TRABAJO
DicPC
 

Hay dos maneras básicas de llenar de significado la palabra trabajo: como la actividad total del hombre, su hacerse haciendo su vida, siendo agente, autor y actor de ella; y el trabajo en sentido moderno, es decir, como una actividad que se ejerce en la esfera pública, demandada, definida y reconocida como útil por otros y, como tal, remunerada por ellos. No podemos hacer en el hombre una separación entre su actividad remunerada y el resto de su vida. Precisamente esta característica es uno de los grandes errores de la /modernidad.

I. LA PERSONA, UN SER QUE SE HACE, HACIENDO.

El hombre no es un mero producto natural. «El hombre es una realidad que, para poder ser lo que es, está antepuesta a sí misma en forma de ideal» nos dice Zubiri. Es el lugar de la /naturaleza en el que la naturaleza se sobrepasa a sí misma. Nos vivimos como naturaleza y nos comprendemos como libertad. El hombre es un dinamismo estructurado, capaz de pensar, elegir y crear por sí mismo. En esta capacidad, la use bien o mal en su vida, reconocemos su / dignidad. Todo lo que el hombre ha llegado a ser, es el resultado de un proceso de selección natural, en el que ha surgido una estructura dinámica nueva, dotada de propiedades y capacidades rigurosamente inéditas, inexplicables, desde las inherentes a la estructura dinámica de la que procedía por evolución. El hombre fue libre, imaginativo y proyectivo desde su aparición sobre la Tierra; gracias a la actividad de su cerebro, ha llegado a ser lo que hoy es. El cerebro es el inmediato agente de ese avance. Aunque también podemos recordar a Proudhon, y decir que el hombre lleva el espíritu en el hueco de su mano. En cualquier caso, hubo un salto enorme e innovador de las estructuras minerales a las estructuras vivientes; y un salto menos espectacular, pero enormemente revolucionario, ocurrió en el rincón del universo en el que se comenzó a responder a la presión del mundo y a verse y hacerse a sí mismo, de una manera inteligente, imaginativa y libre. Hasta la aparición de la primera y rudimentaria conciencia, hubo miles de millones de años de dinamismo inconsciente. Tras los primeros pasos, titubeantes sin duda, de un ser libre, el dinamismo va incorporando un componente decisivo: la libertad. Desde este momento, naturaleza y libertad humana ya no podrán separarse, comienza la historia. En todo el asombroso dinamismo histórico, siempre ha sido el hombre un ser activo, siempre ha sido un trabajador de sí mismo, con los demás, en el mundo. El dinamismo anónimo de la naturaleza, llegado el hombre, acampada la libertad por estos inhóspitos parajes, comenzó a tener un nombre, una /identidad. No se trataba de una actividad a la espera, era ya una actividad esperanzada. La actividad humana, consciente y libre, imaginada, creada, proyectada. Esa actividad que el hombre no puede dejar de hacer, porque dejaría de ser; esa actividad que en unos momentos es productiva; en otros, juego; en otros, arte; que siempre está compuesta de pensamiento y acción. Esa actividad es su vida. La naturaleza se trasciende a sí misma en el hombre que actúa en respuesta a una llamada procedente de su interior, del mundo y de los demás.

