ESPERANZA
DicPC


I. CONSIDERACIONES HISTÓRICAS.

Ciertamente la esperanza vino al mundo por la Biblia. Como dice José Jiménez Lozano, hubo un pueblo de la antigüedad al que no pareció importarle nada el cosmos y ni siquiera la muerte, aunque sus poetas también supieran cantar la condición efímera del hombre. Ese pueblo sólo tuvo una obsesión: la /justicia, el sueño de una tierra donde manaban ríos de leche y miel, y donde se hacía justicia al huérfano, a la viuda y al extranjero. Ese pueblo se puso en camino, y así hubo historia, no eterno retorno, hubo sentido, se esperó un final que produjera lo nuevo. Se trata, claro está, de un pueblo «que es el Libro» (Borges). Mientras en Grecia la esperanza no dejó de ser un engaño, los discípulos de un hijo del pueblo de Israel dijeron que la promesa se había cumplido, se había inaugurado su cumplimiento. Con la Resurrección del justo asesinado, el Reino de Dios iniciaba su marcha en la historia. El /cristianismo, nacido de Israel, y que afirma ser el cumplimiento de las promesas de Israel, aportó la esperanza al mundo, nació con él la esperanza de «un cielo nuevo y una tierra nueva». Chesterton lo dice bien: «Lo que esa universal y combativa fe trajo al mundo, fue la esperanza». Por eso, la meditación sobre la esperanza estuvo siempre unida a la meditación teológica. La esperanza ha sido una virtud teologal más que una pasión del alma. La época moderna supo poco de la esperanza, al decir de Adorno y Horkheimer en la Dialéctica de la Ilustración: la /ilustración moderna, que recae en el mito, ratifica la verdad del hecho; así, renuncia a la esperanza. A pesar de que en Kant se diga que el «¿qué me es dado esperar?» es una de las cuatro preguntas que ha de responder la /filosofía, y de que se conceda a la esperanza cierto peso mayor en la balanza de la razón. Pero la esperanza de Kant, como la de los ilustrados, es la esperanza en un futuro visto de manera optimista; no es tanto aquella esperanza que nacía de la sed de justicia y que tiene más que ver con los perdedores de la historia. Fue a estos a quienes se regaló la esperanza. Por eso, quizá el progresismo (/progreso) moderno supo menos de la auténtica esperanza, y G. Marcel afirma que el mundo moderno ha sido refractario al verdadero esperar. Puede decirse, desde luego, que en la concepción moderna del futuro no cabía esperanza para los fracasados y los /pobres.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA.

No es quizá casual, por ello, que sea nuestro siglo, testigo de tantas tragedias, y en el que los grandes espíritus han visto ya hace tiempo los límites de cierto entendimiento de la modernidad, el momento en que la reflexión filosófica va a hacer suyo el tema de la esperanza. Como dice Laín Entralgo, uno de los autores que mejor han reflexionado en España sobre esta cuestión, a partir de la II Guerra Mundial el regodeo en el desesperacionismo -permítaseme la expresión bloquiana- de Heidegger o el primer Sartre va a ser sustituido por una nueva confianza en el futuro y un pensamiento de la esperanza que se empeña en salvar lo humano, a pesar de todo. E. Bloch es, seguramente, el más importante de los autores que desarrollaron esta reflexión; y no digo esto sólo porque sea un autor muy querido por mí, sino porque supo ver a la luz de la esperanza toda la historia y toda la /cultura humanas, toda la lucha del hombre por ser hombre. A la luz de la esperanza, después de los grandes desastres, Bloch leyó de nuevo la historia y asumió hermosamente nuestra herencia cultural. De este modo aportó a nuestro mundo, tan necesitado de reencantamiento, un pensamiento imprescindible. El descrédito actual de ciertas tradiciones emancipatorias no debiera arrinconar este pensamiento creador y heredero, no reductible a epigonismo alguno.

