ABBA,PADRE
TEOLOGÍA FUNDAMENTAL

Los evangelios nos presentan la figura de Jesús bajó la denominación clara de Hijo de Dios. Establecen una cristología explícita de un modo programático. Así el evangelio de Marcos, ya desde el primer versículo, esboza cuanto será desarrollado a lo largo de su obra: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios" (1,1). Juan formula la misma tesis, en la conclusión, como la finalidad que ha buscado al escribir su evangelio: "que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (20,3,1). Los evangelistas, para llegar a esta fórmulación abierta, parten de una cristología implícita encerrada en la conducta de Jesús, en sus palabras y predicación, en la realización de su obra. Un punto básico para llegar a esta fe en Jesús como Hijo de Dios es el uso que Jesús mismo hizo del término Abba, Padre, con el que expresa su relación con Dios. Para captar la dimensión que adquiere este término en labios de Jesús es necesario contrastarlo con los precedentes del mundo judaico en el que estaba insertada su vida.

1. Patrimonio común en la historia de las religiones es designar la divinidad como Padre. También en el Antiguo Testamento, entre otras muchas denominaciones, se presenta a Dios con el término áb, Padre. Pero la religiosidad judaica reviste características especiales. Dios es padre, no por ser progenitor, sino en cuanto creador (Dt 32,6; Mal 2,10). La experiencia de Dios padre y de sentirse primogénito suyo la tuvo el pueblo de Israel a través de una historia de salvación que comenzó significativamente en la salida y liberación de Egipto (Éx 4,22; Is 63,16; Jer 31,9). A partir de entonces nace el pueblo creado por Dios. A lo largo de la historia Dios demostró al pueblo un amor de padre (Os 11,1-4.8). La paternidad de Dios queda circunscrita de este modo excepcional a Israel. Sin embargo, se muestra una gran reserva en el uso del nombre "padre" aplicado a Dios, tal vez por el peligro de mala inteligencia con sabor mitológico. Sólo unas 15 veces se denomina así a Dios en el AT (Dt 32,6; 2Sam 7,14; 1 Crón 17,13; 22,10; 28,6; Sal 68,6; $9,27; Is 63,16 [bis]; 64,7; Jer 3,4.19; 31,9; Mal 1,6; 2,10). Dentro del pueblo es el rey el que conserva una relación especial de filiación con Dios, y Dios mantiene con él una actitud particular de padre (2Sam 7,14). Como expresión_de una adopción de predilección se dice del rey que Dios lo engendra en el día de su entronización proclamándolo: "Tú ere mi hijo" (Sal 2,7); de este modo el rey del salmo llega a revestir un carácter mesiánico, preanunciando así una figura escatológica. Tan sólo en escasos textos, y ya en la literatura más reciente del AT, se aborda el tema de Dios padre en relación personal con el individuo (Si 23,1.4; Sab 14,3). En estos textos del judaísmo helenístico, brotados en ambiente griego, no sólo se da la denominación de Dios como padre, sino también la invocación de Dios como "Señor, padre y dueño de mi vida" (Si 23,1), "Señor, padre y Dios de mi vida" (Si 23,4); aunque siempre queda la duda de si en el punto de partida el sentido sería más bien, no la invocación personal de Dios como padre, sino Dios, "Señor de mi padre", en armonía con el canto de los hijos de Israel (Éx 15,2) y la expresión del mismo Sirácida (51,10). Es el libro de la Sabiduría el que ofrece la primera y única invocación en el AT de Dios como padre (pater), cuando, al hablar de cuanto la sabiduría construye, se dirige a Dios y le dice: "Tu providencia, Padre, es quien lo guía" (Sab 14,3). Es como una excelente preparación al camino nuevo que abrirá Jesús.

