COMPROMISO
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1. ETIMOLOGÍA E HISTORIA. En la etimología de la voz que nos ocupa encontramos, fundamentalmente, dos significados: el de obligación (vínculo que muestra una exigencia a la voluntad) y el de promesa (expresión de la voluntad de actuar de cierto modo). Por un lado, hallamos pues, la referencia al verbo latino ob-ligo (atar o unir con) y por otro, al verbo promitto (prometer o enviar en defensa de). Así llegamos a la síntesis preliminar de lo que pueda designar el concepto compromiso: «Vínculo que presenta una exigencia de respuesta adecuada a la voluntad». Es digno de resaltar el carácter relacional de los dos componentes de nuestra palabra. Mientras el primero implica la unión radical de dos planos de realidad, el segundo denota la conexión necesaria del agente con el todo real, y, muy especialmente, con la parte insigne constituida por la realidad personal: el hombre atado-vinculado a su fundamento, y el hombre llamado a la responsabilidad para con el otro hombre, llamado a enviar en defensa del otro su acción. Incidamos también en la implicación de la voluntad, la cual se supone con algún tipo de ->autonomía, motivo por el que se activa la responsabilidad, la posibilidad del error, de la culpa, etc.

La situación originaria de todo ser humano es el compromiso. Nacemos y estamos integrados en la dinámica natural que acoge y gobierna la vida. Nacemos y encontramos seres responsabilizados de nuestra supervivencia y desarrollo, cuando nosotros sólo somos capaces de una mínima autonomía. Esas realidades exteriores son siempre nuestro medio insoslayable; en nuestro actuar como naturalezas personales se concreta nuestra existencia. Pero estemos atentos a no entender reductivamente el ámbito de la acción. Los estratos que lo componen son: el obrar (poiein), en el que transformamos la realidad material; el actuar propiamente dicho (practein), por el que nuestro obrar deviene autorrealización; el pensar-valorar (theorein), que nos ofrece una presentización artificial válida por su adecuación a las cosas, una imagen abstracta de nuestra situación, así como la tonalidad afectiva con que se nos da; y por último, el cooperar (cooperor), que ineludiblemente afecta a un ser social como el hombre. Como dice Mounier, la relación que existe entre estos niveles es absolutamente intrínseca y necesaria, no es posible la disociación de alguno de ellos sin perjudicar gravemente tanto el resultado objetivo como la reversión subjetiva que la acción comporta. El daño consistiría en una degeneración, pues un modelo de acción reductivo para un ente cuyo ser y operar están íntimamente conectados -tal es el caso del hombre- supone la destrucción de su constitución propia. Los productos de tal proceso pueden ser muy diversos: la concepción intelectualista (desvitalizada por abstracta) de lo humano si se ignora su aspecto material, su reducción a la exterioridad positiva si no se contempla el doble sentido (objetivo-subjetivo) de la acción, la ceguera de la inmediatez inevitable si no se cuenta con la virtualidad de la razón, y el individualismo si no concebimos nuestro ser y existir, de un modo radical, como apertura a la trascendencia (otro-prójimo - Otro-Dios).