II. EL TRABAJO: NECESIDAD Y LIBERTAD.

Al poder trascender la naturaleza, el hombre está obligado a trabajar; y es, paradójicamente, este trabajo el que hace posible pasar de la sujeción a la naturaleza, a la libertad. El hombre es un ser menesteroso, y esta condición le impulsa a procurarse la satisfacción de las necesidades que la naturaleza sola no puede proporcionarle. Su menesterosidad es, así, necesidad y tarea. Una tarea que comienza en la necesidad de la naturaleza y que camina siempre hacia la libertad. El recorrido es, claramente, un camino de liberación, es la historia de la condición humana, la historia de un ser trabajador. Un ser que no está acabado y que tiene, ineludiblemente, que hacerse. Trabajo humano, vida del hombre, e historia, están ligados. En el trabajo se dan siempre dos elementos juntos: adaptación al objeto y sumisión al /sujeto. Tanto la naturaleza como el hombre tienen sus exigencias, y en su mutuo trato se van humanizando. En este esfuerzo se crea la herramienta que sirve de lazo entre el hombre y la naturaleza, que ayuda a transformarla y la preserva al mismo tiempo. Pero si el hombre es un obrero, no sólo lo es porque él está en el mundo; es también, y en primer lugar, porque el mundo está en él. También él es naturaleza. El hombre no puede dejar de actuar, quiéralo o no; está comprometido enteramente; su /espiritualidad, esa capacidad de acoger y responder a todas las llamadas que recibe, siempre es laboriosa, está mediada por su esfuerzo. Se trata, pues, de acoger la necesidad de hacerse y poner el esfuerzo a la altura de lo que el hombre es ontológicamente, y de lo que puede ser libremente. Se trata de crear un mundo humano, hogar del hombre y de todos los hombres en una verdadera comunión. Este esfuerzo no es sólo una carga; el placer es el signo en el que reconocemos que nuestra actividad ha encontrado su fin. Así pues, no hay esfuerzo sin pena, pero tampoco lo hay, si es humano, sin alegría. La /alegría nace de una acción creativa y acabada. Aquí está una de las razones profundas del desvarío moderno, en el que se separa la obra del obrero y, por tanto, la alegría del trabajo. Una sociedad que permite esta aberración, es intrínsecamente perversa. Un trabajo humano es siempre esfuerzo alegre; esfuerzo, pero, con sentido, y también consentido, ya que estamos ante seres libres.

En conclusión, podemos reconocer a la actividad humana una triple dimensión: a) Natural. La transformación y humanización de la naturaleza, por medio de la técnica y el trabajo del hombre, hacen a la naturaleza aparecer, cada vez más, como una prolongación del cuerpo humano. En esta relación se hunden todos los idealismos y aparecen solidaridades de todas clases. Como afirma la experiencia cristiana: el mundo se descubre como una criatura confiada al hombre, un objeto de creación. b) Individual. El trabajo nos fuerza a un conocimiento real de nosotros mismos. Las cosas siempre nos dan lecciones de humildad. Es necesario enfrentarnos a las cosas para conocernos. c) Comunitaria. El trabajo es, desde sus formas más elementales, colaboración. En la actividad humana se manifiesta una dimensión esencial del ser humano: ser de diálogo y comunión. El trabajo humano puede producir unión entre los hombres y es así, un verdadero principio de fraternidad. Un trabajo humano es aquel que ayuda a crecer de la individualidad a la comunidad. Es, en su raíz misma, un derecho social. Todos los hombres tienen derecho a que se den las posibilidades para poder caminar de la individualidad a la /comunidad. Del "individualismo al/personalismo. Una sociedad en la que se unen, sin confundirse, las diferentes formas de ser personas de cada ser humano. Una organización social en la que la ayuda mutua, la colaboración, vayan construyendo una profunda amistad entre todos los hombres.

III. EL TRABAJO MODERNO COMO DIMISIÓN.

La actividad del hombre es hacer su vida, y en su vida, hacerse. Sin embargo, desde la moderna sociedad industrial, se ha adueñado de la /cultura una forma de entender al hombre y a su vida, que tiene como característica fundamental la escisión de trabajo y vida. La moderna sociedad industrial se entiende como una sociedad de trabajadores. En ella, el trabajo es el factor más importante de socialización, ya que por él se tiene acceso al reconocimiento social, a ser un verdadero ciudadano en toda la amplitud del término: sujeto de derechos y de deberes. El trabajo con fin económico siempre ha sido la actividad humana dominante. Pero sólo es socialmente dominante desde el capitalismo industrial, hace apenas doscientos años. El dominio de este concepto de trabajo en la sociedad lleva aparejada la consideración del trabajo como un deber moral, como una obligación social y como la vía de acceso al éxito personal. Esta ideología del trabajo tiene por cierto que cuanto más trabaja cada uno, mejor para todos; que los poco trabajadores o los malos trabajadores perjudican a la sociedad y no la merecen; que quien trabaja bien y mucho, triunfa; así como que fracasa el que lo hace poco y mal.

