SILENCIO
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

La teología se ha olvidado del silencio. Llevada por el afán de convertirse en ciencia, ha relegado a la mística y a la espiritualidad la realidad esencial de su reflexionar, corriendo continuamente el peligro de caer en la inexperiencia de su objeto de investigación.

Es paradójica la situación del que tiene que hablar o escribir sobre el silencio. Por un lado, resulta poco agradable hablar de él, ya que siente uno colgada sobre sí como la espada de Damocles, aquella sentencia de Heidegger: "No hay peor conversación que la que se basa en discurrir o en escribir sobre el silencio" (In cammino verso il linguaggio, 123); por otro lado, se siente con fuerza el deseo de hablar de él para permitir que una reflexión sobre el silencio favorezca la recuperación de una conciencia sobre su esencialidad para el hombre contemporáneo.

Pero hablar del silencio resulta un intento casi contradictorio, ya que para ello es preciso romperlo, o al menos suspenderlo por algún tiempo. Sin embargo, éste es el único camino que se puede recorrer para que el silencio resulte significativo y para que su relación con el sujeto cree espacios de sentido.

La teología fundamental puede recuperar el estudio del silencio al menos en un doble plano. Primeramente, como epistemología teológica, tendrá que mostrar que el silencio es un método en teología en cuanto expresión última que relaciona al objeto de investigación con el sujeto epistémico. Además, convirtiéndolo en un tocus theologicus, para que el creyente y el hombre contemporáneo tengan la posibilidad de encontrarse con un signo que expresa y remite a la presencia de Dios.

I. FENOMENOLOGfA DEL SILENCIO. ¿Qué es el silencio? Todos tienen experiencia de él. Conocemos un silencio-que divide y otro que niega; uno que crea angustia y otro que expresa amor; uno que nos hace sospechosos y otro'que es el fundamento de una amistad y de una comprensión. Conocemos momentos de silencio que son fríos y glaciales, y otros que nos gustaría que no acaaran nunca porque engendran serenidad y paz. Pues bien, todos éstos no son más que fragmentos de un silencio mayor que los engloba y significa, un silencio que garantiza al hombre que es él mismo y que se autocomprende como persona libre.

Así pues, es preciso remontarse de los, silencios al silencia original, el que -como tal- está privado todavía de toda determinación emotiva, y que, sin embargo constituye la condición de posibilidad misma de lo que se está escribiendo.

Existe primariamente el silencio que. crea la reflexión y la sostiene. Este silencio no es sólo objeto de especulación teórica, sino más bien lo que hace que la reflexión sea lo que es. Es la condición previa para que la mente pueda reflexionar; es la intuición original que se presenta visualmente a la inteligencia, y que por tanto ha sido ya puesta en la existencia,.aun cuando todavía no tenga la posibilidad de hacerse palabra hablada..

El silencio es una realidad; es un hecho que existe así, simplemente; que permite reflexionar y expresarse y volver sobre uno mismo para dar un significado pleno a la propia reflexión y expresión. Así pues, podríamos decir que el silencio es un acontecimiento original, que existe lo mismo que la vida, la muerte, la fe, el amor...; que quizá de alguna forma contiene a todos los demás, porque se identifica con el misterio mismo del propio ser. Sumergiéndonos fuera del tiempo y del espacio, nos insertamos en aquel acto creador original por el que nos relacionamos inmediatamente con el Creador.

El silencio no es una pausa debida al cansancio del hablar, ni se presenta cuando la palabra ha dejado de existir; al contrario, constituye la esencia de todo lenguaje humano, ya que representa su fuente original y su fin último.

Así pues, la palabra y el silencio no pueden considerarse como términos opuestos, como si la presencia del uno determinase la exclusión y la huida del otro; son más bien dos aspectos que forman el lenguaje humano como dato constitutivo del ser hombre. Por tanto, no existe conflictividad alguna entre el silencio y la palabra, sino unidad e integración, en la que el silencio tiene una prioridad temporal y ontológica. No se daría palabra sin silencio; pero tampoco se daría verdadero silencio más que como suspensión de la palabra.

