OBRAS
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SUMARIO: I. Terminología. II. Las obras de Dios y del hombre en contraposición. III. La obra de Jesús. IV. El obrar cristiano. V. Virtudes: 1. Sentido general; 2. Limosna; 3. Ayuno. VI. Deberes: 1. Catálogos de virtudes y de vicios; 2. Problemática que surge a propósito de los catálogos: a) Origen, b) Novedad cristiana, c) Valor normativo.


I. TERMINOLOGÍA. Tomamos en consideración el concepto de "obra/ obrar", por una parte, como signo de la salvación realizada por Dios con "gestos y palabras íntimamente unidos" (DV 2) y, por otra, como signo de la salvación aceptada, rechazada o no alcanzada por parte del hombre. Efectivamente, éste, por su naturaleza corporal y dialógicoterrena, tiene necesidad de hacer auténtica su opción interior, su "sentimiento", en una objetivación que le permita salir de sí mismo, encontrándose así de nuevo plenamente.

El significado indefinido, general y abstracto de la obra con sus connotaciones negativas se traduce por prasso (LXX: Prov 10,23; 14,17; 30,20; Si 10,6; Job 27,6; 36,23), que expresa una acción reprobable (Lc 22,23; Jn 3,20; 5,29; He 3,17; 19,19; Rom 1,32), a veces neutra (He 5,35; Rom 9,11; 2Cor 5,10; lTes 4,11), raras veces buena y de todas formas débilmente positiva (2Mac 12,43; He 26,20).

Por el contrario, resulta positivo, más dinámico, concreto y muy frecuente (3.200 veces en los LXX y 565 en el NT) el verbo poieó, traducción usual de `asah y, excepcionalmente, de bara'(crear: en Gén y en Is 41-45): expresa la actividad divina de la creación (Gén 1,1-2,4a), la salvación del pueblo (Ex 19,11; Jos 3,5; Sal 72,18), y a veces de personas particulares (1Sam 12,6); de manera que las "obras" (poiémata) o la "obra" se identifican con la acción de Dios (Sal 63,10 LXX; 142,5; Qo 3,11; 7,13; 8,17; 11,5), que juzga (Dt 20,15; Ez 5,10.15) inapelablemente (Job 11,10) y salva (Ex 14,13; 20,6) obrando signos y prodigios (Dt 11,3). También en el NT el verbo se usa para la creación (Mc 10,6; Heb 1,2), para la redención (Lc 1,68), para la misericordia (Lc 1,72), para la realización de la palabra divina (Rom 9,28), para el cumplimiento de la promesa (Rom 4,21), para los signos y prodigios (He 15,12). El Padre por medio de Jesús (He 2,22), tratado como un pecador (2Cor 5,21) y considerado luego como Señor y mesías (He 2,36), cumple sus obras (Jn 14,10), hasta "hacer nuevas todas las cosas" (Ap 21,5). En la "concentración cristológica" joanea, Jesús realiza las mismas obras que el Padre (Jn 5,19; 6,38; 8,53; 10,37-38), siendo con él una sola cosa (Jn 10,30-33), y hace a los hombres obra de Dios (Ef 2,10).

El hombre, a su vez, está obligado a hacer todo lo que se le ha mandado (Gén 30,31; Ex 20,24), especialmente en relación con el prójimo (Gén 20,13; 47,29; Jos 2,12; Miq 6,8); a cumplir la voluntad de Dios sin buscar su seguridad en obras superficiales de expiación cultuales y morales (cf Is 1,11.16; Am 4,4). El "hacer" del hombre en el NT, que restringe su uso profano, es obediencia a la voluntad de Dios (Mc 3,35; Mt 7,21; Jn 7,17; Ef 6,6; Heb 10,36), que se manifiesta como un bien para el prójimo (cf Mt 5,9.46-47; 6,2-3; Lc 3,10-11; He 11,30; 1Cor 16,1; Gál 6,9), En el nombre de Jesús se convierte en un hacer milagros (Mc 9,39; Mt 7,22), signos y prodigios (He 6,8; 7,36), como hicieron Pedro y Juan (He 3,12), Felipe (He 8,6) y Pablo (He 14,11).

La dimensión personal del obrar en oposición a la pereza se expresa con el verbo ergázomai (obrar), y más frecuentemente con el sustantivo érgon (obra) —que traduce los hebreos 'asan (obrar),pa`al (actuar), `abad (trabajar) en una relación de particular obediencia y obligación para con Dios—, a menudo sinónimo del grupopoieó. Por tanto, son obras la naturaleza y el hombre como dependientes de Dios (Gén 2,2.3), las hazañas "prodigiosas" de la historia (cf Dt 19,3; Si 48,14), reveladoras de la fidelidad divina a la alianza (cf Heb 3,9) y signos de una interioridad humana orientada hacia el bien o hacia el mal.

