IGLESIA
DicTB
 

SUMARIO: I. AT: la preparación de la Iglesia fundada por Cristo: 1. Las formas veterotestamentarias de la Iglesia: a) Pueblo de Dios, b) Reino: de Dios, de David, de Judá y de Israel, c) Comunidad cultual y santa; 2. Relaciones de la Iglesia del AT con Dios: a) Israel, propiedad de Dios, b) El contrayente de la alianza, c) Israel, morada de Dios; 3. La función de Israel-Iglesia en el mundo: a) Separado de los demás pueblos; b) Israel, al servicio de los pueblos. II. La Iglesia de Cristo en el NT: 1. Los términos expresivos de la Iglesia; 2. Las imágenes figurativas de la Iglesia: a) Presente en el mundo, b) En crecimiento, c) Los diversos llamados, d) En espera de la parusía; 3. Las figuras que más directamente dependen del AT: a) La Jerusalén celestial, b) La novia, esposa virgen, madre, c) El rebaño, d) La vida; 4. Las alegorías cristianás: a) Algunas indicaciones del Ap, b) Plantación y campo de Dios, c) El edificio o construcción, d) Cuerpo de Cristo; 5. Algunas notas teológicas: a) Comunidad de salvación escatológica, b) Comunidad fundada por Jesús, c) En los escritos joaneos, d) En la teología de Lc-He, e) En el misterio de la providencia divina (Pablo), I) El desarrollo de las pastorales: una Iglesia ministerial, g) Conclusión.

 

I. AT: LA PREPARACIÓN DE LA IGLESIA FUNDADA POR CRISTO. 1. LAS FORMAS VETEROTESTAMENTARIAS DE LA IGLESIA.

Son las realizaciones que en el AT preparaban la Iglesia del Nuevo y que en cierto modo la prefiguraban.

a) Pueblo de Dios. Aunque sea la indicación más genérica, sin embargo, no está privada de especificidad y es la preferida por la LG para indicar la Iglesia tanto del AT como del NT. El hebreo `am, "pueblo", a diferencia del griego laós, designa un "conjunto", una "comunión". De aquí se pasa fácilmente a la idea de parentesco, de hermandad tribal o familiar. "Pueblo de Dios" señala que todos, como hermanos, reconocen al único Dios, el cual a su vez, honrado como padre, establece un mismo grado de parentesco con sus adoradores. / "Pueblo de Dios" supone como una gran familia, de la que Dios es el gó'el, el "redentor" (especialmente en P y en Déutero-Isaías). Esta concepción se remonta a los orígenes: cf, por ejemplo, Ex 3,7.10; 8,16-19; 9,1.13; 10,3; etc.

La naturaleza marcadamente teológica de la denominación "pueblo de Dios" nos hace estar especialmente atentos a dos datos que señalan todo su camino: la diáspora y el "resto". De estas dos realidades, cada una acentúa prevalentemente un elemento (físico o espiritual), que completa con el otro la fisonomía esencial de pueblo.

Bajo el aspecto físico, este pueblo se encuentra en diáspora desde siempre, "disperso" como está entre las naciones y mezclado con ellas, pero especialmente en las sucesivas deportaciones de su historia multisecular. Mediante la diáspora el pueblo vive su realidad como una continuación de su período nómada, "peregrino" y "extranjero"; lo mismo que sus padres (cf Gén 17,8; 28,4; 47,9), será siempre extranjero en la tierra, incluso en su propia tierra, puesto que ésta es "de Dios" (cf Lev 25,23). De este modo la diáspora es ocasión de anuncio (Tob 13,3-6) y de proselitismo (Is 56,3), así como de respuesta de la vocación de Israel entre los paganos (Sab 18,4). Y en la oración del desterrado suena con frecuencia el anhelo por una reunión final, vista como cumplimiento de la salvación (cf Sal 106,47).

Esta reunión final se concibe como fruto de una nueva opción, de una elección siempre nueva. Es "el resto". Su fisonomía de escapados del peligro y de salvados pone de relieve, por una parte, el amor fiel de Dios y, por otra, la respuesta fiel del pueblo, de aquella parte del pueblo que creyó en su Dios, que se puso en sus manos y se adhirió a él (cf Is 10,20s). Con "el resto", el juicio de elección no se desarrolla ya solamente entre el pueblo y las naciones, sino dentro mismo de Israel. La misma calamidad se ha convertido entonces en ocasión/medio de salvación. Además, según la teología del "resto", para aquel momento histórico concreto es él el pueblo de Dios, el que se ha salvado del juicio (y mediante el juicio mismo: cf Is 10,20-23 = Rom 9,27s; Jer 31,2.7). La noción de "resto" corresponde así a la de "pueblo"; éste queda ahora redimensionado en cuanto al número y en cuanto al tiempo, pero se convierte también en una realidad de futuro (Is 4,3s; 28,5s; cf Dan 12,1). El "resto" será como una especie de "tronco", de "semilla santa" (Is 6,13), que "se salvará" de todas formas; una semilla que dará origen a todo el futuro pueblo de los salvados (cf Is 65,8-12; Hab 17; J13,5) y comprenderá también a los paganos (Is 66,19; Zac 9,7).

b) Reino: de Dios, de David, de Judá y de Israel. La época de la realeza davídica se convierte en prototipo de una futura existencia, rica en paz y en sabiduría por medio de su rey, el futuro mesías heredero del "trono de David, su padre" (Lc 1,32). En el tiempo, el período davídico y salomónico se considerará como una época ideal para Israel, realización de las antiguas promesas de la posesión de una tierra y de un pueblo numeroso y pujante.

El reino prefigura a la Iglesia también en cuanto a su división. El reino davídico-salomónico no fue más que un episodio; le sucedió el "gran cisma" (930 a.C.), con el establecimiento de los dos reinos, "las dos casas" (cf Is 8,14 con 8,17) de Israel y de Judá. Desde entonces esta fecha marcará una época (cf Is 7,17). La división en la Iglesia está ya presente en su figura (typos) y es efecto no sólo de los hombres, sino de una voluntad concreta de Dios: "Esto ha sucedido porque yo lo he querido"(1Re 12,24; cf 11,29-39; 12,15; 14,7s; 16,2s). Por su parte, los escritos proféticos pensaban en la reunificación como en una promesa, una acción escatológica de Dios salvador, parecida a una nueva creación (cf Is 11,11-16 [8,23-9,6]; Jer 3,18; 23,5-8; 30-31; Ex 37,15-22; Os 2,2; Miq 4,8; Zac 9,10).

c) Comunidad cultual y santa. Comunidad religiosa y santa, la Iglesia del AT se define mediante dos términos: qahal, deuteronomista (convocatoria, bando, de qól, voz), y `edah, sacerdotal (comunidad convocada o reunida, de ya`ad, determinar). La qahal es el grupo convocado por Dios para el culto, obligado a ciertas leyes y normas según la alianza establecida, una asamblea que está interesada sobre todo por la alianza. En la gran extensión de significados de qahal (convocación militar, política, judicial) destaca de forma especial la convocación cultual. El término 'edah (sobre todo en el Pentateuco: 147 veces) indica una decisión, un lugar, una situación, una comunidad de personas. Muchas veces no tiene ninguna especificación. La constitución de la comunidad como 'edah parece estar ligada al éxodo, y más en concreto a la primera I pascua (Ex 12,3.6 con los dos términos): aquí por primera vez se constituye en Israel una `edah (comunidad). Es la comunidad nacional, el pueblo en su unidad y su complejidad; comunidad en cuanto reunida, no vinculada a ningún lugar, sino "determinada" simplemente por la función para la que ha sido elegido el mismo pueblo, es decir, la custodia de la presencia y del honor de Dios mediante la institución comunitaria. `Edah, por consiguiente, resume y define a Israel como pueblo en su conjunto y como un todo, sin cualificación alguna (tan sólo en cuatro pasajes se lee el especificativo "de Dios").

Por tanto, es evidente la diferencia entre qahal y `edah: qahal es la "convocación" de la comunidad, es la reunión solemne que constituye a la comunidad en cuanto tal, es la llamada de aquella comunidad para formar una asamblea ordenada (Núm 10,7; 1Re 12,3), como la del Sinaí o su representación actual, una asamblea que celebra una solemnidad ("gran asamblea": Sal 22,26). `Edah, por el contrario, circunscribe al pueblo en su totalidad: es el pueblo en cuanto comunidad de la alianza, en su conjunto y en cuanto unitario.

En los LXX, debajo de ekklésía (unas 100 veces) está siempre qahal (que, sin embargo, se traduce también 21 veces por synagóghl). SynagóghM (225 veces), con muy pocas excepciones, es, por el contrario, la única voz para traducir `edah.

Son cuatro los elementos que hacen de Israel una comunidad cultual: 1) La llamada por parte de Dios: de qól, "voz", a qahal, "llamada, convocatoria", de donde quizá también, por asonancia, ekklesía, "convocación" (de ek-kaleo). Israel ha sido convocado por Yhwh; es la comunidad de Dios, Iglesia del Señor. 2) Esta comunidad se alinea por completo en torno a Dios, como en el desierto (según P), donde el centro del campamento estaba ocupado por la tienda de la reunión; de esta manera todo lo que afecta a la comunidad y todo lo que ella realiza guarda relación con lo sagrado, es religioso. 3) La manifestación de Dios y de su voluntad en medio de la comunidad y para ella; de este modo pasa a ser la comunidad que escucha, la de la palabra de Dios. 4) Las alabanzas del Señor, que celebra la comunidad recogida y reunida precisamente para eso; es precisamente esta actividad de alabanza la que, en definitiva, cualifica a la comunidad en cuanto cultual, la renueva y la santifica.