Pero, además de Bloch, hay otros autores que reflexionan sobre la esperanza, como los que ya he mencionado, y otros muchos a los que tendré ocasión de referirme en las siguientes páginas, recordando algunas de sus ideas fundamentales. No se escapa a estos pensadores, desde Marcel a Moltmann, desde Laín a Bloch, el asunto del que hemos partido: la conexión entre la esperanza y la experiencia religiosa. «Donde hay esperanza hay /religión», decía Bloch. Este defiende la esperanza contra la angustia existencialista. Heidegger y Sartre «no hacen sino reflejar una existencia de perros». Para Heidegger la esperanza no es un modo auténtico de existir. Pero lo primero que objeta Bloch, lo mismo que otros pensadores, es que ella forma parte de la condición del hombre. «No hay hombre que viva sin soñar despierto», decía Bloch, y Laín afirma: «El hombre no puede no esperar». Ortega y Gasset decía también: «El corazón del hombre necesita siempre una abertura hacia la esperanza, es decir, hacia el mañana». De forma que la esperanza no es sólo una determinación de los afectos de espera, sino que pertenece a la condición ontológica del hombre, como afirmaba E. Mounier. Este autor llega a sostener que aceptar o rechazar la esperanza es «aceptar o rechazar el ser /persona». «La esperanza es la estofa de que está hecha nuestra alma» (Marcel). ¿Y qué se espera? La /felicidad, naturalmente. Pero no hay que olvidar que también la justicia. Por el sueño de la justicia comenzó la esperanza. Es la presencia insoportable del mal lo que lleva a esperar. Por eso Marcel dice que en el acto de esperar hay una radical inconformidad. De ahí que la esperanza no sólo tenga un aspecto individual, sino también comunitario y, por ello, histórico. Esperanza es esperanza para mí, pero también para la humanidad. Esperamos, dice Bloch, la patria. Entonces, la esperanza, ¿implica la esperanza de superación de la /muerte? Así lo dirán los pensadores de raíz cristiana, pero también ha de plantearse el problema del último enemigo todo aquel que quiera abordar estos asuntos en profundidad. Bloch así lo hizo. Porque la esperanza es la negación de todo amor fati. Y el cristianismo, por ejemplo, la religión de la esperanza, y que respecto a las cosas de este mundo es altivez y voluntad de no dejarse tratar como ganado, tampoco se conformó jamás con la tumba.

Pero la spes ha de ser docta spes. La esperanza es rebelión contra el /mal, sueño de justicia y felicidad, pero también conocimiento del mundo, que se muestra lleno de posibilidades. La esperanza no es sueño en el vacío, más bien tiene que ver con la /utopía presentida, con la capacidad de ver la realidad como preñada de futuro, con el saber del mundo y de sí mismo que el hombre ha acumulado en su historia y en las grandes producciones de su espíritu. Moltmann dice: «Sólo la esperanza merece ser calificada de realista, pues sólo ella toma en serio las posibilidades que atraviesan lo real». Y Marcel afirma que esperar es «dar crédito al universo», confiar en la capacidad creadora de la realidad. Pero esa confianza ha de fundarse en la verdad, como afirma también Laín Entralgo. O como dice Bloch, de otra manera: «Si la esperanza no es abstracta, sino que corre en la línea proyectiva de lo adelantado por ella, la esperanza no se encuentra nunca completamente fuera de lo objetivamente posible en la realidad». Por eso la esperanza no es «sólo un rasgo fundamental de la conciencia humana, sino ajustado y aprehendido concretamente, (...) una determinación fundamental dentro de la realidad objetiva en su totalidad».

Esperanza es confianza (de «confianza incondicional» habla Mounier), pero no es seguridad. A causa de la limitación del hombre y de su libertad, la esperanza es siempre insegura. Todos los autores resaltan este punto, pues incluso el cristianismo admite la posibilidad de perdición individual. Y Bloch habla constantemente de la posibilidad de la nada, del fracaso definitivo. «Peligro y fe son la verdad de la esperanza», dice Bloch. Ello conlleva la necesidad de la militancia, del compromiso por lo que se espera. La esperanza no es quietismo inerte, sino acción ilusionada por un futuro bueno en el que se confía.

