ENSEÑANZA
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SUMARIO: I. Introducción: 1. La enseñanza en el mundo griego; 2. El conocimiento y su transmisión en la Biblia: a) La actividad cognoscitiva, b) La enseñanza. II. Dios, único maestro de Israel: 1. Yhwh conoce a su pueblo; 2. Dios instruye a Israel; 3. Un pueblo en la escuela de Dios; 4. Los intermediarios de la enseñanza de Yhwh; 5. El conocimiento de Yhwh; 6. Dios, maestro de los últimos tiempos. III. La enseñanza de Jesús y de los apóstoles: 1. La vida pública de Jesús: a) Jesús maestro, b) Los discípulos de Jesús; 2. La pedagogía de Jesús según los sinópticos: a) Jesús, mesías escondido (Marcos), b) El nuevo Moisés (Mateo), c) El profeta de los últimos tiempos (Lucas); 3. El conocimiento de Dios en el mensaje de Pablo; 4. La enseñanza divina según Juan; 5. Conocimiento y sana doctrina en las demás cartas del NT. IV. Conclusión.


I. INTRODUCCIÓN. El acceso a la instrucción ha sido desde siempre una prerrogativa de grupos restringidos de personas, que han administrado como algo suyo los aspectos más importantes de la vida política, social y religiosa. Solamente en los tiempos modernos la instrucción se ha puesto al alcance de capas cada vez más amplias de la población mundial. Al mismo tiempo, el enorme desarrollo de los medios de comunicación social ha hecho posible la difusión de un caudal inmenso de datos, de informaciones y de conocimientos que antes estaban reservados a unos círculos restringidos de especialistas.

La mayor difusión de este tipo de cultura no ha resuelto, sin embargo, el problema fundamental de la formación integral de la persona humana, que corre siempre el peligro de verse ahogada por la avalancha de informaciones que llegan hasta ella, sin lograr asimilarlas y utilizarlas para su crecimiento intelectual y espiritual. Así pues, en nuestra sociedad se plantea de forma cada vez más urgente el problema de cómo transmitir no sólo ciertos datos y nociones, sino también principios y valores de fondo que ayuden a la persona a organizar el material informativo y a servirse de él a fin de crear mejores condiciones de vida para sí mismo y para los demás.

Un problema análogo es el que se plantea en el terreno religioso. Las nociones y los modelos de comportamiento que en el pasado se transmitían de generación en generación, confrontados con otras infinitas ideas y posibilidades, pierden aquel carácter absoluto que parecían tener. Surge entonces la necesidad de presentar el mensaje cristiano de una forma nueva que logre crear convicciones profundas y personales y al mismo tiempo sugiera modelos de comportamiento adecuados a las situaciones siempre nuevas de la vida.

El problema de la formación integral de la persona humana sólo puede enfrentarse y resolverse replanteándose con seriedad todo el problema del conocimiento y de su transmisión. Este esfuerzo es tanto más urgente cuanto que el mundo occidental, bajo el influjo de la cultura y de la mentalidad griega, descuidó quizá aspectos importantes de este proceso, que están quizá más valorados en otras culturas, como, por ejemplo, la bíblica. Por consiguiente, es importante volver a la Biblia no sólo para renovar los métodos de la enseñanza catequética y teológica, sino también para sacar de ella perspectivas y estímulos en orden a un replanteamiento de la pedagogía en todos los niveles.

1. LA ENSEÑANZA EN EL MUNDO GRIEGO. En el mundo griego el conocimiento, expresado con el verbo ghinóskó y sus derivados, es el acto por el que una realidad externa (persona o cosa), después de haber sido percibida por medio de los sentidos, es apropiada por el entendimiento. Por consiguiente, el conocimiento llega a identificarse con la comprensión profunda de una cierta realidad, y en consecuencia con la capacidad de juzgar y de discernir entre realidades diversas. Además, si tiene como objeto a una persona, el conocimiento puede asumir un matiz de confianza y de amistad con ella. Es importante observar que el objeto del conocimiento puede ser no sólo una realidad concreta, sino también una idea presente en la mente del sujeto. En este caso tenemos un conocimiento de tipo especulativo, que encuentra su máxima aplicación en el campo filosófico.

En el período helenista, el significado del conocimiento no cambia sustancialmente. Sin embargo, se abre camino una tendencia que desembocará más tarde en el movimiento "gnóstico" del siglo II d.C., en virtud de la cual el verdadero conocimiento (gnósis) no es ya el resultado de una búsqueda intelectual, sino el objeto de una revelación divina alcanzada a través de los gestos sacramentales, de la magia, del misticismo o de las especulaciones pseudofilosóficas. El conocimiento gnóstico tiene por objeto a Dios mismo, la divinidad original del alma y su caída en el cosmos material hostil a Dios; precisamente a través de este conocimiento el alma se libera de la materia y encuentra el camino de retorno a la esfera divina.

El acto de enseñar se expresa en griego con el verbo didáskó, que se usa en el sentido de "instruir" a alguien o de "enseñar" alguna cosa. Por medio de la enseñanza, el maestro (didáskalos) comunica no sólo habilidades artísticas o técnicas, sino también conocimientos, ideas y valores. Raras veces se habla de una enseñanza por parte de los dioses. El aprendizaje se indica más bien con el verbo manthánó, que asume un matiz especial en el terreno especulativo: para Sócrates, aprender significa penetrar en la esencia de las cosas, a fin de llegar así al conocimiento de la ética, de donde saca inspiración la praxis; Platón opina que el aprendizaje es fruto del recuerdo de un saber inconscientemente presente en el hombre. En los filósofos posteriores manthánó indica ordinariamente la adquisición de un conocimiento teórico. El que se une a un maestro para ser guiado en el aprendizaje de ciertas capacidades o conocimientos es un alumno (mathétis); pero con Sócrates este término viene a indicar más bien al "discípulo", es decir, al que en vez de aprender del maestro tiene que penetrar con él en la esencia de las cosas.

Afín al concepto de enseñanza es el de "educación" (paideía); antiguamente la paideía consistía en dar a conocer a los jóvenes aristócratas las tradiciones, las costumbres y las leyes de la pólis. A los sofistas se debe la difusión de la educación, aunque con criterios más bien nocionales; a ellos se opuso Sócrates, afirmando que el educador, sirviéndose del diálogo como instrumento, tiene que hacer que el discípulo llegue al conocimiento del bien para que pueda actuar de forma recta. Tanto Platón como Aristóteles desarrollaron la intuición de Sócrates, poniendo la educación de los ciudadanos en la base de su estado ideal. En el siglo I de nuestra era prevalece, finalmente, el modelo estoico, en virtud del cual la educación debe tender a la formación del jefe, que sabe ser responsable ante sí mismo y ante la razón.

En el pensamiento griego el conocimiento es, por tanto, un proceso intelectual, a través del cual el hombre, después de haber entrado en contacto con la realidad externa, se la apropia y la reexpresa a través de ideas y de conceptos, pero sin quitarle su carácter "objetivo". Todo lo que implica deseo, posesión, compromiso con lo que ha sido conocido de este modo, queda reservado a otras facultades, llamadas apetitos, que se consideran claramente inferiores al entendimiento. Lo mismo puede decirse a propósito de la enseñanza, cuya finalidad es no tanto estimular la voluntad del alumno, sino más bien poner en movimiento un proceso intelectivo similar a aquél por el que atravesó el maestro. Efectivamente, es en el conocimiento, cuyo objeto último es el bien, en donde tendrá origen toda una serie de decisiones de las que dependerá el recto obrar de la persona.

2. EL CONOCIMIENTO Y SU TRANSMISIÓN EN LA BIBLIA. Si se pasa del mundo griego al mundo bíblico, se ve inmediatamente que tanto el conocimiento como la enseñanza llegan a asumir matices y significados mucho más amplios y complejos.

a) La actividad cognoscitiva. El conocimiento se expresa en hebreo con los términos derivados de la raíz yd`. Ésta puede indicar, lo mismo que el verbo griego "conocer", la percepción de la realidad externa que se obtiene mediante el uso de los sentidos y de la experiencia directa (cf Gén 8,11; 1Sam 22,3), o bien el conocimiento obtenido mediante la búsqueda y la reflexión, es decir, el acto de reconocer y de comprender (cf Gén 42,33; Is 41,22). Esta misma raíz puede indicar también el resultado del conocer, es decir, el saber (cf Gén 12,11; 20,7), o bien la capacidad de distinguir correctamente las cosas (cf Gén 4,11; 2Crón 12,8) y de discernir el bien del mal (cf Dt 1,39; 2Sam 19,36 y, según algunos autores, Gén 2,9.17; 3,22).