2. RELACIONES DE LA IGLESIA DEL AT CON Dios. a) Israel, propiedad de Dios. El pueblo es de Dios en una medida muy especial; simplemente, le pertenece. Las motivaciones son tantas como las variedades de expresión, vehículo de enorme riqueza. En el ámbito de la creación —toda ella propiedad de Dios, según el catecismo más elemental de la Biblia— a Israel se le aplican de manera especial los tres verbos característicos del crear: Dios lo ha "creado" (Is 43,1.7), lo ha "hecho" y "formado" (Is 43,1.7.21; 44,2.21.24; 45,11). Por consiguiente, Israel es una criatura peculiar, término especial de la intervención divina en la historia. Al liberarlo de Egipto, Dios lo crea como pueblo y se hace fiador del mismo.

Son diversas las imágenes para expresar esta misma pertenencia: Israel es la vida de su Dios (Sal 80,9-16; etc.; cf Jn 15,1-8), su viña (Is 5,1-7; Jer 2,21; 5,10), "las primicias de su cosecha" (Jer 2,3), su rebaño (Sal 25,7; etc.), su siervo (Lev 25,42.55; Is 41,8; 44,1.21), su hijo (Ex 4,22; Sab 18,13; Os 11,1), su esposa (Is 50,1; 54,4-8; 61,10; Jer 2,2; Ez 16; Os 1-3; "Dios celoso" en Ex 20,5).

b) El contrayente de la alianza. Puesto que es de Dios y mantiene con él tales relaciones que es exclusivamente suyo, Israel es el pueblo de la / alianza de Dios. Es muy frecuente en el AT el recuerdo de este "compromiso" o "disposición": "Yo seré tu Dios, tú serás mi pueblo". Estamos así en el corazón de todo el entramado entre Dios y el pueblo que forma el AT: Dios no sólo está con el pueblo, sino que es su Dios exclusivo, y sólo a él le pertenece el pueblo. De aquí una constante y articulada reciprocidad, que se expresa globalmente en una comunión de vida y de destino entre los dos contrayentes.

c) Israel, morada de Dios. "Habitaré en medio de los israelitas y seré su Dios...; los saqué de Egipto para habitar en medio de ellos"(Ex 29,45s; cf Lev 26,11s). Israel es el lugar de la presencia de Dios en el mundo. Dios está en medio de su pueblo, con él y "para" él (Ex 33,16; 34,9; Núm 35,34; Dt 2,7; 31,6). A ese pueblo se le ha confiado manifestar la acción de Dios, es decir, que Dios está presente y vela por los suyos, los guarda, los protege, los salva (cf Dt 32,6b-14). Por su parte, en cuanto contrayente de esa alianza y con ese pueblo, Dios se confía a la historia de aquel pueblo, y la historia de Israel se convierte así en la historia de Dios.

3. LA FUNCIÓN DE ISRAEL-IGLESIA EN EL MUNDO. a) Separado de los demás pueblos. En la pluralidad de expresiones del AT —unas veces un universalismo palpable, otras una cerrazón extrema— destaca y permanece constante la separación de Israel de los demás pueblos, juntamente con su santidad; por otra parte, "santificar" es lo mismo que "separar".

b) Israel al servicio de los pueblos. Elegido ("separado", "santificado"), Israel tiene que manifestarse digno de la misión que Dios le ha confiado. Elección que es también juicio permanente de responsabilidad: "Sólo a vosotros escogí entre todas las familias de la tierra; por eso os pediré cuentas de todas vuestras iniquidades" (Am 3,2). La misión y la responsabilidad conducen a Israel a atestiguar y a propagar la salvación. Es misionero por el mero hecho de habitar entre los pueblos, pero lo es más aún en cuanto constituido en fuente de bendición para todos ellos (cf Gén 12,Iss).

Instrumento de servicio a Dios para la mediación salvífica, Israel ha recibido las dotes típicas para ello: mediador real (Dan 7,13; Is 55,3ss), sacerdotal (Ex 19,5s) y profético (Sab 18,4; Is 42,6.19; 49,8). Esta mediación, además, se ejerce en provecho de todos los pueblos, y específicamente en la intercesión, como Abrahán (Gén 20,7.17; cf 18,23-32), o Moisés (Ex 8,4.8s.24-27), o el "siervo de Dios", que "intercedió por los pecadores" (Is 53,12). Del mismo modo, Israel "reza" por el país de su destierro (Jer 29,7; cf Bar 1,11) y alaba a Dios delante de todas las gentes (Is 12,4s; cf Tob 13,3s; Sal 96,3; 105,1; Is 43,21; 48,20). De este modo se convierte en evangelizador y todos los pueblos se ven implicados en la salvación (Salmos; Jer 1,10; 16,21; Déutero-Isaías). Todas las naciones tendrán así la experiencia del Dios de Israel y le honrarán (1 Re 8,43; Sal 87,4; etc.).

II. LA IGLESIA DE CRISTO EN EL NT. La llegada del mesías, Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, glorioso y sentado ahora a la derecha de Dios, determinó el NT y la fundación de su Iglesia.

1. LOS TÉRMINOS EXPRESIVOS DE LA IGLESIA. Iglesia. Equivale a "convocación", "comunidad" (Del AT / supra I, lc). Excepto He 19,32.39s, en el NT tiene siempre un sentido cristiano; es decir, indica, bien la Iglesia universal, bien la Iglesia local (también en plural), bien las reuniones de los fieles. Frente a synagóghé, que se definía siempre más bien como cuestión de los judíos y casi como símbolo del judaísmo, ekklésía identificaba a la nueva comunidad como lugar de salvación escatológica, aunque manteniéndola profundamente vinculada a los datos del AT. Ekklésía actualiza así el valor de "comunidad convocada" por Dios (AT) mediante Cristo Jesús y su obra. "Iglesia de Dios" subraya la continuación con la qahal de la antigua economía, sea cual fuere el origen de esos creyentes; "Iglesia de Cristo" o "mía" pone de relieve el dato escatológico que ha llegado con el mesías y "su" comunidad, incluida la efusión del Espíritu ya prometido.

Pueblo de Dios (o "mío"). Más bien raro: gracias a la referencia constante a citas del AT, esta denominación identifica a los creyentes en Jesús con los datos atribuidos al "pueblo de Dios" del AT, haciéndolos así herederos y continuadores suyos.

Los creyentes, los fieles. Estos dos términos son bastante frecuentes y equivalentes: son las diversas formas del verbo pistéuo, que se usa con diversos matices. Se pone de relieve la confianza que el hombre tiene en Jesús o en "el Señor", haberlo acogido en la propia vida como orientación y elemento vital de la propia existencia. Creer o hacerse fiel es un don del Espíritu Santo (Gál 5,22), que sigue a la conversión y al bautismo (He 2,38) y que lleva consigo la salvación.

Los discípulos. Este término pone de manifiesto que la vida del cristiano recoge las características del propio maestro, Jesús Señor, copiando su existencia (cf Mc 8,34s 10,21.43ss; Lc 22,26ss; Jn 12,26). Al mismo tiempo se insinúa la mera funcionalidad del / apóstol y del didáskalos, se confirma la presencia constante y activa en la tierra del Señor en quien se cree, y que no sólo se celebra en la eucaristía, sino que se guarda siempre como presente en uno mismo durante toda la vida, al cual se pertenece y del cual se recibe la salvación.

Los hermanos. Es el apelativo quizá más frecuente entre los cristianos (unas 100 veces). Ciertamente se observa en él la influencia hebrea. "Hermanos" de Jesús son los creyentes que le acogen y que cumplen la voluntad del Padre (Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8,19-21), nacidos también de Dios (Jn 1,13) e hijos del Padre (Jn 1,12), de manera que toda la comunidad cristiana resulta ser una verdadera "comunidad de hermanos" (IPe 5,9), de los que Jesús es el "primogénito" gracias a la resurrección (Rom 8,29).

Los salvados. Más que el término (sólo He 2,47), es la idea de salvación la que está difundida en todas partes. Se comprende a la luz del AT y de las esperanzas escatológicas ligadas al mesianismo, configuradas, por tanto, en Jesús mesías y constituido Señor en la resurrección; los que lo aceptan y se hacen suyos, recibiendo el bautismo en su nombre (He 2,38) pueden llamarse "los salvados";-sin embargo, sólo están salvados "en esperanza" (Rom 8,24) [I Redención].

"El camino": El uso absoluto del "camino" para indicar la comunidad de los creyentes es una característica de los Hechos (9,2.5.14.21; 19,9.23; etc.). Al designar a la Iglesia como "el camino" y al definirse como "los del camino", los cristianos intentan representar gracias a su fe ese modo de ser y de obrar que asegura la salvación. "El camino de Dios" es el que se identifica con el cristiano.

"Santo"; "los santos". Teológicamente esta denominación se relaciona con todo lo que el AT decía del "pueblo santo", de la "asamblea santa", de los "santos" en relación con el culto, etc. Es lógica la conexión de esta denominación con Dios el santificador, con Cristo santificador y, especialmente, con el Espíritu Santo, al que se atribuye la santificación en particular.

"Los elegidos". Término relacionado con la santidad; sirve para subrayar hasta qué punto la Iglesia y sus miembros son el fruto de la libre voluntad divina que actúa en ellos [/ Elección].

"Los llamados". Toda la vida del cristiano está bajo el signo de la t vocación; la misma raíz verbal vincula la "llamada" con la "Iglesia" o convocación, asamblea reunida para el culto de Dios. Este nombre subraya particularmente el origen de esta "convocación": la voluntad de Dios y su obra.

