Analítica trascendental
DicFI


Parte de la Crítica de la razón pura que trata del análisis de lo que el entendimiento conoce antes de toda experiencia. Kant divide la Lógica trascendental en «lógica de la verdad» (Analítica trascendental) y en «lógica de la apariencia»(Dialéctica trascendental). A su vez, la Analítica se divide en «Analítica de los conceptos» y «Analítica de los principios» (ver gráfico). En ella se trata de un doble problema: «Como es posible la física pura?, o bien ¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física?, y ¿Qué condiciones a priori supone el conocimiento intelectual?

Si la Estética trascendental se ocupa de las condiciones a priori que hacen posible intuir un objeto, la Analítica trascendental trata de las condiciones a priori que hacen posible pensar un objeto. Propio de la sensibilidad es sentir objetos; propio del entendimiento, pensarlos. Frente a la pasividad de la sensibilidad, el entendimiento (ver texto ) posee espontaneidad y creatividad. La
crítica a la razón supone investigar cuáles son los elementos a priori del entendimiento, o cuáles son las condiciones necesarias que se añaden a las de la sensibilidad para constituir la experiencia; los principios a priori que hacen posible pensar la experiencia hacen también posible el conocimiento científico de la naturaleza, esto es la física.

El entendimiento piensa mediante juicios, o enunciados, compuestos a su vez por conceptos. Un concepto es la síntesis (ver texto ) de una multiplicidad y variedad: la multiplicidad y la variedad que la sensación unifica es llevada por la imaginación hacia una síntesis superior, mediante los conceptos del entendimiento. Pensamos mediante conceptos enlazados en juicios, que se componen de conceptos empíricos, los cuales a su vez son posibles por los conceptos puros del entendimiento (-> categorías). Un concepto empírico, por ejemplo, «manzana», es un forma de organizar y ordenar la variedad y multiplicidad de las impresiones sensibles, pero al mismo tiempo una «regla», una norma, para aplicar dicho concepto a otra variedades y multiplicidades semejantes. Hay reglas, sin embargo, y por lo mismo conceptos, que no provienen de la experiencia: el de «sustancia», por ejemplo, que nos permite decir «esto es una manzana» o bien «esto es un hombre», según una regla que pertenece sólo al entendimiento; es un concepto puro, o bien una «categoría», por cuyo medio juzgamos -esto es, pensamos- sobre los objetos sensibles intuidos: a nada podemos llamar «manzana» a menos de haber pensado previamente el concepto de «sustancia».Ha de haber tantas reglas de pensar, o categorías, como maneras básicas de hacer juicios, o de pensar acerca de las cosas. Por ello deduce Kant las categorías de las doce clases de juicios, que la lógica de su tiempo clasifica en cuatro grupos de tres, en un esquema con reminiscencias aristotélicas: cantidad, cualidad, relación y modalidad. 

A la explicación de qué son las categorías y cuántas son la llama Kant deducción metafísica de las categorías. El «hilo conductor» de esta deducción, la clasificación de los juicios según la lógica de su tiempo, ofrece sin duda una justificación o una explicación artificiosa. 

A la demostración de que las categorías son condiciones necesarias para la comprensión intelectual de los fenómenos, o de la experiencia, a la prueba, en definitiva, de que a menos que pensemos de acuerdo con las categorías la experiencia no tendría sentido o no sería posible, llama Kant deducción trascendental de las categorías. A menos que pensemos previamente de las cosas que son «sustancias» que permanecen a pesar de las variaciones a que se ven sometidas, que se interrelacionan unas con otras como «causa y efecto», que interaccionan en «reciprocidad» unas con otras, que pertenecen a la «realidad» o no, que ser una cosa es «no ser todas las otras», que las cosas son «unas», o «muchas» o que configuran una «totalidad», o que son «posibles» o «existentes» o hasta «necesarias» -a menos, en fin, que pensemos de acuerdo con todas estas categorías-, no será posible ninguna síntesis intelectual, ninguna comprensión de lo percibido sensorialmente: no podremos llamar a nuestro conocer «conocimiento objetivo». 

