TOLERANCIA
DicPC
 

En nuestro mundo, los conflictos relacionados con el binomio igualdad-diferencia son frecuentes. Numerosas instituciones insisten continuamente en la urgencia de promover actitudes individuales y colectivas democráticas y tolerantes para superar dichos conflictos: la ONU proclamó 1995 como Año Internacional de la Tolerancia; abundan las campañas municipales, autonómicas, sindicales, incluso de organismos supranacionales, sobre el tema; las llamadas a la tolerancia activa por parte de numerosas organizaciones no gubernamentales de diverso signo, dedicadas a la atención a inmigrantes, la promoción de los valores de convivencia y diálogo en medio de situaciones marcadas por la violencia o la cooperación con los pueblos del Tercer Mundo; además, los medios de comunicación social informan sobre las múltiples convocatorias de actos de todo tipo relacionados con el tema: manifestaciones, acampadas, cadenas humanas, jornadas de protesta, etc. Semejante abundancia y variedad de propuestas no sólo es reveladora de la incidencia audiovisual de una determinada moda, o de la hipotética fuerza de la sociedad civil, sino, sobre todo, del progresivo avance de las ideas y acciones contrarias a las defendidas por las opciones mencionadas. La necesidad de hacer explícitos determinados valores y actitudes, que en unas sociedades formalmente democráticas constituyen su propia definición y forman parte del patrimonio de derechos adquiridos por las personas que viven en ellas, como el diálogo cívico como medio para abordar los enfrentamientos ideológicos, el respeto a las minorías étnicas y culturales, o la justicia en el acceso a los bienes sociales por parte de los desfavorecidos, pone en evidencia la distancia que separa la teoría de la realidad; por otro lado, manifiesta la debilidad de las estructuras que dan forma al denominado tejido social, frente a las amenazas de dislocación y pérdida de sentido, que son el caldo de cultivo de la definición y difusión de opiniones y comportamientos antidemocráticos, xenófobos, /racistas, discriminatorios, sexistas, etc.

I. ESBOZO HISTÓRICO Y CONCEPTUAL.

A la hora de definir de forma operativa conceptos tan polisémicos como /democracia, tolerancia o /solidaridad, es preciso atender, en primer lugar, a la compleja historia de los mismos, puesto que, de esta manera, podemos entender mejor la multiplicidad de significados que se despliegan en el presente a propósito de las ideas apuntadas. En todo caso, se trata de una historia en negativo. Dicho de otra manera: poseemos muchos más datos y referencias acerca de las diferentes manifestaciones de intolerancia, discriminación o persecución por causa de ideas o creencias a través del tiempo y en las distintas sociedades humanas, que de los procesos contrarios; y no porque estos no existiesen en cualquier tiempo o lugar, sino porque el discurso dominante procuraba silenciarlos o marginarlos. Además, la posibilidad de dialogar con otras culturas, o la defensa de la /igualdad e integridad de todos los seres humanos, como garantía para el reconocimiento de su diversidad, son ideas relativamente recientes, cuyos antecedentes hay que rastrear con cuidado, ya que los indicios no son muy abundantes, y están situados en un espacio y un momento del devenir histórico, sin los cuales no pueden comprenderse. Aunque las referencias que vamos a realizar están organizadas desde la perspectiva europeooccidental, existen otros modos de entender el concepto, procedentes de espacios culturales no occidentales, que conviene tener en cuenta, por su incidencia en el presente que vamos a analizar después.

La prehistoria de conceptos como tolerancia, puede rastrearse en la antigüedad grecorromana y su valoración etnocéntrica del otro, del bárbaro ajeno a su /cultura, cuyo estereotipo sirve para reafirmar la /creencia en la superioridad de sus estructuras políticas, económicas e ideológicas. Los escasos vestigios de aproximación al /diálogo entre individuos y culturas que recogemos en la Edad media, tanto en Oriente como en Occidente, tropiezan con las primeras grandes confrontaciones culturales, dentro y fuera de las sociedades feudales: judaísmo-cristianismo, con los primeros brotes de antisemitismo que quedarán formalizados en los tiempos modernos; Iglesia oficial-disidencia herética; cristianismo-Islam, con el fenómeno de las cruzadas como proceso histórico generador de futuros conflictos y choques culturales, etc. El primer gran aldabonazo en la conciencia etnocéntrica, y aparentemente uniforme, del viejo mundo europeo, tiene lugar mediante la conjunción de tres acontecimientos (descubrimientos geográficos, renacimiento, crisis religiosa), que pondrán en evidencia el sistema establecido en la época anterior: la autonomía del individuo y de la razón frente a los dogmas y las imposiciones, la aparición de nuevos mundos caracterizados por la heterogeneidad cultural –el /bárbaro es sustituido por el salvaje–, la construcción de Estados autoritarios y centralizados, que pretenden la uniformidad étnica y religiosa de sus súbditos, mediante el uso de instrumentos inquisitoriales, etc., son fenómenos a través de los cuales emergen las contradicciones que darán paso a la formulación de la idea moderna de tolerancia que, en un primer momento, restringió su espacio conceptual a la conflictiva convivencia entre los diversos credos religiosos cristianos.

