SANTIDAD
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

1. LA SANTIDAD, SIGNO DE LA PRESENCIA Y ACCIÓN DIVINAS. La palabra santidad -en hebreo, qodesh- significa separación, trascendencia y, en consecuencia, grandeza, excelsitud. En la literatura bíblica la santidad es atribuida ante todo a Dios. "No hay santo como Yhwh" (1-Sam 2,2). Yhwh es el Dios tres veces santo, cuya gloria brilla sobre la totalidad del orbe de la tierra y ante cuya majestad se postra la creación entera (Is 6,1-3). Calificando a Dios como el santo, la Escritura afirma su diferenciación respecto a todo lo creado, su distinción frente a todo lo que implique no sólo pecado o impureza, sino también imperfección o límite, y por tanto su densidad ontológica, la plenitud de su ser, la absoluta riqueza e intensidad de su existir.

Esta dimensión ontológica de la santidad divina -decisiva como fundante-, no debe llevarnos a considerarla una realidad estática, ni tampoco una cualidad que, al implicar en Dios una plena trascendencia, lo aleja de todo lo creado, convirtiéndolo en un totalmente otro, al que repugna toda mezcla o comunicación. Lo que enseña la Escritura y constituye el núcleo esencial del mensaje cristiano es que el Dios tres veces santo se ha hecho presente en la historia y ha entrado en relación con los hombres. La santidad es cualidad dinámica que, fluyendo del ser divino, se comunica a la criatura.

Algunos textos del AT., particularmente algunos textos proféticos, describen la santidad de, Dios como fuego o llama que devora o destruye toda imperfección y toda mancha, purificando así a aquellos, a quienes toca (cf Is 10,17). En otros lugares, dando un paso más, se presenta la santidad como, una cualidad de los seres o realidades en los que Dios se ha hecho presente: el templo en el que habita la gloria de Dios (Sal 5, 8), el sábado que le está dedicado (Éx .35,2) y, en última instancia, el pueblo de Israel en cuanto comunidad elegida por Dios y separada de las otras naciones precisamente para ser depositaria y testigo de.los bienes divinos (Éx 19, 6).

Esta comunicación de Dios llega a su culmen en Jesús de Nazaret: Jesús, como declara el evangelio de san Juan, es el Hijo al que el Padre santificó y envió al mundo (10,36). "Lleno del Espíritu Santo" (Lc 4,1), realizó con hechos y palabras, con una obediencia llevada hasta la muerte, la voluntad del Padre. Resucitado y glorifcado según el espíritu de santidad (cf Rom 1,4), puede ser designado como "el santo" (cf He 3,14; Ap 3,7), aplicándole la expresión que el AT reservaba a Dios, ya que en él habita la plenitud de la divinidad.

Esa santidad, que desde Dios Padre se derrama en Cristo, se extiende a partir de él a toda la humanidad: constituido primogénito del género humano y cabeza de la Iglesia, Cristo santifica "en verdad" -es decir, real y verdaderamente- a quienes por la fe se unen a él (Jn 17,19). El cristiano, que ha sido "santificado en Cristo Jesús" (I Cor 1,2), está llamado a santificarse cada día más (1Tes 3,13), a unirse cada día más profundamente con Dios y, en Dios, con la humanidad y la creación enteras, hasta que llegue el final de la historia, y, al manifestarse. con -plenitud la nueva Jerusalén, "ciudad santa" (Ap 21,2), el Señor Jesús sea "glorificado en sus santos" (2Tes 1,10) y Dios sea todo en todas las cosas (1Cor 15,28). La historia es, en este sentido y en última instancia, historia de la santidad.

La tradición teológica al reflexionar sobre la santidad ha distinguido con frecuencia entre dos aspectos o dimensiones: santidad ontológica y santidad moral. Con la expresión santidad ontológica se indica que la santidad cristiana no es una realidad puramente ritual o externa, sino, al contrario, profundamente vital, ya que es fruto de una acción del Espíritu en las raíces mismas de nuestro ser y desemboca en una real participación en la intimidad divina. Al hablar de santidad moral se quiere expresar que esa transformación ontológica se refleja en las obras, es decir, en la actitud espiritual y en el comportamiento concreto. Esta distinción es acertada, pero conviene subrayar que se trata precisamente de una distinción no entre realidades, sino entre aspectos o dimensiones de una misma realidad. En otras palabras, que entre lo ontológico y lo ético existe una profunda conexión: lo ontológico aspira, por su propia dinámica, a manifestarse en el actuar y en la conducta; y el comportamiento moral no es la simple realización de un deber o el mero acatamiento a una ley, sino la expresión de una vida profundamente poseída.