Junto a estos significados, que son también propios del conocimiento griego, la raíz yd` tiene algunos otros que se apartan más o menos del primordial. A veces se usa para indicar la posesión de una habilidad o competencia particular, como, por ejemplo, la caza (Gén 25,27), el arte de navegar (1 Re 9,27), la técnica del escribir (Is 29,11-12), el arte de tocar el arpa (lSam 16,16.18). Otras veces el conocimiento llega a coincidir con la experiencia personal de una realidad propia de la vida humana, como la falta de hijos (Is 47,8), el dolor (Is 53,3) o la venganza (Ez 25,14). Finalmente, el conocimiento puede indicar el interés que uno demuestra por un objeto, pidiendo cuentas de él (cf Gén 39,6.8) o intentando comprender su entidad (cf Sal 31,8).

Cuando se trata de una persona, conocer puede consistir en estar informado sobre su pasado o sobre sus méritos (cf Ex 1,8) o tener trato familiar con ella (cf Dt 22,2), habiendo experimentado ya sus cualidades personales (cf 2Sam 3,25); pero sobre todo significa preocuparse por el otro, atender a sus necesidades (cf Dt 33,9; Is 63,16). Este carácter interpersonal del conocimiento hace que la raíz yd` pueda usarse para indicar la relación sexual entre el hombre y la mujer (cf Gén 4,1.17.25). Nótese, finalmente, que, en sentido absoluto, el conocimiento puede indicar el arte de vivir propio del sabio (cf Dan 1,4; Sal 73,22).

Todos estos significados que el hebreo capta en la raíz yd` nos hacen comprender cómo para él el conocimiento abraza toda la esfera afectiva y decisional que los griegos reservaban a otras facultades. Conocer llega entonces a indicar no sólo la percepción de una realidad, sino también el dejarse afectar por ella de todas aquellas maneras que van de la percepción a la posesión del objeto conocido. Por eso mismo la fuente de donde procede el conocimiento no es para los hebreos la inteligencia, sino el corazón (cf Prov 3,1; 7,2-3), es decir, la facultad de donde proceden no sólo los pensamientos y los juicios, sino también los deseos y las opciones que van determinando todas las partes integrantes de la existencia humana.

b) La enseñanza. La presencia de estructuras escolares está atestiguada en Israel desde los tiempos más remotos; a ellas se refieren algunos textos bíblicos, a los que se ha añadido recientemente el descubrimiento de algunos restos arqueológicos. Pero se sabe muy poco de los métodos que se usaban en la enseñanza. Sólo se pueden sacar algunas indicaciones del modo con que se usan en la Biblia las dos raíces que indican la enseñanza, o sea, Imd y yrh.

La raíz Imd se utiliza principalmente para indicar el aprendizaje o la adquisición de una capacidad mediante un ejercicio adecuado. Así, puede indicar el adiestramiento de los animales (cf el adjetivo "domado", en Os 10,11 y Jer 31,18), la instrucción en el arte militar (cf Jue 3,2; 2Sam 22,35; Is 2,4), en el canto de un poema (cf Dt 31,19.22) o en la escritura (Dan 1,4). A veces Imd puede indicar también la enseñanza dada por un sabio (cf Prov 5,13) o por el padre (cf Dt 11,19), o bien la orientación que se le da a alguien hacia una vida malvada (cf Jer 2,33), mentirosa (Jer 9,4) o idolátrica (Jer 9,13).

La raíz yrh, por el contrario, tiene más bien el significado de informar, instruir. Puede indicar la instrucción dada a los obreros por un artesano (cf Ex 35,34) o al rey por su diestra (Sal 45,5). Pero de ordinario se usa en los libros sapienciales para indicar la enseñanza (de aquí el término tórah, instrucción) impartida por el padre (cf Prov 4,1-2) o por la madre (cf Prov 1,8; 6,20), o más frecuentemente por el sabio (cf Prov 3,1; 7,2; 13,14), que por eso mismo es llamado móreh, maestro (cf Prov 5,13). Los libros sapienciales contienen amplias colecciones de máximas sacadas de la experiencia, que los sabios transmitían a los discípulos, a los que a menudo se dirigían de forma directa, llamándolos "hijos" (cf Prov 1,8.10; 2,1; 3,1). Por eso podemos suponerque en Israel fueron precisamente los sabios los que desempeñaban el papel de educadores de la juventud, papel que consistía esencialmente en hacer aprender toda una serie de dichos sapienciales de carácter eminentemente práctico, controlando su observancia en los diversos momentos de la jornada.

El carácter práctico de la enseñanza en Israel se deduce además del hecho de que la educación se designa a veces con la raíz ysr, que indica fundamentalmente castigo, incluso corporal (cf Prov 19,18; 29,17), y consiguientemente disciplina, que es el efecto provocado por él (cf Prov 4,13; 5,23). El objeto de la educación así entendida es la adquisición de la verdadera sabiduría (cf Prov 1,2-3), que coincide con el conocimiento y el temor de Dios (cf Prov 2,1-9) y que conduce a la plenitud de la vida (cf Prov 4,13; 10,17).

De estas breves indicaciones se puede deducir que la enseñanza en el mundo bíblico no tiende tanto a la formación intelectual del joven, sino más bien a una formación integral de la persona, insistiendo más en la voluntad que en la inteligencia. Tanto el conocimiento como la enseñanza incluyen, pues, toda la esfera de la experiencia, de la voluntad y de las relaciones sociales, asumiendo así un significado mucho más profundo y vital que el que estas actividades revisten en la cultura occidental. En esta línea se puede comprender el uso específico que la Biblia hace de estos conceptos en el terreno religioso.

II. DIOS, ÚNICO MAESTRO DE ISRAEL. La experiencia religiosa de Israel se desarrolla a partir de la ! alianza. Ésta consiste en una relación permanente que Yhwh establece con Israel después de haberlo liberado de la opresión de los egipcios, haciendo de él su pueblo (cf Ex 19,4-6; Dt 7,6-8; Jos 24,1-13).

La elección divina supone para Israel la exigencia de adherirse a Yhwh reconociéndolo como único Dios y amándolo con todo el corazón (Dt 6,4-5; cf Jos 24,14-24); es éste el primer mandamiento de la alianza, al que sigue toda una serie de preceptos religiosos y sociales, entre los cuales se le asigna un puesto central al / decálogo (Éx 20,2-17). Por su parte, Dios se compromete a bendecir al pueblo en caso de fidelidad, pero amenazándolo con los más severos castigos en caso de transgresión de sus preceptos (cf Dt 28).

La estructura de la alianza israelita muestra con claridad el carácter interpersonal y dinámico de las relaciones que ligan a Israel con su Dios. De aquí surge, por tanto, la exigencia de una constante comunicación y de una plena reciprocidad de actitudes y de opciones. No sorprende, pues, el hecho de que las relaciones entre Dios y su pueblo se hayan descrito a menudo con la terminología del conocimiento y de la enseñanza, que en el mundo bíblico tenía ya un profundo significado de relación y de intercambio interpersonal.

1. YHWH CONOCE A SU PUEBLO. La alianza es el fruto de una iniciativa libre y gratuita de Dios. Pues bien, es significativo que la decisión divina de liberar a Israel de la opresión de los egipcios se presente como un acto de conocimiento: "Dios miró a los israelitas y los atendió" (lit., "los conoció") (Ex 2,25). Pero el conocimiento divino puede tomar un significado más profundo, llegando a significar la elección como resultado de los actos salvíficos realizados por Yhwh en favor de Israel: "Sólo a vosotros escogí entre todas las familias de la tierra; por eso os pediré cuentas de todas vuestras iniquidades" (Am 3,2); "Habéis sido rebeldes al Señor desde el día mismo en que os conoció" (Dt 9,24). Un significado análogo tiene la expresión: "El Señor cuida (lit., "conoce") de los que a él se acogen" (Nah 1,7).