"Los que invocan el nombre del Señor". De JI 3,5 (LXX) = He 2,21 (cf 2,39s). Expresa la "salvación" mediante Jesús Señor. El acento recae bien en la unidad de fe y la identidad de "credo", bien en la adhesión del hombre —de cualquier hombre— al plan salvífico de Dios.

"Los cristianos" Derivado del nombre Christós, "ungido" o mesías, describe a los "cristianos" como los que acogen al mesías, es decir, los indica como "mesianistas". La comunidad (de ámbito helenista) manifiesta también así su propio convencimiento escatológico respecto al mundo.

2. LAS IMÁGENES FIGURATIVAS DE LA IGLESIA. El lenguaje figurado, tan característico del mundo semita, nos revela no poco sobre el misterio de la Iglesia.

a) Presente en el mundo. "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5,14-16). Mediante los cristianos, la Iglesia está puesta en el mundo y para el mundo, cumpliendo lo que estaba previsto para el futuro Israel. Por otra parte, Jesús es "la luz del mundo" (Jn 1,5-9; 8,12; 12,35s.46; cf Mt 4,16 = Is 9,1). El compromiso de la Iglesia en las vicisitudes del mundo aparece ya en los relatos sinópticos de la vocación de los primeros discípulos (Mt 4,19; Mc 1,17). Lo mismo se deduce del discurso de misión que ve a los discípulos enviados como "ovejas entre lobos" (Mt 10,6; Lc 9,2), proclamadores del reino (Mt 10,7; Lc 9,2) como lo fue Jesús (Mc 1,15 y Mt 4,17) y continuadores de su obra (Mt 10,17-22; Mc 13,9-13; Lc 21,12-8; He 7,59s), presencia en la tierra del Padre celestial (Mt 5,16), ejecutores de la misión recibida del Señor (cf Mt 10,7; 28,18-20). La Iglesia tiene su sede en el mundo, está presente en él como una realidad concreta y visible; pertenece al tiempo, interesa a los hombres y a su existencia actual terrena. Pero, lógicamente, con vistas al reino de Dios, del que vive de alguna manera, pero del cual está también a la espera, cuando se constata que su misma oración lo invoca todos los días con el "venga a nosotros tu reino" (Mt 6,9; Lc 11,2).

b) En crecimiento. "El reino de Dios es como un grano de mostaza... Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, es la mayor de las hortalizas y se hace árbol..." (Mt 13,31s; cf Mc 4,30ss; Lc 13,18s). Su desarrollo es tan grande que "las aves vienen y anidan en sus ramas" (v. 32; para esta imagen, cf Dan 4,7-9.17-19; Ez 7,1-10.22ss; 31,1-14). El objeto de la semejanza es el crecimiento: la institución tendrá unos comienzos muy modestos, pero le espera un gran desarrollo. Y éste, a su vez, parece asegurar una profunda cohesión y una total continuidad entre los mismos comienzos —Cristo, su enseñanza y su obra— y las sucesivas expansiones.

Es análoga la enseñanza sobre el crecimiento de la Iglesia que nos ofrece la parábola del sembrador, con los diversos rendimientos de la semilla caída en tierra buena (Mt 13,1-9 y su relectura en 13,18-23). Los terrenos diferentes son un mundo humano, visible y sumamente concreto, pero también heterogéneamente dispuesto para con "la palabra del reino" (Mt 13,19); en él, tan sólo una parte, quizá la menor, presta verdaderamente atención y comprensión a la palabra (v. 23a), y también en ésta "el fruto" que se produce no es más que el "ciento, sesenta y treinta por uno" (v. 23b). En esta misma dirección va igualmente la breve alusión o ejemplo parabólico de la levadura (Mt 13,33), figura de aquella virtualidad inicial escondida en lo íntimo del corazón humano y destinada a crecer y a manifestarse como reino de Cristo en la tierra, como Iglesia en crecimiento gracias a la acción escondida e interior de Dios y de su Hijo que derraman sobre la humanidad el don escatológico del Espíritu.

c) Los diversos llamados. Muy instructiva es la parábola de los invitados a las bodas: Mt 22,1-14 y Lc 14,15-24. En las tres etapas a través de las cuales fue pasando —en labios de Jesús, en la tradición de la comunidad, en el evangelista—, la enseñanza es siempre la misma: Dios llama gratuitamente a la salvación mediante Jesús. La respuesta es negativa por parte de los privilegiados del reino, mientras que-los excluidos, los que carecen de derechos (los pobres, los pecadores, las meretrices; luego los paganos, en la segunda etapa: vv. 6-7 de Mt), dan una respuesta positiva; ni los que se resisten ni los que no se convierten pero no obran en consecuencia (el traje nupcial de la tercera etapa) se salvarán de hecho; por su parte, la Iglesia recoge en su seno a todos los llamados para presentarlos ante el rey para el examen escatológico (tercera etapa) antes del banquete eterno (que tiene su anticipación sacramental en el banquete eucarístico). De este modo los marginados serán —y lo son de hecho—los privilegiados del Dios de la misericordia. Bastante. parecida a la anterior es la parábola de los viñadores infieles: Mt 21,33-44 (Mc 12,1-11; Lc 20,9-18). La parábola de Mt 20,1-16 —los obreros de la viña— se fija en aquel (Dios) que los llamó y en su índole inconcebible e inexplicable de bondad generosa.

d) En espera de la parusía. También las parábolas (o ejemplos) que acabamos de mencionar contienen algunas indicaciones sobre 1.a. esperanza de la parusía. Pero sobre todo aparecen en el llamado apocalipsis sinóptico (Mt 24,1-36) con las parábolas-imágenes del retorno (Mt 24,37-51; 25,1-46 par). Esos dos capítulos son una evidente invitación a la vigilancia de los creyentes respecto a los acontecimientos últimos o la "venida del Hijo del hombre". En ellos se propone todo en imágenes y con diversas escenas según su género literario. Sin embargo, es posible captar ahí no pocas líneas de mensaje; por ejemplo, la dimensión terrena o temporal de la Iglesia y su vida en el tiempo y en el mundo, a pesar de ser también celestial; su ser humano, cargado de seriedad, tanto a nivel personal corno comunitario; la parusía vista como el momento decisivo de la historia del hombre, el momento en orden al cual se emplea toda la vida, momento que abre un futuro, mientras escruta y sopesa el pasado, es decir, el tiempo de la existencia terrena. Consiguientemente, el elemento escatológico continuamente presente en la existencia terrena del hombre, y por tanto la necesidad de la vigilancia para no vernos sorprendidos en el día del juicio final, así como la necesidad de la actividad y de la diligencia para equiparnos con obras idóneas en orden al juicio. La fidelidad, la perseverancia, la confianza, la prudencia son las virtudes que animan a la Iglesia y que distinguen a los cristianos, poniéndolos en condiciones de actuar con suma tranquilidad y sin desasosiego, serenos frente a la imprevista irrupción final.

3. LAS FIGURAS QUE MÁS DIRECTAMENTE DEPENDEN DEL AT. a) La Jerusalén celestial. Largamente preparada en el AT, especialmente después del destierro, mediante una creciente idealización teológica y espiritualización (cf Is 27,13; 60,1-9.11.18; Tob 14,5; Si 36,12s; cf también Ex 25,40 para el santuario) hasta hacerse invisible, celestial, etc., la Jerusalén ideal es identificada con la Iglesia, misterio escondido en Dios y manifestado ahora mediante el ministerio de los apóstoles (Rom I6,25s; Col 1,26-29; Ef 3,10ss), Jerusalén celestial a la que ya desde ahora tienen acceso los cristianos (cf Heb 12,22s, especialmente en el contexto). Lo mismo vale para Gál 4,24-29 (cf Flp 3,20). Es bastante rica esta temática en Ap (3,12; 12,1s; 21,2; etc.). Hay que añadir además los numerosos textos proféticos: el nuevo cielo y la nueva tierra (Is 65,17; 66,22), la nueva creación (Is 41,4; 43,18s; 44,6), los nuevos nombres (Is 62,2), la nueva paz entre los hombres y los animales (Ez 34,25)..., que encuentran su cumplimiento en la nueva Jerusalén que baja del cielo, presencia de Dios entre los hombres, constitución de un pueblo que sea de Dios y del que Dios toma posesión: "El habitará con ellos, ellos serán su pueblo" (Ap 21,3). También Mt 24,29.35; He 3,21; 2Pe 3,13, y Ap 21,1 se expresan en términos de cielo nuevo y de tierra nueva. Mientras lleva ya en sí misma la realidad de la Jerusalén celestial, la Iglesia experimenta ampliamente —y todo el Apocalipsis es testimonio de ello— las dificultades de un recorrido erizado de obstáculos, persecuciones y tentaciones, a las que se ve expuesto el creyente antes de formar parte del cortejo del cielo.

b) La novia, esposa virgen, madre. Las tres imágenes tienen matices propios, pero todas ellas se derivan de la misma representación veterotestamentaria de la nación o del pueblo como una mujer de la que son hijos los creyentes —el pueblo—(cf 2Sam 20,19; Sal 87,5; Is 54,1) o de la que Dios mismo es novio y esposo.

