FILIPENSES
(Carta a los)
DicTB
 

SUMARIO: I. El origen de la carta. II. Estructura y trama de la carta. III. La teología de la carta: 1. El himno cristológico; 2. La liturgia del servicio; 3. La insidia de la propia justicia; 4. El crecimiento cristiano; 5. La meta escatológica y el estado intermedio; 6. La teología de la alegría cristiana.


I. EL ORIGEN DE LA CARTA. La carta a los Filipenses fue compuesta en una situación de prisión: Pablo habla de sus "cadenas" (cf Flp 1,3). Pero no dice dónde está encarcelado. Para colmar esta laguna surgió espontáneamente la idea de la prisión en Roma: dieron pie para ello el hecho documentado de que Pablo estuvo preso en Roma (cf He 28,30,-31) y dos expresiones que se encuentran en la carta: "pretorio" (Flp 1,13) y "casa del César" (Flp 4,22). Pero se han suscitado objeciones tan serias que a muchos autores les han parecido decisivas: la carta supone un intercambio relativamente rápido entre Pablo y la comunidad de Filipos; se da por descontado que Pablo no ha vuelto a ver a la comunidad desde su fundación (cf Flp 1,26.30; 2,12; 4,5); mientras que en el tiempo de la prisión en Roma Pablo se había dirigido por lo menos dos veces a Macedonia; y también por tanto a Filipos.

Se han propuesto otras ciudades: Cesarea Marítima, pero que presenta los mismos inconvenientes de distancia que Roma, y Efeso, que en el fondo parece la más probable. Pablo pasó un largo período en Éfeso, probablemente del 53 al 56. Aunque los Hechos no nos hablan de una prisión en Éfeso, una alusión de Pablo a las graves dificultades que encontró precisamente en dicha ciudad (cf lCor 15,32) puede referirse a un período pasado en prisión.

El "pretorio" sería entonces el palacio del gobernador; "los de la casa del César" serían los funcionarios encargados de los intereses patrimoniales del emperador. La opulencia de la ciudad de Efeso en tiempos de Pablo confirma estas denominaciones.

De este cuadro se deduce una fecha: estamos a mediados de los años cincuenta. Pablo se encuentra encarcelado en una situación difícil, conel riesgo incluso de ser condenado a muerte (cf Flp 1,19-23); informadosde ello los filipenses, con la misma solicitud que siempre habían mostrado a Pablo (cf F1p 4,15-16), le envían algunos recursos por medio de Epafrodito, y Pablo los recibe con gozo y gratitud (cf 4,18-19). Epafrodito, que tenía que quedarse al lado de Pablo, cae gravemente enfermo; luego se cura, y Pablo lo devuelve a Filipos (cf Flp 2,25-30). A pesar del grave riesgo que corre de ser condenado, Pablo confía salir bien del proceso y espera poder dirigirse pronto a Filipos personalmente, después de haber enviado allá a Timoteo (cf Flp 2,19-24). Todo este contexto, con la trama característica de relaciones que supone, es el trasfondo irrenunciable que permite comprender esta carta. Hoy no hay dudas sobre la autenticidad de la misma.

II. ESTRUCTURA Y TRAMA DE LA CARTA. Partiendo del testimonio de san Policarpo, quien, escribiendo a los filipenses por el año 105, habla de "cartas", en plural, dirigidas a ellos por Pablo, y destacando algunas discrepancias literarias —especialmente el tono polémico, insólitamente áspero e fines, perado de Flp 3,1b—, algunos autores (W. Schmithals) han propuesto la identificación, en el texto que tenemos, de tres cartas originales (A: 4,10-23; B: 1,1-3,1; 4,4-7; C: 3,2-4,3.8s), o de dos (J. Gnilka: carta desde la cárcel, 1,1-3,1a; 4,2-7.10-23; carta polémica, 3,1 b-4,1.8s), que más tarde se habrían juntado. Pero otros autores, en número cada vez mayor en estos últimos años, están en favor de la unidad sustancial del texto de la carta (J. Ernst, W.J. Dalton, R. Fabris, etc.). Efectivamente, por una parte, el testimonio de Policarpo no parece tan decisivo (su plural puede ser una indicación global) y, por otra parte, las discrepancias (incluso el tono un tanto brusco) no son raras en el estilo de Pablo. Vista en el conjunto de su redacción actual, la carta presenta su propia línea literaria de desarrollo. Una mirada más atenta nos permite captar y destacar la trama teológica de fondo.