No hay para el hombre posibilidad de evitar el compromiso, puesto que la dejación de responsabilidad es también responsable, o en otros términos, porque yo podré negarme a admitir la teoría de caída de los graves, pero no dudo de lo que ocurriría si probara a saltar por la ventana. Parece, pues, que existieran para el hombre dos fuentes de evidencias, de razones para dirigir su vida. Por un lado estarían las evidencias de la razón, que llamaré con Husserl apodícticas (Einsicht) -aunque no todas posean este rango de validez- por su articulación argumental. Este tipo de evidencias poseen un carácter abstracto, esquemático, y muestran su validez de modo incondicionado (aspecto ventajoso en el estudio de la naturaleza, pero inadecuado en el tratamiento de lo humano). Por otro lado tendríamos lo que Pascal denominó razones del corazón, y que aquí llamamos evidencias asertóricas (Evidenz), por hallarse todas ellas en el nivel de la mera afirmación, no entendiendo esto de modo peyorativo, sino designando que a su ser propio le corresponde la no tematización, el estar no objetivado, sino ejercitado o vivido. Mientras las primeras requieren la actitud antinatural de la reflexión, las segundas se nos ofrecen a cada paso de nuestro vivir. Este vivir consiste -más allá de las substancializaciones- en una corriente de actos voluntarios requeridos por evidencias de uno u otro tipo. Como plantea san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, a todos se nos propone una elección de servicio (compromiso) en la vida: o servimos a Cristo o al diablo, dice el de Loyola. El que se propone la no adhesión comete una inconsciencia, pues bajo la apariencia de neutralidad es seguro que está actuando en uno de los caminos del compromiso. En la historia de la filosofía tenemos un mosaico ejemplar de actitudes diversas respecto al compromiso, tanto desde la perspectiva vital como desde la meramente especulativa; esferas, a nuestro juicio, conecesitantemente vinculadas, dado el modo de ser del hombre. Nos limitaremos a tres referencias esclarecedoras: Sócrates, Kant y Hegel.

Sócrates ha sido propuesto tradicionalmente como un caso excepcional de fidelidad al compromiso adoptado. Pero lo admirable no se encuentra sólo en el plano del valor moral. A mi juicio, la actitud socrática tiene su fundamento en el plano político tal y como lo concebía la Grecia clásica. Desde esta concepción, la ciudad era consustancial al hombre. Aquí observamos parcialmente satisfechos los rasgos del compromiso: la conexión de dos planos de realidad (ciudadano-polis), y la especial relación ofrecida entre el agente y sus circundantes (ciudadanía). La insuficiencia socrática la encontramos en su exclusión de lo natural del ámbito de la realidad humana, así como el reconocimiento de la ->dignidad sólo en el restringido círculo de la ciudadanía (no son ciudadanos ni la mujer ni el esclavo). Además, para Sócrates su inmolación era un asunto político, y no propiamente moral. Para Greciano existían actitudes morales, sino actitudes políticas. Por ello, nos percatamos de la clara limitación política de la autonomía individual en este contexto.

