ANTINOMIAS ESPIRITUALES

SUMARIO: 

I. Vivimos en medio de continuas antinomias 

II. Pascua como antinomia salvífica 

III. Antinomias entre espiritual humano y espiritual cristiano 

IV. Trama antinómica entre las virtudes 

V. Antinomias entre estados eclesiales 

VI. Superación de la antinomia "ley-espíritu" en el "voluntariado cristiano".


 

I. Vivimos en medio de continuas antinomias

Nuestra vida está entretejida de antinomias, de contrastes, de oposiciones, de desequilibrios. Al hacernos conscientes de este hecho, nos sentimos agresivos contra todo lo que significa rechazo de nuestra personalidad, desprecio de nuestras dotes, desestima de nuestros derechos. Esta belicosa animosidad, desde el punto de vista espiritual, no debe considerarse necesariamente negativa, ya que puede espolearnos y obligamos a modificar las estructuras vigentes, a crear un nuevo contexto público de valores, a plantear una visión espiritual renovada. Nos convencemos de que no podremos realizarnos si no asumimos una postura conflictiva; de que nos será imposible humanizar las relaciones interpersonales sociales si no nos oponemos a los hábitos establecidos; de que no podrán modificarse las estructuras públicas que nos oprimen si no desencadenamos la lucha social contra ellas. El movimiento en pro de la emancipación de la mujer, por ejemplo, se da cuenta de que nunca logrará la igualdad de la mujer con el hombre si no combate públicamente las costumbres e instituciones hasta hoy reinantes [ ~ Feminismo].

Le lucha contra las antinomias que hoy se dan en la sociedad se vive públicamente como compromiso responsable en pro de le realización de nuevos valores y de la consecución de una existencia más justa y más espiritualmente cristiana. No estamos ante la simple reivindicación de un bien particular, de fácil satisfacción. Se trata de una lucha que se perpetúa, que no encuentra la debida satisfacción, y ello porque las antinomias están arraigadas en lo profundo de las situaciones sociales, afectan a la raíz misma de las relaciones interpersonales y afloran adaptándose a las situaciones y a los modos culturales de existencia. Cuando una antinomia irritante parece estar ya sofocada, vuelve a asomar con agresividad bajo una configuración nueva, con aspectos antes inadvertidos y exigencias nunca anteriormente sentidas.

Si, por ejemplo, en la sociedad productiva se aceptaba en el pasado una retribución diferenciada según la distinta valoración del trabajo por motivos ya culturales ya económicos (caridad, cualificación de los trabajadores u otras causas semejantes), posteriormente ha surgido la lucha por una retribución igualitaria entre los obreros, cuestionando tanto la distribución del salario como la distribución del poder dentro mismo de la sección o de la oficina. La satisfacción de estas primeras demandas ha creado la conciencia de que es necesario continuar la lucha para eliminar ulteriores antinomias del mundo dei trabajo: se ha puesto en tela de juicio el poder ejercido por los empresarios en la organización de la producción; se les ha negado el derecho exclusivo a programar el desarrollo del capital y de la producción. Hoy este debate está adquiriendo una nueva dimensión: prescindiendo del modo como trabaja el obrero, se discute y se combate para que se preste una atención prioritaria al uso que se hace del hombre en la producción; se pretende valorar la productividad introduciendo en el balance los costos humanos y sociales >Trabajador].

Todo esto puede significar un nuevo modo existencial de comprobar que nuestra existencia es de suyo limitada y está marcada por el pecado original: contra tales limites estamos llamados a luchar de continuo. Las antinomias, los contrastes y las luchas son una viva expresión del hecho de que nuestra vida es una vida espiritualmente alienada, sometida a una radical manipulación, socialmente inauténtica. Aunque a causa de tales antinomias luchemos generalmente contra los demás, hemos de sentirnos hermanados en una común responsabilidad. El mejor modo de ser liberadores está en convertirnos de una forma cada vez más honda y amplia, a fin de poder ofrecer a los demás la posibilidad de no sentirse extraños y opositores nuestros. Para saber quiénes somos, hay que leer en el rostro de los demás lo que en ellos suscitamos y provocamos. La escucha en asamblea de nuestros contrarios constituye el momento de reflexión, de análisis y de elaboración de una renovación integral nuestra y ajena.

