MATERIA
DiCPC
 

I. CUESTIÓN HERMENÉUTICA.

Los dos términos del binomio Materia-Energía constituyen los dos raíles por donde ha transitado todo el pensamiento occidental, desde los balbuceos míticos, pasando por la representación religiosa y teológica del mundo, a los esfuerzos por racionalizar la visión de la realidad por parte de Aristóteles. Las mismas tentativas de la ciencia por descubrir las leyes del orden del universo han quedado, a veces, entrampadas por esta bipolaridad. De ahí que la mayor parte de los modelos de pensamiento y visión de la realidad se hayan transformado en -ismos: materialismo, idealismo, espiritualismo, en un cerrado universo de incomprensión mutua. Es la física moderna la que ha obligado a «despertar del sueño dogmático», y a poner en crisis estos dos términos como «inadecuados para expresar las condiciones de posibilidad del devenir de la realidad». Se trata, por lo tanto, de lo que machaconamente, y con tanto acierto, definían los dos máximos filósofos de la realidad, Heidegger y Zubiri, como «la imprescindible cuestión hermenéutica» del futuro quehacer filosófico: liberar de esa zaborra maniquea los dos términos que la visión mítica, teológica y dogmática ha trasformado en representaciones absolutas y mutuamente excluyentes. Este esfuerzo de interpretación, pasará necesariamente por la pregunta crucial de si términos como materia y espíritu resultan todavía adecuados para expresar las condiciones de posibilidad del devenir de la realidad, tal como vienen propuestas por la física moderna. Una breve panorámica por antiguos y modernos pensadores ayudará a comprender el esfuerzo titánico por comprender, y hasta superar, una conceptualización que ha marcado por tanto tiempo la divisoria de las aguas filosóficas.

II. TENTATIVAS POR UN CONCEPTO GLOBAL-TOTALIZANTE.

Los pensadores latinos adoptaron el término materia (designaba la madera viva del bosque, capaz de producir retoños, la madera de construcción, en oposición a lignum –la leña para el fuego—; y de ahí, los materiales necesarios para construir algo) para traducir el griego hylé porque expresaba el con qué se hace algo y el de qué están hechas las cosas. De ahí el paso a designar el fundamento de la realidad sensible era breve: materia era el principio (arché) que hacía que las cosas ocuparan lugar, espacio. Como la hylé griega, pasaba a designar el origen, el sujeto y la causa de las cosas. En sentido figurado, indicaba así el contenido de un razonamiento, de un discurso, debate o tratado. Muy pronto el término se cargó de otras resonancias: mítico-religiosas y filosóficas. La materia, como principio negativo de la realidad sensible, pasó a indicar el origen del /mal, opuesto al bien (espíritu-inmaterial); la existencia terrena, fue concebida como materialización-encarnación; y la vida sensible, como una cárcel-tumba. Conceptos que provocaban una espiritualidad entendida como una purificación continua de los lazos de la materia y como la conquista de la inmaterialidad. La teología griega (no sólo la platónica), interpretada durante la época helenística y romana por la teología oriental dualista, pasará este concepto a la neoplatónica cristiana, que terminó por dominar el entero panorama de la /teología cristiana (a pesar de los primitivos destellos, en el pensamiento cristiano, de una antropología somática y de la visión de la corporeidad como remate del dinamismo divino hacia la autocomunicación). Un rasgo que iba a marcar la fisonomía del concepto hasta nuestros días.