Estas consideraciones son de especial importancia para la TF, ya que ponen de relieve lo que podemos calificar como carácter sacramental o significante de la existencia cristiana y, en consecuencia, el papel central que al tema de la santidad le corresponde en orden a mostrar la credibilidad de la revelación, es decir, del mensaje cristiano sobre el destino divina del hombre. La comunicación divina acontece a un nivel que trasciende -la experiencia, pero que no es ajeno á lo empírico. No hay, en suma, evidencia de la presencia y acción divinas, pero sí huellas o signos de su actuar. La santidad es uno de esos signos; más aún, en cierto modo, el signo decisivo, ya que, en cuanto expresión de la vida comunicada por Dios; dice referencia al objeto, fina lidad o razón de ser de la acción di-' vina. No es, pues, un signo exterior o sobreañadido, sino intrínseco y connatural.

2. ARTICULACIÓN DEL SIGNO DE LA SANTIDAD. La articulación de la santidad en cuanto signo de la presencia y acción de Dios está en íntima relación con ese proceso de la comunicación de Dios que hemos descrito en los párrafos anteriores. Debemos, pues, considerar tres momentos fundamentales: Cristo, la Iglesia, el cristiano.

a) Santidad de Cristo. "Jamás un hombre ha hablado como habla este hombre" (Jn 7,46). "¿Quién de vosotros me argüirá de pecado" (Jn 8,46). La exclamación de los soldados enviados por los fariseos y la pregunta de Jesús ponen de manifiesto la fuerza, el equilibrio interior, la armonía espiritual que dejaban traslucir todas y cada una de sus acciones; en suma, la santidad que emanaba de su figura. Desde una perspectiva teológico-dogmática, esa realidad empírica será presentada como el reflejo de su misterio, de su condición divino-humana. Una cristología desde abajo o una consideración teológico-fundamental siguen el camino inverso: desde la realidad empírica, desde el impacto que producía Jesús en sus contemporáneos o el que puede producir y produce hoy el encuentro con él a través de las narraciones evangélicas, a la interrogación sobre su ser y sobre la verdad de su mensaje.

La santidad de Jesús, precisamente en cuanto santidad concreta, susceptible de ser percibida y experimentada, juega un papel decisivo en el itinerario hacia la aceptación de su palabra y, por tanto, hacia la participación vital en su misterio. Y ello precisamente porque la santidad de Jesús, tal y como los evangelios la testifican, no es una santidad postulada o predicada, sino vivida, y vivida con la naturalidad y espontaneidad de lo que fluye del núcleo mismo de la persona. De ahí que la pregunta que Jesús provoca no reenvía a una realidad exterior a él, sino a 1o más hondo de su persona y, en consecuencia, termina por introducirnos en el misterio de comunión con Dios en el que Jesús consiste: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9). Quien penetra hasta lo hondo de Jesús se ve situado ante Dios mismo. Se da pues -como dijera Karl Adam-, un proceder desde Cristo hombre hasta Cristo Dios o en términos de-Hans Urs von Balthasar, Jesús es creíble no en virtud de argumentos yuxtapuestos, sino por el brillo que se desprende de su figura y conduce hacia su misterio.

b) Santidad de la Iglesia. "La Iglesia, ya aquí en la tierra, está adornada de verdadera, aunqye todavía imperfecta, santidad (LG 48). Con un lenguaje diverso y preocupado ante todo por las dimensiones apologéticas, el Vaticano I se refería a esta misma realidad para señalar que la Iglesia "por su eximia santidad" es "un grande y perpetuo motivo de credibilidad y testimonio irrefragable de su divina legación" (const. Dei Filius: DS 3013).

La TF ha abordado ordinariamente esta cuestión siguiendo dos caminos diversos, aunque confluyentes: en ocasiones, partiendo de la Escritura, a fin de señalar que, de acuerdo con el testimonio bíblico, la santidad es un rasgo o nota de la Iglesia, y pasar, en una segunda fase, a documentar la positiva presencia de ese rasgo en la comunidad cristiana (l Vía de las notas); en otros momentos, partiendo de la Iglesia en cuanto realidad social concreta para, analizando su predicación y su vida, poner de manifiesto que su historia está marcada no sólo por un constante deseo o anhelo de santidad, sino por una realidad de santidad efectiva (/ Vía empírica).