El empeño en liberarnos de la alienación y de las antinomias, además de hacernos tomar conciencia del mal arraigado en lo profundo de nuestro ser, nos llevará a un ulterior convencimiento de fe: sólo Dios puede curarnos y hacer que vivamos en la armonía de la paz. Tras haber combatido con heroica tenacidad para vencer los modos y contrastes existentes entre nosotros, habremos de volvernos al Señor, constatando que, sin su ayuda misericordiosa, "somos siervos inútiles" [>Itinerario espiritual II].

II. Pascua como antinomia salvífica

El Verbo, con su encarnación, no eliminó de la vida humana la antinomia: la transformó, convirtiéndola en principio de vida nueva. Con la venida de Cristo, todas nuestras adversidades (incluida la muerte) pueden transformarse en camino que nos redime, nos introduce en la vida nueva, nos hace gustar la armonía de la paz celeste. ¿Por qué precisamente vivir la antinomia en Cristo nos salva? Por haber sido "reconciliados con Dios por medio de la muerte de su Hijo" (Rom 5,10). En todas nuestras disonancias interiores o sociales, podemos reactualizar la muerte-resurrección de Cristo (Flp 1,20).

El Espíritu difunde la muerte-resurrección del Señor en cada uno de nosotros, en todo el universo creado y hasta la médula de toda vida mundana. E1 Espíritu ea principio de antinomias espirituales. Por el--,"'misterio pascual, en el mismo acto con que promueve la realidad terrena, la sacrifica, a fin de que afloren en ella los albores del reino de Dios; a la vez que libera la existencia en orden a una humanización más completa, la empuja a ir más allá de sí misma y a entrar en la armonía de la caridad divina; a la vez que nos da la fuerza divina para saber encarnarnos en nuestra historia terrena, nos hace ir al encuentro de Dios más allá dei tiempo presente, en la era escatológica; a la vez que nos hace percibirla salvación ya ahora operante, nos hace suspirar por ella como un don futuro; a la vez que nos restituye el amor paterno de Dios, nos hace sentirnos hijos de la ira; a la vez que nos descubre la bondad original de la naturaleza humana, nos impone que la mortifiquemos [ >Ascesis] para rescatarla de su concupiscencia; a la vez que nos abre a la fe en Cristo, nuestro Salvador, nos recuerda que nuestra falta de correspondencia nos predestina fatalmente a la perdición; a la vez que nos dice-que amemos la carne porque Dios la ama en Cristo, nos induce a sacrificarla porque ya está tocada de corrupción; a la vez que nos inculca orientarnos a Cristo ya en posesión de la plenitud, nos recuerda que sólo cuando hayamos resucitado se realizará integralmente su cuerpo; a la vez que declara que la salvación humana se lleva a cabo totalmente de una sola vez (ephápax) con el acto salvifico de Cristo, todo debe ser llevado aún a las dimensiones perfectas del "Cristo que ha de ser" (Heb 1,2; El 1,23); a la vez que debemos aprender a mantenernos en contacto inmediato con la palabra bajo la inspiración del Espíritu, hemos de permanecer aún obedientes al magisterio eclesial; a la vez que hemos de ser esclavos de Cristo, con esto mismo experimentamos verdaderamente nuestra libertad (1 Cor 7,22; 2 Cor 3,17); a la vez que gustamos ya el gozo de haber resucitado en Cristo, debemos continuar mortificándonos a causa de los instintos internos aberrantes de nuestra concupiscencia; a la vez que caminamos por un mundo renovado, hemos de transformarlo y huir de él por reprobable.

Las antinomias espirituales de la vida cristiana afloran todas ellas en el misterio pascual de Cristo; son una participación activa en la muerte-resurrección dei Señor; son el camino que conduce a la paz caritativa de Cristo resucitado. Las antinomias presentes han de vivirse con espíritu de sacrificio pascual con vistas a la paz futura [>Experiencia espiritual en la Biblia II, 5 e.

En esta vida, la Iglesia misma, en cuanto pueblo elegido que camina hacia el reino de Dios, está en situación de antinomia (GS 21). Recordemos una expresión particular del ser antinómico eclesial. La Iglesia está llamada a testimoniar en lo íntimo de su forma institucional el carisma del Espíritu. Una iglesia en cuanto institución propende a presentar sus comportamientos de una manera sacralizada como si fueran sugeridos por Dios mismo, como irrenunciables en cualquier caso por el bien de todos; en cambio, una iglesia que se abandona por completo al Espíritu estima que sólo favorece la justicia si se dedica a ofrecer indicaciones proféticas; si sabe ser testimonio por una continua conversión conforme a la gracia que hoy otorga el Señor; si consigue evangelizar la nueva cultura vigente.

