PAZ
DicPC
 

I. INTRODUCCIÓN.

Lo que nos dice la palabra en su origen latino (pax, pacem): tranquilidad, calma, sosiego de ánimo, concordia, estado de armonía civil de una nación que no mantiene guerras con nadie, no nos es suficiente, por ser un concepto demasiado estático, pues el mayor interés de la palabra reside en lo que supone de relación dinámica entre personas que pueden entrar potencialmente en conflicto. Todos los términos expresan algo que tiene que ver con una situación, un estado privilegiado de la existencia humana, tal vez, porque se carece de él o porque se evoca un tiempo imaginado, vivido o deseado. Pero todos ellos carecen de una connotación básica: suscitan en nosotros el /sentimiento de no dejar entrever un anhelo. Desde su raíz hebrea, la palabra shalom describe una serie de connotaciones como bienestar, felicidad, salud, bien y /justicia. En todo caso, constituye una tarea abierta al futuro y siempre inacabada, pues Israel se ve constreñido por un presente siempre amenazado, por la experiencia del pasado y la incertidumbre del futuro; y de un futuro, además, abierto a la salvación. Así, Dios se presenta como un Dios que quiere la paz y la justicia, que bendice con la paz, que la paz es ideal profético que está sometido a la corrupción (Jer 6,14); por eso, se presentará como un combate que promete «designios de paz» (Jer 29,11), que apunta a la escatología, pues los oráculos proféticos terminan ordinariamente con un anuncio de restauración copiosa; Isaías sueña con un «príncipe de lapaz» (Is 9,5) que dará una «paz sin fin» (Is 9,6). Este «evangelio de la paz» (Nah 2,1) será realizado por el «siervo doliente» (53,5). Esto se vive en la esperanza de poder contemplar la Jerusalén celestial (Ap 21,2), esperanza comprometida a realizar la bienaventuranza: «Dichosos los pacificadores» (Mt 5,9), pues esto es vivir como Dios, ser hijos de Dios.

La dificultad de esta siembra, de este combate pacífico estriba en que «es una tentación permanente relegar las cuestiones sobre la violencia»1, tal vez por miedo a que descubramos nuestra implicación en ella, o porque nos encontremos de lleno en la verdad de la espuria génesis de todos nuestros conflictos y amenazas contra la paz. ¿Pero de dónde surge la agresividad que aleja de la Paz? Sin duda, la injusticia y sus diversas formas son la causa principal de las tensiones que enfrentan a unos hombres contra otros; sin olvidar, en la perspectiva económica y política internacional, el desnivel económico /Sur-Norte. Pero la paz también está íntimamente relacionada con la búsqueda y el encuentro con la verdad.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

La hostilidad es una patología cuyo análisis nos excede; pero es importante resaltar la necesidad de curación interior y exterior de esa patología. El sermón de la montaña es un indicador para cualquier persona despierta de todos los tiempos, al afirmar la personalización de todos los hijos de Adán. He aquí un pronóstico sin ambages para la falta de paz futura: «La violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones efectivas, somáticas y mentales, están por debajo de sus realizaciones potenciales»2. Sin duda, la paz presenta una serie de dificultades insoslayables, y en primera instancia requiere una salud espiritual personal, para ser deseada, para ser desarrollada y vivida. Y también requiere unas condiciones externas para ser sostenida, un proyecto moral y social para mantener la esperanza de conseguirla. En el primer nivel, el personal, el anhelo de paz se identifica con el descanso del alma, un estado no de indiferencia ni de impasibilidad, sino de puesta en guardia ante todo ataque contra el amor; es un saber esperar, que remite su eficacia a la conciencia de ser un don precario, pero maravilloso: la comunión. Este término, que trasciende el de compartir, es el preámbulo de la paz. La persona que está en comunión consigo mismo y está en comunión con el otro, experimenta la paz que de esa /relación proviene. Este nivel se proyecta inevitablemente sobre el segundo, el social. En efecto, tanto positiva como negativamente, la interdependencia es notoria. Los hombres que viven a la defensiva, que sospechan continuamente de los demás, que no se esfuerzan por la comunión, piensan en categorías de enemistad. Esta enemistad se trasluce directamente en lejanía de la paz; pensar en términos de enemistad supone un peligro mayor que el de los misiles nucleares. Lo cual obliga a replantearse cómo sería posible una /educación para la paz. Hacer una crítica de los medios de comunicación, la situación académica, las instituciones públicas, etc., no basta, sino que hace falta una actitud propositiva y comprometida con la educación, expresa, para la paz y la /tolerancia. He aquí, entonces, las condiciones mínimas para la práctica disolución de la violencia personal y estructural, en las que se pueda dar un cauce para la dignificación de las personas, el respeto, y la reconciliación: comida, vestido y techo, salud, comunidad, educación. Pero nosotros sospechamos que, aunque son condiciones indiscutibles, la paz puede no darse con ellas, o darse sin que ellas se cumplan. Ninguna paz es posible sin el respeto de los /derechos humanos y olvidando la /dignidad de las personas.