Una y otra vía pueden ser recorridas haciendo referencia a otras características de la Iglesia, ya que la santidad no es su única propiedad o nota. Conviene advertir, sin embargo, que la santidad no es un rasgo entre otros, sino el rasgo decisivo, hasta el-punto de poderse decir, en palabras de Congar, que las otras notas son propiedades o atributos de la santidad. Santidad e Iglesia se identifican, ya que la Iglesia no es otra cosa que el efecto o fruto de la comunión entre Dios y el hombre instaurada en Cristo y actualizada a lo largo de la historia en virtud de la acción del Espíritu. La iglesia, con su predicación y con su propio existir, remite a la realidad de una unión con Cristo y en Cristo, de la que ella misma vive, real, aunque aún no cumplidamente. La santidad en cuanto nota visible de la Iglesia no es otra cosa que el reflejo de su núcleo vital

c) Santidad del cristiano. La santidad de la Iglesia dice referencia, de una parte, a Cristo y, por tanto, a la palabra del evangelio y a los sacramentos que evocan la memoria de Jesús y comunican su vida; y, de otra, al cristiano, al hombre singular concreto que, en Cristo y por la acción del Espíritu, se descubre llamado p Dios e invitado a la comunión con De ahí que sea precisamente en es e plano donde el signo de la santidad alcanza una de sus puntas o aristas más incisivas. No en vano el NT designa a los cristianos como "los santos", con un apelativo que, aplicado primero a la pequeña comunidad de Jerusalén (cf He 9,13), se extendió después a la totalidad de los creyentes (cf Rom 16,2). El cristiano ha de saberse objeto de una elección o llamada que le exige romper con el pecado y vivir de acuerdo "con la santidad y la sinceridad que vienen de Dios"(2Cor 1,12; cf Rom 6,19), dando así, con su existencia concreta, prueba de la realidad de la gracia, de la autenticidad de la comunión con Dios y con los demás hecha posible por Cristo.

Todo ello invita a pensar en las numerosas y egregias figuras que jalonan .la vida de la Iglesia, en los santos reconocidos públicamente como tales y cuyas vidas testifican la fuerza de la gracia. En ellos se manifiesta sin duda alguna, la capacidad significante de la santidad. Pero la santidad en cuanto signo no remite sólo al pasado, sino también -e incluso ante todo- al presente. "Todos los, fieles cristianos, de cualquier condición y estado, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre" (LG 11). Toidó cristiano está llamado a dar "el testimonío que fluye de la fe, de la esperanza y de la caridad" (AA 16), a ser -en expresión de Josemaría Escrivá de Balaguer- "Cristo presente entre los hombres", es decir, a vivir de manera que evoque y recuerde a Cristo, y quienes le rodean, al percibir su empeño sincero en las buenas obras, "glorifiquen al Padre que está en los cielos" (Mt 5,16) y se sientan impulsados a pedirle razón de su esperanza (cf 1 Pe 3,15). El testimonio de efectivo seguimiento de Cristo y la palabra que lo explica desvelando su trasfondo constituyen un momento privilegiado del articularse de la santidad en cuanto signo, ya que manifiestan de manera particularmente viva -es decir, dotada de dimensiones existencialesla realidad de la gracia, con la invitación a la fe que de ahí deriva.

BIBL.: Sobre la santidad en general: ANCILLI E. .Santidad cristiana, en Diccionario de espiritualidad, t. 3, Herder, Barcelona 1984, 346-354; FESTUGIERE A.J., La sainteté, París 1962; FIGUERAs A., Santidad, en Enciclopedia de la Biblia, Barcelona 1963, 482-488; GROss H. y GROTZ J., Santidad, en Conceptos fundamentales de 7eología, t. 4, Madrid 1966 186-197; ILLANES J.L., Mundo y santidad, Madrid 1948; LATOURELLE R., Cristo y la Iglesia, signos de salvación Salamanca 1971, 331-336 (actualidad del signo de la santidad); ODASSO G., Santidad en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Madrid 1990, 17791788; PROCKSCH O. y KuHN K.G., Agios, en Theologisches Wórterbuch zum Neuen Testament, t. 1, cols. 87-116; TRUHLAR K.V., SPLETT J. y HEMMERLE K., Santidad y Santo, en Sacramentum mundi, t. 6, cols. 234-250, Barcelona 1978. Sobre la santidad en sus diversas realizaciones, ver la bibliografía citada en las voces Cristología fundamental, Iglesia (Motivo de credibilidad, Notas de la Iglesia, Vía empírica), Martirio, Testimonio.

J. L. Illanes