San Benito se mostró en sintonía con la iglesia profética de su tiempo ofreciendo, con su principio espiritual ora el labora, una inspiración cristiana al orden socio-económico establecido por los invasores bárbaros del imperio: difundió una mayor comunión fraterna en el mundo del trabajo, propiciando el paso del régimen de esclavitud al régimen feudal; en cambio, santo Tomás, aunque era espíritu teológicamente profético, mostró una actitud proclive a la institución sancionando como justo el dominio del señor feudal sobre su siervo (S. Th., II, II, q. 57 a. 4). El carismático trata de favorecer la justicia según las profundas exigencias de los nuevos tiempos; en cambio, el idólatra de la institución piensa que sólo si se respeta el orden establecido pueden realizarse la justicia y la paz. La comunidad eclesial está perennemente llamada a armonizar las exigencias del orden vigente con las de un orden nuevo; a conciliar las formas institucionales con la renovación según la gracia del Señor. La antinomia eclesial carisma-institución sólo podremos superarla cuando en el reino el Espíritu de Cristo se apodere totalmente de nosotros.

III. Antinomias entre espiritual humano y espiritual cristiano

El misterio pascual es principio de antinomia no sólo en sí mismo, sino también en comparación con el humanismo espiritual, en el que ha de Inserirse y radicarse para poder vivir y desarrollarse. Por el lado teológico, se ha proclamado siempre la correlación de un dualismo antinómico: naturaleza y gracia. Sobre esta antinomia de correlación se ha desarrollado la experiencia y la reflexión ascética cristiana.

Estamos llamados a realizar una tarea ascética, a ejercer una interioridad personal virtuosa, a empeñarnos en continuos esfuerzos espirituales.' "Si no os convertís, todos pereceréis igualmente" (Le 13,3). Obramos convencidos de que la salvación no se nos otorga si falta nuestra buena voluntad realizadora: "El que nos ha creado sin nosotros, no puede salvarnos sin nosotros".

Este principio alcanza su significado pleno cuando se integra en la aserción contraria: no es nuestra acción la que fructifica para la vida eterna, ni la que engendra la existencia nueva, sino únicamente el Espíritu de Cristo: "Como mujer encinta, para dar a luz, se retuerce y grita en sus dolores, así nosotros ante ti, Señor. Habíamos concebido, en dolor estábamos, mas sólo viento hemos dado a luz. No hemos traído la salvación a la tierra" (Is 28,17-18; cf Mi 21,23ss). La salvación la produce el Espíritu de pentecostés, no nuestras acciones (Ron 13,20s; 11,8; Gál 2,18); sólo El sabe inspirar en el alma la experiencia operativa del amor caritativo (Ron 5,5). Si en la humanidad esparcida por el mundo entero vemos que se gesta el nacimiento según la caridad, si nos sentimos crecer como hijos de Dios, ello se debe a la acción exclusiva del Espíritu (Ron 8,19-27). En razón del Espíritu "no diga el eunuco: `Yo no soy más que un árbol seco'. Porque así habla Yahvé: A los eunucos lea daré un nombre mejor que el de hijos e hijas" (Is 58,3-5). Cada uno de nosotros será como un árbol que produce flores y frutos, si deja que se le saque de su naturaleza egoísta ("según la carne") para hacerse comunicativo dentro de la caridad intratrinitaria ("según el espíritu", Rom 8,5s; Gál 5,18).

Y, sin embargo, el Espíritu de Cristo no nos salva sin nuestra cooperación, sin nuestra voluntad de vivir en armonía con su gracia. ¿Cómo se armoniza entonces el don caritativo del Espíritu con nuestro esfuerzo virtuoso? ¿Vivir conforme ala fe-caridad implica que el comportamiento subyacente esté ya reencauzado en hábitos humanos buenos? ¿Progresar en el Espíritu de Cristo incluye un psiquismo abierto a un amor adulto? ¿La maduración cristiana expresa necesariamente la humana [>Madurez espiritual]? ¿El adulto en Cristo es el hombre humanamente autorrealizado? No es éste un problema que pueda resolverse de manera definitiva indicando sus limites con claridad. Cuando el Espíritu obra, ignoramos su modo de proceder; no podemos aprisionar sus iniciativas en unas leyes inventadas por nosotros. E1 Espíritu es siempre más grande que nosotros: la presencia de su gracia es siempre una sorpresa; es siempre nuevo en su manera de darse.

