FEMINISMO
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feminismo se entiende el movimiento de reacción a la relación desigual y machista entre los sexos. También comprende las manifestaciones de toma de conciencia de las condiciones de inferioridad histórica de la mujer y la denuncia del antifeminismo. El uso del término no carece de ambivalencia. Según algunos, C. Fourier usó este neologismo sosteniendo la igualdad entre los sexos, en 1837. Para otros, se debe hacer referencia, sobre todo a A. Dumas hijo, cuando publicó L'homme-femme (1872), un debate sobre las costumbres, en el cual ya usó el término («el feminismo, permítaseme este neologismo...») para descalificar a sus opositores, partidarios de la emancipación de la mujer. Ellos recogieron el vocabulario de la medicina de la época, en la cual se usaba la voz feminismo, con acepción negativa, para calificar a todos los que no entraban en la regular identidad del sexo. Feminismo era la anormalidad patológica de una feminización de los hombres y una masculinización de la mujer. Era aplicado, entonces, a aquello que venía a romper las reglas naturales de la división de los roles, y por ello implicaba un juicio moral, político y antropológico, ligado al medio de una confusión de las diferencias como fuente de desorden social. Se intentaba subrayar la interrupción del desarrollo en el estadio de feminismo, correlativo del término infantilismo. En tal acepción machista, el término no hacía sino reafirmar la tradicional inferioridad de la mujer, pensada como perteneciente a un estadio de humanidad no plenamente desarrollado.

Desde el punto de vista de los contenidos, el término feminismo es usado, la mayoría de las veces, por un lado, para denunciar el agotamiento y la opresión de la mujer, con el objetivo de combatir los factores de inferioridad en el sistema político, familiar, económico, educativo y, por ello, con una intención constructiva de condiciones igualitarias; por otro lado, como una reflexión sobre el sentido del género femenino en sí mismo, como en la llamada cultura de la diferencia; finalmente, en algunas esferas, se entiende como una afirmación de superioridad, en respuesta a la tradicional desvalorización del género femenino. En esta última acepción, el feminismo es una reacción pendular que termina con acordar una prioridad al género femenino en las elecciones prácticas y en la cultura, acreditando así la opinión de una guerra perenne entre los sexos.

I. ESBOZO HISTÓRICO.

Desde el punto de vista histórico, no es fácil caracterizar con precisión las diversas fases que el feminismo ha atravesado, bien porque varían de una nación a otra, bien por la pluralidad de posiciones presentes en cada fase, o por los desarrollos y paradas alternativas que el movimiento ha sufrido. Como feminismo se indica, al mismo tiempo, una cierta transhistoricidad ligada a cada expresión crítica en las confrontaciones de la subordinación femenina; el movimiento de emancipación que data de la Revolución Francesa, y que se ha desarrollado sobre todo después de 1830, con el derecho al voto que se estableció durante todo el transcurso de los siglos XIX y XX, con períodos alternativos de estancamiento y de movimiento; con el feminismo de los años 60, los desarrollos más recientes, calificados como neofeminismo; los desarrollos más maduros de un feminismo centrado en una antropología de la reciprocidad. En una amplia acepción, se debe hablar también de feminismo ante litteram cada vez que, en la historia, se hace referencia a discursos, eventos y personalidades que han puesto el dedo en la llaga de la opresión femenina, denunciando la injusticia y haciendo lo posible por cambiar las condiciones de desigualdad entre los sexos. Tal contribución consiste esencialmente en la contestación de la filosofía aristotélica, que mantenía la teoría de la diferencia de la naturaleza con ventaja de la del hombre (la mujer como hombre imperfecto), a favor de una teoría de la polaridad entre los sexos, pero esta vez en defensa de la superioridad femenina.

Es habitual distinguir diversas fases del feminismo, partiendo de un primer período reivindicativo, que en el siglo XIX tendía a obtener sobre todo la igualdad de los derechos civiles, luchando por la emancipación. La primera fase ha sido cada vez más dinámica, más comprensiva, llegando a cuestionar las instituciones, desde la familiar a las instituciones sociales y políticas, alcanzando hasta la identidad misma de la mujer en los procesos formativos de su personalidad. La larga lucha por la conquista del derecho al voto es la consecuencia principal de las primeras reivindicaciones; se ha debido esperar un siglo en los Estados Unidos, un poco menos en Inglaterra, y al final de la Segunda Guerra mundial en muchos países europeos. Desde el punto de vista práctico se consideran objetivos de la primera fase emancipadora, aquellos ligados a los derechos más elementales, como la igualdad en la ciudadanía, la igualdad de condiciones en el trabajo, pero también peticiones de organización pública de los trabajos referentes a los servicios sociales. El feminismo americano afrontaba todo lo relacionado con el poder, la distribución de los recursos y de los privilegios sociales, denunciando las injustas reparticiones entre los sexos y promoviendo manifestaciones, marchas y actividades políticas de cualquier género, con el fin de sacar a la luz tales injusticias.

Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, muchas organizaciones de la mujer obtuvieron una serie de servicios para los niños, las escuelas y las familias, que, si bien no cambiaban la organización de la sociedad, aligeraban la vida cotidiana de las mujeres, afirmando sus espacios laborales y libertad personal. Una caracterización diferente del movimiento feminista delinea dicha fase de liberación, que acentúa la denuncia de una organización de los sistemas centrada en el hombre, con la mujer en función del hombre, a lo largo de toda la historia humana, y profundiza el sentido de las convulsiones provocadas en el campo de los procesos generativos, como premisa de una /liberación radical de la mujer; la mujer había sido pensada durante siglos como el habitáculo pasivo de la actividad generativa masculina y esto hizo correr ríos de palabras sobre la psicología de la acogida y de la obediencia.

El neofeminismo de los años 60 tomaba cuerpo en torno a estos temas, especialmente a partir de América, coagulando un movimiento de masa, a menudo ligado al radicalismo político, a las reivindicaciones antirracistas y a las protestas estudiantiles. En los años 60 el eslogan: «El personal es político» significaba haber comprendido que todas las dimensiones de la vida, en casa, en los puestos de trabajo, en las instituciones políticas, debían ser afrontadas y cambiadas, desde el momento que la realidad cotidiana e individual era vista como el reflejo de las relaciones de fuerza en el ámbito político. La práctica del pequeño grupo se afirmaba en los inicios de los años 70, con formaciones internas en los movimientos colectivos, comunicaciones de experiencias y socializaciones entre las mujeres y self help, todos los instrumentos de concienciación que hacían suyos sus problemas privados sin excluir los políticos. Se evidenciaba, por tanto, la cuestión de la doble militancia, en el partido y en el colectivo feminista, con todos los problemas destinados a la reorganización de lo social. De esta manera la cuestión femenina se coloca siempre en amplios horizontes interpretativos, con difusión de posturas colectivas antimachistas, sobre todo entre los intelectuales de izquierda, pero con comparaciones significativas en todas las áreas ideológicas, de ahora en adelante, en torno al problema mujer. Es el período de la transformación del feminismo de elitista a difundido. Una parte del movimiento de las mujeres se aplica al papel crítico desarrollado en ciertos campos del psicoanálisis (Reich), dominados por una concepción radical de la liberación sexual, como también a la denuncia de la sociedad consumista y masificada hecha en la escuela de Frankfurt. Centrado el tema de la sexualidad, reivindicada bien como diferencia de la ternura femenina con respecto a la agresividad masculina, bien a través de formas de autarquía y de /hedonismo.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

1. La igualdad y la diferencia. En todas las áreas ideológicas, el feminismo vive la difícil búsqueda de identidad, entre deseo e impotencia, entre liberación y nuevas-viejas jaulas, entre la voluntad de establecer, al menos, categorías tradicionales, y la incapacidad de prescindir de ellas, en una fecunda crisis de sentido que cubre todo el arco de lo conocido, encontrando su cúspide más alta en las mujeres de cultura, cargadas de problemas demasiado radicales como para poderse contentar con soluciones parciales; todo ello se encuentra en el centro de la crisis contemporánea de la razón y de la fe (/teología). Impulsado por la crisis del concepto pleno de /igualdad, considerado contraproducente en tanto que se inscribe como asimilación al hombre, el feminismo se ha puesto en marcha a la búsqueda de los contenidos de la diferencia. El recorrido actual del feminismo va bastante bien y a esto hay que añadir el pensamiento existencialista de S. de Beauvoir, considerada como la escritora más profunda del primer feminismo, pero todavía situada en la fase de exaltación de la igualdad. En la cultura de la /diferencia es la misma racionalidad la que define lo humano como ser en crisis, como expresión de la cultura masculina. La igualdad formal es relanzada como /marginación del lado de las mujeres. Se revisa el concepto de ciudadanía: el ciudadano ha coincidido tradicionalmente con el hombre macho y la polis griega ha sido construida con la exclusión de las mujeres. Por esto, en las modernas democracias, además de la resurgida igualdad formal, sigue siendo central el problema de la representación, dada la persistente marginación femenina. Se interpela sobre todo a las ciencias para redefinir sobre nuevas bases identidad y diferencia: biología, sociología, filosofía, teología, están destinadas a poner en duda los presupuestos de los cuales han partido y el discurso sobre las mujeres va extendiendo el poner en cuestión al mundo de la cultura, a partir de la perspectiva de la otra mitad del cielo. Por esto, de la exigencia de legitimación a entrar en la sociedad y en la cultura de lo masculino, el feminismo actual pasa a la auto-legitimación de crear un linaje, una cultura, una ética con voz de mujer.