La primera tarea que habría que desarrollar es la de una epistemología del silencio. En efecto, no basta con mostrar su existencia ni tampoco con reclamar su valor; ante todo es preciso destacar que el silencio pertenece constitutivamente al sujeto humano y que sin él no se da humanidad.

Si se acepta la expresión de Heidegger de que "el hombre es hombre en cuanto que habla" (In cammino verso illinguaggio, 27), hay que estar, sin embargo, dispuesto a no detenerse :en esta etapa de la reflexión, y es preciso avanzar en la búsqueda de un principio todavía más fundamental: el lenguaje está sostenido por el silencio.

Por tanto, es preciso reducir el silencio al silencio, para ser capaces de comprender cómo es en sí y de qué manera se relaciona el sujeto con él.

2. SILENCIO Y PALABRA. El primer acto de reconocimiento del silencio es su relación con la palabra. Como se ha dicho, la palabra y el silencio constituyen un binomio para la constitución del lenguaje humano y del mismo hombre. La palabra llega a encontrar en el silencio su Sitz im Leben genuino.

El acto mediante el cual se actúa la palabra pone de suyo fin al silencio; pero la palabra pronunciada, casi por encanto, retorna y permanece en el silencio, porque éste es el que le confiere sentido. Precisamente en el momento en que surge la palabra del silencio de la mente refleja y en el momento en que la palabra acaba proponiendo otra vez un nuevo silencio, es cuando adquiere el sentido pleno de su ser. Una palabra no completa, es decir, interrumpida y bajo la superposición de otra, no podría ser nunca sensata, ya que se encontraría constantemente bajo diversas interpretaciones y se haría inevitablemente equívoca..Estaríamos en presencia tan sólo del "rumor", esto es, de una palabra anónima e impersonal, privada de un referente, y por tanto irresponsable.

Una palabra completa, es decir, en relación con el silencio que la origina y que la contiene, es plenamente significativa, ya que evoca el silencio que la origina y que le imprime fuerzas siempre nuevas.

La palabra interviene a su vez para sacar al silencio de la vaguedad, del vacío y de lo indefinido, aunque de nuevo el silencio restituye a la palabra dicha su precisión. Así pues, la palabra se quedaría huérfana sin su referente silencio, carecería de profundidad y se dispersaría en lo superficial, en lo indicativo, pero sin poder caracterizar nunca a la relación interpersonal. En una palabra, en cada palabra hay un sentido original, que es el que remite inmediatamente al pensamiento que la engendra. Creemos que es aquí donde la palabra adquiere su significado auténtico, ya que se constituye aquella relación con el silencio que se convierte en "espacio", en "lugar" en donde se relacionan el pensamiento que engendra, la palabra que se expresa y el significado que asume.

3. SILENCIO Y PERSONA. La relación silencio-palabra remite necesariamente a aquel que parece ser el creador del uno y de la otra. "Parece" ser el creador, ya que en el fondo es precisamente en esta relación con el lenguaje donde cada uno descubre tanto el límite de sí mismo como la propia trascendencia.

Es verdad que el hombre crea su palabra, pero nunca como en este caso realiza la experiencia de la gratuidad. No es él el que crea; es él más bien el que pertenece al lenguaje. En todo caso, es deudor de otro, ya que recibe la palabra del otro. Si habla, es sólo porque naturalmente se ha visto obligado al silencio; si quiere comprender, sólo podrá hacerlo creando el silencio.

En el silencio el hombre aguarda la palabra y la acoge; en ciertos aspectos la crea, porque la hace ser "suya" sin embargo, en el mismo silencio que le permite la intuición y la reflexión descubre también la imposibilidad de poder pronunciarlo todo. Una gran parte de él mismo permanece en el silencio, ya que la intimidad del pensamiento y del corazón no se expresa con palabras.

