SUR-NORTE
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I. CONSIDERACIONES TERMINOLÓGICAS E HISTÓRICAS.

El denominado conflicto Norte-Sur o Sur-Norte es uno de los términos claves en que se sitúan las grandes encrucijadas de la crisis del final de siglo que vivimos. La mayor parte de los problemas que cotidianamente sacuden la conciencia audiovisual planetaria aparecen referidos a esa bipolaridad espacial: flujos de refugiados, catástrofes bélicas, crisis ambientales, epidemias de hambre y pobreza, explosiones de violencia urbana, enfrentamientos étnicos, movimientos migratorios, etc. El término Sur-Norte engloba, pues, todas aquellas realidades que, desde finales de la II Guerra Mundial y los inicios del proceso de descolonización, afectaron a los pueblos, Estados, economías, sociedades y culturas afroasiáticas y latinoamericanas, y que, de manera progresiva, han ido configurando la realidad mundial del presente.

Las coyunturas históricas contemporáneas han utilizado diversas denominaciones para referirse a las características de los espacios mencionados. Dichas denominaciones no sólo responden a la situación específica de los países de Africa, Asia y América Latina, sino que también aluden al mundo occidental, al que toman como referencia para intentar una definición subordinada al modelo dominante, para adoptarlo o para cuestionarlo. Así, por ejemplo, el término Tercer Mundo, que apareció en 1952. El original francés, Tiers Monde, aludía, por un lado, al Tercer Estado de la época de la Revolución Francesa, comparando la situación de sus miembros antes de 1789 con la de los pueblos colonizados, o en proceso de descolonización, cuya emergencia provocaría, como a finales del siglo XVIII, un cambio revolucionario; por otro lado, a la cuantificación de esa nueva realidad: tiers monde se puede traducir literalmente como un tercio del mundo. La expresión se difundió, especialmente en el mundo anglosajón, con otro significado, de carácter ordinal: el Primer Mundo era el industrializado por el capitalismo occidental; el Segundo Mundo era el colectivizado por el /socialismo oriental; el Tercer Mundo agrupaba a los países en vías de incorporación a los sistemas mencionados, definidos todos por una situación de atraso con respecto a los modelos dominantes.

Por lo que respecta a la palabra Subdesarrollo, surgió de forma paralela a las independencias políticas de las antiguas posesiones coloniales europeas. Desde finales de la década de los cincuenta, y a lo largo de los sesenta, los países subdesarrollados, y sus contrarios, los países desarrollados, se definen sobre la base de criterios estadísticos y cuantitativos: tasas de natalidad y mortalidad elevadas, renta per cápita escasa, mayor porcentaje de la población campesina sobre la dedicada a actividades industriales o de servicios, elevado índice de analfabetismo, etc. Los cambios en estos índices marcarían el inexorable paso hacia el desarrollo, a través de una serie de etapas prefijadas por la experiencia histórica de los países más ricos del planeta. El término No Alineamiento tiene claras connotaciones políticas, y se enmarca, como los anteriores, en el contexto de la /guerra fría y la descolonización. La Conferencia de Bandung, en 1955, marcó el intento de una presencia /política coordinada de los Estados del Tercer Mundo frente a las dos superpotencias, por entonces enfrascadas en las tensiones de la guerra fría. El movimiento de los países no alineados, que expresaba más un deseo que una realidad, adquirió carta de naturaleza oficial en 1961, en la Conferencia de Belgrado. La expresión Periferia proviene de los análisis de la llamada Sociología de la /Dependencia, cuyos teóricos defienden la idea de que el subdesarrollo es el resultado de las relaciones que el Centro, núcleo originario y eje básico del /capitalismo mundial dominante, mantiene con la Periferia del mismo, formada por los países de pendientes, dominados por la /pobreza y la explotación neoimperialista, que acrecienta el desarrollo y el progreso de las potencias que controlan el sistema.