Sólo podemos hacernos una vaga idea de la riqueza sorprendente de sus carismas y de sus operaciones gratificantes. Al concebir lo incomprensible e inefable de su obrar, intuimos que nos encontramos ante un mar carismático inabarcable. Ni siquiera sabemos prever el modo como el Espíritu se ofrece. "El viento sopla donde quiere, y se oye su ruido, pero no se sabe de dónde viene nt a dónde va; así es todo el que nace del Espíritu" (Jn 3,8). Sin embargo, basándonos en las experiencias espirituales constatadas entre los cristianos, podemos indicar algunos modos de correlación entre vida virtuosa adquirida y estado caritativo según el Espíritu.

Algunas personas viven una existencia espiritual de plena armonía entre virtudes adquiridas y caridad. Del primer grupo de hermanos menores que acompañaban asan Francisco, se dice: "En tal medida estaban repletos de santa simplicidad, tal era su inocencia de vida y pureza de corazón, que no sabían lo que era doblez; pues como era una la fe, así era uno el espíritu, una la voluntad, una la caridad; siempre en coherencia de espíritus, en identidad de costumbres; iguales en el cultivo de la virtud; había conformidad en las mentes y coincidencia en la piedad de las acciones" 1. Verdaderamente no se sabe qué conviene más exaltar aquí, si la amabilidad humana de los primeros hermanos franciscanos o su fe y caridad; es una trama de perfecciones enteramente compacta.

Otras personas, aunque dan pruebas de una intensa vida interior de fe y caridad, a nivel humano aparecen como despojos de un psiquismo desequilibrado: carecen de toda forma virtuosa amable, son hoscas en su trato con los hermanos, están faltas de toda sabia perspectiva, de toda prudente previsión. Se advierte en ellas una evidente desigualdad conflictiva entre santificación sobrenatural y predisposición natural para las virtudes. "Si estas cualidades faltan, la fidelidad alas inspiraciones del Espíritu se traducirá, en resumidas cuentas, en una lucha que de continuo se renueva y de continuo se pierde. Lo que falta entonces no es la santificación esencial, sino su inserción en la psique, su manifestación tangible en virtudes maduras e irradiadas... (Pero) incluso en las personas menos dotadas, el psiquismo renovado por el Espíritu tiende a convertirse en expresión de libertad, aunque escape a su conciencia clara". Estos son los santos sin nombre, sin aureola terrena, sin autoconciencia complacida, sin testimonio amable, sin reconocimiento ni estima en la comunidad eclesial.

Si estos cristianos sienten la necesidad de superarse a sí mismos para mostrar una personalidad empapada de espíritu caritativo, otros están convencidos de que la vida de fe obstaculiza su afirmación personal. No es que el espíritu cristiano ponga obstáculos al humanismo personal propio, pero así se experimenta el modo como se interpreta y se vive la fe cristiana. "La intención verdadera, atestiguada en la tradición de la Iglesia, permanece para ellos escondida, deformada por otra intención llamativa y descaminada. No les queda más que una solución: irse. El abandono de la fe lo origina con frecuencia (...) la resistencia a un anuncio del evangelio, resistencia que secretamente pervierte su sentido

Ciertamente este discurso resulta impropio: basándose en actitudes externas de la persona, se pretende establecer qué correlaciones y qué antinomias se dan entre virtudes humanas adquiridas y don de fe-caridad. Ahora bien, todo don del Espíritu de Cristo trasciende cualquiera de nuestros ámbitos virtuosos, va más allá de toda perspectiva ascética humana, no es confifigurable dentro de parámetros espirituales terrenos. Si al principio generalmente nos ejercitamos en la vida ascética como modo de abrir nuestro yo humano ala comunión con Dios, la experiencia espiritual sucesiva nos hace comprender que la unión con Dios en Cristo se actúa en el empobrecimiento de lo que es singularmente nuestro. La purificación, que nos destruye, puede ser el signo de un morir para poder resucitar en el Señor. "El gran triunfo del Creador y del Redentor, en nuestras perspectivas cristianas, es haber transformado en factor esencial de vivificación lo que es en sí una fuerza universal de disminución y de desaparición. Dios, para penetrar de algún modo definitivamente en nosotros, debe ahondarnos, vaciarnos, hacerse un lugar. Para asimilarnos a él debe manipularnos, refundirnos, romper las moléculas de nuestro ser. La muerte es la encargada de practicar hasta el fondo de nosotros mismos la abertura requerida" 4.