II. LAS OBRAS DE DIOS Y DEL HOMBRE EN CONTRAPOSICIÓN. El hombre conoció a Dios primero en sus obras históricas inigualables (Dt 3,24):.. desde la liberación de Egipto [/ Exodo] hasta la conducción por el / desierto hacia la / tierra prometida (Dt 11,2-7; Jos 24,31). Su "visión" (Sal 95,9), capaz de suscitar el entusiasmo (Sal 66,3-6), tenía también por objeto hacerle descubrir al hombre su obra actual (Is 5,19; Sal 28,5) y dejarle intuir la futura, bien sea una obra de castigo como la deportación (Hab 1,5), bien de liberación como el regreso del destierro (Is 43,19). Siempre benéfica y perfecta (Dt 32,4), fiel y verdadera (Sal 33,4), profunda (Sal 92,5-6), llena de amor y de bondad (Sal 145,9.17; 138,8), portadora de gozo (Sal 107,22), se dirige a todo el pueblo, a individuos cualificados como / Moisés y / Abrahán (lSam 12,6), a los profetas y a cada uno de los hombres (Is 29,23). También la creación, admirada desde siempre como obra de Dios (Gén 14,19; Am 5,8) y considerada con mayor reflexión en el destierro, deja entrever el obrar divino en los cielos (Sal 19,2), en la tierra (102,26) y particularmente en el hombre (8,4-7).

Sin embargo, en vez de sentirse impulsado a la confianza en Dios (que no puede "despreciar la obra de sus manos": Job 10,3) y a la humildad (que impide a "la obra decirle a su autor: `No me has hecho"': Is 29,16; 45,9; Rom 9,20-21), el hombre se volvió necio, confundiendo al artista con sus obras (Sab 13,1), que permanecen escondidas a una mirada superficial (Si 11,4b). En virtud de su pecado miró su trabajo, no ya como continuación de la actividad creadora de Dios, sino como cansancio, peso, maldición (cf Gén 3,17), y se sintió obligado a esconder en las tinieblas sus propias acciones (Is 29,15), porque "sus acciones son acciones criminales, sólo violencia hay en sus manos" (Is 59,6). Profanó (cf Rom 1,26-27) la misma fecundidad (Gén 1,28), al igual que el trabajo, que construye ídolos mudos (cf 1Cor 12,2).

A la obra divina de la salvación, el hombre debería haber correspondido con la observancia de la ley. Sin embargo, por las continuas infidelidades al pacto, el hombre —que estará en disposición de obrar el bien cuando un negro cambie de piel (cf Jer 13,23)— precisa de una nueva alianza (Jer 31,33), ya que resulta corrompida incluso una obra hecha en armonía con la ley, como el culto reprobado por Dios (Is 1,11; Am 4,4). En efecto, una acción legalmente intachable se había convertido en un derecho ante Dios, en un mérito que alegar, en una pretensión de justicia interior; la observancia de la ley se transforma entonces en la obra más perversa del hombre, en una jactancia orgullosa, señal y consecuencia de un pecado.

Es el NT el que revela esta naturaleza corrompida de las obras humanas, calificadas como tenebrosas (Rom 13,12; cf Ef 5,11), carnales (Gál 5,19), malvadas (Jn 3,19; 7,7; Un 3,12; 2Jn 11; 2Tim 4,18; Gál 1,21), diabólicas (cf Un 3,8; Jn 8,41), impías (Jds 15), inicuas (2Pe 2,8), muerte (Heb 6,1; 9,14); esta negatividad resulta especialmente evidente en determinadas situaciones (Mt 23,3; Lc 11,48; Tit 1,16). Todo lo que se ha mandado sigue siendo válido, puesto que "la ley es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno"(Rom 7,12); pero, al ser ejecutado por el hombre pecador, en vez de ser obra de Dios (Jn 6,28), se convierte en obra de carne (Gál 5,19). Este juicio negativo sobre las obras humanas no puede limitarse a sólo las acciones de la ley judía, sino que vale para toda actividad humana que presuma alcanzar a Dios. Sólo Cristo puede purificar la fuente para que no haga brotar ya aguas venenosas; sólo él puede injertar en el árbol malo una planta nueva para que dé buenos frutos.

III. LA OBRA DE JESÚS. Jesús asume, sublimándola, toda la creación como su "primogénito" (Col 1,15), y las intervenciones salvíficas (que llevan a su cumplimiento la acción del Padre: cf Jn 5,17), como "mediador y plenitud de la revelación entera" (DV 2). Con su existencia da sentido a cada una de las realidades del AT, desde la vida en el desierto hasta el templo, el culto, la sabiduría. Su obrar, raras veces referido a designios futuros (cf Jn 14,23; Ap 3,9.12; 5,10), comprende milagros (Mc 6,5), prodigios (Mt 21,15), la investidura de los discípulos (Mc 1,17; 3,14), la voluntad del Padre, todo lo que ha visto en él (Jn 5,19.30-36; 6,38; 8,29.38), el juicio (Jn 5,27), la reconciliación entre judíos y paganos (Ef 2,14-15). Las obras de Jesús son subrayadas particularmente en los escritos joaneos: son un don del Padre (Jn 5,36), cumplen su misión (9,4; 10,25), la sellan (6,27), manifiestan que el Padre obra a través del Hijo (14,9-11), se condensan en la única obra grande (17,4): la salvación de los hombres, que glorifica al Padre. Cristo, conocedor del hombre (2,25), como luz del mundo (8,12), hace aparecer la verdadera naturaleza de sus obras. "Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas" (3,19). De esta forma Jesús lleva a cumplimiento la obra del Padre (4,34), hace inexcusables a los judíos (15,24), comprueba la verdad de su misión (10,32), concede a los discípulos realizar obras incluso mayores que las suyas (14,12). La obra por excelencia realizada por el Padre a través de Cristo (cf 6,30) es que "creáis en el que él ha enviado" (6,29). El realiza sus obras por la fe (10,38), para que los hombres crean en la inmanencia del Padre en el Hijo (14,11). En virtud de la fe, producida por una atracción del Padre, el hombre viene a Jesús (6,44-45), escucha su voz (10,16), lo conoce (10,14), de forma que permanece en él como el sarmiento en la vid (15,4), siendo con él una auténtica realidad, como lo es el Padre con el Hijo (17,21-23): entonces la obra del hombre se transforma en fruto divino, producido directamente en la vid, que es Cristo (15,1).

