CORINTIOS
(Segunda carta a los)

DicTB
 

SUMARIO: I. Ocasión y fecha de la carta. II. Estructura literaria. III. Teología de la carta: 1. El apostolado de Pablo; 2. La teología de las colectas; 3. Profundización personal en el sentido teológico del apostolado: a) Gloriarse, b) El ángel de Satanás, c) La Iglesia, "novia" de Cristo.


I. OCASIÓN Y FECHA DE LA
CARTA. En /lCor Pablo, aunque a veces de una forma muy tajante, se ocupa de los problemas de la comunidad, con la seguridad de que lo comprenden y lo aceptan; en 2Cor, por el contrario, se vislumbra un estado de tensión que no acaba de resolverse. Ha habido una crisis seria en las relaciones entre Pablo y los corintios. Las noticias históricas seguras de que disponemos —y que sacamos de la misma carta— no nos permiten reconstruir este período tan delicado más que en líneas generales y apelando a hipótesis.

En un determinado momento surgieron en Corinto algunos auténticos oponentes. No se trata de los judíos, que siempre habían atacado a Pablo; tampoco eran los paganos, para quienes el grupo cristiano no constituía ningún problema. Debió de tratarse de cristianos, y no de unos cristianos cualesquiera. El lenguaje especialmente áspero con que Pablo se refiere a ellos —los califica de "super-apóstoles" (2Cor 12,11)— hace pensar en personajes destacados, que debieron surgir en la comunidad de Corinto intentando darle un nuevo sello religioso. El hecho de que Pablo, polemizando con ellos, los llame "linaje de Abrahán" (2Cor 11,22-23) ha hecho pensar en su origen judío. ¿Se trató de judeocristianos, como en Galacia? ¿O bien, más probablemente, esos "superapóstoles" predicaban un cristianismo suyo particular, de cuño alejandrino, caracterizado por restricciones y verticalismos ascéticos, tal como aparecerá luego, a partir del siglo II, en la secta de los encratitas? Según algunos autores (Beatrice), Apolo se habría separado de Pablo y se habría convertido en el fundador, ya en Corinto, de aquella secta. ¿O bien —es una tercera posibilidad, igualmente verosímil— se trató simplemente de un movimiento de desarrollo endógeno, de tipo piramidal, que, dada la efervescencia de la comunidad de Corinto y cierto influjo ambiental, llevó a algunos a elaborar un tipo de cristianismo elitista, de "sabios", de "perfectos", en oposición al que había predicado Pablo?

No es posible responder con certeza a estos interrogantes. El hecho es que la figura de Pablo quedó empañada ante los ojos de los corintios, que llegaron a poner en ridículo su manera de actuar. "Sus cartas —decían— son duras y fuertes, pero su presencia corporal es muy poca cosa, y su palabra, lamentable" (cf 2Cor 10,10). De ello se siguió inevitablemente una tensión. El mismo Pablo se dirigió desde Éfeso a Corinto, pero tropezó con una situación insostenible por lo que a él se refería. Incluso le ofendieron públicamente en una asamblea. Tuvo que abandonar la ciudad, pero no se dio por vencido. De vuelta a Efeso, o bien habiéndose refugiado en el norte, escribió la "carta de muchas lágrimas" (cf 2Cor 2,4) y envió a Corinto a Tito, conocido por su capacidad para organizar y de mediar entre las partes. Era el último intento, que, afortunadamente, tuvo un éxito positivo. Los corintios cambiaron de actitud. Pablo, debidamente informado, tomó nota de ello con gozo y con temblor al mismo tiempo. Bajo la impresión positiva de una armonía restablecida y con la finalidad de consolidarla, escribió al menos la primera parte de la que designamos como "segunda carta a los Corintios". Estamos al final del tercer viaje misionero de Pablo, probablemente en el año 57.