En las grandes cartas paulinas, la Iglesia como novia está presente sólo en 2Cor 11,2s: "Os he desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura". Más conocido es Ef 5,24-32, donde la relación de la mujer con el marido se equipara a la de Cristo con la Iglesia bajo diferentes aspectos, aunque su verdadera realidad sigue siendo todavía un "misterio" calificado como "grande" (Ef 5,32). En el Apocalipsis la Jerusalén escatológica, la "nueva", "bajada del cielo del lado de Dios" y "dispuesta como una esposa ataviada para su esposo" (Ap 21,2), se representa como desposada no de Dios, sino del Cordero (19,7s; 21,9; cf 22,17). En Gál 4,26, en el conjunto de la alegoría de 4,21-5,1, Pablo ve en Sara el símbolo del testamento nuevo, de la comunidad de los creyentes o Iglesia: identificándola con la "Jerusalén celestial", la llama "nuestra madre": la ciudad celestial es aquella que engendra a los creyentes, que son sus hijos y sus testigos en la tierra (cf Ap 12,2.17).

c) El rebaño. "No tengáis miedo, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino" (Lc 12,32): el reino de los santos, el escatológico (cf Dan 7,27). "Como corderos en medio de lobos" (Mt 10,16; Lc 10,3), ese rebaño es enviado en medio de asaltantes que intentarán dispersarlo, como dirá más tarde Pablo en Mileto (He 20,17.28s). Otros enemigos, otros lobos se vestirán incluso de ovejas para dañar al rebaño desde dentro (Mt 7,15). El mismo Jesús se considera el enviado a las ovejas perdidas de Israel (Mt 15,24; cf 10,6), pastor que acude en ayuda de las ovejas perdidas (Mt 9,36; Mc 6,34; cf Ez 34,5) y que tendrá que ser herido, según la profecía de Zac 13,7, citada en Mt 26,31. Un pastor que tendrá también la función de juez, puesto que al final de los tiempos se colocará entre las ovejas y las cabras para pronunciar la sentencia eterna (Mt 25,32s).

Esta imagen es bastante elocuente: los creyentes en Jesús son ahora objeto de las atenciones que el AT describía en relación con el rebaño-Israel. En el AT era Dios el que guiaba el rebaño de su pueblo, unas veces de forma directa (Sal 74,1; 79,13; 100,3; Miq 7,14) e incluso asumiendo el título de "pastor" (Sal 23,1; 90,2; cf Gén 48,15; 49,24), y otras veces guiándola "por mano de Moisés" (Sal 77,21) o de otros (Josué, David...). Ahora, en cumplimiento de Ez 34,23s (cf Jer 2,8), Jesús es el nuevo pastor, y los suyos en tanto se llamarán y serán pastores en cuanto que reciban de él la misión, anunciando como él la venida del reino (Mt 10,7; Lc 9,2; cf Mt 4,17; Mc 1,15).

Jn 10 destaca sobre los demás textos en cuanto a la imagen del rebaño. En realidad, más que el rebaño, es el pastor el que se encuentra en el centro de la atención; sin embargo, de rechazo, se dice mucho sobre el rebaño, y la parábola-alegoría pasa de ser cristológica a ser igualmente eclesiológica. El rebaño recuerda al de Ez 34,3, oprimido e instrumentalizado por los intereses de personas indignas, a las que se opone y sustituye Jesús, mediante el cual el rebaño "tendrá la vida" y la tendrá "en abundancia" (Jn 10,10). Efectivamente, él, y no los otros, es el "buen pastor" (Jn 10,11), tan amante de su rebaño (que es también "rebaño del Padre": v. 29) que "da su vida por las ovejas" (vv. 11.15), lo cual se transforma para ellas en "vida eterna", de manera que "no perecerán jamás" (v. 28). Todo esto garantiza al rebaño la continua presencia del Padre y del Hijo, la seguridad de permanecer en Dios, y se refiere además a las ovejas "que no son de este redil", es decir, a las que provienen del mundo pagano (v. 16): todas ellas formarán "un solo rebaño" bajo "un solo pastor".

d) La vid. La vid (o la viña) encuentra ya una discreta presencia en el NT en las parábolas antes mencionadas [111, 2c]. La viña, aclara Mt 21,43, es "el reino de Dios". Esta imagen se articula y resulta fecunda ya en el AT: véase, por ejemplo, Os 10,1; Is 5,1-7; 27,2s; Sal 80,9-19; Jer 2,21; 5,10; 8,13; 12,10; Ez 15,6; 19,10-14 (supra ! I,2a). Las atenciones de Dios para con su pueblo no tienen límite, lo mismo que su amor y su fidelidad. También los castigos tienden a avivar la conciencia del pueblo en cuanto elegido y amado por Dios, rodeado de atenciones y de ternura sin límites.

La alegoría de la viña, o mejor de la vid, alcanza su forma más expresiva en Jn 15,1-6 con el apéndice eventual de los versículos que siguen y que en cierto modo le hacen eco. "Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador" (v. 1). La alegoría carece de ambigüedad; es aclarada por el que la propone: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (v. 5); y se completa en los personajes que la animan. La Iglesia está unida a Cristo, lo mismo que el sarmiento a la vid; por la Iglesia corre la savia vital de Cristo, vive la misma vida de Cristo. El estar separado de Cristo-vid es la muerte, la perdición, "el fuego" (v. 6); unidos a él, damos "mucho fruto" (v. 5); más aún, la relación con Cristo, a diferencia de lo que sucede entre el sarmiento y la vid, es recíproca: "Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando en vosotros" (v. 4), como para indicar que la figura de la vid no es más que una imagen, y que la realidad que intenta tansmitir es mucho más profunda. Se trata realmente del amor eficaz de Cristo a su Iglesia (vv. 9-17), según la voluntad y la obra salvífica querida por el Padre ("el viñador", al que se refieren, de forma propia, tanto la vid como los sarmientos). Un amor que garantiza la escucha de toda plegaria (v. 7) que se exprese en nombre del Hijo (v. 16); un amor que pasa primero por entre el Padre y el Hijo, luego une al Hijo con los suyos y, finalmente, los califica a éstos por el intercambio mutuo del mismo amor (vv. 10.12s.15.17).

4. LAS ALEGORÍAS CRISTIANAS. a) Algunas indicaciones del Apocalipsis. La Iglesia terrena (Ap 2-3) está contemporáneamente presente en el cielo, "alrededor del trono", representada por los veinticuatro ancianos (4,4), es decir, los doce patriarcas más los doce apóstoles que ejercen conjuntamente el servicio sacerdotal y real. La liturgia celestial (Ap 5,6ss) es el prototipo de la que la Iglesia terrena desarrolla entre los hombres. Para el Ap no existe una clara distinción entre el ahora y el futuro. El cordero, el Cristo muerto y resucitado, tiene en sus manos los destinos de la historia en el tiempo; lo que se va realizando aquí abajo no es más que la manifestación de un plan victorioso de salvación, el aspecto visual de lo que sucede gracias a aquel "que nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su propia sangre" (1,5).

Hay que recordar además la larga serie de los 144.000 sellados, los "servidores de nuestro Dios" (7,3s), los preservados (y por tanto salvados) de los azotes simbolizados en los siete sellos; y sobre todo, la alegoría de la "mujer vestida de sol" (12,1), en lucha, ella y su hijo, contra el "dragón color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos" (12,3), junto con toda la compleja simbología sobre la Iglesia, los creyentes, el desierto, etc.

b) Plantación y campo de Dios. 1Cor 3,6-8 ofrece una brevísima parábola-alegoría: Pablo ha plantado, es decir, fundado, la comunidad de Corinto, Apolo regó el terreno, "pero quien hizo creer fue Dios"; los cristianos, en cuanto comunidad, son el jardín, el huerto, "el campo de Dios", en el que se trabaja constantemente (griego, gheórghion, v. 9, ya raro en los LXX y sólo aquí en el NT). Más que a la metáfora veterotestamentaria de la plantación-viña, 1 Cor 3,6-8 parece referirse a la del "plantar y edificar" (cf Jer 1,9s; 18,7-9; 24,6; 38 [TM 31],45; etc.), como se afirma expresamente en el versículo 9b: "Vosotros, labrantío de Dios, edificio de Dios"; y como los versículos 6-8 introducen la metáfora del cultivo, así los versículos 10-15 desarrollan la de la construcción. Dios mismo es el que comienza y prosigue la obra y el que trabaja continuamente en ella; cualquier otro, incluso Pablo, no es más que colaborador. La intervención directa de Dios se contrapone a la actual situación de abandono y de opresión, y acentúa de este modo la gracia y la bondad del salvador.

En otro pasaje Pablo recurre expresamente a la imagen de la plantación; en Rom 11,17-24, cuando habla del olivo silvestre injertado en el olivo bueno. De forma análoga al pasaje de 1 Cor 3, l a, metáfora de la plantáción, insiste en la unidad del pueblo cristiano, cuyo cultivo y cuyos frutos corresponden propiamente a Dios, no sin la "colaboración" de los predicadores o apóstoles.

c) El edificio o construcción. La metáfora ya mencionada de 1 Cor 3,9 se desarrolla y se determina en los versículos siguientes: su "fundamento (...) es Jesucristo" (v. 11). Se pensará, pues, en un edificio sagrado, en un templo. Lo cual se subraya en el versículo 16: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?". Y refiriéndose probablemente al lenguaje del edificar-destruir, continúa en el versículo 17: "Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo" (cf 1 Cor 6,19; 2Cor 6,16).

La imagen de Cristo como piedra de construcción aparece varias veces. Ella es la que afianza el edificio levantado por encima, la que le da solidez y santidad. En esta imagen concurren tres textos del AT interpretados en clave cristológica (eclesiológica). El Sal 117,22 (LXX): Israel es la piedra descartada y sin valor alguno, pero que ha quedado altamente valorada y honrada por la salvación experimentada que ha recibido de Dios. Mt 21,42 (Mc 12,10; Lc 20,17s) y He 4,11: Jesús es piedra angular y fundamental gracias a su resurrección y exaltación, después de haber sido "descartado" y "reducido a la nada" en su pasión y muerte. Para IPe 2,4-8 tenemos un acento cristológico diferente (cf Mt 21,44). El segundo texto es el de Is 28,16: es Dios el que salva al pueblo; él es el que ha construido a Sión, poniendo de cimiento "una piedra probada, una piedra angular, preciosa, bien asentada. El que crea, no vacilará". lPe 2,4-7 asocia a los cristianos a Cristo, "piedra escogida angular". También Is 8,14 se le aplica a Cristo en lPe 2,8: en-el AT la "piedra de tropiezo" era Dios: contra él iban a chocar todos los que no creían; aquí, por el contrario, y en Rom 9,32s el que se convierte en tropiezo es Jesús, escándalo para los que "no quieren creer en el evangelio".