El silencio constituye además para el hombre la condición para expresar su propia libertad y para experimentarse como persona libre. En efecto, el silencio suscita en el sujeto reacciones antitéticas: no sabe el porqué del silencio ni tampoco qué habrá después del silencio. Su estar colgado del silencio le obliga a tener que elegir. Situación dramática, ya que podría realizarse o aniquilarse a sí mismo. Solamente su libertad le permite al silencio hacerse movimiento hacia la palabra o estaticidad cerrada en sí misma. Si es verdad que el silencio realiza al hombre en la palabra, también es verdad que se le puede aniquilar si permanece siempre y sólo con él.

Estos elementos permiten verificar que el lenguaje constituye al hombre, pero solamente cuando se toma al silencio como uno de sus elementos constitutivos, pero no absoluto.

En este contexto resulta significativa la norma del Qohélet 3,7 (Si 20,18): "(Hay) un tiempo para callar y un tiempo para hablar"; porque en la sabiduría humana iluminada por la gracia se llega a crear un equilibrio entre los dos, con vistas a la unidad.

EL SILENCIO EN LA ESCRITURA. La Biblia ha hecho del silencio un leitmotiv de su hablar de Dios. "El silencio constituye el paisaje de la Biblia", ha dicho agudamente el teólogo judío A. Neher en su sugerente estudio sobre L éxil de la Parole; pero quizá se podría llevar más allá la paradoja, diciendo que la Biblia es el libro del silencio de Dios.

Se ha helenizado demasiado al logos para comprender lo que expresa de verdad. Nos lo recuerda con claridad Ignacio de Antioquía en su carta Ad Ephesios: "Una palabra pronunció el Padre, y fue su Hijo; esa palabra habla siempre en el eterno silencio y en el, silencio tiene que ser escuchada por el alma".

La Escritura expresa el silencio original, que es la primera expresión de amor del Padre, que se hace luego Palabra obediencial del Hijo y Espíritu de amor como nuevo silencio que llega "más allá. del Verbo" y que encierra en sí el misterio trinitario. De este silencio nace la revelación, que se hace luego palabra histórica y profética, y finalmente palabra definitiva en la encarnación del Hijo, pero que desemboca en un nuevo silencio como contemplación y respuesta de fe.

La Biblia es el primer gran testigo de la grandeza del silencio ya que no lo califica sólo como realidad para el hombre y para la creación, sino que lo convierte en el horizonte privilegiado sobre el cual hay que poner el misterio de la revelación de Dios.

El AT, en la pluralidad de sus formas terminológicas, expresa preferentemente los estados que se relacionan con el silencio más que la realidad en sí. Los términos dama, sataq, haso, haras, alam, haster panim, cubren una amplia gama de significados que van desde el silencio entendido como expresión de la noche, del sueño y de la muerte hasta el silencio del caos y del sheol o indicar al hombre mudo o perezoso. Pero al menos 25 veces haster panim indica el escondimiento-silencio de Dios.

En efecto, desde el punto de vista histórico destaca el tema del silencio de Dios vinculado a su escondimiento. El pueblo pide que Dios no se esconda, que no se aleje de él, pues en ese caso se acabaría la historia y dejaría de ser un pueblo (cf Dt 31,1718; Jer 33,5-6; Is 54,7; Ez 24,23);1os Salmos indican esta misma realidad y ponen de manifiesto este sentido de temor como una oración de invocación (cf Sal 30,8; 104,28; 143,7; 27,9; 102,3; 69,18).

Hay un texto de Isaías que puede considerarse como el intento de dar cuerpo al tema del silencio del hombre ante el misterio de Dios: "Sí, en ti hay un Dios escondido" (Is 45,15; cf Is 8,17) indica al mismo tiempo la realidad del misterio y la esperanza que suscita en el creyente.