IV. EL OBRAR CRISTIANO. Se cualifica por motivaciones cristológicas, y especialmente por el vínculo con la actividad reveladora de Jesús. "El que practica la verdad va a la luz, para que se vean sus obras, que están hechas como Dios quiere" (Jn 3,21). Como consecuencia de la justificación mediante la fe (Rom 3,28) [/ Fe VI, 2], en virtud del bautismo que hace del cristiano un solo ser con Cristo (cf Rom 6,3.5), como el sarmiento con la vid (Jn 15,5), todas las obras del hombre son en realidad obras de Dios realizadas a través del hombre. Si es "Dios el que lo hace todo en todos" (1Cor 12,6), ya no existen obras puramente humanas, sino que todo es gracia. Desaparece así la noción de obra, tan combatida por Pablo ("las obras de la ley"), como presunta autosuficiencia humana frente a la salvación, como una especie de crédito ante Dios: ya no hay obras muertas (Heb 6,1; 9,14), que no se derivan de la fe y no se realizan en servicio del Dios vivo. Si la salvación es gracia y don a través de la fe, el hombre que se ha comprendido a sí mismo como obra de Dios está, por tanto, invitado a "hacer obras buenas tal y como él lo dispuso de antemano" (Ef 2,10). Ala luz de la absoluta gratuidad de la salvación, atestiguada hasta las últimas cartas (2Tim 1,9; Tit 3,5), no es ya contradictoria, sino plenamente consecuente, la exhortación a tener un comportamiento de vida totalmente nuevo, una "nueva vida" (Rom 6,4), a "dejarse conducir por el Espíritu" (Gál 5,16) como "hijos de la luz" (Ef 5,8), a "comportarse de una manera digna del Señor, intentando complacerle en todo, fructificando en toda obra buena" (Col 1,10), a "hacer el bien a todos" (Gál 6,10), puesto que el Señor "pagará a cada uno según sus obras" (Rom 2,6; cf Ap 14,13). La obra del hombre de repliegue sobre sí mismo se convierte en edificación del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (cf Ef 1,22-23).

Al faltar la polémica antijudía, que había corrompido la noción genuina de "obra buena", resulta obvia la invitación a actuar incluso delante de los demás. "Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Es necesario mantener encendida la lámpara (Mt 25, 1-13), hacer fructificar los talentos (25,14-30). Se condena decididamente la inactividad: "Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego" (Mt 7,19); Dios "corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí (en Jesús), y limpia los que dan fruto para que den más" (Jn 15,2). Esto es particularmente evidente en el epistolario tardío, que acentúa la invitación a las buenas obras. "(La viuda ha de) estar acreditada por sus buenas obras, tales como haber educado bien a sus hijos, haber ejercitado la hospitalidad, haber lavado los pies a los creyentes, haber socorrido a los atribulados, haber practicado toda clase de obra buena... (A los ricos se recomienda) que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras; que sean generosos y estén dispuestos a repartir con los demás lo que tienen. Así reunirán un capital sólido para el futuro, con el que conseguirán la verdadera vida" (1Tim 5,10; 6,18-19; cf Tit 1,16; 2,7.14; 3,8.14).

Prosiguiendo en esta línea, ante la inactividad de los creyentes, herederos quizá de una interpretación errónea y extremista de la doctrina paulina (cf Rom 3,8), Santiago insiste en las obras como emanación de un creer vivo, muy distinto de una fe puramente intelectualista (Sant 2,14): "Si la fe no tiene obras, está muerta en sí misma" (2,17). Si también Pablo puede estar de acuerdo con esta expresión, subsiste cierta dificultad en la afirmación de que "el hombre es justificado por las obras, y no sólo por la fe" (2,24). La solución satisfactoria está precisamente en la distinción agustiniana entre obras anteriores a la justificación para Pablo y obras posteriores a ella para Santiago, puesto que incluso después el hombre debe considerarse incapaz de proseguir un camino espiritual iniciado por Dios (cf, por el contrario, Rom 10,2-4). Es verdad que Santiago entiende por obras el fruto producido por la fe, y no la emanación de una gloriosa autosuficiencia humana. Sin embargo, su afirmación de una "justificación por las obras", aun parcial, ha de considerarse a la luz de una perspectiva y concepción de la justificación diversa, es decir, de la salvación considerada en un segundo momento, después de la unión con Cristo en el bautismo, a la luz de la tradición sapiencial, sensible a la exaltación de la acción del hombre, y también a la luz de una cristología al servicio de la ética. Sólo así la única fe neotestamentaria se expresa en formulaciones de contraposición y de lucha que, aunque diversas, no resultan contradictorias [/ Justicia].