2. La diferencia como superioridad. La cultura de la diferencia corre el riesgo de recaer en viejas proclamaciones definidas, que se mueven entre hipovaloraciones e hipervaloraciones de la feminidad. Entre las trampas de la cultura del género, incluso cuando no aparece explícitamente, se puede descubrir una tentación de superioridad ética, como reacción a la subordinación histórica de las mujeres. Así sucede cuando se hace referencia a la narración bíblica del Génesis o a la leyenda de los Masais (Kenia), en la cual, el haber aceptado el ser definida por el hombre, ha sido interpretado como indicio de superioridad, ya que a la condena le sigue una elección culpable. Los Masais hacen referencia a un origen en el que los dos sexos estaban organizados en grupos separados. Se supone una autonomía originaria de los dos sexos, con la posibilidad de hacer, al menos, el uno del otro, siguiendo el orden de la supervivencia. Después, por alguna culpa atribuida a las mujeres, estas finalmente pierden la libertad y son destinadas a reunirse con los hombres y a depender de ellos. En el Oeste de África parece ser que leyendas de estas características, sobre separación inicial radical, son frecuentes. Encontramos la convicción: a) de una diferencia originaria paritaria; b) de una culpa sucesiva que conlleva la desigualdad; c) de una mayor culpabilidad de la mujera explicaciones y justificaciones de su condición de inferioridad social, pero también a subrayar su más alta responsabilidad ética en las confrontaciones de todo el género humano. Subordinación histórica y superioridad ética están organizadas, por lo tanto, en una relación de interdependencia.

En la búsqueda biológica, la diferencia de inferioridad se transforma en diferencia de superioridad. En la práctica se sostiene una superioridad femenina, biológicamente acreditada: la envidia del útero toma el puesto de la envidia del pene. La jerarquía es nuevamente organizada y transformada: el segundo sexo se convierte en el primero, haciendo referencia a que el sexo femenino precede a la diferenciación. No se puede hablar de una fase inicial de existencia embrional indiferenciada o bisexual, dado que el primer embrión no es indiferenciado, sino femenino. Por esto la moderna embriología parece reclamar para todos los mamíferos un mito como el de Adán y Eva. Para estos excesos, que se expresan desde reacciones pendulares hasta la secular instrumentalización de la biología, que durante mucho tiempo ha acreditado la inferioridad femenina, sirve la crítica de un biologismo que es la nueva piel del naturalismo, en función de una jerarquía trasnochada. No faltan apoyos a esta supuesta superioridad femeninaen los estudios de M. Mead, que sacan a la luz la ventaja que tiene la niña en su relación con la lactancia materna. Succionar leche de la madre, en la primera relación / interpersonal que se conoce, sería fuente de diferente posibilidad de identificación de la niña y del niño. El niño debería luchar mucho para poder construir su identidad masculina, destacándose de la simbiosis originaria con la madre en un proceso de des-identificación, que si no actúa, puede llevarlo al transexualismo y a las diversas formas de desvío psico-sexual. Parece que los hombres debían desarrollar unas reglas sociales que valorasen su capacidad de afirmación y empeñarse en triunfar a toda costa en los diferentes campos de aplicación de la obra humana, para poder construir una identidad satisfactoria en relación con la madre y la feminidad en general.

3. La diferencia de la reciprocidad. La cuestión de la identidad, entre el rechazo de esta, definida por los hombres, y la búsqueda de la nueva, conlleva el alto riesgo de nihilismo, ya que no es fácil intentar nuevos caminos si se rechazan las soluciones tradicionales, las simplificaciones de la complejidad y los cómodos atajos. Desde el punto de vista del modelo teórico, la nueva cultura de la reciprocidad es una respuesta positiva a la crisis de sentido que el feminismo afronta y provoca. La perspectiva conflictiva entre los géneros está superada, según el modelo dialéctico alternativo, con sus reflexiones familiares y políticas. También está desviado el problema de la identidad, ya que de esta no se puede hablar como de un objeto, fuera de la serie de relaciones; la identidad no indica un status a analizar y recorrer en sus elementos constructivos, sino que connota un código lingüístico que permite la decodificación de un proceso de relaciones.