Kant nos propone un plano incondicionado que debe regir el modo de actuar, no sólo de todo hombre, sino también de todo ser racional. Es el nivel del puro ->deber donde la razón (pura práctica) tiene la tarea de ofrecer máximas de actuación universalizables (morales) a la voluntad. Aquí puro significa ausencia de toda ->huella sensible, ya que su incursión provocaría la supresión de la validez incondicionada que lo moral exige para Kant. El hombre está, para Kant, dividido en dos planos, el de sus inclinaciones (voluntad) y el de su conciencia moral (razón pura práctica). Su moralidad consiste en la imposición a la voluntad de la regla de la razón. No es difícil observar aquí una versión del dualismo platónico. En cuanto a nuestro asunto, no se cumple la vinculación de dos planos de realidad, pues mientras se denigra y somete lo sensible humano (lo asertórico) se identifica dignidad con racionalidad (lo apodíctico) llegándose a una especie de inmanentismo ratio-moral. En cuanto al modo de ->responsabilidad, el kantiano falla por su abstracción inadecuada: no es el puro deber el catalizador originario de la conducta moral. Debido a que ambos pertenecen a esferas heterogéneas, la reflexión y la actitud natural respectivamente, y dada la espontaneidad primaria de esta última, debe existir aquí ya un foco ético, so pena de imposibilitar la adecuación moral de la conducta sensible. Kant nos invita a un heroísmo moral que, además de no contar con aspectos de la moralidad como el goce por la buena acción (tan importante para Aristóteles), deja fuera a todos aquellos cuya participación en el reino racional es insuficiente (por deficiencias congénitas, o por la acción culpable de otros agentes morales). Por lo que se refiere al orden político, queda reducido a mera extensión de la moralidad, al apostarse por la universalidad como último criterio moral. Podemos constatar que en este discurso se propone una autonomía humana casi absoluta, donde el factor limitador son las inclinaciones de la voluntad. El compromiso sería sobre todo moral, consistiría en la adhesión incondicionada al puro deber por encima de las inclinaciones, y poseería por ello un carácter netamente racional. En Hegel, como en todo el romanticismo alemán, se da una recuperación del universo heleno clásico. En lo que nos atañe, esto conlleva una reacción a Kant, en cuanto vuelve a privilegiarse lo político frente a lo moral, lo absoluto sobre lo particular. La insignificancia necesaria de la parte ínfima que el hombre representa frente al absoluto, no tiene otro modo de fidelidad al mismo, otro modo de compromiso, dada su precaria autonomía, que la asunción de su limitación y la realización de su libertad, en el sentido del despliegue de la totalidad. Esta trayectoria se concreta eminentemente en la evolución de los pueblos, de sus instituciones, de su cultura, en la que algunos representan el papel de guías aventajados, mientras los demás son reducidos a un papel secundario. Esto delata que la insignificancia de la parte frente al todo no es homogénea, o lo que es lo mismo, hay partes (pueblos, hombres) menos relevantes -dignas- que otras.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA. Con estos antecedentes afronta el ->personalismo comunitario el tema del compromiso, y lo hace desde un contexto en el que impera el desconcierto, entendido ya como incapacidad para un consenso mínimo, ya como angustia ante la carencia de un sistema objetivo de valores. Este fenómeno atañe muy directamente a la percepción y actitud del hombre ante el compromiso, y genera graves consecuencias como el individualismo, la abstención política (no ya la meramente electoral), el relativismo ético y la masificación. El personalismo sostiene que tal situación corresponde a la crisis de un tipo de racionalidad, al hundimiento de la explicación sobre el hombre y la realidad que ha sido ofrecida en Occidente por la ->Modernidad. Si hubiera que señalarse su rasgo más característico, creo que podría ser su afán de seguridad, su deseo de fundamentación, de apodicticidad. La Modernidad tiene su motivo principal en la búsqueda de certezas que sustituyan a las que provenían de la fe religiosa, entonces en plena crisis. Es el duelo entre ->fe y razón, entre las evidencias asertóricas y las apodícticas. El moderno pretende ver para creer, y no cree si no ve. Es más, no le satisface cualquier modo de visión: sólo existe para él aquello que es reductible a la razón y explicable dentro de sus límites (Kant). Este tipo de discurso llega a la seguridad apodíctica mediante el encerramiento en el propio ->yo. Tanto es así, que cuando se trata de pensar en los demás hombres, nos encontramos que no pueden presentárseme como seres iguales en dignidad a mí, sólo pueden hacerlo como apariencias de humanidad, como objetos de mi conocimiento y no como sujetos. No es demostrable la existencia de otros hombres desde la mera razón, como tampoco lo es la existencia de un mundo exterior a nosotros, desde el único fundamento de la conciencia subjetiva. Es lo que llamamos un modelo mono-lógico de racionalidad, desde el que toda instancia exterior al sujeto cognoscente, toda ->alteridad, toda trascendencia, es problemática y esencialmente inabordable.