También la elección de cada individuo dentro del pueblo y las relaciones que Dios establece con ellos se definen a veces como un conocimiento. Así se dice de Abrahán que había sido escogido (lit. "conocido") por Dios (Gén 18,19); Moisés es conocido por Dios por su nombre (Ex 33,12.17), cara a cara (Dt 34,10); Jeremías fue conocido antes de ser formado en el seno maternal (Jer 1,5); David ve en la promesa que le ha hecho Natán una expresión del conocimiento que Dios tiene de él (2Sam 7,20). En todos estos casos el conocimiento de Dios implica un encargo que el elegido tiene que cumplir en favor de todo el pueblo.

El conocimiento que Dios tiene de Israel se extiende a todas las situaciones en que sus miembros llegan a encontrarse, así como a todos sus pensamientos y deseos más íntimos: "Señor, tú me has examinado y me conoces; sabes cuándo me acuesto y cuándo me levanto, desde lejos te das cuenta de mis pensamientos; tú ves mi caminar y mi descanso, te son familiares todos mis caminos" (Sal 139,1-3). Los israelitas apelan con frecuencia en su oración a este conocimiento, que es fruto de familiaridad y de amor, para probar su propia inocencia (cf Jer 12,3; Sal 40,10; Job 31,6), para invocar una nueva intervención salvífica (Jer 15,5; Sal 69,20), para confesar sus propios pecados (Sal 69,6; cf Ex 32,22) o para pedir la corrección y la ayuda divina (Sal 139,23; 142,4). Dios mismo afirma que conoce íntimamente a Israel (cf Is 48,4; Ez 11,5; Am 5,12), subrayando a veces que ha alcanzado este conocimiento a través de las pruebas a las que lo ha sometido (cf Dt 8,2; 13,4; Jue 3,4).

En síntesis, el conocimiento que Dios posee de Israel no tiene nada de abstracto o de teórico, sino que consiste, por el contrario, en un compromiso directo en favor suyo, que se manifiesta en gestos prácticos de salvación y se concreta en una relación estable de fidelidad y de amor.

2. DIOS INSTRUYE A ISRAEL. El conocimiento que Dios tiene de Israel precisamente porque se realiza a través de una relación estable de alianza supone que Dios se da a conocer a su pueblo. Dios se revela a Israel ante todo manifestándole su nombre: "Yo soy el Señor; yo me aparecí a Abrahán, a Isaac y Jacob como po.deroso, pero no me di a conocer a ellos bajo mi nombre de Señor (Yhwh)"(Éx 6,3; cf Is 64,1; Sal 76,2). Y en realidad este nombre, explicado con la fórmula "Yo soy el que soy" (Ex 3,14), es, según la Biblia, la expresión más significativa y concisa del ser divino, entendido como "ser con" Israel para salvarlo.

Por eso mismo se comprende cómo son precisamente las obras salvíficas el medio que Dios ha escogido para dar a conocer a su pueblo el misterio más íntimo de su persona. A través de ellas Dios ha dado a conocer su salvación y su justicia (Sal 8,2; cf Le 1,77): "El reveló sus caminos a Moisés y sus portentos a los israelitas. El Señor es misericordioso y compasivo, el Señor es paciente y todo amor" (Sal 103,7-8; cf Ex 34,6-7). También en el futuro serán sus obras las que den a conocer su mano, es decir, su poder salvífico (Is 66,14; Jer 16,21; Sal 109,27).

Mediante sus obras Dios no sólo se da a conocer, sino que instruye a Israel, presentándose así como su único maestro. En efecto, es él el que adiestra las manos del rey para la guerra (2Sam 22,35; Sal 144,1), el que enseña a Israel su voluntad (Sal 143,10), su camino (Sal 25,4.9) y lo que le es provechoso (Is 48,17), Instruyéndolo con solicitud y cariño (Jer 32,33; cf Sal 71,17; 94,10.12).

En esta función pedagógica que le es propia, Dios es representado según los esquemas de la educación humana, que no ahorra correcciones y pruebas: "Reconoce en tu corazón que el Señor, tu Dios, te corrige como un padre lo hace con su hijo" (Dt 8,5). Pero es sobre todo el amor el medio del que Dios se sirve para educar a Israel: "Y yo enseñaba a Efraín a caminar, lo llevaba en brazos... Con cuerdas de cariño los atraía, con lazos de amor..." (Os 11,3a.4). El período del desierto es aquél en que Dios dio la primera educación a Israel, manifestándose por medio de sus prodigios y corrigiéndolo con pruebas y sufrimientos (Dt 11,2-7; cf 4,36).

La función de maestro propia de Yhwh no aparece sólo en los textos que hablan expresamente de ella; aflora también siempre que se le presenta como aquel que escoge y guía a Israel (Dt 32,10-12), como el que marcha delante de él en forma de columna de nube (Ex 13,21; Sal 78,14) o como el pastor que guía a su rebaño (Sal 23).

En conclusión, es importante subrayar el aspecto personal y dinámico de la enseñanza divina: Dios enseña, no comunicando nociones, sino dándose a conocer mediante sus obras. En otras palabras, Dios educa a su pueblo presentándose como un modelo que imitar: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lev 19,2). Solamente en este contexto es donde se comprende rectamente lo que es la enseñanza divina por excelencia, o sea, su ley.

3. UN PUEBLO EN LA ESCUELA DE DIOS. Todas las tradiciones del /Pentateuco han relacionado directa o indirectamente con la alianza sinaítica la mayor parte de los preceptos en que se basaba la existencia de Israel como pueblo de la alianza. Esta disposición del material legislativo, que tiene un carácter más bien teológico que histórico, se basa en la intuición según la cual también los preceptos forman parte de la revelación que Dios ha hecho de sí mismo a Israel.

Esta intuición hizo ciertamente que prescripciones de diversos tipos y de diverso origen llegaran a designarse en cierto momento con el término de tórah (cf Dt 4,8; Is 5,24; Jer 6,19; 8,8; Sal 78,5). Esta palabra se tradujo impropiamente por "ley" ya en la versión griega de los LXX. Su verdadero significado, según se deduce de los libros sapienciales, es el de "instrucción" (de la raíz yrh, instruir). Se ve entonces claramente que para Israel los preceptos divinos no eran tanto normas jurídicas cuanto enseñanzas que Yhwh, como aliado y maestro, le había impartido a manera de explicitación y concreción de la enseñanza contenida en las vicisitudes de la historia de la salvación. En otras palabras, los preceptos son una tórah en cuanto que expresan, en términos de comportamiento humano, lo que Dios mismo hizo por Israel y lo que Israel, a su vez, tiene que hacer para ser fiel a Dios.

Por eso se comprende cómo Israel, al contemplar precisamente las obras de Dios, se siente llamado a observar sus preceptos. En efecto, son éstos la vía maestra de la fidelidad a Yhwh y a ellos se refieren los autores sagrados cada vez que presentan al pueblo como un discípulo que tiene que aprender a obrar bien (Is 1,17), que tiene que aprender la justicia (Is 26,9.10) y la doctrina (Is 29,24), pero sobre todo que tiene que saber lo que es temer a Yhwh (Dt 4,10; 14,23; 17,19). Y los que recitan los salmos no dejan de pedirle a Dios que les enseñe sus decretos (Sal 119,12. 26.64) para ser capaces de observar su ley (Sal 119,33-34).

La vinculación que existe entre la historia y la ley explica igualmente la importancia que asume en la literatura deuteronomista y sacerdotal el concepto de recuerdo (memorial): Israel es muchas veces invitado a recordar las obras salvíficas de Yhwh, bien consideradas en sí mismas (Dt 7,18; 8,2.18; 15,15), bien actualizadas en una fiesta litúrgica (Ex 12,14; 13,3.9). Efectivamente, es este recuerdo constante el único medio capaz de provocar la fidelidad de Israel como fruto de reconocimiento y de imitación, y no de miedo o de interés.

