CREENCIA
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Creencia, del latín credere, significa la confianza depositada en alguien de que nos devolverá lo que le hemos prestado (creditum). Tiene, pues, inicialmente un sentido práctico: se confía en que otro haga algo debido en relación con nosotros. Luego se amplía el sentido y se extiende a lo que otros prometen o dicen: confianza en la ->palabra, en la ->comunicación. Se diría que esto último es ya lo específicamente humano. Sin embargo, en todos los seres que poseen alguna forma de comunicación pueden encontrarse indicios de ->confianza. Así, los animales que viven en algún tipo de sociedad, se comunican entre sí y muestran su confianza a la comunicación de otros, como los que detectan a los depredadores, los vigilantes, o los que descubren alimento, etc. Por lo que habría que pensar que la actitud de confianza credencial posee unas profundas raíces filogenéticas. Es cierto, no obstante, que en el hombre la creencia posee unos caracteres propios. Por ejemplo, el de ser consciente, reflexiva. Lo que implica que pueda ser también negativa; y, en todo caso, que exija normalmente un fundamento o motivo suficiente.

El motivo general de la creencia en el plano humano se denomina también ->autoridad: creemos a alguien, porque posee prestigio, autoridad para nosotros. La creencia en la auto ridad -se entiende como autoridad epistémica o de información, no como autoridad de mando o gobierno1- ha sido siempre la base o fundamento general de las creencias humanas. Y ello se ha mostrado en varios campos: en un sentido genético, poseen credibilidad para nosotros nuestros mayores, los que están en la base de nuestra cultura o de nuestra sociedad, los antepasados, los fundadores de movimientos sociales, religiosos o culturales. En un sentido de ejemplaridad o prestigio, merecen nuestra confianza los que han sido nuestros maestros, los que han destacado como sabios o como héroes o santos, es decir, los modelos de ideales de vida. En el primer caso, la autoridad engendra la confiabilidad, basada en que quienes nos han precedido y entregado todo lo suyo -padres, fundadores, antecesores- nos han demostrado su amor desinteresado y es evidente que no nos engañarán nunca. En el segundo caso, el prestigio engendra confianza en la competencia de los maestros o modelos de vida: son personas que conocen bien aquello de que nos hablan o informan. Tenemos así que la autoridad se desdobla en dos de los motivos fundamentales para la credibilidad: la confiabilidad y la competencia.

En todo caso, es bastante claro que la vida humana necesita absolutamente de la confianza en los demás. Sólo así la experiencia personal queda potenciada con la experiencia y los conocimientos de otros hombres. De hecho, es fácil ver cómo nuestras creencias, lo que creemos, ocupa un porcentaje muy elevado de cuanto conocemos; esto vale incluso en el campo de los conocimientos denominados científicos. Nadie puede ser especialista en todo. Por eso, en las mismas ->ciencias, unas dependen de otras, apoyan sus investigaciones en conocimientos recibidos de otras ciencias: y los reciben en forma de creencias, ya que no son competentes para justificarlos; como, por ejemplo, la medicina depende de la fisiología, esta de la biología, esta de la química orgánica, etc. De aquí la importancia y las insustituibles funciones de las creencias en nuestra vida. Estas funciones pueden reducirse básicamente a tres: función cognoscitiva; función emocional, en cuanto suscitan en nosotros algún tipo de ->sentimiento, aceptación o rechazo; y función actitudinal, en cuanto dan origen a actitudes diversas en nuestra conducta2.

I. EL CONCEPTO DE CREENCIAS. Las creencias humanas pueden ser, y son de hecho, estudiadas por múltiples saberes: por la psicología, la ética, la lógica, la epistemología, la ->teología, la filosofía, etc. Dejando de lado el punto de vista de la ->religión y de la ->ética, nos limitamos a los aspectos psicológicos y gnoseológicos.

En cuanto a la noción misma de creencia, podríamos decir que Tomás de Aquino y Kant coinciden en colocar este tipo de conocimiento como a medio camino entre el saber y el opinar. El conocer sería como el sentido general, pues versa sobre todo aquello de que tenemos alguna noticia, sea como sea. El opinar se aplicaría a aquel conocimiento que se refiere a cosas o verdades, acerca de las cuales no tenemos una evidencia suficiente; sólo tenemos ciertos indicios o probabilidades. En cambio, el saber se refiere a un conocimiento de cierta categoría, dotado de una seguridad o certeza basada en algún tipo de evidencia objetiva o en una demostración o comprobación personal: sabe, propiamente, el que conoce el qué y el porqué de algo. Entonces el creer es un asentir mentalmente (el kantiano Fürwahrhalten: tener por verdad) a algo que conocemos, pero sin evidencia objetiva o sin comprobación personal, sino basados en la autoridad de quien nos informa. Es lo que sucede en la intercomunicación personal. Coincide con el opinar, en cuanto es asentir y asentir sin evidencia objetiva; aunque se tenga la evidencia subjetiva de la autoridad del informador. Por lo que la creencia puede obtener un elevado grado de certeza. En esto se aparta de la simple opinión y se acerca al saber. No es, sin embargo, un saber estricto, ya que carece de la evidencia objetiva y de la certeza científica, propias de lo que debe entenderse por saber.