2. Al pasar del Antiguo al Nuevo Testamento nos encontramos con un panorama diverso, aunque siguiendo una línea ya iniciada. Primero, en el uso del término "padre"; aplicado a Dios, aparece unas 250 veces. También el cambio es radical en la proyección de la paternidad de Dios, ya que no está circunscrita sólo a Israel, sino a todos los hombres. Sobre todo, la novedad fundamental radica en el sentido excepcional y único que se da al establecer la relación existente entre Jesús como Hijo y Dios como Padre; esta novedad de sentido tiene su ampliación a los hombres al insistir en que éstos, al igual que Jesús, no sólo llamen a Dios padre, sino que lo invoquen también con el mismo nombre.

a) La frecuencia en el uso del término "padre" en el NT puede tener su fundamento en el empleo que Jesús mismo hizo de él para referirse a Dios. En realidad, los evangelios colocan con frecuencia asombrosa en labios de Jesús la expresión "padre" en alusión a Dios (no menos de 170 veces); Marcos lo aduce cuatro veces; Lucas, unas 15; Mateo, 42; Juan, 109. Se puede observar un uso creciente según avanza la tradición, como lo patentiza el salto abismal entre el empleo de Marcos y el de Juan. Esto deja, entrever que muchos de los textos en que Jesús llama a Dios padre son fruto redaccional del evangelista. 

b) La denominación de Dios como padre se remonta, sin embargo, a Jesús mismo; ya que se encuentra en los estratos más primitivos de la tradición, como serían Marcos y la fuente común a Mateo y Lucas. Esto no sólo para la denominación de Dios com "padre" de modo absoluto (Mc 13,32; Lc 11,13) o con la adición del posesivo "vuestro" (Mc 11,25; Mt 5,48 [par. Lc 6,361; 6,32 [par. Lc 12,30]), sino también, y sobre todo, con el posesivo "mío"; así, en los textos comunes de Mateo (11,27) y Lucas (10,22) e incluso, tal vez, en el evangelio de Marcos (8,38). Está expresión de Jesús para denominaa a Dios "Padre mío" apenas si tiene paralelos en los precedentes del AT y la literatura rabínica; ello nos da más garantías de su procedencia de Jesús mismo por lo que tiene de originalidad e innovación.

c) La invocación de Dios como padre por parte de Jesús está aún más garantizada. Todos los estratos de tradición en los evangelios están conformes en presentar la invocación personal que Jesús hace como padre; semejante invocación la transmiten Marcos (14,36 [par. Mt 26,39; Lc 22,42]), Mateo en un texto exclusivo suyo (26,42), Lucas en dos ocasiones (23,34.46) y Juan nueve veces (11,41; 12,27.28; 17,1.5.11.21.24.25). La suma de estos textos nos da como conclusión que toda oración de Jesús está iniciada con la invocación de Dios como padre, a excepción de la oración en la cruz (Mc 15,34 [par. Mt 27,46]), en que se citan las palabras del salmo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Sal 22,2). Pero además podemos saber la forma concreta como Jesús invocaba a Dios; nos la transmite sólo Marcos al conservar en la oración de Getsemaní la palabra aramaica en su transliteración griega abba, seguida del correspondiente término griego ho patér (Mc 14,36). La yuxtaposición de la invocación en aramaico y en griego puede dejar entrever que en las otras oraciones de Jesús la forma de invocación está sustituyendo a la palabra habitual para dirigirse a Dios: abba. El arraigo de esta invocación de Jesús nos consta por san Pablo al hablar de la exclamación de los fieles de su propia comunidad que, impulsados por el Espíritu, invocaban también a Dios como abba (Gál 4,6); e igualmente en otra comunidad no fundada por él (Rom 8,15).

d) La garantía mayor de la invocación que Jesús hace de Dios como padre nos la ofrece el término mismo abba; podemos saber que realmente fue usado por él. La palabra abba; originalmente refleja el lenguaje infantil para dirigirse el niño a su padre, aunque posteriormente fuese también utilizado por personas adultas para hablar a personas ancianas. Si en algún momento, en el ámbito del judaísmo helenístico, se invocó a Dios con el término pater (cf Sab 14,3), el término abba en cualquier ambiente judío era absolutamente impensable, por irrespetuoso, como medio de comunicación con Dios. Este sentido de discontinuidad con el uso de la época del evangelio nos ofrece un criterio seguro de historicidad del empleo que hizo de él Jesús.