IV. Trama antinómica entre las virtudes

¿Ha anidado también la antinomia, además de entre naturaleza y gracia, incluso en el interior de las virtudes morales? Santo Tomás presentó el conjunto de las virtudes en un organismo perfectamente compacto y armónico. Cada virtud moral no sólo ha de mantenerse potencialmente dentro de la esfera de una determinada virtud cardinal, sino que, para expresarse con rectitud auténtica, tiene que manifestar en todas sus actitudes la copresencia simultánea de las disposiciones de todas las virtudes cardinales. Un acto cualquiera es bueno sólo si puede llamarse justo por implicar rectitud, JLerte por ser hábito estable, temperante por ajustarse a una medida razonablemente t-Ijada, prudente por determinarse su valor mediante un discernimiento discrecional (S. Th., I-Il, q. 49ss)'.

No por contraposición, sino más bien de una forma integradora en la visión arquitectónica tomista de las virtudes, se tiende hoy a destacar una cierta antinomia dialéctica entre las actitudes virtuosas. El motivo reside en que cualquier aspecto virtuoso humano encierra cierta deformación. Para no mancillar la grandeza de la bondad divina, se invita a no describirla con los términos de las virtudes humanas. Para describir un bien auténtico, nos vemos obligados a hacer uso de términos virtuosos dialécticamente contrarios. Las virtudes particulares reflejan nuestra espiritualidad en una perspectiva limitada, manir-testan nuestra estrecha visión, se limitan a un aspecto las más de las veces externo. Apenas el psicoanálisis nos invitó a escudriñar los repliegues de los actos virtuosos, nos asustamos, intuyendo que podían tener un substrato inconsciente malo. Lo mismo nos sucedería si supiéramos abrazar con una sola mirada, con una sola palabra, con una sola reflexión, la bondad en su amplísima riqueza. Llegaríamos a constatar que es cierta la aserción de Jesús: "Nadie es bueno sino sólo Dios" (Le 18,19; Mt 19,17).

Cuanto acabamos de afirmar puede confirmarse si, a modo de ejemplo, examinamos el sentido virtuoso de la vivencia caritativa, la cual logra expresarse tan sólo cuando simultáneamente se practican todas las demás virtudes dentro de su situación antinóndca (cf 1 Cor 13; Rom 13,10) [ -- Caridad]. En efecto. el hombre caritativo experimenta la virtud de la alegría porque percibe a Dios presente en el otro, al que reconoce amado por el Señor y enriquecido con los dones del Espíritu. Por otra parte, se trata de una alegría que se conjuga dialécticamente con la tristeza, pues sabe que el otro podría tener mayor confianza en el Señor y estar convertido a él de una manera más profunda.

Quien es caritativo posee una sobreabundante bondad interior y derrama benevolencia y misericordia sobre todos, incluso sobre los ingratos; su bondad se vierte sobre personas y en momentos ajenos a toda expectativa (Le 8,38; Rom 12,17-21). El caritativo tiende a condonar y a ser comprensivo con la insolvencia del deudor, a cumplir actos de clemencia con él (Mt 18,18ss; Flp 4,5), si bien esta misericordia en el actual ordenamiento social humano debe completarse con la virtud de la "venganza", que inclina a castigar a cuantos hacen el mal, ya que éste, si se deja sin castigo, podría extenderse en la comunidad. La venganza es una virtud cívica que conecta con la justicia. El caritativo es el hombre de la amabilidad (o benignidad), que, con su presencia y su comportamiento, sabe llevar la serenidad a cuantos a él se acercan: tiene gestos que fascinan y suscitan amistad (1 Cor 13,4; Col 4,8), sabiendo al mismo tiempo despertar la exigencia de respeto y veneración a su tarea de dirección.