Así pues, está claro que en la Biblia la historia y la ley son dos aspectos complementarios de la instrucción que Dios ha dado a su pueblo. En consecuencia, los preceptos divinos no se consideran nunca como una imposición o como un yugo pesado, sino que se aceptan con gozo como un medio eficaz de liberación tanto personal como comunitaria.

4. LOS INTERMEDIARIOS DE LA ENSEÑANZA DE YHWH. Para instruir y educar a su pueblo Dios se sirve de intermediarios. Entre ellos el primer puesto le corresponde a Moisés en su calidad de guía y de mediador de la alianza. En el momento de su vocación Dios le hace esta promesa: "Anda, yo estaré en tu boca ...y te enseñaré lo que has de decir" (Ex 4,12). En el Sinaí aparece como el maestro que instruye al pueblo en nombre de Dios: "...Yo te daré unas tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para instruirlos" (Ex 24,12). Su enseñanza queda sintetizada en el largo cántico que lleva su nombre, en el que predomina la narración de las obras divinas (Dt 32,1-43; cf v. 2). Por esta función privilegiada de intermediario y maestro, la ley de Dios es llamada también "ley de Moisés" (1Re 2,3; cf Dt 1,5; 4,8; Jos 1,7-8; Esd 7,6).

La enseñanza dada por Dios por medio de Moisés se transmite ante todo de padres a hijos. Al padre le corresponde la tarea de enseñar las palabras de Dios a sus hijos (Dt 6,7; 22,29; Sal 78,5) narrando, especialmente con ocasión de las fiestas principales del año, lo que Dios ha hecho por su pueblo (Ex 12,26; 13,8). La catequesis paterna consiste esencialmente, sobre la base de un sano método pedagógico, en ir respondiendo progresivamente a las preguntas que suele hacerle el niño (Dt 6,20-25).

Además se les reserva una tarea específica de enseñanza a los sacerdotes. Ellos son los depositarios de un conocimiento de Dios (Os 4,6; Mal 2,7) que tiene por objeto el derecho sacral en que se basa la existencia de Israel como pueblo de Dios. De ese conocimiento ellos sacan su enseñanza, llamada igualmente tórah (Os 4,6; cf Dt 33,10; Miq 3,11; Jer 18,18; Ez 7,26; Mal 2,7-9). Esta consistía originalmente en una breve instrucción sobre un tema particular eminentemente de carácter cultual (cf Lev 10,10-11; Ez 22,26; 44,23); pero con el tiempo la enseñanza de los sacerdotes se fue extendiendo a todos los terrenos relativos a la alianza de Dios con Israel (cf Os 4,6; Jer 2,8; 5,31). La tórah de los sacerdotes llega entonces a coincidir con la ley de Dios que ellos, en el contexto de las fiestas principales, anuncian al pueblo para instruirlo acerca de la voluntad de Dios (cf Dt 31,9-13).

También los profetas desarrollaban en Israel una función de enseñanza. Ocasionalmente su mensaje es llamado también tórah (cf Is 1,10; 8,16-20), en donde tórah se traduce a veces por "revelación"). Pero a diferencia de los sacerdotes, que se inspiran en la tradición recibida, los profetas son los portavoces de Dios, que les indica en cada ocasión lo que tienen que comunicar al pueblo (cf Dt 18,15-20).

Hay que recordar, finalmente, a los sabios, cuya enseñanza, como hemos visto más arriba, se designaba normalmente con el término de tórah. Los sabios eran estudiosos expertos en el arte de escribir (escribas) y se dedicaban, aparte de la colección de máximas, a la recopilación de las antiguas tradiciones de Israel. En este sentido Jeremías les reprocha haber reducido a mentira la ley (tórah) del Señor (Jer 8,8). Durante el destierro son precisamente estos escribas, sobre todo los de origen sacerdotal, los que llevan a cabo la recopilación de la ley (Pentateuco). Al final del destierro será Esdras, sacerdote y escriba (Esd 7,11), experto en la ley de Moisés (Esd 7,6), el que promulgue esta ley, fijada ya por escrito, en presencia de todo el pueblo de Jerusalén (Neh 8,1-4). Desde este momento será el escriba, doctor de la ley, el que desempeñe la función principal de intermediario de la enseñanza divina, que él presenta como interpretación de la ley escrita. Este escriba encuentra su modelo más significativo en el Sirácida, que saca su enseñanza de la ley, identificada ahora con la sabiduría divina (Si 24,2232). En el escriba tiene su origen la figura del rabbi (maestro), que ocupará un lugar de primer plano en la vida religiosa de los judíos en tiempos de Cristo.

No sólo los sabios, sino también los sacerdotes y los profetas desempeñaron una actividad educativa, dirigida al círculo restringido de unos discípulos. En efeoto, vemos que Samuel fue educado en el templo por el sacerdote Elí (1 Sam 2,11), y análogamente el rey Joás fue educado por el sacerdote Yehoyadá (2Re 12,3); además, es probable que los "hijos de los profetas" (2Re 2,3-18; 4,38-41; 6,1-2) no fuesen más que discípulos crecidos en su escuela, mientras que de discípulos en sentido propio habla por lo menos una vez Isaías (Is 8,16). Pero después del destierro serán ya solamente los escribas los que reúnan a su alrededor a jóvenes discípulos (talmîd) para transmitirles la enseñanza tradicional (que por eso mismo será llamada talmud, enseñanza) y convertirlos en sus continuadores en el estudio y la interpretación de la ley.

Las indicaciones que el AT nos ofrece sobre los intermediarios de la enseñanza divina muestran claramente que éstos no son, al menos hasta tiempos más recientes, estudiosos de profesión, sino más bien guías o dirigentes del pueblo, que desempeñaron una función de primer orden en la historia de la salvación. A ellos se debe el que la enseñanza divina haya mantenido a lo largo de los siglos ese carácter histórico y dinámico que tuvo desde el principio, sin reducirse al rango de simples doctrinas.

5. EL CONOCIMIENTO DE YHWH. La enseñanza dada por Dios directamente o por medio de los intermediarios establecidos por él tiene la finalidad de suscitar por parte del pueblo una respuesta de fe, que a menudo se describe como un acto de conocimiento. A veces se trata de reconocer las obras de Yhwh en cuanto inspiradoras de una conducta justa (Dt 11,2; Os 11,3; Is 41,20; Miq 6,5; cf Dt 8,5). Pero de las obras se pasa espontáneamente a conocer/ reconocer que Yhwh es Dios (Dt 4,39; cf Is 43,10; Sal 46,11; Ez 35,9; 36,23). De este modo se llega al conocimiento que tiene por objeto el nombre de Dios (lRe 8,43; Sal 9,11), o más directamente a Dios mismo (Os 6,6; 13,4; Jer 9,22-23; Dan 11,32; Sab 2,13); a veces se habla con el mismo significado de conocimiento en sentido absoluto (cf Is 1,3; 43,10).

El conocimiento de Dios, tal como aparece en la Biblia, no es un hecho puramente intelectual, sino más bien un compromiso personal que tiene su fundamento en el reconocimiento de las obras divinas y desemboca en la fidelidad y en la obediencia a su ley. En este sentido es significativo lo que dice Jeremías a propósito de tosías: "Hacía justicia al débil y al pobre y todo le iba bien. ¿No es eso conocerme? —dice el Señor—" (Jer 22,16). Se comprende entonces cómo la falta de conocimiento de Dios lleve consigo la transgresión de todos los mandamientos: "No existe ya fidelidad ni amor del prójimo, ni conocimiento de Dios en el país, sino juramentos falsos, mentiras, homicidios y robos, adulterios, violencias y sangre que provoca sangre" (Os 4,1-2). A menudo esta falta de conocimiento aparece como el pecado mayor (Os 8,1-2; Is 5,13; Jer 2,8; 8,7-8); cuando lo comete Israel, se pone en el mismo plano que los paganos, que por definición no conocen a Dios (Jer 10,25; Sal 79,6).

Esta manera de concebir el conocimiento de Dios se mantiene inalterada en los tiempos del judaísmo. Pero a veces en el judaísmo helenista, en contacto con la cultura griega, el conocimiento de Dios toma un matiz más intelectual, llegando a significar el reconocimiento de su existencia a partir de lo creado (Sab 13,1-9).