II. ESTRUCTURA LITERARIA. La segunda carta a los Corintios presenta una estructura muy particular, que no ha dejado de plantear problemas. Después del saludo (1,1-2) y de la acostumbrada acción de gracias (1,3-7), encontramos una primera parte que se desarrolla con cierta homogeneidad —plantea algunas dificultades la sección 6,14-7,1-- desde 1,8 hasta 7,16; Pablo habla de su apostolado.

A continuación tenemos otra parte que se extiende desde 8,1 hasta 9,11. Desarrolla un tema de fondo unitario: las colectas por la Iglesia de Jerusalén.

Luego encontramos un largo párrafo de carácter autobiográfico, de estilo vibrante y agitado, notablemente distinto del anterior. Es la última parte de la carta, que se extiende des-de 10,1 hasta 13,10. Viene, finalmente, una calurosa exhortación y el saludo final (13,11-13).

Si las tres partes que constituyen como el esqueleto central de la carta son fáciles de distinguir, no está clara su mutua relación. No aparece por ninguna parte un hilo conductor que una de manera persuasiva la primera parte con la segunda, y sobre todo la segunda con la tercera. A propósito de la segunda parte se ha hablado, quizá con razón, de un minúsculo tratado teológico relativo al tema de las colectas, que Pablo hacía circular por todas las Iglesias griegas, a las que pedía una ayuda en favor de los pobres de Jerusalén. Más tarde habría sido insertado en la segunda par-te precisamente porque Pablo, cuan-do la escribió, estaba a punto de concluir todo el asunto de las colectas para llevar personalmente su resultado a Jerusalén.

En la tercera parte no sólo no aparece un hilo de vinculación con las otras dos, sino que hay incluso algunos elementos literarios que la dejan aislada: el tono irritado y polémico en que está escrita no se aviene con el clima distensivo que encontramos en la primera parte. Además, si esta parte fue realmente escrita junto con las otras dos, habría debido precederlas, lógicamente, en vez de venir tras ellas. Todo esto hace plausible la hipótesis de que la tercera parte nos conserva los pasajes más interesantes de la "carta de muchas lágrimas", la tercera de todas, que de lo contrario se habría perdido por completo.

Tendríamos, en conclusión, una obra bien arreglada que, con la intención de transmitir un material paulino abundante y precioso, habría unido juntamente en una sola carta todo lo que en su origen pertenecía a tres escritos diversos.

III. TEOLOGÍA DE LA CARTA. No menos que la de la primera, la teología de la segunda epístola a los Corintios merece el nombre de "teología aplicada". Pero mientras que en la primera la aplicación se hacía a la situación de la comunidad, el objeto de ésta es, en la primera y en la tercera parte, la persona misma de Pablo, su vida apostólica, vista desde fuera y desde dentro.

1. EL APOSTOLADO DE PABLO. El comienzo de la carta nos sitúa en lo más vivo de la tensión que se había creado entre Pablo y los corintios. Pablo vuelve a pensar en ella, habla de ella, siente todavía todo su peso. En este desahogo confidencial hay algunos puntos en los que la re-flexión, brotando de la contingencia de la situación, se hace más expresamente teológica e ilumina todo el resto.

Por un conjunto de circunstancias que él intenta aclarar, Pablo no ha podido dirigirse antes a Corinto, tal como había prometido. ¿Se ha tratado de una incoherencia, de una ligereza? En la visita a Corinto, que de hecho logró hacer más tarde, pero que concluyó con un fracaso clamoroso, se lo había hecho ya observar alguno. Pablo reacciona con energía, revelándose al mismo tiempo el criterio de fondo que orienta toda su vida: el "sí" de Dios en Jesucristo: "El Hijo de Dios, Jesucristo, a quien os hemos predicado Silvano, Timoteo y yo, no fue `sí' y `no', sino que fue `sí'. Pues todas las promesas de Dios se cumplieron en él. Por eso, cuando glorificamos a Dios, decimos `amén' por Jesucristo" (2Cor 1,19-20).