e) La relación de intimidad filial que se establece entre Jesús y el Padre la podemos vislumbrar a través del término abba. El contenido de esta relación ha quedado plasmado en el himno de júbilo que pronuncia Jesús invocando a Dios "padre", evocación del aramaico abba; con una doble invocación de Jesús al Padre, le da gracias por su acción reveladora a los sencillos (Mt 11,25-26 [par. Lc 10,21]). A continuación se establece la relación que une a Jesús, Hijo, con Dios, su Padre. Afirma Jesús: "Todo me ha sido dado por mi Padre" (Mt 11,27a; Lc 10,22a). Teniendo en cuenta la acción de gracias precedente de Jesús; en esto que el Padre ha dado al Hijo entra la revelación plena y total; mientras que para los escribas y fariseos su fuente de información eran las tradiciones de los mayores (cf Mc 7,39), para Jesús, en cambio, la fuente de su conocimiento es lo que ha recibido de Dios, su Padre. El conocimiento entre Jesús y el Padre es recíproco, ya que "ninguno conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo" (Mt 11,27b.c. [par. Lc 10,22b.c.]). En este conocimiento mutuo, sin excluir el aspecto noético, se incluye cuanto implica el conocer bíblico; queda afectada también la voluntad en una comunión de vida. Se supone el amor de predilección que el Padre tiene por el Hijo, el Hijo amado (Mt 3,17; Mc 1,11), y el amor del Hijo, que le lleva a la actitud de sumisión y obediencia al Padre (Lc 2,49; Mt 26,39; Mc 14,6). Por ser Jesús el que conoce al Padre es el que le puede revelar; el Padre se revela a los sencillos por complacencia (Mt 11,25-26 par.); el Hijo revela al Padre a quien quiere (Mt 11,27d par.). Esta cristología, iniciada ya por los sinópticos, adquirirá su total y pleno desarrollo en la cristología del cuarto evangelio: "Dios unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1,18). Tanto Juan como los sinópticos, partiendo de la denominación e invocación que Jesús hace de Dios como Padre y de la sumisión y obediencia que manifiesta, llegarán a la formulación clara y explícita de Jesús como Hijo de Dios (Mc 1,1; Jn 20,31).

f) Nuestra denominación e invocación de Dios como padre proviene de la exhortación de Jesús (Mt 6,9; Lc 11,2); por acción del Espíritu nos dirigimos a él también como abba (Rom 8,15; Gál 4,6). Pero siempre quedará la diferencia abismal que Jesús mismo establece al no introducirse él en nuestra invocación "Padre nuestro", o al separar "su Padre" y "nuestro Padre": "Subo a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17). Sin embargo, tanto Jesús como nosotros quedamos envueltos en el mismo amor del Padre, según la petición que Jesús le hace por sus discípulos: "Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos" (Jn 17,26).

BIBL.: CABA J., El Jesús de los evangelios, Madrid 1977, 281-284, 300-313; DALMAN G., Die Worte Jesu. Mit Berücksichtigung des nachkanonischen jüdischen Schrifttums und der aram1schen Sprache, Band I, Darmstadt 19302, 1965, 150-159; JEREMIAS J., Abba. Studien zur neutestamentlichen Theologie und ZeLtgeschichte, Gotinga 1966, 15-80 (cf Abba, Sígueme, Salamanca 1981, 105-111); ID, Teología del Nuevo Testamento I: La predicación de Jesús, Sígueme, Salamanca 19804, 50, 80-87; KITTEL G., aúpa, en TWNT 1: 4-6; MARCHEL W., Abba, Padre. Mensaje del Padre en el Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1967; MICHEL O., Patér, en H. BALZ y otros (eds.), Exegetisches Wóiterbuch zum NT, III, Stutgart 1982, 125-135; SABUGAL S., AbbaL.. La oración del Señor, Madrid 1985 366-424; SCHRENK G., aarílp, en TWNT$: 9741016.

J. Caba