El obrar cristiano se cualifica y encuentra su centro en la agape, es decir, en una donación sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de Dios, bien como imitación de la persona de Jesús, que se mostró como caridad viva en sus gestos consignados en el evangelio (Jn 13,15; 1Cor 11,1; Ef 4,32-5,2; 1Pe 2,1): Jesucristo es la norma suprema, perfectamente objetiva, "el imperativo categórico concreto" (H.U. von Balthasar). El obrar cristiano encuentra su orientación justa inspirándose en la forma en que Jesús actuó en semejantes ocasiones. Originado y modelado en el amor de Dios revelado en Cristo, el obrar cristiano no parte de la perspectiva de la reciprocidad o de la compensación; participando de la creatividad y de la libertad divinas, sustituye el amor de sí mismo por la asunción de la propia cruz (Lc 14,27 par), hasta amar a los enemigos (Mt 5,44), tomando como criterio de acción la necesidad del otro y no el propio sentimiento. Ágape es el amor de aquel que "no estando ya obligado a buscarse a sí mismo para encontrarse, se encuentra por tanto libre para servir al prójimo de forma totalmente desinteresada" (F. Refoulé, Gesú come riferimento dell'agire dei cristiani, 59). El amor como absoluto para el obrar cristiano, tal como se deduce de la última reflexión de Juan, corresponde al primer anuncio de Jesús sobre la conversión, sobre la purificación del corazón, sobre el seguimiento y sobre la búsqueda del reino de Dios.

La fe y el amor no son dos realidades independientes, sino como el comienzo y el término de un único proceso: la fe introduce al hombre en una nueva forma de existir y lo dispone para dejar que actúe el / amor. Es un dejar sitio en el yo a este amor, conformando la existencia personal con la del crucificado. "La fe que recibe y el amor que da son dos momentos que no hay que separar, sino sólo distinguir, del mismo y único movimiento vital que caracteriza a la existencia cristiana" (K. Barth). "Cree de verdad aquel que practica con la vida la verdad en que cree" (san Gregorio Magno). "No se puede distinguir en el cristianismo lo moral de lo religioso. Lo moral se levanta sobre algo que lo trasciende, así como el principio religioso, que es el fundamento de toda teología cristiana, la definición de la naturaleza del mismo Dios, no puede establecerse al margen de esta realidad: `Dios es amor"' (C.H. Dodd, El evangelio y la ley, 60). Si "al recibir (mediante la fe) el amor con que se es amado corresponde al amor con que se ama (entonces) la crisis de la fe cristiana en Dios es siempre simultáneamente una crisis del amor" (R. Bultmann). Nos encontramos así de nuevo con la expresión sintética paulina: "la fe que opera mediante la caridad" (Gál 5,6).

El amor, que es servicio concreto al prójimo a ejemplo de Cristo, un impulso a obrar desinteresadamente, recapitulación, unificación, cumplimiento de lo que prescribe la ley, es una meta que el hombre no puede presumir realizar con facilidad en su obra. Precisamente porque lo es todo, tiene necesidad de ser recordado continuamente en las diversas situaciones. "Ama y haz lo que quieras..., si amas lo bastante para obrar en todo según tu amor, si sabes sacar de tu amor, cuya fuente no está en ti, toda la luz que esconde... Pero no creas demasiado pronto que sabes lo que es amar" (H. de Lubac). Conociendo la meta a la que ha de tender, el cristiano necesita verse continuamente exhortado a alcanzarla a través de los diversos caminos de la vida.

V. VIRTUDES. El obrar cristiano tiene que traducirse en hábitos que perfeccionan al hombre, en actitudes que lo inclinan a obrar bien.

1. SENTIDO GENERAL. La Biblia, tan rica en indicaciones concretas y en descripciones de actitudes prácticas virtuosas, carece de una terminología que exponga la noción universal contenida en la palabra "virtud". Efectivamente, falta en hebreo un término que corresponde al griego areté, el cual, cuando traduce la acción gloriosa de Dios (Is 42,8.12; 43,21; 65,7) y la majestad del hombre, lleva a cabo un deslizamiento de significado hacia una concepción antropocéntrica griega que resalta el mérito a costa del don. Por otra parte, los numerosos sentidos griegos (excelencia, coraje, valor militar, mérito, felicidad, prosperidad, gloria), a pesar de un predominio gradual de la concepción socrática de la virtud como cualidad del alma, no favorecían una aproximación entre el pensamiento bíblico y el pensamiento griego.

En el AT la noción más cercana es la de / justicia (Gén 15,6; Dt 9,6; Qo 7,15; cf Mt 1,19; Lc 1,6), que varía desde una dimensión social (como en Amós e Isaías) hasta una dimensión eminentemente jurídica (como en Ezequiel) y hasta una identificación con la salvación (como en el Segundo Isaías), con la que está especialmente ligado Pablo. "Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. Es esto: practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios" (Miq 6,8). Virtud es la fortaleza de Eleazar (2Mac 6,31), que en el último escrito del AT se encuentra unida a las otras virtudes llamadas "cardinales": "Si uno ama la justicia, las virtudes son el fruto de su trabajo, porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza, y nada hay más útil para los hombres en la vida" (Sab 8,7).

La virtud no es tanto fruto de un esfuerzo ascético como consecuencia de la participación en el misterio pascual, como las tres virtudes "teologales" (fe, esperanza y caridad: 1Tes 1,3-4; Rom 15,13; 1Cor 13,13) o el fruto del Espíritu. "Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fuerza, espíritu de conocimiento y de temor del Señor" (Is 11,2). "Nosotros aguardamos la justicia esperada por la fe mediante la fe del Espíritu. Si creemos en Cristo, da lo mismo estar o no estar circuncidados; lo que importa es la fe y que esta fe se exprese en obras de amor" (Gál 5,5-7). El uso del término "virtud" en el NT —cuatro veces solamente— indica las obras maravillosas de Dios (IPe 2,9), la calidad de las perfecciones divinas (2Pe 1,3) y un buen comportamiento como parte de un elenco de virtudes. "Por eso debéis esforzaros en añadir a vuestra fe virtud, a la virtud ciencia, a la ciencia templanza, a la templanza paciencia, a la paciencia piedad, a la piedad cariño fraterno, al cariño fraterno amor" (2Pe 1,5-7; cf Flp 4,8). La perfección, que consiste en la posesión de las virtudes, equivale para la Biblia a buscar a Dios, a caminar con él, a obedecer a sus deseos, a orientarse de modo estable y profundo hacia él; la virtud no es tanto la repetición de actos buenos como docilidad y fidelidad a la llamada divina de cada día.