Actualmente, esta ética del trabajo está de capa caída. Ya no existe la unión entre más trabajo y mejor; tampoco es cierto que trabajando todos mucho, mejor para todos. El proceso de producción ya no tiene necesidad de que todos trabajen a tiempo completo. ¿Qué se puede hacer en esta situación? En primer lugar, es preciso distinguir entre empleo y trabajo. Un empleo es un trabajo que se realiza para recibir un dinero. Para nosotros, el trabajo es la actividad total del hombre. El dinamismo por el que se autorrealiza. Su vida entera. Otros tiempos y otras culturas han visto las cosas de otra manera. En la Antigüedad, el trabajo necesario para la satisfacción de las necesidades vitales era considerado una ocupación servil, propia, por tanto, de esclavos, no de ciudadanos. Trabajar era someterse a la necesidad, y un ser libre debía estar por encima de ella. Sin embargo, la actividad económica no estaba, en conjunto, regida por la racionalidad económica. En nuestra sociedad moderna ha cambiado radicalmente la valoración del trabajo. Hoy ya no es propio de los esclavos, sino de los ciudadanos, de tal manera que el que no tiene trabajo, tiene muy difícil la ciudadanía plena. El ámbito de la economía también ha sufrido un profundo cambio al pasar de la esfera familiar, en la que se desarrollaba la mayor parte de la actividad económica, a la esfera pública. La racionalización económica del trabajo, ha sido la tarea más difícil que el /capitalismo industrial ha tenido que llevar a cabo. Para hacer calculable el coste del trabajo, era preciso hacer calculable su rendimiento, poder medirlo en sí mismo como una cosa independiente del trabajador. Como simple fuerza de trabajo. Fue una auténtica revolución, una subversión del modo de vida, de los valores, de las relaciones sociales. La invención de algo que no había existido todavía. El tiempo de trabajo y el tiempo de vivir estaban desunidos. El trabajo, sus herramientas, sus productos, adquirían una realidad separada de la del trabajador y dependían de decisiones ajenas. La monetarización de la vida, puesta a precio en esta cultura, es un poderoso factor de desintegración social, cuyos efectos vienen a añadirse a los de la predeterminación funcional de las tareas subdivididas.

IV. ÉTICA DEL TRABAJO.

Frente a esta racionalidad económica, pero irracionalidad desde el punto de vista humanista, es necesario recordar: a) Un objeto tiene valor cuando es producto del trabajo humano. El valor de uso de un objeto producido es nada menos que vida humana objetivada. b) La acumulación, como dominación del otro, el pobre, es homicida. c)El sujeto del trabajo, la persona humana, es la única fuente creadora de valor. El valor es tan sagrado como la misma vida humana. Por ello, como afirma la Biblia, robar a alguien el valor de su producto es matarlo (Si 34,22). d) El hombre, por ser persona y libre, tiene con respecto a su propia vida una relación de dominio. La vida objetivada del sujeto en el producto de su trabajo es suya, es propia. En esto estriba el derecho absoluto de la persona sobre el producto de su trabajo. e) Acumular dinero es acumular vida humana. El capital pretende crear la ganancia desde su propio seno. Para ello, es necesario previamente reducir al trabajador a la nada. f) Pretenderse único, solo, desde sí, sin deber nada a nadie, es el carácter idolátrico del capital y de los prometeos y neodarwinistas actuales. Separar el capital, como algo consistente en sí, que merece ganancia, del trabajo, como algo consistente en sí, que merece salario, es olvidar que todo el capital es trabajo objetivado y, por tanto, sólo trabajo. g) Sólo hay auténtica /liberación cuando simultáneamente hay liberación de la relación social capital-trabajo, por la promoción de un mundo más humano para todos, por la plena perfección humana. h) La irracionalidad instrumental y económica que ha dominado desde la industrialización, ha construido un mundo en el que las tres cuartas par-tes de los hombres son pobres.