Por consiguiente, entendemos por creencia el asentimiento que otorgamos a ciertas verdades o informaciones (mensajes, enunciados) fundados o motivados por la confianza y la competencia (autoridad) de quien nos informa, enseña o comunica algo. Dejamos de lado el sentido impreciso y general de creencia, tal como se emplea en el lenguaje corriente y hasta en ciertas investigaciones psicológicas, en las que equivale a pensar o conocer. Pero incluimos el sentido de asentimiento espontáneo y, a veces, irreflexivo, que prestamos a ciertas informaciones, mensajes o convicciones recibidas del ambiente social, y que, al decir de Ortega y Gasset, «no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos»3. Por ello, son algo de lo que no se nos ocurre dudar, sino algo con lo que contamos de antemano.

II. ESTRUCTURA DE LAS CREENCIAS. La estructura del conocimiento credencial no deja de ser un tanto compleja, tanto psicológica como gnoseológicamente. Desde un punto de vista psicológico y sociológico, en la creencia intervienen, al menos, tres géneros de factores. Está, por un lado, el agente o informador, comunicante de un mensaje; y, junto con él, los diversos medios o técnicas de la información, actualmente muy desarrolladas. Está, en otro ángulo, el contenido mismo del mensaje informativo, lo que se nos dice o comunica y que será luego lo que creemos o dejamos de creer. Y en un tercer ángulo podemos situar al receptor del mensaje informativo, en cuanto es quien presta el asentimiento credencial. Así pues, pudiéramos imaginar como un triángulo, cuyo vértice superior está ocupado por el sujeto mismo de la creencia o receptor de la información; uno de los ángulos inferiores está ocupado por el emisor o polo activo de la información; y el tercero, por el contenido mismo del mensaje.

Pero cada uno de estos componentes tiene su complejidad. Así, el sujeto activo o emisor de una información puede ser considerado, bajo diversos aspectos, ya como testigo (explorador, detective, investigador...) ya como relator (informador, docente, predicador, profeta, vidente...). Y, en todo caso, puede funcionar como informador inmediato o como cadena de informadores intermedios, a través de la cual circula un mensaje. Este suele ser también algo complejo, esto es, un discurso formado por múltiples enunciados o proposiciones, en las cuales se dice (se afirma o se niega) algo acerca de algo. Así pues, lo que creemos no son ideas o conceptos sueltos, ni palabras inconexas, sino mensajes que verdaderamente nos informan acerca de algo. Lo que suele hacerse mediante el ->'lenguaje declarativo o predicativo. Por parte del receptor de la información, pero sujeto activo de la creencia, también hay que distinguir varios elementos, tales como el carácter individual o social del mismo, los actos correspondientes de asentimiento credencial, y, sobre todo, los motivos o razones para prestar su confianza a un mensaje, enseñanza o información dados. En cuanto a la estructura gnoseológica, por así decirlo, de la creencia, parece una nota característica de la misma el ser un asentimiento a un contenido informativo, a través de la confianza en un informador. Es decir, pasamos desde el polo receptivo de la información a la aceptación del mensaje, a través del polo emisor o sujeto activo, que es el informador o maestro. Y ello, en base a los motivos que tenemos para creer. De aquí la importancia de tales motivaciones.

III. LA VERDAD Y LA CERTEZA EN LAS CREENCIAS. La vida humana apenas puede comprenderse sin el componente de las creencias. Esto es particularmente evidente en nuestro tiempo, en que nos hallamos sumidos en un ambiente de comunicaciones cruzadas, de mensajes, de noticiarios, de testimonios, de relatos, de secuencias de imágenes, aparte de lo que recibimos como tradiciones o noticias de hechos anteriores, historias, enseñanzas, opiniones... Y no es nuevo advertir que nos encontramos sometidos a una presión informativa constante, cuando no a una propaganda descarada, reclamándose para todo nuestra aceptación o nuestra buena fe. Por un lado, formamos parte de ese mundo de la información, como actores y como receptores; necesitamos absolutamente de la comunicación como medio obligado e insustituible para adquirir todo un bagaje de conocimientos. Mas por otro lado, tenemos conciencia de ser manipulados en muchas ocasiones, literalmente engañados, seducidos o malinformados por muchos de los mensajes recibidos. En cualquier caso, tenemos la impresión de que carecemos de la suficiente evidencia en cuanto a lo que debemos creer y a quién debemos creer, o cuándo debemos creer. Que el creer se presenta como un entregarse al informador, como un firmar un cheque en blanco. Y los estudios psicológicos para analizar los modos más eficaces de obtener la confianza de la gente, para crear imagen, no contribuyen precisamente a la confianza en la información, sino quizás a sospechar más vehementemente que somos utilizados. Tanto desde el punto de vista gnoseológico, como desde el sociológico, se impone, pues, la adopción de unos criterios o reglas, siquiera generales, que nos permitan poder dilucidar cuándo y a quién debemos otorgar nuestra confianza credencial. En resumen, se trataría de saber cómo podemos decidir nosotros, los receptores de un informe, enseñanza o información, si el sujeto emisor de los mismos es persona digna de crédito o no lo es. Los criterios generales pueden y deben ser múltiples, según las diversas maneras de recibir la información, ya de forma inmediata, ya por vía de cadenas informativas, que tienen sus fuentes a distancia nuestra, ya sea una distancia espacial, ya sea, además, una distancia temporal.