2. LIMOSNA. Además de la oración (Mt 6,5-14), son concreción de la "justicia" la limosna (6,2-4) y el ayuno (6,16-18). De ser actitud de misericordia y de bondad de Dios (Sal 24,5; Is 59,16) y del hombre (Gén 47,29), la limosna pasó a significar al final del AT una ayuda material a los necesitados. La realidad de la limosna, a pesar de que la lengua hebrea no conoce este término, puede reconocerse en gestos como el dejar caer algo de la cosecha (Lev 19,9; 23,22; Dt 24,20-21; Rut 2) o la ofrenda del diezmo para los pobres (Dt 14,28-29). Obtiene el perdón de los pecados (Dan 4,24; Si 3,30), es sacrificio agradable a Dios (Si 35,2), es provechosa (Prov 28,27), es como un préstamo hecho al Señor (Prov 19,17) y está recomendada especialmente en la difícil situación de la diáspora: "Practica con tus bienes la limosna y no apartes tu rostro de ningún pobre, porque así no apartará de ti su rostro el Señor. Da limosna según tus posibilidades: si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da con largueza de ese poco. Así acumularás un tesoro para el día de la necesidad, pues la limosna libra de la muerte e impide andar en tinieblas. La limosna. para todos los que la dan, es un precioso depósito ante el altísimo" (Tob 4,7-11).

La limosna es agradable a Dios si es desinteresada (Lc 6,35; 14,14), sin ostentación (Mt 6,1.4), adecuada a las peticiones y a la necesidad del prójimo (Lc 6,30; Mt 5,42), que se identifica con Jesús (Mt 25,31-46): el que lo da todo (Lc 11,41; 18,22) revela el amor de Dios (Un 3,17), que "ama a quien da con alegría" (2Cor 9,7). El valor teológico de la limosna se deduce especialmente de la colecta organizada por Pablo en favor de la comunidad de Jerusalén. Capaz de restablecer una comunión (koinónía) entre los hermanos y entre las comunidades (2Cor 8,4.13; 9,1.12-13), considerada como un servicio sagrado (diakonía: Rom 15,21; 2Cor 8,4; 9,12-13), como un acto de culto a Dios (leitourghía: 2Cor 9,12), como una bendición (euloghía: 9,5.7), la limosna se convierte en gracia (járis: 8,7) en cuanto que participa del impulso que proviene de Dios y se transforma en una acción de gracias por parte de los beneficiarios. La cantidad de la limosna ha de medirse por el grado de participación en el amor de Cristo, que "siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza" (2Cor 8,9). Materia de juicio (Mt 25,35-36), aumentada de valor por la palabra amigable que la acompaña (Si 18,15-18; 4,1-6), la limosna encuentra un amplio espacio incluso en sociedades organizadas que tienden a hacerla superflua (cf Mt 26,11).

3. AYUNO. La abstinencia de la comida, don de Dios (Dt 8,3), impuesta solamente en el día de la expiación (Lev 23,29) como signo de pertenencia al pueblo elegido, o por un período indeterminado (Jon 3,7) como preparación para el encuentro con Dios (Dan 9,3), se exige en circunstancias difíciles (Jue 20,36; 1 Sam 7,6; Zac 7,3-5; 8,19; Bar 1,5; Jl 2,13-17; Est 4,16). El ayuno, practicado durante toda la vida (Jdt 8,6) o por devoción personal (Lc 2,37) dos días a la semana (Lc 18,12), debe estar lejos de todo formalismo (Jer 14,12; Mt 6,16) y tiene valor si va acompañado de las obras de justicia. "¿Es éste acaso el ayuno que me agrada, el día en que el hombre se mortifica? ¿Doblar como un junco la cabeza, acostarse en el saco y la ceniza? ¿A, eso llamáis ayuno, día agradable al Señor? ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne" (Is 58,5-7).

El ejemplo de Jesús antes de la inauguración de su misión (Mt 4,1-4), continuado en la Iglesia (He 13,2-3; 14,23), aunque resulta más urgente la invitación al desprendimiento de sí mismo (Mt 10,38-39) y de las riquezas (Mt 19,21), y a pesar de la ausencia de este tema en Juan y en el epistolario paulino (excepto 2Cor 6,5; 11,27), permite concluir el valor del ayuno también para nuestros días. Puesto que "el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom 14,17), el ayuno adquiere un valor en relación con la motivación que lo inspira. Además de las ventajas que la razón puede encontrar en una sana ascesis para un equilibrio psicofísico, el ayuno puede facilitar una actitud de total apertura a la gracia de Dios (cf Mt 6,18), exterioriza la tristeza por la ausencia de Cristo (Mc 2,20), contribuye a superar las tentaciones y la influencia del demonio (cf Mt 17,21) y sobre todo se convierte en signo tangible de amor al dar al necesitado lo no consumido.