6. DIOS, MAESTRO DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. El conocimiento de Dios por parte del hombre se menciona la mayor parte de las veces para subrayar su ausencia y el rechazo que Israel ha opuesto a Dios durante toda su historia. Por eso se comprende que los profetas prefieran ver en el conocimiento de Dios una prerrogativa de los últimos tiempos, cuando Dios se manifestará de forma plena y definitiva como el verdadero maestro de Israel.

Según Oseas, el mismo Dios anuncia a Israel, su esposa infiel: "Me casaré contigo en la fidelidad, y tú conocerás al Señor" (Os 2,22). En Isaías la esperanza se ensancha: un día el templo de Dios será colocado en una situación elevada y todos los pueblos subirán a él para ser instruidos por Dios y aprender su ley (Is 2,2-5). El mismo profeta afirma que será un descendiente de David aquél en quien descansará el Espíritu de conocimiento y de temor del Señor y el que difundirá ese conocimiento del Señor por todo el país (Is 11,2.9; cf 33,6). Finalmente, es Isaías el que, a pesar de anunciar una gran tribulación, le asegura a Israel: "Tu maestro no se esconderá más, sino que tus ojos le verán" (Is 30,20).

El profeta Jeremías, por su parte, anuncia que en los últimos tiempos Dios establecerá con los hijos de Israel una nueva alianza, dentro de la cual escribirá su ley en su corazón, es decir, en lo que, según la Biblia, es el órgano mismo del conocimiento; en consecuencia, afirma: "No tendrán ya que instruirse mutuamente, diciéndose unos a otros: `¡Conoced al Señor!', pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor —dice el Señor—, porque perdonaré su crimen y no me acordaré más de sus pecados" (Jer 31,34). La enseñanza escatológica de Yhwh no consiste en la comunicación de nuevas doctrinas o preceptos, sino en una transformación del corazón, que hará al pueblo capaz de observar plenamente la ley de Dios. Este cambio del corazón es atribuido por Ezequiel a la obra del Espíritu (Ez 36,26-27), que aparece así como el maestro interior del pueblo. Por medio del Espíritu Yhwh desempeñará algún día directamente la función de pastor de Israel (Ez 34,11-16; cf Jer 23,3; 31,10).

En el Déutero-Isaías aparece la figura del siervo de Yhwh, que es enviado a llevar la enseñanza (tórah) divina hasta las islas más lejanas (Is 42,4; cf 49,6); él puede hacerlo porque es el modelo perfecto del discípulo, que escucha y proclama incansablemente la palabra de Dios (Is 50,4). Su sufrimiento es presentado como un castigo (músar, corrección, disciplina) que nos da la paz (Is 53,5) y como un medio que le proporciona un conocimiento pleno (Is 53,11). De esta forma, el siervo se convierte en el mediador final del conocimiento de Dios. En efecto el profeta anuncia a Jerusalén: "Tus hijos serán todos discípulos del Señor" (Is 54,13).

En este contexto de anhelos y de esperanzas hay que leer igualmente aquellos textos sapienciales en los que la sabiduría de Dios aparece como una persona divina que guía la historia de la salvación (Sab 10,1-11) e instruye a los hombres en los senderos de Dios (Prov 8,1-11. 32-36; 9,1-6; cf Sab 7,21; 9,18), llegando de esta forma a identificarse con la ley (Si 24,1-22; Bar 4,1). En la sabiduría es Dios mismo el que se convierte en maestro de Israel, guiándolo a la observancia de su ley.

En conclusión, Yhwh se presenta en el AT no sólo como el salvador, sino también como el maestro de Israel, que instruye a su pueblo haciéndose conocer por medio de sus obras y de su ley y conduciéndolo por el camino de la fidelidad y de la obediencia. La enseñanza divina se lleva a cabo en la historia por medio de intermediarios, mientras que para los últimos tiempos se preanuncia una intervención directa de Yhwh en la intimidad de los corazones mediante el Espíritu y la sabiduría. Israel se presenta así como un pueblo de discípulos, aun cuando esta prerrogativa no alcanza su pleno cumplimiento hasta la llegada de los últimos tiempos.

III. LA ENSEÑANZA DE JESÚS Y DE LOS APÓSTOLES. El conocimiento y el proceso mediante el cual se comunica este conocimiento siguen manteniendo en el NT las características de dinamicidad y de interpersonalidad que estos conceptos revisten en el AT. Pero hay ahora una importante novedad: todo el tema del conocimiento y de la enseñanza se centra ahora en la persona de Jesucristo, en el que se ve el cumplimiento de las promesas relativas a la intervención final de Dios come maestro de su pueblo.

1. LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS. No siempre le resulta fácil al historiador reconstruir con seguridad los momentos y los aspectos característicos de la carrera terrena de Jesús [1 Jesucristo]. Pero hay una cosa segura: Jesús se presentó a sus contera. poráneos como un predicador itine. rante, que anunciaba la venida de reino de Dios y enseñaba a las gente: sobre las exigencias de Dios en ls hora última de la salvación (M( 1,15).

a) Jesús maestro. Aunque no pa rece que Jesús asistiera a las escuela rabínicas de la época, todos los evan gelistas están de acuerdo en presenta: a Jesús como un maestro. Efectiva mente, a menudo lo encontramos de dicado a enseñar en lugares público (Mc 4,1), en las sinagogas (Mc 1,21 Jn 6,59) y en el templo (Mc 11,17; M 21,2; Jn 7,14). Sus palabras ilumina doras van tocando los problema más acuciantes de su tiempo, como por ejemplo, las prácticas religiosas la familia, los preceptos morales, la relaciones con el poder político Como método pedagógico, hace am plio uso de las parábolas, con las qu abre incluso para las mentes más sen cillas los misterios del reino de Dio (cf Mc 4,33).

Como los maestros de su tiempo Jesús aparece desde el principio rodeado de discípulos (cf Mc 1,16-2( 2,13-14; 3,13-19) y no elude la confrontación y la discusión con los otros maestros, los escribas (cf M 3,22-23; 12,28-34). Los evangelios recuerdan en varias ocasiones que fue llamado rabbi, bien por sus discípulos (Mc 9,5; 11,21; 14,45), bien por otras personas (Mc 10,51), pero más a menudo traducen este título honorífico con el término griego didáskalos, maestro, que todos utilizan normalmente cuando se dirigen a él.

Mas por otra parte hemos de dar crédito a los evangelistas cuando afirman que la gente encontraba profundas diferencias entre Jesús y los escribas. Marcos observa que sus oyentes "se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley" (Mc 1,22; cf v. 27). Esta sensación de la gente común encuentra una confirmación en las palabras de los fariseos que le interrogan sobre el pago del tributo a los romanos: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa nada el qué dirán, porque no tienes respetos humanos y enseñas de verdad el camino de Dios" (Mc 12,14). De todos los pasajes del evangelio se deduce con claridad que la diferencia entre Jesús y los escribas consistía sobre todo en el hecho de que, mientras éstos transmitían las enseñanzas de los doctores que les habían precedido, Jesús anunciaba con autoridad propia la voluntad de Dios.

El origen de la autoridad de Jesús se explica en un pasaje que, a pesar de su claro sabor joaneo, presenta caracteres innegables de autenticidad: "Mi Padre me ha confiado todas las cosas; nadie conoce perfectamente al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera manifestar" (Mt 11,27; cf Lc 10,22); es precisamente esta relación íntima con el Padre, expresada en los términos bíblicos del conocimiento, lo que garantiza el carácter sobrenatural de la enseñanza de Jesús. En la última cena, refiriéndose a las grandes profecías de la nueva alianza y del siervo de Yhwh (Lc 22,20 par; ICor 11,24-25), anuncia implícitamene que, mediante su muerte y mediante la memoria que de ella harán sus discípulos, el conocimiento personal y vivo de Dios se difundirá por todo el mundo.

b) Los discípulos de Jesús. Jesús, a pesar de tener discípulos como los demás escribas, se distinguía de éstos por la relación que mantenía con ellos. En efecto, mientras que los escribas reunían en torno a sí a los jóvenes que deseaban hacerse a su vez maestros, Jesús escoge él mismo a sus discípulos entre personas adultas y entregadas ya a una actividad profana (cf Mc 1,16-20; 2,13-14). Les pide una separación radical de la vida precedente y una adhesión total a él y a su mensaje (Mc 8,34; 10,17-21; Lc 9,57-62; cf Mt 8,18-22). Y los manda como representantes suyos a predicar y a echar los demonios (Mc 6,6-13; Mt 9,35-10,25; Lc 9,1-6; 10,1-16).