El caritativo es manso; por ello, con tacto y persuasión, sabe introducir a los educandos en la vida virtuosa y, pasando por alto el castigo merecido, obra de tal manera que el sujeto mismo tome la iniciativa de reconocer sus fallos (cf Mt 11,28-30; Le 18,5-8). Su mansedumbre se expresa en longanimidad, reflejando así la conducta de Dios, el cual es "lento a la cólera" y prodiga sus atenciones benévolas con el extraviado para ayudarle a convertirse (Lc 11,5-9; Ef 3,18-19). Al mismo tiempo, el caritativo sabe compaginar su mansedumbre longánime con la firmeza; acoge sin tergiversaciones los valores espirituales y se entrega por entero a realizarlos en si mismo y en los demás. El caritativo es portador de paz. Por vivir en armonía con Dios (Rom 5,11), comunica a los demás la alegría que brota del orden que reina en su interior; allana a los demás el camino de la concordia pacifica y alimenta la unidad caritativa (cf Jn 14,1; Gál 5,22). Al mismo tiempo, es batallador y resuelto ala hora de afrontar y superar cuanto impide el establecimiento de una paz hecha de justicia, igual que es contrario a cuanto aparta de la unidad en la amistad o la obstaculiza.

El caritativo es veraz: sabe mantener la coherencia entre lo que piensa, dice y hace; la sencillez da tono a toda su personalidad, reflejando su interior límpidamente, sin doblez de ninguna clase. Asimismo, el caritativo es veraz y conoce la discreción: sabe lo que conviene comunicar a los demás y lo que debe ser callado. Su cristalina franqueza sabe guardar las cosas que deben permanecer secretas. El caritativo es magnánimo: realizando en sí mismo la ordenada trama de las virtudes, se gana el respeto de todos. Su magnanimidad se expresa en largueza: demuestra su grandeza, no sólo comportándose virtuosamente, sino también disponiendo con sabia liberalidad de sus bienes. Sin embargo, el caritativo magnánimoliberal sólo es verdaderamente virtuoso si en su interior reina una auténtica humildad, si reconoce que es pobre y que su grandeza le viene de Cristo.

No sólo la caridad se completa con las demás virtudes asumidas en un entramado antinómico, sino que cada virtud particular, para poder expresarse en autenticidad, ha de integrarse en una forma virtuosa dialécticamente opuesta. Así, por ejemplo, la virtud de la comunicabilidad oblativa está llamada a integrarse en la autonomia responsable; la obediencia a la autoridad, en la contestación constructiva; el cumplimiento del precepto, en una proyección profética personal [ Contestación profética]; la docilidad al director espiritual, en el abandono ala luz carismática del Espíritu [Padre espiritual]; la --fraternidad caritativa, en la discreción serena; la mortificación [ -~ Ascesis], en la voluntad de promover las propias potencialidades; el refrenamiento de las tentaciones, en la advertencia clara de su origen inconsciente; la mortificación del propia cuerpo, en el empeño por hacerlo apto para la comunicación can los demás; la experiencia cotidiana de morir a sí mismo, en la búsqueda de una vida nueva [ -~ Misterio pascual]; la huida del mundo, en la tarea de humanizarlo y convertirlo en morada confortable; la contemplación, en la laboriosidad, siendo activos en la contemplación humilde [ _,r Humildad], en la conciencia de que con la gracia divina podemos hacer grandes cosas; la sencillez, en la sagacidad prudencial (Mt 10,16). Mas ¿cómo lograr estar atentos a tantos y tan complejos matices virtuosos? ¿Quién es capaz de tanta prudencia como para equilibrar en la propia acción exigencias tan dispares? Sólo el Espíritu puede volver nuestra conciencia capaz de valorar prudencialmente la medida y el modo de copresencia de los distintos aspectos antinómicos de las virtudes.

¿Es posible superar todas estas antinomias y encauzar la vida virtuosa hacia la simplicidad? S. Freud parece negarlo: "Todas las formas de sustitución y de reacción, todas las sublimaciones son incapaces de poner fin al estado de permanente tensión". En cambio, los escolásticos, situados en el marco de la psicología racional, creían que era posible superar la antinomia existente dentro de la práctica de una misma virtud; estaban seguros de que la simplicidad espiritual se conseguía pasando del estado continente al estado temperante de una misma virtud, pasando de su ejercicio ascético combativo a su ejercicio místico establemente pacifico. En una experiencia mística, las distintas necesidades psico-fisiológicas pierden su activa potencialidad autónoma: se subliman y se satisfacen en el interior de las operaciones superiores de unión caritativa con el Espíritu.