1. Tipos de paz. Hay varias concepciones de la paz. La que hoy podríamos definir como «la del espíritu del hombre burgués», con el autoengaño (que gracias al dolor y al sufrimiento impredecibles se desmorona): «Mientras no pase nada amenazante, haya seguridad y bienestar se da la paz»; es una pseudo paz. La espuria paz basada en la sangre que congrega, une y reconstruye la comunidad, hasta la próxima ocasión en que se necesite nueva sangre para rehacer los vínculos rotos; es un fruto temporal del hedor de muerte que queda tras la batalla, y dura hasta que se olvida el olor de los muertos. Pero existe otra paz, la que hay que buscar siempre, siempre precaria, que siempre se da en esperanza, y que apunta a la escatología, que dimana de una reconciliación unilateral que no se deja seducir por los períodos de falsa tranquilidad, que va más allá de los pactos, de las garantías, que es la renuncia a resistirse al mal: «Lo que dicen los mártires no tiene mucha importancia, porque ellos son testigos, no de una creencia determinada, como suele imaginarse, sino de la terrible propensión de la comunidad humana a derramar sangre inocente, para rehacer su unidad»3. Cualquier violencia revela la imbécil génesis de los ídolos ensangrentados, de las políticas y de las ideologías. Por tanto, hace falta un nuevo tipo de paz. Ha llegado la hora de perdonarnos los unos a los otros. «El perdón... es la solución por excelencia a todos los conflictos y a todas las violencias»4. Y si seguimos esperando, ya será tarde.

2. La propuesta neotestamentaria. Cristo no sólo proclamó una doctrina . sobre el perdón, sino que ha llevado hasta su definitivo cumplimiento una praxis del perdón. No se trata de bonitas palabras que huyen del compromiso a la hora de la verdad: «El sufrimiento vicario o sustitutivo no es una especie de eliminación mágica de la culpa, sino un saltar-a-la-palestra», pues «la lógica de la no violencia es la lógica de la crucifixión y conduce a los no violentos hasta el corazón de Cristo paciente5. Al que elige el camino de la paz, le espera ser chivo expiatorio de unas culpas que no son suyas, cargando con acusaciones mentirosas que servirán para justificar a los ejecutores, que creerán que, con su muerte, contribuyen a los planes de justicia y paz del mismo Dios. En un primer momento, cuando leemos en el evangelio, surge el desconcierto: «No he venido a traer la Paz sino la guerra, he venido a separar al hijo del padre, a la hija de la madre, etc». Pero Jesús no quiere decir: «He venido a traer la violencia», sino más bien: «He venido a traer una paz tal, una paz de tal manera privada de víctimas, que sobrepasa vuestras posibilidades y que vais a tener que resignaros con una explicación de vuestros fenómenos victimarios»6. Ha venido a deslegitimar las relaciones miméticas que justificaban la violencia, a desprenderse de todos los recursos sacrificiales que arrastraban periódicamente a los hombres a los unos contra los otros, a algún escarceo violento. Ya no podrán echarse la culpa unos a otros de sus desgracias, porque todos habrán descubierto que lo que les divide y les empuja a la rivalidad y al enfrentamiento es fruto de un engaño, en el cual todos caemos. La parábola del buen Samaritano, el siervo Sufriente de Isaías, y las Bienaventuranzas, son buenos exponentes de la propuesta del evangelio de la paz. Sus grandes defensores universales no han hecho más que poner en práctica estas enseñanzas: Martin Luther King, M. Gandhi, Lanza del Vasto, Monseñor Romero7.

III. CONSIDERACIONES PRÁCTICAS.

«La humanidad entera se encuentra enfrentada con un dilema ineludible: es preciso que los hombres se reconcilien para siempre sin intermedios sacrificiales, o que se resignen a la extinción próxima de la humanidad (...); la renuncia a la violencia, definitiva, sin trastiendas, se nos impondrá como condición sine qua non de la supervivencia, para la humanidad misma y para cada uno de nosotros»8. Muchos piensan, en el colmo de la desesperación y la sensación de derrota moral, que la única posibilidad de combatir la guerra es con las mismas armas que esta utiliza, pero la historia nos muestra reiterativamente que no es así. Nunca se terminan de inaugurar nuevas formas de violencia donde otros nuevos son los oprimidos y maltratados. Los hijos de los vencidos vengarán a sus padres. «Toda victoria impuesta, tanto en los grandes como en los pequeños conflictos, obstaculiza una transformación de actitud, y no deja de ser una victoria artificial (...); mediante una solución impuesta, los antiguos privilegiados no habrán cambiado su actitud: tratarán de inmediato de preparar la contrarrevolución... La antigua violencia renace bajo un régimen nuevo»9.