A partir del Informe Brandt, publicado en 1981, se comenzó a difundir el término Sur, por oposición a Norte, en cuyo hemisferio está la mayoría de los países industrializados. Sin embargo, los criterios utilizados en esta expresión son discutibles, puesto que hay países empobrecidos en el hemisferio Norte y países ricos en el hemisferio Sur. Los países ricos, según criterios economicistas convencionales, ocupan, sobre todo, las latitudes templadas del hemisferio Norte, entre 25° y 65°, lo que frecuentemente se utilizó, y aún se utiliza, como argumento para defender el determinismo climático como origen de la desigualdad económica y cultural entre los pueblos de la tierra, sin tomar en consideración la existencia de países pobres en las zonas templadas de los dos hemisferios. No obstante estas imprecisiones, la denominación ha hecho fortuna, ya que recoge atinadamente las dimensiones globales del problema a que hace referencia. Dichas dimensiones han sufrido un vuelco interpretativo a finales de la década de los ochenta, tras la caída y descomposición del bloque soviético. Desde 1945, la bipolaridad Este-Oeste no sólo organizó el planeta desde el punto de vista geográfico, sino que difundió formas de comprender la realidad que iban más allá del juego estratégico de las dos superpotencias y que, sobre todo, ofrecían respuestas para situar cualquier conflicto o problema, de la procedencia, escala o ámbito que fuera, dentro de un orden constituido y previsible. Las nuevas naciones que comenzaron a surgir de los restos del imperialismo europeo se convirtieron de inmediato en lugares destacados en la confrontación ideológica y política de EE.UU. y la URSS. Ambos bandos poseían, además, la receta infalible que llevaría a estos países pobres, en unos casos hacia el desarrollo y la riqueza; en otros, hacia la definitiva /liberación del yugo imperialista. Dichas recetas, aunque opuestas en sus objetivos, partían de una misma creencia en la inevitabilidad del triunfo de su modelo correspondiente, como destino final de las sucesivas etapas que estos países debían recorrer. En el resto de los aspectos de la realidad, este esquema se repetía de forma más o menos matizada y, lo que resulta más relevante aún, se socializaba a través de vehículos de comunicación e información enormemente influyentes, que respondían a los intereses de los grupos políticos, económicos y militares dominantes.

La caída del /comunismo rompe con esta interpretación bipolar de la época de la guerra fría. Pero, lejos del optimismo inicial por parte de los ideólogos duros del bloque capitalista, que proclamaban sin complejos un nuevo reinado de paz y prosperidad tras la definitiva derrota del enemigo, una serie de acontecimientos, puntuales en algunos casos, coyunturales y de largo plazo en otros, han desmentido semejantes hipótesis, poniendo en evidencia que la crisis contemporánea va más allá del final de la confrontación nuclear entre bloques, y afecta a las estructuras profundas del sistema mundial.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

Si bien no es fácil establecer la secuencia de causas y factores que explican los problemas actuales entre el Sur y el Norte, resulta relativamente sencillo hacer un recuento de sus síntomas, puesto que se hacen presentes en cualquiera de los espacios físicos y humanos del planeta. Desde el punto de vista ambiental, los numerosos conflictos generados por un modelo de crecimiento incontrolado que no tiene en cuenta los límites de la biosfera para poder regenerarse. Que, por otra parte, afecta a la entraña misma de la sociedad de consumo de masas, esto es, a la población privilegiada del planeta, apenas un 20% del total, que acapara las 3/4 partes de los alimentos, fuentes de energía, industrias, y otros bienes económicos. Esto explica que el 80% restante no tenga acceso a los niveles mínimos de consumo, de cara a la satisfacción de sus necesidades básicas, puesto que esto garantiza el sostenimiento de dicho modelo, que puede conducir al colapso global del orden económico y social creado bajo su amparo. Este desequilibrio ecológico no sólo se manifiesta en fenómenos como el cambio climático, la superpoblación o la destrucción de la capa de ozono, provocados por el acelerado consumo de recursos, sino también en el desigual reparto de los mismos, lo que condena a millones de personas a vivir en una especie de apartheid mundial, en medio del hambre y la miseria.