El prólogo consta, como de ordinario, del saludo (1,1-2) y la acción de gracias (1,3-11). El saludo, con una brevedad insólita, contiene los elementos literarios usuales: "Pablo y Timoteo, siervos de Jesucristo" (1,1), son los remitentes; la Iglesia de Filipos, con su estructuración (se habla de "vigilantes" episkópois, y de "servidores", diakónois), constituyen los destinatarios. La acción de gracias —una pequeña joya de la literatura paulina— presenta, por el contrario, un desarrollo articulado: Pablo expresa su satisfacción por el progreso que está haciendo en la Iglesia de Filipos el evangelio que les anunció, su afecto especialmente intenso por la Iglesia misma, el anhelo de un mayor desarrollo en el amor, con aquel crecimiento contextual del conocimiento de Cristo y de los demás y de la capacidad de discernimiento que el amor lleva consigo.

El tono literario de la acción de gracias crea un clima de gran confianza y reciprocidad. Toda la carta se va desarrollando sobre el eje comunicativo "yo-vosotros". Siguiendo precisamente este eje "yo-vosotros", es posible identificar una primera parte de la carta en 1,12-2,18. Pablo habla primero de sí mismo, de su situación penosa de prisionero, que, sin embargo, contribuye al progreso del evangelio, puesto que "en palacio y en todo lugar es manifiesto que llevo las cadenas de Cristo" (1,13). Forzosamente inactivo, Pablo se alegra de que el evangelio sea anunciado por otros, sea cual fuere la forma de realizarse. La perspectiva posible de una muerte cercana no le asusta, porque lo esencial para él es que "ahora Jesucristo sea glorificado en mi cuerpo, sea por la vida, sea por la muerte" (1,20). Para él ya está todo en manos de Cristo, que es lo absoluto de su existencia: "Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte ganancia" (1,21).

Hablando de sí mismo, Pablo piensa ya en los filipenses: su atención se desplaza gradualmente hacia ellos; de ahí una exhortación calurosa y apasionada. Los filipenses deberán, siguiendo el ejemplo personal de Pablo (1,12-20), vivir también socialmente en conformidad con el evangelio, agradecidos porque se les ha concedido "el privilegio no sólo de creer en Cristo, sino también de padecer por él" (1,29). La reflexión de Pablo se hace cada vez más incisiva: el pensamiento de las relaciones globales-entre los filipenses y Cristo —en el fondo también para ellos "el vivir es Cristo"— le estimula a pedirles lo máximo en esta línea. Para dar aún mayor realce a sus palabras, apela a toda la serie de elementos que lo unen a los filipenses, y viceversa, y les exhorta a hacer suya la aspiración fundamental de Cristo: servir a los demás hasta el don total de sí (cf 2,1-11; los vv. 2,6-11 constituyen el conocido "himno cristológico", que por su importancia teológica merece una reflexión aparte). Si los filipenses aceptan esta invitación, colaborarán activamente en la realización plena de su salvación. A pesar de las dificultades ambientales, serán felices y Pablo lo será con ellos (2,12-18).

Pablo vuelve a hablar de sí mismo, y luego pasa de nuevo, siempre en términos de exhortación, a hablar a los filipenses de ellos. Tenemos una segunda parte: 2,19-4.1.