Los hombres se imaginan, o bien que la /violencia no es más que una especie de parásito del que es fácil desembarazarse mediante medidas profilácticas adecuadas, o bien que es un rasgo imborrable de la naturaleza humana, un instinto o una fatalidad que resulta estéril combatir. Pero desembarazarse de la violencia es una empresa a la que hemos de consagrarnos todos los hombres. La violencia es esclavitud: impone a los hombres una visión falsa no sólo de la divinidad, sino de todas las cosas. Para salir de la violencia es preciso, evidentemente, renunciar a la idea de retribución; por consiguiente, hay que renunciar a la conducta que desde siempre se ha considerado natural y legítima. Nos parece justo, por ejemplo, responder a los buenos procedimientos con buenos procedimientos, y a los malos con malos; es lo que han hecho siempre. Los hombres se imaginan que para escapar a la violencia les basta con renunciar a toda iniciativa violenta; pero como nadie cree nunca que es él mismo el que la toma, como toda violencia tiene un carácter mimético, y resulta o cree resultar de una primera violencia que se sitúa en el punto de partida, esa renuncia no es más que una apariencia que deja siempre las cosas como están. La violencia se percibe siempre como una legítima represalia. Por consiguiente hay que renunciar al derecho de tomar represalias, e incluso a lo que muchas veces se atribuye a legítima defensa. Puesto que la violencia es mimética, puesto que nadie se siente jamás responsable de su primer brote, solamente una renuncia incondicional puede desembocar en el resultado que se desea.

El problema es que hasta los que se llaman a sí mismos no-violentos se sonrían, siendo entonces cómplices, ante tamaña ingenuidad, o se autojustifiquen en el recurrido término de la /utopía o desideratum. Para John Topel se trata de una eutopía, es decir, no un lugar que no existe, sino «un lugar al que deben aclimatarse en todas sus aspiraciones, y a pesar de todas las dificultades, los seguidores del evangelio de la paz»10. A la vista de los testimonios que nos ofrece la historia, resulta evidente que la consecución de la paz requiere un primer gesto para ser imitado, puesto que la lucha por la paz es tan mimética como la acción violenta. Lo mismo que esta requiere alguien que tire la primera piedra para desencadenar una espiral exponencial de reciprocidades violentas, la paz requiere un primer gesto que suscite un desencadenamiento de una imitación positiva, que conduzca a los hombres a realizar gestos, actos definitivos de reconciliación, que puedan ser vistos y seguidos por otros, inaugurando un camino gracias a las huellas marcadas por los primeros que han dado los heroicos pasos iniciales. «Si no se hubiera encontrado ninguno para tirar la primera piedra, todos aquellos que hubieran tirado hubieran sido miméticamente inducidos a no tirar ninguna. Para la mayor parte de ellos, la verdadera razón de la no violencia no es la dura reflexión sobre sí mismo, el renunciamiento a la violencia: es el mimetismo»11. Porque, ¿cómo podrá convencer a los violentos la bondad de la paz si no se ven sus frutos personalizados, historizados, si no se evalúan sus maravillosas consecuencias para la convivencia y la comunión? El combate es serio, porque nuestro mundo ha asimilado el veneno de la oferta dionisíaca, en la que el sacrificio sigue siendo un ritual necesario, y la violencia un bien que renueva la faz del eterno retorno de las cosas, que purifica catárticamente el tedio y las costumbres, las rutinas de la vida. Pero frente a Dionisos, el Crucificado tiene una palabra universal que decir: «Bendecid a los que os persigan, haced el bien a los que os odien, no os resistáis al mal».

NOTAS: 1 N. LOHFINK, Violencia y pacifismo en el Antiguo Testamento, 45. – 2 J. GALTUNG, Sobre la paz, 30. – 3 R. GIRARD, El chivo expiatorio, 272. – 4 R TOURNIER, Violencia y poder, 226. – 5 J. W. DOUGLAS, The nonviolent cross, Londres 1968, 71. – 6 R. GIRARD, Quand ces choses commenceront..., Arléa, París 1994, 59. — 7  Cf E. DÍAZ DEL CORRAL, Historia del pensamiento pacifista y no-violento contemporáneo, Hogar del libro, Barcelona 1987. – 8 R. GIRARD, Los misterios de nuestro mundo, Sígueme, Salamanca 1982, 165. – 9 J. H. GOSS-MAYR, El evangelio y lucha por la paz, 62. – 10 J. ToPEL, The way to peace, Maryknoll, Nueva York 1979, 132-145. – 11 R. GIRARD, Quand ces choses commenceront..., 185.

BIBL.: AA.VV., La violencia de los cristianos, Sígueme, Salamanca 1971; GALTUNG J., Sobre la paz, Fontamara, Barcelona 1985; GANDHI M., Todos los hombres son hermanos, Atenas, Madrid 1984; GIRARD R., El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona 1986; Goss-MAYR J. H., El evangelio y lucha por la paz, Sígueme, Salamanca 1990; HARING B., La no violencia, Herder, Barcelona 1989; LOHFINK N., Violencia y pacifismo en el Antiguo Testamento, DDB, Bilbao 1990; SCHUTZ R., La violencia de los pacíficos, Herder, Barcelona 1970; TOURNIER P., Violencia y poder, La Aurora, Buenos Aires 1986.

A. Barahona