Los datos que nos ofrecen los evangelios llevan a la conclusión de que los discípulos de Jesús no eran, como los de los escribas, alumnos destinados a hacerse maestros y a transmitir las enseñanzas recibidas, sino más bien seguidores, enviados a anunciar con la palabra y con la vida, en nombre de Jesús, su mensaje. En su experiencia se repite y llega a su cumplimiento en toda su radicalidad y totalidad el camino de fe recorrido por Israel bajo la guía de Yhwh [l Apóstol/discípulo].

2. LA PEDAGOGÍA DE JESÚS SEGÚN LOS SINÓPTICOS. Los /evangelios sinópticos fueron escritos en una época posterior a la de los primeros testigos de la vida de Jesús. Por tanto, es comprensible que cada uno de los evangelistas, aunque utilizando un material ampliamente tradicional, presente la figura de Jesús maestro dentro de una perspectiva que le es propia y que le sugiere, aparte de su personal intuición de fe, la reflexión propia de la comunidad en que vive y actúa.

a) Jesús, mesías escondido (/Marcos). La perspectiva dentro de la cual presenta el segundo evangelista la persona y la obra de Jesús es la del secreto mesiánico. Desde el principio se señala a Jesús como el Hijo de Dios, tanto por el evangelista (1,1), como por el Padre (1,11). Pero Jesús no hace valer esta dignidad; se limita a anunciar el reino de Dios (1,15), con gestos y palabras (1,14-8,26). Entretanto surge el interrogante sobre su identidad (1,27; 2,7; 4,41; 6,2). Pero Jesús no da ninguna respuesta; más aún, impide que el endemoniado hable (1,24-25.34; 3,12) y procura mantener ocultos sus milagros (1,44; 5,43; 7,36; 8,26).

El secreto llega a su cumbre cuando Pedro proclama a Jesús como mesías, y éste le ordena que no se lo diga a nadie (8,27-30). Desde ese momento Jesús abandona a la gente y se dedica a la instrucción de sus apóstoles, presentándose a ellos como el Hijo del hombre que tiene que sufrir, morir y resucitar (8,31; 9,31; 10,33-34). En este contexto, la voz del Padre lo proclama nuevamente como su Hijo querido (9,7). El secreto mesiánico sólo se rompe cuando Jesús, una vez reconocido como hijo de David por el ciego Bartimeo (10,47-48), hace su entrada mesiánica en Jerusalén (11,8-10) y proclama él mismo su dignidad mesiánica ante el sumo sacerdote (14,61-62) y ante Pilato (15,2). Por eso es crucificado; pero precisamente en el momento de su muerte es reconocido como Hijo de Dios por el centurión romano (15,39).

Esta presentación de Jesús como el mesías escondido que se revela en la cruz es fruto de una profunda reflexión sobre el método seguido por él en su enseñanza. En efecto, el evangelista desea subrayar que el reino de Dios y la verdadera identidad del que lo anuncia no se revelan tanto en sus prodigios y en sus palabras cuanto más bien en la única palabra de la cruz, de la que todo lo demás recibe luz y significado.

b) El nuevo Moisés (/Mateo). A diferencia de Marcos, Mateo presenta a Jesús desde el principio como el mesías anunciado por los profetas (1,20-23), a quien corresponde la tarea de instruir a la humanidad sobre la voluntad última y definitiva de Dios (3,15). Este es el motivo por el cual el primer evangelista subraya de forma particular la enseñanza de Jesús, condensándola en cinco grandes discursos, que constituyen algo así como el esqueleto de su obra (5,1-7,29; 9,37-11,1; 13,1-52; 18,1-35; 24,1-25,46).

Entre los discursos de Jesús ocupa un puesto especial el "sermón de la montaña" (5,1-7,29), en donde Jesús se presenta como el nuevo Moisés que promulga la nueva ley, en la que encuentra su cumplimiento la ley antigua (5,17-20); la nueva ley alcanza su síntesis más completa en el precepto del amor (7,12; cf 22,37-40). A diferencia de los escribas y fariseos, Jesús habla en nombre propio ("Sabéis que se dijo... Pero yo os digo...") y pone de relieve el carácter radical de la voluntad divina, pidiendo a sus discípulos que imiten a Dios mismo, haciéndose perfectos como él (5,21-48). En efecto, para entrar en el reino no basta con decir "Señor, Señor", sino que hay que escuchar la palabra de Jesús y ponerla en práctica (7,21-27).

Para Mateo los discípulos constituyen la verdadera familia de Jesús, en la que todos se comprometen a cumplir bajo su guía la voluntad del Padre (12,49-50); en su escuela es donde el discípulo aprende a ser perfecto como el Padre (19,21; cf 11,29). Así pues, el grupo de discípulos constituye ya en germen la Iglesia, depositaria y anunciadora del mensaje de Jesús, que es su único maestro (23,8-10); después de su desaparición, los discípulos deberán hacer nuevos discípulos (28,19), los cuales serán a su vez discípulos de Jesús y tendrán que aprender a observar todo lo que él ha ordenado (28,20).

c) El profeta de los últimos tiempos (/Lucas). La enseñanza de Jesús es presentada por el tercer evangelista en clave eminentemente profética. A su regreso a Galilea después del bautismo de Juan, Jesús se presenta por primera vez en público como el profeta elegido por Dios y dotado del Espíritu para llevar la buena noticia a los pobres (4,16-27). La presencia de Espíritu, anunciado ya por los profetas como el maestro escatológico de Israel, acompaña y cualifica su anuncio (4,14.18; 10,21). El carácter autoritario y definitivo de su obra queda debidamente subrayado en la escena de la transfiguración: Moisés y Elías, los dos profetas esperados para los tiempos mesiánicos, han desaparecido ya cuando la voz del cielo anuncia: "Este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo" (9,33-35). Así pues, solamente Jesús es el profeta que anuncia de modo definitivo el reino de Dios.

También la muerte de Jesús es presentada en perspectiva profética: Jesús sale como profeta al encuentro del destino que le aguarda en Jerusalén (13,33.34). En el trasfondo está la experiencia del profeta siervo de Yhwh que Jesús tiene que recorrer hasta el fondo (cf 17,25). Aunque desanimados y desilusionados, los discípulos de Emaús no vacilan en recordar a Jesús como "un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo" (24,19); igualmente en cualidad de profeta Jesús explica las Escrituras, primero a ellos (24,25-27) y luego a los "once" (24,44-45), enviándolos como testigos guiados por el Espíritu a predicar la conversión y el perdón de los pecados (24,47-49).

En el libro de los /Hechos de los Apóstoles Lucas muestra cómo la enseñanza de Jesús llega hasta los últimos confines del mundo por medio de los apóstoles y de Pablo (1,8; 28,31). Por eso se los presenta muchas veces en el acto de enseñar (2,42; 5,21.25.42; 13,14); pero su enseñanza no se hace en nombre propio, sino en nombre de Jesús (4,18), y tiene como contenido esencial su persona (13,12) y las cosas relacionadas con él (18,25; 28,31). La enseñanza de los apóstoles va a la par con su testimonio y con su predicación, guiada y sostenida continuamente por la presencia eficaz del Espíritu Santo (2,4; 4,8; 6,10; 8,29.39; 13,9).

Como efecto de la predicación de los apóstoles se desarrolla, según los Hechos, la comunidad primitiva, cuyos miembros son llamados "discípulos", no ciertamente de los apóstoles, sino de Jesús (cf 6,1.2.7; 9,1-26). Estos discípulos no son sino los "cristianos" (11,26), que prosiguen en el tiempo y en el espacio la comunidad de los primeros discípulos reunidos en torno a Jesús.

La presentación de la enseñanza de Jesús por parte de cada evangelista se refiere al papel representado en el AT por los diversos mediadores de la enseñanza dada por Dios a su pueblo. Está claro que en esta perspectiva el interés se desplaza insensiblemente del mensaje a la persona que lo transmite.