El silencio se designa igualmente como el lugar privilegiado de la revelación de Dios. La permanencia en el desierto y el silencio que naturalmente recuerda esta imagen marca todas las relaciones entre Israel y Yhwh como relaciones que se realizan en el silencio. Pero es la misma experiencia de los profetas la que nos orienta a leer en este mismo horizonte. De forma más directa, el relato teofánico de Elías en 1Re 19, 11-12: el profeta siente en la cueva un viento impetuoso; pero Dios no estaba en el viento, ni tampoco en el terremoto ni en el fuego; sólo cuando llegó "un ligero susurro de aire" o, como más bien leen plásticamente algunos intérpretes, "en la voz del silencio", sólo entonces se cubrió Elías el rostro por saber que estaba en la presencia de Dios.

Igualmente, Ezequiel propone una expresiva simboIogía en este sentido: su silencio se convierte en signo del reproche de Yhwh contra un pueblo que no quiere escuchar. El que quiera escuchar, como el que no quiera, tendrá que referirse al silencio del profeta, ya que éste se convierte en. contenido de revelación y en signo de discernimiento (cf Ez 3,26-27).

Diferente del silencio humano, que a menudo se confunde con el descanso y la falta de movimiento, el silencio de Dios es más bien fuente dinámica de diversas reacciones. Cuando Dios se revela, hay que postrarse ante él en el silencio de la adoración: "A ti se debe el silencio de la alabanza" (Sal 65,2).

En Jesús de Nazaret el silencio de Dios se abre a una palabra definitiva sobre la vida. Él es la palabra de Dios, en laque parece cesar el silencio; sin embargo, hay en los evangelios varias expresiones que demuestran cómo en esta palabra sigue estando el silencio de la revelación.

El hablar de Jesús es también su silencio; en él se descubre quizá la dimensión más profunda de su revelar. Es también un texto de Ignacio de Antioquía el que ilustra esta idea: "Es mejor callarse y ser que hablando no ser. Es bueno enseñar si el que enseña actúa. Hay, pues, un solo maestro que habló, haciéndose todo lo que dijo; pero las cosas que él hizo callando son dignas del Padre. El que posee la palabra de Jesús puede escuchar también su silencio, para que sea perfecto, para que actúe a través de las cosas que dice y sea conocido por medio de las cosas que calla" (PG V, 657-658).

Para ser palabra definitiva del Padre, Jesús tuvo que poder expresar ante todo su silencio: ¡el que da paso al amor trinitario. El silencio de Cristo se basa en aquel silencio de la obediencia trinitaria que acepta ser pronunciado primordialmente por el Padre. En esta perspectiva podemos leer los diferentes momentos de la vida de Jesús, en donde el elemento del silencio parece ser -el más auténtico para indicar su relación con el Padre: "Se fue a un lugar solitario, y allí estuvo rezando" (Mc 1,35; cf Mt 14,23).

La noche y la soledad evocan de suyo el concepto y la realidad del silencio; la oración entre Jesús y el Padre, en esa intimidad, sólo podía ser la del silencio de la adoración amorosa.

De todas formas, otros textos permiten ver la actitud de Jesús ante el silencio. La teología de Marcos prefirió precisamente esta actitud histórica propia de Jesús; en varias ocasiones nos dice que exigía, incluso con energía (cf Mc 1,43), el silencio a sus discípulos e interlocutores, especialmente sobre los hechos que más señalaban su mesianismo (cf Secreto mesiánico; i Cristología: títulos). En esta misma línea encontramos un silencio de fondo en los relatos lucanos de la infancia, o bien el silencio de los procesos, sin olvidar el silencio del juicio que al mismo tiempo pone fin a las acusaciones de los malvados y revela la misericordia del perdón (Jn 8;1-11).

Pero más que cualquier otro silencio, el que empieza con el "grito" en la cruz y se prolonga durante todo el sábado santo es el mejor índice de revelación. Este silencio, en el que sólo aparentemente parece como si Dios no hablara ya a través de la palabra del Hijo, es, por el contrario, el silencio que se hace lenguaje de revelación más eminente, que cualifica al mismo acontecimiento.