La confusión, nada inocente desde el punto de vista de la cultura dominante, entre crecimiento cuantitativo y desarrollo cualitativo, contribuye a dificultar la búsqueda de soluciones que prioricen las dimensiones humanas, sociales y culturales dentro de un posible nuevo orden ecológico local y mundial. En el plano económico, estamos asistiendo a un proceso de mundialización de los intercambios que rompe con las economías nacionales y generaliza el poder del mercado, incluso por encima de los Estados. La cara oficial de esta globalización económica son los diversos procesos de integración, que en Europa, América o el Pacífico están buscando la creación de espacios económicos interrelacionados de la forma más intensa posible, si bien en todos los casos aparecen centros que ordenan y periferias subordinadas. Pero existen otros procesos de integración paralelos, que actúan por todo el planeta con creciente poder: por ejemplo, la recolocación de las empresas trasnacionales allí donde las condiciones laborales y las restricciones ambientales son más favorables a sus intereses, con el consiguiente deterioro social y ecológico de países cuyos Gobiernos aceptan este chantaje y compiten entre sí por ofrecer las mejores ofertas; la segregación de poblaciones enteras, náufragos de este modelo de maldesarrollo, que no tienen nada que comprar o vender en el supermercado mundial, viéndose apartadas de los circuitos comerciales convencionales, y pasando a los de la asistencia humanitaria o la acción paliativa de las organizaciones no gubernamentales; el crecimiento de la economía informal, tanto en el Norte —bajo la presión del paro crónico y de la revolución tecnológica—, como en el Sur —como respuesta de emergencia ante la necesidad de sobrevivir—, que se ha convertido en un sector autónomo con respecto a las redes convencionales, por donde igualmente transitan negocios ilegales de dimensiones planetarias, como el narcotráfico o las armas; finalmente, la globalización de los medios de comunicación, desde la iconosfera televisada hasta las más sofisticadas redes informáticas, que han convertido el acceso a la información en una fuente de poder y acumulación de riqueza.

Todos estos fenómenos nos alejan de las formulaciones históricas de la teoría capitalista, y obligan a buscar nuevas respuestas de resistencia y cambio bastante más complejas que las manejadas por las interpretaciones clásicas. En el terreno de la política internacional, asistimos a una serie de intentos fallidos por parte de los actores tradicionales de las relaciones exteriores, en la gestión de conflictos que desbordan su capacidad. En este sentido, se habla de un sistema mundial, sobrepasado por las circunstancias, que reacciona con reflejos y hábitos heredados de épocas anteriores frente a cuestiones muy difíciles de afrontar de esa manera: conflictos como los del Golfo, Somalia, Chechenia, Ruanda o Bosnia-Herzegovina, dejan patente que la violencia bélica sigue siendo un instrumento legitimado implícita y explícitamente por la comunidad internacional para el sostenimiento del poder estratégico o el control territorial. El activo papel de los cascos azules de la ONU en sus misiones de paz por todo el mundo, en medio del debate sobre la injerencia humanitaria para proteger a las víctimas de las guerras, está sometido, sin embargo, a las contradicciones derivadas del choque de hegemonías regionales entre las grandes potencias que, a la espera de una difícil reforma estructural de envergadura, siguen controlando el mencionado organismo. Por otro lado, los problemas ambientales y sociales han roto las fronteras estatales, que delimitaban los viejos conceptos de seguridad militar, planteando la necesidad de buscar alternativas basadas en la cooperación para el desarrollo, la seguridad ecológica o la defensa no ofensiva, lo que se traduce en un progresivo, si bien limitado, acuerdo teórico sobre la necesidad de desmilitarizar las relaciones internacionales. Otra cosa es la realidad: el papel del comercio armamentístico convencional entre los Estados o el mantenimiento de los arsenales nucleares, incluso en zonas de un elevado potencial de inestabilidad como los territorios de la antigua URSS, obligan a relativizar las declaraciones formales a este respecto. Esta manifiesta —y a veces culpable— incapacidad para enfrentarse a los complicados problemas que afectan al planeta, se refleja muy claramente en la crisis social planetaria.