Así, por ejemplo, el conocimiento personal del testigo o informador parece ser un criterio positivo para aceptar su mensaje. Con todo, se ha de limitar esta confianza al campo específico de su competencia; y no es suficiente con que sea alguien famoso o muy conocido. Otro criterio puede ser la coincidencia de testimonios múltiples. Pero ha de ser acerca de la misma materia o tema; y, sobre todo, se ha de tratar de testigos múltiples y entre sí independientes. Del mismo modo, podemos acudir a signos externos, como la coherencia de lo que se hace y lo que se dice o enseña. Dentro de esto, prevalece, sin duda, el testimonio de los que ejercen la autocrítica o se retractan de opiniones anteriores o enseñan doctrinas contrarias a sus intereses materiales, a su comodidad, etc.; siendo el caso límite cuando alguien testimonia algo con el sacrificio de su vida.

Mas no solamente hay que buscar razones para creer. También es una forma de creencia el no aceptar un testimonio en base a motivos negativos. Y estos pueden ser mucho más numerosos que los positivos. No solamente podemos desconfiar del informador, en cuanto a sus dotes de observación o colectivas. También podemos encontrar motivos de desconfianza en la capacidad del informador por la escasez misma de testigos o por el hecho de la discrepancia de testimonios acerca de los mismos temas; incluso por la modalidad al ejercer el testimonio o la información, por ejemplo, si se dicen las verdades a medias o de forma equívoca, con doble sentido, o bien mediante fórmulas metafóricas, brillantes en imágenes innecesarias, o por miedo y coacción, favoreciendo abiertamente los intereses del informador, etc.

En un plano teórico, diríamos que lo que afirma una persona digna de ->fe y competente en un campo determinado, debe ser creído. Seria un tanto contradictorio que la persona fuera creíble en el campo de su competencia y no fuera creída en cuanto afirma respecto de dicho campo. Pero en el terreno práctico, la dificultad está siempre en decidir quién y cuándo se trata de una persona digna de crédito. A ello contribuyen los criterios anteriormente insinuados y algunos otros. Con lo que la certeza que podemos obtener en el conocimiento credencial suele ser más bien de tipo probabilístico. No obstante, pueden darse casos en que tal probabilidad sea muy elevada. Así, nadie dudará de la existencia de Napoleón Bonaparte o de que la tierra gira en tomo al sol; aunque sean conocimientos que obtenemos mayoritariamente por medio de informes credenciales.

NOTAS: 1 Cf I. M. BOCHENSKI, ¿Qué es autoridad? - 2 Cf T. M. STEINFATT, Comunicación humana. Una introducción interpersonal, 145ss. -3 Ideas y creencias, 387-388. -4L. VICENTE BURGOA, Palabras y creencias, 40ss.

VER: Agnosticismo, Cristianismo, Fe, Ideología, Religión, Verdad.

BIBL.: AA.VV, La Croyance, Beauchesne, París 1982; ALvIRA T.-MELENDO T., La fe y la formación intelectual, Eunsa, Pamplona 1979; BEM D. J., Beliefs, Attitudes and Human Affairs, Blemont, Cole 1970; BOCHENSKI 1. M., ¿Qué es autoridad?, Herder, Barcelona 1979; HEIDER F., The Psychology of interpersonal relatioships, Nueva York 1968; NEWMAN J. H., El asentimiento religioso, Herder, Barcelona 1960; ORTEGA Y GASSET J., Ideas y creencias, en Obras completas V, Alianza, Madrid 1983; PIEPER J., La fe, Rialp, Madrid 1966; RICOEUR P., Fe y filosofía, Almagesto, Buenos Aires 1990; ROCKEACH M., Beliefs, Attitudes and Values, San Francisco 1968; STEINFATT T. M., Comunicación humana. Una introducción interpersonal, Diana, México 1983; VICENTE BURGOA L., Palabras y creencias. Ensayo crítico acerca de la comunicación humana y de las creencias, Universidad de Murcia, Murcia 1995; WELTE B., ¿Qué es creer?, Herder, Barcelona 1984.

L. Vicente Burgoa