Gracias a esta imagen de Cristo, piedra puesta como fundamento, también la predicación misionera de Pablo es un edificio sagrado que es construido (Rom 15,20), mientras que la relación de mutua caridad de los cristianos es definida como un "edificar" (Rom 15,2). Al mismo tiempo, los cristianos, como "piedras vivas" adheridas ala "piedra viva" (lPe 2,4s), forman todos juntos una Iglesia que puede compararse con un edificio sagrado, con el templo. En esta edificación concurrirán no sólo el Cristo fundamento, sino también la obra de Dios y la del Espíritu (cf también Ef 2,19-22).

d) Cuerpo de Cristo. Es la expresión más densa que en el NT encierra todo el sentido de la Iglesia en sus relaciones de unión con Cristo. Su formulación se limita solamente a la teología paulina; pero tendremos que recordar también aquí todos esos símbolos o figuras que aparecen en el NT y que de alguna manera la clarifican: por ejemplo, la vid y los-sarmientos (Jn 15,1-8), el edificio espiritual, la esposa y el cordero... Habría que tener también en cuenta las expresiones de la unión fieles-Cristo mediante las preposiciones "en" o "con". Sobre todo habría que considerar el valor del cuerpo individual de Jesús, del Jesús terreno y glorioso, con el que los cristianos se identifican de manera ciertamente mística, pero también muy real, en la eucaristía, experiencia de la que se aprovecha la Iglesia y de la que vive desde que Jesús le confió este memorial (iCor 11,24ss), orientación y anticipación del encuentro escatológico que la Iglesia aguarda y prepara (iCor 11,26).

Experiencia que desde siempre ha acompañado a la vida de la Iglesia, es posible que la eucaristía, cuerpo de Cristo partido y distribuido a los fieles bajo el signo del pan, no haya tenido alguna repercusión en estos textos. Más aún, es probable que la metáfora-alegoría de la Iglesia cuerpo de Cristo haya encontrado su punto de partida precisamente en esta experiencia. Es un hecho que el primer testimonio de la Iglesia cuerpo de Cristo se encuentra a propósito de la eucaristía: "Puesto que sólo hay un pan, todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan" (l Cor 10,17). La unión, aunque mística, es tan real como lo es el cuerpo del Señor en la eucaristía. Y se da una especie de analogía entre la eucaristía y el bautismo. Ya desde el principio de la Iglesia, también el bautismo, aunque bajo otra forma, nos une con la muerte de Cristo (Rom 6,3), nos "sepulta junto con él" (v. 4), nos permite "llegar a ser una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya" (v. 5), causándonos una verdadera muerte al pecado y a la ley (Rom 7,4ss). Así pues, hemos sido bautizados en el único cuerpo de Cristo, formamos una unidad fundamental con él (cf Gál 3,28). Es evidente la analogía con los efectos de la eucaristía. Esto mismo podría repetirse a propósito de la resurrección: la resurrección de Jesús lleva consigo la nuestra. San Pablo lo expresa con claridad cuando afirma que el Espíritu —el mismo que resucitó a Jesús— deposita en nosotros una semilla de resurrección tal que resucitaremos a imagen del cuerpo resucitado de Jesús (cf 1Cor 15,40; Rom 8,11).

Animados por el mismo Espíritu que está también en Jesús y alimentados del mismo pan que es el cuerpo real, aunque espiritual, de Cristo, los cristianos forman juntos un solo cuerpo, que es el cuerpo del Señor. Ciertamente Pablo utiliza el conocido apólogo helenista del cuerpo y de los miembros, recogido de Esopo y aplicado al orden social por Menenio Agripa. Podemos volver a escucharlo de forma transparente, pero totalmente centrado en el "solo cuerpo de Cristo", en Rom 12,3-6. Análogamente, y quizá todavía más específicamente, se había expresado en 1Cor 12,11s. El cuerpo humano reduce a la unidad la pluralidad de miembros de que está compuesto el cuerpo. La frase "así también Cristo" del versículo 12c tiene que completarse de este modo: así también Cristo tiene muchos miembros y reduce a la unidad en su cuerpo a todos los cristianos (como en Rom 12,5). El desarrollo de los versículos 13-14 confirma esta interpretación: Cristo es el principio de unidad de su cuerpo. Si luego, en el versículo 13b, se lee una referencia a la eucaristía ("todos hemos bebido..."), entonces estos dos sacramentos de la unidad —bautismo y eucaristía— se mencionan aquí para afirmar la evidencia de nuestra unión espiritual y real con Cristo (como ya en 10,17; cf 10,4). El largo desarrollo figurado de los versículos 15-26 y la conclusión en el versículo 27 lo vuelven a remachar: "Ahora... vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es miembro de ese cuerpo".

En las cartas de la cautividad resulta todavía más importante y variado el uso de la fórmula "cuerpo de Cristo". Por una parte, se conserva el tema precedente (cf Col 3,12-16; Ef 4,1-7; 5,30). Pero se ensancha la perspectiva, poniendo de relieve al Cristo resucitado y glorioso, acentuando sus funciones como "cabeza" del cuerpo (y por tanto de la Iglesia) en su función cósmica como creador y como ser superior a los ángeles. Véanse especialmente Col 1,24 y Ef 1,22s, donde la Iglesia universal se identifica con el cuerpo resucitado del Señor. Otro tanto puede decirse de Col 1,18("cabeza del cuerpo de la Iglesia") y de Ef 5,23 ("cabeza de la Iglesia" y "salvador del cuerpo"). Cristo es kephalé, "cabeza", respecto al cuerpo, que es la Iglesia. Este término es propio de las cartas de la cautividad. Probablemente hay que entenderlo en el sentido de "cabeza jefe", leyendo por tanto en él una especie de primacía o de dominio o de causalidad de Cristo respecto a la Iglesia.

La Iglesia es "la plenitud" de Cristo (griego, pléróma) (Ef 1,23), una plenitud dinámica que tiende a la santificación de los cristianos mediante el mismo Cristo, ya que en él "habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad" (Col 2,9). Por consiguiente, la Iglesia, cuerpo suyo, no podrá menos de estar repleta y perfeccionada en la santidad de Cristo y mediante él (Ef 4,16).

5. ALGUNAS NOTAS TEOLÓGICAS.   a) Comunidad de salvación escatológica. Tal es la Iglesia desde sus comienzos. Esto se basa y corresponde a la convicción de que Jesús es el mesías prometido, que ha sido levantado ahora por la diestra de Dios y ha enviado el Espíritu: así Pedro en He 2,14-36 (especialmente los vv. 38-40; cf 4,11s; 5,31s). Análogamente, Pablo en su primer discurso —programático— en Antioquía de Pisidia (He 13,23.26.38s): al rechazar el anuncio de Jesús mesías y salvador, los judíos rechazan la "vida eterna" que está contenida en ese mensaje (v. 46).

"Jesús es el Cristo" es la fórmula más primitiva de fe, reconocida antes de la resurrección: por ejemplo, Mc 8,29 (y variantes en par); Mt 16,20; 16,16; frecuentísima en el relato de la pasión, no menos que en los escritos de Juan, aunque con diferentes versiones, en las cartas pastorales y en los demás escritos del NT.

La Iglesia remacha constantemente su propia fe fundada en Jesús de Nazaret y en su misma experiencia en el tiempo. Proclama que ha superado ya las fronteras de la escatología y que vive actualmente en un tiempo que es ya salvación, salvación escatológica, realización de las promesas y manifestación del plan salvífico divino. "Pero cuando se cumplió (gr., llegó la plenitud, tó pléróma, del tiempo, Dios envió a su Hijo..."(Gá14,4). El, "nacido bajo la ley" O.), satisfizo con la cruz las exigencias de muerte de esa misma ley: "Se entregó a sí mismo por nuestros pecados para sacarnos de este mundo perverso" (Gál 1,4). Con su cruz y después de ella ha dejado de existir todo aquello que constituía el mundo antiguo, marcado por el pecado (cf 2Cor 5,21; Gál 3,13). Recogiendo una distinción corriente en el judaísmo, en donde "este mundo actual perverso" se opone al mundo venidero, es decir, escatológico, que ha de inaugurar el mesías, Pablo declara que Jesús ha sido precisamente el que ha realizado este cambio: con Jesús y su muerte, el mundo actual ha encontrado su propio fin, su propia muerte. El nuevo mundo es una realidad en Cristo, gracias a su muerte, que ha "crucificado" al mundo actual y, consiguientemente, ha hecho del cristiano, por así decirlo, un "crucificado para el mundo" (Gál 6,14).

b) Comunidad fundada por Jesús. Es precisamente esta fe mesiánico-escatológica, por la que la Iglesia tiene conciencia de ser la comunidad final de salvación, la que explica la manera con que ella elige, transmite y orienta las noticias relativas a la "vida" de Jesús, su actividad y su propia fundación. En la actividad de su Maestro ella capta la realidad de su fundador, de aquel que con su acción y con su enseñanza lleva a su cumplimiento las antiguas promesas de salvación, confiándolas a la historia concreta de su comunidad. Antes de santificarla y de manifestarla mediante la efusión del Espíritu en pentecostés (He 2,23) y de confiarla a "sus testigos" (He 1,8) con un mandato de evangelización universal (Mt 28,18-20), Jesús la fue preparando esmerada y atentamente durante su vida terrena.