Durante la /Ilustración, gran parte de las ideas sobre el respeto a creencias, costumbres y formas de vida que no coincidían con las dominantes, se secularizó y, aunque las prácticas políticas e institucionales mantuvieron ese afán represor de las diferencias, la defensa de la libertad de los individuos –que todavía se definían como occidentales, varones, blancos y de determinada posición socioeconómica– abre las puertas a las revoluciones burguesas y a la propuesta de universalizar determinados derechos, entre los que se cuenta el de la /diferencia. El conflicto por convertir la virtud individual de la tolerancia religiosa en un valor social / secularizado, es decir, fuera del ámbito de lo privado y orientado a la construcción de estructuras estatales donde sea posible la libertad y el reconocimiento de la diversidad de opiniones y modos de vida, constituye el complemento necesario de la lucha por la igualdad –dentro de la segunda generación de /derechos humanos, la que aparece en torno a los llamados derechos sociales– y jalona todo el siglo XIX y el inicio del siglo XX. Las dos guerras mundiales y el período de entreguerras (19141945) suponen una exacerbación de los postulados ideológicos y de las prácticas políticas contrarias a la tolerancia: el genocidio de judíos, gitanos y otros grupos étnicos, o la planificación calculada del exterminio de disidentes políticos e ideológicos, y de personas con discapacidades físicas o psíquicas, practicados por las diferentes formas de totalitarismo durante estos años, constituyen una de las más atroces experiencias humanas en la construcción de sistemas políticos y culturales basados en la más absoluta intolerancia ideológica y social.

Tras la traumática experiencia de 19391945, que supuso la derrota de los fascismos y el comienzo de la guerra fría, el mundo posterior a la II Guerra Mundial busca el reconocimiento de unos derechos humanos aplicables a todos los habitantes del planeta, donde queden reconocidas las posibles variables que afectan a las personas –sexo, etnia, religión, hábitat, etc.–, como el mejor medio para evitar una conflagración tan terrible. Esta sanción universal de la igualdad en la diferencia, auspiciada por organismos supranacionales como la ONU y sus organizaciones especializadas –la UNESCO en particular–, es el escenario donde se debaten los problemas derivados de su puesta en práctica: las discriminaciones sexistas, las reacciones xenófobas, las legislaciones abierta o veladamente racistas, las persecuciones por ideas políticas o religiosas, son, por el momento, algunos de los síntomas de que el largo camino hacia la tolerancia no ha hecho más que comenzar. Este esbozo histórico permite comprobar que la construcción de la tolerancia a lo largo del tiempo, afecta no sólo a los grandes hitos de carácter cultural –los contactos de la civilización occidental con los pueblos latinoamericanos o afroasiáticos en abstracto–, sino también a los espacios interiores de las sociedades europeas, con respecto a la valoración de la diferencia y la apuesta por una sociedad más libre y justa, lo que afecta a las minorías étnicas o religiosas, aunque también a las mujeres, los ancianos, los niños, los homosexuales, las personas con algún tipo de discapacidad y, en general, cualquier grupo que se salga de los arquetipos y normas establecidas.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

Más que un valor en sí mismo, con un contenido prefijado de antemano, la tolerancia es un vehículo que ayuda a analizar, comprender y actuar en la realidad que nos rodea. Hay que desechar las imágenes de la tolerancia como una virtud pasiva, que se limita a reconocer y aceptar los hechos diferenciales de manera aséptica o neutral, manteniendo incluso posturas eurocéntricas de superioridad y afirmación de la propia verdad por encima del resto. La tolerancia debe articularse como herramienta para la convivencia, en la medida en que provoca una apertura hacia los demás desde sus referentes y posibilidades singulares de realización humana, y no sólo desde los propios. La tolerancia en acción lleva a la adopción de posturas muy alejadas del quietismo o la equidistancia perfecta. Así como la verdadera democracia se mide no tanto por el reconocimiento de la igualdad, vinculado a los niveles mínimos e imprescindibles de la justicia, sino por el tratamiento que se da a la disidencia –no sólo /política o social, sino también cultural o existencial, sobre todo cuando esta se manifiesta de forma minoritaria–, de la misma manera la tolerancia debe compensar aquellas situaciones en las que el /encuentro entre personas, culturas, modos de vida, etc., se produce en condiciones de desigualdad, buscando los cauces para que las opciones perjudicadas puedan encontrar espacios de presencia y diálogo con las dominantes. La tolerancia no es una situación plana de falso equilibrio, impuesta a quienes no tienen capacidad para hacer visibles sus formas de vida y de pensamiento, por parte de quienes tienen poder suficiente para hacer valer las suyas. Consiste, al contrario, en una opción que renuncia al poder como medio para implantar el modelo de convivencia que mejor represente las mentalidades y los intereses estandarizados, y busca métodos para transformar el pluralismo cultural en un proyecto de interculturalidad que conduce a una serie de transformaciones profundas en todos los actores implicados. Dicha pérdida de poder, asumida de modo consciente y beligerante, es, obviamente, una fuente de conflictos y problemas.