3. EL CONOCIMIENTO DE DIOS EN EL MENSAJE DE /PABLO. El tema del conocimiento de Dios, más bien marginado en los sinópticos, vuelve a aparecer en Pablo bajo el impulso del choque-encuentro con el mundo griego. Frente a la exaltación de un conocimiento religioso de tipo intelectual, considerado como el medio más eficaz de conseguir la salvación, Pablo afirma con energía que el mundo, es decir, la humanidad no creyente, no ha conocido a Dios (1 Cor 1,21; cf 2,8.11.14; Gál 4,8; Rom 1,28). Nd es que haya faltado cierto conocimiento intelectual tanto entre los paganos (Rom 1,19-21) como entre los judíos (2,18.20-21; cf 10,2-3); pero todos ellos no supieron alcanzar el conocimiento pleno que lleva consigo la glorificación y el agradecimiento (Rom 1,21-23).

Así pues, la salvación no tiene su origen en un conocimiento que el hombre alcance con sus fuerzas, sino en un acto de la misericordia de Dios, en el que se encuentra de forma plena la sabiduría y el conocimiento (Rom 11,33); en efecto, él fue el que primero conoció a los creyentes (lCor 8,3; 13,12; Gál 4,9; Rom 8,29). De este gesto salvífico de Dios es de donde se deriva para el hombre el verdadero conocimiento, que tiene como objeto a Dios (Gál 4,9; cf lCor 13,12). Este conocimiento, del que se deducen luego las opciones prácticas del creyente, tiene que seguir los mismos pasos que el amor (lCor 13,2), puesto que sin él cualquier sabio corre el peligro de henchirse de orgullo (ICor 8,1) y de escandalizar a los hermanos más débiles (lCor 8,7.11). Finalmente, el conocimiento está destinado a realizarse plenamente sólo en el reino (ICor 13,12).

El verdadero conocimiento se lo da Dios a los creyentes por medio de Cristo, que es la manifestación en la tierra de la sabiduría increada de Dios, para enseñar a los hombres sus caminos (1Cor 1,24.30). El realiza esta tarea por medio del Espíritu (lCor 2,10-16; cf 2Cor 3,3), que es el artífice de la nueva alianza anunciada por los profetas (2Cor 3,6). Por eso mismo, la ley antigua, que se ha convertido ya en letra muerta por causa del pecado, es sustituida por el Espíritu enviado por Cristo (2Cor 3,6; Rom 2,29; 7,6), con cuya obra interior va tomando forma la ley, es decir, la enseñanza de Cristo (Gál 6,2; cf Rom 3,27). Así pues, Pablo puede afirmar: "La ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte" (Rom 8,2), mostrando así que el Espíritu es el maestro interior del creyente, que lo guía en su camino hacia el Padre (cf Rom 5,5; 8,4-16; Gál 4,5-7).

El giro radical impreso por Cristo a la historia de la salvación hace que en adelante el conocimiento de Dios se identifique con la obediencia a Cristo (2Cor 10,5) y con su conocimiento: Dios ha hecho brillar en nuestros corazones "el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo" (2Cor 4,6) y difunde por medio de los apóstoles el perfume del conocimiento de Cristo en el mundo entero (2Cor 2,14). De esta forma el conocimiento de Cristo se convierte para Pablo en el bien supremo: va a la par con el amor y con la fe en él y supone la plena asimilación a su muerte y resurrección (Flp 3,811). En esta perspectiva se comprende que Pablo afirme haber sido adoctrinado por Cristo (Gál 1,12), pero sin aludir más que de pasada a la enseñanza que él mismo imparte (1Cor 4,17; 14,19), aun reconociendo la presencia en la comunidad de personas que tienen el encargo de enseñar (1 Cor 12,2829; 14,6.26; Rom 6,17; 12,7; Gál 6,6).

En conclusión, en la visión de Pablo el conocimiento de Dios es el resultado de un encuentro personal con Cristo, que mediante el Espíritu desempeña el papel de maestro escatológico del pueblo de Dios.

4. LA ENSEÑANZA DIVINA SEGÚN /JUAN. Los escritos joaneos, más aún que las cartas paulinas, utilizan el tema bíblico del conocimiento y de la enseñanza para dibujar la acción salvífica de Dios en Jesucristo; es éste un claro indicio de la presencia de tendencias gnósticas, en función de las cuales elabora su pensamiento el evangelista.

El término "conocer" lo utiliza Juan para describir la relación que une a Jesús tanto con el Padre como con los que le siguen: "Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y ellas me concen a mí, igual que mi Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre" (Jn 10,1415). Respecto a su relación con el Padre, Jesús afirma: "Yo lo conozco, porque procedo de él y él me ha enviado" (7,29); "Lo conozco y guardo su palabra" (8,55). El conocimiento que el Padre tiene del Hijo significa, por tanto, elección y envío, mientras que el del Hijo significa fidelidad plena y obediencia total. Esta se presenta como el resultado de una enseñanza: "Nada hago por mi cuenta, sino que digo lo que me enseñó el Padre (8,28). Está claro que la enseñanza del Padre no tiene nada de abstracto y de teórico, sino que es más bien el fruto de una íntima comunión de vida.

La finalidad por la que el Hijo ha venido al mundo es la de comunicar a los hombres la enseñanza que ha recibido del Padre: "Esta doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. El que quiera hacer la voluntad de Dios conocerá si mi doctrina es de Dios o si hablo por mi cuenta" (7,1617). Tampoco aquí se trata de una enseñanza de tipo doctrinal, sino de la revelación de la relación única que une al Hijo con el Padre: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed en las obras, para que sepáis y reconozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (10,3738). Esta revelación, por otra parte, no se hace con palabras, sino mediante el don que Cristo hace de su vida por sus ovejas (10,15); en efecto, este don no es más que la expresión, en términos humanos, del conocimiento que el Hijo tiene del Padre.

La enseñanza de Jesús provoca en los hombres la respuesta de la fe, que se define igualmente en términos de conocimiento: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen" (10,27); "Nosotros creemos y sabemos que eres el santo de Dios" (6,69). Aceptando la enseñanza de Jesús los creyentes entran en una relación íntima de comunión con él y con el Padre: "Si os mantenéis firmes en mi doctrina, sois de veras discípulos míos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres" (8,3132); "Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre. Y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto" (14,7). Conocer al Padre significa para Juan creer en su amor y permanecer en él (1 Jn 4,16), y tiene como consecuencia el compromiso pleno en la relación que él tiene con el Hijo: "Aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20; cf 1Jn 4,15). En realidad, es el mismo Padre el que atrae a los hombres a Cristo para poder conducirlos hacia sí (Jn 6,65).

Para realizar plenamente su proyecto, el Padre manda a través de Cristo su Espíritu Santo: "El Espíritu Santo, el que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho" (14,26); "Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras. El me honrará a mí, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará" (16,13-14). Así pues, el Espíritu es, como para Pablo, el maestro que realiza en lo íntimo de los corazones el conocimiento escatológico de Dios que vino a traer Cristo.

En este contexto se comprende por qué el mundo, entendido como la humanidad pecadora, no conoció ni a Cristo (1,10), ni a Dios (17,25; cf 7,28; 1Jn 3,6), ni a los creyentes en Cristo (IJn 3,1). Por el contrario, el que conoce a Dios y a su enviado, Jesucristo, tiene la vida eterna (Jn 17,2-3). A los discípulos, que han tenido la experiencia directa del "verbo de la vida", se les ha dado el encargo de anunciárselo a todos los hombres, para que éstos, entrando en comunión con ellos, puedan ser a su vez acogidos en la comunión del Padre y del Hijo (Un 1,1-4).

Como puede constatarse fácilmente, el tema del conocimiento y el tema paralelo de la enseñanza desempeñan una función central en los escritos joaneos. Si es verdad que esto pudo deberse a ciertos influjos gnósticos, hay que reconocer, sin embargo, que sus contenidos se derivan sustancialmente del AT. Para Juan está realmente claro que en la enseñanza de Jesús y en el envío del Espíritu se realiza plenamente, en armonía con las promesas de los profetas, aquel conocimiento profundo y vital que había comenzado a darse entre Dios y su pueblo en el contexto de la alianza.