El silencio de la muerte y del sepulcro revela la profundidad del amor trínitario. El Hijo comparte la condición humana hasta el extremo momento del silencio en el sheol.

El Dios que se calla es realmente el Dios que grita su cántico de victoria sobre el pecado y la muerte. El amor trinitario, que había salido del silencia del dinamismo entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, se expresa ahora como silencio que comparte la condición de muerte. El Dios que muere en Jesús es el Dios que ama; pero su silencio indica hasta qué punto ama: hasta darlo todo, hasta hacerse muerto entre los muertos, para que se exprese así el límite, el punto extremo, que es luego el punta original, del amor de Dios.

Después de ese silencio absoluto, ya que es el único que puso Dios en el mundo, cualquier otro silencio del sufrimiento, incluso el silencio extremo de Auschwitz o de los campos de exterminio, tiene que referirse, para ser plenamente comprensible, al silencio del Gólgota y del sábado santo, ya que sólo aquí el silencio de Dios sobre sí mismo se hace palabra clarificadora sobre el dolor, el sufrimiento y el drama de la existencia humana.

Así pues, también el silencio -mejor dicho, sobre todo el silenciohabla y expresa la revelación de Dios. No estamos aquí ante una lectura apafática que tienda a la inefabilidad de Dios, sino más bien ante la asunción positiva del silencio, que se convierte así en el instrumento y el lenguaje que mejor expresa la revelación.

Pero no se trata dei silencio como falta de palabra, como si fuese una imposición del silencio para obedecer al mandato de no hacerse ninguna imagen de Dios, sino más bien del silencio como lenguaje que se asume para hacer comprender en plenitud los signos y las palabras expresadas. En una palabra, se ve realizada la dialéctica expresada por Agustín: "Verbo crescente, verba deficiunt".

5. EL SILENCIO COMO UN SIGNO DE LOS TIEMPOS. La teología fundamental puede recuperar también el silencio como un signo de los tiempos capaz de expresar una tensión de la humanidad hacia formas de vida humanamente más dignas. Si, por una parte, es verdad que las sociedades y culturas contemporáneas están creando cada vez márgenes más restringidos para relacionarse con el silencio, también es verdad, por otra parte, que se está realizando una conciencia que impulsa a la recuperación del silencio.

La relación tan difícil hombre-silencio no debe exasperarse, sin embargo, como si fuese un producto nocivo sólo de los últimos decenios. El hombre ha tenido siempre temor al silencio y ha intentado huir de él. Pascal recuerda en varias ocasiones que sus contemporáneos, para no pensar en los graves problemas recurrían a la caza (cf Pensées, 194; 168; 171); Kierkegaard en un precioso fragmento dice que "el estado actual del mundo, la vida entera, está enferma. Si yo fuera médico y alguien me pidiera un remedio, respondería: crea el silencio, lleva al hombre al silencio". Y también R. Guardini observaba a principios de este siglo: "Basta con mirar alrededor de nosotros, al mundo que nos rodea, para ver en qué medida tan terrible ha desaparecido el silencio y cómo seguirá desapareciendo cada vez con el incremento de las habladurías". Jung parece hacer eco a Pascal: "El ruido es bienvenido, porque se impone a la advertencia instintiva del peligro que hay en nosotros. El que tiene miedo de sí mismo, busca compañías ruidosas y rumores estrepitosos. El ruido da cierto sentido de seguridad, como la locura; por eso se lo busca. El ruido nos protege de penosas reflexiones, destruye los sueños inquietantes..., es tan inmediato y tan predominantemente real que todo lo demás se convierte en un pálido fantasma".

