto ciudadano tiene la responsabilidad de pagar los impuestos, es decir, de contribuir a financiar las transferencias necesarias para hacer efectiva la solidaridad social y de expresar a través de la participación y del voto sus propias opciones acerca de los sistemas mejores para llevar esto a cabo.

A la inversa, es necesario señalar las problemáticas éticas relacionadas con el gasto social del Estado. En este campo se impone la difusión de la convicción de que la solidaridad se mide también en términos de eficiencia; o, en otras palabras, que todo derroche sustrae recursos a alguien que tiene necesidad de solidaridades primarias.

En este sentido otro tema fundamental de reflexión lo constituye la definición de los umbrales mínimos de solidaridad que debe garantizar el Estado y, a la inversa, de los gastos en los que moverse inspirándose en el principio de subsidiaridad.

[/Justicia /Solidaridad; /Trabajo].

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G. Lombardi