VI. DEBERES. Para nuevas concreciones del obrar cristiano los sinópticos suelen remitir a los mandamientos (Mc 10,19 par) o se expresan, como en el sermón de la montaña, con frases escultóricas y dramáticas ("pon la otra mejilla", "reconcíliate con el hermano antes de tu ofrenda en el altar"), para exhortar eficazmente a la imitación del amor de Cristo; el epistolario, por el contrario, ofrece algunas concreciones éticas en listas de virtudes y de vicios.

1. CATÁLOGOS DE VIRTUDES Y DE VICIOS. En contraposición a ocho grupos de virtudes (2Cor 5,6-8; Col 3,12; Ef 4,2; 5,9; Gál 5,22; lTim 4,12; 6,11; 2Pe 1,5-7) aparecen 18 listas de vicios (Mc 7,21-22; Rom 1,29-32; 13,13; 1Cor 5,10-11; 6,9-10; 2Cor 12,20-21; Gál 5,19-21; Ef 5,3-5; Col 3,5.8-9; lTim 1,9-10; 2Tim 3,2-5; Tit 3,3; lPe 2,1; 4,3; Ap 21,8; 22,15). Mientras que para las primeras el punto de unificación lo constituye el sincero amor fraterno que brota de los compromisos bautismales y que es signo del cambio de vida, la raíz de los vicios se encuentra en la sustitución de Dios por un ídolo o en la reducción del Señor a un ídolo. Es frecuente la mención de la fornicación (porneía) junto con el libertinaje y la inmoralidad, unida a la avaricia (pleonexía) y a la idolatría. Un segundo grupo se refiere a las consecuencias de la irascibilidad, como la cólera, la soberbia, la envidia, la enemistad, la discordia, la calumnia y, finalmente, los excesos de la mesa, como la embriaguez y las orgías.

Entre las listas breves y largas (Rom 1 enumera incluso 21 vicios) destaca un texto incisivo y personal de Pablo en la carta a los Gálatas, que establece un paralelo entre las obras hechas por la debilidad egoísta del hombre, inclinado al pecado (la "carne": 5,19-21a), y las realizadas por el que se deja llevar de la fuerza divina interior (el "espíritu": 5,22a-23). La lista de las obras contrapuestas sigue a la defensa enérgica de la justificación por la sola fe (2,16; 5,5) y se coloca en un contexto de viva exhortación a servir al prójimo en la caridad (5,13), a caminar bajo la influencia del Espíritu (5,16), a practicar el bien con todos (6,10). Un desarrollo en quiasmo destaca cómo las obras opuestas revelan una doble posibilidad para el hombre con vistas a la autorrealización (5,16 y 24-25), a la libertad (5,18 y 23b) y a la entrada en el reino (5,21b). "Las obras de la carne son bien claras: lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas" (Gál 5,19-2la). En el centro está la perversión del instinto religioso ("idolatría-supersticiones"), que lleva a una nueva valoración de la realidad. La sexualidad deja de ser lenguaje de comunión para ser repliegue egoísta; la comida, la bebida y las fiestas se dirigen a la propia satisfacción, mientras que el hermano es visto como un rival que combatir de todas formas para eliminarlo; la ambición (cf Rom 1,29) encuentra fundamento en la sed de dinero o avaricia, comparada con una idolatría (Ef 5,5; Col 3,5) y considerada como una divinidad (Mt 6,24). Sin caer en la casuística pedante de las escuelas rabínicas, la lista paulina de los vicios, aunque difícilmente definibles en sus expresiones concretas, nos ofrece un cuadro suficientemente claro de una vida en la que el "yo" sustituye a "Dios".

La descripción simétrica positiva de la moral cristiana es calificada como don: "Por el contrario, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia" (5,22-23a). Tiene su centro en el amor/agape, en aquella "voluntad bondadosa y enérgica que por nada se detiene, cuando se trata de obtener el bien del objeto amado" (C. H. Dodd, o.c., 58). Ese amor engendra el "gozo", que coexiste incluso con los sufrimientos (cf 1Tes 1,6) y supera, sin excluirla, a la alegría. La "paz", unida a menudo a la gracia en Pablo y derivada de la alianza y de la intimidad de proyectos con Dios, consecuencia de una reconciliación (Rom 5,1-11), quiere hacer caminar juntos a los creyentes en la superación de toda división y tiende a entablar relaciones con todos.

De estas tres notas fundamentales del obrar cristiano (amor, alegría, paz), procedentes de la fe que justifica, nace aquella grandeza de alma que está por encima de desaires, de ofensas y de ingratitudes ("generosidad"), capaz no solamente de evitar el mal, sino de alcanzar las delicadezas de un amor atento, cariñoso y solícito ("bondad-benignidad"), sin faltar a la palabra y a los compromisos adquiridos ("fidelidad"). Respetando los tiempos de maduración de cada uno, el cristiano acepta los sinsabores, las incomprensiones ("mansedumbre") y, por consiguiente, domina las reacciones espontáneas contra los abusos, dice no a sí mismo con vistas a un sí a los demás ("continencia" o dominio de sí).