La falta de silencio aparece hoy más dramática, porque ha crecido la conciencia de una presencia de formas inhumanas. La crítica de los ruidos, la defensa de lo verde y de la naturaleza en general no son más que el indicio de una conciencia crítica más grande que está dentro de nosotros y que progresivamente se ha visto obligada a callar por la imposición del bienestar. El hombre de hoy, especialmente el que está inmerso en la metrópoli, se halla continuamente bajo el impacto de palabras y rumores vacíos y variados que lo destruyen: ruidos de máquinas, alaridos de los que pasan, desorden de un turismo frenético de masa, prisa por llegar a punto a la cita y no dejar pasar los plazos, señales de circulación, publicidad por todos los rincones, escritos en las paredes..., toda una orgía de estrépitos y algarabías.

Parece difundirse como una mancha de aceite un nuevo sentido de respeto a la naturaleza y a la vida bajo sus diversas formas. Pues bien, todo este movimiento está destinado al fracaso si no se relaciona fundamentalmente con el silencio.

La creación de espacios de silencio puede permitir un nuevo encuentro con uno mismo y con los que nos rodean; es ésta una condición necesaria para poder salir del túnel del ruido en que nos encontramos, con la consiguiente pérdida de identidad.

El comportamiento de Jesús de Nazaret cuando, después de que sus discípulos volvieron de su primer trabajo de evangelización y no encontraban facilidades para hablar con él a solas, ni siquiera tiempo para poder comer ante el bullicio de la gente, les invitó a ir a "un lugar retirado y descansar un poco" (Mc 6,30-32), debería ser tomado muy en serio por los creyentes de hoy.

No solamente el monje es el signo concreto del que ama el silencio. Es típico del hombre maduro, que ha comprendido el valor de la vida, el deseo de dejar por un momento las palabras para recuperar el silencio. La recuperación de relaciones interpersonales auténticas que superen el escollo del individualismo, una nueva forma de enfrentarse con la realidad, pasa a través del silencio.

No se invoca la permanencia en el silencio; el silencio deberá ser siempre un "momento", un "espacio" de donde salir luego y reemprender la comunicación. En el desierto sólo es posible estar cuarenta días o cuarenta años; pero no toda la duración de la vida; porque el hombre ha sido creado para estar en relación.

La autoconciencia de una pérdida o de una recuperación del silencio se convierte en una forma de maduración que esté en disposición de producir una conciencia de pertenencia y de solidaridad mucho más eficaz para un humanismo nuevo, más allá de las barreras ideológicas y de las diferencias de lenguaje.

El silencio :parece entonces constituir una especie de zona de confín para la recuperación del sentido y del significado de la grandeza del lenguaje humano. Esto parece hoy más evidente todavía por la multiplicación y la diferenciación de los lenguajes, desde el humano hasta el informático, que es ya de dominio común. Cuando dentro de poco lleguemos a los ordenadores de la "quinta generación", es decir, capaces de autoprogramarse, entonces precisamente, ante las maravillas del lenguaje de la máquina, el hombre estará finalmente en disposición de comprender el valor del silencio. Efectivamente, descubrirá entonces que, en todo caso, el lenguaje humano será el único que pueda crear el silencio y darle sentido. La máquina producirá lenguajes y fórmulas, fruto de la precisión y de la inteligencia artificial; pero el hombre producirá sentido, porque será capaz de escoger y de pronunciar el silencio.

BIBL.: BALDINI M., Le parole del silenzio, Turín 1986; ID, Le dimensioni del silenzio: nella poesía, nella filosofía, nella musica, nella linguistica, nella psicanalisi, nella pedagogía e nella mistica, Roma 1988; BALTHASAR H.U. von, Palabra y silencio, en Ensayos teológicos 1, VerbumCaro, Madrid 1964, 167-190; ID, II tutto nel frammento, Milán 1972; HEIDEGGER M., Unterwegs zur Sprache, 19602; NEHER A., L ésilio della parola, Casale Monferrato.1983; PICARD M., 11 mondo del silenzio, Milán 1951; RAHNER K., Tu se¡ il silenzio, Brescia 1967; RASSAM J., Le silence comme introduction á la méthaphysique, Toulouse 1980; ULRICH F., El hombre y la palabra, en Mysterium Salutls 11 / 2, Madrid 1970, 737794:

R. Fisichella