Le teología espiritual actual indica una ulterior evolución simplificativa: a quien se introduce en la vida mística le es posible superar incluso la antinomia existente entre las varias virtudes. Cuando el alma entra en la caridad contemplativa, intuye que debe superar la fase de las virtudes e iniciarse en la simplicidad de la existencia divina trinitaria; que debe saber acoger en el amor infinito cualquier otra bondad. El místico es el que enseña que hay que ir más allá de los sabios discursos, del ejercicio de los actos virtuosos, de la entrega a gestos heroicos. Piénsese en santo Tomás de Aquino, el cual, habiendo visto los albores de la Verdad en el éxtasis que precedió a su muerte, juzgó cual paja todos sus escritos; o en la Virgen María, que se sintió arrancada de su virtuosa vida terrena tras gustar el don de un fragmento del Amor divino. "La contemplación se sumerge en Dios solo, es decir, en su solo amor. El alma que de esta manera lo contempla no tiene conciencia de otra cosa que de esta chispa de amor, vivísima en ella... As¡, si bien se consideran las cosas, los contemplativos, en el camino de la perfecta contemplación, juzgarían como tiempo perdido ocuparse en pensar cosas particulares, pues saben muy bien que el alma que se ha revestido del amor, cuando no aparta la mirada de su amor infinito, conoce en él cuanto es necesario saber"°. El verdadero -- santo ha sobrepasado las formas virtuosas, que en este mundo son múltiples y contrastantes entre si; sabe vivir en la unidad simple del único bien auténtico; sabe testimoniar de forma concreta que "una sola cosa es necesaria" (Le 10,42), aunque en este mundo el contraste entre las virtudes nunca es del todo superable, ya que la caridad contemplativa sólo es practicable a través del compromiso de actitudes virtuosas antinómicas.

V. Antinomias entre estados eclesiales

las antinomias espirituales, presentes en toda vida cristiana, se caracterizan por modalidades diferentes dentro de cada estado personal, dependiendo, por ejemplo, de que se desempeñe en la Iglesia una misión laical, sacerdotal o monástica. La tarea delJfl' laico es eminentemente profana y la desempeña en el interior de la propia~familia, de la propia profesión [-- Trabajador] y de la propia actividad socio-política [--Política II]. El laico ha de testimoniar con los hechos que lo que ante todo y sobre todo interesa, es completar la creación humanizando el universo, haciendo de la convivencia humana una expresión de libertad, hermanándose con los marginados, potenciando cuanto contribuya a una vida serena. Al mismo tiempo, todo esto ha de realizarse dando testimonio de la fe en el reino de Dios, poniendo la confianza en Cristo como único salvador, reconociendo que el papel de la renuncia es insustituible, teniendo siempre en cuenta la presencia de la desviación original en el interior de toda realidad humana.

El sacerdote está llamado a una tarea de servicio en la comunidad eclesial: vive enteramente entregado ala palabra, al sacramento, al ejercicio de la caridad eclesial [ Ministerio pastoral]. Pero en la entraña misma de su acción sacral, ha de mostrar una gran humanidad comprensiva, una acogida afectiva [ --- Amistad VII-VIII], el testimonio de una madurez personal, un saber vivir como ejemplo de un amor oblativo.

El monje [ > Vida consagrada] anhela ser en la comunidad el que trata de expresar la nueva experiencia de resucitado en Cristo; el que proclama con la vida lo que es la caridad eclesial, indicadora de cómo puede uno dejarse llevar por el Espíritu. Todo esto el monje lo vive también por una misión eclesial: mostrar a los fieles los aspectos cristianos de toda experiencia humana, cómo deben llevar a cabo evangélicamente una tarea profana, cómo pueden vivir según el Espíritu la vida de cada día. Si, por un lado, parece que el monje huye de la mundanidad para donarse sólo al Espíritu de Cristo, por otro, se sumerge en ella para transformarla con una animación caritativa.

Las antinomias que se viven dentro de cada estado eclesial no pueden delinearse con carácter definitivo. Y ello no sólo porque cada persona vive tales antinomias espirituales de un modo diferente, según el grado y el género de su espiritualidad, sino también porque toda vida ascética tiene su propia inculturación, que varia con el tiempo. He aquí por qué nunca será posible precisar de una vez por todas la relación entre fe y política [ -- Política IJ, entre maduración personal humanística y renuncia monástica, entre participación en la vida secular y entrega apostólica sacerdotal.