El significado de la identidad depende del contexto, del código que se asume de vez en cuando, y no de una especie de metafísica del ser. La originaria unidualidad humana hace que la persona no pueda conocerse si no se reconoce en otra persona. Nq se puede responder a la pregunta sobre el yo, si no es recurriendo al movimiento en el cual el /yo, relacionándose con un tú, llega a ser uno mismo. Por esto la conciencia cultural de la relacionalidad parece que no puede excluir una filosofía y una /antropología de la reciprocidad, que implica la diferencia y la igualdad en el movimiento que da lugar a la estaticidad de los opuestos. Desde la óptica de la reciprocidad se intenta superar tanto la pura igualdad como la diferencia abismal, ya sea el concepto tradicional de complementariedad, ya sea la conciliación perenne de la dualidad hombre-mujer en un artificioso irenismo que oculta los momentos inevitables de conflicto patente o latente. Ciertamente, la reciprocidad es un juego de naturaleza incierta, expuesto a los condicionamientos de la psicología de cada uno, de la cultura, de la economía y de las diversas políticas, de las caídas en el dominio del yo o del nosotros, del triunfo de las lógicas del dirigente en la vida política, del marido como patrón o de las varias formas, incluso sutiles, de relaciones, según el modelo sadomasoquista familiar, o del Dios (Padre) de los teólogos. Esto no quita importancia a la continua búsqueda de igualdad, vista in primis como respeto de la diferencia, y después también como defensa de los derechos de igualdad adquirida, contra posibles intentos de reflujo. Las acciones positivas, con las leyes que intentan articularla, se constituye para centrar la atención en crear condiciones de desarrollo que consientan la actuación afectiva de la igualdad.

Cierto feminismo tiene sus razones para temer el uso y el abuso del concepto de /persona. Es necesario reconocer que si el término fuese entendido en el sentido neutro, valdría la crítica de abstracción, realizada por el /existencialismo, con la diferencia del género que desaparece en la universalidad abstracta, al no poner en evidencia la alternancia originaria del ser de cada persona como mujer y como varón. La persona debe juzgar la realidad de las relaciones varón-mujer en las diversas situaciones de desigualdad, evitando la universalidad del concepto, en el cual está propuesto el modelo masculino de humanidad. La reciprocidad es extraña también al concepto de síntesis, porque vive de la búsqueda dinámica de la unidad y las diferencias, que ofrecen posibilidades en las dos sin fáciles compromisos. En esta, la /sexualidad no aparece como un apéndice marginal, ni puede fijar la identidad de una vez por todas, tanto por no poder prescindir de ella como por establecer condiciones perjudiciales. Si uno dice del otro algo con lo que no se siente identificado, está obligado a modificar, en la relación, el contenido de sus afirmaciones, hasta que el otro se sienta a gusto. En la reciprocidad ninguno de los dos géneros puede decir la última palabra sobre el otro, porque sólo juntos forman la humanidad. Reciprocidad significa, en efecto, cooperación y, por lo tanto, prioridad del vaivén de cambios simbólicos en la firmeza dogmática, prioridad de la flexibilidad dialógica sobre las cuestiones de la identidad y de lo específico. Esto se traduce en el respeto de la espontaneidad de situarse cada uno en el interior de una relación cada vez más única.

BIBL.: BADINTER E., L'un est l'autre. Des relations entre hommes et femmes, Jacob, París 1986; BELLENZIER M. T., Idea o realtá della donna, Cittá Nuova, Roma 1978; DI NIGOLA G. P., Antigone. Figura femminile della transgressione, Tracce, Pascara 1991; ID, Donne e politica: quale partecipazione?, Cittá Nuova, Roma 1983; ID, Uguaglianza e differenza. La reciprocitá uomo donna, Cittá Nuova, Roma 1988; ID, Il linguaggio della madre. Aspetti sociologici e antropologici, Cittá Nuova, Roma 1994; ID, Per un'antropologia della reciprocitá, en DANESE A. (ed.), Persona e sviluppo, Dehoniane, Roma 1990; HARDING M. E., I misteri della donna, Astrolabio, Roma 1973.

G. P. Di Nicola