Algo parecido le iba a ocurrir con su caracterización filosófica, por obra de Aristóteles: su oposición a la forma, en cuanto pasivo opuesto a lo activo, indeterminado a lo determinante. Sin embargo, en pura terminología aristotélica, la materia es principio (por lo tanto con su dimensión activa), no sólo elemento: el elemento es el resultado de la disolución de los cuerpos, el principio es constituyente de la corporeidad misma. La materia como principio, puede indicar la total indeterminación (materia prima), lo que en la corporeidad todavía no es ni esto ni aquello, y que puede devenir una cosa concreta (materia secunda), en cuanto susceptible de recibir una forma determinante. En cuanto total indeterminación, es por esto incognoscible y sólo indirectamente cognoscible (deducible). En su aplicación a la construcción de las cosas, Aristóteles aplica al binomio materia forma su teoría de la potencia-acto. La materia sería la potencia de /ser, algo que puede ser capaz de recibir las determinaciones formales. En cambio, los aristotélicos insistirán en la materia como carencia, vacío y pasividad (tó pathetikón). Así, la materia sería algo-que-no-es, idéntica al no-ser, a la /nada. De ahí su definición negativa: la materia es aquello que por sí mismo no es algo, no es cualidad, no es cantidad, ni nada por lo que un ser pueda decirse determinado. No era difícil, con esta definición, explicar el devenir como la actividad de la forma=espíritu, un principio en oposición a la materia, como harían muchos discípulos de Aristóteles y los neoplatónicos de Plotino. Los estoicos habían tratado, sin caer en el mecanicismo de Demócrito, de buscar dentro de la materia misma las virtualidades que hacían posible el devenir mismo del espíritu (logosnous), a través de su teoría de las razones seminales (concebidas como fuerzas con finalidad propia que marcan el devenir de las cosas), concediendo pleno sentido a la corporeidad y a la materia. También algunos primitivos pensadores cristianos habían tratado de seguir este camino hablando del /cuerpo como gloria Dei y de la materia como primum donum Dei, en su proceso de autorrevelación de lo divino, tratando de fundar la llamada antropología somática (homo caro Dei, corpus Dei, gloria Dei incorporata). Pero terminó eclipsada por la neoplatónica y por una interpretación apresurada y falaz del pensamiento de Agustín; su fase neoplatónica fue tomada por sus discípulos como el pensamiento maduro agustiniano, sin tener en cuenta sus posteriores reflexiones y sus retractationes, rindiendo así al maestro un pésimo servicio.

Esta intersección de conceptos sobre la materia, llevó este término a una progresiva ambigüedad y disolución conceptual, haciendo cada vez más difícil su aplicación a la filosofía de la /ciencia como aproximación a la realidad. De hecho, la conceptualización de la materia como principio negativo, sea filosófico como religioso-teológico (lo divino como inmaterial-incorpóreo, opuesto a lo material=corruptible=malo) constituiría durante el Renacimiento y la época moderna una barrera infranqueable, tanto para la /antropología (y para la misma teología) como para la física y la cosmología, que tuvieron que abrirse otros caminos.

III. CRISIS DE UN CONCEPTO INADECUADO.

Tomás de Aquino había tratado de ir más allá en el concepto de materia, mediante una lectura del Agustín maduro1: el binomio materia-forma en realidad se resuelve en el más profundo de essentia-esse (esencia-existencia), de manera que la materia sólo existe unida inseparablemente a la forma. Duns Scoto irá más allá y destacará la dinamicidad de la materia, abriendo una puerta nueva al pensamiento del Renacimiento: ya que la materia posee un propio esse, no es, por lo tanto, mera privación, y su ser potencia significa ya ser un acto en potencia de otro acto. Precisamente este será el camino que emprenderán los renacentistas, volviendo de nuevo a las posiciones presocráticas (la materia como tronco vivo de retoños, la hylé como el fundamento del brotar y del devenir). Y sobre estos fundamentos machacará de nuevo Suárez para dar un nuevo fundamento a la filosofía de la ciencia. La materia lleva en sí el principio del devenir, en cuanto las cuatro causas (eficiente, material, formal y final), en realidad son una sola, inmanente a la materia (Telesio, Giordano Bruno, Campanella). La materia no sólo es el receptáculo de las formas, es la fuente de las formas2.

Descartes, al desvirtuar la conceptualización de la materia como substantia, y someterla a las leyes de la divisibilidad y medida (res extensa), abre el camino a la consideración de la materia exclusivamente como una res mathematica, es decir, algo perceptible y medible geométricamente, disolviendo así la dicotomía aristotélico-tomista de una materia terrestre (visible-corruptible) y celeste (invisible-incorruptible), y afirmando de esta manera la unicidad absoluta de la materia. Por esto Spinoza podrá hablar de la extensión como un atributo de Dios: sólo existe lo que es extenso y Dios existe, luego la extensión es atributo de Dios. Todo lo existente es divino, es la conclusión del monismo panteísta de Spinoza. El paso a Berkeley es inmediato: es inútil un concepto de materia como algo incognoscible, cuya cualidad principal sea la indeterminación: sólo es adecuado un concepto de materia, en cuanto su ser propio sea el de ser percibida. Será Leibniz el que dará un paso más en la superación del concepto: lo constante de la materia es la, fuerza viva; las mónadas llevan en sí la entelequia de su devenir. Por esto la materia es un phaenomenon y por ello es perceptible y mensurable. Es la concepción dinámica de la materia, gracias a un concepto que terminará por sustituir los anteriores, como más adecuado a los descubrimientos de la física moderna: el de la energía cinética. Será este el concepto que utilizará Kant: «La materia llena el espacio con fuerzas contrapuestas, es decir, con una fuerza expansiva que tiene un grado determinado». Los idealistas (/idealismo) verán en la materia un concepto abstracto, es decir, la expresión de un equilibrio de actividades contrapuestas (Schelling), de un sistema de fuerzas no estáticas, que determinan su posición recíproca en el espacio (Lotze), de la existencia refleja en la fase de repliegue del espíritu en el sí (Hegel), de un momento del proceso dialéctico en el desenvolvimiento del espíritu (Hegel-Gentile).