Un segundo punto que destaca en este párrafo, que podemos llamar introductorio (cf 2Cor 1,8-2,7), es una imagen compleja que Pablo aplica a su apostolado y que ayuda a comprender su significado. La imagen parece haber sido tomada de la celebración del triunfo que un general victorioso solía hacer en su regreso a la capital. Aquí el gran vencedor es Dios: Pablo es como un botín de Dios, siempre disponible para él, exhibido ante los hombres por Dios en la celebración de su triunfo. También se habla de un perfume, como el que solía haber en las celebraciones de este género, pero que en la presentación de la imagen hecha por Pablo tiene un doble resultado, un efecto de vida y un efecto de muerte: "Gracias sean dadas a Dios, que siempre nos hace triunfar en Cristo y descubre en todo lugar, mediante nosotros, la fragancia de su conocimiento. Porque somos el perfume que Cristo ofrece a Dios, tanto para los que se salvan como para los que se pierden: para éstos, olor de muerte que mata; para aquéllos, olor de vida que da vida. ¿Y quién está a la altura de tal misión?" (2,14-16).

Se percibe una especie de doble dimensión: por una parte Pablo, totalmente "sí" en su apostolado, se dedica plenamente a él; por otra par-te, hay una acción de Dios, que se reserva la iniciativa y que lleva a Pablo en su triunfo. Pablo está disponible, pero advierte la falta de proporción entre el nivel en que Dios lo quiere y su situación real. ¿Cómo se resolverá esta antinomia? Pablo, siguiendo adelante en su exposición, da una primera respuesta: el apostolado, como presentación de Cristo y de su evangelio, es propiamente una acción de Dios. Efectivamente, es Dios el que escribe en el corazón del hombre una especie de carta, que tiene a Cristo como contenido y que se hace legible por la acción del Espíritu. En esta situación el hombre des-cubre dentro de sí la nueva alianza y la nueva ley que Dios había prometido por medio de Ezequiel (cf Ez 36,26) y de Jeremías (cf Jer 31,31) en el AT: "Es claro que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones" (2Cor 3,3). Pablo, respecto a toda esta acción de Dios, no tiene más que una función subordinada, secundaria: se siente un servidor, un servidor a quien Dios mismo cualifica, haciéndolo idóneo (cf 2Cor 3,4-6).

Se necesita esta cualificación por parte de Dios —y Pablo se encarga de subrayarlo— para el Servicio apostólico. En efecto, no se trata de explicar a los demás la ley tal como lo había hecho antes Pablo, muy probablemente, como judío, según el grupo de fariseos de los que formaba parte. Ellos, los fariseos, al ocuparse de la ley de Dios, la explicaban haciendo de ella un absoluto, pero que estaba siempre en sus manos en lo que se refería a su aplicación casuística. La ley de Dios puesta en manos del hombre es más fácil de explicar, pero se trata entonces de una "letra que mata" (2Cor 3,6). Por el contrario, al prestar servicio a una acción que, teniendo al Espíritu Santo por protagonista, supera por completo el nivel del hombre, nos encontramos con una situación rica en sorpresas y humanamente incontrolable, pero que es el camino de la vida: "Pues la letra mata, pero el espíritu da vida" (2Cor 3,6).

Pablo se esfuerza en precisar ulteriormente la naturaleza de este servicio suyo, desarrollando la confrontación con el AT, que estaba ya implícita en la contraposición entre letra y Espíritu. Recurre entonces a Moisés, encargado también él de un servicio de mediación. Se trata de un servicio arduo, pero que transformaba la vida y la persona. Lo mismo, y más aún, ocurre en el caso de Pablo y de sus colaboradores: están metidos plena-mente en el movimiento del Espíritu, que por una parte les permite desarrollar el servicio con toda la libertad y la franqueza requerida; por otra, precisamente mientras lo están desarrollando, los cambia y los transforma, reproduciendo también en ellos como en los cristianos a los que va dirigido su servicio los rasgos de Cristo (cf 2Cor 3,7-18). Pablo puede concluir entonces: "Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor; nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: `Brille la luz de entre las tinieblas', iluminó nuestros corazones para que brille el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo" (2Cor 4,5-6).