VI. Superación de la antinomia "ley-espíritu" en el "voluntariado cristiano"

Si nuestra vida espiritual aparece "pobre" al tener que expresarse a través de virtudes antinómicas, al mismo tiempo testimonia el afán de no permitir que se pierda ningún fragmento de la multiforme riqueza espiritual cristiana. Tarea harto difícil; el hecho de que la cultura humano-eciesial varíe, pide un cambio análogo en las tareas espirituales y en su trenzado armónico, y la exigencia de renovación espiritual puede entrar en conflicto con una costumbre eciesial pacíficamente practicada. ¿Cómo superar esta antinomia? ¿Cómo conciliar las normas éticas con la transformación que nos sugiere el morir y resucitar en Cristo según la gracia eclesial del hoy?

Sería pernicioso que el pueblo cristiano continuara sujetándose a reglas inculcadas públicamente ayer y no comprendiera la necesidad de introducir comportamientos actualizados. Se crearía la situación espiritual anómica consistente en atrincherarse en un código moral que ya no se adecua suficientemente a la novedad surgida. No se puede hacer responsable sólo al magisterio, encargándole de formular y promulgar tempestivamente las normas espirituales. Es tarea solidaria de toda la comunidad eclesial. Incluso por el hecho de que, si las normas las comunicara unilateralmente la sola jerarquía eclesiástica, serían expresadas en la odiosa forma vinculante del precepto.

Hoy se trata de superar la antinomia norma-experiencia espiritual no únicamente orientando a la vida mística, sino de igual modo favoreciendo desde el lado eclesial el "voluntariado". Espíritus juveniles o personas altamente espirituales pueden intuir las nuevas exigencias espirituales y mostrar la voluntad heroica de testimoniarlas incluso con gran sacrificio personal. As¡, por ejemplo, hay quien va a regiones subdesarrolladas a ofrecer una colaboración gratuita de promoción humano-espiritual; hay quien condivide la situación mísera de los que viven en chabolas para despertar en ellos iniciativas que los rediman de su estado social; y no faltan jerarquías eclesiásticas que aceptan vivir en fraternidad con el pueblo de Dios, renunciando a preferencias personales de decoro social.

A través del voluntariado cristiano pueden sugerirse las nuevas exigencias espirituales no imponiendo pesadas prescripciones o tareas gravosas, sino promoviendo iniciativas generosas, expresadas con el arranque espontáneo de relaciones caritativas, ofrecidas en su frescor anticonformista como intuición que sabe captar las expectativas de los hermanos.

El voluntariado es un modo inculturado de vivir hoy en caridad, un modo capaz de superar la antinomia que se da entre iniciativa espiritual y prescripción legal autoritativa. El deber espiritual no se formula desde arriba, sino que aflora a medida que los mismos creyentes amplían su "campo fenoménico espiritual", conforme se ilumina conscientemente su vivencia subjetiva, la cual va abrazando la nueva realidad socioeciesial. La realidad comunitaria, vivida en la fiel escucha subjetiva del Espíritu de Cristo, se convierte en fuente de motivaciones, de percepción afectiva, de intereses, de compromisos altruistas, de generosidad heroica. Con ello se supera la antinomia entre normas objetivas abstractas y una cierta indolencia subjetiva, reacia a dejarse dominar por vínculos legales. Con el voluntariado, a través de la maduración espiritual interior en el Espíritu de Cristo, se deja uno instruir y entusiasmar con las metas socio-eclesiales y cultural-evangélicas del hoy.

BIBL.-Al menos 25 llamadas encuentre el lector en el interior del artículo. En esas llamadas se hace referencia a las palabras que deben aportar la bibliografía adecuada, cuya repetición nos parece superflua. Creemos suficiente con recordarle cuáles son las antinomias concretas y claras más precises, que recordaba ya hace años C. W. Truhlar, Antinomias de la vida espiritual, Razón y Fe, Madrid 1984: totalidad del cristianismo y debilidad del cristiano: desarrollo y crucifixión de las fuerzas humanas: transformación y fuga del mundo: contemplativo en la acción; conciencia del propio valor y humildad; prudentes como serpientes y simples como palomas.

T. Goffi
DicES