Éstas son, según Kant, las ideas fundamentales de nuestra mente que, para Descartes y Leibniz, son ideas innatas y que, para él, son conceptos puros del entendimiento y, por lo mismo, condiciones a priori universales y necesarias de todo conocer propiamente humano.

Así como espacio y tiempo, las formas a priori de la sensibilidad, hacen posible intuir un objeto, así también los conceptos puros del entendimiento hacen posible pensar un objeto. De no ser así, la mente humana no superaría la animal, para la cual sólo existen objetos intuidos y no pensados -sensaciones y perceptos, pero no conceptos-, de la misma forma que, para el animal no humano, no existe una naturaleza comprendida. Si el mundo percibido por el hombre no ha de ser absurdo y confuso, ha de someterse también a su manera de pensar, igual como se somete a su forma de percibir todo objeto sensiblemente conocido. La experiencia objetiva sólo es posible mediante el uso de las categorías, o formas a priori del entendimiento.

Todo conocimiento de un objeto - toda síntesis de una multiplicidad- lo lleva a cabo un sujeto: algo es objeto porque se enfrenta a una conciencia que actúa como sujeto, que realiza la unidad. Nada es objeto conocido -incluso empírico, una manzana, por ejemplo- sin la conciencia que, percibiéndolo, unifica el conjunto diversificado de su olor, su sabor, su forma, su color, su peso, etc. De la misma manera, también cuando se trata, no del conocimiento empírico de algo, sino de la mera posibilidad de que algo exista como objeto de experiencia, hay que presuponer una conciencia que ha de ser (lógicamente) anterior al objeto. Condición previa a todo objeto posible de la experiencia es, por tanto, la existencia de una conciencia que sea razón y origen de la unidad y de la síntesis. A esta exigencia lógica de todo conocer la llama Kant «unidad trascendental de la conciencia», «unidad sintética y originaria de la apercepción», «yo trascendental» (para diferenciarlo de un «yo empírico», que es el que puede experimentarse en cualquier momento dado), o también, remitiéndose a Descartes, simplemente el «yo pienso», del que dice que «tiene que poder acompañar todas mis representaciones» (ver texto 1 y texto 2 ). Ninguna experiencia de conocimiento es posible sin la existencia de este yo trascendental, punto hacia donde convergen, a través de sucesivas síntesis, la multiplicidad y dispersión de la experiencia. 

Las categorías o los conceptos puros del entendimiento son el medio como el yo realiza tal síntesis. Por eso mismo, no hay objeto posible de la experiencia si no es por el uso de las categorías y, en general, no hay objeto posible alguno sin un posible sujeto: su unidad originaria es, en definitiva, el responsable último de la posibilidad de que sean posibles los juicios sintéticos a priori. Éste es el origen de la objetividad o del conocimiento objetivo: todo lo que es objeto de conocimiento lo es porque es algo susceptible de ser pensado según las categorías del entendimiento. Y, por lo mismo, también éste es el origen de la intersubjetividad y de la posibilidad de la ciencia.

De esta manera el entendimiento se convierte en legislador de la naturaleza: porque impone las reglas o leyes (a priori) a las que está sometida la experiencia. No precisamente las leyes empíricas de la naturaleza -las de Newton, por ejemplo-, que provienen de la observación o de algún conocimiento empírico, sino las trascendentales, que hacen posibles aquéllas, y hasta impulsan a la mente humana a hallarlas (ver texto ). Así como el conocimiento es objetivo porque las categorías son «objetivamente válidas», así también las categorías sólo pueden utilizarse para construir la realidad objetiva. La deducción trascendental de las mismas -a saber, que sean necesariamente constitutivas del conocimiento- delimita el ámbito en que pueden utilizarse. 

El conocimiento se compone de dos elementos: el concepto con que se piensa un objeto y la intuición por la que recibimos dicho objeto (ver texto ). Si falta uno de los dos elementos, nos hallamos o ante una intuición ciega o ante un concepto vacío. Por ello mismo, el conocimiento que proporcionan las categorías constituye, ciertamente, la experiencia, pero no puede aplicarse más allá de ella misma. Ir más allá de la experiencia -tentación constante del racionalismo- es aventurarse a «volar en el vacío» con sólo ideas, esto es, a no moverse del sitio. 