De esta preparación de la Iglesia como comunidad hemos de ver una primera referencia en la "gente" o "multitud" que rodeaba a Jesús: son "las ovejas dispersas de la casa de Israel" (Mt 10,6; cf 10,23; 15,24), "el pueblo que yace en las tinieblas" (Mt 4,16; cf 13,15; 15,8). Pero son sobre todo indicativos los evangelios cuando hablan de los discípulos, para los cuales la característica esencial es la llamada o / vocación, la acogida de la palabra de Jesús y su seguimiento. Lo mismo hay que decir de los "doce", con su múltiple significado, especialmente mesiánico-escatológico [/ Apóstol/ Discípulo], y con todas aquellas indicaciones embrionales, pero fundamentales, sobre aquello que nosotros llamamos "los sacramentos". Al encargarse personalmente de preparar a "su Iglesia" (Mt 16,18), Jesús ponía en camino a aquella comunidad de fe que a distancia de algunos decenios (y ahora de varios siglos) se habría de reconocer en aquella realidad del tiempo de Jesús, en aquellas enseñanzas, en aquellas experiencias. Gracias a la permanencia entre "los suyos" (Mt 18,20; 28,20), él continúa la obra que fundó, la hace creer y desarrollarse, la va llevando poco a poco a su cumplimiento.

La Iglesia se manifiesta abierta a todos los hombres desde el tiempo de Jesús. A pesar de la afirmación de estrecho rigorismo nacionalista de Mt 15,24 (cf 10,5s y 8,12), lo que cuenta para encontrar a Jesús y ser su seguidores la fe (Mt 8,5-10; 15,28). Al final, cuando tenga lugar la segunda venida, en la parusía, "todos los pueblos serán llevados a su presencia" (25,32), mientras que los ángeles del juicio "reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde uno a otro extremo del mundo" (24,31). Pero para toda la tradición evangélica el Hijo del hombre ha venido ya y ha comenzado también "la cosecha" (el juicio). Para Mt, el nuevo Israel tiene ya en "los doce" sus epónimos y sus jueces, y en los discípulos (Mt 13,38) "los hijos" del reino que, gracias a la fe, provienen también del mundo de los paganos (Mt 12,18 = Is 42,1; Mt 12,21 = Is 42,4 LXX). Esta universalidad se hará manifiesta en la resurrección.

La escena final en el monte (Mt 28,16-20) es intencionalmente muy instructiva: "a los once discípulos", "postrados en adoración", Jesús se les revela como el Señor universal, dotado de "todo poder en el cielo y en la tierra", y por tanto autorizado para fundar por medio de ellos una comunidad universal de discípulos entre todos los pueblos: "Id y haced discípulos míos en todos los pueblos". Son enviados, y por consiguiente constituidos "apóstoles" para todos, sin excluir a nadie, para que todos puedan llegar a ser discípulos de Jesús. La Iglesia del evangelio es tanto la del Jesús terreno como la del Jesús resucitado.

c) En los escritos joaneos. El Jesús terreno y su obra de preformación de la Iglesia quedan filtrados por la vida de una Iglesia que ya ha evolucionado y que vuelve a proponerlos en términos de actualidad y de historia. Aunque nunca nos hablan explícitamente de la Iglesia, estos escritos no pierden nunca de vista su naturaleza íntima, que consiste en la perfecta comunión entre sus miembros y por parte de éstos con Jesús. En estos escritos la Iglesia es siempre el grupo de discípulos, que en Ap se tiñe con el martirio. De suyo, la Iglesia equivale a "creyentes" (Jn 1,12; 3,16.18.36; 5,24; etc.), aunque no todos los creyentes sean discípulos (Jn 4,39.41.53; 9,38; 11,27; etc.). Sólo la fe une con lo que fue "desde el principio" (lJn l,lss; 2,7s; 3,11; 2Jn 4ss). Entre los creyentes hay algunos que sólo creen superficialmente (en los signos: Jn 2,23), o tan sólo a escondidas (Jn 12,42; 19,38); la verdadera fe, la de los discípulos auténticos y la de la Iglesia, se caracteriza por la relación con la palabra de Jesús (Jn 5,38; 8,31; 15,7; Un 1,1), por el "conocimiento" que viene de la fe (Jn 6,69) y que "da mucho fruto" (Jn 15,8). Los "doce" son el modelo adecuado para los verdaderos discípulos (cf Jn 6,70, referido a los doce, con 15,16, dicho para los discípulos en general).

Entre Jesús y "los suyos" se da una unión muy íntima, en virtud de una presencia constante de Jesús y del / Espíritu con, por y en los discípulos (Jn 14,16s; 15,13; etc.). Él es "desde el principio" la "palabra de la vida" para los creyentes en la Iglesia (lJn 1,1ss). Como comunidad de los creyentes, la Iglesia es la morada de Jesús y del Padre (Jn 14,23; Ap 21,3). La misma muerte de Jesús no es considerada, ni mucho menos, como separación o como lejanía de Jesús respecto a su comunidad; al contrario, mediante el Espíritu Jesús vuelve y permanece continuamente presente en su Iglesia. Ese Espíritu es dado por Dios (1Jn 3,24); pero es también enviado 'por Jesús (Jn 15,26), como "otro Paráclito" ("otro" respecto a Jesús) y permanece "para siempre" con los discípulos (Jn 14,16); más aún, está "dentro" de ellos (Jn 14,17). Esta intimidad tan grande y tan vital entre el creyente y Jesús se pone de manifiesto en el lenguaje figurado de la parábola alegórica del buen pastor (Jn 10,1-17) y en la metáfora de la vid y los sarmientos (Jn 15,1-8): la Iglesia recibe su vida de Jesús; más aún, lleva dentro de sí la vida misma de Jesús.

Este lazo tan estrecho que la une a Jesús impone a la Iglesia la necesidad absoluta de la unidad interior'y exterior. Tal es el objetivo de la obra de Jesús pastor (10,14ss), el objeto de su oracion (Jn 17,20), el fruto de su muerte (Jn 11,51s) y al mismo tiempo el instrumento elegido de evangelización en manos de los discípulos (Jn 17,21.23).

Unida y también única, es decir, Iglesia universal. Según Jn 4, la universalidad de la Iglesia formaba ya parte de la enseñanza terrena del Maestro, aun cuando hay claros indicios que atestiguan en el texto una evolución y una clave escatológica difícilmente originales (pero que al mismo tiempo confirman la interpretación universalista que hay que dar a todo el episodio). También tiene un aire universalista Jn 12,12-28: "Mirad cómo todo el mundo se va tras él", es el comentario amargo de los fariseos (v. 19); pero también la interpretación universal del evangelista, que habla de "algunos griegos" (v. 20) y de la necesidad del ministerio' apostólico para "ver a Jesús" (v. 21s).

Es evidente la misión: la Iglesia recoge y desarrolla en ella los datos originales de Jesús. Por medio de Juan Bautista (Jn 1,6.33; 3,28), por medio de Jesús (enviado de Dios: Jn 3,17; 4,34; etc.) y por medio de los discípulos (enviados por Jesús: Jn 4,38; 13,20). Éstos continúan la misión misma de Jesús, el enviado del Padre; así pues, resalta allí el carácter mesiánico-escatológico, y al mismo tiempo teológico, de su envío (cf Jn 17,18 y especialmente 20,21).

También está presente en Juan el principio de la tradición: la enseñanza está garantizada por el Espíritu (Jn 16,13s); más aún, es él mismo el que "enseñará" (Jn 14,26) y el que "dará testimonio" (15,26) de Jesús a través de todo lo que digan luego los discípulos, que serán también testigos suyos, puesto que "están con él desde el principio" (15,27).

Es además interesante la referencia al nuevo culto, es decir, a la era escatológica, representada aquí por la Iglesia: cf las bodas de Caná (Jn 2,1-11), leídas en paralelo con la referencia al templo y con la interpretación siguiente (2,13-22); véase la afirmación sobre los "verdaderos adoradores", los actuales, esto es, los del tiempo de Cristo y de la Iglesia, que "adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). Jesús inauguró la hora escatológica de la verdadera adoración, la que continúa entre los que creen en él y en su misión. Entre los sacramentos, se habla particularmente del / bautismo (III) con agua y Espíritu (Jn 3,1-12); al bautismo y a la eucaristía juntamente se alude en Jn 19,34 y en 1Jn 5,6ss: los dos brotan de la muerte de Jesús; a la / eucaristía (V) se dedica todo el capítulo 6. Hay que recordar igualmente el perdón de los pecados (Jn 20,23) [/ Reconciliación], verdadera y propia habilitación para un acto judicial por parte de los discípulos/ apóstoles dentro de la comunidad.

También el mundo tiene su peso en la teología de la Iglesia, aunque como contraste. "Elegidos y sacados del mundo" (Jn 15,59) y hasta en oposición a él (1Jn 2,15ss), los discípulos no son "del mundo"(Jn 17,14), sino que, como Jesús, sólo han sido enviados al mundo (Jn 17,18). "En el mundo" están "las pasiones carnales, el ansia de las cosas y la arrogancia" (1Jn 2,16), la mentira, el pecado y la muerte (cf Jn 8). "Nosotros sabemos que somos de Dios, y que todo el mundo está en poder del maligno" (lJn 5,19); los creyentes, o la Iglesia, son "hijos de Dios" (1Jn 3,10) y cumplen la voluntad de Dios (1Jn 2,17). Los caminos y los objetivos del mundo son fatales para los discípulos (Jn 12,35; 14,4s), para que no se hagan "del mundo", Jesús le pide al Padreque los "preserve del mal" (Jn 17,15). También hay que luchar contra el demonio: Jesús ha venido a "destruir las obras del diablo" (lJn 3,8), es decir, el pecado, "porque el diablo es pecador desde el principio" (1 Jn 3,8). Los creyentes, gracias a su fe, "han vencido al mundo" (1Jn 5,4), mientras que la palabra de Dios que mora en el cristiano es la que "ha vencido al maligno" (Un 2,14).