En este punto de su reflexión Pablo no se pregunta ya sobre la posibilidad de prestar adecuadamente un servicio de ese género. Sabe y siente que existe esta posibilidad, como un don que Dios le concede continua-mente. Sigue habiendo un dualismo, pero que es aceptado con facilidad. El servicio que sabe que se le ha con-fiado es un tesoro precioso; él, Pablo, que es su portador, es como una "vasija de barro", inadecuada para contener tan valioso tesoro. Todas las dificultades con que tropieza y que le hacen sentir su realidad de "vasija de barro" cambian de signo en un momento determinado. Son como un espacio vacío a través del cual pasa la energía de Dios. Son también la ocasión concreta para expresar en su persona la voluntad de entrega hasta la muerte que él anuncia en Cristo.

Incluso aquello que en Pablo, como en Cristo, tiene un aspecto de muerte, se convierte para los demás, misteriosamente, en un coeficiente de vida (cf 2Cor 3,7-12). Toda esta reflexión se hace con entusiasmo, pero sin hacer de Pablo un fanático. Este tipo de vida-límite lo lleva hacia la perspectiva futura de la resurrección: "Pues el peso momentáneo y ligero de nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven (2Cor 4,17).

Ampliando a todos su exposición, Pablo presenta la perspectiva del más allá con una imagen afortunada: el más allá es como un bellísimo vestido nuevo, pero que nos gustaría poner encima del que tenemos. Resulta difícil quitarnos el vestido de ahora, morir, a pesar de la situación precaria y penosa de alejamiento del Señor, de destierro, en que nos encontramos. Lo importante es vivir plenamente el presente. Habrá sin duda alguna, y será decisivo para nuestro más allá, un juicio, por el que todos tendremos que pasar, ante el "tribunal de Cristo" (5,10), y que se referirá precisamente a nuestro comportamiento actual (cf 2Cor 5,1-10). Se va precisando el cuadro teológico del apostolado de Pablo. Queda, sin embargo, por aclarar un elemento importante: el motivo secreto que impulsa a Pablo a este compromiso sin tregua es el amor de Cristo, que hace presión sobre él (cf 5,14). Alcanzado por el amor de Cristo Pablo no logra ya pertenecerse a sí mismo: su vida está asumida en la espiral ascendente de Dios y de los demás, tal como lo estuvo la de Cristo (cf 5,11-15).

2. LA TEOLOGÍA DE LAS COLECTAS. La colecta de fondos para las iglesias pobres de Jerusalén es ante todo, para Pablo, un problema práctico que es tratado como tal: Pablo encarga a Tito que realice el programa debidamente detallado, estimula a las diversas comunidades para que preparen y entreguen a su debido tiempo los donativos y, en general, para que compitan en generosidad.

Pero más allá de los aspectos organizativos hay un trasfondo teológico en el que Pablo insiste más ampliamente. La iniciativa había nacido ya en una perspectiva teológica, como expresión y signo de la unidad y de la reciprocidad de la Iglesia (cf Gál 2,6-10). El marco teológico que Pablo pone ahora a las colectas se mueve en tres dimensiones paralelas y convergentes. En primer lugar, la dimensión cristológica: "Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza" (8,9). Como muestra la comparación con el himno cristológico (cf Flp 2,6-8), se trata con toda probabilidad de aquella opción de expropiación de sí mismo, hasta el don supremo, que Cristo hombre escogió como orientación de toda su vida. "Siendo rico", con la posibilidad teórica de hacer cualquier otra opción como Hijo de Dios, Cristo escogió el camino' del desprendimiento, del don, y precisamente mediante esta "pobreza" suya los cristianos tuvieron la posibilidad de participar de su "riqueza", de su estado de Hijo de Dios; Cristo, que da y se da, tiene que vivir en cada cristiano. Los donativos para la colecta pueden suponer sacrificios; vale la pena hacerlos, ya que se encuadran en la actitud de oblatividad que el cristiano recibe de Cristo.