Catálogos semejantes, compuestos de breves sentencias contrapuestas, en forma imperativa, abiertos a la indicación de las personas interesadas, explicitan los deberes de los miembros de la familia (Haustafeln) de acuerdo con su función y de su posición. En los seis grupos del epistolario (Ef 5,22-6,9; Col 3,18-4,1; 1Tim 2,11-15; 6,1-2; Tit 2,1-10; 1Pe 2,13-3,7), recogidos en escritos del siglo II —desde Ignacio (Carta a Policarpo 5,1) hasta la Didajé (4,9-11), Clemente Romano (1 Clem 21,6-9), Policarpo (Ad Fil. 4,2-6,3) y Bernabé (Epist. 19,5-7)—, predomina la categoría de la "sumisión": "Sed sumisos a toda autoridad humana por amor al Señor, al emperador como a soberano, a los gobernantes como delegados suyos para castigar a los que obran mal y premiar a los que obran bien... Esclavos, someteos con todo respeto a los amos; no sólo a los buenos y amables, sino también a los de carácter duro... Vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, para que si alguno de ellos se muestra reacio a la palabra, pueda ser ganado sin necesidad de palabras por vuestra conducta al ver vuestro comportamiento respetuoso y honesto... Igualmente vosotros, maridos, comportaos sabiamente con vuestras esposas, como con un sexo más débil... Finalmente, vivid todos unidos en armonía. Sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes" (1Pe 2,1-14.18; 3,1.8).

Cuando la sumisión mutua expresa el mutuo servicio cristiano, se convierte en clave de lectura de las otras exhortaciones. Así la invitación: "Respetaos unos a otros por fidelidad a Cristo" (Ef 5,21), orienta en el sentido de la sumisión de la mujer (5,22), del amor de los maridos (5,25), de la obediencia de los hijos y de los esclavos (6,1.5) y de un comportamiento análogo de los amos (6,9); no se excluye, sin embargo, que una exhortación semejante a las categorías más humildes y sometidas —como las mujeres, los esclavos, hijos, dependientes de las autoridades— se haga con vistas a una posible insubordinación, sobre todo si se tiene en cuenta que en la carta de Pedro falta una invitación semejante a los amos.

2. PROBLEMÁTICA QUE SURGE A PROPÓSITO DE LOS CATÁLOGOS. No es posible soslayar tres interrogantes sobre el origen, la novedad cristiana y el aspecto moral de estos catálogos.

a) Origen. Para los deberes familiares nos sentiríamos inclinados a buscar su origen en aquel ambiente popular en el que existían exhortaciones semejantes desde el siglo IV a.C., reflejadas luego en la enunciación de obligaciones análogas sobre el papel y la condición de cada persona, que era habitual en la escuela estoica, especialmente en Séneca y en Epicteto. Sin embargo, el carácter genérico de estas formulaciones (obrar según la conveniencia, la prudencia y la sabiduría) y la falta en ellas de reciprocidad (mujeres con maridos, y viceversa) mueven a identificar el origen de nuestros catálogos en los ambientes judeo-helenistas cercanos a la sinagoga o influidos de algún modo por el proselitismo judío. En Flavio Josefo encontramos el esquema tripartito de exhortaciones a mujeres, a niños y a esclavos; en Filón, una lista de actitudes —como el respeto a los padres, el cuidado de la mujer y de la casa, la educación de los hijos, un tratamiento equilibrado de los esclavos, sin excluir la benignidad y el afecto, la atención a los ancianos, la observancia de las buenas costumbres— se presenta como medio para superar una concepción egoísta de la vida. El recurso a este material preexistente puede estar quizá motivado por el deseo de mostrar cómo la vida cristiana era posible y se uniformaba externamente con el ambiente circundante, compartiendo con él lo "mejor" en el terreno ético.

Para los catálogos de virtudes y de vicios son posibles tres fuentes. Si hubo algún contacto con el helenismo, filtrado por el pensamiento judío, que tiene su más alto representante en Filón (cf Sacrificio de Abel y Caín, con la lista de las virtudes: § 27, y de los 146 vicios: § 32), hay que atribuir una mayor influencia a los escritos apocalípticos, bien precristianos (como los Testamentos de los doce patriarcas: T. Rub. 3,2; T. Is. 16,1; T. José 5,1; T. Aser 2,5; T. Ben. 6,4), bien de época neotestamentaria (como el Apoc. de Baruc 4,16; 8,5; cf Asunción de Moisés 7). La ausencia de listas respectivas de' virtudes en los escritos apocalípticos, signo de la acentuación de lo "negativo" en moral, lleva a identificar en Qumrán la fuente principal de las listas neotestamentarias. En efecto, la Regla de la comunidad enumera las acciones de los hijos de la luz (como humildad, longanimidad, misericordia, bondad, prudencia) y de los hijos de las tinieblas (como soberbia, impiedad, mentira, adulterio, ira, envidia) (1QS IV, 2-6.9-11; cf I QS III, 20-21).

b) Novedad cristiana. En la Biblia, los deberes familiares adquieren una orientación y una luz nueva, ya que "eso es lo que debéis hacer como creyentes" (Col 3,18); las mujeres, por ejemplo, están ciertamente sometidas a sus maridos, pero "como al Señor" (Ef 5,22b). Cualquier relación entre los hombres, y particularmente dentro de la familia, tiene que inspirarse siempre en una verdad más general, revelada por Pablo: "Ya no hay distinción entre griego y judío, circunciso o incircunciso, extranjero o ignorante, esclavo o libre" (Col 3,11); "hombre o mujer", añade la carta a los Gálatas (3,28). La frecuente llamada a la reciprocidad de los deberes (cf Ef 5,21), por la que, por ejemplo, a la obligación de la mujer de someterse al marido corresponde un amor no menos comprometido por parte del marido (Col 3,19; Ef 5,25), es una aportación cristiana; también el amo cuando trata con el esclavo ha de recordar que existe un solo Señor (Col 3,24b; 4,1; Ef 6,5-6.9), al que todos tienen que rendir cuentas.