Sin embargo, en el trasfondo de estas concepciones de la materia, tanto en los escolásticos como en la conciencia de la nueva filosofía laica (iluminismo primero y empirismo moderno después) aleteaba el fantasma de su valoración ético-religiosa. De ahí la explosión de los -ismos absolutistas: materialismo, idealismo, espiritualismo. Si se examinan bien las aportaciones de los iluministas (Condillac, Bonnet, Cabanis, Diderot, con su correlación entre cuestiones físicas y moral), o de los críticos del idealismo alemán (Feuerbach: la materia como único fundamento de la moral; Strauss: la materia como fundamento de la crítica del /cristianismo), o de la izquierda hegeliana (Marx y Engels y su fundamentación materialista de la historia y de la sociedad), o del mismo neopositivismo, se descubre un concepto religioso de la materia, que lleva a una serie de dogmatismos ideológicos. Es el lastre que se puede verificar en los primeros teóricos del evolucionismo (materialismo monístico de Spencer, Haeckel) o en los proyectos de la religión racional de Comte. La ciencia, para estos partidos filosóficos, no dejaba de ser una religión, cuyo dios es la verificación de todo fenómeno de la realidad, que no puede ser más que sensible. Pero la ciencia, como acercamiento a la realidad, corría por otros cauces. La disolución definitiva del concepto llegará con los cosmologistas físicos y con los analistas: para la cosmología de Whitehead, la materia no juega ninguna función; Alexander tiene que pedir excusas por no poder dar ninguna definición de materia; Russell definirá por esto la materia como «una línea causal o serie de eventos ligados por una intrínseca ley causal»; terminando con un juicio que constituye la condena del concepto clásico de materia: «El concepto de materia resulta para la física menos fundamental de cuanto se creía». Por esto X. Zubiri no cesaba de repetirnos en sus seminarios: «El esfuerzo hermenéutico más poderoso está en buscar un concepto adecuado a la física moderna, porque el de materia no sirve».

IV. HACIA UN NUEVO CONCEPTO EN LA FÍSICA MODERNA.

La crisis del concepto de materia en su aplicación a la física moderna comenzó con la equiparación entre masa y materia por Newton: la noción de masa se identificaba con la de materia, según el concepto de principio permanente de toda mutación (ese algo que queda permanente, a pesar de las mutaciones), concepción que ya había indicado Aristóteles y había desarrollado la Escolástica, insistiendo en el carácter pasivo de la masa inerte. De ahí la definición newtoniana de masa como cantidad de materia. Esto suponía también la identificación del principio de la conservación de la masa con el de la materia. El salto lo dio Einstein con la teoría de la relatividad, que suponía la trasformación de la materia-masa en energía, de manera que la masa no sería más que una forma de energía particularmente concentrada (E=mc2). La crisis del concepto materia-masa está en la pérdida del valor absoluto del principio según el cual nunca varía la cantidad total de la masa, que queda absorbido en el principio de la conservación de la energía. Lo que sí es absoluto es que, aunque el reposo y el movimiento sean relativos (como las medidas del tiempo y de la masa), sin embargo existe una forma invariante, válida para todo sistema inercial: la de la velocidad de la luz. Además, con la teoría de los campos gravitacionales Einstein dio un nuevo salto en la correlación materia-masa-energía: la proporcionalidad entre masa inerte y masa gravitacional le llevó a formular el principio de la equivalencia entre aceleración y campo gravitacional, pasando a considerar las llamadas propiedades esenciales de la materia (espacio-tiempo), como medibles por aproximación, según los teoremas de la geometría de Euclides, en regiones del universo lejanas a toda masa gravitacional, y como inmedibles con los presupuestos de la geometría euclidiana, en regiones bajo la tensión de masas gravitacionales. Es lo que denominó la curvatura del espacio-tiempo: un cuerpo en movimiento libre describe una geodética, o sea la línea más breve que une dos puntos del espacio cuadridimensional. En la teoría unitaria Einstein integró, además, los campos electro-magnéticos representados por una torsión del espacio-tiempo. La conceptualización de la materia sufría así un vuelco en clave dinámica: tanto por su correlación con la velocidad de la luz, como por su fenomenología de formas variables de concentración de energía, en relación a los campos gravitacionales.