El personalismo propone una racionalidad articulada sincrónicamente por evidencias asertóricas y apodícticas, una razón que no excluye la fe, sino que la exige. Es un modelo dialógico de racionalidad porque se parte de la coexistencia relacional de dos instancias (el hombre y su ->prójimo), siempre en la simetría de dignidad que exige el carácter personal que ellas poseen. Desde esta óptica habla Lévinas del otro hombre, o Martin Buber de yo y tú. Sólo desde este enfoque se pueden salvar los callejones sin salida a los que hemos llegado. En el tema del compromiso, esos sinsentidos son muy evidentes. La modernidad, que pretendía hallar seguridad y conseguir la plena autonomía humana, logra hoy su objetivo: las relaciones se establecen en términos inequívocos y predecibles (el dinero es su vínculo) y los sujetos son autónomos (no se pretende mirar más allá del propio interés). Se postulaba que la ocupación, el compromiso de cada uno en su propia felicidad acabaría repercutiendo en la felicidad de la ->totalidad de los hombres; se creía que el egoísmo podía ser un medio de alcanzar el bien común. Hoy observamos lo absurdo de tal postulado. El personalismo concibe al hombre como ->persona, lo que implica una noción de compromiso tan amplia y exigente como la constitución del ser personal. La persona encuentra en su misma raíz una vocación fundamental de ->trascendencia. Lévinas plantea la responsabilidad respecto del otro humano como hecho primordial en el hombre. Nuestro compromiso debe ser una respuesta libre y creativa a la exigencia que la realidad nos dirige, encarnada en el otro hombre; una respuesta afirmativa a la llamada de la alteridad, especialmente en el caso del otro sufriente. Desde el personalismo se plantea una concepción amplísima, pero estricta, de la responsabilidad: somos parte de la injusticia, sea cual sea su origen, y estamos llamados a su eliminación. El compromiso es así el nexo que une dos planos: la realidad originaria del hombre (ser en esa respectividad, que es al mismo tiempo proximidad y libertad), que emite un llamamiento a la conciencia (ejemplificado en el ¿dónde está tu hermano? que Dios dirige a Caín), y la respuesta que el hombre elige efectuar libremente, en todos los estratos de la acción, desde y para la comunidad de todos los hombres. Y es que la ->comunidad sólo puede edificarse correctamente basada en el respeto a la dignidad absoluta de todos los hombres, y concibiendo la función política como ayuda al proceso de personalización de todos los miembros de la ciudad.

Más concretamente, podemos ejercer nuestro compromiso al responder a nuestra vocación personal desde los ámbitos de nuestra vida cotidiana: en el auxilio al necesitado, en la lucha por la "justicia social, en la asociación que rompe el individualismo, en el control y la reivindicación políticos, etc. La conciencia de nuestra esencial vinculación al otro, de la petición de auxilio que me dirige, y la respuesta afirmativa a su requerimiento, es el fundamento del compromiso, que la persona no puede eludir sin provocar su propia destrucción. Dice Lévinas sobre el compromiso radical, que es «deber que no ha requerido consentimiento, que ha llegado hasta mí traumáticamente, desde más acá de todo presente rememorable; (...) que ha llegado hasta mí como elección en la que mi humanidad contingente se convierte en identidad y en unicidad, por la imposibilidad de substraerse a la elección. Deber que se impone (...) como carácter deficitario del ser y sus recursos. Identidad que no tiene nombre». Identidad que dice: heme aquí, adsum, identidad que sólo es al desprenderse.

VER: Audacia, Ética política, Fortaleza, Pobre, Política, Sentido de la vida, Solidaridad, Tolerancia.

BIBL.: ARISTÓTELES, Moral a Nicómaco, Espasa-Calpe, Madrid 1992; BUBER M., Yo y Tú, Caparrós, Madrid 1993; CORTINA A., Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, Sígueme, Salamanca 1985; DÍAZ C., La política como justicia y pudor, Madre Tierra, Móstoles 1992; HEGEL G. W. E, El concepto de religión, FCE, Madrid 1981; KANT l., La religión dentro de los límites de la mera razón, Alianza, Madrid 1991; ID, Crítica de la razón práctica, Sígueme, Salamanca 1994; LÉVINAS E., Humanismo del Otro Hombre, Caparrós, Madrid 1993; MORENO VILLA M., El hombre como persona, Caparrós, Madrid 1995; MOUNIER E., Manifiesto al servicio del personalismo, en Obras completas, Sígueme, Salamanca 1992; RICOEUR P., Amor y justicia, Caparrós, Madrid 1993.

E. Martínez Hermoso