Pero la tolerancia no conduce necesaria y automáticamente a la /paz y a la /justicia, entendidas ambas falsamente como resolución final de los conflictos, sino que, por el contrario, abre la puerta a numerosas situaciones nuevas y diversas, difíciles de tratar de manera convencional. /Educar para la tolerancia supone adoptar una manera de abordar –no de solucionar– los conflictos humanos, alternativa a la que se fundamenta en el poder, la violencia o en el dominio impositivo. Todo el mundo está de acuerdo cuando la tolerancia se considera un asunto privado, instalado en el ámbito de las intenciones éticas o las formulaciones morales. Pero desde el momento en que se traduce a actitudes vitales o a acciones e intervenciones sobre la realidad, que pueden y deben influir en las decisiones económicas, sociales y políticas que se toman desde arriba o desde abajo, comienzan a surgir dudas y prevenciones. Hay que asumir la potencialidad conflictiva de la idea de tolerancia que proponemos, como uno de sus fundamentos pedagógicos más relevantes. Los procedimientos mediante los cuales se realiza la traducción educativa de la tolerancia deben ser coherentes. Sirve de muy poco atender de forma prioritaria a las personas que, procedentes de otras culturas alejadas de la nuestra, llegan a nuestro entorno, y dejar de lado el diálogo con otras culturas invisibles mucho más cercanas, que se perciben de forma aproblemática con respecto a su grado de aceptación: por ejemplo, las diversas subculturas familiares; las rupturas del modelo del arquetipo viril en los chicos y en las chicas; las culturas que provienen de los movimientos migratorios interiores centro-periferia o /sur-norte, etc. La tolerancia exige igualmente definir sus límites, es decir, los umbrales a partir de los que es preciso negar y desobedecer a lo intolerable.

Por último, conviene señalar que la tolerancia no puede llevarse a la práctica sin la compañía de otros /valores y actitudes, que permitan concretarla en la realidad. Lo que convierte a dichos valores y actitudes en opciones que dignifican y dan sentido a la vida de las personas no es sólo su superioridad /ética con respecto a sus opuestos, sino también su capacidad para generar espacios sociales donde sus propuestas se conviertan y se utilicen en la vida cotidiana. Hay que evitar el secuestro de la tolerancia como un tema exclusivamente escolar y académico. Sin un proyecto social y cultural construido desde abajo, que las instituciones y poderes públicos podrán facilitar o dificultar, pero no diseñar de forma monopolizadora, el tratamiento educativo de la tolerancia revelaría muy pronto sus engaños —mera declaración de intenciones, que oculta una serie de intereses ideológicos y políticos—, y conduciría a la frustración personal y colectiva de quienes vivieron la posibilidad de comprender e intervenir en su entorno de otra manera, pero nunca tuvieron la oportunidad de hacerlo. Se trata, pues, de un proceso permanente que no concluye en la escuela, sino que se amplía hacia la realidad, al tiempo que recibe el impulso y el trabajo de los movimientos sociales, las plataformas de solidaridad, las organizaciones no gubernamentales, etc., para orientarlo y darle unas bases conceptuales y estratégicas amplias y profundas.

BIBL.: CALVO BUEZAS T.FERNÁNDEZ R.RoSÓN A. G., Educar para la tolerancia, Popular, Madrid 1993; KAMEN H., Nacimiento y desarrollo de la tolerancia en la Europa moderna, Alianza, Madrid 1987; LOCKE J., Carta sobre la tolerancia, Tecnos, Madrid 1985; MORSY Z. (ed.), La tolerancia. Antología de textos, Popular, Madrid 1994; REDINO BLASE S., El buen salvaje y el caníbal, Universidad Nacional Autónoma, México 1992; VOLTAIRE E, Tratado de la tolerancia, Crítica, Barcelona 1992.

P. Sáez Ortega