V. CONCLUSIÓN: EL TRABAJO COMO DESAFÍO HUMANISTA.

Los hechos nos dicen que, sin dejar de crecer, la economía necesita cada año un 2% menos de trabajo. No hay trabajo a tiempo completo para todos. Esta lucha por una reducción en las horas de empleo, supone luchar por una nueva forma de organizar la sociedady sus recursos. Supone que nuestra identidad no dependa de nuestro empleo. Supone, asimismo, que nuestra integración social tampoco dependa del empleo. En una sociedad que no lo necesita, el empleo no debe ser la llave para poder ser un ciudadano pleno: un hombre con plenos derechos y plenos deberes, que no necesita mendigar de nadie que le respete su dignidad. La vida tiene sentido sin un trabajo pagado. La posibilidad de vivir dignamente debe ser independiente del tiempo dedicado al empleo. Sin embargo, el potencial de liberación que contiene un proceso no se pone en acto más que si los hombres se apoderan de él para hacerse libres. Y esto no ha ocurrido; al contrario, las desigualdades entre las personas y entre los pueblos se están haciendo cada vez mayores. Es imprescindible poner la técnica y sus posibilidades al servicio de una economía y una organización del trabajo diferentes, nacidas de unas opciones políticas nacionales e internacionales, que pongan los medios para respetar la absoluta dignidad de todos los hombres. El hecho de que la mayor parte de los hombres sean pobres, incluso miserables; el hecho de que, desde la industrialización, la pobreza haya ido en aumento, así como las desigualdades entre personas y países, es una realidad ineludible y cruel, que debe reorientar todas las posibilidades humanas, con el fin de que este homicidio callado, pero inexorable, se detenga.

Desde la perspectiva que hemos alcanzado al principio, el hombre es un ser trabajador que se hace en todo lo que hace. El giro cultural que exige la nueva situación no es trabajar menos, sino estar menos tiempo empleados a sueldo. Se trata de hacer pasar al primer plano las dimensiones gratuitas del hombre, sin olvidar la dimensión ética: el servicio o projimidad; el amor o fraternidad; el arte, la fiesta. Recuperar un mundo en el que el hombre vuelva a ser valor en sí mismo, y deje de estar puesto a precio. Es menester recuperar la grandeza única del ser hombre. Poner todas las capacidades creadas históricamente, a su servicio. Desenmascarar a los asesinos. Impedir que sigan matando. La defensa de la dignidad humana no admite descanso. El hombre es un ser trabajador, pero, sobre todo, es una persona y esta sólo es posible en comunidad. El trabajo humano encuentra su sentido y su fin cuando, fecundado por la fraternidad, se convierte en una vida entregada al servicio de las personas, con una opción preferente hacia los más pobres. Así lo ha percibido la tradición judeocristiana, cuando afirma que el sábado es para el hombre; no hay ley que pueda limitar el trabajo en favor del hombre. Hoy, la separación entre la vida y el trabajo permite situaciones en las que el interés intrínseco de un trabajo no garantiza su sentido, y su humanización no garantiza la de las finalidades a las que dicho trabajo sirve. La técnica nos permite producir sin tocar el objeto y matar apretando botones sin tener que mirar a un muerto a la cara. No necesitamos ver el rostro del pobre y la barbarie es indolora y mucho más fácil. La herramienta que sirvió para transformar la naturaleza y preservarla, se convierte hoy en lejanía de la naturaleza y ocultamiento del dolor del hombre. No es necesario renunciar a los avances de la /técnica, pero es imprescindible orientarlos con urgencia al servicio de todos los hombres.

BIBL.: CORTINA A., La Ética de la sociedad civil, Anaya, Madrid 1994; DíAz C., Manifiesto para los humildes, Centro de Estudios Pastorales, Valencia 1993; DUSSEL E., Ética comunitaria, San Pablo, Madrid 1986; GORZ A., Metamorfosis del trabajo. Fundación Sis-tema, Madrid 1995; ID, Los caminos del paraíso. Laia, Barcelona 1986; LACROIX J., Personne et Amour, Seuil, París 1995; ID, Crisis de la democracia, crisis de la civilización, Popular, Madrid 1966; Ruiz DE LA PEÑA J. L., Teología de la creación, Sal Terrae, Santander 1986.

A. Calvo Orcal