Su situación de prisionero es un tanto mitigada: goza de la compañía de Timoteo, que ha atendido a Pablo "como un hijo a su padre... en la causa del evangelio" (2,22). Contó además con la intervención de Epafrodito, "nuestro hermano, colaborador y compañero de fatigas, el que vosotros (o sea, los filipenses) me enviasteis con el encargo de socorrerme (lit.liturgo, leitourgón) en mis necesidades" (2,25). La atención se desplaza luego de Pablo a sus corresponsales: "Por lo demás, hermanos míos, alegraos en el Señor. No me resulta molesto escribiros las mismas cosas, y a vosotros os es útil" (3,1). Cuáles son esas "mismas cosas" aparece inmediatamente después: el estilo sufre aquel cambio brusco que ya hemos señalado: "¡Cuidado con los perros!. ¡Cuidado con los malos obreros! ¡Cuidado con los de la circuncisión!" (3,2). Pablo polemiza con los judaizantes. El pensamiento de los judaizantes —lo mismo ocurrirá en la 12Cor— le lleva a pensar de nuevo en su vida, haciendo una especie de balance de sus etapas principales. La etapa judía había sido brillante: "Fui circuncidado...; soy del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo, hijo de hebreos y, por lo que a la ley se refiere, fariseo...; en cuanto a la justicia que viene del cumplimiento de la ley, irreprensible" (3,56).

El encuentro posterior con Cristo originó en él una inversión de valores: "Pero todo lo que tuve entonces por ventaja, lo juzgo ahora daño por Cristo" (2,7). Pero Pablo, cuando dejó su riqueza judía, no se quedó con las manos vacías: "Todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor" (2,8). La etapa cristiana entusiasma a Pablo inmensamente más que lo que le había entusiasmado la etapa judía.

Pero Pablo no la considera ya acabada. Se sabe y se acepta en movimiento: "No quiero decir con esto que haya alcanzado ya la perfección, sino que corro tras ella con la pretensión de darle alcance, por cuanto que yo mismo fui alcanzado por Cristo Jesús" (3,12).

Pablo mira con interés el cuadro dinámico de su vida, que está dibujando no por una especie de complacencia estéril, sino siempre en función de los filipenses: sus valores, los que ha realizado ya y los que está persiguiendo, son también de ellos: "Hermanos, seguid todos mi ejemplo y observad a los que se conducen conforme al modelo que tenéis en mí" (3,17). La exhortación se prolonga: en el trasfondo está la exigencia incómoda de tener que ir contra corriente. Una mirada hacia la meta escatológica, a la que se están dirigiendo tanto Pablo como los filipenses, los anima a proseguir el camino. Aquí el "vosotros" se convierte en "nosotros": Pablo se implica con los filipenses y casi se identifica con ellos: "Nuestra patria está en los cielos, de donde esperamos al salvador y Señor Jesucristo" (3,20). Este sentirse juntos, primero en el camino y luego también en la convivencia de la patria celestial, hace explotar el cariño de Pablo, que volviendo al "vosotros" exhortativo, concluye: "Por tanto, hermanos míos queridísimos, mi alegría y mi corona, manteneos firmes en el Señor, queridos míos" (4,1).

En la tercera parte, con que concluye la carta (4,2-23), se alternan y entrecruzan los elementos autobiográficos ("yo") y los exhortativos ("vosotros"). Pablo comienza con un "vosotros" más particular: las mujeres tienen un papel determinado en la comunidad de Filipos. Pablo se dirige primero a dos de ellas, Evodia y Síntique, para que estén en perfecto acuerdo entre sí; luego, ensanchando su interés a otras protagonistas femeninas, le ruega a Sízigo que preste su ayuda "a éstas, que han trabajado mucho en el evangelio conmigo y con Clemente y demás colaboradores míos" (cf 4,2-3). Luego el discurso, prosiguiendo en la línea del "vosotros" exhortativo, se hace más general: "Alegraos en el Señor siempre, lo repito: alegraos" (F1p 4,4). Esta invitación no es una fuga, sino una toma de conciencia por parte del cristiano de su situación teológica.

La exhortación a los filipenses orienta gradualmente a Pablo hacia sí mismo: "Practicad lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con vosotros"(4,9). Es una expresión-puente que determina el paso del "vosotros" exhortativo al "yo" autobiográfico. Hablando ahora de sí mismo, Pablo recoge la invitación imperativa a la alegría dirigida a los filipenses: "He sentido una gran alegría en el Señor porque habéis reavivado vuestros sentimientos por mí" (4,10). Hay entre Pablo y los filipenses una cordialidad muy profunda: "No es que busque que me deis algo; lo que busco es que se acreciente el fruto que redunda en favor vuestro" (4,17). Y Pablo acoge dentro de sí la sensibilidad que le han mostrado a propósito de sus necesidades: "Mi Dios, a su vez, proveerá colmadamente a vuestra indigencia, según sus riquezas, en Cristo Jesús" (4,19).