Mas, ¿qué hacer en esta hora nuestra? Esta es la hora de la decepción de la /razón, del «pesimismo incondicional que fomenta los negocios de la reacción», como decía Bloch. El viejo progresista que quiso cambiar el mundo (eso dice) se encuentra ahora tan a gusto, como funcionario del reino de Mammón. Pero antes he dicho que la esperanza vino al mundo por la Biblia, con lo que podemos preguntar si la pérdida de la esperanza y la entrega al nihilismo no tendrán algo que ver con la pérdida de la herencia que nos enseñó el amor a la rebelión. Desesperar es la consecuencia de tomar totalmente en serio la muerte de Dios. La muerte de /Dios, tomada en serio, conduce necesariamente al amor fati. Como dice J. Muguerza, «la aceptación total de lo que hay no le produjo a Nietzsche paz, sino terror». Sólo cuando no se miró al fondo del abismo, y cuando se salvaron los contenidos humanistas del símbolo religioso, pudo hasta cierto punto esquivarse el nihilismo a que conduce la muerte de Dios. Pero esta es la hora del fracaso de demasiadas cosas y de volver a preguntarnos qué debemos hacer. Y quizá lo primero que debemos hacer es cuestionarnos si tenemos derecho a desesperar, si el recuerdo de las víctimas puede permitirnos el solazarnos en el amor al desastre y en el regodeo en lo negativo de que han hablado algunos de los autores más lúcidos del momento. Es hora de plantearnos si no tendremos, como dice Fackenheim, el mandamiento, el imperativo, de esperar. Desesperar es, al fin, conceder a Hitler otra victoria (y a Stalin).

III. CONCLUSIONES.

Hay que rechazar esa especie de puritanismo que desprecia todo lo que es hermoso y humano, y que no sabe ver la presencia de la verdad y de la /belleza en la historia. Porque esta no ha sido sólo la historia de los vencedores. Hay también una historia del espíritu, la del /sufrimiento que busca sentido, la de la esperanza de los fracasados, la de las esperanzas humanas plasmadas en el arte, en la filosofía, en la religión. Decía un día G. Steiner: «Humanista es aquel que recuerda». No hay humanismo sin el recuerdo de la lucha de los fracasados. Pero el recuerdo de la lucha de los fracasados no ha de ser celebrar constantemente su funeral, sino que las obras en que el espíritu cuajó nos siguen mostrando que aquella lucha esperanzada tenía razones para esperar, y que nuestro deber es precisamente todo lo contrario de dar la razón a los asesinos. Humanismo es esperanza, no amor fati; pero hay esperanza si hay recuerdo de las manifestaciones de la verdad. Ahora que se dicen tantas estupideces sobre los relatos portadores de esperanza, resulta que los individuos que siguen tocando el alma de la gente son aquellos que mejor representan o han representado la esperanza. La esperanza fue siempre motor de la historia y de la vida, y puede y debe volver a serlo.

Significa esto que la esperanza no está ya para nada en eso que Bloch llamaba el progresismo filisteo; para nada, por ejemplo, en un pensamiento anticristiano. Todo esto es viejo, muy viejo, pensamiento propio de una Europa cansada (débil), que ha olvidado que si la esperanza hace a veces visionarios, también crea respondones. Necesitamos del reencantamiento, que sólo puede estar en la asunción de nuestra herencia cultural, de la tradición que nos enseñó el amor a la rebelión, una tradición que es doble, la de la Biblia y la de la /razón, cuyo mestizaje -que no confusión- no es sólo deseo para hoy, sino la realidad histórica que floreció durante mucho tiempo en Europa, donde, como dice Bloch, la razón no floreció sin esperanza ni la esperanza habló nunca sin razón. Una Europa (desde donde escribimos) que quiera pensar su futuro abierta a la humanidad y no cerrada en su mundo del dinero y del hastío, y una humanidad que quiera pensar su futuro, han de hacerse herederas de lo mejor de la razón, y también de aquella palabra que hace muchos siglos proclamó con rotundidad: «No quedará defraudada la esperanza de los pobres» (Salmo 9).

BIBL.: AA.VV., El futuro de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1973; BLOCH E., El principio esperanza, 3 vols., Aguilar, Madrid 1977ss; ID, El ateísmo en el cristianismo. La religión del éxodo y del Reino, Taurus, Madrid 1983; LAÍN ENTRALGO P, Antropología de la esperanza, Guadarrama, Madrid 1978; ID, La espera y la esperanza. Historia y teoría del esperar humano, Alianza, Madrid 19842; ID, Esperanza en tiempos de crisis, Círculo de Lectores, Barcelona 1993; MARCEL G., Homo viator, Aubier-Montaigne, París 1963; MOLTMANN J., Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 19773; ID, El experimento esperanza, Sígueme, Salamanca 1977; MUGUERZA J., La razón sin esperanza, Taurus, Madrid 1977.

V. Ramos Centeno