La segunda parte de la Analítica trascendental se ocupa de cómo se aplican las categorías a los fenómenos. En otras palabras, de cómo a partir de las categorías del entendimiento pueden formularse juicios sintéticos a priori sobre la experiencia. La respuesta la da Kant en dos pasos: con la doctrina del esquematismo de los conceptos puros y el sistema de los principios del entendimiento.

Es el buen juicio lo que nos permite aplicar a una diversidad de objetos tan variados como, por ejemplo, a toda la dispersa gama de «muebles que son asientos con respaldo» el concepto de «silla», con el que se sintetiza su pluralidad de ejemplos. La mente recurre a la plasticidad de la imaginación para concebir un esquema o una figura imaginada de silla -intermedia entre lo sensible y lo conceptual- que la ayude en el momento de aplicar el concepto de «silla» a un objeto adecuado, por muy variable y distinto que sea de otro objeto semejante. De igual forma, el entendimiento necesita de un puente entre la intuición sensible, multiforme y variada, y la categoría correspondiente de «sustancia» o «causa», por ejemplo. Esta misión está reservada al juicio de la mente que acierta en el uso de esta u otra categoría, gracias a un esquema, o figura, de la imaginación, intermedia entre el fenómeno y la categoría: los esquemas son conceptos sensibles, o intuiciones puras, que consisten en diversas maneras de captar el tiempo en un fenómeno, en el bien entendido que el tiempo es la «forma de la intuición». Así, para los fenómenos que pensamos según la categoría de «sustancia», la imaginación modula un esquema basado en una «duración o permanencia en el tiempo», manera como la conciencia vive internamente la sustancia mientras comprende el fenómeno correspondiente; para los fenómenos cuya relación sea de «causa y efecto», el esquema es el tiempo vivido como «sucesión de fenómenos diversos sometidos a un regla», etc. (ver texto ). 

Los esquemas no sólo permiten la aplicación de las categorías a los fenómenos, haciéndolos objetivos, sino que, además, limitan el uso de las categorías a los fenómenos (ver texto ).

Sobre los esquemas se construye el sistema de todos los principios del entendimiento (ver texto  ); en ellos se apoyan los principios generales que el entendimiento aplica a la naturaleza para hacerla comprensible a través de la necesidad y la universalidad. Kant aplica a los cuatro grupos de categorías cuatro principios distintos: a los dos primeros grupos (de cantidad y cualidad) llama categorías matemáticas, y sus principios reciben el nombre de «axiomas de la intuición» y «anticipaciones de la percepción» respectivamente; a los dos últimos grupos (de relación y modalidad), llama categorías dinámicas y a sus principios los denomina «analogías de la experiencia» y «postulados del pensamiento empírico», respectivamente. 

Los dos primeros principios se refieren a la existencia o constitución de algo como objeto en la experiencia; los segundos, a la interrelación de los fenómenos. Los primeros son principios constitutivos de experiencia; todo lo que cae dentro de la experiencia posee magnitud e intensidad, y tales principios son, por consiguiente, dos juicios sintéticos a priori que nos suministran lo primero que podemos saber acerca de cualquier objeto de la experiencia. Los segundos se
refieren a la relación dinámica existente entre los fenómenos y significan que lo inmediatamente sucesivo que podemos saber sobre la naturaleza en general es que todo cuanto acontece en ella ha de ser o un fenómeno que se relaciona con la permanencia en el tiempo, una sucesión según una regla, o una simultaneidad o acción recíproca. Son las «analogías de la experiencia», principios regulativos del conocimiento -no constitutivos del conocimiento de los fenómenos-; con ellos los fenómenos se someten a reglas, no se constituyen en fenómenos. Por esto no se refieren directamente a los fenómenos más que a priori; todo cuanto sucede ha de conformarse a alguna de las analogías, pero el conocimiento concreto de una sucesión de fenómenos, por ejemplo, como causa y efecto es un conocimiento empírico, a posteriori.