Hemos llegado al final. La atención de Pablo se desplaza de nuevo de sí mismo a los filipenses; enviando los saludos de todos los cristianos "de la casa del César" (4,22), les pide que se hagan intérpretes de su saludo particular a cada uno de los miembros de la comunidad (cf 4,21-23).

III. LA TEOLOGÍA DE LA CARTA. En virtud de ese continuo entramado entre el "yo" y el "vosotros" que hemos destacado, la teología de la carta a los Filipenses se aplica de tal modo a la vida, tanto de Pablo como de sus destinatarios, que se amalgama constantemente con ella. La exposición detallada de la trama de la carta es igualmente una exposición de su teología. Sin embargo, hay algunos puntos que merecen especial atención.

1. EL HIMNO CRISTOLÓGICO. El trozo 2,6-11, gracias a un cierto ritmo fácil de percibir incluso en una primera lectura y por la peculiaridad de algunas de sus expresiones respecto al lenguaje normal de Pablo (como morphé, schéma, isa Theói), ha hecho pensar en un himno litúrgico prepaulino. El estudio a que se lo ha sometido, "una especie de radiografía estilístico-literaria" (Fabris), ha dado lugar a resultados que todavía no están de acuerdo en los detalles, pero que confirman la naturaleza hímnica del trozo y su género literario como "confesión de fe" litúrgica.

El interés teológico-bíblico no es menor que el estrictamente literario: el pasaje termina con una afirmación cristológica de importancia capital: Jesús resucitado, al recibir de Dios "un nombre que está sobre cualquier otro nombre" (2,9), es situado en el mismo nivel de Dios y reconocido como tal por la asamblea litúrgica que lo proclama Señor (cf 2,11).

Pero ¿cómo se llega a esta conclusión, o, en términos equivalentes, quién es propiamente el Cristo sujeto de los primeros versículos (2,6-7a) del himno? Se ha hablado, especialmente en la patrística griega, de Cristo a nivel trinitario, preexistente a la encarnación: siendo "en la forma de Dios", no consideró un "codiciable tesoro" (harpagmón, en sentido pasivo) esta igualdad con Dios, sino que, encarnándose, se "anonadó" (ekénósen: se vació) a sí mismo, asumiendo la condición humana. Como hombre, se enfrentará por obediencia con la muerte en la cruz, y será glorificado y llevado al nivel divino en el contexto de la resurrección.

Otra interpretación más reciente ve en el sujeto protagonista al Cristo ya encarnado. A pesar de tener conciencia de su divinidad, Cristo-hombre da a su vida una orientación de fondo antitética a la que había intentado Adán: en vez de considerar el "ser igual a Dios" un "objeto de robo", como había hecho Adán (harpagmón; en sentido activo), escoge el camino del servicio: se "vacía" a sí mismo, en el sentido de que se expropia de toda búsqueda de su propio provecho, convirtiéndose así en el modelo ideal para las opciones de los demás hombres (en homoiómati anthrópón en el sentido de "expresión perceptible de la categoría de los hombres"). Con esta opción fundamental afronta la expropiación suprema de la muerte, llegando con la resurrección a aquel nivel de Dios que Adán había soñado en vano alcanzar.

2. LA LITURGIA DEL SERVICIO. A lo largo de la carta Pablo va utilizando una terminología estrictamente litúrgica, aplicándola a acciones y a situaciones que no presentan ninguna caracterización cultual: Pablo, pensando en su vida entregada por completo, la considera en función de la "liturgia de vuestra fe" (F1p 2,17): Epafrodito es "mensajero y liturgo" (leitourgón) al servicio de la ne=cesidad" de Pablo (2,25). Casi como si quisiera quitar toda duda sobre lo que intenta decir con esta terminología particular, Pablo añade inmediatamente después que Epafrodito puso en peligro su vida para "comr pensar vuestra ausencia en un servicio litúrgico dirigido a mí (tés prós me leitourghías)" (2,30). La presencia de Epafrodito y de los dones que lleva a Pablo en nombre de los filipenses son considerados como "ofrenda de suave olor, sacrificio (thysían) grato, agradable a Dios" (4,18). Todo un núcleo terminológico que en el AT se refería estrictamente al servicio cultual del templo se desplaza ahora intencionalmente y se lo refiere al servicio que Epafrodito presta a Pablo. Así el servicio de amor tiene la dignidad de la antigua liturgia.