Todas estas nuevas concepciones obligan a replantear el problema filosófico de la materia. La actitud antimetafísica y antifilosófica (sólo interesan los fenómenos físicos) de algunos neopositivistas no libra al pensador de plantearse el problema bajo otras coordenadas: en realidad sigue en pie la idea de la unidad, racionalidad y sentido de la naturaleza, que con tanto relieve replantean las nuevas teorías. Además, el hecho de que todas ellas sean modelos racionales de interpretación, obliga aún más a aceptar el reto filosófico de la nueva física y cosmología.

V. MÉTODO Y VERDAD EN LA APROXIMACIÓN A LA REALIDAD.

Los filósofos de la ciencia del siglo XX han renunciado a servirse de cosmovisiones absolutistas, sean materialistas, idealistas o espiritualistas, y han preferido colocarse en una posición metodológica: «Nuestra tarea y gozo es descubrir el mundo en que vivimos» (Weisskopf). Sin renunciar por esto a la aventura de la interpretación: ahí está el contingentismo (Heisenberg), el empirismo crítico (Planck) o el realismo relativístico (Einstein). No sólo eran las nuevas teorías de la composición de la luz (quanta corpusculares y propagación ondulatoria) y de la relatividad general las que exigían un nuevo concepto de materia más cercano al de energía, sino los mismos descubrimientos científicos sobre la constitución de la materia: la dimensión y peso de los átomos (sistema periódico de la clasificación natural de los átomos de Meyer-Mendeleiev), las trasmutaciones atómicas y la estabilidad del átomo, las partículas elementales, las fuerzas que intervienen en el microcosmos atómico y, sobre todo, la trasmutación de la materia en energía, y viceversa (que de esta forma absorbía en un principio más amplio el antiguo principio de la conservación de la energía), identificando la propiedad fundamental de la materia, es decir la gravedad, con la inercia que caracteriza la masa (interpretación geométrica de Einstein, que de esta forma cumplía la aspiración de Descartes y Leibniz de «matematizar la materia en su extensión dinámica»). Junto a estos descubrimientos, el método científico se afinaba con las leyes estadísticas y la correspondencia entre diferentes modelos de interpretación, basada en la probabilidad y la renuncia a una completa visualización del mundo atómico, como aspiraba la mecánica clásica.

Junto a esta dimensión de la indeterminación y aproximación estadística a la realidad, el filósofo actual se plantea cómo interpretar físicamente el formalismo matemático de los modelos atómicos y subatómicos y, sobre todo, la correspondencia entre la dimensión macrocósmica y la microcósmica de los diferentes mundos energéticos (Ludwig). Una cosa está clara: que los conceptos deducidos de la experiencia familiar (euclidiana, diríamos) no valen ni para la realidad macrocósmica ni para la microcósmica. De ahí la crisis de los conceptos filosóficos, en general construidos sobre los modelos de la identidad y /diferencia, y a lo más deducidos por analogía. El problema central en el pensamiento actual, está constituido por la gran incógnita de hasta dónde los métodos utilizados influyen sobre el objeto observado, sobre todo cuando se trata del mundo subatómico, y, a nivel de dimensión astronómica, por la verificación de que muchos de los objetos observados han dejado ya de existir en su fuente, cuando llegamos a percibir datos que a ellos se refieren y, consecuentemente, por el interrogante de hasta qué punto los objetos observados se reducen a puros phaenomena de la energía-luz, como hablaban los viejos filósofos.

NOTAS: 1 SAN AGUSTÍN, Confesiones, XII. — 2 G. BRUNO, Diálogo IV.

BIBL.: AA.VV., The concept of Manen Notre Dame, Indiana 1963; AMALDI G., Materia e antimateria, Milán 1961; BUECHEL W., Philosophische Probleme der Physik, Friburgo-Viena 1965; DÓRIGA E. L., El universo de Newton y de Einstein. Introducción a la filosofía de la naturaleza, Herder, Barcelona 1985; EINSTEIN A., Sobre la teoría especial y la teoría general de la relatividad. El significado de la relatividad, Planeta-Agostini, Barcelona 1985; FERNÁNDEZ-ARDANAZ S., Génesis-anagénnesis: fundamentos de la antropología cristiana en los tres primeros siglos, Vitoria 1990; ID, Elementi di antropologia somatica nella letteratura latina cristiana (Dalle origini al sec. IV), Antonianum 71 (Roma 1996) 1-34; RAMOS PICÓN E, La doctrina aristotélica de la materia prima, Quito 1964; SELVAGGI E, La struttura della materia, Brescia 1966.

S. Fernández-Ardanaz