Pero el mundo y el maligno han logrado, sin embargo, penetrar en la Iglesia mediante las herejías. En la comunidad hay muchos "anticristos" (1Jn 2,18.22; 4,3.6; 2Jn 7) y muchos falsos profetas (1Jn 4,1), que son un motivo de perversión para los miembros de la Iglesia (1Jn 2,26; cf 3,7). El error recae sobre Jesús (docetismo: Un 2,22; 4,2s) y manifiesta una falsa concepción del pecado (lJn 1,8; 3,4.7s). Estos falsos profetas son excluidos de la comunión eclesiástica (2Jn 10s); es natural que así sea, puesto que "no tienen a Dios" (2Jn 9). La Iglesia, sin embargo, aunque tentada y sometida a la prueba, permanece fiel: "Se disipan las tinieblas y la luz verdadera brilla ya" (lJn 2,8).

Fiel y victoriosa sobre las tentaciones y en medio de las tribulaciones, triunfante gracias a Dios y al Cordero, segura en el tiempo y para siempre, la Iglesia es el tema constante y la idea central del Ap. Heredera del antiguo Israel, consciente de realizar el plan divino de la salvación, es presentada desde el principio como la comunidad de los redimidos (1,5b; cf 1,8), convertida en un "reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (1,6 = Is 61,6; cf 5,9s; 14,3s; 20,6). Es la Iglesia de Jesucristo. Realiza todo lo que había sido dicho del antiguo Israel, del "pueblo de Dios" (18,4; cf Is 52,11). La alianza antigua con Israel, formulada en los tiempos y en los términos más variados, se establece ahora de manera definitiva con la Iglesia considerada como el nuevoy eterno Israel, tan totalmente representativa que figura como la ideal "ciudad santa, la nueva Jerusalén, que baja del cielo del lado de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo" (21,2; cf Is 61,2) [/ Juan: evangelio, cartas; / Apocalipsis].

d) En la teología de Lc-He. Aquí la Iglesia aparece en continuidad con todo lo que antes se ha ido dibujando. Específicamente, la Iglesia es el anuncio kerigmático para el presente y para el futuro; es una "Iglesia en el tiempo", guiada por el Espíritu Santo y convertida en anuncio de salvación para todos los hombres de esta historia ya cristiana.

Según una concepción totalmente hebrea, la Iglesia es obra de Dios. Es su prodigio escatológico, conocido por él ya desde la eternidad (He 15,38) e insuprimible (He 5,38s). Jesús y su obra se sitúan en esta historia de Dios, y por tanto están prefigurados y prometidos (He 3,22-26; etc.). La Iglesia comprende tanto a los judíos como a los paganos; es con toda claridad el "nuevo" Israel, el "verdadero" Israel o el de los últimos tiempos, injertado en el antiguo y prolongación suya, pero también su cumplimiento, su superación y su meta (Am9,llss=He 15,15s).

La Iglesia, obra de Dios, comprende como su propia esencia la historia terrena de Jesús, incluidas su muerte y su resurrección. El acento se pone en el Jesús resucitado, en el Señor: él es "el viviente" (Lc 24,5), o "aquel que vive" (Lc 24,23), que dio "muchas pruebas evidentes de que estaba vivo" y que "se apareció durante cuarenta días y les habló de las cosas del reino de Dios" (He 1,3). En el centro, el acontecimiento-resurrección atrae y ordena en torno a sí todos los demás hechos de Jesús. La Iglesia queda fundada desde que Jesús resucitó y se manifestó; está escondida, peropresente, y durará hasta la parusía. El alma de la Iglesia es la presencia del Señor en la "palabra" y en la eucaristía; su garantía es la presencia y la fuerza del Espíritu derramado según la promesa (Lc 24,49; He 1,4s.8) sobre los apóstoles (He 2,3s.11.17s; etc.) por el Kyrios Jesús resucitado (He 2,23s). De él es de quien "Pedro y los once" (He 2,14) recibirán la fuerza para ser testigos del resucitado "en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra" (He 1,8; cf 5,31s).

Los prodigios y los signos (He 2,22.43; 4,16.22) son igualmente expresión de la presencia activa del Espíritu Santo y se ponen al lado de la "palabra" como apoyo y como demostración (He 4,29s; 8,6ss): son las curaciones (He 4,16.22.30; etc.) y los exorcismos (He 5,16; 8,7; 16,18). Realizados por los apóstoles, no son de ellos, sino de Dios (He 3,12), que de esta forma y por medio de ellos realiza su plan de salvación y su propia obra, o es también el mismo Jesús en acción (He 4,29s), sobre todo el "nombre" de Jesús (He 3,6ss.16; 4,10. 12.29s; etc.).

Las persecuciones (He 5,41; 9,16) van también ligadas al "nombre" y forman parte de la existencia cristiana, como anuncio y difusión de la palabra. Para Pablo las tribulaciones son necesarias (griego, dei) "para entrar en el reino de Dios" (He 14,22). Los Hechos están saturados desde el principio de diversas vejaciones contra los cristianos y los testigos de la palabra (4,1ss.25; 5,17ss), pero que son también la ocasión privilegiada y providencial para la "edificación" o el crecimiento de la Iglesia (cf He 8,4; 11,19ss).

Ocupa un lugar preeminente la fe y su camino: los cristianos se reúnen para "escuchar la palabra"(He 10,44; 13,7.44) y la "acogen" (He 2,41; 8,14; 11,1; 17,11). María es precisamente la que de manera ejemplar acoge la palabra y cree (Lc 1,45; 11,28). Los términos de la fe, que algunas veces no se especifican (He 13,48; 14,1; 15,5), se refieren todos ellos al acontecimiento-Jesús, que nació, vivió, murió y resucitó en Palestina y que está ahora glorioso en los cielos (He 10,36-43). Se supone ciertamente un conocimiento, un saber (He 18,25-28); pero se requiere esencialmente un ser nuevo y un vivir de la nueva realidad, así como su manifestación en formas concretas de vida y de comunión. Esto se lleva a cabo sólo mediante una previa conversión profunda, total, una verdadera transformación de la persona (He 9,35-42; 11,21; 20,21). Hay que convertirse de las "malas obras" (He 3,26) o del "mal" (He 8,22) y hay que dirigirse "a Dios, observando una conducta de arrepentimiento sincera" (He 26,20). La llamada a la conversión (griego, metánoia) se dirige a todos los hombres (Lc 24,45-49; He 17,30), aunque bajo formas diversas. Su sello es el bautismo, que lleva unido el don del Espíritu Santo mediante la imposición de las manos (He 8,17s; 9,17).

Esta Iglesia de los primeros tiempos pretende encarnar comunitariamente, y como efecto que se remonta a la primera hora, el mensaje del Maestro; de este modo se convierte en parámetro y en fuente de vida cristiana para la Iglesia de todos los tiempos. El primer elemento que se destaca en esa Iglesia es su reunión: cf desde el principio He 1,4.6.13s.15; luego en 2,1.42.44.46; 4,23s.31.32; etc. El lugar de encuentro es a veces el templo (Lc 24,53; He 2,46), pero también las casas privadas (He 2,46; 5,42; 12,12; etc.). De esta manera la Iglesia "se edifica" (cf He 9,31; 20,32) y sobre todo "crece", mientras que los discípulos "se multiplican" (He 2,41.47; 4,4).

Por lo que se refiere al culto en particular [! Bautismo I; ! Eucaristía II], son frecuentes en los Hechos las oraciones por parte de la comunidad (He 1,14; 2,42; 12,5.12; 13,3; etc.) y de los individuos, por ejemplo Pedro y Juan (He 8,15-24), Pablo (9,11), etcétera. En ella se presta atención a la acción de gracias y a la alabanza (Lc 24,53; He 1,24), a la intercesión (He 12,5; 13,3), a la petición (He 1,24s; 4,29s), al culto en general (He 13,1).

El culto cristiano y la oración no serían genuinos y resultarían incompletos si prescindieran de las exigencias de los hermanos. Lo recuerda la koinonía de He 2,42 y todo el sumario de He 2,32-35, con la figura de Bernabé (He 4,26s), al que se contrapone el díptico del comportamiento de Ananías y Safira y de su destino (He 5,1-11). Los cristianos se manifiestan realmente como "hermanos" (He 1,15; 9,30; etc.).