Es el primer elemento que encontramos de esa "liturgia" de la vida que Pablo elaborará en la carta a los Romanos (cf Rom 12,1-2) [t Romanos (Carta a los) III, 2].

3. LA INSIDIA DE LA PROPIA JUSTICIA. Hablando de su conversión, Pablo la interpreta como un cambio de dirección en la búsqueda de una / justicia (dikaiosyne). Ahora que se ha hecho cristiano, quiere encontrarse continuamente en Cristo, "no en posesión de mi justicia, la que viene de la ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe" (3,9). La justicia que se deriva de la ley es algo más que la observancia de la ley misma, observancia que Pablo reconoce haber practicado con toda perfección (cf Flp 3,6). Se trata de la realización de uno mismo, de la actualización de la propia personalidad. Pablo, observando plenamente la ley, se construyó a sí mismo. Y es precisamente ese egocentrismo el que se le presenta como el germen negativo que ataca y corroe irreparablemente este género de "justicia": el hombre que de cualquier manera, incluso a través de la observancia de la ley, se busca a sí mismo no consigue realmente realizarse. Pero si uno, como ha hecho Pablo, se abre a Cristo fiándose plenamente de Dios, obtiene esa plenitud de realización de sí, esa "justicia", que viene de Dios y que es acogida por el hombre a través de la entrega de la fe. Es una situación que impulsa a salir del propio sistema: pero una vez salido de sí, el hombre, como Pablo, se encontrará con el poder de Cristo: "... a fin de conocerle a él y la virtud de su resurrección y la participación (koinónían) en sus padecimientos, configurándome con su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos" (3,10-11).

4. EL CRECIMIENTO CRISTIANO. Pablo subraya este aspecto con particular insistencia, presentándose a sí mismo como protagonista de un continuo dinamismo de crecimiento y comprometiendo expresamente en él a sus corresponsales (cf Flp 3,12-16). La puesta en marcha de este dinamismo es una iniciativa de Dios: Pablo la llamará "vocación desde lo alto (ánó) de Dios en Cristo Jesús" (3,14). La meta trascendente a la que nos empuja esta vocación se precisa más aún: se trata de "aferrar" a Cristo (cf 3,12), de llegar a compartir plenamente con él su vitalidad de resucitado. Atrapado a su vez por Cristo, Pablo se ha puesto a recorrer el camino difícil con un ritmo sostenido, "dando alcance"(cf 3,12) a ese Cristo que lo ha atrapado y que parece escapársele. Hablando en términos más concretos, dice: "Hermanos, yo no creo haber alcanzado ya (la meta); de una cosa me ocupo: olvidando lo que queda atrás, me lanzo eh persecución de lo que está delante; corro hacia la meta" (3,13-14a). No le interesa ya su pasado de judío, ni siquiera su pasado de cristiano; Pablo piensa únicamente en lo que está aún por delante en su camino, y se dirige totalmente hacia el encuentro de un Cristo futuro.

Pasando luego a una generalización paradigmática, Pablo afirma que la madurez cristiana supone este impulso hacia adelante: "Cuantos somos perfectos, sintamos de este modo" (3,15). El cristiano "perfecto", iluminado por el Espíritu y ya avanzado en la experiencia cristiana, se percibe y se acepta en una situación de continuo crecimiento personal. El que no advierte todavía dentro de sí ese impulso hacia adelante, es que se encuentra todavía en los comienzos del camino; entonces Dios, a través de una iluminación interior particular, le dará a conocer la exigencia de un crecimiento continuo alimentado por el Espíritu: "Y si alguno siente de otra manera, Dios os iluminará a este propósito. De cualquier modo, en la meta que hubiéramos alcanzado, perseveremos firmes" (3,15-16). Ésta es la línea por donde conduce el Espíritu (cf Gál 5,25).