Junto a esta dimensión cristológica hay otra más general, referida di-rectamente a Dios, y que podemos llamar teológica. Asume aspectos di-versos: Dios —es lo primero que hay que subrayar— se presenta como el que da: "Ha repartido con generosidad a los pobres; su justicia permanece para siempre" (2Cor 9,9, citan-do a Sal 111,9 según los LXX). La capacidad de don por parte de Dios debe ser imitada por el cristiano: Dios mismo, que pide esto, comunicará la posibilidad concreta de llevarlo a cabo. Dios da —es la segunda observación— con largueza; los cristianos se ven invitados a hacer lo mismo, como en una competición de generosidad con su Dios. Cuanto más den a los otros, más generoso será Dios con ellos. Finalmente —tercera observación—, se trata de recordar que el don es realmente tal cuando se hace con gozo. Dar bajo el peso de una obligación no sería hacer un regalo. A Dios le gusta esta actitud de don gozoso (cf 9,7).

Está luego la dimensión eclesiológica, fundamental para Pablo, que representa el punto de llegada y de fusión de las otras. La Iglesia universal, único pueblo de Dios, única familia, tiende a un nivel de igualdad (isótés) respecto a cada una de las comunidades y hasta respecto a todos los individuos. No se trata de una nivelación social impuesta desde fuera, sino de una exigencia endógena de amor, de reciprocidad. La Iglesia será tanto más ella misma, tanto más genuina y auténtica, cuanto más vea circular entre sus miembros la disponibilidad serena y gozosa para dar (cf 8,24).

3. PROFUNDIZACIÓN PERSONAL EN EL SENTIDO TEOLÓGICO DEL APOSTOLADO. En la última parte de la carta no aparecen aspectos teológicos francamente nuevos respecto a los que Pablo tuvo en cuenta en su larga exposición de la primera parte. Pero sí se nota una profundización en los mismos que, dado el género literario de autobiografía teológica, resulta de particular interés. Los puntos en que insiste son tres.

a) Gloriarse. El término (kaujásthai y derivados), muy del gusto de Pablo, aparece en este contexto con bastante frecuencia (cf 10,8.12.15. 16.17; 11,12.16.18.30; 12,1.5.6.9.11). Puede traducirse por "gloriarse, ufanarse". Pero no se trata simplemente de una actitud horizontal, que afecta a la relación entre los hombres. Se implica directamente a Dios, hasta el punto de que sólo con referencia a él parece admisible esta actitud de gloriarse: "El que quiera presumir (gloriarse) de algo, que presuma de lo que ha hecho en el Señor" (10,17, citando a Jer 9,22.23). Se trata de considerar las cosas y las personas que pertenecen a Dios y a uno mismo al mismo tiempo, casi como un absoluto que se realiza y toma cuerpo en el ámbito de la persona que se ufana. Está claro, entonces, que existe un orgullo ilusorio y pecaminoso cuan-do, por ejemplo —como parecen hacer los adversarios de Pablo—, uno considera como propia la acción de Dios que se realiza en los demás. Pero hay también un orgullo legítimo: el que refiere siempre y directa-mente a Dios lo que es propio de Dios, aun cuando se encuentre en el estado de don en los hombres. Hay finalmente, y es éste el aspecto más característico, un orgullo que se refiere a las propias lagunas y debilidades: "De mí no presumiré, sino de mis flaquezas" (2Cor 12,5). Esta expresión no es retórica, aunque sí paradójica. La experiencia apostólica le ha enseñado a Pablo que precisamente en lo que él considera con razón como laguna y debilidad está escondido cierto absoluto de Dios. Se explica más detalladamente sobre ello al hablar del "ángel de Satanás".