5. CONOCIMIENTO Y SANA DOCTRINA EN LAS DEMÁS CARTAS DEL NT. El tema del conocimiento y de la enseñanza ocupa un lugar importante en las cartas a los t Efesios y a los /Colosenses, en las que se hace sentir un fuerte influjo de tipo sapiencial. En estas cartas aparece con insistencia el concepto del "misterio", con el que se designa el plan salvífico de Dios, que había sido mantenido en secreto en el pasado y que ahora se ha revelado mediante Cristo y los apóstoles. Este misterio se identifica con el mismo Cristo, como cabeza y unificador de todo el universo (Ef 1,9-10; Col 1,27).

Por eso los cristianos están llamados a caminar hacia "el conocimiento pleno de todo y a descubrir el secreto de Dios, que es Cristo, en el que se encuentran ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,2-3). El conocimiento del misterio llega a coincidir prácticamente con el conocimiento de Dios (Ef 1,17; Col 1,10), de su gracia (Col 1,6) y de su voluntad (Col 1,9), con el conocimiento de Cristo (Ef 4,13) y de su amor (Ef 3,19) y, finalmente, con el conocimiento en sentido absoluto (Col 2,3; 3,10). De todo el contexto se deduce con claridad que no se trata de un conocimiento abstracto, sino de una relación vital, inspirada por el amor, que tiene como artífice al Espíritu (Ef 3,5).

El conocimiento del misterio se le confiere de manera especial al apóstol Pablo (Ef 3,2-4), que a su vez ha recibido la tarea específica de darlo a conocer a los gentiles (Ef 3,8-9). La instrucción recibida por los cristianos tiene como objeto la persona misma de Cristo y la verdad que hay en él (Ef 4,20-21). Este adoctrinamiento no ofrece un carácter simplemente teórico, sino que conduce a una praxis que distingue con claridad al cristiano de los paganos (Ef 4,17-20) y tiende a "presentar a todos los hombres perfectos en Jesucristo" (Col 1,28), consolidándolos en la fe (Col 2,7). Al verdadero conocimiento se oponen las doctrinas de los herejes (Ef 4,14; Col 2,22), a las que los cristianos tienen que sustraerse aceptando la guía no sólo de los apóstoles, sino de los que tienen en la Iglesia un carisma particular de enseñanza (Ef 4,11). También es un deber de los creyentes instruirse y aconsejarse mutuamente con toda sabiduría (Col 3,16).

En las cartas pastorales [/Timoteo; /Tito] el conocimiento de Dios cede el puesto al conocimiento de la verdad (lTim 2,4; 4,3; 2Tim 2,25; 3,7; Tit 1,1). Tampoco aquí se trata de un hecho puramente intelectual, sino de una opción de vida que abarca toda una serie de opciones y de decisiones prácticas. De forma paralela surge el concepto de doctrina (lTim 6,1.3), que es la enseñanza del Señor (Tit 2,10), recibida a través de la tradición (Tit 1,9), de la que Pablo es depositario (2Tim 3,10). Se la llama buena o sana doctrina (lTim 1,10; 4,6; 2Tim 4,3; Tit 1,9; 2,1), en contraste con las falsas doctrinas de los herejes (ITim 4,1; Tit 1,11). La misión de enseñar la sana doctrina les corresponde ante todo a Pablo (lTim 2,7; 2Tim 1,11) y a sus colaboradores (lTim 4,11. 13.16; 6,2; 2Tim 4,2); éstos, por su parte, deben transmitir lo que han oído del apóstol a hombres capaces de enseñar también a los demás (2Tim 2,2); de manera especial son los "epíscopos" los que tienen que saber exhortar en la sana doctrina (Tit 1,9).

También en las otras cartas hay numerosas alusiones al tema del conocimiento que tiene por objeto a Dios (2Pe 1,2.3; Heb 8,11 en la cita de Jer 31,34), a Cristo (2Pe 1,3.8; 2,20; 3,18), el camino de la justicia (2Pe 2,21) y la verdad (Heb 10,26); a veces se habla también de conocimiento en sentido absoluto (1Pe 3,7; 2Pe 1,5-6). Sobre la enseñanza es interesante en la carta a los t Hebreos la alusión a la corrección de Dios (Heb 12,5-12) y, en la cita de Jer 31,31-34, la referencia a la instrucción que Dios da directamente a su pueblo (Heb 8,10-11). También en esta carta es fuerte la polémica contra la falsa doctrina de los herejes (cf Heb 13,9).

En conclusión, también en estas cartas sigue vivo el carácter dinámico e interpersonal tanto del conocimiento como de la enseñanza. Pero al mismo tiempo se afirma, en polémica contra las herejías nacientes, la tendencia a buscar la garantía de la fe en un conjunto de doctrinas de claro origen apostólico y transmitidas en la Iglesia por vía de tradición. Pero incluso éstas no son tanto proposiciones dogmáticas cuanto más bien normas y orientaciones que se deben tener presentes en la vida.

IV. CONCLUSIÓN. En la cultura griega el conocimiento, y también por tanto la enseñanza, se concebían como procesos de carácter eminentemente intelectual. En el mundo bíblico, por el contrario, esos dos conceptos se emplean para expresar una relación entre personas, en la que se ven envueltas, además del entendimiento, todas las demás facultades humanas. Esto hace posible su utilización en el terreno religioso: el obrar de Dios en la historia se convierte entonces en expresión de un gran proyecto educativo, que tiene como objetivo la comunicación a Israel de un conocimiento que consiste esencialmente en la fidelidad a su Dios. Se comprende que en este contexto tanto la obra de Jesús como la del Espíritu pudieran entenderse espontáneamente como una enseñanza que tendía a comunicar vitalmente el conocimiento de Dios y de su voluntad salvífica.

Del estudio de los conceptos bíblicos de conocimiento y de enseñanza se derivan algunos importantes corolarios sobre la manera como ha de expresarse y comunicarse la verdad religiosa. Ante todo, hay que subrayar el hecho de que el verdadero maestro de los creyentes es Dios, el cual desarrolla su obra en sus corazones mediante la obra del Espíritu. De aquí se deduce que el libro de texto de la enseñanza religiosa tiene que ser fundamentalmente la Biblia, en cuanto narración de las obras salvíficas de Dios a través de las cuales Dios mismo se da a conocer al hombre. El estudio de la palabra de Dios contenida en la Escritura ha de realizarse, sin embargo, en una actitud de oración y de disponibilidad a la acción del Espíritu, del cual solamente puede venir la última comprensión del mensaje bíblico.

Hay que recordar además que las obras realizadas por Dios para la salvación de la humanidad no termina-ron con la muerte de Jesús y del último de los apóstoles. En efecto, Dios sigue actuando en la Iglesia y en el mundo. Una auténtica enseñanza religiosa debe poner continuamente de manifiesto la obra actual de Dios, leyéndola e interpretándola a la luz de la palabra de Dios contenida en la Biblia.

Otro aspecto importante de la enseñanza religiosa es el papel que en ella ha de representar toda la comunidad. La relación de amor y de solidaridad que une a todos sus miembros es la expresión más completa, aunque provisional, de aquello a lo que tiende la actuación de Dios en el mundo. Está claro que en la comunidad existen personas dotadas de especiales carismas de enseñanza; pero si les falta la colaboración activa, mediante el ejemplo y el testimonio, de todos los demás miembros de la comunidad, su enseñanza se reducirá fácilmente a una mera comunicación de doctrinas y de explicaciones humanas.

Finalmente hay que recordar que la enseñanza religiosa tiene que caminar siempre a la par con la praxis conforme con el mensaje transmitido. Con esto no se quiere afirmar que la enseñanza religiosa no deba contener enunciados doctrinales, sino más bien que éstos se han de sacar y elaborar continuamente dentro de una praxis conforme con la actuación de Dios en el mundo y en la historia.

Estos principios, válidos para la enseñanza religiosa, pueden ofrecer puntos de reflexión también para cualquier otro tipo de enseñanza, que nunca tiene que realizarse fuera de relaciones interpersonales y sociales profundas, y que debe tener en cuenta continuamente la praxis y los objetivos por los que se comunican ciertas nociones.

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A. Sacchi