Se ha visto en las «analogías de la experiencia» de Kant el momento concreto en que la Crítica de la razón pura se pone al servicio de la física de Newton, para dar una fundamentación filosófica a las leyes del movimiento de Newton: los tres axiomas de la mecánica newtoniana, las tres leyes del movimiento de Newton (ver texto ), se «fundamentarían» correlativamente en las tres analogías de la experiencia de Kant, esto es, en tres juicios sintéticos a priori sobre la naturaleza en su conjunto. Los postulados del pensamiento empírico, por último, son también regulativos. Nada empírico es conocido a priori como posible, real o necesario, pero es un principio regulativo de los fenómenos de la naturaleza que todo cuanto acaece en ella, en cuanto es conocido por el entendimiento, lo sea según una de estas tres modalidades (ver texto ). El sistema de los principios del entendimiento es también el sistema de la unidad de la naturaleza y de la unidad que representa el conocimiento. El entendimiento construye un mundo, o una naturaleza, porque su labor consiste en lograr la síntesis de la diversidad. A la síntesis que la subjetividad humana lleva a cabo, en la Estética trascendental, unificando la multiplicidad de lo dado mediante las formas del espacio y el tiempo, se añade, como culminación, la síntesis ulterior que esta misma subjetividad humana realiza, en la Analítica trascendental, mediante el entendimiento y el uso de las categorías y de los principios del entendimiento. Esta unificación definitiva se llama experiencia o naturaleza, y sobre ella impone el entendimiento sus leyes: aquellas de las que dice Kant en el prólogo: «sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas». Puesto que, tanto en lo que se refiere a la sensibilidad como al entendimiento, se trata de la imposición de una forma trascendental (que se corresponde con la estructura racional del sujeto) impuesta a la experiencia, existe una sola experiencia y existe una sola naturaleza, que es la que se corresponde con la capacidad unificadora y legisladora de la razón humana, en cuanto razón pura; como sólo existe, por lo mismo, un solo yo trascendental.

Kant termina esta sección advirtiendo que «los principios del entendimiento puro no son otra cosa que principios a priori de la posibilidad de la experiencia y que a ésta se refieren todas las proposiciones sintéticas a priori». Pero la mente humana tiende a usarlos más allá de la experiencia, tratando lo que es noúmenon o cosa en sí como si fuera algo percibido por la intuición, como si fuera fenómeno, llevada por el mismo impulso que la obliga, en su tarea imposible y necesaria a la vez de hacer metafísica, a plantearse preguntas que no puede rechazar, pero que tampoco puede responder.

Ver estética trascendental, dialéctica trascendental y términos relacionados.

 

Immanuel Kant: sensibilidad y entendimiento 

Nuestro conocimiento surge básicamente de dos fuentes del psiquismo: la primera es la facultad de recibir representaciones (receptividad de las impresiones); la segunda es la facultad de conocer un objeto a través de tales representaciones (espontaneidad de los conceptos). A través de la primera se nos da un objeto; a través de la segunda, lo pensamos en relación con la representación (como simple determinación del psiquismo). La intuición y los conceptos constituyen, pues, los elementos de todo nuestro conocimiento, de modo que ni los conceptos pueden suministrar conocimiento prescindiendo de una intuición que les corresponde de alguna forma, ni tampoco puede hacerlo la intuición sin conceptos. [...] Si llamamos sensibilidad a la receptividad que nuestro psiquismo posee, siempre que sea afectado de alguna manera, en orden a recibir representaciones, llamaremos entendimiento a la capacidad de producirlas por sí mismo, es decir, a la espontaneidad del conocimiento. Nuestra naturaleza conlleva el que la intuición sólo pueda ser sensible, es decir, que no contenga sino el modo según el cual somos afectados por objetos. La capacidad de pensar el objeto de la intuición es, en cambio, el entendimiento. Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra: sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado y, sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenidos son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. 