Las transformaciones ecológicas, económicas y políticas de los últimos años han acabado rompiendo la dicotomía clásica entre riqueza y pobreza, aplicada respectivamente a los países del Norte o desarrollados y a los países del Sur o subdesarrollados. La presencia de crecientes procesos de pauperismo en las áreas enriquecidas del planeta, así como la existencia de fortunas multimillonarias en los lugares más empobrecidos, se interpretaban antes de manera aislada y excepcional, aludiendo a las peculiaridades de las zonas donde se manifestaban tales fenómenos. Pero los circuitos de acumulación capitalista funcionan en la práctica en íntima conexión en el Norte y en el Sur, al igual que la pobreza de las mal llamadas áreas subdesarrolladas está profundamente interrelacionada con la de los lugares centrales del sistema. En definitiva, hay muchos sures en el norte, y muchos nortes en el sur. Mientras tanto, las capas intermedias de la pirámide social mundial se ven progresivamente reducidas o debilitadas por la crisis socioeconómica y cultural. Las metrópolis reflejan como ningún otro lugar estas tendencias. De ahí que hayan sido calificadas como espacios del desorden, puesto que en las grandes ciudades actuales se sintetizan y entrecruzan problemas ambientales, económicos y culturales, afectando gravemente a sus habitantes. La degradación de la vida en los barrios periféricos, los episodios de violencia urbana, o las tensiones derivadas del crecimiento de la multiculturalidad, debida a los aluviones migratorios, son algunas manifestaciones significativas de este desorden global.

Por último, la crisis contemporánea presenta una dimensión cultural, que podemos entender como origen o como proyección de los problemas descritos. Por una parte, se pone en evidencia la dificultad de encontrar formas nuevas de pensar el mundo, desde unos valores que rompan con los sólidamente establecidos en la mentalidad colectiva y en las elites dirigentes. Cuando en el momento presente se habla de crisis de valores, más que a la ausencia de fundamentos éticos que permitan vivir en la compleja sociedad del presente, la expresión alude a la /abundancia de propuestas dispares, superpuestas como en una especie de hipermercado ideológico, sin criterios ni referencias sobre las que fundamentar la elección de aquellos que permitan construir la /paz, la 7 justicia y la 7 solidaridad, como herramientas para el diálogo entre el Sur y el Norte. Estas carencias suponen, por otro lado, la consolidación de una serie de fenómenos, como los ultranacionalismos étnicos, los fundamentalismos religiosos, o las oleadas de racismo y xenofobia, respuestas-refugio que apelan a la irracionalidad, la intolerancia o la despersonalización totalitaria, huyendo hacia el grupo tribal como seña de identidad que elimine el miedo a la libertad o el vértigo ante el vacío de respuestas tranquilizadoras, sobre realidades cada vez más plurales desde el punto de vista humano y cultural. Esta balcanización de la sociedad civil se enfrenta, en los países del Norte, con unas /democracias de baja intensidad, que no son capaces de generar una verdadera participación popular, en el tejido de una cultura de resistencia solidaria y cooperativa, al tiempo que, en los países del Sur, se refuerza con una serie de formas políticas poco proclives a la defensa de los derechos humanos y a la acción transformadora desde la base. Las mediaciones audiovisuales cumplen un papel decisivo en la percepción que la cultura dominante tiene de sí misma y de sus propósitos uniformizadores y alienantes. La simple enumeración de las manifestaciones del conflicto Sur-Norte, como centro de la crisis de nuestro tiempo, dibuja un panorama más bien sombrío. En este contexto, proponer acciones como la cooperación, el diálogo intercultural o la solidaridad con los desfavorecidos, fuera de las opciones privadas por motivaciones morales, parece muy poco realista.

Sin embargo, y a pesar de la ausencia de proyectos globales, o precisamente por ello, existen numerosos grupos, organizaciones y movimientos, que pretenden hacer realidad un conjunto de alternativas constructivas y emancipatorias, en aquellos lugares concretos donde viven y actúan. Desde estos espacios-islas en medio del naufragio, se están construyendo modelos culturales que permiten comprender el mundo de manera crítica y activa, desarrollando un conjunto de propuestas que, sometidas a sus correspondientes contradicciones internas y a los límites que imponen los intereses dominantes, van introduciendo la necesidad de la cooperación y la solidaridad como herramientas para el cambio hacia la paz y la justicia. La opción por el Sur cobra de esta manera una dimensión planetaria, en la medida en que propone una nueva civilización de la pobreza, como respuesta al desafío de los grandes problemas globales del presente.

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P. Sáez Ortega