Para los catálogos la novedad cristiana consiste, bien en la unificación de todas las prescripciones en la agape, bien en una dimensión comunitaria y social que supera el individualismo restringido de la ética estoica y la perspectiva del castigo que prevalece en la apocalíptica. Si el cristianismo no trae contenidos morales nuevos, sino que comparte los que ya había descubierto una iluminada y recta razón, los vive, sin embargo, no ya como coacción, sino como concreción del amor. Cambia la modalidad del obrar para el cristiano que, liberado ya de la ley, es movido por el Espíritu, casi por connaturalidad, a seguir lo que es bueno: vivir moralmente, aspiración que antes era inalcanzable, se convierte para él en gozosa realidad. La fuerza unificante de la agape no resuelve solamente las relaciones entre las diversas personas, sino que, llegando a la "memoria subversiva" de la pasión y resurrección de Cristo, pone en crisis incluso las estructuras y se convierte en fuerza para resolver los problemas políticos, sociales e internacionales a través de las necesarias mediaciones.

c) Valor normativo. Para una orientación en esta cuestión tan discutida es necesario anteponer dos observaciones sobre la formación gradual de las indicaciones éticas neotestamentarias y sobre la naturaleza de los catálogos. La moral cristiana como respuesta individual y comunitaria a la toma de conciencia de la acción salvífica de Dios en Jesucristo exigió al principio el abandono de las formas inconvenientes propias de los paganos; indicó luego comportamientos distintivos del "hombre nuevo", como la sobriedad, la humildad, la generosidad, pasando más tarde a consideraciones sobre las relaciones sociales dentro de la familia, de la comunidad cristiana, del Estado, para terminar con la invitación a los cristianos a ser prudentes, a mantener la paz con los vecinos paganos, a someterse a las autoridades y a estar dispuestos a arrostrar las persecuciones en el caso de ser forzados a la apostasía.

Los catálogos, como gran parte del material ético de la Biblia, pertenecen al género parenético, pues presuponen —no justifican— la valoración de un comportamiento e intentan inculcar —no instruir— sobre estos deberes. Es decir, son una exhortación a hacer el bien y a huir del mal, dando por descontado lo que es tal; constituyen una urgente invitación a obrar siempre y en todas partes por aquel amor desinteresado que no tiene una solución preestablecida, sino que obliga a discernir en cada momento cuál es el servicio concreto al prójimo. Así, por ejemplo, dando por descontada la inmoralidad de unión con una prostituta, Pablo (lCor 6,9.13) exhorta al cristiano a no romper el amor con Cristo, al que está íntimamente unido desde el bautismo: toda la vida de Jesús —sus palabras y sus hechos— deben considerarse como parénesis.

Por eso los catálogos no constituyen un código de leyes, una especie de cuadro completo de reglas y de prescripciones que hay que tomar como guía absoluta en todas las situaciones. Pablo no ha hecho más que reconocer "en la preceptiva moral de su ambiente indicaciones positivas que se alinean y armonizan con las indicaciones trascendentales del kerigma, y además las puntualizan y especifican en sentido categorial, modulando cada uno de los actos de la existencia" (P. Rossano, Morale ellenistica, 180). Es decir, no son "norma" o "precepto" al que ha de referirse la conciencia como a la última confrontación antes de decidirse a obrar; y ello no sólo porque ninguna norma debe ser recibida pasivamente por la conciencia, sino también en el sentido de que la naturaleza de los catálogos consiste en orientar hacia la búsqueda de la misma norma, conla aportación de la comunidad cristiana y con la confrontación de todos los hombres de buena voluntad. Es decir, estos catálogos no son normativos por el contenido material de cada una de las prescripciones, sino en cuanto que legitiman y postulan la búsqueda de unas normas o preceptos como concreción de la agape. Por tanto, los católogos no directamente normativos son ejemplos, modelos e invitaciones a la agape.

En este sentido contienen valores no despreciables. Constituyen otras tantas señales o indicaciones para identificar el espíritu que guía al cristiano. Si está movido por Dios, el catálogo de virtudes se convierte en espejo de su vida; si es la carne quien lo mueve, la lista de los vicios está allí para exhortarle a que emprenda una obra de conversión; se habla de señales, porque puede haber un comportamiento temporalmente irreprensible no animado por el Espíritu y una actitud externamente vituperable, coexistente con un obrar divino en expansión. La dimensión vinculante contenida en los catálogos, como en toda exhortación bíblica, con tal que siga siendo secundaria, está en armonía con la psicología del amor, que aunque gozoso siente la necesidad de relacionarse y se hace libre en una feliz dependencia, evitando con ello el peligro del cambio y de la mutabilidad.

Así pues, estos catálogos, por su carácter de relativa mutabilidad, de forma análoga a las prohibiciones sobre la carne inmolada a los ídolos (cf lCor 8-10) o a las prescripciones del concilio de Jerusalén (cf He 15) que ya no se recuerdan, postulan formulaciones diversas para ambientes culturales diferentes y requieren aquel compromiso fundamental del cristiano que es el "discernimiento" (Rom 12,2), "clave de la moral neotestamentaria" (O. Cullmann): "Os ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer. Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto".

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B. Marconcini