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Crítica de la razón pura, Lógica trasc., Segunda parte, B 75 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 92-93).

 

Immanuel Kant: la síntesis 

Entiendo por síntesis, en su sentido más amplio, el acto de reunir diferentes representaciones y de entender su variedad en un único conocimiento. [...]

La síntesis es un mero efecto de la imaginación, una función anímica ciega, pero indispensable, sin la cual no tendríamos conocimiento alguno y de la cual, sin embargo, raras veces somos conscientes. Reducir tal síntesis a conceptos es una función que corresponde al entendimiento.

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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., III, § 10, B 103 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 111-112).

 

Immanuel Kant: el «yo pienso» 


El Yo pienso tiene que poder acompañar todas mis representaciones. De lo contrario, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo que equivale a decir que la representación, o bien sería imposible o, al menos, no sería nada para mí. La representación que puede darse con anterioridad a todo pensar recibe el nombre de intuición. [...] La llamo apercepción pura para distinguirla de la empírica, o también apercepción originaria, ya que es una autoconciencia quel, al dar lugar a la representación Yo pienso (que ha de poder acompañar a todas las demás y que es la misma en toda conciencia), no puede estar acompañada por ninguna representación. Igualmente, llamo a la unidad de apercepción la unidad trascendental de la autoconciencia, a fin de señalar la posibilidad de conocer a priori partiendo de ella.

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Crítica de la razón pura, Analitica trasc., sec. segunda, § B 132 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 153-154).

 

Immanuel Kant: la unidad que da la conciencia 

Así, pues, el primer conocimiento puro del entendimiento, aquel que sirve de base a todos sus restantes usos y que es, a la vez, enteramente independiente de todas las condiciones de la intuición sensible, es el principio de la originaria unidad sintética de la apercepción. Así, el espacio, mera forma de la intuición sensible externa, no constituye aún conocimiento alguno. Se limita a suministrar a un conocimiento posible lo vario de la intuición a priori. Para conocer algo en el espacio, una línea, por ejemplo, hay que trazarla y, por consiguiente, efectuar sintéticamente una determinada combinación de la variedad dada, de forma que la unidad de este acto es, a la vez, la unidad de conciencia (en el concepto de línea), y es a través de ella como se conoce un objeto (un espacio determinado). La unidad sintética de la conciencia es, pues, una condición objetiva de todo conocimiento. No es simplemente una condición necesaria para conocer un objeto, sino una condición a la que debe someterse toda intuición para convertirse en objeto para mí. De otro modo, sin esta síntesis, no se verificaría la variedad en una conciencia.

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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., sec. segunda, §17, B 138 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 157-158).

 

Immanuel Kant: las leyes que impone el entendimiento 

Por muy exagerado y absurdo que parezca decir que es el mismo entendimiento la fuente de las leyes de la naturaleza y, consiguientemente, de su unidad formal, tal afirmación es correcta y conforme al objeto, es decir, a la experiencia. Claro que ni las leyes empíricas pueden, en cuanto tales, proceder del entendimiento puro, ni la inmensa diversidad de los fenómenos puede comprenderse de modo suficiente a partir de la forma pura de la intuición sensible. Pero todas las leyes empíricas son simples determinaciones especiales de las leyes puras del entendimiento: las primeras son posibles si se someten a las segundas y se conforman a sus normas. Por su parte, los fenómenos tienen que asumir una forma legal, al igual que todos esos mismos fenómenos tienen que hallarse siempre de acuerdo, independientemente de su diversa forma empírica, con las condiciones de la forma pura de la sensibilidad.

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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., sec. tercera, A 127 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 149-150).

 

Immanuel Kant: intuiciones sin conceptos... 

Sin sensibilidad ningún objeto nos sería dado, y sin entendimiento, ninguno sería pensado. Los pensamientos sin contenidos son vacíos; las intuiciones sin conceptos son ciegas. Por ello es tan necesario hacer sensibles los conceptos (es decir, añadirles el objeto de la intuición) como hacer inteligibles las intuiciones (es decir, someterlas a conceptos).