b) El ángel de Satanás. Obligado a hablar de experiencias de tipo extático, de "visiones" con cierto contenido de revelación, Pablo lo hace de mala gana e intentando camuflarse dentro de la generalidad impersonal de "un hombre, un cristiano" (12,2). Corría Pablo el peligro de considerar esos dones de Dios como algo suyo, de gloriarse de ellos. Como antídoto contra esta tendencia, "me han clavado una espina en el cuerpo, un ángel de Satanás, que me abofetea para que no me haga un soberbio" (12,7). Se trataba, con toda probabilidad, de una enfermedad molesta, que debió limitar no poco la actividad de Pablo. Surgió entonces espontáneamente en su ánimo el recurso a la oración, insistente y prolongada; poco a poco apareció, sin embargo, en su conciencia una intuición, que él no dudó en atribuir a Dios: "Tres veces he pedido al Señor que me saque esa espina, y las tres me ha respondido: `Te basta mi gracia, pues mi poder triunfa en las flaquezas"' (2Cor 12,8-9). La enfermedad lo impulsaba a entregarse por completo al amor de Dios incluso en la programación de su apostolado. Este abandono supone en Pablo una situación de desprendimiento de sí mismo, de "pobreza" delante de Dios. Cuando más se fía Pablo de Dios sin reservas, más hace pasar Dios a través de él su fuerza, que es la verdadera protagonista activa del apostolado de Pablo. Una vez comprendido esto, Pablo mira sus "flaquezas" en relación con la fuerza de Dios, de la que son ocasión, y deduce de todo ello un principio general: "Con gusto, pues, presumiré de mis flaquezas para que se muestre en mí el poder de Cristo... Cuando me siento débil, es cuando soy más fuerte" (2Cor 12,9b-10b).

c) La Iglesia, "novia" de Cristo. La actividad apostólica de Pablo, la que él defiende con tanta energía en los tres últimos capítulos de la carta, va totalmente en beneficio de la / Iglesia. El tono literario agitado que mueve a Pablo a expresar toda la verdad tal como la siente nos ofrece visiones interesantes sobre el ideal de Iglesia que desea.

Pablo reacciona en términos enérgicos, porque sus adversarios han tocado a su comunidad. Es el amor a ésta lo que le obliga a hablar así: "Tengo celos divinos de vosotros, porque os he desposado con un solo marido, os he presentado a Cristo como una virgen pura" (2Cor 11,2). Pablo se atreve a poner su amor a la comunidad al nivel del de Dios. Movido por este amor celoso, Pablo quiere que la comunidad corresponda a las exigencias de Cristo, como una virgen pura a la del hombre que ama. A lo largo de su exposición, Pablo precisa esta imagen de forma más concreta: "Poneos vosotros mismos a prueba. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?" (2Cor 13,5). La comunidad tiene que hacer transparente, en toda su conducta, la presencia de Cristo, a quien ella pertenece por completo.

BIBL. Además de ver la bibliografía correspondiente al artículo anterior, cf: ALLO E.B., Deuxiime Epitre aux Corinthiens, París 19562; BARRETT C.K., The Second Epistle to the Corinthians, Londres 1973; CARREZ M., La segunda carta a los Corintios, Verbo Divino, Estella 1986; FOURNISH V.P., II Corinthians. Nueva York 1985; HÉRINO J., La deuxiéme Epitre de St. Paul aux Corinthiens, Neuchátel 1958; PLUMMER A., A Critica/ and Exegetical Commentary on the Second Epistle of St. Paul to the Corinthians, Edimburgo 1956 (primera edición de 1915).

U. Vanni