Una última nota se refiere a los que en la Iglesia de los Hechos parecen ejercer un cierto ministerio y tener los llamados carismas. No se trata de la presencia o no del Espíritu Santo; en efecto, éste está sobre toda la Iglesia y sobre cada uno de sus miembros (He 2,1.4.17s; etc.). Pero dentro de la Iglesia se mueven algunos personajes que nosotros llamaríamos carismáticos, en cuanto que no están constituidos propiamente en un ministerio y gozan, sin embargo, de ciertos dones particulares espirituales al servicio de la comunidad: por ejemplo, el "profeta" Agabo (11,27s), el grupo de profetas que se recuerda en Antioquía de Siria (13,1ss); también son "profetas" Judas y Silas (15,32); por el don del Espíritu destacan también Esteban (6,8; 7,55), Felipe (8,29) y sus cuatro hijas "profetisas" (21,9), Bernabé (11,24), Apolo (18,25). Pero hay además una ministerialidad propia y verdadera, aunque privada de contornos precisos. Hay que señalar, por ejemplo, la función primacial de / Pedro sobre los once, tanto dentro de ellos como en el interior de la Iglesia, o también la de todos los apóstoles (definidos en He 1,8 y 1,21s), que ciertamente son distintos de los "hermanos" (11,1); algo debió suceder con la institución de los "siete" (6,5s) a quienes se les impusieron las manos; lo mismo ocurre en el caso de la misión que se menciona en He 13,2ss. Santiago preside la comunidad de Jerusalén (15,13-21). También destacan los "presbíteros" o "ancianos" (11,30), que forman en Jerusalén un gran consejo  alrededor de los apóstoles (15,2; 16,4), llamados "hermanos" de los apóstoles, con los que están asociados. También fuera de Palestina son establecidos algunos "presbíteros"(14,23) por obra de Pablo y Bernabé. A estos "presbíteros" se les reconoce abiertamente el sello del Espíritu Santo para "ser inspectores" o episkopein (20,28). De esta manera se afirma que no sólo el carismático depende del Espíritu, sino también todos los que ejercen algún ministerio; éstos tendrán que "apacentar a la Iglesia de Dios", defendiéndola además de los errores y de la perversión respecto al depósito apostólico transmitido (20,29ss). Por consiguiente, se puede afirmar que ya en este nivel los Hechos atestiguan la presencia de la tradición e incluso la de la sucesión, es decir, la de una gestión de tipo ministerial [! Lucas; / Hechos de los Apóstoles].

e) En el misterio de la providencia divina [/ Pablo]. "Todos nosotros fuimos bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo" (1Cor 12,13). Es el cuerpo de Cristo (1Cor 12,27), cuya cohesión viva manifiesta, asegura e incrementa el pan eucarístico, junto con el evangelio (1Cor 10,17). Para Pablo, el cuerpo de Cristo es sobre todo el cuerpo de Jesús, el del crucificado. De aquí el interrogante: ¿Cómo es que la misma expresión "cuerpo de Cristo" indica también a la Iglesia? ¿Qué relación existe entre el "cuerpo de Cristo" y la Iglesia?

Este problema es específico de Ef (y de Col). Para Ef, la Iglesia no se deriva del mundo ni pertenece de suyo esencialmente a la historia de aquí abajo. Si realmente está aquí abajo, esto no hace más que manifestar el misterio profundo e insondable de la providencia divina y de su eterna salvación. Para Ef, la Iglesia ha existido desde siempre en la eterna voluntad salvífica del Padre, que quiere "recapitular" todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra" (Ef 1,10). Su "plan secreto, escondido desde todos los siglos en Dios, creador de todas las cosas" (Ef 3,9), "no se dio a conocer a los hombres de las generaciones pasadas, y ahora se lo ha manifestado a sus santos apóstoles y profetas por medio del Espíritu" (cf 3,5). Este misterio tiene un contenido concreto, realmente inaudito: "Este secreto consiste en que los paganos comparten la misma herencia con los judíos, son miembros del mismo cuerpo y, en virtud del evangelio, participan de la misma promesa en Jesucristo" (Ef 3,6).

Así pues, ya desde la creación tiene ante sus ojos a la Iglesia: al crear, manifiesta su bondad (Gén 1) y conduce a la salvación, lo cual se realizará precisamente en la Iglesia (y en Cristo). Lo mismo que Dios es creador según un módulo "escondido" en él, igualmente hay que decir esto de Cristo, ya que "todo ha sido creado en él" y todo existe "mediante él y con vistas a él" y "él mismo existe antes que todas las cosas y todas subsisten en él" (Col 1,16-17). Conjugando como es debido la relación Cristo-Iglesia con el "misterio de Dios" (también Cristo, como la Iglesia, es "el misterio de Dios": cf Col 2,2), habrá que concluir que la presencia de Cristo y de la Iglesia cumple el misterio de la creación y al mismo tiempo manifiesta el de Dios [/ Misterio III, 4].

El Espíritu edifica y hace crecer a la Iglesia como "cuerpo de Cristo" gracias a tres elementos principales, lógicamente unidos entre sí: a) el evangelio o la predicación, es decir, la palabra: actualización y revelación de la cruz-resurrección, llamada de Dios a la salvación; b) los sacramentos, es decir, el / bautismo (IV), la / eucaristía (II-III), el / sacerdocio (II), el / matrimonio (VI), en cuanto acciones o signos que santifican al hombre y que lo edifican como cuerpo vivo y santo de Cristo; c) el crecimiento de sus mismos miembros, bien en general, bien de los carismáticos, bien en los ministerios constituidos, puesto que la Iglesia crece y se edifica en la medida en que crecen y se edifican sus miembros en sus respectivas funciones, viviendo de la vida misma de Cristo. De esta forma la Iglesia, gracias al Padre y al Espíritu, es el cuerpo salvador de Cristo en la tierra.

f) El desarrollo de las pastorales: una Iglesia ministerial. Más que por otros temas, igualmente centrales, en las pastorales la Iglesia se caracteriza sobre todo por una concepción de tipo ministerial. Se la representa como una familia terrena (ITim 3,5), como una verdadera y propia "casa de Dios" (lTim 3,15; cf 5,1s), especificada mejor como "columna y fundamento de la verdad" (ibid). También se la representa como una "gran casa", donde "no sólo hay vajillas de oro y plata, sino también de madera y barro" (2Tim 2,20), es decir, en donde conviven creyentes y menos creyentes, buenos y malos.

En el contexto general de una Iglesia pueblo de Cristo (Tit 2,14), formada por hombres con diferente grado de fe y considerada como una familia, se ejerce el ministerio confiado a Timoteo y a Tito. Estos se conciben como prototipos: desempeñan un ministerio que se confiere y se ejerce continuamente dirigido al oficio apostólico, puesto en continuidad con el mismo y como en su lugar (cf ITim 3,15; 4,13; 2Tim 4,5s.9; Tit 3,12). Por eso mismo las pastorales hacen hablar muy frecuentemente al apóstol, interpretándolo y autorizándolo; de esta forma todo gravita en torno al ministerio apostólico, expresamente en torno a Pablo (son también muy numerosas las referencias personales). Su enseñanza se ha hecho ya normativa (Tit 1,9; 2Tim 1,12s). Sus destinatarios, Timoteo y Tito, no hacen más que guardar lo que fue enseñado por el apóstol y volver a proponerlo como repetidores (ITim 4,16; 6,2.20; etc.). La prolongación del oficio apostólico en el ministerio afecta también a su interioridad: el amor, la fe, el Espíritu, la dulzura, la paciencia, etc. No solamente el ministerio ha de ser "espiritual", sino también el que está revestido de él (ITim 6,11s; etc.); habrá de imitar al apóstol en el sufrimiento por el evangelio (2Tim 1,8); tendrá que ser un verdadero typos para la comunidad (lTim 4,12; Tit 2,7); será como un alistado para una "buena milicia" (ITim 1,18; 2Tim 4,5), como en un auténtico "servicio" (1Tim 1,12; 4,6; 2Tim 4,5). Y lo mismo que hizo el apóstol, también el oficio ministerial edifica la Iglesia; más aún, la hace crecer y la cumple, puesto que está puesto para llevar a su cumplimiento el mismo oficio apostólico. Este oficio ministerial afecta también a la administración responsable de la "casa de Dios", a la vigilancia y a las directivas varias —también de orden disciplinar— para los diferentes ministerios (p.ej., para las viudas: lTim 5,3-16; para los presbíteros: 1Tim 5,17-22); constituye a otros en el oficio de presbíteros (ITim 5,22; Tit 1,5), algunos de ellos con funciones de inspección (epískopoi: 1Tim 3,1-7; Tit 1,5-7) y a otros sólo como auxiliares (diákonoi: lTim 3,8-13). También éstos, a su vez, enseñan, presiden, ordenan (ITim 4,13; 5,17; 2Tim 2,2). De esta manera la Iglesia se presenta monolítica, siempre ligada al apóstol; escucha sus instrucciones y es dirigida por ellas; las aplica y automáticamente las desarrolla [/ Timoteo: / Tito].

g) Conclusión. Misterio salvífico de Dios, escondido antes del tiempo y revelado sucesivamente mediante el Hijo Jesús, pero de una forma realmente sublime que se ha verificado en el don de su muerte y resurrección, la Iglesia realiza en términos bíblicos la etapa de la nueva y eterna alianza, en términos cuantitativos la llamada universal de Dios a todos los pueblos y en términos cristológicos el don estable e imperecedero de toda la divinidad.

Su ser en el mundo la pone en constante peregrinación hacia aquel que llama y hacia la patria de arriba; en continuación natural, por otra parte, con la Iglesia del AT, totalmente sometida a su Dios, en plenitud de fe y en completa y alegre esperanza.

Así pues, con su existencia, la iglesia está proyectada hacia el futuro; un futuro del que no solamente prepara la llegada, sino del que ya goza anticipadamente en el presente, gracias al don del Espíritu que le ha enviado el Padre por medio de su Señor. Cristo es siempre ayer, hoy y mañana (Ap 1,8; 22,13). Y hoy está en su Iglesia, es la cabeza de la Iglesia, cuerpo suyo, lo mismo que es también su vida, su pastor, su fundamento, etc. Así pues, ella es, lo mismo que su Señor, ahora y siempre, el misterio salvífico de Dios.

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L. de Lorenzi