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Crítica de la razón pura, Lógica trasc., II, Introducción, 1, B 75 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 93).

 

Immanuel Kant: los esquemas 

El esquema de la sustancia es la permanencia de lo real en el tiempo, esto es, la representación de tal realidad como sustrato de la determinación empírica temporal en general, sustrato que, consiguientemente, permanece mientras cambia todo lo demás. (No es el tiempo el que pasa, sino que es la existencia de lo transitorio lo que pasa en él). [...]

El esquema de la causa y la causalidad de una cosa en general es la realidad a la que sigue algo distinto, una vez puesta esa realidad, cualquiera que sea. Consiste, pues, en la sucesión de lo diverso, en la medida en que tal sucesión se halla sometida a una regla.

El esquema de la comunidad (acción recíproca) o de la causalidad recíproca de la sustancia respecto de sus accidentes es la coexistencia de las determinaciones de una en relación con las de las otras conforme a una regla universal.

El esquema de la posibilidad es la concordancia de la síntesis de distintas representaciones con las condiciones del tiempo en general. [...]

El esquema de la realidad es la existencia en un tiempo determinado.

El esquema de la necesidad es la existencia de un objeto en todo tiempo.[...] 

En realidad, el esquema se reduce, pues, al fenómeno o concepto sensible de un objeto concordante con la categoría.

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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., libro segundo, cap. 1 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 187-188).

 

Immanuel Kant: el límite de las categorías 

Los esquemas de los conceptos puros del entendimiento constituyen las verdaderas y únicas condiciones que hacen que tales conceptos se refieran a objetos y, consiguientemente, que posean una significación. En definitiva, las categorías no tienen, pues, otro uso posible que el empírico, ya que sirven tan sólo para someter los fenómenos a unas reglas universales de síntesis tomando como base una unidad necesaria a priori [...] y para adecuar así tales fenómenos a una completa conexión en una experiencia. [...] 

Si prescindo, pues, de los esquemas, las categorías se reducen a simples funciones intelectuales relativas a conceptos, pero no representan ningún objeto. Tal significación les viene de la sensibilidad, la cual, al tiempo que restringe el entendimiento, lo realiza.

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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., libro segundo, cap. 1 B 185-B 186 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 188-189).

 

Immanuel Kant: principios del entendimiento 

La tabla de las categorías nos lleva con la mayor naturalidad a la tabla de principios, ya que ésta no es otra cosa que las reglas del uso objetivo de aquéllas. Así, pues, todos los principios del entendimiento puro son:

1 Axiomas de la intuición 
2 Anticipaciones de la percepción 3 Analogías de la experiencia
4 Postuladosdel pensar empírico general 
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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., libro segundo, cap. 1, sec. tercera, B 200 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 198-199).

 

Isaac Newton: axiomas o leyes del movimiento 


Ley 1. Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme hacia adelante, excepto en cuanto es obligado por las fuerzas impresas a cambiar su estado. [...]

Ley 2. El cambio de movimiento es proporcional a la fuerza motriz impresa, y se realiza según la línea recta en la que se imprime esa fuerza. [...]

Ley 3. A la acción se opone siempre una reacción contraria e igual; o sea, las acciones recíprocas entre dos cuerpos son siempre iguales y se dirigen en sentidos contrarios.
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Principios matemáticos de la filosofía natural (Antología mínima), (Sel. y trad. de M. García Doncel, Grupo de Filosofía de Santa Coloma de Gramenet, 1987, p. 19).

 

Immanuel Kant: postulados del pensamiento empírico 

1. Lo que concuerda con las condiciones formales de la experiencia (desde el punto de vista de la intuición y de los conceptos) es posible.

2. Lo que se halla en interdependencia con las condiciones materiales de la experiencia (de la sensación) es real.

3. Aquello cuya interdependencia con lo real se halla determinado según condiciones universales de la experiencia es (existe como) necesario.
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Crítica de la razón pura, Analítica trasc., libro segundo, cap. 1, sec. 3, B 266 (Alfaguara, Madrid 1988, 6ª ed., p. 241)