5. LA META ESCATOLÓGICA Y EL ESTADO INTERMEDIO. El impulso del crecimiento tiende hacia una meta situada en la trascendencia: es la meta escatológica. Pablo la siente con particular intensidad. En una situación peligrosa para su vida piensa en la muerte con tranquilidad, casi con gozo. Con la muerte se realizará el "estar en Cristo" (Flp 1,23) que no es posible obtener en esta vida. Pablo afirma y subraya con decisión la posibilidad de esta comunión ultraterrena con Cristo ("deseo la muerte para estar con Cristo, lo que es mejor para mí": Flp 1,23), pero no señala cómo es esta comunión. Lo mismo pasa cuando tiende a la meta definitiva, más allá del estado intermedio que comienza inmediatamente después de la muerte: nos dice que se trata de una condición sumamente positiva ("nuestra patria", políteuma: Flp 3,20), compartida con los demás. Se llevará a cabo una transformación respecto a la situación actual en el sentido de una participación plena, en la vitalidad de Cristo resucitado, dentro del contexto global de la "gloria" de la nueva creación: "El transformará nuestro cuerpo lleno de miserias conforme a su cuerpo glorioso en virtud del poder que tiene para someter a sí todas las cosas" (F1p 3,21).

6. LA TEOLOGÍA DE LA ALEGRÍA CRISTIANA. La invitación urgente de Pablo a la alegría (cf Flp 3,4) no es una expresión emotiva suya, una especie de deseo o de felicitación; es un imperativo basado en un contexto teológico muy concreto. El punto de partida es la experiencia del AT: cuando uno se acerca a Dios, lo hace siempre en un contexto de gozo. En Pablo se trata de la cercanía de Cristo, del contacto con él; allí está el imperativo de su alegría. Se trata de una cercanía doble. En primer lugar, la escatológica, que relativiza la vida respecto a la manifestación final de Cristo; en esta perspectiva, la alegría va unida a la esperanza, y casi se trata de dos palabras sinónimas. Pero hay además una cercanía inmediata, una concomitancia de Cristo respecto a la vida que lleva el cristiano: el Cristo acogido por el cristiano tiende y hace revivir, purifica continuamente de los residuos de pecaminosidad que son los elementos de la antialegría, mediante la aplicación de la virtualidad de su muerte. Además, al hacernos participar incoactivamente de la vitalidad de la resurrección, Cristo nos da la posibilidad de amar gratuitamente, de "ser para"; y el amor da gozo. En este contexto, los mismos sufrimientos cambian de signo: se trata de compartir entonces los sufrimientos de Cristo, con su mismo valor soteriológico (cf F1p 3.10); y así constituyen, paradójicamente, un don de gracia (cf F1p 1,29). Animado por este coraje de la alegría, el cristiano sabrá exponer sus preocupaciones a Dios, en vez de encerrarlas dentro de sí mismo o encerrarse él en ellas (cf Flp 4,6). La participación en la vitalidad y en el amor de Cristo resucitado lo impulsará a mirar con una apertura gozosa y constructiva todo el horizonte de su realidad, sabiendo descubrir y valorar en ella los elementos positivos (cf Flp 4,8).

BIBL.: CONZELMAN H: FRIEDRICH G., Epístolas de la Cautividad. Efesios. Filipenses. Colosenses. Filemón. Texto y comentario, Fax, Madrid 1972; FABRIS R., Lettera al Filippesi. Struttura, commento e attualizzazione, Dehoniane, Bolonia 1983; GNILKA J., Carta a los Filipenses, Barcelona 1971; LEGASSE S., La carta a los Filipenses. La carta a Filemón, Verbo Divino, Estella 1981; PERETTO E., Lettere delta prigionia. Filippesi, Filemone, Colossesi, Efesini, Ed. Paoline, Roma 19843; STAAB K: BROx N., Epístolas de San Pablo. Cartas a los Tesalonicenses. Carta de la Cautividad. Cartas Pastorales, Barcelona 1974; sobre el "himno cristológico" (Flp 2,6-11), cf R. FABRIS, p. 53, n. 4.

U. Vanni